Avance: El Ritmo de la Guerra – Interludio: Sylphrena

¡Qué día de locura para ser fan de Sanderson! Por un lado, ayer se lanzaba la campaña de Kickstarter de la edición X aniversario encuadernada en piel de The Way of Kings, que alcanzó los 4.000.000$ recaudados en sus ocho primeras horas, superó los 14.000 patrocinadores, y las 10.000 unidades de The Way of Kings X Anniversary Leatherbound patrocinadas. de hecho, agotó todos los tiers, y han tenido que reponerlos. 

Es un acontecimiento que provoca gran alegría, porque por primera vez en 4 años de historia de proyectos relacionados con la obra de Brandon Sanderson en Kickstarter, los lectores de habla hispana (321 en el momento de escribir este post) están justo detrás de los lectores de habla inglesa, muy poco por detrás de Australia (aunque los datos reflejan únicamente a España, porque solo se abren al público los datos de los 10 países con más backers, y no se pueden hacer envíos directos a LATAM).

Es una nueva muestra del amor que siente la comunidad hacia Brandon Sanderson, y una prueba más que justifica los descomunales esfuerzos que ha hecho Nova este año para conseguir que también, por primera vez en la historia desde que Brandon empezó a publicarse en 2006, la versión en español traducida por Manu Viciano se lance simultáneamente junto a la americana con solo dos días de diferencia. Y no solo eso, sino que además, gracias a Gigamesh contará con una edición especial de doble sobrecubierta: por un lado la portada oficial ilustrada por Michael Whelan (que está pendiente de revelar todavía), y por otro, la hermosa ilustración para la portada búlgara de la mano de Yasen Stoilov.

Un esfuerzo titánico para que podamos disfrutar de la mejor manera posible de esta novela tan esperada.

Y además, ayer, Brandon compartió un nuevo fragmento del Ritmo de la Guerra, incluido en su newsletter. En esta ocasión se trata de un hermoso interludio de Syl, que nos acerca al punto de vista de unos de los personaje más entrañables de la saga.

¡Disfrutemos todos de este nuevo avance!

 

avance: el ritmo de la guerra – interludio: sylphrena

avance de la traducción del ritmo de la guerra, traducida por manu viciano y cedida por nova

 
Sylphrena sintió la energía de la alta tormenta que se aproximaba como quien oye el sonido de un músico lejano que se acerca caminando. Llamándola con una melodía amistosa.

Voló por los pasillos de Urithiru. Era invisible para casi todo el mundo salvo aquellos a quienes escogía, y ese día había elegido a los niños. Ellos nunca parecían recelar de ella. Siempre sonreían al verla. Y rara vez se comportaban con demasiado respeto. A pesar de lo que decía a Kaladin, Syl no siempre quería que la gente la tratara como a una pequeña deidad.

Por desgracia, era tan temprano que no había mucha gente fuera de sus cuartos, niños o no, en la torre. Kaladin seguía en la cama, pero ella se alegraba de que estuviera durmiendo un poco mejor.

Oyó ruido procedente del interior de una puerta, así que fue hacia allí y entró como una exhalación en una estancia para encontrar a la hija de Roca cocinando. Los demás la llamaban Cuerda, pero su verdadero nombre, Hualinam’lunanaki’akilu, era mucho más bonito. Era un poema sobre una alianza nupcial.

Cuerda se merecía un nombre tan hermoso. Tenía un aspecto muy distinto al de los alezi. Más sólido, el de alguien a quien no derribaría una tormenta, como si estuviera hecha de bronce, color que reflejaba con sutileza su tono de piel. Y aquel hermoso cabello rojo oscuro no era como el de Shallan. El de Cuerda era más herrumbroso, oscuro y profundo, y lo llevaba recogido en una coleta atada con cinta.

La chica vio a Syl, claro: había heredado la bendición de su padre y era capaz de ver a todos los spren. Se detuvo, agachó la cabeza y se tocó un hombro, luego el otro y por último la frente. Apartó las siguientes rodajas de tubérculo que cortó y las dejó en un pulcro montoncito sobre la encimera como ofrenda para Syl. Era un poco absurdo, porque Syl no comía. Aun así, se convirtió en tubérculo y se quedó rodando por la encimera un ratito para agradecérselo.

Pero aquella música… La tormenta. Syl apenas podía contenerse. ¡Ya llegaba!

Rodó hasta caer de la encimera y voló para examinar la armadura esquirlada de Cuerda, apilada con esmero en el rincón. La joven comecuernos nunca se alejaba de ella. Era la primera de su pueblo desde… bueno, desde hacía muchísimo tiempo en poseer una esquirla.

Era bonita. Syl quizá debería odiarla como odiaba las hojas esquirladas, pero no era así. Venía a ser un cadáver, o mejor dicho, muchos cadáveres, pero no le resultaba tan ofensiva. Supuso que la diferencia era la actitud. Percibía una cierta satisfacción, no un dolor, emanando de la armadura esquirlada.

Cuerda empezó a hacer ruido con la cacerola y Syl se descubrió volando rauda hacia allí para ver qué estaba metiendo en el agua. A veces Syl sentía como si tuviera dos cerebros. Uno era el cerebro responsable, el que la había llevado a desafiar a los demás honorspren y a su padre al buscar a Kaladin y formar un vínculo Radiante. Ese era el cerebro que Syl anhelaba que la controlara. Se preocupaba de las cosas importantes: la gente, el destino del mundo y descubrir qué significaba en realidad ser de Honor.

Pero también tenía otro cerebro. Ese otro se quedaba fascinado por el mundo y se comportaba como si perteneciera a una niña pequeña. ¿Un ruido fuerte? ¡Pues tocaba ir a ver qué lo había provocado! ¿Música desde el horizonte? ¡Pues a volar de un lado para otro, ansiosa y expectante! ¿Un cremlino extraño en la pared? ¡Pues venga, a imitar su forma y reptar por ahí para ver qué sensación daba!

Los pensamientos la bombardeaban. ¿Cómo se sentiría un tubérculo al ser cortado? ¿Cuánto tiempo habían tardado Roca y Canción en pensar el nombre de Cuerda? ¿Syl debería tener un nombre que fuese un poema? A lo mejor los comecuernos tenían un nombre para ella. ¿Tenían nombres para todos los spren o solo para los importantes?

Y así, sin parar. Syl podía manejarlo. Siempre lo había hecho. Pero no era algo propio de los honorspren. Los demás no eran como ella, excepto quizá Rua.

De la cacerola empezaron a salir nubecillas de vapor, y Syl adoptó la misma forma, la de una voluta que se elevaba hacia el techo. Cuando empezó a aburrirse de aquello, al cabo de solo unos pocos segundos, ascendió más por el aire para escuchar la música. La tormenta aún no estaba lo bastante cerca. No alcanzaría a verla.

Aun así, salió a la terraza y revoloteó por el exterior de la torre, buscando la habitación de Kaladin.

La torre estaba muerta. Syl apenas recordaba cómo era antes, cuando había vinculado a su antiguo y maravilloso caballero. Él había dedicado casi toda su vida a viajar a pueblos pequeños y utilizarla como hoja esquirlada para tallar aljibes y acueductos para la gente. Syl recordaba haber venido a Urithiru una vez con él… y la torre había brillado con muchas luces… Un tipo extraño de luz…

Se detuvo en el aire, reparando en que había ascendido diecisiete pisos. «Serás tonta. No dejes que la niña se ponga al mando.» Descendió en picado, encontró la ventana de Kaladin y se estrujó entre los postigos, que dejaban el espacio justo entre ellos para que Syl pasara.

En la habitación oscura, Kaladin dormía. A Syl no le habría hecho falta ir a mirar para saberlo. Lo habría sentido si despertara. Pero…

«Él también tiene dos cerebros —pensó—. Un cerebro luminoso y otro oscuro.» Deseó poder entender a Kaladin. Necesitaba ayuda. A lo mejor bastaría con su nueva tarea. Syl deseaba desde lo más profundo que bastara. Pero temía que no fuese así.

Kaladin necesitaba su ayuda y ella no podía dársela. No podía comprender.

¡La tormenta! La tormenta había llegado.

Volvió a salir, aunque el cerebro responsable logró retener su atención. Kaladin. Tenía que ayudar a Kaladin. Quizá se quedara satisfecho con ser cirujano, y para él sería bueno ya no tener que matar más. Sin embargo, había un motivo por el que había tenido dificultades como cirujano en el pasado. Seguiría teniendo su cerebro oscuro. Aquello no era una solución, y Syl necesitaba una solución.

Se aferró a esa idea, impidiendo que se evaporara como el humo sobre una cacerola. Se aferró a ella incluso mientras llegaba la muralla de tormenta, que rodeó la base de la torre desde el este. Por delante de ella volaban centenares de vientospren en una gran multitud de formas. Syl se unió a la algarabía, riendo y volviéndose como ellos. Adoraba a sus primos pequeños por su gozo, por la simple emoción que sentían.

Como siempre, la bombardearon pequeños pensamientos mientras volaba entre ellos, saludando, sonriendo, cambiando una y otra vez de forma a cada momento. Los honorspren, y en realidad todos los spren inteligentes, eran algo reciente en Roshar. Bueno, si podía llamarse reciente a algo de hacía diez mil años. Mejor dejarlo en más reciente.

¿Cómo se habían creado los primeros honorspren, o los cultivacispren, o los tintaspren, o los cumbrespren, o cualquiera de los otros inteligentes? ¿Les habría otorgado forma el propio Honor a partir de Investidura en crudo? ¿Habrían crecido a partir de aquellos otros, sus primos?  Syl sentía un fuerte parentesco con ellos, aunque saltara a la vista que eran diferentes. No tan listos. ¿Podría ayudarlos a hacerse listos?

Eran ideas ponderosas cuando lo único que ella quería era volar. La música, el cataclismo de la tormenta era… extrañamente pacífico. Syl solía tener problemas en una sala llena de gente hablando, ya fuesen humanos o spren. Se quedaba intrigada por todas las conversaciones y su atención se desviaba muy a menudo.

Tendría sentido pensar que le pasaría lo mismo con la tormenta, pero no era el estrépito lo que la molestaba, sino la diversidad de estrépitos. La tormenta tenía una sola voz. Una voz señorial, poderosa, que cantaba una canción con sus propias armonías. En la tormenta Syl podía limitarse a disfrutar de la canción y relajarse, renovarse.

Cantó con el trueno. Bailó con el relámpago. Se transformó en escombro y se dejó empujar. Voló hasta la parte más interna y oscura de la tormenta y se convirtió en el latido de su corazón. Luz-trueno. Luz-trueno. Luz-trueno.

Entonces la negrura la embargó. Una negrura más plena que la mera ausencia de luz. Era el momento dividido que su padre era capaz de crear. El tiempo era algo muy curioso. Siempre estaba fluyendo de fondo como un río, pero si se cargaba con demasiado poder, se distorsionaba. Se ralentizaba, le entraban ganas de descansar y echar un vistazo. Siempre que se congregaba demasiado poder —demasiada Investidura, demasiada consciencia—, los reinos se volvían porosos y el tiempo hacía cosas raras.

A él no le hacía falta crear un rostro en el cielo para ella, como hacía con los mortales. Syl podía sentir su atención igual que el calor del sol.

Niña. Niña rebelde. Acudes a mí deseando.

—Quiero comprenderlo a él —dijo Syl, revelando el pensamiento que había estado reteniendo, protegiendo, cobijando—. ¿Me harías sentir la misma oscuridad que siente él, para poder comprenderla? Podré ayudarlo mejor si lo conozco mejor.

Otorgas demasiado de ti misma a ese humano.

—¿No existimos para eso?

No. Eso siempre lo has malinterpretado. No existís para ellos. Existís para vosotros mismos. Existís para elegir.

—¿Y tú existes para ti mismo, padre? —preguntó ella, imperiosa, de pie en la negrura, empeñándose en mantener su forma humana. Fijó la mirada en la profunda eternidad—. Tú nunca haces elecciones. Solo soplas, como siempre haces.

Yo no soy sino la tormenta. Tú eres más.

—Evitas la responsabilidad —replicó Syl—. Afirmas hacer solo lo que debe hacer una tormenta, ¡pero luego te comportas como si estuviera mal que yo haga lo que siento que debo! Me dices que puedo elegir y luego me regañas cuando tomo decisiones que no te gustan.

Te niegas a reconocer que eres más que un apéndice de un humano. Los spren ya se dejaron consumir una vez por las necesidades de los Radiantes, y eso los mató. Ahora muchos de mis hijos han seguido tu necio camino y corren un gran peligro.

Este es nuestro mundo. Pertenece a los spren.

—Pertenece a todos —afirmó Syl—. A los spren, a los humanos, hasta a los cantores. Así que tendremos que averiguar cómo podemos vivir juntos.

El enemigo no lo permitirá.

—El enemigo será derrotado por Dalinar Kholin —dijo Syl—. Y para eso debemos tener preparado a su campeón.

Estás muy segura de que tu humano es el campeón, dijo el Padre Tormenta. No creo que el mundo vaya a someterse a tus deseos.

—Sea como sea, necesito comprenderlo para poder ayudarlo —insistió Syl—. No porque vaya a dejarme consumir por sus deseos, sino porque esto es lo que quiero hacer. Así que te lo pregunto de nuevo. ¿Me harás capaz de sentir lo que él siente?

No puedo hacer eso, respondió el Padre Tormenta. Tus deseos no son malvados, Sylphrena, pero sí peligrosos.

—¿No puedes o no quieres?

Tengo el poder, pero no la capacidad.

El tiempo entre instantes terminó de sopetón, devolviéndola a la tormenta. Los vientospren trazaban espirales a su alrededor, riendo y vociferando, imitando las palabras: «¡No puedes, no puedes, no puedes!». Qué insufribles podían ser. Igual que ella a veces.

Syl retuvo la idea, acunándola, y por lo demás permitió que la tormenta la distrajera. Danzó durante todo su paso, aunque no podía marcharse con ella. Tenía que quedarse a unos kilómetros como máximo de Kaladin, o su Conexión al Reino Físico empezaría a desvanecerse y su mente se debilitaría.

Disfrutó de aquel tiempo, de aquella hora que transcurrió en cuestión de segundos. Cuando por fin se acercaron los coletazos, Syl se detuvo con expectante ansia, gozosa. Allí arriba, en las montañas, el final de la tormenta creaba nieve. Como ya había dejado caer toda el agua mezclada con crem, la nieve fue blanca y pura. ¡Qué glorioso era cada copo! Deseó poder hablar con los objetos como hacía Shallan y oír la historia de todos ellos.

Cayó con los copos, imitándolos… y creando unas pautas exclusivas para ella. Podía ser ella misma, no solo vivir para un humano cualquiera. Pero el caso era que Kaladin no era solo un humano cualquiera. Syl lo había elegido a propósito de entre millones y millones. Su trabajo era ayudarlo. Era un deber tan poderoso como el que tenía el Padre Tormenta de entregar agua y crem para dar vida a Roshar.

Voló de vuelta a Urithiru, serpenteando entre bancos de nieve, y luego ascendió en vertical. Aquella sección al oeste de la torre tenía valles profundos y picos helados. Syl voló rasante por los primeros y remontó los segundos antes de rodear trazando círculos la grandiosa torre.

Terminó llegando a la terraza del Forjador de Vínculos. Dalinar siempre estaba despierto en las altas tormentas, fueran a la hora que fuesen. Syl aterrizó en la terraza junto a él, de pie en el aire frío. La piedra que tenía debajo estaba resbaladiza por el agua, ya que ese día la alta tormenta había sido lo bastante alta para alcanzar los pisos más bajos de la torre. Syl nunca la había visto llegar hasta la cima, pero esperaba contemplarlo algún día. ¡Eso sí que sería algo distinto!

Se hizo visible para Dalinar, pero él no se sobresaltó como hacían a veces los humanos al verla aparecer. Syl no entendía por qué reaccionaban así. ¿No estaban acostumbrados a que los spren aparecieran y desaparecieran a su alrededor a todas horas? Los humanos eran como las tormentas, imanes para todo tipo de spren.

Siempre parecían encontrarla más sorprendente que un glorispren. Supuso que debería tomárselo como un cumplido.

—¿Has disfrutado de tu tormenta, Antigua Hija? —preguntó Dalinar.

—He disfrutado de nuestra tormenta —dijo ella—. Aunque Kaladin se la ha pasado entera durmiendo, el muy zoquete.

—Bien. Necesita descansar más.

Syl dio un paso hacia Dalinar.

—Gracias por lo que hiciste. Al obligarlo a cambiar. Estaba atascado, dedicándose a lo que creía que debía hacer, pero oscureciéndose más y más sin parar.

—Todo soldado llega a un punto en el que tiene que dejar la espada. Entre las funciones de un comandante está vigilar por si aparecen esos signos.

—Él es distinto, ¿verdad? —dijo Syl—. Peor, porque su propia mente combate contra él.

—Distinto, sí —respondió Dalinar, apoyándose en la barandilla junto a ella—. Pero ¿quién puede decir qué es peor y qué es mejor? Todos tenemos nuestros propios Portadores del Vacío a los que destruir, brillante Sylphrena. Nadie puede juzgar el corazón de otro ni sus escollos, pues nadie puede conocerlos de verdad.

—Yo quiero intentarlo —dijo ella—. El Padre Tormenta ha insinuado que existe una manera. ¿Tú puedes hacerme comprender las emociones de Kaladin? ¿Puedes hacerme sentir lo que le está pasando?

—No tendría ni idea de cómo lograr algo como eso —respondió Dalinar.

—Él y yo tenemos un vínculo. Deberías ser capaz de usar tus poderes para aumentar ese vínculo, reforzarlo.

Dalinar aferró la barandilla de piedra labrada. No se opuso a su idea; no era de los que rechazaban nada sin planteárselo al menos.

—¿Qué sabes de mis poderes? —le preguntó Dalinar.

—Tus capacidades son las que crearon el Juramento original —dijo ella—. Ya existían, y habían recibido nombre, mucho antes de que se fundaran los Caballeros Radiantes.Un Forjador de Vínculos conectó a los Heraldos a Braize, los hizo inmortales y encerró a nuestros enemigos. Un Forjador de Vínculos doblegó otras Potencias y trajo a Roshar los humanos, que huían de su mundo agonizante. Un Forjador de Vínculos creó, o por lo menos descubrió, el vínculo Nahel, la capacidad de spren y humanos para unirse y formar algo mejor. Tú Conectas cosas, Dalinar. Reinos. Ideas. Personas.

Él contempló el paisaje helado, recién pintado de nieve. Syl pensó que ya sabía cuál iba a ser su respuesta, por la forma en que respiró y apretó la mandíbula antes de dársela.

—Aunque pudiera hacer lo que me pides —dijo—, no estaría bien.

Syl se convirtió en un montoncito de hojas que se desintegró y se meció con el viento.

—Entonces nunca seré capaz de ayudarlo.

—Puedes ayudar sin saber exactamente qué siente. Puedes estar presente para que se apoye en ti.

—Lo intento. A veces no parece desear ni mi presencia.

—Seguro que esos son los momentos en los que más te necesita. Nunca podemos conocer el corazón de otra persona, brillante Sylphrena, pero todos sabemos lo que es vivir y sufrir dolor. Ese es el consejo que habría dado a casi cualquier otro. No sé si se aplica bien a ti.

Syl miró arriba, a lo largo del dedo que señalaba de la torre, alzado hacia el cielo.

—Una… una vez tuve otro caballero. Vinimos aquí, a la torre, cuando estaba viva… aunque no me acuerdo bien de lo que significaba eso. Perdí recuerdos durante el… dolor.

—¿Qué dolor? —preguntó Dalinar—. ¿Qué dolor siente un spren?

—Él murió. Mi caballero, Relador. Fue a luchar, a pesar de su edad. No debió hacerlo, y cuando lo mataron me dolió. Me sentí sola. Tan sola que empecé a perder el rumbo…

Dalinar asintió.

—Sospecho que Kaladin siente algo parecido, aunque por lo que tengo entendido de su dolencia, en él no tiene una causa específica. A veces empezará a… perder el rumbo, como tú lo llamas.

—El cerebro oscuro —dijo ella.

—Una denominación acertada.

«A lo mejor es que ya puedo entender a Kaladin —pensó Syl—. Yo también tuve un cerebro oscuro, durante un tiempo.»

Tenía que recordar cómo había sido aquello. Se dio cuenta de que su cerebro responsable y su cerebro infantil coincidían en esforzarse mucho por olvidar aquella parte de su vida. Pero era Syl quien tenía el control, no ninguno de esos dos cerebros. Y tal vez, si recordaba cómo se había sentido en aquellos días oscuros y antiguos, podría ayudar a Kaladin en sus días oscuros y actuales.

—Gracias —dijo a Dalinar mientras pasaba un grupo de vientospren. Los observó y, por una vez, no le apeteció mucho perseguirlos—. Creo que me has ayudado.

 

 

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Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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