AVANCE – El Archivo de las Tormentas 5 – Flashbacks de Szeth 1 y 2

Durante estos últimos meses Brandon ha leído algunos fragmentos de su primer borrador de la quinta entrega del Archivo de las Tormentas. Hoy os dejamos con el primero de los flashbacks de Szeth que nos lleva de viaje hasta Shinovar, una tierra hasta ahora misteriosa, donde veremos a una persona muy diferente de la que conocimos en El camino de los reyes.

Durante los próximos días iremos compartiendo el otro flashback, así como los capítulos 1 y 2 de Kaladin. Mientras tanto, recordad que también tenemos el prólogo disponible.

Recordad que esto es el primero borrador (de un proceso total de 5 borradores) de Brandon, y el el proceso entero de escritura y revisión suele llevar unos 18 meses. O sea, los borradores son iniciales y las cosas pueden cambiar a la historia final que se publicará en 2024.

el archivo de las tormentas 5 – flashback de szeth #1

leído por brandon durante la New York Comic Con 2022, EL 8 de octubre de 2022

Szeth-hijo-Neturo encontró magia en el aire y, por eso, danzó con ella.

Al principio fueron movimientos estrictos, metódicos, siguiendo los pasos que había memorizado. Él era las extremidades de un roble, rígidas pero prestas. Cuando se estremecieron al viento, Szeth creyó oír sus almas luchando por ser libres, por mudar la corteza como si de un caparazón se tratara y dar paso a una piel nueva que escociera al contacto con el aire frío, y aún así se ruborizara de alegría al mismo tiempo. Doloroso y delicioso, como todo lo nuevo.

En su danza, Szeth arañó la tierra apisonada con sus pies descalzo, sintiéndola entre sus dedos, deleitándose con la sensación del abrazo de Cultivación. Se movió en un amplio círculo, acercándose al límite lo justo como para sentir el roce de la hierba antes volver atrás danzando, girando al son de la flauta de su hermana. La flauta casi parecía viva, una compañera para su danza, el viento cobraba vida a través del sonido. La flauta era la voz del mismísimo aire.

El tiempo se volvía denso cuando danzaba. Minutos de melaza y segundos de sirope. Y con todo, el viento se movía entre ellos, visitando cada instante para entretenerse antes de marcharse entre cabriolas. Lo siguió. Lo imitó. Se transformó en viento.

Se volvió cada vez más fluido. Ya no había rigidez, ya no seguía pasos preestablecidos. El sudor voló de su frente al cielo, él era el aire. Agitándose, girando, casi con violencia. Una vuelta y otra más, sus movimientos veneraban la roca en el centro del parche de tierra. Porque, mientras era el viento, sentía que podía tocar aquella roca sagrada que jamás había conocido las manos del hombre, pero que sentía el viento cada día.

La roca de su familia. La roca de su pasado. La roca a la que dedicaba su danza. Cesó en el baile finalmente, resoplando, bañado en sudor. La música de su hermana se detuvo, dejando como único aplauso el balido de las ovejas. Molly la Cordera había vagabundeado de nuevo hasta la pista circular de danza, y —bendita fuera — estaba intentando zamparse la roca sagrada.

Jamás había sido la más lista del rebaño.

Szeth se quedó de pie, respirando profundamente, mientras sentía cómo el sudor recorría su cara para juntarse en su barbilla, mojando la tierra prensada a sus pies con motas que recordaban a estrellas.

—Practicas demasiado —dijo su hermana, Elid-hija-Neturo—. En serio, Szeth. ¿No podrías relajarte de tanto en tanto?

Szeth la contempló mientras ella se ponía en pie en su asiento en la hierba y se estiraba. Elid, a sus catorce años, era tres años mayor que él. Como él, estaba en el lado bajo de la escala, aunque mientras él era larguirucho, ella era achaparrada. El tronco y la rama, los llamaba Dolk-hijo-Dolk. Lo cual era bastante apropiado, incluso cuando ambos Dolks eran idiotas.

Su hermana lucía su toque naranja, la brillante pieza de tela que indicaba su rango. En su caso un delantal de color naranja brillante, sobre un vestido gris y una camisola de brillante blanco que sobresalía cubriendo cuello y antebrazos. Hizo girar la flauta entre sus dedos, descuidadamente, como si no hubiera roto la anterior haciendo precisamente lo mismo.

Szeth inclinó la cabeza y se acercó a beber un poco de agua del barril. La lluvia lo había llenado con agua pura y cristalina, sin un ápice de residuos. Le gustaba mirar a través del agua, contemplar el fondo de madera… A le gustaba fijarse en lo que no podía verse, como el aire y el agua. Cosas que estaban ahí, pero a su vez, no lo estaban,

—¿Por qué entrenas tanto? —preguntó Eli—Aquí no hay nadie, solo las ovejas.

—A Molli le gusta cómo danzo —dijo Szeth en voz baja.

—Molli es ciega —dijo Elli—. Ahora mismo está chupando la tierra.

—A Molly le gusta probar cosas nuevas —respondió él con una sonrisa mientras miraba al viejo Ewe.

—Lo que sea —respondió Elid, dejándose caer de nuevo sobre la hierba—. Me gustaría que hubiera algo más que hacer por aquí.

—Danzar es algo que hacer —dijo. Tocar la flauta es algo que hacer. Tenemos que aprender a aportar para…

Ella le lanzó una prenda sucia. Szeth la esquivó con facilidad, sus pies se movían ligeros sobre el terreno. Puede que solo tuviera once años, pero en la aldea había quién susurraba que era el mejor danzante entre los suyos. No era algo que le importase mucho. Lo único que le importaba era hacerlo bien. Si se equivocaba, solo quedaba practicar más.

Eli no pensaba lo mismo. A él le molestaba lo poco que ella se preocupaba por practicar, pero no era un tema que a Elid le gustara hablar con él. Últimamente parecía una persona distinta.

Szeth negó con la cabeza, se ató de nuevo su toque, un pañuelo rojo que llevaba alrededor del cuello, y se fue a contar las ovejas. Minutos después, cuando Szeth pasó cerca de Elid para contar las que estaban al otro lado de su hermana, ella aún seguía ahí tumbada contemplando el cielo.

—¿Cress las historias que nos cuentan sobre las tierras al otro lado de las montañas? —preguntó.

—¿Las tierras de los caminapiedras? ¿Por qué no iba a creerlas?

Treinta y siete, treinta y ocho… ¿Dónde está Golondrina?

—Es que suenan tan extrañas…

—Elid, escucha lo que estás diciendo. Pues claro que las historias sobre extranjeros son extrañas.

Ahí está. Treinta y nueve.

—En serio, Szeth. ¿Tierras donde todo el mundo camina sobre las piedras? O sea… ¿qué hacen? Las agarran del suelo y saltan de piedra en piedra esquivando la tierra?

Szeth miró de refilón su roca familiar. Sobresalía de la tierra como si fuera el mismísimo ojo de Conservación, contemplando el cielo, sin parpadear. Medía metro ochenta de diámetro, pero puede que parte de ella estuviera enterrada, y era de un brillante rojo anaranjado. Un toque para Roshar, como el que él mismo llevaba. Szeth había escogido su color deliberadamente.

—Creo —le dijo—, que tienen que haber un montón más de rocas ahí fuera. Creo que es difícil caminar sin caminar sobre la piedra. Y que por eso se han insensibilizado.

—Y entonces, ¿dónde crecen las plantas? Todo el mundo habla de que el exterior está lleno de plantas peligrosas que intentan comerse a la gente. Es lo único de lo que se cuchichea. Por lo tanto… debe haber tierra.

Cierto. A menos que esas plantas fueran como… ¿musgo? Aunque le costaba imaginar mullidos rizos de musgo que fueran peligrosos, la verdad. Quizás las horribles vides que le habían contado que crecían sobre los parches de tierra pero que se estiraban hacia arriba como los tentáculos que podrías encontrar en una *** (criatura cefalópoda de la fauna aparecida en el libro dos). O los de las cosas que vivían en las charcas que formaba la marea cerca de la costa.

—He oído —dijo ella— que ahí fuera se matan constantemente unos a otros. Que allí nadie aporta, solo sustraen.

—Y entonces, ¿quién hace la comida?

—Quizás se comen unos a otros. O quizás se mueren de hambre todo el rato. Ya sabes cómo son los que viven en la costa… 

Esos. Su mirada se perdió, nerviosa, en la distancia… Aunque solo podías alcanzar a ver el océano en los días más despejados. Su hogar en Monteclaro estaba justo al borde de una amplia planicie, ideal para pastorear, con el océano al fondo, cerca del monasterio Cefiro que estaba un poco más allá, en la cresta de la montaña, donde se guardaba una de las Hojas de Honor sagradas.

En opinión de Szeth, aquel era un lugar perfecto para vivir. Podías tanto contemplar las montañas como visitar el océano. Podías caminar durante días atravesando la brillante pradera verde, y jamás escaseaba el pasto para las ovejas. Se agachó para ponerse a la altura de la vieja Molly, y le rascó las orejas cuando ella frotó su cabeza contra él. Puede que lamiera las piedras y comiera tierra, pero siempre estaba dispuesta a un abrazo. Szeth adoraba su calidez, la sensación rasposa de la lana contra su mejilla, la manera en que ella siempre estaba cerca, para acompañarlo, mientras que las demás preferían deambular.

Cuando dejó de abrazarla emitió un balido suave, y Szeth se limpió el sudor seco y salado de la frente. Tal vez no tendría que practicar tanto, pero sabía que se había equivocado en algunos pasos. Y había tropezado varias veces. Su padre decía que habían sido bendecidos en la vida, como personas que podía aportar a los ojos del Granjero. Un estatus perfecto en la vida. No requería el duro trabajo del campo, no estaban forzados a matar y sustraer… se les permitía cuidar de las ovejas y desarrollar sus talentos.

Tener tiempo libre era la mayor bendición del mundo. Quizás ese era el motivo por el que los hombres de los océanos intentaban matarlos y robarles las ovejas. Si pasabas tu vida fuera, en las tierras donde todos andaban sobre las piedras, tu moral se marchitaba y únicamente buscabas sustraer. Los terribles hombres de los océanos no debían disponer de ese tiempo para sí, así que igual que hacían los niños petulantes, simplemente destruían el tiempo de aquellos con quienes se cruzaban.

—¿Crees que el Sirviente del Monasterio llegará a salir alguna vez para luchar por nosotros? —susurró Elid—. ¿Que usará esa espada en una de las incursiones para ahuyentar a los hombres terribles?

—¡Elid! —dijo él, poniéndose en pie—. El Sirviente del Monasterio no sustraería jamás.

—Creo que te equivocas. Madre siempre dice que allí practican con el Arma. ¿Por qué practicarían si no es para…

—Lucharán contra los Portadores del Vacío cuando lleguen —respondió Szeth bruscamente—. Ese es el motivo. No hay otro. —Dirigió la mirada hacia el océano, sintiéndose preocupado, sin motivo, de que pudiera oírle uno de los extraños saqueadores—. —¡Ja! Me encantaría ver a los terribles intentar asaltar Céfiro y plantarle cara a la Sirviente. Puede volar, ¿sabes? Puede…

—No hables de eso. No aquí fuera.

Elid, que seguía tumbada en la hierba, puso los ojos en blanco. ¿Qué había hecho con la flauta? Si había vuelto a perder otra, su padre tendría que tallarle, otra vez, una nueva…

Ella también odiaba que sacara ese tema, así que se obligaba a permanecer callado. Se apartó de Molly y miró el suelo que había estado lamiendo.

Y encontró otra roca.

Sobresaltado, dio un paso atrás, a medio camino entre sorprendido y aterrorizado. Esta era pequeña comparada con sus otras rocas. Apenas medía un palmo. Sobresalía de la tierra, quizás a raíz de la lluvia nocturna de siempre. Szeth se llevó los dedos a los labios, echándose hacia atrás. ¿La habría pisado en su danza? Estaba en la tierra apisonada del anillo de danza que rodeaba la roca, en pleno camino.

Qué… ¿Qué debería hacer? Esta era la primera roca que veía surgir en la vida. Incluso las de las otras aldeas y campos, que estaban cuidadosamente señaladas y era reverenciadas como correspondía, habían estado ahí durante años.

Una… una roca nueva. ¿Era una señal?

—¿Qué te pasa? —dijo Elid—. Te ha pisado Molly, ¿o qué?

Szeth no era capaz de hablar, así que se limitó a gesticular. Elid, quizás percibiendo el grado de su preocupación, se levantó y se acercó hasta él. Tan pronto lo vió, respiró entrecortadamente.

Compartieron una mirada.

—Iré a buscar a madre y padre —dijo Szeth, y salió corriendo.

el archivo de las tormentas 5 – flashback de szeth #2

leído por brandon durante la New York Comic Con 2022, EL 8 de octubre de 2022

El padre de Szeth, Neturo, estaba arrodillado junto a la roca. Su madre, Zeenid, se encontraba en la ciudad supervisando las clases de pintura, así que le enviaron un mensaje con Tek, uno de sus loros mensajeros.
Szeth no estaba seguro de qué era lo que lo asustaba tanto del hecho de haber encontrado una nueva roca. Danzaba en torno a la otra a diario. Amaba su roca, y la aparición de una nueva era motivo de celebración, eso era innegable. Salvo que… deseaba no haber sido él quien la encontrara. Una novedad suponía una posible celebración, posible atención, posible cambio.
Él tan solo quería que todo siguiera siendo tranquilo. Días tranquilos de brisa lánguida y juntar ovejas. Noches junto al hogar o las velas, escuchando las historias que contaba su madre. No quería emociones ni algo nuevo y grandioso. Algo como esto tenía muchas probabilidades de trascocar lo que amaba.
—¿Qué hacemos padre? —preguntó Elid—. ¿Llamamos a los chamanes de la piedra?
—Depende. Depende.
Su padre era un hombre calmado, y poseía una larga barba que le gustaba llevar atada con una cinta verde en la punta. Su cabeza quedaba ensombrecida por el tradicional gorro alto de caña, y tenía una panza bonachona que probaba su talento y habilidad como cocinero. Él tenía todas las respuestas. Siempre.
—¿Depende? —preguntó Szeth, acercándose hasta quedar medio escondido detrás de su corpulenta figura mientras contemplaba la pequeña roca—. ¿Depende de qué? Hacemos lo correcto, ¿no?
Padre desvió la mirada hacia la roca grande, y volvió a contemplar la nueva.
—Una única roca es una anomalía bendita. Dos… pueden implicar más. Podría implicar que los spren han elegido esta región.
—Espera —dijo Elid con los brazos en jarra—. ¿A qué te refieres?
—Me refiero a que podría haber otras escondidas bajo la superficie, aquí mismo. Es poco probable, pero posible. Los chamanes de la piedra querrán hacerse con toda la región, resaltarla, preservarla y vigilarla durante unos años, como mínimo. Estudiar si surge alguna cosa.
—Y… ¿qué hay de nosotros? —preguntó Szeth.
—Bueno, tendríamos que mudarnos —respondió padre—. Echar la casa abajo, por si accidentalmente estuviera sobre suelo sagrado. Tendríamos que establecernos en otra parte, donde sea que el Granjero nos encuentre tierra. Quizás en la ciudad.
¿En la ciudad? Szeth se giró, contemplando la distancia, aunque la naturaleza ondulante de las colinas impedían ver *** a menos que escalaras una de ellas hasta la cima. Estaba lo suficientemente cerca como para llegar andando en una hora. Le gustaba que estuviera a distancia. Era un lugar que le parecía ruidoso, congestionado, apestoso. En la ciudad daba la impresión de que las montañas no estaban tan cerca porque los edificios las tapaban. Era como si los los prados se hubieran vuelto marrones, sustituidos por calzadas insulsas. Parecía como si el océano estuviera muy lejos, porque ya no podías oler la brisa que provenía del agua.
No es que odiara la ciudad. Pero tenía la sensación de que la ciudad odiaba las cosas que él amaba.
—¡No me quiero ir! —dijo Elid—. Hemos hecho algo estupendo. ¡Hemos encontrado una roca! No deberían castigarnos.
—Si es lo correcto, tendremos que hacerlo . No es así, ¿padre? —dijo Szeth.
Padre permaneció en silencio. Se levantó, estirándose el pantalón y esperó. Szeth no tardó en divisar a alguien que andaba a toda prisa por el camino en dirección a su casa. Una mujer que iba sola, vestida con una larga falda verde como toque, una cantidad de color muy atrevida para su estatus. Por delante lucía un delantal blanco y su pelo, castaño claro y rizado, se agitaba en torno a su cabeza como si fuera una nube.
Llevaba una pala. Szeth dio un respingo, con la mandíbula desencajada. Eso no podía implicar…
Se apresuró para llegar hasta ellos, con la pala sobre el hombro. Padre señaló con la cabeza en dirección a la roca nueva, y madre dejó escapar un suspiro de alivio.
—¿Tan pequeña? Me habías preocupado con el mensaje, Neturo.
—¿Madre? ¿Qué estás haciendo? —preguntó Szeth.
—Una rápida reubicación —respondió—. Extraeremos la roca, la moveremos unos cientos de metros y la colocaremos allí en la tierra. Dejaremos que llueva un poco, para que parezca que ha aparecido de forma natural, y luego se lo contaremos a todo el mundo.
Szeth respiró entrecortadamente.
—¡No podemos tocarla!
Madre sacó un par de guantes de su bolsillo.
—Por supuesto que no. Por eso he traído estos guantes, cariño.
—¡Pero es lo mismo! —dijo Szeth horrorizado. Miró a su padre—. No podemos hacerlo, ¿no?
Padre se rascó la barba.
—Supongo que depende de lo que creas, hijo.
—¿Yo?
—Tu encontraste la roca —dijo padre mirando a madre, que asintió—. Así que puedes decidir.
—Elijo lo correcto —repuso Szeth inmediatamente.
—¿Es correcto que perdamos nuestro hogar? —preguntó padre.
—Yo…
Szeth se contuvo, mirando hacia la casa.
—Debe haber docenas de rocas ahí abajo —dijo padre—. De ser así, no hay duda de que deberíamos mudarnos. Pero en los cientos de años que ha llovido en esta planicie, tan solo ha emergido una. Así que no es muy probable. Mover una piedra unos pocos cientos de metros hará que los chamanes de la piedra sigan vigilando esta región, pero si las rocas no están tan cerca la una de la otra, la preocupación será más nebulosa.
—Pero, igualmente, tendríamos que moverla. En secreto. Se supone que debemos reverenciar la piedra, tratarla como el spren del hogar. Por eso danzas para ella.
—Odiamos a los caminapiedras del exterior por cómo la tratan —dijo Szeth.
Padre se arrodillo posando una mano sobre el hombro de este.
—No los odiamos. Son personas que simplemente desconocen la forma correcta de hacer las cosas.
—Nos asaltan, padre —dijo Elid con los brazos aún en jarra—. Eso no es que simplemente estén confundidos.
—Sí, bueno. Puede que esos sean malvados. Pero eso no se debe únicamente a que viven en un sitio con demasiada roca. Es por las elecciones que hacen. —Sonrió a Szeth y asintió, con la barba zarandeando como solía hacer cuando reía—. Está bien, hijo. Puedes elegir lo que quieras. Si quieres que informemos de esto ahora, lo haremos.
—No podrías… ¿decirme simplemente lo que hacer? —preguntó Szeth.
—No, dudo que pueda —dijo padre—. Es injusto colocarte en esta situación, supongo. Pero lo ha hecho el spren, así que ahora tendremos que vivir con ello. Podemos mover la roca o mover nuestra casa. Aceptaré cualquiera de las opciones.
—Quizá deberíamos dejar que lo medite —dijo madre.
—No —respondió Szeth—. Podemos… moverla.
Tan pronto pronunció esas palabras los tres parecieron relajarse, y él sintió un súbito y vergonzoso arrebato de resentimiento. Su padre dijo que podía elegir, pero claramente los tres querían una decisión concreta. Él sintió que había tomado la decisión no porque fuera la correcta, sino porque era la que ellos querían.
Pero, ¿cómo podían los tres querer algo así cuando no era lo correcto? Tal vez Szeth tenía alguna tara que le impedía ver lo que habían hecho. Quizás era correcto simplemente… ser laxo con el tema.
Aún así, detestaba toda aquella situación. Si le hubieran dicho lo que pensaban hacer, y luego lo hubieran hecho, no hubiera pasado nada. ¿Para qué darle a elegir? ¿Acaso no se daban cuenta de que habían hecho que la culpa de sus actos recayera sobre él?
—Dejadme excavar alrededor —dijo madre poniéndose los guantes—. Parece mentira pero podríamos llevarnos una sorpresa. No me gustaría descubrir que ahí abajo, en secreto, es tan grande como una casa.
Todosse echaron atrás y madre empezó a excavar. Cada vez que la pala arañaba la roca Szeth hacía un gesto de dolor. Aquel no era un sonido natural. Espera que descubrieran que, en efecto, la roca era enorme y así el plan tendría que ser abandonado. Pero al final resultó ser bastante pequeña. Palmo y medio en su lado más largo. De haber querido, podría haberla sostenido con una mano.
No, no pienses así, se dijo, apartando la mano a un lado. Molli la corredera parecía notar su tensión, se restregó contra él y Szeht pudo sentir su lana, su calidez. Con la esperanza de extraer fortaleza de ello.
Incluso madre se mostraba ligeramente insegura, ahora que había extraído la roca. Dio un paso atrás y la dejó en el agujero. No la había tocado para nada.
—La has arañado —dijo Elid—. Resulta… obvio.
—Una vez la volvamos a enterrar nadie verá los arañazos.
—¿En cuánto lío estaríamos metidos si alguien descubre lo que hemos hecho? —preguntó Elid.
—Sospecho que el Granjero no estaría contento —respondió padre, que luego se echó a reír, y parecía una risa sincera—. Tal vez requiera de un poco de tarta para compensar. No me mires así, Szeth. Somos devotos porque elegimos serlo. Así que el tipo de devoción es una elección nuestra.
—No… no lo entiendo. ¿No nos dicen los chamanes de la piedra lo que debemos hacer?
—Ellos transmiten las enseñanzas de los spren —dijo madre, echándose la pala al hombro—. Pero nosotros elegimos interpretar esas enseñanzas. Lo que hacemos hoy aquí es reverente. Al menos, lo suficientemente reverente para mí.
Szeth reflexionó un momento. Y se preguntó, ya que este no era el primer indicio que veía en su vida aunque quizás sí fuera el más evidente, si tal vez esa era una de las razones por las que eligieron vivir fuera de la ciudad. Incluso las otras familias de pastores vivían dentro de edificios, bajo la sombra del monasterio.
Desde que tenía memoria, su familia y él se acercaban cada mes para las devociones. No se atrevía a pensar pensar que su familia no fuera devota. Pero… cuanto más mayor se hacía… más preguntas como esa lo asaltaban. Aunque no había sido hasta ese día cuando tuvo que afrontar los hechos. ¿Cómo le hacía sentir el hecho de que sus padres estuvieran haciendo algo sabía que los chamanes de la piedra desaprobarían?
Seguían allí de pie, contemplando la roca, cuando sonaron los cuernos. Padre alzó la mirada y susurró una plegaria en voz baja al spren de su roca. Los cuernos significaban que había saqueadores en la costa, provenientes del este y de las tierras de los caminapiedras.
De golpe, Szeth se sintió presa del pánico.
—¿Qué hacemos? —preguntó.
—Junta a las ovejas —respondió padre—. Rápido. Tenemos que llevarlas al valle Dison cerca de la ciudad. El Granjero tiene tropas en la zona. Estaremos a salvo si vamos a las tierras del interior.
—Pero, ¿y esto? —dijo Szeth, señalando la roca—. ¿Qué hacemos?
Madre, en un alarde de súbita determinación, se limitó a agacharse y agarrar la roca entre sus manos enguantadas. Los cuatro se quedaron quietos, y dirigieron la mirada hacia el interior, donde se hallaba la roca familiar. Estaba allí, sin pestañear, sin moverse. Ninguno de ellos cayó desplomado. Y a Szeth pudo aventurar, por la forma en que sus padres se relajaron tras un segundo, que ellos tampoco estaban muy seguros de lo que iba a pasar a continuación.
Al menos parecía que no habían estado moviendo piedras en secreto toda su vida. Era una experiencia nueva para ellos. Madre caminó hasta un árbol cercano y depositó la roca con cuidado en un recoveco nudoso cerca de las raíces. Luego utilizó un puñado de hojas para esconderla.
—Por ahora servirá —dijo madre—. Si los saqueadores vienen hasta casa, la piedra no les llamará la atención. No las sienten ni comulgan con ellas. Ignoran a los spren.
Padre y Elid fueron a juntar a las ovejas. Szeth se aferró a Molli, que emitió un suave balido, y deseó que aquel día jamás hubiera empezado.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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