AVANCE – El metal perdido: Cap. 19

Como quien no quiere la cosa, hemos llegado a la gran cita cosmeril de este año, ya que mañana se publica El metal perdido en inglés y el jueves sale en español. Muchos años de espera para ver hacia dónde encaminará sus pasos nuestro  cuarteto favorito. Momento de descubrimientos y despedidas, momento de responder preguntas y de dejarnos, seguramente, con muchas más. Y es que hay que recordar que Era 2 se desarrolla entre el arco uno y el dos de El Archivo de las Tormentas. Quizás por eso hemos tardado tanto en poder disfrutarlo. Quizás había cosas que tenían que madurar.

Compartamos hoy el último capítulo de estos avances que nos han entretenido tantas semanas, a la espera de continuar la aventura en unos días más. Por parafrasear otra de nuestras sagas favoritas: viaje antes que destino… Y estamos seguros que al cerrar el libro, siempre nos quedará otro secreto.

¡Comienza la cuenta atrás! Disfrutad del avance, y como siempre, ¡podéis visitar el canal #tmetal-perdido-spoilers de nuestro Discord para comentar y compartir vuestras teorías!

avance del metal perdido: capítulo 19. traducción de manu viciano.

publicado originalmente en la web de Tor, el 14 de noviembre de 2022

capítulo 19

Tres días más tarde, Wax estaba de pie en su estudio del ático, mirando al oeste hacia Bilming. Esa noche no había bruma. Le parecía que llevaba semanas sin verla.

Los preparativos para la redada de Marasi habían ido bien. En la libreta había instrucciones claras de cómo hacer la entrega. Con la información extraída de los interrogatorios, Marasi había localizado los mismos camiones que los presos iban a utilizar. Tenía la vestimenta exacta de los detenidos y VenDell interpretaría a su líder. Wayne, con uno de sus mejores disfraces, estaría a su lado para ayudar a que colara. Hasta los contenedores de mercancía eran reales.

Partirían en algún momento de esa misma noche. Wax no se acercaría a despedirse de ellos, claro. Podría llamar la atención, y Marasi había tomado toda medida concebible para asegurarse de que el enemigo no descubriera su treta.

«No les pasará nada —se dijo—. Sus disfraces son excelentes y Marasi es de lo más capaz».

Aquello era la Cuenca, no algún pueblo descarriado de los Áridos. Marasi disponía de los mejores alguaciles de la ciudad, y también de abundantes recursos. No le hacía ninguna falta un viejo lanzamonedas con una pistola descargada que aún tenía dolores por haber hecho explotar su laboratorio como un idiota unos días antes.

Aun así, Wax se quedó allí, mirando por los amplios ventanales de su pequeño estudio en el ático. En los últimos años había sido emocionante observar cómo la ciudad iba electrificándose. Tenía evanotipos guardados del proceso, que había tomado cada pocos meses desde aquel punto de vista elevado. Una cuadrícula de luces y calles, de hogares resplandecientes con la apacible luz del progreso, cada uno añadiendo otra estrella titilante a la constelación de Elendel. ¿Llegarían las luces a extenderse tan lejos que en algún momento desterraran por completo la oscuridad?

Steris llegó junto a él y le ofreció una taza de té.

—Con sauce pulverizado —le susurró—, para los dolores.

—Siempre estás en todo —dijo él, y dio un sorbo—. ¿Qué tal los niños?

—Durmiendo. Deberíamos poder volver al trabajo.

Regresaron juntos a la sala de estar, donde casi hasta la última superficie estaba requisada para sostener montones de pasquines. Podrían haber contratado a investigadores para extraer de ellos la información relevante, pero ¿por qué dejar la diversión a otros?

Y de verdad era una diversión. No del tipo que a Wax le había gustado en otro tiempo, pero la diversión era la compañía en la misma medida que la actividad. Se sentaron los dos en el suelo, porque todos los asientos tenían periódicos encima, y siguieron leyendo. Buscando cualquier mención de explosiones en las ciudades de toda la Cuenca.

Para pasar el rato, también buscaban cosas que les hicieran gracia.

—«Paquidermo pringoso practica al piano» —dijo Steris, levantando un pasquín—. ¿Por qué siempre usan la palabra «paquidermo» para hacer esas aliteraciones?

—¿Porque es graciosa? —repuso Wax con una sonrisa—. ¿Por qué está pringoso?

—Por lo visto, estaba metido en una charca —dijo Steris—. Me parece muy traído por los pelos.

Wax levantó su propio titular.

—«Niño come alquitrán, su madre le da rata como antídoto».

—Venga ya, no puede ser verdad —dijo ella, quitándole el periódico de la mano.

Sin embargo, era una historia real, y publicada por una cabecera respetable. Resultaba que hasta las fuentes más intelectualoides se rebajaban a publicar algún artículo sensacionalista para vender ejemplares los días de pocas noticias. Steris sonrió y dejó la hoja en su pila de titulares graciosos.

Para su verdadera búsqueda, Steris tenía un sistema, porque cómo no iba a tenerlo. Al principio leían solo los titulares, pasando deprisa las páginas a la caza de ciertas palabras en letras gruesas o grandes. Cualquier cosa que pareciese prometedora iba a su propio montón. Pero no se leía el artículo, todavía no. Los textos se leerían todos juntos más adelante, para compararlos entre ellos y cribar todavía más.

Ya casi habían terminado con la última remesa de pasquines, que les habían llevado ese mismo día. A Wax le gustaba, sobre todo por pasar tiempo con su esposa, aunque aún parecía estar sufriendo las secuelas de la explosión. La vista le hacía cosas raras, se distorsionaba a veces durante un segundo o dos. Y su mente no dejaba de engañarlo, haciéndole creer que vislumbraba líneas alománticas azules sin estar quemando metal.

Hizo a un lado la preocupación por su salud y, desde luego, no dijo ni una palabra al respecto. No quería preocupar a Steris. Ya había sobrevivido a otras explosiones. Aún le dolía la mano por aquella detonación en la mina de Playa de Polvo, y…

—Aquí hay uno —dijo Steris, enseñándole un titular serio—. Estallido en una estación ferroviaria.

Wax se rascó la barbilla mientras leía.

—Parece que es por un fallo en una caldera. No es muy sospechoso.

—¿Podrían estar encubriendo algo?

Wax negó con la cabeza. Le parecía un lugar muy poco adecuado para hacer experimentos metalúrgicos. Demasiada gente cerca… aunque él mismo hacía sus pruebas en el sótano de una mansión. Así que tampoco podía estar seguro.

Steris lo dejó en la pila de «Quizá» mientras Wax colocaba el titular que había estado leyendo, sobre un incendio que a todas luces había provocado un relámpago, en la de «Improbables». Ninguno de aquellos sucesos terminaba de encajarle, lo cual debería ser motivo de alegría. Quizá sus enemigos no hubieran descubierto la interacción explosiva entre el armonium y el trellium.

Por desgracia, las investigaciones como aquella podían volverse muy frustrantes por ese preciso motivo. Wax no quería encontrar pruebas, porque hacerlo confirmaría sus temores. Pero si no sacaban nada en claro, nunca sabrían si era porque no existían esas pruebas o porque las habían pasado por alto.

—¿«Culebra come caracoles cimbreantes»? —se sorprendió Steris, enseñándole uno de su pila de divertidos—. Es increíble lo mucho que les gusta hacer ese numerito.

—¿Las culebras comen caracoles? —preguntó él.

—Se ve que esta sí.

Steris sonrió, y por Conservación, cómo adoraba Wax esa sonrisa. Se descubrió deseando que no estuvieran haciendo aquello por algo tan importante.

«Cenizas cayendo de nuevo», pensó con un estremecimiento. Había imaginado muchas veces lo que debía de ser vivir en los días mitológicos previos al Catacendro. Cuando la Guerrera Ascendente y el antepasado lejano del propio Wax, el Consejero de los Dioses, recorrían la tierra. Cuando la gente se movía a través de los relatos como el sol tras las nubes un día encapotado.

En aquellos tiempos, el mundo se moría. La ceniza había sido su piel, descascarillándose a medida que el mundo se desintegraba…

Wax suspiró, se frotó los ojos y volvió a ver aquellos extraños destellos azules. Menos mal que la infusión empezaba a hacerle efecto y el dolor de cabeza por fin remitía.

—¿Wax? —dijo Steris en voz baja—. ¿Querrías haber ido con Marasi y Wayne?

—No les pasará nada —respondió él—. No me necesitan.

—No te he preguntado eso, amor —dijo ella con suavidad.

Wax pensó un momento. Luego negó con la cabeza.

—No, Steris. De verdad que no. Me di cuenta el otro día. Ya he… superado esa etapa de mi vida. De verdad me da la impresión de que eso se acabó.

Salvo por una cosa. Por el hecho de que su hermana estaba implicada. Por ahí fuera. Peligrosa.

La mayoría de las familias tenían sus trapos sucios. Y casi todas eran lo bastante sensatas como para no airearlos. Pero los de la familia de Wax suponían una amenaza para la Cuenca entera.

Cenizas cayendo de nuevo…

Pero era cierto que sentía que aquello se había acabado. Que estaba listo para pasar página. Así que enseñó a Steris un artículo sobre varias ventanas rotas en la ciudad de Demoux. Parecía ser culpa de un pequeño tornado, un primo menor de los más terribles que asolaban los Áridos. ¿Podría ser indicativo de un repentino cambio de presión, como el que provocaría un estallido?

Lo dejaron en el montón de «Improbables». Por desgracia, al cabo de una hora más estaban llegando al final de las pilas sin haber encontrado ni una sola pista decente. Solo muchas posibilidades muy inverosímiles.

Steris lo observó mientras Wax colocaba otro pasquín en la pila de «Improbables». Él sabía lo que estaba pensando, aunque no le insistiera.

—Sí que hay una cosa —reconoció—. Mi hermana. Debería ser yo quien me encargara de ella. Pero tengo un trabajo importante que hacer aquí en Elendel. Y además, ahora ya no soy ese hombre.

—¿Es necesario que seas ese hombre o este hombre? —preguntó ella.

—Debo tomar decisiones. Igual que todo el mundo.

—¿Y cuando volviste a Elendel, al principio? —dijo Steris—. ¿Cuando decidiste renunciar a tus pistolas por primera vez?

—Esto es distinto —explicó él—. En aquella época estaba huyendo de mí mismo. Dejé de huir hace seis años, en las montañas, Steris. Esto es lo que quiero. Esto es quien quiero ser. Soy feliz aquí.

Steris se acurrucó contra él, una firme calidez en el costado.

—Bien, siempre que sepas —le susurró— que no tienes por qué ser uno o el otro. No es necesario que te veas a ti mismo como dos hombres, Wax, con dos vidas diferentes. Esos hombres son la misma persona. El hombre al que amo.

Wax meditó sobre ello, recordó aquellos días en los que había vuelto a Elendel decidido a dejar atrás su pasado en los Áridos. Porque era lo que creía que debía hacer. Y también… bueno, porque una parte de él se había quebrado. Porque tenía una herida que, más adelante, había vuelto a abrir el regreso de Lessie.

Yacer casi muerto en una cumbre helada al sur le había cambiado la perspectiva. Cuando había vuelto a Elendel, había sido capaz de vivir de nuevo. De madurar, de cambiar. Pero aun así… ¿significaba eso que su yo pasado ya no era él? ¿Los anillos interiores de un árbol formaban menos parte de él solo porque ya no estuvieran expuestos al aire?

—Estoy preocupado por ellos —reconoció a Steris—. Y… estoy preocupado por la seguridad de la Cuenca. No quiero comportarme como si no confiara en Marasi y Wayne. Pero… —Metió la mano en el bolsillo y sacó el sobre con el anillo. Que aún no había usado—. El año pasado, cuando VenDell me propuso una misión, no parecía tan apremiante. No daba una sensación tan perturbadora. Me da miedo que lo que sea que pasa se haya hecho demasiado enorme para no reaccionar. Demasiado peligroso para poder pararlo con investigaciones y acción policial, por muy competentes que sean.

—Otro dios —susurró Steris.

Wax sacó un segundo sobre.

—Pedí que me hicieran esto —dijo, y lo sacudió para que cayera su contenido.

Era otro pendiente. Con un matiz rojizo en el metal. No era más que un broquel, y lo único que estaba hecho de trellium era la barrita del centro, ya que el metal no podía fundirse para darle forma.

—Cuando entregué el clavo de trellium a la universidad para que lo estudiaran —explicó—, les pedí que me fabricaran esto. Porque Armonía dejó caer que iba a necesitarlo.

—Entonces, ¿crees que es verdad aquello que dijo Marasi? ¿Lo de otra lluvia de ceniza? ¿El regreso de aquellos… días oscuros?

—No lo sé —dijo él—. Pero según VenDell, Armonía está asustado. Y eso sí que me aterroriza.

Steris dio unos golpecitos con el dedo en el montón de pasquines que tenía en el regazo.

—Identifiquemos el peor caso posible. Plantéate esto: ¿qué es lo más horrible que llegas a imaginar, respecto a lo que estamos buscando?

—¿Mi peor miedo? —dijo él, pensando—. Sería que estemos años por detrás. Que el Grupo esté al tanto de esta interacción entre el armonium y el trellium desde mucho antes de lo que suponíamos, tal vez desde que aquella primera aeronave malwish se estrelló aquí. Mi temor es que el Grupo no esté empezando a planear, sino que estén ya en los últimos pasos de ese plan.

—¿Hay algo que podamos buscar para confirmarlo? —preguntó Steris.

Wax se levantó y contempló la sala atestada de periódicos, cada montón procedente de una ciudad distinta.

—Herrumbres —dijo—. No tendríamos que estar buscando explosiones accidentales. Deberíamos localizar pruebas de explosiones intencionadas. Y además, estos pasquines son demasiado recientes. Si ha ocurrido lo peor, podría hacer ya cinco o seis años de eso. —Calló un momento—. Querrían hacer pruebas. El resultado no sería una sola explosión hace mucho tiempo. Sería una sucesión de ellas… ocultas de algún modo… porque si tuvieran esa arma, les interesaría desarrollarla. Mejorarla.

—¿Cómo? —preguntó Steris—. ¿Quieres que busquemos registros de detonaciones de armonium?

—Dudo mucho que eso apareciera en los pasquines —repuso él, girando sobre sí mismo—. Al Grupo se le da muy bien ocultar cómo traslada sus recursos, sobre todo el contrabando. La investigación de Marasi lo confirma.

Entonces, ¿qué? ¿Era posible siquiera encontrar lo que buscaban? Pruebas de experimentos… de explosiones que habrían querido esconder…

—Terremotos —susurró Wax.

—¿Qué has dicho?

—Terremotos —repitió mientras se arrodillaba al lado de Steris—. Si tenemos razón, las pruebas de explosiones las harían bajo tierra, en las cavernas. Para mantenerlas contenidas y ocultas. Pero es imposible engañar a los sismógrafos.

Se lanzaron de nuevo a los titulares, pero en esa ocasión con un conjunto de criterios muy distinto. Y Wax empezó a saltarse un poco las normas y echaba un vistazo al texto de los artículos en vez de fijarse solo en los titulares. Steris le daba codazos si lo hacía demasiado tiempo, pero Wax tenía curiosidad. Y estaba emocionándose.

Las respuestas tenían que estar allí, en alguna parte.

Les costó tres horas enteras sin dejar de trabajar. Pero al poco de dar la medianoche, Wax lo encontró. Una serie de artículos de un periódico de Elendel sobre algo que había sucedido en Bilming.

—¿Trenes subterráneos? —dijo Steris.

—Informes de extraños terremotos en la ciudad, que empezaron hace unos años —explicó Wax—. Las autoridades lo justificaron enseguida diciendo que Bilming iba a construir una línea ferroviaria bajo tierra, igual que Elendel.

—Tendría sentido —dijo Steris mientras leía otro periódico que daba más detalles—. Nosotros también utilizábamos explosivos para volar roca y construir los túneles.

—Pero ¿para qué quiere Bilming trenes subterráneos? Ya tienen esa línea elevada de la que tan orgullosos están. Les encanta presumir de ella. Y además, estas explosiones llevan produciéndose cuatro años y medio, y no tienen ni una sola línea subterránea en funcionamiento.

—Sí que es sospechoso —convino Steris mientras leía en diagonal el siguiente artículo—. Muy sospechoso. Hace siete meses se puso en marcha una iniciativa nueva. Hay informes de edificios sacudidos por detonaciones a gran escala. Llegaron a captarse aquí, en Elendel.

—Lo tratan como un escándalo financiero de constructoras desfalcando fondos públicos, pero está claro que es más que eso.

Steris asintió con vigor. La cabecera que lo había descubierto no era la fuente más fiable de todas —era la que llevaba un tiempo publicando las estrafalarias historias de ese necio de Jak—, pero allí estaba pasando algo, y algunos otros pasquines lo confirmaban, ahora que sabían lo que buscaban.

«Herrumbres», pensó. ¿El Grupo estaba haciendo experimentos debajo de zonas pobladas? ¿Por qué? ¿Era donde habían encontrado cavernas de buen tamaño, sin más? Aquello quizá fuese incluso más gordo de lo que se había temido. ¿Bilming no estaba construyendo una flota?

Sí. Había otros artículos sobre ese tema. Sobre el papel, los astilleros de Bilming estaban creando una fuerza defensiva para toda la Cuenca, por si llegaba un ataque desde el sur. Pero habían empezado a hacerlo antes de que llegaran las primeras aeronaves malwish, y desde luego les gustaba alardear de las capacidades de sus cañones.

En teoría, esos barcos estaban bajo el control de Elendel. Pero eso no se lo creía nadie.

—Wax —dijo Steris—. Esa lista de envíos que había en el cuaderno de Marasi. Con los que hacían pruebas para ver lo estrictos que eran los controles arancelarios. Para saber lo difícil que sería pasar algo de contrabando hacia Elendel.

A Wax se le heló la sangre. ¿Qué podían querer introducir en Elendel?

Una bomba.

—Sonaba a que estaban comprobando distintos tamaños de carga —dijo—. Y la probabilidad de que los inspeccionaran si llegaban por tren o camión.

—¿Y cómo de grande sería esa bomba? —preguntó Steris—. Si existiera.

—Lo grande sería el generador —explicó Wax—. Si la bomba funcionara según la mecánica que hemos descubierto, necesitarían una cantidad de energía enorme. Más de la que transportan las líneas normales a las casas, y hasta más que las industriales. Lo más seguro es que tuvieran que construir un armazón inmenso para el aparato.

—Y eso explica que estuvieran comprobando qué tamaños despiertan sospechas y cuáles no. Wax, si tienes razón, lo que estamos leyendo en los periódicos sugiere que llevan experimentando con esto más de cuatro años. Es muy posible que ya tengan la bomba. Solo están…

—… pensando en cómo meterla en la ciudad.

Herrumbres. Wax miró hacia la mesita, donde estaban los sobres. Luego, por fin, sacó el primer pendiente, el que le había enviado Armonía. Habían pasado seis años. Wax se había vuelto cada vez más reacio a tener nada que ver con Armonía. Ya no odiaba a Dios, pero aun así…

Miró a Steris, que asintió. Así que Wax se puso el pendiente.

Y de pronto estaba en otro lugar.

Flotaba, veía el mundo entero ante él, y también la oscura inmensidad que había más allá. Se desorientó por unos instantes, aunque le daba la impresión de tener los pies apoyados en terreno firme. Era desconcertante.

Aquello no solía pasar cuando se ponía un pendiente. Pero sí que había ido allí en otra ocasión. Desde aquella cumbre helada.

Armonía estaba de pie a cierta distancia. Una figura serena vestida con la túnica tradicional terrisana. Ojos bondadosos. Wax, vacilante al principio, cruzó el suelo invisible hacia Armonía. Si permitía que se le desenfocaran los ojos, Armonía daba la impresión de ser tan amplio como el propio Cosmere, con dos extensas alas. Una negra, una blanca. Se unían aovilladas en el centro y sus bordes se prolongaban hasta el infinito.

Y en el núcleo de todo estaba aquella figura. Un hombre terrisano. Cabeza rasurada. Rasgos  redondos en un rostro alargado. La cara de una leyenda, esperando con las manos a la espalda. Con aspecto preocupado.

—La última vez que vine aquí —comentó Wax—, estaba muerto.

—Muriendo —dijo Armonía—. En el mismo umbral de la muerte. A veces creo que es ahí donde resido. Siempre ahí, como una moneda equilibrada de canto, con un abismo a cada lado…

—¿Dónde está aquello rojo que vi la última vez? —preguntó Wax, haciendo un gesto con la cabeza hacia el planeta. Seis años antes, una neblina rojiza se había cernido sobre el planeta, como dispuesta a tragárselo—. ¿Al final la ahuyentaste?

—No —dijo Armonía en voz baja—. Invistió el planeta. Me Invistió… a mí. Lo que viste era una mortaja, Waxillium. Reaccioné demasiado despacio. Es… un defecto mío que se vuelve cada vez más peligroso. Cuando me di cuenta de lo que sucedía, esa mortaja ya me había cubierto. No duele, solo mengua mi capacidad de ver.

—Te refieres a…

—A que no sé lo que está pasando —casi susurró Armonía, contemplando el planeta—. ¿Qué está haciendo Trell? ¿Qué planean? Desplegaron esa neblina como una especie de pantalla de humo. Cuando la ataqué, infectó mi capacidad de percibir el futuro. Es solo temporal. Me habré librado del efecto dentro de unos años, que no son nada en la escala de los dioses. Pero aun así…

—Pero aun así, el peligro es ahora mismo.

—Exacto —dijo Armonía—. Como un miope, alcanzo a distinguir el peligro ahora que lo tengo muy cerca. —Titubeó y miró a Wax—. A ti te veo, te oigo. Estamos Conectados. En consecuencia, sé lo que has descubierto. Creía que me quedaba más tiempo. Solo ahora reparo en que he actuado demasiado despacio. Una vez más, demasiado lento.

Wax consideró aquello, lo sopesó como era debido. No eran asuntos, o conceptos, que tomarse a la ligera. Dios, cegado. Todos ellos, años por detrás del enemigo. Una bomba en proceso y la búsqueda de una forma de llevarla al corazón de su ciudad.

Una pregunta afloró a la superficie. Era un viejo dicho de los vigilantes de la ley. Si querías detener a alguien, necesitabas saber qué quería. Quién era.

—Armonía —dijo—, ¿quién es Trell?

—Trell es la deidad Autonomía —respondió Armonía—. Lo que llamamos una Esquirla de Adonalsium. Autonomía ostenta un poder como el mío, una peligrosa fuerza capaz de manipular la naturaleza misma de la realidad y la existencia. Aunque la recipiente de Autonomía es una mujer llamada Bavadin, sus muchos y distintos rostros, o avatares, actúan de forma independiente. Trell, un dios varón de los antiguos registros, puede considerarse uno de ellos.

Wax parpadeó, sorprendido.

—¿No te esperabas una respuesta tan directa? —le preguntó Armonía.

—No siempre las he obtenido en el pasado.

—Intento mejorar.

De algún modo, aquello era… tan preocupante como saber que Armonía llevaba un tiempo cegado. Los dioses no deberían tener que mejorar.

—Rara vez llega uno a hablar con la propia Autonomía —prosiguió Armonía—. Como he descubierto por mí mismo, habla por medio de avatares. En ocasiones son partes de ella misma a las que ha permitido obtener una semblanza de conciencia propia, y otras veces unas pocas personas elegidas a las que ha concedido una parte de su poder.

»Autonomía se propuso destruir nuestro mundo, ya que supone una grave amenaza para ella. Pero creo que la han convencido de que le permita seguir existiendo, siempre que pueda… controlarse. Autonomía me dio un ultimátum el año pasado, cuando empezaba a quedarme ciego y dio por sentado que más desesperado me encontraría. Exigió que le entregara este mundo y pasara a otro.

»Me negué a su exigencia… y una de las últimas cosas que vi fue la persona a quien Autonomía ha escogido como su avatar. La misma persona que la convenció de que este mundo tenía valor, y que le presentó un plan para dominarlo.

—¿Mi hermana?

Armonía asintió.

—La líder del Grupo. Investida por Autonomía. Avatar de una deidad en este mundo.

Wax soltó aire poco a poco. Telsin.

Pensar en ella le provocó de inmediato una punzada de traición. Recordaba con todo detalle lo que había sido darse cuenta, en un terrible instante, de que Telsin le dispararía. A pesar del amor que sentía Wax por ella, de sus intentos de ayudarla, Telsin se había opuesto a él desde el principio.

El dolor seguía siendo agudo, a pesar de los años. Y Wax comprendió que no había dejado atrás todo su pasado. Todavía quedaba un hilo, un nervio en carne viva, expuesto al aire.

Pensar en Telsin con el poder de una diosa en sus manos… Herrumbres.

La hermana de Wax había pasado sus años de juventud manipulando a la gente. Saliéndose con la suya. Telsin se salía con la suya siempre. Ya era bastante malo cuando lograba convencer a los adultos de que era una chica dulce, obediente y perfecta mientras se escabullía para salir con sus amigos. Pero el juego se había vuelto peligroso al empezar a hacer apuestas mucho más altas con la élite de la ciudad. Y se había hecho mortífero cuando Telsin había descubierto el Grupo y había empezado a influir en la política mundial.

¿De qué sería capaz con aquello?

—¿Y me lo dices ahora? —espetó Wax.

—Contacté contigo hace un año —dijo Armonía—, cuando me quedé ciego. Y tú… seguías sin querer hablar conmigo. Intenté respetarlo.

Maldición.

—Pero Wax —dijo Armonía—, de nuevo ha llegado el momento. Necesito una espada.

Una espada. Era lo que había sido Wax cuando mató a Lessie por segunda vez. Cuando arregló el desastre provocado por Dios. Cuando ejecutó a su kandra rebelde, enloquecida por la falta de clavos.

—Sé que has cambiado —dijo Armonía—. Te he oído antes. Sé que eres feliz. Sé que no quieres saber nada más de mis asuntos.

—Pero mi hermana —respondió Wax— tiene el poder de una diosa. Herrumbres. Marasi y Wayne… ¿Telsin sabe lo que planean con su redada? ¿Mis amigos están en peligro?

—Ojalá pudiera contestarte a eso. Hasta donde alcanzo a entender, el enemigo no sabe nada de su plan. Pero… estoy ciego, y tu hermana es extremadamente peligrosa. Wax, ya he intentado resolver esto de otras maneras. He fracasado. Por eso estoy recurriendo a la única arma en la que siempre he podido confiar.

Wax respiró hondo.

—Dime lo que sabes.

—¿Eso es que aceptas?

—Primero dime lo que sabes. De los planes de mi hermana, de esa diosa. Cualquier cosa relevante.

—Ya te lo he contado casi todo —dijo Armonía—. Quizá también deberías saber que cada uno de esos poderes, de esas Esquirlas, tiene lo que llamamos una Intención. Una motivación que guía sus actos. Yo ostento dos: una me lleva a preservar y proteger, la otra me lleva a destruir.

»La motivación de Autonomía es separarse del resto de nosotros, seguir su propio camino. Anima a sus seguidores a demostrar su valía, y recompensa a quienes muestran audacia, a quienes sobreviven contra toda esperanza. Respeta los grandes planes y los grandes logros. Imagino que por eso tu hermana ha persuadido a Autonomía de que no destruya nuestro planeta sin pensárselo. O por lo menos, de que retrase esa destrucción.

—Aun así, Telsin planea una catástrofe —dijo Wax—. Pretende aniquilar Elendel. Pero ¿qué ganaría con eso? Las demás ciudades se sublevarían contra un acto de destrucción tan terrible. No puede creer que la seguirán si mata a tanta gente.

—Está desesperada —respondió Armonía—. Tu hermana se ha establecido en Bilming. La encontrarás allí, construyendo un nuevo imperio. Debe de saber que su diosa todavía anhela guerrear contra nuestra gente y exterminarla. Así que intenta la única opción que le queda. Si Telsin destruye Elendel, puede intentar apoderarse de la Cuenca y demostrar a Trell que es capaz de gobernar este planeta. No sé si es su verdadero motivo, pero es el que más probable me parece. —Armonía miró a Wax—. Lo siento. No me di cuenta de que estaría dispuesta a tanto.

Wax apartó la mirada, pero era difícil reprochárselo a Armonía. El propio Wax había estado cegado por Telsin durante años, y él no tenía la excusa de una mortaja divina. Siempre había dado por sentado que él era de los pocos, si no el único, que la conocía de verdad. Hasta que se había descubierto a sí mismo como un peón más en sus juegos, viendo solo un rostro falso. Quedando como un idiota. ¿Por qué había pensado que Telsin manipularía a todo el mundo excepto a él?

Porque una parte de él había querido a su hermana. Hasta el mismo instante en que ella había apretado el gatillo y le había mostrado la verdad. Que para ella la familia no era más que una poderosa soga con la que atar y manipular.

—Si lo que has descubierto es verdad —dijo Armonía—, tal vez no nos quede mucho tiempo para que me libere de la mortaja. Autonomía está movilizando un ejército de otro mundo para invadir este planeta y destruir a sus habitantes. Telsin maniobra para sortear ese desenlace. Los dos planes son catastróficos para nosotros, y ambos están en marcha.

Maldición. Wax respiró hondo de nuevo.

—Me pediste que hiciera un segundo pendiente. Es lo que por fin me decidió a hablar contigo. ¿Por qué?

—Esperaba que funcionase —dijo Armonía, con un asomo de sonrisa en los labios—. Un buen misterio es la mejor invitación.

—¿Y bien? ¿Qué hago con él?

—Cuando Vin, la Guerrera Ascendente, estaba resistiéndose a Ruina, no cayó en la cuenta de que el pequeño pendiente que llevaba puesto la enlazaba con él. Permitía a Ruina meterse en su cabeza, hablar con ella. Conectar con ella. —Señaló con el mentón el pendiente de Wax—. Con un clavo de trellium, estarás Conectado con la avatar de Trell, más o menos del mismo modo que ahora lo estás conmigo. Ella podrá percibirte, y tú a ella.

—No sé si es buena idea —repuso Wax, negando con la cabeza—. Siempre que nos juntamos, termina derrotándome. No debería intentar jugar a sus juegos.

Armonía sonrió. Fue una sonrisa tenue, de alguien con demasiadas cargas encima para manifestar la emoción con ganas. De hecho, parecía tener que forzarla.

—Como desees. Es una herramienta a utilizar. Yo he perdido una partida tras otra contra Autonomía, pero aún tengo ayuda que enviarte. Parte de ella no se da cuenta de que soy el responsable de su despliegue. Pero no sé lo urgente que es nuestra tarea. No sabía que su bomba pudiera estar preparada. Me han pillado por sorpresa. Era su objetivo, creo. Así que debo preguntártelo: ¿serás de nuevo mi espada, Waxillium?

—¿Es absolutamente necesario?

—Depende —dijo Armonía—. De qué te parezca la idea de que tu hermana ocupe mi lugar como guardiana de este planeta.

—¿Es… una posibilidad real?

—Sí.

—Maldición.

—Si trastocas el plan de Telsin, Autonomía la abandonará. Es nuestra mejor apuesta.

—¿Y ese ejército que trae Autonomía?

—Habrá que confiar en que tengamos tiempo de detenerlo después de que el plan de tu hermana descarrile.

No parecía una estrategia muy firme. Wax miró a Armonía, y en esa ocasión vio algo diferente. No la inmensidad de los poderes, ni siquiera la figura legendaria. Vio a un hombre. Arrojado a una guerra para la que nadie había estado preparado, tratando de ponerse al día y aprender a blandir unos poderes con los que era de suponer que los demás llevaban milenios entrenando.

«Hace lo que puede —pensó Wax—. Y eso mientras se esfuerza en evitar que lo aplasten los poderes opuestos que ostenta. Necesita ayuda, y yo soy todo lo que hay».

Cuando Wax se había marchado a los Áridos, había sido para escapar. Pero se había quedado allí porque la gente lo necesitaba.

Había hallado la paz en Elendel. No regresaría al campo de batalla porque quisiera ni porque lo necesitase. Esa vez, iría por que lo necesitaban a él.

—¿Será la última vez? —preguntó Wax.

—Lo prometo —dijo Armonía—. La última vez.

—Muy bien —aceptó Wax, y sintió que le caía un peso en los hombros—. Detendré a Telsin. Pero tú tendrás que ocuparte de esa tal Autonomía.

—Consígueme tiempo —pidió Armonía—. Tiempo para recuperarme. Tiempo para forjar más alianzas en los años venideros, y que así podamos enfrentarnos a ella como un planeta unido.

—Aún no me entra en la cabeza que bombardear Elendel sirva para cumplir los objetivos de Telsin —dijo Wax—. Es una medida demasiado drástica. Mi hermana es demasiado racional para eso. Por fuerza, tiene que estar planeando amenazarnos con eso hasta que nos rindamos. Quizá pretenda… no sé, ¿detonar una bomba en un monte de ceniza para meternos miedo?

—Tal vez. No sé cuál es su plan definitivo. Lo siento.

Así que era un misterio. Con algo terrible en juego. Wax miró a Armonía a los ojos.

—¿Hay algo que no me hayas dicho?

—Muchas cosas —reconoció Armonía.

—¿Alguna dolerá, como lo que pasó con Lessie?

—No a propósito —dijo Armonía—. Pero no puedo prometerte que vayas a sobrevivir. O que, si lo haces, sea sin dolor. En estos tiempos no puedo prometer gran cosa.

Wax cerró el puño.

—¿Confías en mí, Waxillium? —preguntó Dios.

—No —respondió Wax con sinceridad—. Pero confío menos en ella. Ya he dicho que voy a ayudarte. Pero no solo soy una espada, Armonía. También soy un vigilante de la ley. Descubriré qué está haciendo Telsin. Responderé a las preguntas que tú no puedes. La detendré así.

—Gracias.

En un abrir y cerrar de ojos, Wax estaba de vuelta en su ático. No había llegado a marcharse, no en el sentido físico. Steris estaba arrodillada a su lado, inquieta.

—Lo han cegado —le dijo Wax—. No se había dado cuenta de lo urgente que era el problema, y me ha pedido ayuda. Que intervenga y detenga a mi hermana. —Cogió a Steris del brazo—. Lo siento. Tengo que irme. Sé que te preocuparás por mí.

—Pues claro que me preocuparé —respondió ella—. Pero ¿crees que no voy a preocuparme si te quedas? Si tienes razón sobre todo esto… —Steris se levantó—. No es cuestión de ellos o yo, Wax. No es cuestión de política o alomancia. No es cuestión de yo o Lessie. Nunca ha sido una cosa o la otra. Esa parte de tu vida no ha terminado solo porque llevaras un tiempo sin necesitarla. Ahora la necesitas. La necesitamos todos.

Wax se levantó con ella.

—Tendré que recoger el gabán y las pistolas de la mansión.

—Lo tengo todo aquí —dijo ella, apartando unas pilas de periódicos para revelar una bolsa de lavandería, de la que sacó el gabán de bruma de Wax.

—Tendría que haber supuesto que lo llevarías a lavar —dijo—. Gracias por…

Alguien llamó a la puerta del ático. Steris y Wax se miraron. ¿Quién podía ser a esas horas de la noche, si ya no había ni sirvientes en casa? Wax fue a mirar y fuera, en el pequeño pasillo que llevaba al rellano del ascensor, encontró un paquete envuelto.

Cerró la puerta y enseñó el paquete a Steris. Al desenvolverlo, vio una hilera de dieciséis viales llenos de lo que parecía ser una disolución de alcohol y copos metálicos. El último tenía el corcho pintado de rojo y estaba envuelto en un papel que decía: «Utiliza los demás en vez de tus viales de siempre. Usa este último solo en caso de emergencia».

Wax los sacó con gesto solemne. Luego fue al armario cerrado con llave que había contra la pared, llevó a la mesa la caja fuerte que contenía y extrajo de ella dos pistolas hechas solo de aluminio, que se contaban entre las mejores creaciones de Ranette. Vindicación II y Superviviente de Acero.

La primera era una poderosa arma de gran calibre, diseñada para cargarle munición mataneblinos en dos recámaras adicionales. Eran balas de gran tamaño, que detonaban de nuevo al impactar para ocuparse de los hemalurgos. Ranette las había creado para expulsar por la fuerza un clavo del cuerpo de una persona a corta distancia. La segunda pistola era un arma elegante de calibre medio, con el cañón más largo de lo normal para disparar balas de precisión. Wax solía cargarla con balas normales que luego podía empujar.

Las metió en las pistoleras que hasta hacía muy poco habían contenido sus revólveres descargados. En la caja había algo más. Una bolsa de sesenta centímetros de longitud que contenía un arma muy especial, desmontada en piezas. El diseño más mortífero de Ranette. Wax titubeó mientras le ponía la mano encima. Lo que había allí dentro no era un arma de alguacil, sino de soldado. Su objetivo era la destrucción.

La devolvió a la caja fuerte. No iba a necesitarla. Era un agente de la ley.

Steris estaba afanándose con el enorme morral de Wax, muy amplio y hecho de grueso cuero, para las provisiones. Metió dentro la munición, más viales con metal y, conociéndola, seguro que algo de comer mientras Wax se apresuraba a recoger otras cosas que quizá necesitara del estudio. Entre ellas, un cinturón con un compartimento forrado de aluminio para llevar los viales de cristal. Al cerrar su pasador, los viales de dentro serían inmunes a un alomante enemigo. Cargó en él la mitad de los viales que le había enviado Armonía.

Al volver con Steris, ella le tendió su gabán de bruma. Wax lo aferró con las dos manos.

—Steris —dijo—. El Senado… No puedo estar en dos sitios a la vez. ¿Hablarás tú con el gobernador? Es mal momento para que me marche, teniendo aquí al nuevo embajador. Diablos, no sería mala idea poner al gobernador sobre aviso, explicarle la posibilidad de una bomba.

—No creo que me haga caso —respondió Steris—. Si a ti los senadores y el gobernador ya no te escuchan, a mí no querrán ni recibirme.

—Aun así, hay que intentarlo.

—También… podríamos nombrar a alguien que represente a la casa.

—Steris —dijo él—, me puse al frente de la casa por tus sueños sobre lo que podríamos lograr. Tus maravillosos sueños. Viste en mi a alguien capaz de hacer lo que era necesario, y tenías razón. —Le agarró el hombro con suavidad—. Yo veo lo mismo en ti. Veo a alguien mejor. He estado trabajando estos años a partir de tus ideas, de tu ingenio. Puedes liderar tan bien como yo. Mejor.

—No se me da bien la gente —susurró ella—. Lo echaré todo a perder. He pensado en ello, he hecho planes y siempre llego a la misma conclusión. No se me debería confiar algo tan importante. Necesitamos a alguien más cualificado.

—¿Y si yo opino que no? —preguntó Wax—. ¿Y si creo que es imposible que haya alguien mejor que tú para representar a nuestra casa? Se gesta una guerra, y la situación empeorará si de verdad descubro una conspiración en Bilming. Necesitamos a alguien que calme los ánimos. Una persona meticulosa, que haya considerado todas las posibilidades.

—No… no sé. Si puedo hacerlo.

—Yo creo en ti, Steris. Nombraré a otra persona si es lo que quieres. Pero creo que lo harás mejor que nadie.

Steris lo miró a los ojos. Luego, titubeante, asintió.

—Gracias —dijo Wax.

—Si de verdad crees que es lo mejor, lo intentaré. Se me da mal la gente, pero a ti se te da bien. Así que la lógica dicta que tal vez tengas razón. Sobre mí. —Le apretó los brazos—. Vete. Yo me ocuparé del Senado. De algún modo.

Wax la besó y, sosteniendo aún el gabán de bruma con una mano, la envolvió con el otro brazo. Mientras lo hacía, unas manos pequeñas abrazaron sus piernas y las de Steris.

—¡Max! —exclamó Steris, apartándose para mirar hacia abajo—. ¿Cómo es que no estás en la cama?

—Porque estoy aquí —dijo el niño.

Steris lo levantó del suelo mientras Wax daba un paso atrás y se ponía el gabán, para luego echarse la pesada bolsa de munición al hombro.

—¿Tienes que irte a luchar contra monstruos? —preguntó Max.

—Si los encuentro —dijo Wax.

—Seguro que sí. Eres el mejor detector que ha vivido jamás. Me lo dijo el tío Wayne. Dice que si hay un tesoro que encontrar, tú lo encontrarás.

—Ya encontré los mejores tesoros, Max —respondió Wax, volviéndose y notando el viejo y familiar roce de las tiras del gabán. Como susurros en un idioma antiguo—. Ahora solo tengo que protegerlos.

Abrió las puertas de la terraza y se lanzó al cielo en dirección a la ciudad de Bilming. Estrellas en lo alto, estrellas por debajo… y una carretera jalonada de luz señalándole el camino adelante.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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