AVANCE – El Archivo de las Tormentas 5 – Flashback de Szeth 3

Os dejamos con un nuevo fragmento del primer borrador de Viento y Verdad, la quinta entrega del Archivo de las Tormentas, en este caso el tercer flashback de Szeth que nos cuenta lo que pasó tras la huida de la familia de Szeth hacia las montañas.

Durante los próximos días iremos compartiendo el otro flashback, así como los capítulos 1 y 2 de Kaladin. Mientras tanto, recordad que también tenemos el prólogo disponible.

Como siempre, recordad que este es el primero borrador (de un proceso total de 5 borradores) de Brandon, y que las cosas pueden cambiar a la historia final que se publicará en 2024.

el archivo de las tormentas 5, viento y verdad – flashback de szeth #3

leído por brandon durante la Dragonsteel Con 2022, el 14 de noviembre de 2022

De alguna manera, Szeth sentía que todavía se encontraba bajo la sombra de las montañas incluso mucho después de que el sol se hubiera marchado. El balido de las ovejas llenaba el aire, atropellándose unos con otros, con una energía nerviosa que recordaba a una matanza. Docenas de familias de pastores se amontonaban en aquel desfiladero, dejando atrás los hogares que se encontraban demasiado cerca de la costa, demasiado cerca de los voraces saqueadores caminapiedras y sus negros bajíos. Szeth y su hermana tuvieron que esforzarse mucho para mantener su rebaño, que guiaron atropelladamente a través del ocaso que se cernía sobre ellos, e impedir que se mezclara con los demás. Separar rebaños que se habían mezclado no era algo imposible. De hecho, era algo inevitable, teniendo en cuenta cómo los pastores y sus familias se alejaban cada vez más, apretujándose contra la falda de las montañas, empujándose nerviosamente en un intento de alejarse tanto como fuera posible de los saqueadores, y acercándose tanto como se atrevieron al sitio donde la tierra daba paso a las rocas. Aquellas montañas también eran sagradas, pero no tanto como las que surgían de abajo. Las montañas eran una fortificación contra el exterior, un muro para mantener a raya a las extrañas gentes del otro mundo. No eran tanto un objeto de adoración como un hermoso símbolo de que los spren amaban a los shin.

Al rato, Szeth y Elid consiguieron juntar sus ovejas en un corrillo separado de las demás. Los animales no conseguirían dormir fácilmente esa noche. Podían sentir la preocupación de sus amos. ¿O acaso percibían algo más? Szeth miró al cielo y las nubes circundantes que tapaban la luna y las estrellas. Sentía la noche como algo opresivo. Las linternas marcaban puntos de luz a los largo de todo el valle abajo, pero casi parecían nadar entre aquella oscuridad, como si fueran estrellas y él estuviera flotando por encima de ellas de algún modo.

Dejó a su hermana contando ovejas y fue hasta donde su madre estaba haciendo fogatas improvisadas mientras discutía el menú de la cena en un intento de calmar a todo el mundo. Sopa de lentejas, sin carne, por supuesto. No eran soldados.

Su madre lo puso a trabajar, que es lo que se dio cuenta que quería hacer cuando se dirigió hacia allí. Sus ganas de tener algo de  tiempo para expresarse estaban muertas y enterradas. Necesitaba sudar, expulsar su nerviosismo y quedarse junto a las ovejas no le hubiera permitido hacerlo. Así que se puso a chafar vegetales con ahínco. No cortarlos: el granjero tenía varios cuchillos de acero bueno hechos de metales creados usando místicos poderes del este, así que ninguna piedra los había tocado durante su forja. Pero no quedaba ninguno disponible. Así que se valió de un mortero y una maja para chafar y mezclar cebolla, ajo y zanahoria, que habían sido asadas ligeramente para ablandarlas. Todo eso se depositaba en un gran cuenco y volvías a repetir lo mismo con otro puñado. Un buen trabajo que no requería pensar.

En la lejana oscuridad empezó a sonar la música de alguien tocando su flauta. Cesó de repente, dejando únicamente balidos nerviosos en el aire. El granjero no quería dejar su puesto durante la noche, por si los saqueadores se habían zafado de los soldados. Szeth había oído que esa era la razón por la que no había fogatas y casi todas las linternas estaban apagadas. De hecho, lo único que lo alumbraba mientras chafaba vegetales era la luz mortecina de la hoguera excavada en el suelo.

A Szeth le gustaba trabajar en sopas como aquella aún incluso cuando las cebollas hacían que le lloraran los ojos. La cocinera que vigilaba la alimentación de la gente en las tierras y que se aseguraba de que nadie pasara hambre había creado aquellos interesantes cucharones de madera para medir. El cuenco del que sostenía en ese momento estaba partido en tres secciones, con algunas porciones para medir más pequeñas a lo largo del mango. Todo lo que tenía que hacer era llenar el compartimiento más grande con zanahoria, el medio con cebolla y el siguiente con ajo. Luego, rellenaba los pequeños terrones del mago con sal, pimienta molida y tomillo respectivamente. Podía depositar todo aquello en su mortero, empezar a machacar, y así siempre mantendría las proporciones correctas. Una vez hecho eso, lo añadía al cuenco junto a una cucharada de lentejas y dos de agua. Con el cucharón medidor podía trabajar a su aire, llenando el cuenco por sí mismo, sin preocuparse jamás por sus medidas o sin verse forzado a probar para saber si la sopa sabía como era debido.

Pese a lo tarde de la hora, no se sentía cansado. Estaba demasiado nervioso para ello. Pero siguió, contento por el trabajo. Lo disfrutaba especialmente porque era casi imposible hacerlo mal. ¿Por qué no había más cosas en la vida que tuvieran una herramienta como aquella para tomar medidas exactas? No se había olvidado de la elección hecha por su familia cuando movieron la piedra. Y, por suerte, ahora que tenía el tiempo necesario para pensar en ello, se sintió cada vez más incómodo. No solo por lo que habían hecho, sino porque los otros tres miembros de su familia se habían puesto de acuerdo con rapidez, sin preocupación aparente. ¿Por qué él era tan distinto?

Inquietarse por ello le produjo una pequeña satisfacción, aunque terminó un cuenco entero de estofado. Lo dejó hirviendo a fuego lento y se puso con el siguiente, a pesar de que la propia cocinera pronto se acercó a comprobar el trabajo por sí misma. Que se hubiera acercado por sí misma era indicativo del nivel de la perturbación. La mujer regordeta llevaba un vestido de todos los colores, con una falda roja, cinturón azul y blusa amarilla. Llevaba el pelo oscuro y rizado recogido en sendos moños gemelos sobre su cabeza, y la falda abierta al frente para dejar ver otro toque de amarillo por debajo. Era una de las que aportaba, una contrapartida a los granjeros en el liderazgo de la región.

—Necesita más pimienta —declaró sobre el estofado que Szeth había dejado atrás.

¿Qué? ¡No! ¿Lo había hecho perfecto! Szeth contempló con horror cómo ella añadía más pimienta, y se alejaba afanosamente llamando a un grupo de pastores para que se acercaran y agarraran boles en rotación. Por… ¿por qué diría algo así? Ella misma había creado el cucharón medidor. Si lo seguías, la sopa sabía bien. No debería ser necesario alterarla de ningún modo. A menos que… él tenía que haber hecho algo mal. ¿Por qué no era capaz de hacer las cosas bien, incluso teniendo las herramientas?

Tras eso, intentó volver a su trabajo, pero se distrajo conforme otra figura vestida de brillantes colores se acercó al fuego. El granjero vestía su túnica, no trabajaría llevando eso puesto, pero la llevaba por encima de su atuendo tradicional de labranza, que debía estar llena de tierra después del trabajo de la jornada. La ropa sucia era un símbolo, pero también lo eran los colores que lucía, así que lo mejor para él era no cambiarse, y cambiarse al mismo tiempo. En este caso, una túnica exterior violeta y una túnica interior de color azul cielo hecha de un material más vaporoso. Para el granjero no había un mero toque de color, él era el color. El granjero era quien aportaba. Tenía una piel pálida, como la de la familia de Szeth, algo que no era muy raro en esta región aunque quienes tenían una tez más oscura predominaban.

—Ah —dijo al ver a Szeth—. Hijo-Neturo. Esperaba encontrar a tu padre aquí junto al fuego.

—Lo encontraré para ti, colores-nimi —dijo la madre de Szeth envuelta en la oscuridad cercana, donde había estado repartiendo los boles a quienes se habían acercado a comer.

El granjero inclinó su cabeza y abrió las manos para indicar que aceptaba la oferta de su servicio, como siempre debe hacerse. Luego aceptó un bol de comida de manos de la cocinera, que se dirigía rápidamente en la otra dirección. Szeth supuso que el granjero se habría negado si los demás no hubieran comido y si ella misma no hubiera comido, pero no se contradecía a la cocinera cuando traía comida.

Entonces el granjero, con sus túnicas emitiendo un crujido, se sentó en un tocón cerca de Szeth quien proseguía sus tareas junto a la gran vasija de estofado. La presencia del hombre hacía que Szeth se sintiera incómodo. ¿Acaso tenía que decir algo? ¿Entretener al mayor? Szeth empezó a sudar, a pesar del frío aire nocturno.

—He oído a tu padre hablar de ti, hijo-Neturo. Que te estás convirtiendo en un bailarín excelente. Quizás puedas danzar para mis trabajadores y para mí alguna vez en el campo.

—Yo… no lo sé, colores-nimi —dijo Szeth ruborizándose en la noche—. Entretener a los granjeros suele ser tarea de los músicos, ¿no es así?

—Es tarea de quienquiera que lo desee —repuso el granjero.

—¿Aporta? Danzar no crea nada ni alimenta a nadie —preguntó Szeth.

—Ah, todavía eres muy joven. Si crees que endulzar la vida de alguien y amenizar sus horas no es una forma de alimentarlo…

El granjero sonrió. El hombre poseía una cara amable, ovalada, como un grano de trigo coronado por lino y pelo. Sus manos eran callosas, con tierra bajo las uñas. Una verdadera señal de nobleza.

—Colores-nimi —se vio preguntando Szeth—. ¿Cómo sabes lo que hacer?

—No estoy seguro de comprenderte, pequeño.

—¿Cómo sabes lo que es correcto? Tomar las decisiones correctas… ¿cómo decides cuáles son?

El granjero se quedó sentado un rato, removiendo su comida, y dando un bocado cada tanto.

—¿Conoces la diferencia entre hombres y animales, hijo-Neturo? —preguntó suavemente.

Szeth frunció el ceño, pero no fue capaz de encontrar las palabras. Aquella parecía una pregunta con múltiples respuestas posibles, y no quería decir la incorrecta.

—Los hombres pueden tomar acciones —dijo el granjero.

—Los animales toman acciones, colores-nimi —dijo Szeth.

—Puede dar la impresión de que lo hacen, sí. Pero si lo piensas, te darás cuenta de que no es así. ¿Actúa la lluvia cuando cae? ¿Actúa la piedra cuando rueda montaña abajo? No, los spren mueven esas cosas. No pueden actuar. No pueden elegir.

Szeth se quedó pensativo. ¿Estaba el granjero poniéndolo a prueba? Porque su propia experiencia indicaba lo contrario. Sí. Debía ser una prueba.

—Tengo una oveja —dijo Szeth—. Molly. Siempre se me acerca y me lame la cara cuando estoy triste. Elige, colores-nimi.

—¿Elige? —dijo el granjero en tono divertido—. Creo que no. Pero supongo que hay cierta sabiduría en que pienses por ti mismo, hijo-Neturo.

Tal vez no fuera una prueba.

—En cualquier caso —dijo el granjero—. Actuar. Elegir. Eso es lo que nos define. Y con todo, ¿me preguntas si sé qué hacer? No lo sé. Esa es la respuesta sencilla. Pruebo, veo, actúo. Los spren mueven la mayoría de cosas que hay en el mundo, niño, pero no a nosotros. Hay un motivo para ello. Uno que enseñan los chamanes de piedra, y uno que valoro mientras trabajo.

—Entonces… ¿debo aprender lo que hacer?

—Intentándolo —dijo el granjero.

—Eso no es suficientemente concreto —dijo Szeth machacando vigorosamente vegetales en su mortero—. Dos personas pueden intentarlo y acabar con respuestas diferentes. Seguro que los spren tienen la verdad. Seguro que, si les preguntamos, nos dirán lo que hacer.

—Si lo hicieran, ¿no sería sencillamente eso lo mismo que movernos? ¿Hacernos de lluvia o de piedra o… de otras cosas que no son capaces de moverse por sí mismas?

Había estado a punto de decir «ovejas», pensó Szeth.

Cuando el granjero terminó el último bocado de su sopa, miró hacia el cielo, la oscuridad apenas rota por los picos de las montañas.

—En otras tierras, los dirigentes no actúan —dijo—. Deciden, pero no actúan. Es por eso que cada día debo traer vida de la tierra. El motivo por el cual tengo que aportar y no sustraer.

Aquello tenía sentido, pero aún así, Szeth se dio cuenta de que la conversación había aportado menos respuestas de las que esperaba. Si el granjero no sabía qué era lo correcto de hacer… entonces, ¿qué esperanza le quedaba a él? A lo mejor, pensó, podía encontrar a los spren y preguntarles. Vivían dentro de todas las cosas, pero eran reservados, y salían únicamente en ocasiones muy especiales. Que Szeth pudiera recordar, solo había visto spren únicamente en tres ocasiones a lo largo de su vida, y cada ocasión había sido fugaz y había terminado antes de que pudiera hacer algo más que limitarse a mirar conmocionado.

El granjero se puso en pie mientras, en la cercanía, el padre de Szeth llegaba hasta el tenue fuego.

—Revisa tu herramienta para remover, hijo-Neturo —dijo el granjero—. Has echado demasiada pimienta a la sopa.

Se alejó para unirse al padre de Szeth, hablando en voz baja mientras lavaba su bol en el abrevadero.

Szeth terminó de preparar el cuenco de sopa en el que trabajaba y se sirvió un bol y otro para su hermana. Se alejó andando entre la oscuridad una vez más, hasta el recodo del valle donde ella estaba  contemplativa, sentada sobre la hierba, con su pequeña lámpara cerámica sobre el regazo. Alzó la mirada tal como Szeth llegó, y se dirigió hacia él con impaciencia. ¿Tan hambrienta estaba?

—Szeth —susurró—. ¡Se nos han perdido tres ovejas!

—Ya les encontraremos de mañana —dijo acercándole el cuenco—. Posiblemente entre otro de los rebaños.

Ella asintió, y lo miró fijamente a través de la luz parpadeante, y desvió la mirada hacia la comida y luego apartó la mirada, nerviosa.

—¿Qué? —demandó Szeth.

—Molli es una de las ovejas extraviadas. Sé que es tu favorita, Szeth. Pero seguro que todo está bien. Estoy segura de que está con otro de los rebaños.

Szeth frunció el ceño. A Molli no le gustaban las otras ovejas. Sí, estaba casi ciega, pero podía olerlas.

—¿Estás segura? ¿No está aquí?

—No. ¿Recuerdas haberla traído?

—La llevé hasta el rebaño antes de partir. Pero… todo era muy caótico…

Szeth miró a los ojos de su hermana, y se giró al sudestes, hacia el océano y su casa. Un resplandor rojizo manchaba el aire en aquella dirección. Los saqueadores caminapiedras. Les gustaba atacar de noche. Sus lámparas de metal eran más efectivas que las de cerámica empleadas por los shin, y sus poderosos arcos podían incendiar los tejados de las aldeas de pescadores.

El granjero ha traído soldados de los nuestros, pensó Szeth. Estarán defendiendo las tierras costeras. Era muy poco probable que ningún caminapiedras atacara tan lejos como donde estaba la casa de la familia de Szeth.

—Me acercaré a mirar —dijo Szeth—. Iré a revisar los demás rebaños cercanos. Molli es fácil de reconocer.

Encendió una linterna para él, la protegió cubriéndola, y partió en su búsqueda. Pero mientras trabajaba hablando con pastores cercanos y preguntando por la oveja extraviada, un sentimiento de pavor se abrió paso en su interior. Molli siempre encontraba su camino de vuelta a casa. Szeth no sabía cómo lo hacía, pero ella era la única de quien no tenía que preocuparse cuando el rebaño se desviaba. Siempre volvía a la granja.

Y así, tras revisar otros cinco rebaños, Szeth dirigió la mirada al sudeste una vez más, hacia el horizonte en llamas. Tal vez fue su conversación con el granjero, enfatizando que el rasgo que definía a los seres humanos era su capacidad de elegir. Tal vez fuera la forma en que su familia había hecho lo que hizo antes, al extraer la roca. Tal vez fue el ambiente y el tono del día en general, susurrando que no había respuestas correctas, tan solo decisiones que tomar.

Pero en ese momento, Szeth tomó una decisión. Una completamente inusual, que probablemente no habría tomado en ninguna otra noche, incluso haciendo frente a las mismas circunstancias desesperadas. Apagó su lámpara, confiando en la luz lunar que se filtraba entre las nubes, y se adentró en la noche. En dirección a su granja para encontrar a Molli. Solo.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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