Avance: El Ritmo de la Guerra – Capítulos 4 y 5

Todavía estamos asombrados con los avances tecnológicos que vimos en los capítulos de la semana pasada, y con la nueva clase de fusionados. Esta semana leeremos los capítulos 4 y 5. ¿Escaparán indemnes nuestros héroes y llegarán a salvo a Urithiru tras enfrentarse a los Fusionados en su huida de Piedralar? ¿Encontrará Shallan la información que persigue sobre los Hijos de Honor?

¡Descubrámoslo juntos!

Además, en el nuevo episodio del CosmereCast hacemos un resumen y compartimos nuestras impresiones sobre los capítulos anteriores: Hasta la Médula y El Cuarto Puente. ¡Esperamos vuestros comentarios de esta semana en nuestro foro, las redes sociales o Discord!

También os dejamos el link al episodio del podcast en YouTube (también disponible en iVoox y en Spotify) donde hablamos de los capítulos 2 y 3 que leímos la semana pasada. 

Identity Crisis, por Xabi Gazte

 

avance: el ritmo de la guerra – capítulos 4 y 5

avance de la traducción del ritmo de la guerra, traducida por manu viciano y cedida por nova

 

4. Arquitectos del futuro

 

Yo empleo el método arnista para extraer luz tormentosa de una gema. Consiste en acercar varias gemas grandes y vacías a la gema infusa mientras el spren está examinándola. La luz tormentosa se ve absorbida poco a poco de una gema pequeña por otra de gran tamaño y el mismo tipo, y varias de ellas actuando en conjunción pueden extraer la luz bastante deprisa. La limitación de este método, por supuesto, estriba en que no solo implica adquirir una gema para el fabrial, sino también varias más grandes para absorber la luz tormentosa.
P
or fuerza existen otros métodos, como demuestran los fabriales con gemas extremadamente grandes creados por el gremio Vriztl en Thaylenah. Si su majestad aceptara exponer mi solicitud al gremio, este secreto tendría una trascendencia vital para el desarrollo de la guerra.

Lección sobre mecánica de fabriales impartida por Navani Kholin a la coalición de monarcas, Urithiru, jesevan de 1175.

 

Cuando despertaron, Radiante se puso al mando de inmediato y evaluó la situación. Tenía la cabeza cubierta por un saco, así que nadie reparó en lo desorientada que estaba. No se movió ni un ápice para no delatarse ante sus captores. Por por suerte, Shallan había fijado su tejido de luz de forma que mantuviera su rostro ilusorio incluso estando inconsciente.

Radiante no parecía estar atada, aunque alguien estaba cargando con ella al hombro. El hombre olía a chull. O quizá fuese el saco.

Su cuerpo había activado sus poderes, la había sanado y había hecho que despertara antes que si no los tuviera. A Radiante no le gustaban el subterfugio ni los fingimientos, pero confiaba en que Velo y Shallan supieran lo que hacían. Ella cumpliría con su parte: juzgar lo peligrosa que era su situación.

Parecía estar bien, aunque incómoda. Su cabeza no dejaba de rebotar contra la espalda del hombre, haciendo que cada paso le apretara el saco contra la cara. Al fondo de su ser, sintió la satisfacción de Velo. Habían estado a punto de dar por fracasada la misión. Era bueno saber todo el trabajo que habían hecho no había sido en vano.

¿Dónde la estarían llevando? Al final ese había resultado ser uno de los mayores misterios, saber dónde celebraban los Hijos de Honor sus pequeñas reuniones. El equipo de Shallan había logrado infiltrar a un miembro en el grupo hacía meses, pero no había resultado ser una persona lo bastante importante para que le proporcionaran la información que necesitaban. Hacía falta un ojos claros.

Sospechaban que Ialai se había hecho con el control de la secta tras la muerte de Amaram. La facción de Ialai planeaba apoderarse de la Puerta Jurada del centro de las Llanuras Quebradas. Por desgracia, Radiante no podía demostrar nada de aquello, y no actuaría contra Ialai sin tener pruebas concluyentes. Dalinar mantenía esa misma actitud, sobre todo después de lo que había hecho Adolin al marido de Ialai.

Lástima que no encontrara la forma de acabar con los dos, pensó Velo.

Eso no habría estado bien, respondió Radiante con un pensamiento. Por aquel entonces Ialai no suponía una amenaza para él.

Shallan no estaba de acuerdo con ella y, por supuesto, Velo tampoco, así que Radiante no insistió. Con un poco de suerte, Patrón estaría siguiéndola a distancia, según sus instrucciones. Cuando el grupo se detuviera y comenzara la iniciación de Radiante en la secta, el spren traería a Adolin y sus soldados por si era necesario sacarla de allí.

Al cabo de un tiempo sus captores se detuvieron y unas manos rudas la bajaron del hombro. Cerró los ojos y se obligó a permanecer flácida mientras la dejaban en el suelo. Piedra mojada y resbaladiza, en algún lugar fresco. Le quitaron el saco y captó un olor acre. Como tardaba en moverse, alguien le vació un cubo de agua en la cabeza.

Había llegado el momento de que Velo tomara el control. Fingió despertar con un respingo, descartando su primera reacción instintiva, que era coger un puñal y cargarse a quienquiera que la hubiese empapado. Velo se secó los ojos con la manga de la mano segura y vio que estaba en un sitio frío y húmedo. Las plantas que había en las paredes de piedra se habían retraído con el ajetreo y el cielo era una grieta lejana en lo alto. Había muchas plantas gruesas y enredaderas en torno a las cuales flotaban vidaspren.

Estaba en un abismo. ¡Por el aliento de Kelek! ¿Cómo habían bajado a los abismos cargando con ella sin que nadie los viera?

A su alrededor había un grupo de personas ataviadas con túnicas negras, cada una sosteniendo en la palma de la mano un brillante broam de diamante. Parpadeó, deslumbrada. Los capuchones que llevaban parecían bastante más cómodos que su saco. Las túnicas tenían bordado el Doble Ojo del Todopoderoso, y Shallan tuvo un pensamiento fugaz sobre la costurera a la que hubieran contratado para hacer todo ese trabajo. ¿Qué le habrían dicho? «Pues sí, sí, queremos veinte túnicas idénticas y misteriosas, con antiguos símbolos arcanos cosidos. Son para… para fiestas.»

Obligándose a interpretar al personaje, Velo alzó unos ojos maravillados y confusos antes de retroceder asustada contra la pared del abismo, espantando a un cremlino de oscura coloración púrpura.

Un hombre de la primera fila fue el primero en hablar, con voz profunda y resonante.

—Chanasha Hasareh, tienes un nombre magnífico y respetable. En honor al legado de Chanaranach’Elin, la Heraldo del Hombre Corriente. ¿De verdad anhelas el regreso de los Heraldos?

—Eh… —Velo alzó la mano para escudarse de la luz de las esferas—. ¿Qué es esto? ¿Qué está pasando?

«¿Y cuál de vosotros es Ialai Sadeas?».

—Somos los Hijos de Honor —dijo otra persona. Mujer en esa ocasión, pero no Ialai—. Es nuestro juramento y nuestro deber sagrado favorecer el regreso de los Heraldos, el regreso de las tormentas y el regreso de nuestro dios, el Todopoderoso.

—Yo… —Velo se lamió los labios—. No lo entiendo.

—Lo harás —dijo la primera voz—. Hemos estado observándote, y concluimos que tu pasión es digna. ¿Deseas derrocar al falso rey, al Espina Negra, y que el reino vuelva como debe a los altos príncipes? ¿Deseas que la justicia del Todopoderoso caiga sobre los malvados?

—Por supuesto —respondió Velo.

—Excelente —dijo la mujer—. Nuestra fe en ti era acertada.

Velo estaba bastante segura de que se trataba de Ulina, una mujer del círculo interno de Ialai. Había empezado siendo una escriba ojos claros poco importante, pero estaba medrando con gran rapidez en la nueva dinámica del poder en los campamentos de guerra.

Por desgracia, si Ulina estaba allí, era improbable que también estuviera Ialai. La alta princesa acostumbraba a enviar a Ulina para hacer las cosas que no le apetecían a ella. Lo cual indicaba que Velo había fracasado al menos en uno de sus objetivos: no había logrado que «Chanasha» pareciera lo bastante importante para merecer una atención especial.

—Nosotros somos quienes provocaron el regreso de los Radiantes —dijo el hombre—. ¿No te has preguntado por qué aparecieron? ¿Por qué está ocurriendo todo esto, la tormenta eterna, el despertar de los parshmenios? Nosotros lo orquestamos todo. Nosotros somos los grandes arquitectos del futuro de Roshar.

A Patrón le habría encantado esa mentira. A Velo le supo a poco. Una buena mentira, una de las deliciosas, tenía que insinuar la oculta grandeza de secretos aún más recónditos. Sin embargo, aquella era el embuste tabernero de un borracho muy venido a menos, tratando de suscitar la suficiente lástima para que alguien le invitara a una copa. Despertaba más pena que interés.

Mraize les había hablado de ese grupo y sus esfuerzos para hacer que regresaran los Heraldos, que en realidad nunca habían desaparecido. Gavilar los había manipulado y había aprovechado los recursos y el fanatismo de la secta para sus propios intereses. Durante esa breve época, habían movido muchos hilos en el mundo.

Pero gran parte de esa gloria había decaído cuando murió el antiguo rey, y Amaram había dilapidado la que quedaba. Aquellos restos dispersos no eran arquitectos de ningún futuro. Eran un cabo suelto, y hasta Radiante coincidía en que aquella tarea, encomendada tanto por Dalinar como por Mraize en secreto, era digna. Había llegado el momento de acabar con los Hijos de Honor de una vez por todas.

Velo alzó la mirada hacia los sectarios, manteniendo un cuidadoso equilibrio entre aparentar cautela y adularlos.

—Los Radiantes. ¿Sois Radiantes?

—Somos algo más grandioso —dijo el hombre—. Pero antes de que te revelemos más, debes ser iniciada.

—Agradezco cualquier oportunidad de servir —les aseguró Velo—, pero esto… es muy repentino. ¿Cómo sé que no sois agentes del falso rey tendiendo una trampa a personas como yo?

—Todo quedará claro a su debido tiempo —dijo la mujer.

—¿Y si insisto en que necesito pruebas? —preguntó Velo.

Las figuras se miraron entre ellas. Velo tenía la sensación de que no habían encontrado demasiada resistencia en sus anteriores reclutamientos.

—Nosotros servimos a la legítima reina de Alezkar —dijo por fin la mujer.

—¿Ialai? —preguntó Velo con un hilo de voz—. ¿Está aquí?

—Antes, la iniciación —dijo el hombre, haciendo un gesto a otros dos encapuchados.

Se acercaron ambos a Velo. Uno era un hombre alto cuya túnica le llegaba solo a media pantorrilla. Se pasó de brusco al cogerla por los brazos e izarla para luego volver a colocarla en el suelo de rodillas.

«Acuérdate de este», pensó Velo mientras el otro encapuchado sacaba un dispositivo resplandeciente de un saco negro. El fabrial tenía incrustados dos brillantes granates y mostraba una serie de complicados bucles de alambre.

Shallan estaba muy orgullosa de aquel diseño. Y aunque a Velo al principio le había parecido un poco ostentoso, tenía que reconocer que era lo adecuado para ese grupo. Parecían confiar en él sin fisuras cuando lo apuntaron hacia ella y pulsaron unos botones. Los granates se oscurecieron y la persona que estaba utilizándolo proclamó:

—No lleva ninguna ilusión.

Venderles aquel aparato había sido divertido y delicioso. Disfrazada de mística, Velo había utilizado el dispositivo para «desenmascarar» a otro de sus Tejedores de Luz en un engaño meticulosamente planeado. Después Velo les había cobrado el doble de lo que pretendía Shallan, y ese precio exagerado había tenido como único efecto que los Hijos creyeran incluso más en su poder. Que el Todopoderoso los bendijera.

—¡Vamos a iniciarte! —exclamó el hombre—. Jura que ayudarás a restaurar a los Heraldos, la iglesia y al Todopoderoso.

—Lo juro —dijo Velo.

—Jura que servirás a los Hijos de Honor y defenderás su obra sagrada.

—Lo juro.

—Jura lealtad a la verdadera reina de Alezkar, Ialai Sadeas.

—La juro.

—Jura que no sirves a los falsos spren que se inclinan ante Dalinar Kholin.

—Lo juro.

—¿Lo ves? —dijo la mujer, mirando a un compañero suyo—. Si hubiera sido una Radiante, no podría haber jurado en falso.

«Ay, dulce y suave brisa —pensó Velo—. Bendita inocencia. No todos somos Forjadores de Vínculos o cosas por el estilo.» Para los Corredores del Viento o los Rompedores del Cielo quizá fuese un problema ir dejando caer por ahí promesas falsas, pero la orden de Shallan se cimentaba precisamente en la idea de que todo el mundo mentía, sobre todo a sí mismos.

Ella no podía incumplir un juramento hecho a su spren sin afrontar las consecuencias. Pero ¿a aquella panda de despojos humanos? Lo haría sin dudarlo ni un momento, aunque Radiante sí que expresó cierta insatisfacción.

—Levántate, hija de Honor —dijo el hombre—. Ahora debemos cubrirte la cabeza de nuevo y devolverte al lugar del que te tomamos. Mas no temas: uno de nosotros se pondrá en contacto contigo pronto para darte más instrucciones y entrenamiento.

—Esperad —dijo Velo—. La reina Ialai. Tengo que verla para demostrarme a mí misma a quién sirvo.

—Quizá termines ganándote ese privilegio —repuso la mujer en tono engreído—. Sírvenos bien y obtendrás mayores recompensas.

Estupendo. Velo se mentalizó para lo que significaba aquello: aún más tiempo en esos campamentos de guerra, haciéndose pasar por una quisquillosa ojos claros, ascendiendo despacio y con cautela dentro del grupo. Sonaba espantoso.

Por desgracia, Dalinar estaba preocupado de verdad por la creciente influencia de Ialai. Aquella pequeña secta quizá fuese chabacana y sobreactuada, pero no les convenía permitir que una presencia militar creciera a sus anchas. No podían arriesgarse a otro incidente como la traición de Amaram, que había costado miles de vidas.

Además, Mraize consideraba peligrosa a Ialai. Eso ya era suficiente indicación para Velo de que había que derribar a esa mujer. De modo que tendría que seguir trabajando en ello, y en consecuencia también tendrían que buscar más formas de colar a Adolin en la zona para que pasara tiempo con Shallan. La pobre chica se marchitaba si no recibía la adecuada atención amorosa.

En su nombre, Velo hizo otro intento.

—No sé si es sabio esperar tanto —dijo a los demás mientras el hombre alto se disponía a ponerle de nuevo el saco—. Deberíais saber que tengo contactos en el círculo interno de Dalinar Kholin. Puedo proporcionaros información sobre sus planes, si tengo el incentivo correcto.

—Para eso ya habrá tiempo —respondió la mujer—. Más adelante.

—¿No queréis saber lo que planea?

—Ya lo sabemos —dijo el hombre con una risita—. Tenemos una fuente mucho más próxima a él que tú.

Un momento.

Un momento.

Shallan se alertó. ¿Tenían a alguien cerca de Dalinar? Quizá estuvieran mintiendo, pero… ¿podía arriesgarse?

Tenemos que hacer algo, pensó. Si Ialai tenía a algún agente en el círculo íntimo de Dalinar, podría constituir una amenaza mortal. Ya no tenían tiempo para que Velo siguiera infiltrándose poco a poco hasta llegar a la cima. Tenían que saber quién era ese espía ya mismo.

Velo retrocedió, cediendo el control a Shallan. Radiante sabía luchar y Velo sabía mentir. Pero si necesitaban resolver un problema deprisa, era el turno de Shallan.

—Esperad —dijo Shallan, levantándose y apartando las manos del hombre que intentaba encasquetarle el saco en la cabeza—. No soy quien vosotros creéis.

 

 

5. Lanzas rotas

 

Si la luz tormentosa se extrae de una gema con la suficiente celeridad, un spren que esté cerca puede verse absorbido al interior de la gema. Este efecto lo provoca un efecto similar al diferencial de presión, creado por la repentina retirada de luz tormentosa, aunque las bases científicas de ambos fenómenos no son idénticas.
El resultado es un spren capturado, que entonces puede manipularse a voluntad. 

Lección sobre mecánica de fabriales impartida por Navani Kholin a la coalición de monarcas, Urithiru, jesevan de 1175.

 

Los Corredores del Viento se elevaron alrededor de Kaladin en formación defensiva. Se quedaron flotando como no podría haberlo hecho jamás ninguna anguila aérea: inmóviles, equidistantes.

Debajo de ellos, pese al caos de la evacuación, los refugiados se detuvieron para alzar la mirada a través de los asombrospren hacia los centinelas de azul. La forma en que los Corredores del Viento descendían en picado y se ladeaban para virar tenía algo natural, pero otra cosa muy diferente era enfrentarse a la visión surrealista de un pelotón de soldados colgando del cielo como si estuvieran sostenidos por alambres.

La niebla se había disipado casi del todo, por lo que Kaladin alcanzaba a ver sin problemas a los Celestiales que avanzaban en la lejanía. La ropa de combate de los enemigos era de colores sólidos, apagados salvo por algún carmesí vivo de vez en cuando. Llevaban túnicas que ondeaban varios palmos tras ellos, incluso en batalla. No serían nada prácticas para caminar, pero ¿para qué caminar si podían volar?

Habían aprendido mucho sobre los Fusionados gracias a la Heraldo Ash. Cada uno de aquellos Celestiales era una entidad antiquísima: se había sacrificado a cantores normales que entregaban sus cuerpos y sus vidas para albergar el alma de un Fusionado. Los enemigos se aproximaban portando lanzas largas, y Kaladin les envidió su forma de moverse con el viento. Lo hacían como si fuese su naturaleza, como si no solo hubieran reclamado el cielo como Kaladin, sino que hubieran nacido para él. Su elegancia lo hacía sentir a él como un pedrusco que alguien hubiera lanzado brevemente al aire.

Tres escuadrones significaban cincuenta y cuatro soldados. ¿Estaría Leshwi entre ellos? Kaladin esperaba que sí, porque tenían que volver a enfrentarse. No estaba seguro de poder reconocerla, dado que había muerto la vez anterior. El mérito de esa hazaña no le correspondía a él, sino a Cuerda, la hija de Roca, que había hecho un gran disparo con su arco esquirlado.

—Tres escuadrones no son tantos como para que necesitemos a todo el mundo —dijo Kaladin a los demás—. Los escuderos por debajo del grado CP4, descended al suelo para proteger a los civiles, y no os enfrentéis a ningún Fusionado a menos que os ataquen primero. Los demás, protocolo primario de enfrentamiento.

Los Corredores del Viento más novatos se dejaron caer a la nave con evidente mala gana, aunque tenían la disciplina suficiente como para no protestar. Al igual que todos los escuderos, incluidos los más expertos a los que había permitido mantenerse en el aire, ese grupo no había vinculado a sus propios spren y, en consecuencia, dependían de tener cerca a un caballero Corredor del Viento de pleno derecho para sus poderes.

Kaladin tenía a unos trescientos Corredores del Viento a aquellas alturas, aunque solo alrededor de cincuenta caballeros completos. Casi todos los miembros originales supervivientes del Puente Cuatro habían vinculado ya a un spren, igual que muchos de la segunda oleada, los que se habían unido a él poco después de trasladarse al campamento de Dalinar. Incluso algunos del tercer grupo, los que se habían incorporado a los Corredores del Viento ya en Urithiru, habían encontrado a un spren con el que vincularse.

Sin embargo, por desgracia, el progreso se había detenido ahí. Kaladin tenía a hombres y mujeres haciendo cola para avanzar y pronunciar sus juramentos, pero no lograban encontrar a honorspren dispuestos a ello. En esos momentos, que Kaladin supiera, había solo uno que deseara formar un vínculo y no lo hubiera hecho.

Pero eso era otro problema, para otro momento.

Lopen y Drehy ascendieron a ambos lados de Kaladin, flotando despacio, mientras cobraban forma unas brillantes lanzas esquirladas en su manos extendidas. Kaladin alzó el brazo, asió su propia lanza cuando esta se materializó a partir de la niebla y luego echó el brazo adelante. Sus Corredores del Viento se disgregaron, volando en distintas direcciones para recibir a los Celestiales que se acercaban.

Kaladin esperó. Si Leshwi formaba parte de aquella fuerza atacante, acabaría viendo a Kaladin. Por delante, los primeros Celestiales encontraron a los Corredores del Viento y les presentaron sus lanzas en desafío. Los gestos eran propuestas de combate singular, que los soldados de Kaladin aceptaron en vez de atacar al enemigo en grupo. Un lego en la materia quizá lo encontraría raro, pero Kaladin había concluido que era mejor aprovechar las costumbres de los Celestiales y sus métodos de lucha antiguos… o arcaicos, según a quién se preguntara.

Los dúos de Corredores del Viento y Fusionados se fueron apartando para iniciar sus competiciones de habilidad. El enfrentamiento resultante era como ver dos corrientes de agua estrellándose entre sí y salpicando a los lados. Al poco tiempo, todos los Corredores del Viento estaban combatiendo y solo quedaba atrás un puñado de Fusionados.

En las escaramuzas a pequeña escala, los Celestiales preferían esperar la ocasión de combatir uno contra uno, en vez de atacar juntos al enemigo. No siempre era sí, y Kaladin se había visto obligado dos veces a luchar contra varios adversarios a la vez, pero cuanto más se enfrentaba a aquellas criaturas, más respetaba sus costumbres. No había esperado hallar honor entre las tropas enemigas.

Al estudiar a los Fusionados que aún no estaban combatiendo, sus ojos se fijaron en una en concreto. Era una mujeren alta con un marcado patrón rojo, blanco y negro en la piel, veteado como una mezcla turbulenta de tres tonos de pintura. Aunque sus rasgos eran distintos, el patrón se parecía mucho al de siempre. Además había algo en su ademán y en cómo llevaba la melena carmesí y negra.

La mujeren lo vio, sonrió y le presentó la lanza. En efecto, era Leshwi. Una líder entre los Fusionados, con la suficiente categoría para que los demás le guardaran deferencia pero no tanta como para quedarse atrás en las batallas. Una condición similar a la del propio Kaladin. Él presentó también su lanza.

La Fusionada voló hacia arriba y Kaladin se apresuró a seguirla. Mientras lo hacía, más abajo se expandió un estallido de luz. Durante un fugaz instante, Kaladin captó un atisbo de Shadesmar y se vio ascendiendo en un cielo negro salpicado de extrañas nubes que fluían como en una calzada.

Una oleada de poder recorrió el campo de batalla e hizo que sus Corredores del Viento se iluminaran de sopetón. Dalinar había abierto por completo una perpendicularidad, convirtiéndose en un reservorio de luz tormentosa que renovaría al instante a cualquier Radiante que tuviera cerca. Era una ventaja significativa, y uno de los motivos por los que seguían arriesgándose a llevar con ellos al Forjador de Vínculos en las misiones.

La luz tormentosa bulló en el interior de Kaladin mientras volaba persiguiendo a Leshwi. La Fusionada llevaba ropa de tela blanca y roja que ondeaba tras ella, un poco más larga que las vestiduras de los demás. Fluyó en reacción a sus movimientos curvándose casi como un líquido cuando Leshwi viró en bucle, apuntó su lanza en dirección a Kaladin y descendió en picado hacia él.

Los Corredores del Viento bien entrenados tenían varias ventajas importantes en aquellos enfrentamientos. Podían desarrollar mucha más velocidad que los Celestiales y disponían de armas esquirladas. Quizá cabría pensar que esas ventajas eran insuperables, pero los Celestiales eran seres antiguos, expertos y astutos. Habían tenido milenios para practicar con sus poderes, y podían volar indefinidamente sin que se les agotara la luz del vacío. Solo la invertían en sanarse y, según había oído Kaladin, en realizar algún enlace muy de vez en cuando.

Y por supuesto, los Fusionados tenían una ventaja singular y terrible contra la gente de Kaladin: eran inmortales. Si se los mataba, renacerían en la siguiente tormenta eterna. Podían permitirse una temeridad que a Kaladin le estaba vedada. Cuando Leshwi y él por fin entablaron combate, haciendo entrechocar sus lanzas y gruñendo al intentar superar el arma del otro para clavarle la propia, Kaladin fue quien se vio obligado a apartarse primero.

La lanza de Leshwi estaba recubierta de un metal plateado que resistía los cortes de una hoja esquirlada. Y lo más importante era que tenía una gema engarzada en la base. Si el arma alcanzaba a Kaladin, la gema absorbería su luz tormentosa y lo dejaría incapaz de sanar: una herramienta que podía resultar mortífera contra un Radiante, incluso estando infundido por la perpendicularidad de Dalinar.

En el momento en que Kaladin se apartó, Leshwi se lanzó más hacia el suelo, dejando una aleteante estela. Él la siguió enlazándose hacia abajo y cayó a plomo a través del campo de batalla. Era un caos hermoso, en el que cada pareja danzaba en su propio combate individual. Leyten pasó como una exhalación justo por encima de él, persiguiendo a un Celestial vestido de gris azulado. Cikatriz volaba por debajo y estuvo a punto de colisionar contra Kara justo en el momento en que ella hería a su oponente.

El aire se llenó de sangre naranja de cantor. Unas gotas salpicaron la frente de Kaladin y otras lo siguieron en su picado hacia el suelo. Kara aún no podía invocar un arma esquirlada, aunque Kaladin estaba seguro de que a esas alturas ya habría podido pronunciar el Tercer Ideal. Si tuviera un spren.

Kaladin remontó el vuelo cerca del suelo, casi rozando la piedra mientras llovía sangre naranja a su alrededor. Por delante de él, Leshwi volaba rasante y pasó entre un grupo de refugiados que estallaron en gritos.

Kaladin la siguió pasando como una centella entre Leven el zapatero y su esposa. Sus chillidos de horror, sin embargo, hicieron que aflojara. No podía arriesgarse a chocar contra civiles. Se elevó hacia un lado y se ralentizó hasta detenerse en el aire, observando, anticipándose.

Lopen pasó volando cerca.

—¿Estás bien, gancho? —gritó a Kaladin.

—Estoy bien —respondió Kaladin.

—¡Puedo luchar yo contra ella si quieres un descanso!

Leshwi emergió por el otro lado y Kaladin dejó de prestar atención a Lopen para lanzarse tras ella. Leshwi y él pasaron rozando los edificios de las afueras del pueblo, haciendo temblar los postigos para tormentas. Descartó la lanza y Syl apareció cerca de su cabeza como una cinta de luz. Kaladin controlaba su dirección general con enlaces, usando las manos, los brazos y los contornos de su cuerpo para afinar el movimiento. Tener tanto aire rugiendo a su alrededor le permitía esculpir la trayectoria, casi como si estuviera nadando.

Incrementó su velocidad con otro enlace, pero Leshwi lo esquivó descendiendo de nuevo entre la muchedumbre. La imprudencia de la Fusionada estuvo a punto de costarle cara cuando pasó junto a un grupo que estaba protegido por Godeke. El Danzante del Filo fue un poco demasiado lento y su hoja esquirlada solo llegó a cortarle la punta de la túnica que ondeaba tras ella.

Después de eso, Leshwi evitó a la gente, aunque permaneció cerca del suelo. La Celestial no volaba tan rápido como un Corredor del Viento, de modo que se dedicó a dar giros repentinos y a rodear obstáculos. Eso obligaba a Kaladin a moderar su velocidad y le impedía aprovechar una de sus mayores ventajas.

Persiguió a su adversaria, disfrutando de la cacería en parte por lo bien que volaba Leshwi. La Fusionada volvió a virar, esa vez en dirección al Cuarto Puente. Aminoró mientras pasaban pegados al lateral del enorme vehículo y se dedicó a escrutar atenta la construcción de madera.

«Está intrigada por la nave aérea —pensó Kaladin, siguiéndola—. Seguro que quiere reunir toda la información que pueda sobre ella.» En las conversaciones de Jasnah con los Heraldos, que llevaban vivos miles de años, habían descubierto que a ellos también los asombraba aquella creación. Por increíble que pareciera, los artifabrianos modernos habían descubierto cosas que ni siquiera los Heraldos habían conocido.

Kaladin abandonó la persecución un momento y se elevó por encima de la gigantesca plataforma. Vio a Roca de pie en un lado del vehículo con su hijo, repartiendo agua a los refugiados. Cuando Roca vio a Kaladin haciéndole gestos, el fornido comecuernos cogió una lanza que tenía cerca y la enlazó para enviarla por los aires. El arma salió despedida hacia Kaladin, que la asió antes de enlazarse a sí mismo hacia Leshwi.

Volvió a ponerse a su cola mientras ella se elevaba en un bucle muy cerrado. Era frecuente que la Fusionada intentara agotar a Kaladin obligándolo a hacer maniobras complejas antes de aproximarse para combatir cuerpo a cuerpo.

Syl, que volaba al lado de Kaladin, miró la lanza que Roca le había enviado. A pesar del viento ensordecedor, Kaladin oyó su bufido de desprecio. Pero en fin, a Syl era imposible infundirle luz tormentosa. Intentar introducir luz en ella era como tratar de llenar una copa que ya rebosara de agua.

Los siguientes cambios de rumbo pusieron muy a prueba las capacidades de Kaladin mientras Leshwi hacía picados y trazaba curvas por el campo de batalla. La mayoría de los demás combatientes estaban inmersos en duelos directos, luchando con lanzas u hojas esquirladas. Algunos se perseguían entre sí, pero ninguno se veía obligado a seguir unas trayectorias tan complicadas como las de Kaladin.

Se concentró. Los demás luchadores se redujeron a meros obstáculos en el aire. Su ser al completo, la totalidad de su atención, se enfocó en dar caza a la silueta que tenía delante. El rugido del aire pareció desvanecerse y Syl salió disparada por delante de él, dejando atrás una estela de luz, una baliza para que Kaladin la siguiera.

Del cielo emergieron vientospren que entraron en formación a su lado mientras Kaladin trazaba una curva cerrada que le atenazó las entrañas, escorándose hacia una Leshwi que pasó como una flecha entre Cikatriz y otro Fusionado. Kaladin la siguió por el espacio que dejaban las dos lanzas, evitó por los pelos que se le clavaran y luego se enlazó para rodearlas hacia Leshwi. Sudando, apretó los dientes por la fuerza del giro.

Leshwi le lanzó una mirada hacia atrás y descendió en picado. Iba a dar otra pasada junto al Cuarto Puente.

«Ahora», pensó Kaladin, e infundió luz en su arma mientras giraba hacia abajo tras Leshwi. La lanza intentó separarse de su mano, pero Kaladin la retuvo incluso mientras la proyectaba hacia delante. Cuando Leshwi estuvo cerca del suelo, por fin soltó el arma, que salió disparada hacia ella.

Pero por desgracia, Leshwi miró atrás en el momento preciso, lo que le permitió esquivar por los pelos la lanza. El arma dio contra el suelo y se astillo, la punta incrustada en el asta. Leshwi ascendió con una maniobra imponente y pasó zumbando cerca de Kaladin, que se desconcentró un momento y estuvo a punto de estamparse de lleno contra las piedras.

Raspó contra el suelo en un aterrizaje duro, tanto que se habría roto huesos de no ser por la luz tormentosa, soltó una palabrota y miró hacia arriba. Leshwi se perdió de vista en la contienda, dejándolo atrás con una exultante maniobra de tirabuzón en el cielo. La Fusionada parecía disfrutar zafándose de él cuando podía.

Kaladin gimió y sacudió la mano con la que había dado contra el suelo. Su luz tormentosa le curó el esguince en cuestión de segundos, pero siguió notando el dolor en una especie de reflejo, como el eco que deja en la mente un sonido fuerte después de haber pasado por los oídos.

Syl apareció en el aire junto a él con la forma de una joven, brazos en jarras.

—¡Y no te atrevas a volver! —gritó a la Fusionada que se había marchado—. O te… hum… ¡O se nos ocurrirá otra cosa más ofensiva que decirte! —Volvió la mirada hacia Kaladin—. ¿Verdad?

—Podrías haberla atrapado —dijo Kaladin— si estuvieras volando sola, sin mí.

—Sin ti sería tonta como una piedra. Y tú sin mí volarías igual que una. Creo que a ninguno de los dos nos conviene preocuparnos de lo que podríamos hacer sin el otro. —Syl se cruzó de brazos—. Además, ¿qué iba a hacer si la atrapara? ¿Mirarla mal? Te necesito para la parte de las puñaladas.

Kaladin se puso en pie con un gruñido. Un momento después, un Radiante de barba blanca descendió flotando cerca. Era extraño lo distinto que podía ser algo tras solo un pequeño cambio de perspectiva. Teft siempre había sido… desastrado. La barba un poco desarrapada, la piel un poco curtida, el carácter mucho de ambas cosas.

Pero allí, flotando en el cielo, con el brillo de la luz tormentosa haciendo relucir su barba, parecía un ser divino. Como un dios sabio salido de las historias que contaba Roca.

—Kaladin, chaval —dijo Teft—, ¿estás bien?

—Bien.

—¿Seguro?

—Que sí. ¿Cómo está el campo de batalla?

—Sobre todo son combates rápidos —informó Teft—. No tenemos bajas de momento, gracias a Kelek.

—Están más interesados en inspeccionar el Cuarto Puente que en matarnos —dijo Kaladin.

—Ah, pues tiene sentido —convino Teft—. ¿Quiere que intentemos impedírselo?

—No. Los fabriales de Navani están ocultos en la bodega. Dar unas cuantas pasadas no revelará nada al enemigo. —Kaladin observó el pueblo y luego analizó el campo de batalla aéreo. Eran choques rápidos, tras los que los Celestiales solían retirarse deprisa—. No están lanzando un asalto pleno, sino poniendo a prueba nuestras defensas y examinando la máquina voladora. Haz correr la voz. Que nuestros Corredores del Viento se lancen en persecuciones con el enemigo y que luchen a la defensiva. Minimicemos nuestras bajas.

Teft saludó mientras otro grupo de lugareños embarcaba en la nave. Los dirigía Roshone, y el viejo fanfarrón parecía preocupado por la gente que tenía a su cargo. Tal vez hubiera recibido clases de interpretación con los Tejedores de Luz.

Sobre la cubierta de la nave, Dalinar refulgía con una luz casi impenetrable. Aunque no era la enorme columna fulgurante que había creado la primera vez que hiciera aquello, el brillo que emanaba seguía siendo tan intenso que costaba mirarlo directamente.

En ocasiones anteriores, los Fusionados habían concentrado sus esfuerzos en Dalinar. Pero ese día revoloteaban en torno a la nave sin tratar de atacar al Forjador de Vínculos. Los asustaba por motivos que nadie comprendía aún, y solo emprendían asaltos directos contra él si contaban con una abrumadora superioridad numérica y apoyo de tropas terrestres.

—Transmitiré la orden —dijo Teft a Kaladin, pero parecía estar dudando sobre él—. ¿Seguro que estás bien, chaval?

—Estaría mejor si dejaras de preguntármelo.

—De acuerdo, pues.

Teft salió disparado hacia el cielo.

Kaladin se sacudió el polvo y miró a Syl. Primero Lopen y luego Teft, comportándose como si Kaladin fuese alguien frágil. ¿Syl habría pedido a los demás que cuidaran de él? ¿Solo porque últimamente se notaba un pelín cansado?

En fin, no tenía tiempo para esas bobadas. Se acercaba un Celestial con la túnica roja ondeando y la lanza tendida en su dirección. No era Leshwi, pero Kaladin aceptó encantado el desafío. Necesitaba echar a volar otra vez.

 

 

Los sectarios se quedaron muy quietos y miraron a Shallan por los agujeros de sus capuchones. En el abismo se hizo el silencio, salvo por el ruido de cremlinos correteando. Hasta el hombre alto del saco dejó de moverse, aunque eso no era tan sorprendente. Estaría esperando a que ella tomara la iniciativa.

«No soy quien vosotros creéis», les había dicho Shallan, dando a entender que se disponía a hacer una revelación sorprendente.

Más valía que se le ocurriera alguna.

Tengo mucha curiosidad por saber adónde vas con esto, le dijo Radiante con un pensamiento.

—No soy solo una mercader —dijo Shallan—. Es evidente que aún no confiáis en mí, y supongo que hay cosas en mi forma de vida que os han extrañado. Queréis una explicación, ¿verdad?

Los dos líderes de los sectarios se miraron entre ellos.

—Por supuesto —dijo la mujer—. Sí, no deberías haber intentado ocultarnos cosas.

Recuerda a Adolin, pensó Radiante. Montar un alboroto podría ser peligroso en términos tácticos.

Shallan había dicho a Adolin y a Patrón, que quizá estuvieran observándola en esos momentos, que si corría peligro crearía una distracción para que pudieran atacar. Intentarían capturar a los sectarios, pero quizá así perdieran la oportunidad de apresar a Ialai.

Con un poco de suerte, comprenderían que Shallan no corría peligro, sino que intentaba sacar información a esa gente.

—¿No os habéis preguntado por qué a veces desaparezco de los campamentos de guerra? ¿Ni por qué soy mucho más rica de lo que debería? Tengo un segundo negocio, uno clandestino. Con la ayuda de mis agentes en Urithiru, he estado copiando los diagramas que desarrollan los artifabrianos de los Kholin.

—¿Diagramas? —preguntó la mujer—. ¿Como cuáles?

—Supongo que os habréis enterado de la enorme plataforma voladora que partió desde Narak hace unas semanas. Tengo los planos. Sé exactamente cómo se construyó. Ya he vendido algunos diagramas de fabriales más pequeños a compradores natanos, pero nada que esté al nivel de esto. Llevo un tiempo buscando un comprador con los medios suficientes para adquirir este secreto.

—¿Vendes secretos militares? —preguntó el sectario varón—. ¿A otros reinos? ¡Eso es alta traición!

Dijo el hombre del capuchón ridículo que intenta derrocar la monarquía Kholin, pensó Velo. Hay que ver cómo es esta gente.

—Solo sería traición si aceptáramos a la familia de Dalinar como dirigentes legítimos —le dijo Shallan—. Yo no lo hago. Pero si de verdad queremos ayudar a que la casa Sadeas se reivindique… estos secretos podrían valer miles de broams. Estoy dispuesta a compartirlos con la reina Sadeas.

—La llevaremos con ella —decidió la mujer.

Radiante le dedicó una mirada calculada, directa y tranquila. Una mirada de líder, una que Shallan había bosquejado una docena de veces mientras observaba a Dalinar relacionándose con gente. Era la mirada de alguien que ostenta el poder sin necesitar decirlo.

«No me arrebatarás esto —decía la mirada—. Si deseas obtener favor por haber estado involucrada en esta revelación, será ayudándome, no apoderándote de él.»

—Sin duda, algún día esto podría… —empezó a decir el hombre.

—Enséñamelo —ordenó la mujer, interrumpiéndolo.

Picaste, pensó Velo. Habéis hecho muy buen trabajo las dos.

—Llevo una parte de los planos en mi cartera —reveló Shallan.

—Hemos registrado la cartera —dijo la mujer, e hizo una seña a otro sectario para que la acercara—. No había ningún plano.

—¿Me creéis tan tonta como para guardarlos donde puedan encontrarse? —preguntó Shallan mientras cogía la bolsa.

Rebuscó en su interior y, con disimulo, aspiró una rápida bocanada de luz tormentosa mientras sacaba un pequeño cuaderno. Pasó a una de las últimas páginas y luego sacó un carboncillo. Antes de que los otros pudieran amontonarse a su alrededor, exhaló con cautela y colocó un tejido de luz. Por suerte, le habían pedido ayuda con los diagramas, porque a Shallan se le daba fatal crear un tejido de luz de algo que no hubiera dibujado antes.

Cuando los líderes sectarios se hubieron colocado detrás de ella para mirar sobre su hombro, Shallan ya tenía la ilusión en su sitio. Al frotar con delicadeza el carboncillo por la página, pareció empezar a revelarse un diagrama oculto.

Te toca, dijo Shallan, y Velo la reemplazó.

—Hay que trazar el diagrama en un papel colocado encima de este —explicó Velo—, apretando mucho. Así se queda marcado debajo, para que lo revele el roce del carboncillo. Esto no es el diseño completo, claro, sino solo lo que llevo encima como prueba para posibles compradores.

Shallan sintió una pequeña punzada de orgullo por la complicada ilusión. Fue apareciendo exactamente como ella quería, revelando como por arte de magia una compleja sucesión de líneas y anotaciones en la página a medida que pasaba el carboncillo.

—No le encuentro el sentido —protestó el hombre.

La mujer, en cambio, se inclinó hacia la ilustración.

—Volved a ponerle el saco —ordenó—. Llevaremos el asunto a la reina. Esto podría interesarle lo suficiente como para conceder una audiencia.

Velo se armó de valor mientras una sectaria le quitaba el cuaderno de las manos, supuso que para probar con el carboncillo en otras páginas, lo que por supuesto no tendría ningún efecto. El hombre alto le puso el saco en la cabeza, pero al hacerlo acercó su cara a la de ella.

—Y ahora, ¿qué? —susurró a Velo—. Esto pinta a problemas.

«No te salgas del personaje, Rojo», pensó ella, agachando la cabeza. Tenía que llegar hasta Ialai y descubrir si de verdad tenía un espía en la corte de Dalinar. Eso implicaba aceptar algunos riesgos.

Rojo era el primero a quien habían infiltrado en los Hijos de Honor, pero la identidad que había adoptado, la de un trabajador ojos oscuros, no había resultado ser lo bastante importante como para permitirle acceder a nada relevante. Con un poco de suerte, juntos podrían…

Llegaron unos gritos cercanos, en el abismo. Velo se volvió, cegada por el saco. Tormentas encendidas, ¿qué había sido eso?

—Nos han seguido —dijo el líder varón de los conspiradores—. ¡A las armas! ¡Son tropas de los Kholin!

Condenación, pensó Velo. Radiante ha acertado.

Adolin, al ver que volvían a ponerle el saco, había decidido que era el momento de ir a lo seguro y capturar a aquel grupo.

 

 

Kaladin intercambió golpes con su enemigo y le acertó una vez y luego otra. Mientras regresaba hacia él, el Celestial descargó su lanza hacia abajo. Pero Kaladin había entrenado con la lanza hasta casi poder luchar dormido. Flotando en el aire y rebosante de luz tormentosa, su cuerpo sabía lo que debía hacer y desvió el golpe.

Kaladin atacó de nuevo y volvió a herir al Fusionado. Danzaban rotando uno en torno al otro. La mayor parte del entrenamiento formal de Kaladin había sido con pica y escudo, pensando en tácticas de formación, pero a él siempre le había encantado la lanza larga, blandida a dos manos. Había en ella un poder, un control. De esa forma podía mover el arma con mucha más destreza.

Aquel Celestial no era tan bueno como Leshwi. Kaladin le hizo otro tajo en el brazo. El corte no tardó en sanar, aunque lo hubiera infligido un arma esquirlada, pero la curación fue más lenta. Su enemigo estaba quedándose sin luz del vacío.

El ser empezó a tararear una canción de los Fusionados, apretando los dientes mientras intentaba empalar a Kaladin con su arma. Todos veían a Kaladin como un desafío, como una prueba. Leshwi siempre luchaba contra él en primer lugar, pero, si Kaladin la perdía de vista o la derrotaba, siempre había algún otro esperando. Una parte de él se preguntó si por eso estaba tan cansado últimamente. Hasta las pequeñas escaramuzas lo agotaban, no le dejaban el menor descanso.

Una parte más profunda sabía que ese no era el motivo ni por asomo.

Su enemigo se preparó para atacar y Kaladin usó la mano libre para sacar un cuchillo de los que llevaba al cinto y lanzarlo cortando el aire. El Fusionado reaccionó de más y abrió la guardia, lo que permitió a Kaladin herirlo de nuevo con la lanza en el muslo. Derrotar a un Fusionado era una prueba de resistencia. Si se le hacían los suficientes cortes, su curación se ralentizaba. Si se le hacían más, dejaba de sanar por completo.

El tarareo de su adversario ganó intensidad y Kaladin tuvo la sensación de que sus heridas ya no estaban curándose. Era hora de entrar a matar. Esquivó un ataque, hizo que Syl se transformara en martillo y lo hizo caer contra el arma del enemigo en un golpe que la hizo añicos. El poderoso impacto dejó al Celestial desequilibrado por completo.

Kaladin soltó el martillo y echó los brazos hacia delante. Syl regresó de inmediato con forma de lanza, firme en sus manos. Había apuntado bien y se la clavó a su adversario en un costado. El Fusionado gruñó mientras Kaladin sacaba la lanza por acto reflejo, la hacía girar y la apuntaba al cuello del enemigo.

El Fusionado lo miró a los ojos y se lamió los labios, esperando. La criatura empezó a descender poco a poco del cielo, su luz agotada, sus poderes fallando.

«Matarlo no sirve de nada —pensó Kaladin—. Renacerá y punto.» Aun así, eso dejaría a un Fusionado fuera de combate durante unos días como mínimo.

«Pero es que ya está fuera de combate —se dijo Kaladin, mirando cómo el brazo de la criatura colgaba a un costado, inútil y muerto por un corte de lanza esquirlada—. ¿Para qué queremos otra muerte?».

Kaladin bajó su lanza e hizo un gesto hacia un lado.

—Vete —le dijo. Algunos entendían el alezi.

El Fusionado tarareó en un tono distinto y luego levantó su lanza rota hacia Kaladin, sosteniéndola con la mano útil que le quedaba. La criatura soltó la lanza hacia las rocas de abajo. Hizo una inclinación de cabeza a Kaladin y se alejó flotando.

Muy bien, ¿dónde había…?

Una cinta de luz roja llegaba rauda por el lado.

Kaladin se enlazó hacia atrás de inmediato y rodó con el arma dispuesta. No había sido consciente de estar dedicando una parte de su energía a vigilar por si aparecía aquella luz rojiza.

La luz huyó de él, consciente de que la había visto. Kaladin trató de seguirla con la mirada, pero acabó perdiéndola en sus maniobras entre las casas de abajo.

Kaladin dejó escapar el aire. La niebla casi había desaparecido del todo, lo que le permitió vigilar la totalidad de Piedralar, un grupito de casas que sangraba gente hacia el Cuarto Puente en un flujo constante. La mansión del consistor se alzaba sobre la colina en el extremo más alejado del pueblo, dominándolo todo. En otro tiempo, a Kaladin le había parecido enorme e imponente.

—¿Has visto esa luz? —preguntó a Syl.

Sí. Era el Fusionado de antes. Cuando Syl era una lanza, sus palabras llegaban directas a la mente de Kaladin.

—Mi reacción rápida lo ha espantado —dijo él.

—¿Kal? —llamó una voz femenina. Lyn llegó volando, vestida con un uniforme alezi azul brillante, dejando escapar luz tormentosa de entre los labios al hablar. Llevaba el pelo largo y oscuro recogido en una trenza apretada y cargaba con una lanza funcional, aunque ordinaria, bajo el brazo—. ¿Estás bien?

—Estoy bien.

—¿Seguro? —dijo ella—. Pareces distraído. No quiero que nadie te apuñale por la espalda.

—¿Ahora te importo? —restalló él.

—Pues claro que sí —dijo Lyn—. Que no quiera que lleguemos a más no significa que hayas dejado de importarme.

Kaladin le lanzó una mirada, pero tuvo que volverse al captar una preocupación genuina en su rostro. Su relación no había sido buena. Él lo sabía tan bien como ella, y el dolor que sentía no se debía a que hubiese terminado. No a eso en concreto.

Era tan solo una cosa más que lo lastraba. Una pérdida más.

—Estoy bien —dijo, y entonces miró hacia el lado al sentir que el poder de Dalinar cesaba. ¿Ocurriría algo?

No, era solo que había transcurrido el tiempo. Dalinar no solía dejar abierta su perpendicularidad durante batallas completas, sino que la empleaba a intervalos periódicos para recargar esferas y a Radiantes. Mantenerla abierta le resultaba agotador.

—Haz llegar un mensaje a los demás Corredores del Viento desplegados —pidió Kaladin a Lyn—. Diles que he visto a ese Fusionado nuevo, el que les decía antes. Ha venido hacia mí como una cinta de luz roja, parecida a un vientospren pero de otro color. Vuela a una velocidad increíble y podría atacarnos a cualquiera de nosotros aquí arriba.

—Hecho —respondió ella—. Si estás seguro de que no necesitas ayuda…

Kaladin hizo caso omiso al comentario y se dejó caer en dirección al barco. Quería asegurarse de que Dalinar estaba protegido, por si aquel extraño Fusionado nuevo decidía atacarle.

Syl se posó en su hombro y descendió con él en postura recatada, con las manos en las rodillas.

—Los demás no paran de preocuparse por mí —le dijo Kaladin—, como si fuese una figurita de cristal que pudiera caer del estante en cualquier momento y romperse. ¿Es cosa tuya?

—¿Qué me estás diciendo? ¿Que tu equipo tiene la consideración de cuidar unos de otros? Eso es culpa tuya, no mía, diría yo.

Kaladin aterrizó en la cubierta de la nave, giró la cabeza y clavó la mirada en ella.

—Yo no les he dicho nada —le aseguró Syl—. Sé lo ansioso que te ponen las pesadillas. Sería peor si hablara a alguien de ellas.

Estupendo. A Kaladin no le había hecho ninguna gracia la idea de que ella estuviese hablando con los demás, pero al menos explicaría por qué todo el mundo estaba actuando tan raro. Fue hacia Dalinar y lo encontró hablando con Roshone, que había subido a la plataforma.

—Los nuevos dirigentes del pueblo tienen a los prisioneros en el sótano para tormentas de la mansión, brillante señor —estaba diciendo Roshone, señalando hacia su antigua morada—. Ahora allí solo hay dos personas, pero sería un crimen abandonarlos.

—Estoy de acuerdo —dijo Dalinar—. Enviaré a un Danzante del Filo para liberarlos.

—Yo le acompañaré —respondió Roshone—, con tu permiso. Conozco la distribución del edificio.

Kaladin bufó.

—Míralo —susurró a Syl—, comportándose como un héroe, ahora que tiene cerca a Dalinar para impresionarlo.

Syl levantó al brazo y dio un capirotazo en la oreja a Kaladin, que sintió un sorprendente dolor agudo, como una descarga de energía.

—¡Oye! —exclamó.

—Deja de hacer el estumo.

—No estoy haciendo el… ¿Qué es un estumo?

—No lo sé —reconoció Syl—. Es una palabra que oí decir a Lift. Pero en todo caso, estoy bastante segura de que tú lo estás siendo ahora mismo.

Kaladin miró a Roshone, que partió hacia la mansión acompañado de Godeke.

—Muy bien —dijo Kaladin—. Puede que haya mejorado. Un poco.

Roshone seguía siendo el mismo ojos claros mezquino de siempre. Pero durante el último año, Kaladin había visto otro aspecto del exconsistor. Parecía preocuparse de verdad. Como si por fin se hubiera vuelto consciente de su responsabilidad.

Aun así, había hecho que mataran a Tien. Kaladin no creía que fuese a poder perdonarle eso a Roshone jamás. Pero al mismo tiempo, no tenía ninguna intención de perdonarse esa pérdida tampoco a sí mismo. De modo que, al menos, Roshone estaba en buena compañía.

Roca y Dabbid estaban ayudando a los refugiados, así que Kaladin les dijo que había vuelto a ver a aquel Fusionado tan extraño. Roca asintió, comprendiendo de inmediato. Hizo un gesto a sus hijos mayores, entre ellos Cuerda, que portaba sujeto a la espalda el arco esquirlado que había pertenecido a Amaram y llevaba puesta la armadura esquirlada completa que había encontrado en Aimia.

Se movieron juntos hacia Dalinar, con menos sutileza de la que creían, para montar guardia vigilando el cielo por si aparecía alguna línea de luz roja. Kaladin miró hacia arriba cuando pasó volando una Celestial, perseguida por Sigzil.

—Esa es Leshwi —dijo Kaladin, y salió volando.

 

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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