Magic: Children of the Nameless – Prólogo
Como sabéis, esta semana se ha publicado de forma gratuita la nueva novela corta de Brandon Sanderson, en la que explora el universo del afamado juego de cartas Magic: The Gathering, donde incluso ha tenido la ocasión de crear un personaje nuevo.
Ante la incertidumbre de si esta obra será traducida al castellano, por temas de derechos, y dado que Wizards of the Coast ya no está traduciendo las cartas al español, hemos decidido ir traduciendo poco a poco esta obra que se ha publicado gratuitamente y que está al alcance de momento de los lectores de habla inglesa.
No podemos prometer nada sobre la periodicidad, pero conforme tengamos cosas hechas las iremos compartiendo con vosotros. De momento, os dejamos con el prólogo que precede al capítulo publicado por io9 en primicia junto a la entrevista que le hicieron.
Aprovecho a pedir disculpas, porque no se me ha ocurrido como traducir el tipo de árbol dustwillow que aparece más abajo. ¡Las sugerencias son bien recibidas!
Primera parte
Prólogo
Existían dos tipos de oscuridad, y Tacenda temía mucho más la segunda que la primera.
La primera era una oscuridad común. La oscuridad de sombras, que la luz pugna por alcanzar. La oscuridad de un armario cerrado, en el que se abre una rendija, o la del viejo cobertizo cercano al bosque. La primera oscuridad, era la del anochecer, que se cuela en las casas al caer la noche como un visitante indeseable al que no tienes más remedio que acoger.
La primera oscuridad tiene sus peligros, especialmente en esta tierra donde las sombras respiran y oscuras cosas ululan en la noche. Pero era la segunda oscuridad, la que acudía a Tacenda con cada mañana, la que ella temía de verdad. Su ceguera estaba vinculada directamente a la salida del sol. Con las primeras luces, su visión se desvanecía. Es entonces cuando la segunda oscuridad la reclamaría, una oscuridad pura, de la que no había escapatoria posible. A pesar del consuelo proporcionado tanto por sus padres como por los sacerdotes por igual, ella sabía que algo terrible la observaba desde aquella oscuridad.
Su hermana gemela, Willia lo entendía. La maldición de Willia era la contraria de la de Tacenda. Willia podía ver durante el día, pero era reclamada por la segunda oscuridad todas las noches. Nunca jamás hubo un momento en que ambas pudieran ver a la vez. Y así, a pesar de ser gemelas, las chicas jamás fueron capaces de mirarse a los ojos la una a la otra.
Conforme crecía, Tacenda intentó superar su miedo a esta segunda oscuridad aprendiendo a tocar música. Se decía a sí misma que al menos todavía era capaz de oír. Ciertamente, aunque ciega, sentía que podía escuchar mejor la música natural de la tierra. El crujir de los guijarros bajo un paso. Los estremecimientos vibrantes de la risa cuando un niño pasaba junto a su asiento en el centro de la villa. En ocasiones, Tacenda incluso sentía que podía escuchar los ancianos árboles al estirarse conforme crecían, un sonido como el de una cuerda al retorcerse, acompañado del gentil suspiro de sus hojas al posarse.
Deseaba poder ver el sol, ni que fuera una sola vez. ¿Una gigantesca, llameante, ardiente bola de fuego en el cielo, más brillante incluso que la luna? Podía sentir su intenso calor sobre su piel, así que sabía que era real, pero ¿cómo sería para los demás vivir sus vidas, contemplando aquella increíble hoguera en el cielo cerniéndose encima suyo?
Las gentes de la aldea conocían las maldiciones opuestas de las chicas y las consideraban marcadas. El toque de la ciénaga estaba en ellas, susurraba la gente. Una cosa buena: quería decir que las chicas habían sido reclamadas, bendecidas.
Tacenda difícilmente sentía que era una bendición hasta el primer día que encontró su verdadera canción. Siendo aún una niña, las gentes del pueblo compraron unos tambores a un vendedor ambulante para ella, para que pudiera cantarles mientras ellos trabajaban en los campos de dustwillows. Decían que parecía que la oscuridad se escabullera entre los árboles cuando ella cantaba, e insistían en que el sol brillaba con más fuerza. Fue uno de esos días cuando Tacenda descubrió un poder en su interior y empezó a cantar una bella y reconfortante canción de alegría. De alguna forma, ella sabía que provenía de la ciénaga. Un regalo que acompañaba la maldición de su ceguera.
Willia susurró que ella también sentía un poder en su interior. Una fuerza extraña, asombrosa. Cuando luchaba con la espada, aunque solo tenía doce años, podía equipararse incluso a Barl, el herrero.
Willia siempre fue la más fiera de las dos. Al menos durante las horas de luz. Por la noche, cuando la segunda oscuridad se apoderaba de ella, temblaba con un miedo que Tacenda conocía íntimamente. En esas largas noches, Tacenda cantaba a su hermana, una muchacha aterrorizada, contrariamente a toda razón, por el hecho de que la luz no fuera a volver a ella.
Fue durante una de esas noches, poco después de cumplir los trece años, cuando Tacenda descubrió otra canción. Vino a ella mientras alguna cosa de la foresta arañaba la puerta, aullando y delirando. En ocasiones la bestias de la foresta venían en la noche, irrumpiendo en las casas, llevándose a quienes moraban en su interior. Era el precio de vivir en Cercanías: la tierra exigía un precio en sangre propia. Había poco que hacer más allá de atrancar la puerta y rezar por la salvación a la ciénaga o al Ángel, dependiendo de las propias preferencias.
Pero aquella noche, mientras escuchaba a su hermana entrar en pánico y los sollozos de sus padres, Tacenda se encaró a la bestia conforme irrumpía en el interior. Ella oyó música en el crujir y astillarse de la puerta, en la brisa que agitaba los árboles, en su propio aliento que latía con fuerza en sus oídos. Abrió su boca y cantó algo nuevo. Una canción que provocó que la bestia aullara de dolor, y se retirara. Una canción de desafío, una canción de salvaguarda, una canción de protección.
Lo siguiente fue que la aldea le pidiera que cantara su canción en la oscuridad. Su música parecía calmar los bosques. A partir de aquel día, nada volvió a surgir de la foresta. La aldea, que una vez fuera la más pequeña de las tres en las Cercanías, empezó a crecer conforme la gente oía hablar de sus protectoras gemelas: la fiera guerrera que entrenaba de día, y la tranquila cantante que calmaba la noche.
Por dos años la aldea conoció una extraordinaria paz: nadie desaparecía en la noche. No había bestias que aullaran a la luna. La ciénaga había enviado guardianas para proteger a su gente. Nadie pareció percatarse siquiera cuando un nuevo señor, que se hacía llamar el Señor de la Mansión, llegó para sustituir al antiguo. Las rencillas entre señores no era algo en lo que la gente común debiera inmiscuirse. Ciertamente, este nuevo Señor de la Mansión parecía retraído, una mejora respecto al señor anterior. O eso pensaron ellos.
Pero entonces, justo después de que las gemelas cumplieran los quince años, todo se torció.
Publicada originalmente por Wizards of the Coast en su web.
Traducción de Tamara Tonetti (a.k.a. Ysondra)
CHILDREN OF THE NAMELESS
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www.MagicTheGathering.com
Written by Brandon Sanderson
Cover art by Chris Rahn
Tamara Eléa Tonetti Buono
Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.