Magic: Children of the Nameless – Capítulo 3, Tacenda

El Señor de la Mansión había llegado dos años atrás, justo después de que Tacenda descubriera la Canción de Protección. Se había deshecho inmediatamente del antiguo gobernante de las Cercanías, una criatura conocida como Lord Vaast. Nadie derramó una lágrima por la aparente muerte de Vaast. Demasiado a menudo se había cobrado la sangre de las jóvenes mujeres que le visitaban por la noche.

Por lo menos, él no había reclamado las vidas de la aldea entera en un solo día.

Tacenda se agachó en el linde de los terrenos de la mansión, contemplando el majestuoso edificio. Una luz demasiado rojiza brillaba a través de las ventanas. El Señor de la Mansión era conocido por ser consorte de demonios, tanto era así que en el camino frontal se alineaban estatuas que, conforme observaba sus formas sombreadas, se retorcían ocasionalmente.

Se aferró al pica hielo manteniéndolo cerca, mientras cargaba la viola atada a la espalda. La zona trasera del edificio tendría un acceso para los sirvientes, su padre había comentado que había entregado camisas aquí.

Sintiéndose expuesta, Tacenda dejó el bosque atrás y atravesó el césped. La luna parecía demasiado llamativa y brillante. ¿Podía realmente el sol ser más brillante que ella? Alcanzó el lateral de la mansión, con el corazón martillando en su pecho, y el pica hielo sujeto en su mano cual daga. Se apoyó contra la pared de madera, y luego se deslizó poco a poco hacia el sur. Un resplandor provenía de esa dirección. Y aquello eran… ¿voces?

Alcanzó la esquina trasera del edificio, y miró alrededor en busca de una puerta abierta. La entrada de servicio, por donde escapaba luz, formando un rectángulo sobre el césped. Contuvo su aliento. Un grupo de pequeñas criaturas con la piel rojiza estaba parloteando allí, justo fuera de la puerta. De una altura que le llegaría a la cintura, los deformes demonios tenían largas colas e iban desnudos. Estaban escarbando en un barril de manzanas podridas, lanzándose frutas unos a otros.

Esas manzanas… serían de la cosecha del mes pasado, enviadas al Señor de la Mansión tal y como él había exigido. Los aldeanos le había enviado las mejores piezas pero, a juzgar por lo lleno que estaba el barril, la fruta se había abandonado y se había echado a perder.

Tacenda se escabulló girando la esquina, con la respiración acelerada, la mano temblando. Entrecerró los ojos y escuchó el balbuceo de las criaturas que hablaban en su lenguaje gutural y distorsionado. A menudo había escuchado sonidos horribles del bosque, pero ver criaturas como estas era algo totalmente distinto.

Se forzó a seguir andando, intentando abrir algunas ventanas por el camino. Lamentablemente, todas ellas estaban muy bien cerradas, y romper una habría atraído atención. Eso dejaba las puertas de acceso delanteras, o la puerta trasera con las criaturas.

Se acercó lentamente a la esquina y se forzó a volver a mirar nuevamente las criaturas. Las cuatro estaban peleando por una manzana que parecía en buen estado. Tacenda respiró hondo.

Y cantó.

La Canción de Protección. La mantuvo suave, como un canto silencioso y bajo, aunque su viola respondía a la música, vibrando como solía hacerlo cuando no la tocaba al cantar.

La canción aumentó en intensidad en su interior, pasión y dolor hechos uno. La canción surgía a través de ella, más que hacia fuera de ella. Esta noche, parecía especialmente enérgica. Viva. Mucho más viva de lo que ella estaba.

Los demonios se paralizaron, y sus negros ojos se abrieron de golpe como aturdidos. Se reclinaron hacia atrás, con los labios separados, dejando ver unos dientes demasiado afilados. Entonces, afortunadamente, salieron desperdigados, emitiendo chirriantes sonidos bajos y perdiéndose en el bosque.

La canción quería seguir creciendo, quería emerger de ella con mayor intensidad. En cambio, Tacenda le puso fin, y respiró recuperando el aliento. La música la obligaba a sentir. La arrancaba de las aguas, empapada y fría, y de alguna forma le insuflaba vida. ¿Pero cómo podía ella sentir algo más que no fuera ira y pesar?

Céntrate en la tarea que tienes entre manos. Llevando el pica hielo por delante suyo, se coló por la puerta trasera de la mansión, llegando a parar a un pasillo que parecía demasiado acogedor, con su gruesa alfombra y las ornamentadas molduras de madera. Este era el hogar de un monstruo. No se fiaba de su fachada amistosa, de la misma forma en que no se fiaría de una niña solitaria que se encontrara en lo profundo del bosque, sonriendo y prometiendo tesoros.

Uno pasos resonaron crujiendo sobre el suelo de madera de una habitación cercana. Convencida de que algo horrible aparecería de repente para atraparla, Tacenda se dirigió a las escaleras cercanas que conducían a la segunda planta. Justo después de que ella se quedara quieta, algo con una piel grisácea apareció en el pasillo. Los cuernos de la enorme criatura rascaban el techo, y caminaba con pasos pesados.

Nerviosa, Tacenda vio cómo inspeccionaba la zona de la puerta de atrás. Había escuchado, o quizás tan solo hubiera sentido, su canción. Tenía que esconderse. Se deslizó hacia la primera habitación que encontró en el segundo piso, un dormitorio, a juzgar por el dosel que se encontraba al lado de la ventana, bañado por la luz de la luna.

Atravesó la habitación hasta llegar a una puerta lateral, y se adentró en fastuoso cuarto de baño, con una bañera tan grande que podría haber dado cabida a una familia entera. Trabó la puerta, encerrándose en una oscuridad conocida. Una que casi encontraba acogedora. Familiar, cuanto menos.

Ya aquí, finalmente la tensión del momento pudo con ella. Se sentó sobre un taburete en la oscuridad, sosteniendo el pica hielo contra su pecho, con las manos temblorosas. Su viola empezó a rasgar suavemente en su espalda, y se dio cuenta de que había empezado a tararear en voz baja en un intento por calmarse, por lo que se frenó en seco.

En vez de eso, buscó el colgante de su hermana, que había tomado antes de entregar el cuerpo de Willia a los clérigos.

Willia había creído en los ángeles. Ella siempre había sido la fuerte, la luchadora. Ella es la que debería seguir viva, mientras Tacenda moría. Willia hubiera tenido alguna oportunidad real de matar al Señor de la Mansión.

Siempre se tenían la una a la otra. En aquellos días, Willia había animado a Tacenda, llevándola a los campos de cultivo para cantar a los campesinos. Y por la noche, Tacenda había cantado mientras Willia temblaba. Y ahora, ¿Tacenda tenía que intentar vivir en soledad?

Voces.

Tacenda se giró de golpe en la oscuridad. Podía oír voces que se aproximaban, una de ellas directa, autoritaria. Conocía esa voz. La había escuchado cuando el Señor de la Mansión había llegado, escondido tras su capa y su máscara, para quejarse de la camisa que su padre le había entregado dos meses atrás.

En el exterior, las pisadas resonaban sobre los tablones, con el crujir de una madera antigua y cansada. Tacenda se puso en pie y se colocó justo en la puerta. Un pánico súbito la recorrió al abrirse la puerta, permitiendo el paso de la luz al interior del cuarto de baño. Y entonces…

Entonces llegaría la paz. Ya era la hora.

Venganza.

De un salto, salió de entre las sombras, alzando su rudimentaria arma contra contra el Señor: una autoritaria figura con un bigote elegante, el pelo repeinado hacia atrás, y un traje oscuro. El pica hielo emitió un reconfortante ruido seco al impactar directamente contra el lado izquierdo de su pecho, justo junto a su pañuelo de cuello color violeta. El pico llegó hasta el hueso, clavándose profundamente.

El Señor se quedó petrificado. Parecía que ella había logrado sorprenderle de verdad, a juzgar por la mirada de shock en su rostro. Abriço los labios, pero no se movió.

Podía ser que… ¿Podía ser que ella le hubiera atravesado el corazón? Podría haber conseguido en serio que…

“¡Señorita Highwater” la voz del Señor le llegó por encima del hombro. “¡Hay una campesina en mi cuarto de baño!”

“¿Y qué es lo que quiere?” dijo una voz femenina proveniente de la otra habitación.

“¡Me ha apuñalado con lo que parece ser un pica hielo!” el hombre empujó a Tacenda de vuelta al cuarto de baño, y luego se arrancó el pico de un tirón. Toda la superfície relucía con su sangre. “¡Un pica hielo herrumbroso!”

“¡Fantástico!” dijo la voz. “¡Pregúntele lo que le debo!”

Tacenda hizo acopio de su coraje (su furia) y se hirguió bien recta. “¡He venido a vengarme” gritó. “¡Debe saber que lo haría, después de que usted… “

“Oh, cállate.” replicó él, sonando más molesto que enfadado. Sus ojos se nublaron brevemente, como si estuvieran llenándose de un humo azul.

Tacenda intentó arremeter contra él, pero se encontró mágicamente inmovilizada en su sitio. Luchó por liberarse, pero a duras penas consiguió pestañear. Y en un instante, su confianza se evaporó. Siempre había sabido que venir aquí era un suicidio. Había esperado conseguir algún tipo de venganza, pero él no parecía sentir ningún dolor debido a la herida. Lanzó su chaqueta sobre una silla del dormitorio, y luego señaló la zona cubierta de sangre de su camisa blanca con volantes.

La mujer que había hablado con anterioridad, apareció finalmente en la habitación… y referirse a ella como mujer habría sido poco apropiado. La criatura vestía ropas humanas, una chaqueta gris ajustada sobre una sencilla falda que le llegaba hasta las rodillas, y llevaba su negro pelo recogido en un moño. Pero tenía la piel de un tono gris ceniciento y ojos rojos, con unos pequeños cuernos que sobresalían a través de su pelo. Otro de los esbirros demoníacos del Señor.

El demonio llevaba un abultado libro bajo el brazo y caminó acercándose a echar un vistazo a Tacenda. Una vez más, Tacenda intentó zafarse, pero no conseguía moverse de su postura anterior, fírmemente en pie desafiando al Señor.

“Curioso.” dijo la mujer demonio. “No puede tener más de dieciséis años. Bastante más joven que la mayoría de tus demás aspirantes a asesino.”

El Señor volvió a tocarse la herida. “Me duele, Srta. Highwater, que no esté tratando la situación con la gravedad que merece. Mi camisa está arruinada.”

“Te daremos otra.”

“Esta era mi favorita.”

“Tienes otras treinta y siete exactamente iguales a esa. No podrías distinguirlas ni aunque tu vida dependiera de ello.”

“Esa no es la cuestión…” Él dudó. “¿Treinta y siete? Eso es un poco exagerado, incluso para mí.”

“Me pediste que me encargara de tener una buena provisión en caso de que el sastre fuera devorado.” La mujer demonio señaló hacia Tacenda. ”¿Qué debería hacer con la niña?”

Tacenda contuvo el aliento. Todavía podía respirar, aunque sus ojos estuvieran abiertos sin poder moverlos, con la vista clavada al frente. Apenas podía distinguir al Señor a través de la puerta del cuarto de baño, conforme se dejaba caer en una silla del dormitorio.

“Haz que la quemen, o algo.” dijo él, mientras cogía un libro. “Quizás dársela de comer a los demonios. Han estado suplicándome por carne fresca.”

¿Comida viva?

No te lo imagines. No pienses. Tacenda intentó concentrarse en su respiración.

La mujer demonio, Miss Highwater, estaba reclinada en el umbral del cuarto de baño, con los brazos cruzados. “Parece como si hubiera vivido un infierno. Y no las partes bonitas, precisamente.”

“¿Es que acaso hay partes bonitas en el infierno?” preguntó el hombre.

“Depende de lo caliente que te guste el magma. Mira ese vestido lleno de sangre, rasgado y recubierto de suciedad. ¿No hay nada en ella que te resulte extraño?”

“Sucio y lleno de sangre.” dijo él. “¿No es así como van normalmente los campesinos?”

La Srta. Highwater miró por encima de su hombro.

“No es que esté al día en la moda local,” dijo el Señor desde su asiento. “Sé que les encantan las hebillas. Y los cuellos. Te juro que el otro día vi a un tipo con un cuello tan alto, que su sombrero estaba reposado sobre él, en vez de tocando su cabeza…”

“Davriel,” dijo la Srta. Highwater. “Lo digo en serio.”

“Y yo también. Tenía hebillas en sus brazos.” El Señor alzó su brazo izquierdo, gesticulando con incredulidad. “Algo así como envolviéndole la parte superior del brazo. Sin ningún tipo de propósito. Me da la impresión de que a la gente le preocupa que sus ropas vayan a salir corriendo si no las tienen amarradas en su sitio.”

Tacenda contemplaba aburrida el intercambio de palabras en silencio. Su conversación era rara, y a la vez muy despectiva. Ella no representaba nada más que un inconveniente para ellos, ¿no era así?

Con todo, cuanto más tiempo pasaran discutiendo, más tardarían en darla de comer a los demonios. No podía imaginarse la experiencia, permaneciendo inmóvil mientras las criaturas luchaban por ella como habían hecho por las manzanas. Hasta que, al final se dieran un festín con su carne, con un dolor agudo y real, aunque ella no fuera capaz de moverse…

Respira. Tan sólo céntrate en respirar.

Inspira profundamente. Expira con calma. Incluso sus labios estaban paralizados, su lengua y garganta parecían de piedra, pero tal vez… con esfuerzo…

Tomó un amplio aliento, y después dejó salir una nota suave, pero pura. Su viola respondió, con las cuerdas vibrando en harmonía.

El Señor de la Mansión se quedó paralizado.

Canción de Protección. ¡Canta la Canción de Protección! Lo intentó, pero todo su esfuerzo no se convirtió en nada más que un zumbido silencioso, y no parecía molestar ni al demonio ni a su amo.

“Ves a buscar a Crunchgnar,” dijo finalmente el Señor. “Haremos que inmovilice a la asesina, y luego la obligaremos a que revele quién la envía.”


Publicada originalmente por Wizards of the Coast en su web.

Traducción de Tamara Tonetti (a.k.a. Ysondra)

CHILDREN OF THE NAMELESS
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www.MagicTheGathering.com
Written by Brandon Sanderson
Cover art by Chris Rahn

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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