Avance Sunreach: Capítulo 1

Aquí estamos con el fragmento que faltaba del boletín que mandó ayer Brandon, que incluía el capítulo uno de Sunreach, la primera novela corta del Escuadrón Cielo enmarcada dentro del Citoverso, que narra los acontecimientos que tienen lugar entre el final de Estelar y Citónica.

Manu Viciano, que es más majo que las pesetas, ¡ha traducido el fragmento a velocidad luz para que podamos disfrutarlo!

Os dejamos la guía de lectura del Citoverso, para que veáis el orden cronológico. También está incluida en su sección de libros y sagas.

avance sunreach: capítulo 1. traducción de manu viciano.

compartido por brandon en su boletín, EL 28 de septiembre DE 2021

El día en que llegó el zapador, yo estaba mirando las estrellas.

Ni siquiera después de tantos meses me había acostumbrado a vivir en el cielo. Había pasado la infancia bajo tierra, en una caverna tan profunda que llegar a la superficie podía costar horas enteras. Allí me había sentido a salvo, enterrada bajo kilómetros de roca, con otras cavernas escudándonos por encima de la que era mi hogar, allá abajo, donde nada podía alcanzarnos.

La gente me llamaba FM, pero mis padres me habían puesto el nombre de Freya, en honor a la diosa guerrera de nuestro antiguo acervo. Yo nunca he sido una gran guerrera. Todo el mundo esperaba que hiciera el examen de piloto y confiaba en que me graduara, pero después de eso los sorprendí con mi decisión de seguir volando. Como piloto de pleno derecho, podría haberme dedicado a cualquier trabajo que quisiera en la seguridad de las cavernas. Y sin embargo, había escogido mudarme desde la superficie del planeta, abierta y extraña y expuesta, a una de las enormes plataformas que lo orbitaban, protegiendo la superficie de las amenazas exteriores. A mi padre le había dado por decir que me había enamorado del cielo, pero era justo lo contrario: el cielo me aterrorizaba. Era tan amplio e inmenso que me daba miedo caer a él y que se me tragara.

Por encima de mí, las otras plataformas que dominaban el firmamento se entrecruzaron de nuevo, tapándome la vista de la eterna negrura salpicada de aquellas extrañas estrellas blancas, de las que solo había oído hablar antes de alistarme en la Fuerza de Defensa Desafiante. Sonó una alarma, el pitido de mi radio que indicaba que mi escuadrón tenía programado un despegue inmediato. Era normal que convocaran a los escuadrones al azar, y de hecho llevaba respondiendo a sirenas sin previo aviso desde mi primer día como cadete.

Pero ese día faltaba la mitad de mi escuadrón. Los demás habíamos supuesto que su ausencia nos concedería un tiempo de permiso extraoficial, que mientras nuestro jefe de escuadrón, Jorgen, estuviera en el planeta, seríamos los últimos a quienes llamaran.

Al parecer nos equivocábamos. Cuando llegué al hangar, comprendí el motivo al instante. No solo habían convocado a nuestro escuadrón. Todos los cazas estaban preparados y el equipo de mantenimiento hacía las últimas comprobaciones a toda prisa mientras los pilotos corrían hacia sus naves y saltaban a sus cabinas. Busqué al resto de mi escuadrón. Sin jefe de escuadrón, no podíamos despegar hasta saber quién estaba al mando. En esos momentos solo había otros cuatro miembros de mi escuadrón residiendo en la Plataforma Primaria: Kimmalyn, que formaba parte de mi equipo original, y nuestros tres compañeros más nuevos: Sadie, Tenderete y Gatero. Nedd y Arturo habían bajado al planeta con Jorgen, así que lo más probable era que nos pusieran al mando a Kimmalyn o a mí, pero yo no quería ser jefa y sabía que Kimmalyn tampoco.

Aún no veía a nadie del Escuadrón Cielo, pero mi amiga Lagartija del Escuadrón Pesadilla estaba haciéndome señas desde su cabina abierta. Lagartija tenía unos brillantes ojos azules y pelo negro que le llegaba a la cintura. Yo no sabía cómo podía llevarlo tan largo, porque el mío ya empezaba a molestarme si me lo dejaba hasta los hombros. El verdadero nombre de Lagartija era Leiko, pero le pasaba como a mí y casi todos la llamaban por su identificador de vuelo.

—¡FM! —exclamó Lagartija—. Van a combinar vuestro escuadrón con el nuestro. Napia dice que os llamemos cuando vayáis llegando y que configuréis la radio en nuestro canal.

Gracias a las estrellas. Habría seguido a cualquier líder de escuadrón, por supuesto, pero ya había volado antes a las órdenes de Napia y muchos miembros del Escuadrón Pesadilla eran amigos míos. Lagartija era más o menos de mi edad, había entrenado como cadete en la promoción anterior a la mía. Los pilotos de segundo año tendían a meterse con los más novatos, pero el Escuadrón Cielo se había vuelto así como legendario gracias a nuestra compañera Peonza, lo cual nos había ganado un respeto con el que la mayoría de los pilotos recién graduados solo podían soñar.

—¿Sabes qué está pasando? —pregunté a Lagartija.

—Ni idea —dijo ella—, pero Napia ya ha despegado. Más vale que vayamos saliendo.

—Gracias, Lagartija.

Corrí hacia mi caza y de camino vi que Kimmalyn ya estaba en su cabina. Nada más subí yo a la mía, encontré una luz intermitente y pasé la radio a su canal privado.

—FM —dijo Kimmalyn mientras me dedicaba a poner a punto mi caza—. ¿Sabes qué está pasando?

—Ni idea —respondí—. ¿Será alguna clase de ataque?

Era frecuente que tuviéramos que ocuparnos de pequeños grupos de cazas krells, aunque solo un ataque masivo de verdad justificaría convocarnos a todos a la vez.

—Yo tampoco lo sé —dijo Kimmalyn—. Pero acabo de ver a Peonza. Ha vuelto.

Parpadeé sorprendida y dejé quietas las manos sobre los controles. Spensa había logrado usar sus extraños poderes psíquicos para salir de nuestro pequeño planeta condenado y marcharse a una enloquecida misión de espionaje, intentando robar al enemigo la tecnología de los hipermotores. Hasta que tuviéramos esa tecnología, estábamos varados allí, como peces en una cuba de crecimiento esperando a que los arponearan. Peonza llevaba semanas fuera, y sabía que Jorgen y el almirante Cobb estaba preocupados por si no regresaba nunca.

—¿Nos ha traído un hipermotor? —pregunté.

—No lo sé —dijo Kimmalyn—. Pero dudo mucho que sea casualidad que nos llamen ahora. Me imagino que lo que ha traído son problemas. Como dice siempre la Santa, los problemas se siguen entre ellos.

Supuse que Kimmalyn estaba en lo cierto. Por mucho que me alegrase de que Spensa hubiera vuelto, no creía que fuera buena señal para ninguno de nosotros. Cuando sucedía un desastre, lo normal era que Peonza estuviera allí, justo en el centro. No era que los provocara ella necesariamente, pero sí que parecían seguirla de un lado a otro.

Activé mi anillo de pendiente y me propulsé fuera del hangar para unirme a la multitud de naves que ya estaban en el aire. La plataforma en sí estaba muy alta por encima del planeta, formando parte de las gigantescas capas de plataformas y escombros que impedían casi por completo ver el cielo desde la superficie.

Tirda, qué montón de naves había allí arriba. Fuera cual fuese el problema que había seguido a Peonza hasta casa, el almirante Cobb no estaba reparando en efectivos para detenerlo. Si ese era el día que la Supremacía había escogido para destruirnos, íbamos a tener que mostrarles exactamente cómo de peligrosos éramos.

Cambié al canal de comunicación del Escuadrón Pesadilla y Kimmalyn y yo volamos hasta las coordenadas que nos proporcionó Napia, un hueco entre algunas plataformas próximas. Casi todos los miembros restantes del Escuadrón Cielo ya estaban allí, entre ellos Tenderete y Gatero, unos tíos muy majos con los que era divertidísimo pasar el rato pero que tenían ciertas carencias en el tema del sentido común. También estaba Sadie, que había sido mi compañera de ala desde que se Peonza se marchó unas semanas antes.

—Bienvenidos al Escuadrón Pesadilla —nos saludó Napia a los cinco—. Rara, hoy serás la compañera de ala de Sushi.

—Entendido —dijo Kimmalyn.

—Ya estamos todos —dijo Napia—. Seguiremos nuestro rumbo de navegación hasta fuera de las plataformas y cruzaremos al flanco derecho del campo de batalla. Pasemos lista.

Uno tras otro, los miembros del Escuadrón Pesadilla intervinieron dando sus números de nave y sus identificadores. En el Escuadrón Cielo habíamos cambiado de números varias veces. En esos momentos yo era Cielo Cinco, y los miembros de mi escuadrón informamos de nuestros números en orden después de que terminara el Escuadrón Pesadilla.

Volamos a Mag 3 en formación de línea a popa, serpenteando entre las capas de plataformas, y entonces Napia nos marcó una ruta hacia el extremo opuesto del campo de batalla. Relajamos la formación y seguimos adelante volando en una amplia uve, alejándonos de las plataformas de armamento autónomo, para luego cruzar la línea de curvatura del planeta hacia las naves que llegaban.

Mientras lo hacíamos vi los dos acorazados que llevaban una semana vigilándonos desde la negrura del espacio, unas gigantescas monstruosidades que no se parecían en nada a nuestros elegantes cazas, y que sin duda no estaban pensadas para lidiar con la atmósfera y la resistencia del aire. En Detritus no teníamos nada como aquello. Nuestras naves de transporte más grandes no podían llevar más que unas pocas decenas de pasajeros.

Más allá de los acorazados empecé a distinguir otra nave larga y rectangular, recién llegada. Costaba verlas contra el fondo negro, pero también había otras naves más pequeñas allí fuera, congregadas en grupo. Seguro que estarían aproximándose a nosotros a alta velocidad, pero costaba saberlo desde tan lejos, incluso con la ayuda de mis monitores.

—Nuestras órdenes son entrar por el flanco derecho y entablar combate con el enemigo —dijo Napia—. Están desplegando muchos drones, pero también cincuenta naves pilotadas.

¿Cincuenta? Estábamos acostumbrados a combatir contra grandes contingentes de drones con unos pocos ases enemigos, pero no contra cincuenta naves pilotadas.

—El Mando de Vuelo dice tener información de que las naves pilotadas no son ases enemigos —prosiguió Napia—. Pero también dice que no sabe lo que son, así que debemos llamar su atención y apartar a todas las que podamos de la Plataforma Primaria.

Había otros escuadrones congregados justo fuera del alcance de las plataformas armamentísticas, esperando órdenes. Nuestro primer contacto iba a ser un experimento, entonces. Si el Mando de Vuelo no sabía qué eran esas naves, tendría que estudiar su comportamiento antes de comprometer sus fuerzas al completo. Tenía sentido desde el punto de vista estratégico.

Pero era mucho menos tranquilizador ser una sujeto del experimento. La caverna en la que había crecido albergaba unas instalaciones de investigación que hacía pruebas a todo, desde nuevas composiciones para la pasta de dientes hasta los efectos de productos químicos tóxicos. Algunos amigos míos disputadores hablaban de hacer una incursión allí algún día y liberar a todas las ratas del laboratorio, cuyas vidas eran tristes y a menudo cortas. Una vez vi una que se había escapado. Se había arrancado casi todo el pelo de las patas traseras, que tenía cubiertas de forúnculos por culpa de alguna reacción química. Esperé que no fuese por la pasta de dientes.

A veces me sentía identificada con esas ratas.

Mientras hacíamos el barrido sobre las plataformas, mi compañera de ala, Sadie, llamó por un canal privado.

—¿A qué se refiere Napia con que no saben qué son esas cosas? —preguntó—. ¿Cómo saben que no son ases, entonces?

—No lo sé —respondí—, pero creo que seremos de las primeras en averiguarlo.

El canal de Sadie quedó en silencio, pero al cabo de un momento su luz se encendió de nuevo.

—Ojalá estuvieran aquí los demás.

—Al decir «los demás», te refieres a Peonza —afirmé. Yo procuraba no pincharla demasiado por la evidente adoración que profesaba a Spensa. Los demás, Nedd sobre todo, se esforzaban menos.

—¡Es que es una piloto increíble! ¿No crees que tendríamos más posibilidades si estuviera aquí?

—Rara dice que ha visto a Peonza justo antes de que nos llamaran. Así que me imagino que está aquí.

Pero no volando con nosotros. ¿Qué significaba eso?

—¿Ah, sí? —dijo Sadie—. Eso mejora nuestras probabilidades, ¿verdad?

Sadie había combatido con nosotros algunas veces, pero en los últimos tiempos cada vez había menos ataques de los krells, sobre todo desde que habían llegado los acorazados.

—Supongo —dije—. Pero nuestras probabilidades mejorarán mucho más si no pensamos en ellas y nos centramos en lo que tenemos delante.

—Es verdad —repuso Sadie—. Concentrémonos. Es lo que haría Peonza.

—También gritaría cosas muy gráficas y violentas a los enemigos. A lo mejor podrías probar tú también.

—¡Sí que es verdad! Acabaré con vosotras, malvadas… naves… espaciales… ¡de maldad! ¡Ojalá tengáis todas unas muertes dolorosas y ardientes! ¿Cómo ha estado?

—Desde luego, ha sido extraordinario —dije—. ¿Te ha hecho sentir mejor?

—Un poco. Creo que me falta práctica. ¡Que explotéis todas en enormes y ardientes explosiones, naves entrantes no-ases de loquesea!

—Esto… ¿Centinela? Es mejor que practiques tú sola y compartas solo las mejores frases, ¿vale?

—Ah, bien —dijo Sadie—. Claro.

La radio quedó en silencio, dejándome sola con mis pensamientos. Lo que había dicho a Sadie sobre concentrarse era cierto, pero siempre se me había dado mejor repartir consejos que seguirlos.

—Escuadrón, ¿estáis listos? —preguntó Napia.

—Cielo Cinco, preparada —respondí.

Escuché las demás voces haciendo lo mismo por la radio. Éramos más de lo normal, pero aun así se me hacía raro que no estuvieran Jorgen, Nedd y Arturo. No creía que ninguno de nosotros, con la posible excepción de Tenderete, fuese tan tonto como para creerse la excusa oficial que nos habían dado por su ausencia. No se enviaba al jefe de escuadrón y a sus dos asistentes de permiso al mismo tiempo a menos que hubiera un muy buen motivo.

Mientras nos acercábamos al lado derecho de las formaciones enemigas, varias naves se separaron y vinieron derechas hacia nosotros.

—Centinela, FM —dijo Napia por el canal general—, situaos en punta, entablad combate y luego pasad a maniobras evasivas. Tenderete, Gatero, seguidlas. A ver si podéis darles gato por liebre.

Sadie y yo abandonamos la formación y nos lanzamos hacia el enemigo sobrecargando propulsores. Al instante cuatro naves empezaron a perseguirnos por la cara exterior de las plataformas que rodeaban el planeta.

Iniciamos maniobras evasivas, volando en zigzag para que las naves de detrás no tuvieran un disparo limpio con sus destructores. Comprobé mis sensores de proximidad. De los cuatro cazas que nos seguían, dos eran drones y dos naves pilotadas, las que acostumbrábamos a asumir que eran ases enemigos.

—FM y Centinela, mantened rumbo —dijo Napia—. Rara, acaba con ellas.

—¡Sí, señor! —respondió Kimmalyn, y a los pocos segundos la nave que me seguía más de cerca recibió un impacto y viró para evitar sus disparos.

—Estamos a punto de pasar por una plataforma de armamento —dije por el canal privado a Sadie—. A ver si le conseguimos un poco de apoyo automático a Rara.

—Te cubro —repuso ella.

Se situó en posición, más alejada del planeta que yo, elevándose sobre las numerosas plataformas y pedazos de escombros que cubrían Detritus como un cascarón suelto y fragmentado. Yo seguí trazando un rumbo errático, esquivando ráfagas de fuego de destructor. Cada vez que me escoraba hacia el planeta me internaba un poco, usando las lecturas del panel de mandos para estimar cuánto iba acercándome a la plataforma armamentística. La mayoría de aquellas plataformas eran autónomas y nos dispararían a nosotros igual que al enemigo. Nuestro Cuerpo de Ingeniería aún no había conseguido acceder a sus sistemas para ponerlas bajo nuestro control. Las naves enemigas, tanto los drones como las pilotadas, sabían que debían evitar las plataformas de armamento, pero a veces, si podíamos hacer que entraran lo suficiente en una cacería, era posible que…

«Ahí.»

Una de las naves que me perseguían se escoró demasiado a la derecha, la batería de armamento en la cercana plataforma disparó y el caza desapareció de mis sensores con un silencioso estallido. Kimmalyn disparó al otro dron mientras Sadie acosaba a la última nave con una hábil sucesión de maniobras que la situaron delante de mí. La ensarté con mi lanza de luz y me dejé catapultar a su alrededor, empleando el impulso para enviarla dentro del alcance de las torretas automáticas. La plataforma abrió fuego y la nave explotó en pedazos cuando sus tanques de aire se prendieron fuego con un llameante resplandor.

—Buen trabajo —dijo Sadie.

Yo estaba bastante segura de que había sido un trabajo pasable como mucho, pero no iba a decírselo, no en plena batalla. Podría tomárselo como un insulto, y necesitaba mantener la moral alta.

—Gracias —respondí—. Tú también.

—Lo has hecho tú casi todo.

Sadie era mejor piloto de lo que creía, pero esa conversación tampoco íbamos a mantenerla en plena batalla.

Hicimos un viraje cerrado y aceleramos de vuelta a nuestro escuadrón y el flanco derecho de la batalla. Ya había otros escuadrones enfrentándose a los cazas enemigos y, por lo que veía, la batalla estaba yendo bien. Si aquello era lo mejor que tenía la Supremacía para enviar contra nosotros, quizá al final sí que tendríamos una oportunidad.

Sadie y yo volamos hacia Napia y su compañero de ala y ayudamos a quitarles de encima un par de naves que llevaban a cola. Sadie ascendió cerca de un caza enemigo y usó su PMI para anular su escudo antes de apartarse hacia el borde de la batalla mientras yo seguía adelante, disparando mis destructores a la nave indefensa.

—Rara, ¿puedes cubrir a Centinela? —pedí a Kimmalyn por el canal general.

—Rara está ocupada —dijo Lagartija—. Yo me encargo.

La nave que tenía delante se iluminó por una explosión encima de su anillo de pendiente y, sin resistencia del aire que la ralentizara, los restos siguieron volando en la dirección que llevaba. Viré para unirme a Sadie y Lagartija y llegué con ellas mientras Sadie reactivaba su escudo.

—Bien hecho —dijo Napia por el canal general—. Escuadrón Cielo, siempre es un placer.

Sonreí. Funcionábamos bien como grupo, aunque no voláramos juntos muy a menudo. Antes de alistarme en la FDD, no comprendía la mentalidad que animaba a la gente a volar en equipo, a seguir haciéndolo incluso mientras sus amigos morían a su alrededor. Nunca había creído que la violencia fuese la mejor manera de resolver problemas, aunque sí comprendía que la violencia era lo único que nos mantenía con vida cuando los krells intentaban aniquilarnos a bombazos. Pero seguía encontrando alarmante toda la retórica sobre la gloria, esa manera en que la Asamblea Nacional parecía justificar todo lo que le interesaba diciendo que nos ayudaría a luchar contra los krells. Pensaba que los pilotos eran unos borregos. Unos borregos diestros, decididos y respetados que hacían lo que los impulsaban a hacer porque no se paraban a pensarlo. Pero desde entonces había comprendido qué era lo que nos mantenía unidos, y no era la estupidez. Era una sensación de pertenencia, de formar parte de algo más grande, algo importante, aunque seguía sin estar convencida de que todas sus facetas fuesen buenas. Nunca había creído necesitar que un ejército me explicara mi lugar en el mundo, y seguía sin creerlo.

Pero había algo en saber que mis amigos estarían peor sin mí que me hacía seguir volando, incluso cuando me aterrorizaba.

—Tenemos órdenes nuevas —dijo Napia por el canal general—. Pasamos exclusivamente a maniobras evasivas y luego apagamos los comunicadores.

¡Un momento!

—Napia, ¿has dicho que apaguemos los comunicadores?

—Esas son las órdenes, FM —respondió Napia—. Todos los comunicadores apagados. No los encendáis bajo ninguna circunstancia.

No podía ser cierto. Sin la capacidad de comunicarnos, no podríamos colaborar como escuadrón. Terminaríamos dispersados por todo el campo de batalla. Los buenos pilotos eran buenos comunicadores. Eso lo había aprendido de Cobb. Si no podíamos hablar entre nosotros…

Bueno, tampoco sería del todo como volar a ciegas, pero se le acercaría mucho más de lo que me gustaba.

—¿Vamos a retirarnos? —preguntó Lagartija.

Eso sería más razonable. Si regresábamos al otro lado de las plataformas de armamento, al menos podríamos escondernos, o poner rumbo de vuelta a la Plataforma Primaria bajo la cobertura del cinturón de escombros.

—Negativo —dijo Napia—. Comunicadores desactivados. Mantened maniobras evasivas. Intentad mantener ocupadas a las naves enemigas y esperad nuevas instrucciones.

—¿Instrucciones? —protesté—. ¿Cómo vas a darnos instrucciones con los comunicadores apagados?

—Pilotos, necesitamos silencio radiofónico —zanjó Napia—. Es una orden directa del almirante Cobb. No perdáis a vuestro compañero de ala. Si os quedáis aislados, buscad a otro miembro del escuadrón y pegaos a él. Nos reuniremos al otro lado. Cambio y corto.

«Tirda.»

—Centinela —dije por un canal privado—, ya has oído a Napia. Tendremos que volar muy cerca. —No tenía ni idea de qué pretendía el Mando de Vuelo, pero Cobb no daría una orden como esa sin tener un buen motivo—. Sígueme.

Yo era la piloto más experta. Era trabajo mío mantenerla viva.

—Eh… vale —respondió Sadie.

Parecía al borde del pánico, y no podía reprochárselo. Noté que el terror me subía por la garganta mientras ponía la mano sobre el botón del comunicador.

Y entonces lo desconecté.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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