Skyward 3

Nunca antes la semana de la fiesta de lanzamiento de un libro de Brandon había sido tan impactante. Estamos a pocas hora de la salida del Ritmo de la guerra en español, y sin embargo, seguimos digiriendo todas las noticias que nos han llegado en las últimas veinticuatro horas.

Por un lado, la entrevista de Brandon e Isaac con Michael Whelan, por otro la propia fiesta de lanzamiento con una lectura que no ha dejado impávido a nadie, y además un adelanto de Skyward 3 que nos ha llegado a través de su newsletter, y que Manu ha traducido para todos nosotros (¡mandadle mucho amor!).

Por nuestra parte, mañana pasaremos a saludar por la librería Gigamesh, para disfrutar de la salida del Ritmo, ¡pero hoy vamos a disfrutar de este reencuentro con Spensa!

Claim the Stars, por Miranda Meeks

AVANCE: skyward 3

traducción de MANU VICIANO

Introducción

¡Hola a todos! Nos gusta aprovechar los boletines para dejaros echar un vistazo a aquello en lo que estoy trabajando en el momento. Mi proyecto actual, sin embargo, es la tercera novela de Escuadrón… y apenas hay manera de enseñar capítulos de ella sin destripar con saña los libros anteriores. (A veces logro encontrar una escena que no revele tantas cosas, pero con este libro parece imposible.) Así que voy a haceros una advertencia importante. Si no habéis leído los primeros dos libros, quizá de momento os interese saltaros esto.

Además, estoy bastante seguro de que el principio de este libro cambiará considerablemente. Los presagios no están donde quiero que estén y algunos acontecimientos, narrados aquí un poco de cualquier manera, son cosas que pretendo enlazar mejor con la historia. (De hecho, el breve prólogo/preludio requiere algo de trabajo.) De todos modos, muchas veces empiezo las historias sabiendo que el principio necesitará mejorarse más que otras partes. Es importante ponerse en marcha… ¡y crear ese impulso del que os hablaba en la sección anterior!

Así que, una vez dados esos avisos, aquí tenéis los primeros pasajes de Escuadrón 3, el libro que de momento lleva el título Nowhere (Ninguna-parte).

Prólogo

Apareció una esfera oscura en el centro de la sala, justo delante de mí.

Estábamos en una especie de complejo científico en Visión Estelar, una inmensa estación espacial que albergaba las oficinas regionales de la Supremacía. Hasta unas semanas antes yo ni siquiera había oído hablar de la Supremacía, así que no digamos comprender los matices de cómo ese gobierno galáctico mantenía el control sobre los centenares de distintos planetas y especies sobre los que regía.

Siendo sincera, seguía sin comprender esos matices. No soy de las que piensan: «Esta situación tiene sus matices». Soy más bien de las que piensan: «Si aún se mueve, es que no has usado bastante artillería».

Por suerte, los matices no hacían mucha falta en esos momentos. La Supremacía estaba sufriendo un violento golpe de estado militar. Y yo no caía nada bien a la gente que había pasado a estar al mando.

De ahí el portal. A la ninguna-parte. A otra dimensión.

Tirda.

—Spensa —dijo M-Bot—, mis pensamientos… ¿están acelerándose? —Flotaba cerca de mí, ya sin su forma de nave inmensa. En vez de ello, estaba embutido dentro de un pequeño dron, con un diminuto anillo de pendiente en la parte de abajo para mantenerlo en el aire—. Hum, eso no parece nada seguro.

—Usan estos portales a la ninguna-parte para extraer piedra de pendiente —dije—, así que tiene que haber una manera de volver después de pasar al otro lado. A lo mejor puedo traernos de vuelta con mis poderes.

Sí, sonaba fantasioso, hasta para mí. Pero llegaban gritos desde fuera de la sala. No nos quedaba más opción.

—¡Spensa! —exclamó M-Bot—. ¡No estoy nada cómodo con esto!

—Lo sé —dije, echándome el arma al hombro por la correa para poder coger el dron por la parte de abajo del chasis.

Y entonces, con M-Bot en una mano y Babosa Letal en la otra, toqué la esfera que constituía el portal.

Y me absorbió hacia el otro lado de la eternidad.

Capítulo 1

La verdad es que no sabía qué esperar. Al fin y al cabo, nunca antes había saltado al interior de un portal interdimensional. Teniendo en cuenta todas las situaciones demenciales —no puedo llamarlas de otra forma— en las que había logrado meterme a lo largo de los años, en realidad era sorprendente que no me hubiera ocurrido algo como eso hasta ese momento.

Esa es mi forma de fingir que aquello no era del todo culpa mía, sino más bien un resultado natural de ser… bueno, de ser yo.

Me preparé para una sensación de caída libre, o para una sensación de descuartizamiento. En vez de eso, sentí un instante de familiar quietud. Y de inmediato, me sentí tonta. Ya sabía lo que debía esperar al entrar en la ninguna-parte. Lo había hecho muchas veces al activar un hipermotor citónico, o mis propios poderes, para teleportarme. Aquello tenía que ser lo mismo.

Como de costumbre, algo reparó en mi presencia cuando accedí a aquel extraño lugar. Los ojos. Los zapadores, los seres que vivían en aquel lugar. Sentí su atención puesta en mí, alcancé a ver los centenares de puntitos volviéndose en mi dirección, conociéndome. Comprendiéndome.

Como siempre, fue aterrador. Pero esa vez la experiencia fue distinta porque yo era distinta. Había hablado con un zapador, hasta había conectado con uno. Lo había convencido para apartar su apetito de la gente de Visión Estelar.

Porque el ser, por algún motivo, no se había dado cuenta de que las cosas que destruía estaban vivas. Me había dado la impresión de que esa entidad inmensa había visto a toda aquella gente solo como diminutos insectos zumbones, sin emoción ni pensamiento alguno. Al comprender la verdad, se había quedado horrorizado.

Por favor, intenté proyectar hacia esos ojos, mostrándoles una calmada empatía en vez de miedo, soy una amiga. Soy una persona. Como vosotros. O eso creo. Eso siento.

Los pensamientos parecieron llegar a ellos, porque los ojos se removieron y temblaron, inquietos. Dubitativos. Unos pocos —uno en concreto— se acercaron a mí y noté curiosidad en ellos.

Y luego, otra emoción muchísimo más poderosa. Penetrante, abrumadora, omnipresente.

Odio.

La mayoría de los zapadores —no había forma de saber cuántos, porque los ojos no parecían mantener una correlación biunívoca con las entidades que los creaban— no proyectaron empatía, ni horror por sus actos al descubrir que yo estaba viva. Proyectaron repugnancia. Ira.

Para ellos, era incluso peor descubrir que lo que había estado colándose en sus dominios, molestándolos sin cesar, era consciente de sí misma. No éramos solo insectos.

Éramos invasores.

Por debajo de su terrible furia, me retraje de ellos, conmocionada. Y oí un chillido aterrado. Era Babosa Letal, ¿verdad?

La había llevado conmigo a ese lugar.

Compartí su terror. Busqué reemplazarlo con algo reconfortante. ¿No había uno de ellos que…?

La consciencia de los zapadores terminó de sopetón y me descubrí cayendo al suelo hecha un montón de ropa y extremidades enredadas, que a mi mente le costó un momento identificar como propias. Exacto. No era una especie de mente inconexa a la deriva. Era una persona, con un cuerpo. Y en esos momentos me dolía.

Gemí mientras me orientaba. Y me dejó boquiabierta descubrir que estaba en una selva. En una selva de verdad. Árboles imponentes, ramas como brazos rotos, retorcidas en todas las direcciones. Con gruesas enredaderas colgando que recordaban a cables de energía. Olía como las cubas de algas, solo que más… ¿sucio? ¿Terroso?

Tirda. Era una selva. Había leído sobre ellas. Aparecían en algunos cuentos de la yaya, como las historias de Tarzán de los monos. ¿Allí habría monos? Siempre había pensado que sería una buena reina de los monos. De niña, hasta había pasado un mes hablando solo con gruñidos, para enorme frustración de mi madre… e infinito regocijo de mi yaya.

Me levanté y miré alrededor, desconcertada. Llevaba la ropa con la que había escapado: un mono de piloto de la Supremacía, una chaqueta de vuelo y botas militares. A mi lado, M-Bot ascendió flotando a la altura de los ojos en su dron y giró para estudiar nuestro entorno cercano.

No había ni rastro de Babosa Letal. La había traído conmigo por el portal, como a M-Bot, pero mi mano estaba vacía.

—¿Una… selva? —dijo M-Bot—. Esto… Spensa, ¿por qué hay una selva en la ninguna-parte?

—Ni idea —respondí, mirando también alrededor. Detrás de nosotros se alzaba una pared lisa de piedra, cubierta de hierbajos y enredaderas. Pero reconocí las tallas que había en ella. Se parecían a las de algunos túneles de Detritus—. Creo que eso es el portal que hemos atravesado. De algún modo.

—¿La pared de piedra? —preguntó M-Bot—. En el otro lado era una esfera.

—Ya —dije, mirando al cielo entre los árboles. No encontré ni rastro de ningún sol, pero llegaba luz entre las ramas, proyectando sombras. Así que tal vez me lo tapara algo.

—Si es el portal —dijo M-Bot, flotando más cerca de la pared de piedra—, ¿podemos regresar por él?

—¿Directos a manos de los soldados de Winzik? —repuse—. No, gracias. De hecho, creo que deberíamos escondernos en alguna parte, por si vienen a buscarnos.

M-Bot, como si no me hubiera oído, se acercó más a la pared.

—¿M-Bot? —llamé.

—Hum… ¡Spensa, estoy enfadado!

—Yo también —dije, dándome un puñetazo en la palma de la otra mano—. No puedo creer que, después de todo aquello, aun así Brade…

—Estoy enfadado contigo —aclaró M-Bot, volviéndose hacia mí—. Yo… Por supuesto, no es una ira real. Es solo una representación sintética de esa emoción creada por mis redes para simular dicha emoción y ofrecer a los humanos una aproximación realista de… de… ¡Aaah!

Aparté mi propia frustración por el momento y me centré, por primera vez, en el tono de M-Bot. Estaba hablando más deprisa, más como su antiguo yo. Fue un alivio oírlo, porque la primera vez que lo había encontrado en el dron, sus palabras habían sonado estiradas y apagadas. Como si le hubieran dado analgésicos de los fuertes después de un aterrizaje de emergencia.

Ya no quedaba nada de eso. En su lugar, M-Bot parecía incapaz de componer frases coherentes siquiera. Su dron levitó de un lado a otro delante de mí, como si estuviera caminando sin rumbo.

—¡Ya no me importa si las emociones son falsas! —restalló—. ¡Me da igual que las simulen mis rutinas! ¡Estoy furioso, Spensa! ¡Me has obligado a cruzar ese portal!

—Tenía que salvarnos —dije—. Venían a por nosotros. M-Bot, ya habían desmantelado una nave intentando matarte. ¡Habrían vuelto a hacerlo!

—¡Desmantelaron mi antigua nave porque me abandonaste! —exclamó desplazándose en dirección opuesta. Entonces se quedó flotando quieto—. Mi nave… mi cuerpo… ya no está.

Flaqueó en el aire, descendiendo casi hasta el suelo.

—Esto… ¿M-Bot? —dije, acercándome—. Escucha, de verdad que esta conversación deberíamos tenerla en algún otro sitio. En un lugar más seguro.

Miré a mi alrededor en la selva. A mi mente seguía costándole aceptar que estaba en la ninguna-parte. ¿Era posible… que la Supremacía se hubiera equivocado con ese portal? ¿O sería que mis poderes habían hecho algo inesperado al cruzar?

En todo caso, estaba bastante segura de que las selvas como aquella estaban repletas de animales peligrosos. Por lo menos, en los cuentos de la yaya, a la gente siempre la atacaban. Tenía sentido, porque podía haber cualquier cosa acechando entre los troncos sombríos y los helechos susurrantes. Recordé lo intimidada que me había sentido la primera vez que salí de las cavernas y vi el cielo. Cuántas direcciones distintas que vigilar, cuánto espacio abierto.

La selva era mucho peor. No había tanta extensión, pero seguía siendo posible que algo viniera hacia mí desde cualquier lugar. Aquel sitio hacía que la nuca me cosquilleara, y descubrí que estaba todo el rato mirando en una dirección y luego en otra, sintiendo en todo momento que había algo acercándose sigiloso.

Me volví para mirar de nuevo hacia atrás y estiré el brazo para tocar el dron de M-Bot.

—Deberíamos intentar cartografiar la zona —susurré—. Y mirar a ver si encontramos una cueva o algún sitio donde refugiarnos, mientras pienso qué deberíamos hacer. ¿Ese dron tuyo tiene algún tipo de sensor? ¿Captas algún signo de civilización, como emisiones de radio?

Al ver que no respondía, me arrodillé a su lado.

—¿M-Bot?

—Estoy —dijo— enfadado.

—Ya me había dado cuenta —respondí—. Escucha…

—Te doy igual. ¡Siempre te doy igual! ¡Me abandonaste!

—Volví —dije—. ¡Te dejé porque tenía que intentar salvar Detritus! Somos soldados. ¡A veces tenemos que tomar decisiones difíciles!

—¡Tú eres soldado, Spensa! —gritó él, alzándose en el aire—. ¡Yo soy una inteligencia artificial de exploración biológica, diseñada para buscar setas!

—¡Se suponía que buscabas setas para encontrar babosas como Babosa Letal! —le devolví el grito—. ¡Estás desajustado, M-Bot! ¡Y ahora mismo no tenemos tiempo para esto! ¡Necesitamos establecer una base y ocuparnos de nuestras necesidades inmediatas!

—¡Mi «necesidad inmediata» es dejar de permitir que me arruines la vida! —vociferó él, incluso más fuerte.

Tirda. El dron tenía buenos altavoces. Seguro que eso se había oído desde el otro lado de la selva.

—¡Calla! —le solté con brusquedad—. Tienes que…

No me dejó terminar la frase. Se marchó a toda velocidad por la selva. Le lancé un grito e intenté seguirlo, pero M-Bot podía volar y yo tenía que lidiar con la maleza del suelo. Salté un tronco caído, pero al otro lado tuve que abrirme paso entre frondas y enredaderas. Y después de eso, se me enganchó el pie con algo y terminé cayendo de bruces. Cuando logré enderezarme, ya no tenía ni la menor idea de en qué dirección se había marchado. De hecho… ¿de qué dirección venía yo? ¿Ese tronco de ahí era el que había saltado? No, porque eso había sido antes de cruzar las enredaderas. Así que no podía ser… ¿verdad?

Di un gemido y me senté en el hueco que había entre unas raíces que sobresalían del suelo, dejé mi fusil en el regazo y me abracé a mí misma, temblorosa. Sabía que no tenía que haber devuelto los gritos a M-Bot, porque era evidente que algo de aquel lugar estaba afectándolo, pero… pero…

Tirda. Apenas podía mantener la compostura. Mucho menos preocuparme por él. Al tener ocasión de sentarme y respirar un momento, descubrí que no podía dejar de temblar. Había pasado de pensar que estaba muerta a despertar en un hospital y enterarme de que todo iba bien. Solo para, al instante, tener que huir de una brigada de asalto enviada para eliminarme durante el golpe de estado.

Ayudar a escapar a Cuna. Descubrir que estaban culpándome de la muerte de inocentes. Enfrentarme a Brade. Hallar a M-Bot desmantelado. Encontrar su dron, pero sentirme culpable por permitir que lo trataran así… Había sucedido todo en tan poco tiempo que no había tenido ocasión de descomprimir.

Y en esos momentos, ni siquiera sabía si estaba en algún lugar o en ninguno. No sabía qué le había pasado a Cuna, ni a mis amigos, ni a Detritus. Todos ellos iban a verse de repente otra vez en plena guerra, con lo cerca que habíamos estado de la paz. Y para colmo, mi compañero, que en teoría era el emocionalmente estable por su diseño de programación, acababa de tener una rabieta y marcharse.

Era demasiado para que lo manejara una sola chica. De modo que, más que «manejarlo», lo que hice fue «quedarme allí acurrucada intentando que no me aplastara». Deseé que me hubieran contado más historias sobre Khutulun de Mongolia, o sobre Calamity Jane, abrumadas por todo lo que les sucedía. Porque estaba segura de que se habían sentido así, como me sentía yo. Era solo que esas cosas no acababan apareciendo en las historias tan a menudo.

No sé cuánto tiempo me quedé allí sentada. El suficiente para darme cuenta de que el sol no parecía moverse, o al menos las sombras no cambiaban. Me permití concentrarme en eso, en vez de que se acumulara la preocupación por Jorgen y mis amigos. Aquel lugar era extraño.

—¿M-Bot? —llamé, con una voz que salió como un graznido—. ¿Te parecería bien que discutiéramos después? ¿Cuando hayamos descubierto lo que nos ha pasado? Prometo dejar que lances tú el primer insulto.

La selva se quedó en silencio. O por lo menos, no hubo respuesta. No parecía que aquel lugar pudiera estar nunca en verdadero silencio. No con todas aquellas hojas crepitando y ramas asentándose. Cada una de ellas me hacía pensar que había algo acechando.

Muy bien, pues. Tenía que ocuparme de mis necesidades inmediatas. Me obligué a hacer inventario de lo que llevaba encima, una forma de reaccionar a mi situación de algún modo, por pequeño que fuese, y empezar a recuperar el control. Eso me lo había enseñado Cobb.

Tirda. Le había dicho que la facción de Cuna buscaba la paz. Habían hecho propuestas encaminadas a eso después de que yo detuviera al zapador. Winzik y Brade podrían aprovecharse de eso, atraer a Cobb a conversaciones de paz para luego darle una puñalada trapera.

Tirda, tirda, tirda.

«No —me dije—. Inventario. ¿Qué tienes encima?».

Fusil de energía reglamentario de la Supremacía. Casi no había usado nada de su carga durante mi huida, lo que significaba que disponía de una fuente de energía… y unos quinientos disparos, dependiendo de si utilizaba munición energética estándar o la amplificaba para ganar potencia.

Mi mono no incluía cinturón médico, por desgracia, ni tampoco bolsa de supervivencia para pilotos. Eso lo llevaban los trajes de vuelo, no la ropa cotidiana de trabajo como la mía. Sí que tenía el alfiler traductor que había utilizado en Visión Estelar para entenderme con los alienígenas, y que me sería útil si al final encontraba a alguien.

En conjunto, no era gran cosa. Hurgué en los bolsillos de la chaqueta, esperando haber metido un cuchillo o alguna otra cosa que no recordara…

Y saqué la mano con un puñado de arena brillante.

Arena. Brillante.

Plateada, como si fuese el casco de un caza estelar triturado, y resplandeciente. Era una visión tan incongruente que me quedé allí sentada contemplando cómo se escurría entre mis dedos.

Tirda. Con gesto lento, la devolví al bolsillo. Los demás bolsillos de la chaqueta estaban vacíos, pero ese en concreto, el de la mano derecha, tenía un montón de arena. Tanta que pude meter el brazo en ella hasta la muñeca.

Al palparla, reparé en algo más. ¿Un bulto al fondo del bolsillo? Lo saqué, dejando caer más arena al suelo.

Era la insignia de vuelo de mi padre. La que había conservado años y años tras su muerte, escondida. La que había intentado usar para entrar en la escuela de vuelo. Pero… no la tenía cuando había saltado al portal. ¿De dónde habría salido? ¿Por qué estaba de pronto en mi bolsillo, rodeada de arena plateada?

Me sobresalté al oír un movimiento en los matorrales. Tirda. Aquel lugar me estaba poniendo de los nervios. Saltaba al más mínimo ruidito. Intenté relajarme.

Y entonces fue cuando me atacaron.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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