AVANCE OFICIAL – El Archivo de las Tormentas 5 – Viento y Verdad: capítulos 16, 17 y 18
Empezamos al semana no solo con avance sino también con la publicación de la lectura que hizo Brandon durante la convención FanX en Salt Lake hace unos días, donde compartió un fragmento con Baxil y Axies de protagonistas, y que podéis encontrar traducido aquí.
Y, además, esta mañana Nova ha compartido la portada de la edición en español de Viento y Verdad, que sigue la estética de sus predecedoras.
Y hace unos minutos, Tor compartió, además, las ilustraciones que veremos en las guardas de Vienot y Verdad, que corren a cargo de Donato Giancola, quien da vida. Taln y Honor; y de Miranda Meeks, que ha sido la encargada de ilustrar a Cultivación y Battar, la Heraldo de los Nominadores de lo Otro. Mañana pinta que va a ser un podcast largo…
Y, ahora, hablemos de los avances, porque el último capítulo de la semana pasada terminaba en un cliffhanger interesante con la aparición de uno de los últimos personajes con los que esperábamos toparnos, y esta semana en los avances de la segunda parte de Viento y Verdad, la quinta entrega de El Archivo de las Tormentas podemos leer lo que sucede a continuación. Y menos mal, porque iba a darnos un ataque.
Os dejamos el CosmereCast de la semana pasada que, como siempre, ya está incluido en la lista de reproducción que tenéis disponible en la página de índice de los avances de Viento y Verdad.
Recordad que la librería Gigamesh tiene una preventa activa con regalo exclusivo, válida en España.
Viento y Verdad: capítulos 16, 17 y 18. traducción de manu viciano.
Título original: Wind and Truth, escrito por Brandon Sanderson, © 2024 Brandon Sanderson, © Manu Viciano por la traducción. Publicado por acuerdo con la editorial Nova, parte de Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U.
16. Promesas y pistas vagas
Habían dejado atrás a sus parientes y su hogar hereditario, algo que muchos hallarían inadmisible.
De El camino de los reyes, cuarta parábola.
Shallan estaba tumbada bocarriba en el suelo bajo la ducha, dejando que el agua le cayera por el cuerpo. Había reducido la intensidad a un goteo, como los coletazos de una tormenta, dejando que lloviera sobre su piel desnuda y tabaleara en la piedra a su alrededor. El aire estaba húmedo por el vapor y Shallan lo respiraba a grandes bocanadas.
Podría haberse quedado allí para siempre, gozando de una satisfacción y una plenitud que jamás habría podido capturar en un dibujo. Aquel fragmento de tiempo era para sentirlo, más que para describirlo. Saber que por fin le había abierto su alma a Adolin y él la había aceptado, con sus defectos, sus problemas y sus sueños, todo junto.
Agua, piedra y vapor…
… la satisfacción de saber que todo, por un fugaz instante, iba bien…
… perezosos alegrespren, arremolinados a su alrededor como hojas azules…
Aquello era su recompensa. Shallan la dejó durar mientras Adolin cerraba un arcón en el dormitorio contiguo y se despedía de ella en voz alta.
Con un suspiro, Shallan rodó bocabajo, sintió el agua cayéndole en la espalda y vio frente a ella una colección de pastillas de jabón, piedras de limpiarse y otros artículos de baño. Una docena, todos apelotonados, emitiendo un leve resplandor plateado, dando saltitos y saltitos.
—¡Shallan! ¡Shallan! ¡Shallan!
—¿Estabais… mirando? —les preguntó a los creacionspren.
—¡Shallan! ¡Shallan! ¡Shallan!
Bueno, estaba bien tener un grupo de animación, supuso. Buscó y encontró a Patrón, que formaba un relieve en la piedra de la pared.
—No lo digas —le pidió, poniéndose de pie.
—¿El qué? —preguntó él—. Ahora lo tenéis permitido, recomendado incluso.
Shallan sonrió, terminó de enjuagarse antes de apagar el agua y le susurró un breve agradecimiento a la torre mientras se secaba con la toalla. Luego escrutó la pared cerca de Patrón en busca de alguna señal de Testimonio.
Nada. Quizá todavía estuviesen vinculadas, pero no era suficiente para traer a Testimonio a ese lado. El buen humor de Shallan se esfumó mientras se imaginaba a su pobre spren toda sola en Shadesmar. «Lo arreglaré —pensó—. Encontraré una manera».
Antes tenía trabajo que hacer. Se puso un conjunto de Velo y cruzó la sala de estar principal. Adolin y ella disfrutaban de unos aposentos de primera categoría, con una gran terraza adornada con tiestos, a la que Shallan salió después de que Patrón ocupara su sitio habitual en su largo abrigo blanco.
—¿Y bien? —preguntó Shallan.
Una de las macetas se puso en pie, exudando luz tormentosa al desvanecerse el tejido de luz y revelar a un hombre bajito y barbudo. Gaz ya no llevaba parche en el ojo: había sanado de esa herida, pero aún se lo frotaba a menudo.
—Tengo el cuello torcido —gruñó Gaz, estirándose—, pero no he visto nada raro. Rojo, ¿tú qué dices?
Se levantó otro tiesto, que resultó ser un hombre larguirucho con brillantes tirantes rojos.
—Nada. Si van a atacar, son lo bastante listos como para no hacerlo muy evidente.
Shallan apoyó la espalda en la pared y se cruzó de brazos. Asintió mirando a Rojo, que sacó una vinculacaña, hizo girar la gema y la devolvió a su posición original. No se molestaban en escribir con el aparato, sino que utilizaban los destellos del rubí, con los que se indicaba que una había terminado de redactar un mensaje, como la verdadera comunicación. Los Corredores del Viento habían empezado a desarrollar un código para ese método.
La puerta de sus aposentos se abrió y otros dos miembros de su equipo entraron desde el pasillo, donde habían estado escondidos. Sidéreo, un hombre alto y apuesto de sonrisa fácil, negó con la cabeza. Tras él entró Darcira, una de las incorporaciones más recientes a la Corte Inadvertida. Nadie había reconocido siquiera el terreno próximo a las habitaciones de Shallan, que ellos supieran. Los cinco se congregaron en torno a la mesa de la sala de estar.
—Sagaz te envía un mensaje —dijo Gaz, sacando una silla. Shallan se fijó en la críptica que llevaba al hombro. Todos sus agentes eran Tejedores de Luz de pleno derecho, después de haber pronunciado el Primer Ideal y al menos una verdad. Ninguno de los presentes era portador de esquirlada todavía, pero Gaz y Rojo estaban cerca—. Tus hermanos están a salvo, pero Sagaz se niega a decir dónde se los llevó, ni siquiera a mí.
—Sagaz es de fiar —respondió Shallan.
—No quiere unirse a nosotros —protestó Sidéreo, extendiendo unos bocetos sobre la mesa—, aunque ahora es Tejedor de Luz. Pero nos ha dado esto.
—Ningún Tejedor de Luz está obligado a unirse a nosotros —dijo Rojo—. De hecho, más o menos estamos llenos, ¿verdad, Velo?
Shallan asintió, sin muchas ganas de explicar los detalles relativos a Velo en ese momento. De todos modos, Rojo tenía razón. Habría más Tejedores de Luz, pero deberían formar su propia familia. Aquel grupo, la Corte Inadvertida, pertenecía a Shallan, y no pensaba permitir que creciera hasta volverse ingobernable. Kaladin no sabía ni cómo se llamaba la mitad de los Corredores del Viento, últimamente.
En la mesa había doce retratos, bocetos de los Sangre Espectral a los que Sagaz había identificado. Shallan conocía la mayoría de aquellos rostros, aunque había algunos nuevos. Prestó atención a dos en concreto, una mujer y un hombre que llevaban capucha y máscara. Gente de corta estatura, con ropa de aspecto extranjero. Iyatil, la líder de aquella célula de los Sangre Espectral, no era oriunda de Roshar y siempre llevaba una extraña máscara de madera. Ninguno de aquellos retratos era de ella.
Una nota escrita debajo rezaba: «Parece que Iyatil se ha traído refuerzos de fuera del mundo. Ojo con ellos. Son peligrosos».
—He explorado la torre, como querías —dijo Sidéreo a Shallan—. He visto a estos dos en el atrio, pero me han pillado observándolos. Nadie ha actuado contra los otros, y he percibido una tensión en su forma de retirarse. Es como si… todos estuviéramos esperando la chispa que desatará el incendio.
Los ojos de Shallan permanecieron en el dibujo de Mraize, con el rostro cubierto de viejas cicatrices y vestido con un traje refinado. Había sido el maestro de Shallan. Un mentor cruel y manipulador, pero que había visto en ella cosas que Shallan no había identificado en sí misma. La había presionado, sí, pero también la había motivado. Y allí estaban, por fin, como verdaderos enemigos. Shallan había sabido que llegaría el momento, y aborrecía parte de lo que Mraize representaba, como aquello de encerrar a Lift en una jaula que le había contado Rojo.
Shallan había escogido bando, pero la perturbaba que, al parecer de modo inevitable, de nuevo se opusiera a su mentor. Su madre, su padre, Testimonio, Tyn y ahora Mraize. ¿A cuánta gente que se preocupaba por ella iba a tener que matar? Dejó que Radiante tomara el mando, se quitó el sombrero y tiñó su pelo de rubio para que los demás percibiesen la transformación.
—Que nosotros sepamos —dijo Radiante—, yo tengo el secreto que buscaban de Kelek y ellos no. Intentarán extraerme esa información a mí. Eso nos expone al peligro, pero los expone a ellos también, porque sabemos cuál es su siguiente jugada.
—Atacarnos a nosotros —adivinó Gaz—. O a tu familia.
—Vosotros sois mi familia, Gaz —repuso Radiante. Entornó los ojos mirando los papeles—. Por suerte, Shallan tiene un plan. Vamos a formar un grupo de asalto.
—¿Un grupo de asalto para hacer qué? —preguntó Gaz—. Radiante, no me da miedo luchar, pero ellos tienen recursos de otro tormentoso planeta, y su líder es una especie de espíritu inmortal. No sé cómo vamos a enfrentarnos a ellos.
Shallan emergió un momento y miró a Gaz a los ojos.
—Como te decía, Gaz, jugamos con ventaja. Ellos necesitan la prisión de Mishram, por algún motivo, pero nosotros sabemos dónde está. Si llegamos antes que ellos, podemos utilizarla como baza para garantizar nuestra seguridad.
—Y hay más —dijo Rojo—. Somos Radiantes. Tenemos algo que ellos nunca tendrán: nos hemos pronunciado verdades a nosotros mismos.
Gaz se frotó la barbilla un momento y asintió.
—Antes has mencionado la armadura. ¿Es verdad? ¿Has alcanzado el siguiente Ideal?
—Sí —respondió ella, e hizo que la armadura cobrara forma a su alrededor, levantándola un centímetro del suelo cuando las botas rodearon sus pies.
—Genial —dijo Rojo—. Tienes armadura, así que ahora todos tenemos armadura.
—No funciona así, Rojo —intervino Darcira, meneando un lápiz de bosquejar en su dirección—. No obtenemos sus poderes. Tormentas, si ya ni siquiera eres escudero suyo. ¡Tienes tu propio spren!
—Sí, pero ya sabes lo que hizo Bendito por la Tormenta. —Rojo se levantó y separó los brazos—. ¡Él puede compartir su armadura! ¡Hacer que vuele hacia la gente y la proteja! Siempre he querido llevar armadura esquirlada. ¿Me la prestas, Shallan?
Ella titubeó. Hacía… muy poco que se la había ganado. Darcira dio unos golpecitos con el lápiz en su cuaderno.
—Nos convendría saber si puede hacerse, brillante.
Un argumento razonable. Tormentosa exfervorosa de mente científica.
—Bien —dijo Shallan—. ¿Cómo lo hago?
—A Kaladin parecía que le funcionó y ya está —respondió Rojo.
—La gente no habla de otra cosa —dijo Darcira—. Kaladin iba volando de un lado a otro, ya sabes, como hacen siempre. Y su armadura, hecha de vientospren, iba moviéndose y envolviendo a otros soldados cuando la necesitaban.
—Tormentoso señorito del puente —masculló Gaz— y su tormentoso heroísmo.
Todos lo miraron.
—Lo hace solo para que me sienta mal —añadió él.
—Se comporta como un héroe —replicó Rojo, divertido— porque a ti te molesta. Ajá.
—Pues sí —dijo Gaz—. Deberíais darme las gracias todo el mundo. Si yo no hubiera tenido mano dura con esos hombres del puente, nunca habrían llegado a ser esos nauseabundos dechados de rectitud.
—Pero —objetó Rojo— ¿el mes pasado no estabas llorando por lo que les hiciste?
—Iba borracho —respondió Gaz—. No puedes fiarte de un hombre cuando va borracho. Siempre termina diciendo sin querer cosas que aún no está preparado para decir. En todo caso, ¿no íbamos a probar esa armadura?
Shallan se planteó cómo hacerlo, visualizó la escena. Kaladin con luz emanando del cuerpo, enviando su armadura a otros para protegerlos.
Lástima que nos perdiéramos la invasión, comentó Velo.
La gente dice que fue un horror, respondió Shallan.
Sí, pero ¿y lo estupendo que habría sido merodear por la torre mientras estaba bajo control enemigo?
Oír su voz, aunque fuese solo al fondo de la mente de Shallan, fue reconfortante. Había parecido que Velo, al reintegrarse, iba a desaparecer por completo, pero ¿de qué serviría sanar si implicaba perder para siempre una parte de sí misma, una parte que adoraba? Le daba cada vez más la impresión de que reintegrarse no consistía en rechazar a Velo o a Radiante, sino en aceptarlas, en reconocer de una forma sana que distintas partes de ella tenían necesidades distintas, objetivos distintos, ideas distintas.
Para ella, eso significaba sanar. Dejar de perder el control a manos de sus personalidades, sí, pero también convertir sus fuerzas en parte de ella. En fin, a lo que iban. Shallan movió las dos manos en dirección a Rojo y ordenó a la armadura: Ve con él.
¡Shallan!, fue la predecible respuesta.
Con él. Ve a protegerlo. A ese tipo de ahí.
Solo recibió confusión. Así que tomó a Rojo del brazo y visualizó la armadura cobrando forma a su alrededor.
Haz eso.
¡Shallan!
La armadura emergió en torno a Rojo, y a Shallan no se le escapó que aparecía tal y como ella la había imaginado: con espirales de color como cintas de pintura mojada, dejada caer toda junta, en tonos de rojo metálico. Su forma también era un poco distinta, más fina, para poder llevarla bajo un abrigo, en vez del armatoste que era la armadura esquirlada de Adolin.
Rojo se echó a reír emocionado, con el estallido de un asombrospren, y su voz resonó dentro del yelmo. Shallan dio un paso atrás. Y Rojo se quedó allí plantado. Inmóvil. Con los brazos extendidos.
—Esto… —llegó su voz—. No puedo moverme…
—¿Ah, no? —dijo Gaz.
Muévete, ordenó Shallan a la armadura, que se partió en pedazos y desapareció.
Lo intentaron otra vez. De nuevo, cuando Shallan se apartó, Rojo se quedaba clavado en el sitio. No podía ni doblar un dedo.
—La armadura esquirlada necesita energía para moverse —dijo Darcira—. ¿Es posible que… que no la tenga?
—¿Y por qué a los Corredores del Viento sí que les funciona? —preguntó Rojo con voz amortiguada—. No me parece nada justo.
—Yo creo que es una genialidad —dijo Gaz—. Shallan, si lo derribamos, ¿crees que se quedará ahí tumbado hasta que volvamos del desayuno?
Shallan descartó la armadura, sonriendo. ¿Shallan?, preguntaron las voces. Sonaban… avergonzadas.
No pasa nada, proyectó Shallan. Sois nuevos en esto.
Quizá podría buscarles algún tipo de adiestramiento con… esto… ¿otros pedazos de armadura?
—Bueno, pues supongo que no recibiré armadura gratis —dijo Rojo—. Tendré que volver a gimotear de noche por mis oscuros secretos hasta que encuentre la forma de superarlos.
—¿Tu oscuro secreto es que tienes un sentido del humor espantoso? —preguntó Gaz.
—Qué va, eso lo sabe todo el mundo. —Rojo se sentó a la mesa—. ¿Así que… de verdad vamos a atacar a los Sangre Espectral? ¿Directamente?
Shallan miró a los demás. Asintieron todos. Gaz incluido.
—¿Cómo empezamos? —preguntó Darcira.
—Mraize siempre piensa que cuenta con ventaja —dijo Radiante—. Se aprovecha de mantener a la gente desequilibrada ofreciéndole información como cebo. La mejor forma de anular esa ventaja es descubrir sus secretos. Hay muchas cosas que desconocemos. ¿Por qué quieren la prisión de Mishram? ¿Por qué se han involucrado tanto en nuestra política? Así que vamos a buscar esas respuestas. —Bajó la mirada a la mesa, a la cara sonriente y cicatrizada de Mraize—. Vamos a hacer una cosa que no creen posible. Vamos a robar esos secretos.
—Muy bien —respondió Gaz—. Pero ¿cómo?
—Antes que nada —dijo ella—, tenemos que encontrar su base…
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Dalinar con brusquedad mientras alcanzaba a la mujer… a la diosa.
Condenación, sí que era ella. Dalinar la había visto por última vez en una arboleda a oscuras, pero su cara era idéntica.
—Voy allá donde me place —dijo ella, en tono divertido, con unos pocos vidaspren flotando a su alrededor—. ¿No debería?
Como en la ocasión anterior, había un levísimo matiz del sonido de piedras derrumbándose en su voz. La ropa se le fundía con la piel en algunos sitios, como si hubiera hecho crecer el vestido a partir de unas delicadas redes de algo fino y terrenal. Ninguno de ambos efectos era tan pronunciado como en el valle, quizá por no llamar la atención. Pero Dalinar se sobresaltó de todos modos. ¿Sería un truco de Fusionado? ¿Podría ser…?
No. Los poderes de los Fusionados no funcionarían en la torre. Aquella mujer era Cultivación en persona. Se detuvo junto a la barandilla de metal, se agarró para no caer.
—Te recuerdo —dijo.
—Lo sé. Lo escribiste en tu libro. Me esfuerzo mucho por mantenerme en secreto, Dalinar, y tú fuiste y lo vomitaste todo en una página.
Cultivación negó con la cabeza.
—¿Has venido a ayudar? —preguntó él—. ¿Puedes decirme cómo derrotar a Odium? ¿Debo utilizar mis poderes de Forjador de Vínculos?
—No puedo decírtelo —respondió Cultivación mientras la gente pasaba por la galería y hacía reverencias o saludaba a Dalinar, sin hacerle ningún caso a ella, que era la más grandiosa de los dos.
—¿Por qué no? —preguntó Dalinar—. ¿Por qué no explicármelo?
—¿No lo has aprendido aún? Debes hallar las respuestas por ti mismo para respetar su significado.
—Discúlpame —dijo él—, pero eso es una cremez como una casa. Si me das las respuestas, te prometo por lo que más quieras que las respetaré.
Ella sonrió.
—¿Te has preguntado por qué eres un Forjador de Vínculos?
—Para unirlos —respondió Dalinar.
—Sí. ¿Y qué significa eso?
—Muchas cosas, según la interpretación —dijo él, y suspiró—. Por favor, solo dame una respuesta.
Cultivación perdió el tiempo junto a la barandilla, dándole golpecitos, mirando a la gente de Urithiru que pasaba por debajo.
—¿Alguna vez has sabido que Odium estuviera asustado?
¿Lo había sabido?
Sí. En una ocasión, durante un choque de poder trascendente. Una ocasión en la que habría jurado oír la voz de Evi, en la que pasó a ser dueño de sí mismo, libre de su pasado. Una ocasión en la que miró a un dios a los ojos, y dio una fuerte palmada, y combinó tres reinos en uno.
«Soy Unidad».
—Una vez —dijo Dalinar en voz baja.
—Yo una vez también —respondió ella—. Aparte de cuando te enfrentaste a él. Fue muy en el pasado. —Alzó la mano distraída y los vidaspren se arremolinaron juguetones a su alrededor—. Tienes que emprender un viaje, Dalinar Kholin. Un viaje peligroso, pero el camino hacia la derrota de Odium no pasa solo por tus poderes. Pasa por la comprensión. Necesitas ver la historia de este mundo, vivirla.
—¿Visiones? —preguntó Dalinar—. ¿Como las que tenía antes?
—Mayores —dijo ella—. ¿Dónde está Honor?
—Muerto.
—Tanavast, el recipiente que una vez contuvo a Honor, está muerto, pero el poder permanece. En algún lugar. Es un enigma que pocos estudiosos saben siquiera que pueden plantearse. Nadie sabe qué fue del poder de Honor. ¿Se te ocurre alguna idea?
—Está en los spren, tal vez —dijo Dalinar.
—Hay quienes afirman que Honor fue Astillado por Odium cuando este mató a Tanavast, como ya había hecho antes a otras, y que Honor se convirtió en los spren, ya que, si se deja el poder de una deidad a la suya, empezará a pensar. —Cultivación negó con la cabeza—. Pero se equivocan. Los spren ya existían antes de la muerte de Tanavast. Son de él, pero no son el núcleo de su poder. Eso todavía existe. —Miró a Dalinar a los ojos—. Es la energía y la sustancia de las visiones que se te mostraron, empezando hace años. Desea que las personas vean su acervo, en su búsqueda de un nuevo recipiente que lo contenga.
—Un momento —susurró Dalinar, mientras un escalofrío se extendía desde la base de su cráneo y lo inundaba por completo, obligándolo a aferrarse a la barandilla—. Un momento. ¿Qué estás diciendo? ¿Que… alguien podría…?
—El poder de Honor necesita un anfitrión —dijo ella—. Está por ver que seas tú o no, que resuelva o no vuestros problemas. Sin embargo, he venido a decirte que hace años iniciaste un camino, y tocabas el poder de Honor con cada alta tormenta, al recibir una visión. El camino para derrotar a Odium es el mismo que recorres. Solo necesitas ver mejor, más lejos, más profundo en el pasado.
—¿No puedes combatirlo tú?
—Tengo mis propias batallas —contestó ella, volviéndose para marcharse—. No puedo librar las tuyas, pero ahora ya sabes dónde se oculta el poder. Busca el Reino Espiritual, donde moran los dioses. Tienes la capacidad de llegar allí, quizá incluso la capacidad de regresar. Es en ese lugar donde se te otorgarán las verdades definitivas sobre los Heraldos, los Radiantes y el mismísimo Honor. Ve y búscalo, Dalinar Kholin, si pretendes concluir este viaje.
Cultivación recorrió un corto trecho, hasta que la oscuridad se la tragó, y entonces desapareció en un estallido de vidaspren.
Dalinar regresó con los demás y los encontró rodeados de sorpresaspren. Sin abrir la boca, señaló hacia arriba. Sigzil lo enlazó y Dalinar echó a volar, acompañado por los dos Corredores del Viento. Solo cuando ya estaba en el aire cayó en la cuenta de que había dejado atrás a su guardaespaldas una vez más. Bueno, Colot podía coger el elevador.
El Reino Espiritual. Los poderes de dioses.
Padre Tormenta, pensó mientras ganaba altura, ¿has captado esa conversación?
Notó un estruendo al fondo de la mente. Confusión.
Cultivación estaba aquí, dijo Dalinar. Hace un momento.
¿Qué?, exclamó el Padre Tormenta, de pronto muy presente en la consciencia de Dalinar, deformando el aire a su alrededor. Increíble. Casi nunca abandona su escondrijo.
¿No la has percibido?
Se oculta de Odium, envió el Padre Tormenta, lo que significa que ninguno de nosotros puede sentir su presencia tampoco. Debe de haber venido para ver qué estaba pasando con el Hermano. Cultivación siempre le ha tenido cariño.
Cultivación me ha explicado, dijo Dalinar, que el poder de Honor todavía existe en el Reino Espiritual, que es la sustancia de las visiones que he tenido. Dice que debería buscar respuestas allí.
El Padre Tormenta atronó con suavidad. Fue una clase de trueno peligrosa, lejana, pero que amenazaba con una violencia inminente.
¿Y darías ese paso, Dalinar?, preguntó el spren. ¿Acaso buscas perderte a ti mismo en el pasado?
Llegaron a las plantas superiores de Urithiru. Dalinar, que ya había hecho aquello decenas de veces, asió la barandilla y pasó por encima de ella al rellano donde llegaban los elevadores. Se quedó agarrado a la barandilla hasta que Sigzil le retiró el enlace, permitiendo que Dalinar se posara en el suelo.
Tan solo busco proteger a mi pueblo, pensó Dalinar. Aferró el pasamanos y miró decenas y decenas de metros hacia abajo. Un panorama vertiginoso. Se sentía como si llevase años ya al borde de un precipicio, a solo un paso de la destrucción. En otros tiempos, si temblaba antes de una batalla, era siempre de emoción. En esos momentos lo hacía por la abrumadora comprensión de que todo dependía de él. Porque así lo había querido.
Si perdía aquel duelo…
Veo que estás nervioso, dijo el Padre Tormenta. Bien. La confianza debe tener un límite, en los mortales. ¿Qué más te ha dicho Cultivación?
Solo que el Reino Espiritual tiene respuestas, contestó Dalinar. Que puedo llegar allí con mis poderes. Que debería buscar las verdades de la historia, y de Honor.
El Padre Tormenta reverberó. Sonaba como molesto por aquello.
¿Qué ocurre?, preguntó Dalinar.
Te he mostrado lo que necesitas, dijo el spren. Mucho más que eso sería peligroso.
Un momento, pensó Dalinar. Entonces, ¿de verdad hay más? ¿Podría ver cómo se eligió a los Heraldos? ¿Cómo llegó la gente a Roshar? ¿Podría ver qué provocó la muerte de Honor?
El Padre Tormenta retumbó con suavidad, y sonaba incluso más enfadado.
Cultivación me ha indicado que debo buscar esas respuestas, dijo Dalinar.
No creía que fuese a interferir excepto a su manera habitual, respondió el Padre Tormenta. La de dar minúsculos empujoncitos que tardan décadas en dar su fruto. Tendré que pensar en ello. Su sugerencia es peligrosa, Dalinar. Demasiado peligrosa. Ten cuidado.
Dicho eso, el Padre Tormenta desvió su atención hacia otro lugar. El titilar del aire se desvaneció y la presencia del spren se retiró hasta ser solo una tenue consciencia al mismo fondo de su mente.
Tormentas. Dalinar estaba harto de promesas y pistas vagas. Estaba harto de que los dioses se movieran inadvertidos entre ellos. Quería respuestas. Fue con paso pesado hacia la sala de reuniones, seguido por los dos Corredores del Viento. Entró y vio que, al final, Jasnah le había ganado la carrera hasta la cima y llegaba temprano al encuentro, igual que él. Sagaz estaba sentado en el suelo al fondo, con un pergamino en una mano y algún tipo de hueso blanco en la otra.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Dalinar a Jasnah.
—Algo va mal —explicó ella, observando a Sagaz cruzada de brazos—. Tuvo un encuentro con Odium del que acaba de ser consciente ahora mismo, lo que significa que Odium alteró sus recuerdos. Y eso, por motivos que no me ha revelado, lo lleva a pensar que hay tecnicismos en el contrato que Odium está aprovechando.
—No puede haberlos —dijo Dalinar—. Odium me prometió, y el propio Sagaz me confirmó, que no iba a usar ningún tecnicismo. Que el espíritu del contrato era más importante.
Jasnah negó con la cabeza.
—Obtendremos respuestas de Sagaz, si hay suerte, cuando lo decida él, no nosotros.
Parecía molesta con él en particular.
—Bueno —dijo Dalinar, sacando sus mapas de batalla antes de indicar por señas que entraran a los generales que esperaban fuera—. Será mejor que hagamos un recuento exacto de las posiciones de nuestras tropas, para poder presentárselo a los monarcas. Hay mucho que organizar y planificar…
17. Un amor más duro
Lo que me revelaron sus glifos, garabateados en el polvo, me hizo temblar el alma: fui yo, y las historias que habían oído sobre mis enseñanzas, la razón de que se marcharan.
De El camino de los reyes, cuarta parábola.
Los primeros atisbos de luz ya se filtraban en el atrio mientras Adolin caminaba hacia los elevadores. Después de estar con Shallan, había dado un rodeo para visitar a Galante, y llegaría al encuentro justo a tiempo.
A mucha gente normal le había tocado hacer cola ante los ascensores hasta que los monarcas estuvieran reunidos. Adolin vio a alguien inesperado entre esa gente.
—¿Colot? —dijo, mirando al miembro de la Guardia Cobalto.
—Adolin —respondió Colot, con cara de vergüenza.
Era ojos claros, en su caso de una tonalidad amarilla verdosa. Exescudero de los Corredores del Viento. Muchos escuderos tenían que esperar durante meses para vincular a un spren, ya que escaseaban, pero la mayoría estaban dispuestos a hacerlo. Adolin no sabía por qué Colot se había rendido y lo había dejado antes de obtener el suyo.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Bien. Tu padre acaba de ingeniárselas para darme esquinazo otra vez.
Adolin dio un suave gemido.
—Creía que estaba mejorando en dejarse acompañar por sus guardias.
—No creo que lo haya hecho a propósito. Es que se ha distraído.
Colot se encogió de hombros.
—Hablaré con él —prometió Adolin.
—Por favor, no lo hagas. Para él los guardaespaldas ahora son solo una molestia. No te… —Colot respiró hondo—. No te preocupes por mí. Ya subiré cuando toda la gente importante esté donde debe.
—De eso nada, tú te vienes conmigo.
Adolin lo sacó de la cola. Vio que estaban cargando un elevador con un grupo de personas ataviadas en colorida ropa azishiana, y a soldados que mantenían a la gente apartada a una distancia segura. Dio una voz y corrió hacia el elevador, tirando de Colot tras él. Antes de que los asistentes pudieran cerrar la puerta, el emperador en persona, envuelto en gruesos ropajes y con un sombrero de varios palmos de anchura, levantó la mano para impedírselo.
Colot y Adolin subieron de un salto a la plataforma, y Adolin le hizo un asentimiento agradecido al emperador. La cabina estaba atestada de dignatarios azishianos. Allí donde fuese el emperador Yanagawn, debía llevar consigo a visires, sirvientes, funcionarios, sirvientes de los funcionarios…
El elevador empezó a ascender despacio por la pared del atrio. Luego ganó velocidad. A los pocos segundos ya iba tan rápido que Adolin notó el viento, algo que no había ocurrido nunca antes del despertar de la torre. A ese ritmo, el ascenso hasta la cima les llevaría solo unos minutos.
—Alto príncipe Adolin —dijo Yanagawn desde el centro de su séquito—. ¿Podemos hablar un momento?
A su alrededor, varios visires se miraron entre ellos, aunque ninguno dijo ni una palabra. Se suponía que el joven emperador no debía hablar con nadie inferior, pero Adolin había tenido algunas interacciones esporádicas con él durante el año transcurrido desde la Batalla de la Explanada Thayleña. Yanagawn había empezado a dirigirse a Adolin directamente.
—¿Excelencia? —dijo Adolin, acercándose mientras varios guardias le dejaban espacio a regañadientes.
—Habéis visto los ejércitos que avanzan hacia mi tierra natal —afirmó Yanagawn—. Según los informes, son… ¿numerosos?
—Es una fuerza de invasión bastante decente —reconoció Adolin—. Serán unos quince o veinte mil efectivos.
—En la capital solo tenemos una fracción de eso —dijo el emperador—. Muchos de nuestros ejércitos están fuera, de campaña. —Negó con la cabeza, sentado en su silla entre toda aquella gente. Llevaban un asiento para él a todas partes, y a veces lo llevaban a él sobre el asiento—. Creíamos que estaríamos a salvo después de hacer retroceder al enemigo hasta Emul. ¿Acabará esto alguna vez, incluso después del duelo?
—Ojalá lo supiera, excelencia.
Yanagawn era, en muchos aspectos, desconcertante para Adolin, más un mascarón de proa que un rey. Como una estatua creada por moldeado de armas, poderosa en su quietud, pero de algún modo desvalida en persona. Jasnah opinaba que eso era bueno, y Adolin había intentado seguir sus explicaciones de por qué. Tenía sentido cuando su prima hablaba de controles sobre el poder absoluto, pero claro, Jasnah podía hacer que cualquier cosa sonara razonable. Era uno de sus dones.
—Vos lucháis directamente por vuestro pueblo —le dijo Yanagawn en voz baja—, espada en mano. ¿Nunca tenéis miedo de no ser lo bastante fuerte, alto príncipe?
—Llamadme Adolin, si queréis.
—Yo… no puedo extenderte la misma cortesía.
—Lo comprendo —dijo Adolin—. Y en respuesta a vuestra pregunta, sí. A veces me aterroriza volver a fracasar. Kholinar cayó cuando me enviaron a salvarla. No pasa ni un día sin que piense en ello.
Era un dolor constante, como un músculo distendido que se negara a sanar. La clase de dolor furtivo que no se manifestaba hasta que uno hacía el movimiento equivocado, y entonces de pronto se avivaba como una punta afilada en el costado. Entonces Adolin recordaba activar la Puerta Jurada. Dejar atrás a soldados heridos, una ciudad entera llena de gente a la que se suponía que él debía rescatar. Su primo Elhokar muerto sobre la piedra…
Sí, tormentas, eso dolía.
—¿Cómo lo soportas? —preguntó Yanagawn.
—El ejercicio ayuda —dijo Adolin—. Entrenar con la espada, despejar la mente.
—A veces creo que es una bendición que mi puesto no me permita luchar —afirmó Yanagawn. Tormentas, qué bien hablaba en alezi. Tenía acento, sí, pero solo llevaba más o menos un año practicando—. No tomo las decisiones tácticas, de modo que la carga del fracaso no me corresponde. Pero en otros momentos, me considero un cobarde.
—No es cobardía conocer las limitaciones propias, excelencia —repuso Adolin.
—Tal vez —dijo el emperador, y sonrió con aprecio—. ¿Conoces mi pasado, Adolin?
—Creo que erais un ojos oscuros… bueno, o como sea que lo llaméis, antes de vuestro ascenso.
—Un plebeyo, sí. Un ladrón. Y no muy bueno, por cierto.
Más miradas de soslayo entre los visires. Noura, la primera entre ellos, dio un paso adelante.
—Disculpad, excelencia, alteza, pero esa es la senda en la que Yaezir os puso, y es como debíais manifestaros a nosotros por medio de un milagro.
—Eso no cambia lo que era, Noura.
—Cierto, excelencia —dijo ella—. Pero obcecaros en lo que erais, y no en lo que sois, nunca lleva muy lejos a nadie.
Adolin asintió. Él no podría vivir con tantos sirvientes siempre encima, pero Noura… al menos era una persona reflexiva.
—No lo menciono —dijo Yanagawn— por obcecarme con ello, sino por recordar una época durante la que solía verme en situaciones peligrosas. Por aquel entonces, no las llevaba bien. Me pregunto a menudo… cómo las llevaría ahora.
Miró a Noura, y entonces Adolin vio en él al hombre, no al joven. Tenía ya más edad que Adolin cuando ganó su hoja esquirlada.
«Este compañero —pensó Adolin— necesita una buena sesión de entrenamiento con la espada».
No le correspondía a Adolin decirlo, no allí. De modo que se mordió la lengua mientras el elevador llegaba a la cima y salían todos. Había llegado el momento de decidir cómo iban a afrontar aquella amenaza.
Radiante apoyó la espalda en la pared de la planta baja del atrio del elevador. Cortesía de un tejido de luz de Shallan, llevaba la cara de un raspador de crem. Un hombre de rasgos alargados, que le caían como si fuesen de cera.
Adolin subió al ascensor con el contingente azishiano, mientas Isom, el Tejedor de Luz al que había asignado seguirlo, hacía una señal encubierta para indicar que tomaría el siguiente elevador. Shallan se había preocupado cuando Isom informó de que Adolin no iba directo a la reunión. Cómo no, se había desviado para ir a ver a su caballo. Otra vez.
Radiante ya había enviado a Sidéreo arriba con los monarcas, en representación oficial de la Corte Inadvertida, así que Adolin estaría bien protegido. Además, seguro que el enemigo no intentaría nada en medio de una reunión de reyes, reinas y un puñado de Radiantes.
Ya no puedes hacer nada más al respecto, dijo Velo.
Sus planes dependían de que alguno de sus Tejedores de Luz fuese capaz de seguir a un Sangre Espectral hasta su actual escondrijo. Gaz estaba con ella, llevando la cara de una joven que vendía flores de rocabrote en el mercado. Era uno de sus mejores bocetos, y de sus mejores disfraces, ya que aprovechaba su estatura baja.
—No hay informes de Sangre Espectral siguiendo a nadie de los nuestros hoy —dijo Gaz con suavidad. Sus tejidos de luz habían progresado lo suficiente para que su voz empezara a modularse también, además de su imagen—. Ni siquiera han atacado al caballo. ¿Crees que están esperando a que nos confiemos?
Radiante pensó un momento.
—No. No quieren llamar la atención. Un ataque mezquino contra algún ser querido de Shallan les daría una satisfacción momentánea, pero haría caer todo el peso de la ira de Dalinar sobre ellos. Mraize es demasiado sutil para eso.
Gaz gruñó, un sonido que desde luego no encajaba con la cara que llevaba puesta. Necesitaba practicar más. A ese efecto, como ya había comprobado que Adolin estaba bien, Radiante dio paso a Shallan, que se encorvó aún más, se metió las manos en los bolsillos y empezó a morderse el labio, todos ellos gestos nada propios de ella, para reforzar el disfraz.
—No han hecho amenazas —susurró Shallan con voz de hombre—. No han establecido contacto. Esperaba que pudiéramos impedir un golpe contra alguien de los nuestros y seguir a los atacantes. Este silencio me pone muy nerviosa. Tenemos que averiguar qué traman, Gaz.
—Tenemos a agentes vigilando las entradas de la torre y los pasillos principales —dijo él—. Pero, incluso con nuestros informadores a sueldo, no puedo garantizar que vayamos a encontrar el rastro de algún Sangre Espectral.
Shallan asintió mordiéndose el labio, pensativa.
—Los Sangre Espectral no podrán estar alejados de lo que ocurra hoy. No han interferido con Adolin, pero lo vigilan. Estarán haciendo lo mismo con Dalinar, Navani y cualquier otra persona que crean que puede saber algo. Tarde o temprano, uno de nosotros verá alguien a quien seguir.
Gaz asintió despacio, relajándose contra la pared con aire ocioso. Shob, otro Tejedor de Luz, llegaría al cabo de unos minutos con su informe. Tiempo atrás, Gaz estaría rascándose la barba de unos días y comprobando nervioso una y otra vez su anterior punto ciego. Ambos actos eran mucho menos frecuentes cuando llevaba disfraz, ya que entonces moderaba los ademanes.
—Estás mejorando en esto —comentó Shallan.
—Gracias —dijo él—. Necesitaba algo con lo que entretenerme.
—¿Cómo va lo de apostar?
Gaz se encogió de hombros.
—¿Cuánto te has endeudado esta semana?
—Nada.
—Es una mejora —dijo Shallan.
—Solo porque he conseguido no apostar nada —repuso él—. ¿Sabes el consejo ese que me diste sobre asignarme un presupuesto y no perder nunca más que eso?
—¿Sí? —preguntó ella, expectante.
—Tormentosamente inútil —dijo él—. Lo siento.
—Vaya.
—Si empiezo a apostar, deja de importarme. El problema siempre ha sido ese. Por eso acabé en las cuadrillas de puente, bajo la bota de un par de ojos claros malvados. Por eso acabé desertando. Para mí no hay presupuesto que valga. Lo que necesito es estar haciendo otra cosa.
—¿Y eso es difícil? —preguntó ella, pensando en su hermano, que tenía el mismo problema. Quizá lo que le funcionaba a Gaz ayudaría a Jushu.
—Sí. Antes pasaba el día planeando cómo ganar —dijo Gaz—. Estrategias, la mayoría inútiles. En mi mente fantaseaba con que cada partida era una ráfaga en lo que se convertiría en una tormenta de ganancias, que me sacaría de mis problemas. Y cada victoria me sentaba bien, como si estuviera dando un paso en la dirección de valer algo como persona.
Unos repugnaspren, con forma de sacacorchos girando hacia arriba, aparecieron a su alrededor mientras seguía hablando.
—No eran las apuestas en sí lo que me enganchó. Era el castillo en el aire que me construía de lo que iba a sentir al ganar, que luego siempre se derrumbaba y me dejaba con la idea de haber visto pasar algo que se me debía. Y eso me fue embotando a todo lo demás. Hasta que me convertí en un hombre sin corazón, que enviaba a chicos a morir cada día en aquellas carreras de puente.
—Y luego…
—Os encontré a vosotros —dijo él—. A gente a quien le importo.
—Y el poder de ser amado —añadió Shallan con suavidad, notando una sonrisa creciente en los labios— te dio fuerzas para resistir.
—¿Qué? —Gaz soltó una carcajada, medio con su voz, medio con la de la ilusión—. ¿Se puede saber qué clase de tormentoso crem es eso? ¿El poder de ser amado? ¡Ja! Qué va. Sidéreo y Rojo fueron a todos los tugurios de apuestas de toda la tormentosa torre y amenazaron a los dueños. Les dijeron que, como alguien me dejara entrar, Sidéreo les arrancaría las uñas de los pies y se las pondría de collar. ¡Cuando pasaba por allí, el personal ni siquiera me hablaba!
—Bueno —dijo ella—, es que eso es el poder de ser amado. Solo que… hum, en una tonalidad distinta.
—Un amor más duro.
—Un amor con más durezas.
Gaz la miró.
—Durezas —dijo ella—. En el pie. Como las uñas.
Él se limitó a seguirla mirando.
—Eh, me falta práctica, ¿vale? —dijo Shallan—. Tuve un jaleo con otra personalidad que estuvo a punto de manifestarse, y no me dejó mucho tiempo para las ocurrencias ingeniosas. En todo caso, recuérdame que les envíe una nota de agradecimiento a Rojo y a Sidéreo.
—Tormentosos idiotas —masculló Gaz—. Pero funcionó. Al cabo de un tiempo, mi mente encontró otras maneras de pasar el rato. Este trabajo que hacemos tiene una emoción más real: los planes, la vigilancia, seguir a gente. Ahora las estrategias que se me ocurren consiguen algo real. —Bajó la mirada hacia su cinturón, donde una vinculacaña del grupo tenía una luz intermitente—. Condenación. Es Shob. Ha visto a algún Sangre Espectral. Acertaste.
—Siempre acierto. —Shallan calló un momento—. Menos con los consejos sobre el juego.
—Y con los chistes.
—Mis chistes son increíbles. Puede que haya que pulirlos un poco, pero… en fin, hasta un cuchillo romo puede matar a alguien.
Gaz se pasó la mano por el pelo falso.
—Eso explica muchas cosas.
—¿Ah, sí?
—Si empujas lo suficiente con un cuchillo romo…
—Puede doler de todos modos.
—Y si no paras de hacer chistes malos…
—Lo mismo. —Shallan titubeó—. Un momento, no quería decir eso.
Él sonrió de oreja a oreja.
—Vamos a ver qué ha encontrado Shob.
18. Una excepción a las reglas
Habían partido en busca de una tierra que, según algunos, era mítica.
De El camino de los reyes, cuarta parábola.
Adolin y el emperador de Azir dejaron a la mayoría de los acompañantes en la antecámara y entraron a la reunión. Cumpliendo la tradición, Yanagawn cogió su propia silla y la llevó al interior, y Adolin hizo lo mismo. A Navani y a Dalinar les gustaba el simbolismo.
Ya dentro, Adolin hizo un conteo rápido de los presentes y comprobó que Yanagawn y él eran los últimos en llegar. Su padre y su tía estaban allí, igual que Jasnah y la reina Fen. Unos pocos enviados Radiantes, entre ellos Sigzil de los Corredores del Viento y Sidéreo de los Tejedores de Luz, estaban colocando sus sillas. También había algunos reyes inferiores —o «supremos», como los llamaban ellos— del Imperio Azishiano. Había acudido el Visón, el herdaziano bajito que era el principal estratega de la coalición. Y posiblemente, tras la caída de su reino, el ojos claros con mayor categoría de Herdaz. Aunque en realidad tuviera los ojos oscuros.
Completaban la reunión otros tres altos príncipes alezi, un grupo de escribas y varios generales y líderes importantes, como el príncipe Kmakl y Noura la visir. Y, cómo no, estaba Sagaz, sentado en el rincón con un pergamino en el regazo. La tía Navani hizo un gesto y todos los spren emocionales que había en la sala se marcharon volando, para no distraer a los presentes. Adolin cerró la puerta. Quizá debería haber saludado a su padre, al que llevaba semanas sin ver. Lanzó una mirada hacia Dalinar.
No. Después de cómo se habían separado, ambos iban a hacer lo que era debido: ignorar el asunto y dejar que supurase.
A los pocos segundos de que cerrara la puerta, alguien llamó a ella con los nudillos. Adolin escrutó por una rendija y luego la abrió del todo mientras un guardia señalaba hacia un anciano reshi vestido con una túnica suelta que mostraba su poderoso pecho y su complexión fuerte. A Adolin le sonaba que era el líder de una de las islas Reshi y que había estado visitando la torre aquellos últimos meses.
Nunca lo habían invitado a ninguna de aquellas reuniones. El hombre no pidió entrar: se limitó a coger una silla y quedarse de pie fuera, esperando con su hijo, que a menudo vestía con ropa thayleña.
Adolin lanzó una mirada al interior de la cámara. Aquel hombre solo era rey de unos pocos centenares de personas, en la práctica menos poderoso que cualquier terrateniente alezi. Era Radiante, el único Portador del Polvo que quedaba en la torre, pero no muchos Radiantes tenían un puesto en la reunión solo por serlo.
Se hizo el silencio un momento, y luego el Visón habló.
—En Herdaz tenemos un dicho. Ningún primo es tan lejano que deje de ser familia. El rey de un país pequeño sigue siendo un rey.
—Pasa, por favor —dijo Dalinar, con un asentimiento y un gesto hacia el rey reshi—. Aunque te advierto que buena parte de lo que hablemos puede resultar confuso sin un contexto previo.
El hombre guardó silencio, cargó con su silla y la colocó al fondo de la sala, junto a varios de los supremos azishianos inferiores. Se sentó con gesto regio y, a decir verdad, Adolin dudaba que hablase muy bien el alezi. Su presencia parecía simbólica. Adolin cerró la puerta de nuevo.
—Bueno —dijo Fen—, pues ya estamos todos. ¿Podemos empezar de una vez? Mi reino se enfrenta a una flota entera.
—¡El mío está a punto de que lo invadan! —replicó Yanagawn—. ¡A través de un portal que lleva al corazón de mi ciudad! ¡Y antes que el tuyo!
—La tormenta eterna puede traer los barcos enemigos a mi capital en un solo día —insistió Fen—. ¡Lo vimos la última vez!
—Por favor —intervino Dalinar—. Hablaremos de la defensa de todos a su debido tiempo. Pero antes, establezcamos cuál es la posición actual de nuestras fuerzas.
—Estoy de acuerdo —dijo Fen—. Pero quiero dejar clara una cosa, Dalinar. Esto es culpa tuya. Debiste exigir que las fronteras quedaran fijas en el momento en que se cerró el acuerdo.
Tenía razón, por supuesto, pero así eran las cosas con el padre de Adolin. Dalinar era un gran hombre, sí, pero daba por hecha su grandeza. Y eso lo llevaba a asumir que era capaz de resolver cualquier problema por sí mismo.
—Lo siento, Fen —respondió Dalinar—. Lo hago lo mejor que sé.
—¡Lo mejor que sabes va a hacer que conquisten mi reino mientras tú proteges el tuyo! En la práctica, garantizaste que habría guerra estos diez días.
Silencio. Ojos condenatorios. «Es lo que te mereces, padre —pensó Adolin, sintiendo la sala volverse contra Dalinar como lanzas bajadas hacia un enemigo capturado—. Siempre embistes hacia delante. Haces lo que te viene en gana. Y a la tormenta con las consecuencias. Es lo que pasó hace años, cuando mataste a mi madre. Y ni siquiera te molestaste en decírmelo. Lo hiciste…»
—Lo hiciste bien, Dalinar Kholin —dijo Yanagawn—. Todos convinimos que actuarías en nuestro nombre, y tú nos encontraste una solución. Gracias.
Adolin frunció el ceño, mirando al emperador azishiano. Su país afrontaba una invasión. ¿Por qué estaba tan calmado?
—Gracias a ti —prosiguió Yanagawn—, tenemos una oportunidad. El enemigo puede renacer una y otra vez, pero, con este duelo, la paz de verdad es posible.
—Os he fallado en el corto plazo —respondió Dalinar—. Hay ejércitos avanzando hacia tu territorio.
—Como ya avanzaban hace tres días —dijo Yanagawn—. Y hace semanas. Lo único que ha cambiado es que tú nos has conseguido que haya un final a la vista. Sí, el contrato podría haber sido un poco mejor, pero creo que toda persona azishiana de esta sala coincidirá conmigo en que siempre se pasa algo por alto, incluso en los documentos importantes.
—Tormentas, ya lo creo —asintió Sigzil, riendo.
—Tienes razón, Yanagawn —refunfuñó Fen—. Dalinar, he sido demasiado dura contigo. Es verdad que aceptamos permitir que tomaras tú la decisión, y es verdad que hiciste todo lo que pudiste. No debería protestar por lo que podría haber pasado, pero es que mi tierra natal apenas empezaba a recuperarse del último ataque.
—Solo tenemos que resistir, Fen —dijo Yanagawn—. Otros ocho días. Y luego tendremos la paz.
Tormentas. Y con eso, la atmósfera de la sala cambió de nuevo. O tal vez Adolin no la había interpretado correctamente al principio. La gente asintió. Fen irguió la espalda un poco más en su asiento. Y Dalinar… Dalinar miró a Yanagawn a los ojos e inclinó la cabeza en señal de respeto y agradecimiento.
¿Cuándo se había vuelto tan maduro el joven emperador? O quizá… quizá Adolin debería estar preguntándose por qué él no había madurado del mismo modo.
—Muy bien —dijo Dalinar—. Hablemos de nuestras posiciones. Sidéreo, ¿estás en condiciones de crear un mapa conmigo?
—Sí, señor —respondió el Tejedor de Luz—. Después de practicar estas últimas semanas, creo que podré lograrlo.
—Bien —dijo Dalinar—. Empezaremos por Emul, con…
—Por los santos infiernos —farfulló una voz desde la esquina.
Adolin frunció el ceño, intentando discernir las palabras y luego cómo encajaban juntas. La gente se apartó y dejó a la vista a Sagaz, sentado en el rincón, sosteniendo aquel papel y lo que parecía un hueso.
—No es posible —dijo Sagaz en voz más alta.
Adolin lanzó una mirada hacia Jasnah, que negó con la cabeza, igual de perpleja que él.
—Soy imbécil —afirmó Sagaz.
—Sagaz —dijo Dalinar—, ¿estás…?
Sagaz se levantó de un salto.
—¡Soy tonto de remate! El ejemplo de idiotez más formidable y espectacular a este lado del Cosmere. Tan grandioso que deberían inmortalizarme en una canción. Del tipo que cantan los borrachos antes de vomitar, mezclando el rancio contenido de su estómago envenenado con mi nombre.
—Sagaz —repitió Dalinar en tono firme—. Explícate.
Vaya, eso sí que sonaba como una invitación a la burla. Adolin se preparó para un chaparrón de mofas, pero, cando Sagaz habló, lo hizo con voz seria.
—Sí que hay resquicios técnicos en este acuerdo —explicó—. Lo siento, os he fallado a todos. Se suponía que iba a guiar el proceso de crear este contrato. Podría haber previsto exactamente dónde íbamos a recibir estos ataques, si me hubiese fijado mejor.
Lo dijo en tono grave y solemne. Sin levantar la voz. ¿Qué podía hacer que Sagaz se comportara tan… normal?
—¿Cómo ibas a adivinar que atacarían Ciudad Thaylen? —preguntó Fen.
—Porque lo pone en este acuerdo —dijo Sagaz—, igual de patente que mi nariz. Como todos sabéis, Dalinar no tuvo más remedio que salirse un poco del guion al acordar esto hace tres días.
—Odium declaró que no podía aceptar el trato tal y como se lo propusimos —explicó Dalinar a los demás—, porque ya no es capaz de mantener recluidos a los Fusionados.
—Encerrarlos ya no es una opción viable —convino Sagaz—, con el Juramento roto y la tormenta eterna aquí. En todo caso, que Dalinar tuviera que improvisar llevó a esta situación, en la que el enemigo tiene una última oportunidad de conquistar tierras.
—Motivo por el que anticipábamos ataques en las fronteras de lugares con valor estratégico —intervino el Visón, poniéndose de pie junto a Dalinar—. Si expandieran el tamaño de Alezkar, por ejemplo, pero luego nosotros recuperásemos el reino… bueno, sería un ataque desperdiciado. De modo que suponíamos algunas incursiones desde Jah Keved a las Tierras Heladas, o tal vez otro intento de adentrarse en Emul o en Tashikk. La clave de todo esto es que Alezkar y Herdaz son nuestros, para siempre, si Dalinar gana.
El herdaziano miró a Dalinar y asintió, mostrándole respeto. Adolin no se había enterado de todos los detalles del contrato, pero le habían contado que Dalinar había señalado Herdaz en particular para su liberación. Cumpliendo así su promesa.
Dalinar asintió también. El padre de Adolin estaba de pie, porque, por supuesto, había olvidado traer su silla desde fuera. A pesar de las grandiosas filosofías que propugnaba, Dalinar siempre era una excepción a las reglas. Incluso a las dictadas por él mismo.
«Tormentas —preguntó Adolin, consciente de la amargura que teñía sus pensamientos—. De verdad que estoy dejando que esto se desmadre demasiado».
Lo sabía. Pero no podía impedirlo.
—El Visón está en lo cierto —dijo Dalinar—. Pase lo que pase, Odium conservará los territorios que se rindieron a él, como Iri, Jah Keved o Marat. Nosotros nos quedaremos con todo lo que esté en nuestro poder cuando termine el plazo. Atacar Ciudad Thaylen y Azimir no es absurdo del todo… pero tampoco parece una opción inteligente. ¿Por qué arriesgarlo todo intentando conquistar nuestros baluartes, cuando es mucho más fácil obtener territorio en el perímetro?
—Porque —susurró Sagaz— si toma las capitales, se queda con los reinos. En su totalidad.
—Un momento —dijo Yanagawn—. ¿Puedes repetir eso?
—Antes me he dado cuenta de que podría haber pasado algo por alto —explicó Sagaz—, así que le he enviado una petición a uno de los mejores negociadores de contratos que conozco. Escarcha. Un tipo alto. Grande como una casa, de hecho. Dientes afilados. Aficionado a sermonearme, lo cual demuestra que tiene buen criterio. Se ha negado a ayudar, porque insiste en que no intervendrá, pero su hermana es igual de lista que él y ella sí que me ha hecho caso. Le he leído el contrato y me ha pedido acceso al código legal alezi. Es lo que he estado haciendo estas últimas horas, leerle volúmenes de leyes, orientarla por ellos y pedirle sus interpretaciones.
—¿Y eso lo has hecho… aquí mismo? —preguntó Navani—. ¿Cómo?
Sagaz levantó el pequeño hueso, como si aquello lo explicase todo.
—La idea general es la siguiente: al negociar, Dalinar pidió la devolución de Alezkar y Herdaz. Reinos enteros. Luego aceptó la solicitud de que Odium pudiera intentar conquistar también reinos enteros con sus ataques. Según la ley alezi, eso significa que debe tomar su sede de poder. De modo que…
—De modo que lanza todas sus tropas sobre Azimir —susurró Yanagawn—, porque, si conquista la capital, se queda con el reino. ¿Es lo que estás diciendo?
—Por desgracia, sí —confirmó Sagaz.
«Ay, Condenación», pensó Adolin. En la sala se hizo el silencio.
—Me prometió —dijo Dalinar en voz baja— que no habría juego sucio con los tecnicismos. Que nos atendríamos al espíritu del duelo. Has tenido que hurgar en el código legal alezi durante horas para encontrar esto, Sagaz. A mí me suena mucho a tecnicismo.
—Sí —dijo Sagaz—. Y es por eso que soy imbécil. No por haber pasado por alto las complejidades del código legal, sino porque esto es algo que Rayse no podría hacer jamás. Aparte de que va contra su naturaleza, es una cosa que prometió que no haría. Incluso sin un compromiso formal, un dios no puede incumplir esa clase de promesa sin consecuencias nefastas.
—Entonces… ¿qué pasa? —preguntó Dalinar—. Se me escapa algo.
—A ti y a todos —dijo Sagaz, y suspiró—. Odium está explotando un tecnicismo de vuestro acuerdo. Rayse no lo haría. Rayse no podría hacerlo. Por tanto… —Paseó la mirada por la sala, fijándola en los ojos de todos—. Por tanto, no estamos enfrentándonos a Rayse. Mi viejo enemigo debe de estar muerto, y otra persona ha tomado la Esquirla de Odium. Debí darme cuenta en el instante en que empezó a comportarse tan raro, pero ahora lo he confirmado sintiendo los ritmos de Roshar. Amigos míos, nos enfrentamos a un enemigo al que no conocemos ni podemos anticiparnos. Y, sea quien sea, es un genio… un genio que ha urdido una estratagema para conquistar todo Roshar en diez días.
—Muy bien —dijo Shob, apiñado con Shallan y Gaz en un rincón del segundo piso—. Atentos a esto.
Shallan y Gaz habían cambiado de cara y los tres tenían aspecto de trabajadores herdazianos. Gaz llevaba un auténtico chispero en el dedo, y un poco de pedernal para fingir que trabajaba con él. Shob se sonó la nariz y después extendió unos papeles por el suelo. Allí se estaba más tranquilo y había menos tráfico, aunque el sonido aún llegaba resonando a través del cercano atrio.
—El caso es que estaba vigilando la zona del atrio —dijo Shob—, como me has pedido. He visto que alguien observaba a Dalinar hablando con una mujer makabaki. La Sangre Espectral era esta tipa de aquí.
Shallan levantó el boceto, que representaba a una mujer bajita alezi o veden que Hoid había identificado como miembro de los Sangre Espectral, aunque Shallan nunca había tenido contacto con ella. Hoid había escrito debajo: «Antes era actriz, reclutada hace poco».
Conque actriz, ¿eh? Shallan supuso que tampoco era una elección de nuevo miembro muy sorprendente, para una organización secreta.
—¿Has puesto a alguien a seguirla? —preguntó Shallan.
—Darcira va tras ella ahora mismo —dijo Shob, frotándose la nariz otra vez.
Ese hombre siempre estaba quejándose de una enfermedad u otra, ninguna de las cuales era nunca tan grave como él creía. Pero era bueno en su trabajo, eso sí. Aquella era una pista estupenda.
Los Sangre Espectral establecían y abandonaban bases de operaciones con regularidad. También se les daba de maravilla quitarse de encima a quienes los seguían, pero ¿una recluta reciente? Eso parecía un punto débil.
Shob se echó hacia atrás, quejándose del estómago, mientras Shallan estudiaba otra vez el dibujo y se fijaba en el tatuaje que asomaba por la manga de la mano libre de la mujer. Los retratos de Hoid eran una maravilla.
Shallan se frotó la muñeca, donde se había negado a hacerse ese mismo tatuaje. Buscó entre los bocetos y sacó el retrato de Mraize, alto y distinguido, con cicatrices y orgulloso de ellas. Shallan no… no lo odiaba. Por mucho que amenazara y manipulara, era un hombre demasiado completo para odiarlo. Sentía frustración mezclada con envidia, acompañada de una amarga tristeza por lo que quizá podría haber sido.
Iba a tener que matarlo. Igual que había matado a Tyn. Igual que había matado a su padre. Pero no lo disfrutaría.
El siguiente dibujo era de Iyatil con su máscara. Incluso su boceto estaba sumido en las sombras, y Hoid había apuntado que no la avistaba con frecuencia. A continuación estaban los retratos de los recién llegados, asesinos traídos desde la tierra natal de Iyatil, que llevaban unas máscaras de madera pintadas de un modo que daba la sensación de que… no tuvieran rasgos. De ser solo formas y líneas, no personas, salvo por aquellos ojos que miraban fijos y por las bocas que se entreveían debajo.
Mientras Shallan observaba esos dibujos, un soldado pasó por allí con andares tranquilos y lanzó una mirada al grupo. Gaz levantó un papel con gesto distraído para hacerlo más visible, pero de pronto en el papel se veía a una mujer de abundante pecho en estado de completa desnudez. Shallan se ruborizó y atrajo un vergüenzaspren, muy a su pesar. El soldado soltó una risita y siguió caminando.
—Gaz —susurró ella.
—¿Qué pasa? —dijo Gaz—. ¿Se te ocurre alguna forma mejor de justificar que unos barrenderos estén agachados mirando unos papeles?
—¿Se puede saber de dónde has sacado esa imagen?
—La dibujé yo mismo —gruñó él—. Dijiste que deberíamos apuntarnos a clases de dibujo. Hay que tener controlada la musculatura para aprender a hacer buenos tejidos de luz.
—¡Ya lo sé! —exclamó ella, recordando algunas experiencias de su juventud. Ahuyentó aquel vergüenzaspren con forma de pétalo de flor roja—. Pero… mis modelos nunca eran tan… hum…
—Creo que le pasa algo a mi corazón —dijo Shob desde el lado, tumbado ya bocarriba, con los ojos cerrados—. Creo que ha parado de latir. No lo noto. ¿Eso es normal?
Shallan no le dio mucha importancia. Shob solo estaba pasándose de dramático, como de costumbre. Gaz sacudió el papel y la imagen se desvaneció, transformada de nuevo en el retrato de un Sangre Espectral.
—¿Quieres que te invite la próxima vez que hagamos una sesión de dibujo?
—Tormentas, no —dijo Shallan, todavía sonrojada—. Se supone que no hay que quedarse mirando a la persona que hace de modelo. Es poco profesional.
—No creo que a estas damas y caballeros les importe —apuntó Shob—. Por los otros trabajos que tienen, digo.
Tormentas. Bueno, Shallan sí que necesitaba practicar la anatomía. Se lo quitó de la cabeza mientras Shob gemía, se incorporaba y meneaba una vinculacaña que estaba iluminándose con un mensaje intermitente de Darcira. Contaron los destellos en silencio para interpretarlo. «Nuevo escondrijo Sangre Espectral localizado. Narak. Vigilo».
—¿Narak? —preguntó Gaz en voz baja—. ¿Por qué tan lejos?
—Ahora la torre está despierta —dijo Shallan—. A lo mejor el Hermano podría ayudarnos a localizarlos si estuvieran más cerca.
—¿Atacamos con un equipo de asalto, entonces? —propuso Gaz—. ¿Reunimos tropas y les damos buen uso a unos cuantos Corredores del Viento, por una vez?
—Sí que deberíamos reunirlas —respondió Shallan—. Adolin nos habrá conseguido el permiso. Pero atacar no servirá de mucho a menos que sepamos que Mraize e Iyatil están dentro. Además, como os decía, tenemos que descubrir qué planean.
—Lo que significa… —dijo Gaz.
—Que usaremos el equipo de asalto, sí —afirmó Shallan—. Pero antes vamos a colarnos en su base.
Gaz asintió, recogió los retratos y se marchó. Shob había vuelto a tenderse en el suelo. Shallan siempre había encontrado ridículas sus excentricidades, pero ese día… ese día titubeó y luego le dio unos golpecitos en el pie mientras el hombre miraba hacia el techo.
—Eh —dijo Shallan con suavidad—. Oye, ¿estás bien?
—Sé que lo más probable es que sí —respondió él—. Sé que todas estas cosas que siento están solo en mi cabeza. Así que supongo que sí. No son reales.
De pronto Shallan se sintió culpable. Antes le había quitado importancia a la actitud de Shob, la había considerado una bobada. ¿Cuánta gente llamaría «bobadas» a lo que le pasaba a ella?
—Eh —dijo—. Que lo sientas como real es suficiente. Las cosas que tenemos en la cabeza pueden ser de las más importantes de nuestra vida. El amor está en nuestra cabeza. La confianza. La integridad. Son todo cosas que nos inventamos, pero no dejan de tener mucha importancia.
Él se incorporó.
—¿Y que yo me note enfermo a todas horas? ¿Eso es bueno, como el amor o la integridad?
—Probablemente no —dijo ella—. Pero que esté en tu mente no significa que debamos hacer como si no existiera. ¿Necesitas ayuda?
Shob ladeó la cabeza, con la ilusión todavía cubriéndole la cara, pero sus ojos, y sus expresiones, mostraban su verdadero yo.
—No me lo había preguntado nadie nunca, ¿sabes? Llevo años así y nadie me lo ha preguntado. Sí. Sí, creo que me vendría bien un poco de ayuda. —Vaciló—. Pero espera, no sé. A veces… cuando la gente me escucha… empeoro. Empiezo a pensar en más cosas que van mal y a pedir más y más comprensión. Hasta que me odio a mí mismo y toda la gente me odia también.
—Pero no hacerle caso al problema no es la solución —dijo Shallan—. Créeme. Cuando todo esto acabe, miraremos a ver si encontramos a alguien que te pueda ayudar. Tiene que haber un fervoroso, o un cirujano, o alguien.
—Muy bien —dijo él, levantándose—. Creo que acabo de notar un latido. Así que supongo que sobreviviré el tiempo suficiente. —La miró y se quedó callado un momento—. Suelto exageraciones como esa sobre lo que siento porque son graciosas. Así la gente piensa que estoy de cachondeo. Para que no me odien, ¿sabes?
Ella le cogió la mano, apretó y asintió.
—¿Quieres que siga vigilando aquí, en la torre? —preguntó Shob.
Shallan asintió de nuevo.
—Gracias por pillar a esa Sangre Espectral, pero ahora necesito otro par de ojos en esa reunión de arriba. Fuera, en la sala de los guardias, escuchando sobre qué charlan.
Shob era excelente recogiendo esa clase de información, pero sus habilidades no se correspondían con atacar a enemigos, que era lo siguiente que Shallan planeaba hacer.
—Pues más vale que coja un elevador para arriba —dijo él. Entonces la miró—. Ahora… prestas más atención. ¿Qué pasó en ese viaje?
—Que encontré unas cuantas partes de mí misma —respondió ella— que había perdido
Tamara Eléa Tonetti Buono
Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.