AVANCE OFICIAL – El Archivo de las Tormentas 5 – Viento y Verdad: interludios 3 y 4

Con los capítulos de hoy cerramos el viaje que ha sido publicar los avances de Viento y Verdad, más de 4 meses leyendo juntos, teorizando juntos, y emocionándonos juntos. La semana que viene sale al fin el libro en español, y no estamos preparados.

Este ha sido un viaje muy emocionante, que además culmina con nuestro primer viaje a Utah, para participar en el primer panel de la comunidad hispanohablante en Dragonsteel Nexus. Son muchas emociones todas juntas, y os mantendremos informados desde allí!

Como siempre, os dejamos el CosmereCast incluido en la lista de reproducción que tenéis disponible en la página de índice de los avances de Viento y Verdad, en breve disponibles también eniVoox y Spotify.

Viento y Verdad: interludios 3 y 4. traducción de manu viciano.

Título original: Wind and Truth, escrito por Brandon Sanderson, © 2024 Brandon Sanderson, © Manu Viciano por la traducción. Publicado por acuerdo con la editorial Nova, parte de Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U.

I-3. El

El, quien no tenía título, llegó a la cámara acorazada del palacio de Kholinar. Habían situado allí a cuatro cantores regios como guardias, un puesto de honor. Con un poco de suerte, no caerían demasiado bajo después de aquello.

—Vais a abrir la cámara para mí —dijo El a ningún ritmo.

No cuestionaron la orden. Eso lo complació, ya que nunca le había gustado matar a mortales que servían bien. Sus emociones los honraban. Aun así, había dado por hecho que no cumplirían sus órdenes. Había supuesto que los Nueve se lo habrían dejado claro en el instante en que El renació, pero estaban distraídos con su guerra.

De modo que, ilusos de ellos, los cuatro regios canturrearon a Sumisión, quitaron los cerrojos, le abrieron las puertas y se inclinaron. Cuando El entró, el líder de los guardias, un regio en forma emisaria, corrió tras él.

—Debo acompañar a todo aquel que entre, grandioso —dijo el regio, inclinándose de nuevo—. Disculpad mi intromisión.

—¿Cómo te llamas? —preguntó El.

—Heshual.

—Uno de nuestros nombres. —El cruzó con paso tranquilo la pequeña cámara, que alguien había empezado a recubrir con láminas de aluminio—. ¿Cómo te llamabas antes?

—Me llamaba… Govi, grandioso.

—¿Echas de menos tu antiguo nombre?

—Eh… ¿no? —dijo el regio.

—Qué cohibido —dijo El a ningún ritmo—. ¿Fuiste lo bastante apasionado para convertirte en regio este Retorno?

—Eh…

Heshual canturreó a Tributo, que era un ritmo absurdo para aquella conversación. El se internó en la estancia, haciendo caso omiso a las enormes reservas de gemas, buscando un objeto en particular. Avivó su irritación, preciada como debían serlo todas las emociones. Sin embargo, no la canalizó hacia aquel regio, pues El comprendía el motivo de su timidez.

—No pasa nada —dijo—. Supongo que algún Fusionado reparó en tu pasión y te propuso para el ascenso, pero desde entonces otros te han reprendido por plantar cara. Y ahora no sabes qué es lo correcto, porque la sociedad está hecha un desastre y los míos se niegan a ser unos modelos adecuados de conducta.

El regio canturreó a Ansia. Indicaba acuerdo, y un deseo de seguir recibiendo el mismo trato. Ese ritmo sí que lo había acertado.

—Los míos se desgastan —dijo El en voz baja—, como zapatos llevados para recorrer demasiado camino. En parte, me despojaron de mi honor porque advertí de las señales. No podremos gobernar mucho más tiempo.

Por fin encontró lo que buscaba, en un estante cerca del fondo de la cámara acorazada. Era una gema específica, todavía sujeta a su daga. La prisión de Jezrien. El la sacó del estante con reverencia.

—Tened cuidado, grandioso —dijo el regio—. Esa es un arma peligrosa.

—Ah, lo sé.

El se sacó del bolsillo una de las nuevas gemas de antiluz tormentosa. La sostuvo en alto y apreció la obra de Rabeniel. Entonces tocó con ella la punta de la daga, que absorbió la antiluz y la envió a la gema que hacía de prisión.

—¡Grandioso! —exclamó el regio—. ¡Así vais a…! ¡Vais a…!

El levantó la daga, en cuya gema se había atrapado el alma de un Heraldo. Destelló cuando la antiluz entró en contacto con la luz, y Jezrien por fin quedó destruido. La explosión no fue muy grande; apenas agrietó la gema siquiera. No quedaba demasiado de Jezrien.

Y ya ni siquiera eso existía. Había desaparecido para siempre.

—Adiós, viejo amigo —susurró El a ningún ritmo.

Miró al regio, que se había quedado boquiabierto, horrorizado, mientras aparecían miedospren a sus pies.

—Esa reclusión —dijo El, tirando la daga a un lado— es un castigo que no merece nadie. Nos avergonzamos a nosotros mismos al atrapar, en vez de destruir, a un Heraldo. —Sostuvo en alto su gema de antiluz, todavía casi llena—. Sí, ya estabas casi muerto, ¿verdad, viejo amigo? Esas prisiones no funcionan en los humanos tan bien como se creía.

El pobre regio estaba pasando de un ritmo a otro como una persona asediada por la locura. El alma del Heraldo atrapado había sido con mucho lo más valioso que contenía la cámara acorazada.

—Deberías ir corriendo a buscar a los Nueve —sugirió El—. Si te das prisa, quizá no te castiguen. La culpa es suya por no advertiros acerca de mí. Y quizá alguna culpa también recaiga sobre mí. Por ser yo. Naturalmente.

El regio se fue corriendo mientras les gritaba a los otros tres que vigilaran a El y le impidieran huir. Por suerte para ellos, no tenía ninguna intención de marcharse. Se sentó en un banco que había a un lado de la cámara y meditó acerca de los muchos cantores que habían cambiado de nombre. ¿Era una gloriosa recuperación de sus antiguas raíces o una traición a la cultura que habían poseído en ausencia de los ancianos?

Antes de que llegaran más guardias, sintió que una presencia lo ensombrecía. Odium.

¿Qué has hecho, siervo?, dijo aquella voz familiar, vibrando en El a través de su gema corazón. ¿Un acto de traición, a manos de un Fusionado?

El no respondió. Pensó en aquella voz.

Era casi correcta.

¿Y bien?, insistió Odium.

—Os veo —repuso El con suavidad y a ningún ritmo—. Os veo por lo que sois. Y por lo que no sois.

El antiguo Odium había llegado a aborrecer que lo desafiaran. Quizá por eso los Fusionados eran tan erráticos, porque, tras pasar miles de años atrapado en Braize, incapaz de cumplir sus planes, su dios se había vuelto errático en primer lugar.

El nuevo Odium se detuvo a reflexionar.

¿Quién eres? Ah… ya veo. Sí, qué curioso. No te había prestado la suficiente atención, El.

—¿Tenéis sus recuerdos, entonces?

Puedo verlos si así lo deseo, pero no comprendo cómo es que llamas amigo a Jezrien y, no obstante, destruyes su espíritu.

—¿Con toda vuestra divina sabiduría, no concebís una situación en la que un amigo merezca morir? —replicó El.

El nuevo Odium se echó a reír, nada menos. Unas suaves carcajadas que de verdad sonaban gozosas. Eso sí que era curioso. En un instante se materializó al lado de El y, con un gesto de la mano, cerró de golpe la puerta de la cámara, dejando fuera a los guardias que ya se acercaban. Aquel Odium era humano, muy mayor, y no se había molestado en manifestarse más grande que El para intimidarlo.

Eso era más que curioso. Era impresionante.

—Tengo un problema —dijo Odium—. ¿Me ayudarías a solucionarlo?

—¿A modo de prueba? —preguntó El—. ¿O es una necesidad legítima?

—Que sea ambas cosas.

Odium anduvo por la cámara y se puso a examinar un objeto tras otro. Iba vestido con la clase de ropa envolvente que preferían muchos humanos, la que cubría la mayor parte del cuerpo y apenas dejaba a la vista nada de piel o caparazón. Era una forma de exhibir la ornamentación de un trabajo habilidoso.

—Canturrearía a Sumisión —dijo El—, si aún tuviera ritmos.

—Lo acepto —repuso Odium—. Tengo un plan para conquistar el mundo entero, y confío en mi capacidad de tomar Thaylenah y Shinovar. En cuanto a Azir, mi predecesor dejó un ejército que se dirigía a Integridad Duradera, y que he sido capaz de redirigir. Carece de Fusionados, y ahora carece del factor sorpresa, pero creo que debería ser suficiente para conquistar Azimir. Sin embargo, las Llanuras Quebradas me preocupan.

—Creo que habéis enviado hacia allí una gran hueste de Fusionados.

—¿Te resulta raro viniendo de mí? —preguntó Odium, deteniéndose junto a una pila de gemas, cada una tan grande como un puño, que descansaban en un estante.

—Tengo entendido que la palabra correcta, tratándose de una divinidad, no es «raro», sino «inescrutable».

Odium sonrió de nuevo. Tocó las gemas una por una y todas resplandecieron con luz del vacío, de un suave púrpura sobre negro.

—Si habéis enviado a tantos Fusionados —prosiguió El— y todavía os preocupáis, debería preguntar por qué es tan importante esa tierra baldía. Thaylenah es un núcleo comercial, relevante para controlar los mares. Azimir es la capital de un imperio y la sede de un gran desarrollo cultural y científico en esta era. Ambos son premios mayores. En ambos os enfrentáis a ejércitos inferiores.

»Cabría suponer que la clave es la proximidad. Por ejemplo, llevar esos Fusionados a Azimir a tiempo podría ser imposible. Y decís que confiáis en vuestro plan para Thaylenah. Por tanto, una persona razonable podría inferir que habéis enviado los Fusionados a la única otra posición destacable.

—¿Tú eres razonable, El?

—Rara vez.

De nuevo, Odium sonrió.

—Querría destinar más fuerzas a la conquista de las Llanuras Quebradas. ¿Cómo lo harías?

—¿Qué coste debo asumir que estaría dispuesto a pagar?

—Uno elevado.

—En ese caso, ya conocéis la respuesta —afirmó El—. Dado que la solución es una parte de vos.

—Es peligroso liberar a Dai-gonarthis —objetó Odium.

—Y, sin embargo —dijo El—, si necesitáis una Puerta de lo Otro, ella es la única opción, a menos que dispongáis de Nominadores de lo Otro corrompidos o de una hoja de Honor adecuada.

—Aún no tengo ni lo uno ni lo otro. —Odium anduvo de vuelta a El—. Tú ya has viajado con la Pescadora Negra.

—Sí —respondió El—. La mayoría de las tierras que podrían interesaros siguen protegidas de su toque, pero Natanatan… quizá. Necesitaríais una fuente poderosa de Investidura en ambos lados. Y alguien que comande vuestros ejércitos.

Odium lo observó.

—Te veo, El, por lo que no eres. Y por lo que eres.

El inclinó la cabeza.

—Si vas a servirme —dijo Odium—, es posible que tengas que matar a más de tus… antiguos amigos.

—Mis amigos tuvieron su oportunidad. Cuando se los dejó en este mundo, esclavizaron a mi pueblo. Los Heraldos merecen la aniquilación. Es… un acto piadoso.

Odium asintió.

—Yo te nombro…

—Sin títulos. Por favor.

Odium vaciló, y El vio peligro en su expresión. Así que no era inmune a la ira, y que lo interrumpiera un ser muy inferior a él era pasarse de la raya. El experimento había merecido la pena.

—Muy bien —dijo Odium—. Te nombro líder, sin título. Tomarás el mando de mis ejércitos para atacar las Llanuras Quebradas. Viaja a los Picos mediante shanay-im y yo te enviaré a Dai-gonarthis. Utiliza sus… particulares talentos para tomar la guarnición de los Picos y conquista las Llanuras Quebradas en mi nombre. Pagaré el precio de Dai-gonarthis en otro momento.

Quedaban muchas cosas sin decir. Por qué estaba Odium tan interesado en las Llanuras Quebradas. Cómo sabía que habría el suficiente poder para Conectarlos al pozo de los Picos Comecuernos.

La respuesta a ambas preguntas tácitas era, con toda probabilidad, la misma. El agachó de nuevo la cabeza.

—A los Nueve no les hará gracia mi ascenso.

—¿Y qué opinión te merecen a ti los Nueve?

—Pienso poco en ellos y, cuando lo hago, pienso poco de ellos. Amo.

—En ese caso, ellos responden ante ti, El. Ayúdame a conquistar este mundo.

—Si lo hago, ¿podré gobernar tierras humanas en vuestro nombre?

—Si es lo que deseas, te lo concederé.

Excelente. El hizo una reverencia.

—No fracasaré, a menos que se me destruya.

—El, yo no prescindo de nadie por el fracaso, a menos que lo haya provocado su negligencia. Adopta esa política. Incluso en el fracaso, a menudo la culpa no es del utensilio, sino de quien lo empuña. —El dios empezó a desaparecer, evaporándose en una neblina oscura. Su voz permaneció—. Tenemos mucho trabajo por delante. No solo en un mundo, sino en muchos.

Fascinante. El había entrado allí esperando que lo encarcelaran, y con toda probabilidad la ejecución y el renacimiento forzoso. En vez de eso, parecía que iba a salir con un ejército, una promesa y un nuevo dios que podría, por fin, ser capaz de conquistar el Cosmere en su totalidad.

Qué día tan encantador. En su mente, empezó a componer un poema para homenajear a aquel nuevo dios al que tan deleitado estaba de venerar. A alguien que, según sospechaba, conocería el valor de lo que tenía… y que permitiría a El que ayudara a la humanidad a comprender por fin sus verdaderas pasiones.

Dejó la cárcel donde había estado preso Jezrien de nuevo en su estante, lanzó su gema de antiluz tormentosa hacia arriba y la atrapó en el aire mientras caminaba hacia la puerta, imaginando embelesado cómo iban a reaccionar los Nueve.

I-4. La lección equivocada

Taravangian podía salvarlos. A todos.

Inadvertido, recorría a zancadas Kholinar, que había pasado a ser la capital de una floreciente civilización cantora. Alcanzaba a ver toda aquella tierra y sabía que sus líderes no eran perfectos. En eso, no eran ni mejores ni peores que los humanos y, aunque muchas de sus políticas eran más igualitarias, se trataba de un pueblo que había sido esclavizado. Taravangian sentía sus complejas emociones, entre las que se contaban un anhelo de ser mejores que sus esclavistas y, al mismo tiempo, una tremenda furia por lo que se les había hecho, que a veces los llevaba a estallidos violentos.

Esa furia era el mayor recurso de Taravangian. Con ella, llevaría el orden a todo el Cosmere. Extendió las manos a los lados, sintiendo los ritmos de las multitudes entre las que pasaba, incapaces de ver a su dios. Seguía siendo el dios dividido: una mente que quería planear, un corazón que se revolvía contra esa calculadora frialdad. En esos momentos, el corazón deseaba aceptar la paz, sin más complicaciones. Pero no podía abandonar Alezkar, no después de todo lo que aquellos cantores se habían esforzado por conquistarla y construir allí un hogar.

Era suya. La merecían.

Eso era solo el discurso lógico. La gente sufría. Taravangian podría retirar a sus cantores a Jah Keved, y quedar satisfecho allí.

Jah Keved, a grandes rasgos, no tenía ejércitos. ¿Cómo iba a llevar el orden al Cosmere sin ejércitos?

¿Tenía que hacerlo?

Sí. Tenía que hacerlo.

Que sí, que no, que sí, que no. En parte se preguntaba si aquel sería el motivo de que Cultivación lo hubiera situado en posición de elevarse, al concederle su maldición y su don. Al crear una persona capaz de establecer una Conexión legítima con el poder de Odium y tomarlo, pero siendo alguien que entonces quedaría impedido por los dos bandos que libraban una guerra en su interior.

Pensó en ella y ella apareció. Cultivación no se había rendido con él, y no sería fácil que lo hiciera. Estaban juntos en el centro de una avenida principal por la que circulaban palanquines, por la que se apresuraban trabajadores formando cuadrillas, por la que los comerciantes anunciaban sus mercancías a voz en grito. Humanos y cantores viviendo en delicado equilibrio. Inestable, como el de su interior.

—¿Te gustaría ver lo que puedo mostrarte? —preguntó Cultivación.

Él calmó su ira hacia ella. La sabiduría dictaba que, si Cultivación deseaba entregarle algo, debía como mínimo echarle un vistazo. Asintió.

Cultivación hizo que mirase hacia arriba, en dirección a unas estrellas incontables para quien no fuese como ellos. Taravangian seguía arraigado en Roshar y no podía visitar esos lugares, pero sí que era capaz de verlos. Con la ayuda de ella, obtuvo una nueva perspectiva sobre cómo Cultivación pensaba que debían ser las cosas: cada Esquirla en su dominio de influencia, gobernando sus propias tierras.

—No tiene por qué haber un solo dios —dijo Cultivación—. Una solución jamás funcionará para todos. En parte, por eso tuvimos que hacer lo que hicimos, hace diez mil años. Déjalos estar, Odium.

Él vio una cosa distinta a la que ella quería hacerle ver. Vio que los dioses podían sentir auténtico miedo. Miedo a él. El poder de Odium, con su predecesor, había matado a varios de ellos. Esa versión de él había sido demasiado impulsiva, y había terminado herida en un enfrentamiento. Taravangian sin duda podría hacerlo mejor.

—Taravangian —dijo ella—, no aprendas la lección equivocada. Observa.

Él observó. Dioses que le daban la espalda, satisfechos de dejar que el peligro permaneciera atrapado. Lo más interesante era que consideraban que los tres dioses de Roshar eran un problema, no solo él, y estaban encantados de abandonarlos allí con su conflicto.

Aquello era perfecto.

Aislados como estaban los demás, podía estudiarlos y preparar la manera exacta de derrotar a cada uno de ellos. Solo uno ostentaba dos Esquirlas de poder, pero ese era incapaz de funcionar como era debido. El antecesor de Odium nunca había tomado una segunda Esquirla de poder por ese preciso motivo.

«Se los puede derrotar —pensó, mirando las permutaciones de posibilidad—. Lamentarán no haberme prestado atención».

Ocultó sus pensamientos de Cultivación mientras ella le mostraba una sucesión de naciones pacíficas en muchos planetas. Él, en cambio, sentía curiosidad por el hecho de que dos Esquirlas parecían haber desaparecido, abandonando por completo su interacción con las demás. Ocultas. Una la comprendió, con cierto esfuerzo. Pero Valor… ¿Dónde había ido ella, y cómo era que se escondía incluso de los ojos de Odium?

Concluida la gira, Cultivación y él devolvieron su atención a Roshar. El amplio Cosmere formaba parte de los planes de Taravangian, y así debía ser. Pero, por el momento, la gente de allí, de ese mundo, debía ser su prioridad absoluta.

—Me preocupas, Taravangian —dijo Cultivación, de pie con él, invisibles ambos para los habitantes de Kholinar—. Si me permites reconocerlo, siempre me has preocupado. Sabía lo que tenía que hacer, pero desearía que pudiera haber sido cualquier otra persona.

—Si no hubiera algo que temer en quien escogieras —repuso él—, esa persona no podría haber tomado a Odium.

—Existe una posibilidad, y nada despreciable —dijo ella—, de que hagas lo correcto. No habría dado este paso de otro modo.

—Tienes razón —convino él—. Haré lo correcto.

—No seas tan engreído —replicó Cultivación—. Una parte de ti sabe que este camino que has emprendido es espantoso. Escucha a esa parte de ti. Dale una oportunidad.

Y…

Muy a su pesar, sí que lo sintió. Era la parte de Taravangian que adoraba a su hija y a sus nietos. La parte de él que había lamentado verse obligado a manipular a Dalinar, cuando intentaba dividir la coalición. Era la parte de Taravangian que recordaba ser joven, inseguro, necio… ansiando solo poder hacer más por ayudar a su pueblo.

Ese era el Taravangian a quien se le había otorgado la oportunidad de tener cualquier cosa que quisiera, y había deseado la capacidad de detener la inminente calamidad. Por un instante, Taravangian se sintió como… como si volviera a ser ese hombre de hacía tanto tiempo.

—Muy bien —dijo, dándole la espalda a Cultivación. No por vergüenza, dado que no iba a aceptar esa emoción nunca más, sino… transigiendo—. Lo intentaré.

Era un dios dividido. ¿Y si dejaba que ambos lados se turnaran para gobernar?

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

ESTA WEB UTILIZA COOKIES PARA OFRECERTE LA MEJOR EXPERIENCIA