AVANCE OFICIAL – El Archivo de las Tormentas 5 – Viento y Verdad: capítulo 33
A finales de julio, cuando empezamos a compartir los avances de Viento y Verdad en colaboración con Nova, estábamos saliendo del shock del anuncio de la asistencia de Brandon al Celsius. Parecía que diciembre no iba a llegar nunca, y en dos semanas ya podremos leer el libro de Viento y Verdad. Dentro de nada estaremos celebrando otra CosmereCon, y viendo a Brandon en Avilés. ¡El tiempo vuela!
Y, como viene siendo tradición, cada nueva publicación nos tira por tierra la mitad de las teorías de los CosmereCast anteriores pero… abróchense los cinturones que viene curvas porque… algunas de las teorías que hemos ido comentando, hoy ganan fuerza.
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Como siempre, os dejamos el CosmereCast incluido en la lista de reproducción que tenéis disponible en la página de índice de los avances de Viento y Verdad, disponible también en iVoox y Spotify.
Viento y Verdad: capítulo 33. traducción de manu viciano.
Título original: Wind and Truth, escrito por Brandon Sanderson, © 2024 Brandon Sanderson, © Manu Viciano por la traducción. Publicado por acuerdo con la editorial Nova, parte de Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U.
33. La confluencia de toda oscuridad y toda pena
Ojalá tengas el coraje, algún día, de marcharte. Y la sabiduría para reconocer ese día cuando llegue.
De El camino de los reyes, cuarta parábola.
Lift dio un respingo por la repentina inundación de luz.
Ya había estado cerca de la perpendicularidad de Dalinar, pero seguía maravillándose todas las veces. Aquella poderosa iluminación refulgía a través de ella, volviéndola transparente. Hasta escondida en los pequeños túneles del aire como estaba, era imponente.
Ese día, dentro de aquella luz, se vio a sí misma como podría haber sido. Alzándose orgullosa, sin miedo al futuro, porque tenía apoyada en el hombro la mano de alguien que la quería. En la visión iba vestida con la ropa de su infancia, iriali, del lugar al que su familia se había mudado siendo Lift muy pequeña.
¿Y si se hubiera quedado allí, en Rall Elorim, en vez de ir… allá donde el viento la llevase? ¿Se habría transformado en esa chica, en esa joven llena de confianza del pelo brillante y la falda corta iriali, con los hombros y el abdomen descubiertos? ¿Como si no le importara que la gente viese que estaba creciendo?
Esa versión de ella no parecía temerle a nada.
Lift estiró el brazo hacia aquella imagen de sí misma, sus dedos apenas visibles en la luz, y le pareció sentir que una canción reconfortante fluía a través de ella. Y esa mano… en el hombro, de piel morena y uñas pintadas… qué familiar le resultaba. Aunque el resto de la figura no se veía, Lift conocía esa mano, tan suave a pesar de los callos.
Si tan solo pudiera estrecharla una vez más…
Pero la visión no tenía sustancia. Y Lift supo, obligada a afrontarlo por fin, algo sobre lo que había estado mintiéndose a sí misma. No creía que su madre estuviera muerta. Sí, lo decía. Lo decía una y otra vez, igual que su tío abuelo había jurado siempre las cosas en nombre del dios al que odiaba. Por si ese dios estaba mirando, por si el destino iba a ver qué tal estaba ella, porque, diciéndolo así, nadie te preguntaba qué había de verdad en tu corazón.
Lift no lo creía; le era físicamente imposible. Su madre iba a abrazarla otra vez, y la vida sería cálida. Pero Lift… no podía cambiar. ¿Y si su madre regresaba y no la reconocía? ¿Y si su madre llegaba a por ella y, al no verla, se buscaba otra niña pequeña a la que querer?
La vida había sido perfecta durante unos pocos meses. ¿Por qué no había podido quedarse así?
—¿Lift? —dijo una voz temblorosa desde detrás de ella, en el conducto. La visión desapareció—. Tengo miedo.
¿Wyndle? No, no. Era…
Se volvió de golpe y vio a Gavinor en su sombra, mirando más allá de ella hacia la sala en la que Navani y Dalinar estaban abriendo su perpendicularidad.
Desde la pared lateral, la enredadera de Wyndle compuso una boca.
—Ay, madre. ¿Tú sabías que nos estaba siguiendo?
—Pues claro que no —siseó Lift—. ¡Gav! ¿Se puede saber qué haces?
—Has dicho —susurró el niño— que tenemos que aprender cuándo obedecer y cuándo desobedecer. Te he visto colarte aquí. ¿Es momento de no obedecer?
El pobre se encogió más ante aquella luz. Tormentas. Una cosa era que la pillaran escuchando a hurtadillas en las reuniones importantes. Y otra muy distinta que la pillaran corrompiendo al famélico príncipe heredero, al nieto de los famélicos Forjadores de Vínculos. Iban a ahorcarla. Peor, iban a dejar de permitir que les robase los postres.
Intentó ahuyentar a Gav de vuelta por el pequeño túnel, pero el chico estaba paralizado. Con un suspiro, Lift se volvió para poder empujarlo por delante de ella. Se perdería la genialidad que Dalinar y Navani estuvieran haciendo, pero en fin. Al arrastrarse ahuyentó a un extraño cremlino púrpura. Esos bichos estaban por todos los tubos de ventilación. Lift se preguntó a qué sabrían cocidos, pero nunca había conseguido atrapar ninguno. También se preguntó si alguien más sospechaba lo que eran en realidad.
Por fin puso a Gav en movimiento, y todo fue bien hasta que Navani dio un grito… y la luz empezó a tirar de ellos hacia la perpendicularidad. Lift chilló mientras resbalaba hacia atrás por el túnel, empujando fuerte contra las paredes para detenerse, pero entonces Gav chocó contra ella y los hizo salir a ambos a la cámara.
—¡Ama! —gritó Wyndle—. ¡Ay, ay, ay! ¡Ama!
El aire rugió alrededor de ellos, rivalizando con el ruido del agua cayendo en cataratas que tanto le había dificultado a Lift escuchar lo que pasaba. Con aquella potente luz cegándola, perdió la pista de dónde estaba… y Gav se le escapó de la mano.
Estaban… los dos estaban siendo absorbidos hacia aquella grieta. Lift resbalaba por el rugoso suelo, se sacudía al pasar sobre piedras. Presa del pánico, intentó algo que nunca le había salido bien antes.
Se volvió antimaravillosa. En vez de resbalar libre, trató de hacerse raspar contra el suelo, quizá quedarse pegada. Por desgracia, la fricción solo consiguió que se diera la vuelta hacia arriba. Voló por el aire demasiado brillante, directa hacia la grieta…
… hasta que alguien la agarró por el brazo y la retuvo, una figura que proyectaba sombra en la dirección errónea. Un hombre vestido todo de negro, que gruñó, que forcejeó contra la poderosa abertura hasta que, por fin, la perpendicularidad se desvaneció.
Lift se derrumbó al suelo, cayendo como una cometa sin viento. Apenas distinguía nada, solo formas y sombras, aunque enseguida empezó a recobrar la vista.
—Gracias —murmuró.
—Tienes suerte de que te percibiera fisgoneando otra vez —dijo Sagaz—. Casi no consigo atraparte en el aire. Estáis en deuda conmigo los dos.
Lift se relajó mientras Wyndle llegaba a toda prisa.
—¡Oh! ¿Qué ha sido eso? —exclamó el spren—. Maese Hoid, ¿qué ha pasado?
—Ojalá lo supiera —dijo Sagaz—. Sus anclas han desaparecido. Y… bueno, ellos también.
—Un momento. —Lift abrió los ojos—. ¿Se han metido ahí dentro del todo? ¿Con los cuerpos incluidos?
Siempre que ella se había colado en las visiones de Dalinar, había dejado atrás el suyo.
—Sí —respondió Sagaz—. ¿Y tú no me das las gracias por rescatarte? Qué cosas.
Lift frunció el ceño, confusa hasta que vio el cremlino de antes alejarse revoloteando con unas alas que apenas podían mantenerlo en el aire. Así que cuando Sagaz había dicho «los dos», se refería a…
Se incorporó de sopetón.
—¡Gav!
—¿Qué pasa? —preguntó Sagaz.
—¿Has atrapado a Gavinor? ¡Estaba colándose por los túneles detrás de mí! —Se levantó de un salto y buscó alrededor—. Lo has salvado, ¿verdad?
—No lo he visto —reconoció Sagaz.
—¿Cómo que no? —gritó ella—. ¡A mí sí que me has visto!
—Lift, estás tan Investida que me sorprende que la gente normal no lo note. Brillas tanto para mi sentido vital que eclipsas a todo el que está cerca. ¿Estás segura de que Gavinor estaba aquí?
Ella asintió, y entonces los dos desviaron la mirada, despacio, hacia la sección desnuda de piedra donde había estado el portal.
—Mierda —dijo Lift.
—Eso se lo has oído a Zahel, ¿verdad? —preguntó Sagaz mientras sus ojos se volvían distantes.
—¿Por qué decís todos lo mismo?
—Los rosharianos no usáis esa palabra como interjección —dijo Sagaz, con la expresión todavía extraña mientras daba una lenta vuelta sobre sí mismo—. Así vas a confundir a la gente.
—Las mejores palabras son las que no entiende casi nadie.
—Eso es justo lo contrario a cómo debería funcionar el lenguaje.
—Claro, porque a ti se te entiende todo lo que dices. En todo caso, ¿qué estás haciendo? ¿Deberíamos entrar en pánico?
—Diseño y yo estamos escrutando en el Reino Cognitivo —respondió Sagaz—. Por si tenemos suerte y los Forjadores de Vínculos han terminado en Shadesmar.
—¿Y? —preguntó ella.
—Veo los restos de un cadáver, malwish, a juzgar por esa máscara rota, y una sala destruida. Eso es curioso. Pero no hay rastro de Gav, Dalinar ni Navani. Por desgracia, parece que sí que han entrado en el Reino Espiritual.
—Lo cual significa…
Sagaz centró la mirada en ella y entonces apretó los labios formando una línea.
—Solo nos queda esperar que Dalinar logre volver en los próximos ocho días.
—¿Y si no lo hace?
Lift miró a Wyndle, que se había encogido formando un pequeño montón de enredaderas y daba suaves gemidos. Tormentas. Gav estaría aterrorizado. ¿Podía ella hacer algo?
—Esto lo complica todo —dijo Sagaz—. El contrato prevé que Dalinar muera antes de la hora límite, que intente ganar tiempo y que otra entidad impida su llegada. Pero si no se presenta a consecuencia de sus propias decisiones… creo que se consideraría una renuncia.
—O sea, perdemos.
—Peor —repuso Sagaz—. Sería como si Dalinar hubiera incumplido el contrato, rompiendo su juramento. Dado que Dalinar representa a Honor, cuyo poder es lo que mantiene a Odium atado a este planeta… si Dalinar no aparece, Odium quedará suelto por completo. Será libre para arrasar el Cosmere otra vez.
Tormentas. A lo mejor Gav no era el único que estaba en apuros. Solo que…
—¿Y no queremos que Odium se marche?
—Odium desatado sería algo terrible —dijo Sagaz, yendo al lugar donde se había abierto el portal. Se arrodilló y apretó los dedos contra la piedra—. Si no lo refrenara su miedo a las otras Esquirlas, no te haces una idea de la destrucción que provocaría.
—Ya, claro —respondió Lift—. Pero nosotros ya lo hemos tenido encima desde… bueno, desde siempre. Igual ahora les toca a otros.
Sagaz no respondió.
—¿Puedes hacer algo? —preguntó ella, acercándose a Sagaz y acuclillándose—. ¿Traerlos aquí? Siempre que yo me colaba, tenía a Dalinar para guiarme.
—No lo sé —casi susurró Sagaz—. Se lo he advertido. Voy a… tratar de pensar en algo que nos ayude. Puede que me lleve un tiempo. —Miró hacia la puerta—. Eso es que alguien llama.
—¿Llegas a oírlo, con tanto ruido que hace el agua?
Él asintió, levantándose.
—¿Se lo… decimos? —preguntó Lift.
—Depende. ¿Cuántas ganas tienes de desatar unos disturbios masivos por toda la torre? Dalinar y Navani son el pegamento que mantiene unida la nación y a los Radiantes. Creo que lo único que impide que cunda el pánico es que la gente cree que, de algún modo, el Espina Negra ganará el duelo dentro de unos días. Como descubran que ha desaparecido…
—Ya —dijo ella mientras sonaban golpes en la puerta otra vez, más ruidosos—. ¿Qué hacemos entonces?
—Haremos lo más inteligente, por supuesto —respondió Sagaz, empezando a brillar mientras absorbía luz tormentosa—. Mentir.
Mientras la noche se apoderaba por completo del territorio, Kaladin tuvo que admitir la derrota. Su estofado era un desastre. Sabía a crem.
Kaladin había ayudado a Roca docenas de veces, aunque Huio, Lopen y Dabbid habían demostrado ser los más capaces. Pero, aun así, no debería resultarle tan difícil. Solo había que cortarlo todo y echarlo dentro. Parte de la razón de que llevase un macuto tan grande era que había pedido especias y verduras en intendencia.
Estaba en cuclillas junto a su pequeña cacerola, una pobre sustituta del gran caldero de Roca, frustrado. ¿Quizá más pimienta? La espolvoreó y probó aquella bazofia, que ahora sabía a crem un poquito más especiado. Gimió desesperado y se dejó caer a su roca. La primera luna había salido e iluminaba a Szeth, tendido bocarriba en la hierba, sin esterilla, con solo una manta como almohada. Estaba dándole bocados a una ración de viaje.
—¿No sale bueno? —susurró Syl, sentada cerca en una roca, a tamaño completo, con su falda de ko-takama de dobladillo violeta ondeando al viento.
—Tiene que cocer a fuego lento —mintió Kaladin.
—¿Le has puesto… pedazos de raciones de viaje?
—Necesitaba carne. Las barritas vienen a ser cecina.
Tal vez no había sido la mejor elección. Pero… bueno, tal vez… ¿dejándolo cocinarse más? Sin muchas esperanzas, añadió otro pellizco de especias a la cacerola burbujeante. Pero, tormentas, había tardado tanto que Szeth ya estaba cenando por su cuenta. Si se hacía un estofado nocturno, era sobre todo para atraer a la gente, para animarla a relacionarse mientras comía algo inesperadamente bueno.
Solo que a Szeth no parecía importarle que las cosas supieran bien.
«Prueba de todas formas —se dijo Kaladin—. Dalinar te lo pidió».
—Bueno —dijo, dejando de mirar la cacerola para encararse hacia Szeth—, así que esta es tu tierra natal.
—Como es obvio —replicó Szeth.
—¿Tu casa está por aquí?
—Cerca.
—¿Quieres ir a verla?
Szeth se encogió de hombros, ya con los ojos cerrados.
—Allí no hay nada para mí.
—Podría ayudar, de todos modos.
—Te he dicho que no necesito ayuda.
Kaladin se volvió y removió el estofado, más que nada por estar haciendo algo.
—Yo antes también lo pensaba —respondió, subiendo la voz para que Szeth lo oyera desde atrás—. Bueno, en realidad antes lo decía. Siempre supe que necesitaba ayuda. Y una parte de ti lo sabe también, Szeth. Reconocerlo no es mostrar debilidad. De verdad que podemos silenciar esas voces.
—Me malinterpretas —repuso Szeth—. Cuando digo que no necesito ayuda, no es porque carezca de la capacidad de identificar mis taras. No es normal que me persigan las voces de los muertos. Del mismo modo, sé reconocer que otras personas no se sienten tan intimidadas por las decisiones como yo.
»Cuando digo que no necesito ayuda, es porque así es como debo estar. He asesinado a muchos inocentes. Elegí seguir las tradiciones rotas de un pueblo tan asustado por la Verdad que me exilió antes de tener que afrontarla. Y por ello, merezco sufrir. Es lo correcto. Si ahora tú lo sanaras, estarías haciendo algo inmoral. Es por eso que te digo que no quiero tu «ayuda». Déjame en paz.
—No es inmoral dejar de padecer, Szeth —dijo Kaladin, mirándolo de nuevo.
Szeth solo cerró los ojos, sin responder.
Condenación. Kaladin apretó los dientes. Entonces se obligó a sacar la flauta y extender por delante de él los papeles que Sagaz le había dado con sus explicaciones. Necesitaba algo que lo relajara, y quizá aquello serviría.
Se equivocaba.
Apenas había pasado un día desde que Sagaz le enseñara la posición de los dedos, pero a Kaladin le costaba horrores reproducirla. Al principio no consiguió hacer ni un solo sonido. Lo que vino después fue un ruido rasposo, débil, nada parecido a la bella y ligera música que había tocado Sagaz.
Después de una tozuda media hora intentando tocar, Kaladin arrojó la flauta hacia abajo… y vio cómo se clavaba en el blando suelo igual que un cuchillo en la madera. Se levantó de la roca junto al fuego y se perdió enfurruñado en la noche, dando patadas a aquella estúpida hierba que se negaba a apartarse de su camino.
Syl lo alcanzó en la penumbra iluminada por la luna. Se le daba mejor ayudar que a él, porque supo que debía quedarse callada mientras Kaladin respiraba y respiraba, intentando exhalar sus frustraciones.
—No puedo hacerlo, Syl —dijo al cabo—. Lo único que se me ha dado bien en esta vida es la guerra. Hasta cuando me obligaron a estar de permiso, encontré la forma de luchar por la torre. Soy un inútil a menos que esté matando algo.
—Sabes que eso no es verdad.
—¿Qué voy a saberlo? —restalló Kaladin—. Siempre he sido demasiado bueno matando. Eso tienes que reconocerlo, porque es lo que te atrajo hacia mí.
—Lo que me atrajo —dijo ella— fue una fuerza de voluntad, una determinación y un deseo de proteger. Sí, me gusta la forma que tienes de bailar con el viento cuando empuñas una lanza, pero no es el acto de matar, Kaladin. Nunca lo ha sido.
Él no respondió. Mantuvo la mirada perdida en la oscuridad.
—Esto es tu cerebro oscuro hablando —añadió Syl—. No estabas matando cuando rescataste al Puente Cuatro. Sacaste a treinta hombres de la oscuridad y los abismos y forjaste con ellos algo maravilloso.
—Claro —dijo él—. Forjé un grupo de asesinos.
—Una familia —lo corrigió ella—. No intentes distorsionarlo. Yo estaba allí, Kaladin. Lo hiciste porque no podías soportar quedarte de brazos cruzados mientras seguían muriendo. Lo hiciste por amor.
Él desvió los ojos un momento y vio que ella estaba mirándolo indignada, a tamaño humano, imposible de pasar por alto. Tormentosa mujer. Tenía razón.
—Szeth —dijo Syl— no es un caso más desesperado que aquellos hombres. ¿Te acuerdas de lo reacio que estaba Roca al principio?
—Sí —admitió Kaladin.
Recordó una época que en su momento fue atroz, pero a la que le había cogido cariño. Escabullirse de noche con Roca y Teft para recoger fardos de matopomo. Oír la risa de Roca por primera vez, mientras describía lo que le había hecho a la comida de Sadeas.
Los dos habían desaparecido. Teft muerto. Roca quizá ejecutado por su gente. Aun así, Kaladin se forzó a dejar atrás los pensamientos oscuros y apostó otros pensamientos buenos, como soldados con lanzas, para mantener a raya a los primeros. Syl tenía razón. Kaladin podía afirmar muchas cosas sobre sí mismo, pero no justificar el argumento de que solo era un asesino. Y la vida era buena. Eso lo había sentido antes.
Hacer todo aquello no desterró la oscuridad, pero contrarrestarla con pensamientos activos sí que ayudaba.
—Es solo que ya no sé lo que soy —dijo Kaladin en voz baja, con más sinceridad—. O quién. Si no soy un soldado, ¿qué me queda? Sagaz me dijo que lo descubriera, pero eso me aterroriza, Syl. No puedo ser cirujano como quiere mi padre. Lo mío no es una vida tranquila atendiendo a pacientes que traen brazos magullados y toses raras.
—¿Y si son mentes magulladas e ideas raras? —preguntó Syl, y miró atrás hacia la pequeña hoguera.
Kaladin se sorprendió al ver que Szeth había decidido probar el estofado. Ay, tormentas. Echó a correr hacia allí con una excusa preparada, pero Szeth ya se había terminado el cuenco cuando llegó.
—Volvería a comer esto, si lo preparas.
Kaladin frunció el ceño. ¿Entonces… cocerlo a fuego lento había funcionado? Probó una cucharada y sabía justo tan mal como antes. Solo que… en fin, seguro que sí que estaba más bueno que las raciones de viaje. La cecina con katfruta machacada y seca tampoco era la comida más apetitosa del mundo.
Había estado comparando su estofado con las obras maestras que preparaba Roca. Un listón imposible. Pero si la única competencia eran las raciones militares…
Szeth se levantó y señaló con la cabeza hacia la negrura que era la cuenca de Shinovar.
—Esto está mal.
—¿Mal? Yo no veo nada.
—Debería haber luz de velas —explicó Szeth—. Fuegos en las granjas y los pueblos. Solo veo oscuridad. Es como si todo el mundo hubiera desaparecido sin más.
Kaladin llegó junto a él y contempló aquel océano de negrura.
—Antes… te he mentido —reconoció Szeth—. Sí que amo a mi pueblo, Kaladin. Mi exilio da la impresión de que no hay nada que me importe, y a veces me convenzo a mí mismo de que no merezco sentir nada. Pero… durante mucho tiempo, el exilio fue lo que me demostraba a mí que los quiero. Y quiero ayudar a mi pueblo. Eso es… más importante para mí que la misión, aunque sea por ello un mal Rompedor del Cielo.
—Los ayudaremos, Szeth —prometió Kaladin.
—Quizá sí que empecemos por visitar la granja de mi familia. Para… ver si nos revela algo.
Szeth le devolvió el cuenco a Kaladin y fue a tumbarse, se tapó con su manta y rodó de espaldas a él. Bueno, aquello no habían sido las risas alrededor de un caldero de estofado que Kaladin pretendía, pero sí que era algo. Se sentó y se comió un cuenco él también, terminándose lo que quedaba en la cacerola. Procuró no compararlo con el estofado de Roca y eso ayudó.
Kaladin no quería habituarse a rebajar sus expectativas, pero, al mismo tiempo, no estar dispuesto nunca a reevaluar una situación era igual de malo. Quizá estaba esperando demasiado de Szeth, demasiado deprisa. Kaladin había tenido paciencia con el Puente Cuatro. Podía mostrar allí esa misma paciencia, pese a la tensión de un mundo a punto de partirse.
Teniendo eso en mente, decidió recoger la flauta y hacer otro intento. Se alejó un poco para no molestar a Szeth y se obligó a practicar, y sintió que el viento soplaba mientras lo hacía. Un viento pacífico, propio de aquel lugar, donde la hierba no tenía miedo. Un viento que encontró reconfortante.
—¿Eres tú? —preguntó, bajando la flauta.
Sí, le susurró el Viento al oído, haciendo que Syl levantara la cabeza, sentada cerca en el suelo. La música que te enseñó el antiguo… me llama…
—He hecho lo que me pediste —dijo Kaladin—. Estoy aquí. Aún no sé muy bien por qué, pero estoy aquí. ¿Puedes explicármelo?
Odium cambia. Sus objetivos cambian. Ahora… puedo hablar… cuando tanto me costó durante años…
—¿Y eso tiene algo que ver con Odium? —preguntó Syl.
Él cambia. Su atención no está en mí, dijo el Viento. Las Piedras siempre han tenido la capacidad de hablar, pero no han empezado a hacerlo hasta ahora. Yo siempre estoy aquí… Y ahora advierto. Odium está renovado. Esto es peligroso.
Quédate… Vigila. Yo vigilaré también. Aún no tengo las respuestas, pero me siento mejor desde que estás aquí. Juntos debemos preservar un remanente de Honor. De algún modo…
Kaladin meditó sobre aquello mientras el Viento se retiraba. Se descubrió pensando de nuevo en sus amigos, que combatían sin él. Recordando el trauma de la muerte de Teft. Era una herida reciente. No podía obsesionarse con ella, lo sabía. No si quería convertirse en una persona nueva, como le había dicho Sagaz.
Al cabo de un rato, regresó a la flauta. El Viento no volvió, y sus intentos musicales fueron igual de penosos que los anteriores. Pero a la tormenta con ello, había una cosa que sí que era siempre verdadera acerca de Kaladin Bendito por la Tormenta. Sin importar su empleo ni dónde estuviera, incluso después de retirarle su capacidad de pelear… seguía siendo el idiota más tozudo que había existido jamás.
Así que siguió arrancándole notas espantosas a aquella flauta. Hasta el preciso instante en que alzó la mirada y encontró a Ishar el Heraldo de pie delante de él.
La torre era rara en el otro lado. Pero extrañísima. Y Lopen, claro, era un experto en cosas raras. Tenía un montón de primos raros. Los coleccionaba.
Por tanto, podía decir con autoridad que aquel sitio era raro. Los sitios no-raros no resplandecían. Era como si un edificio entero se hubiera hecho Radiante, hubiera absorbido luz tormentosa y estuviera amenazando con dejar a Huio pegado a la pared.
Unos expectaspren lo siguieron como una panda de maleantes mientras los otros dos Corredores del Viento y él llegaban al lugar de la explosión. Aquel lugar era una réplica perfecta de la torre, solo que hecha de una especie de cristal brillante. La torre decía que despertarla la había restaurado a su estado natural. Y eso hacía que Lopen se preguntara por qué su brazo no estaba hecho de cristal brillante en ese lado. Habría sido mucho mejor que el que tenía de carne. Tampoco era que se quejara, ¿eh? Le gustaba volver a tener dos brazos, porque así podía comer chouta y señalar cosas a la vez.
Pero un brazo de cristal sería bastante guajudo.
—¿Crees que, si pienso mucho en ello, mi brazo se volverá de cristal?
Rua, su spren, se encogió de hombros. En ese lado, Rua medía poco más de un metro y tenía el pelo revuelto, una energía interminable y las proporciones de un niño. Le gustaba resbalar en vez de caminar, y Lopen había oído que, en su ciudad natal, Rua podía flotar de un lado a otro todo el tiempo. Huio lo encontraba fascinante y no dejaba de hablar de ello.
Los pensamientos sobre spren flotantes y brazos de cristal se evaporaron cuando Lopen llegó al lugar de la explosión.
—Es aquí, señor —dijo Isasik—. Estábamos aquí dentro.
Una cámara destrozada, humeante. Todas sus paredes estaban agrietadas, y la que daba al pasillo había quedado destruida por completo. El suelo cristalino tenía un boquete abierto y el techo era una telaraña fracturada.
Un cadáver maltrecho yacía entre tanta destrucción.
—¿Estáis seguros? —preguntó Lopen.
—Sí, señor. Cuando he vuelto para ayudar después de rescatar a los guardias, esto es lo que he encontrado. Y al ver a ese hombre muerto, tan aniquilado, me he temido…
—¿Qué? —dijo Lopen—. ¿Que los otros hayan terminado como papilla de persona?
Isasik puso cara de estar teniendo náuseas, pero asintió.
—Aquí no hay papilla de persona —afirmó Lopen—. La explosión ha sido gorda, pero no tan gorda, ¿sabes?, como para que no quede ningún rastro de nadie. La verdad es que esperaba que hubiera pedacitos de Shallan mientras veníamos por el pasillo. Me alegro de no haber encontrado ninguno.
—Entonces… —dijo Isasik.
—Entonces tenemos que suponer que han cruzado la perpendicularidad. O escapado de algún otro modo.
—Pero eso los habría devuelto al Reino Físico, ¿no? —objetó Isasik—. Y ninguno de ellos está allí.
Lopen no respondió. Estaba claro que allí pasaba algo. Navani no decía nada, así que el Hermano tampoco decía nada, pero él se lo olía cuando habían sucedido cosas raras. Era experto en lo raro. Las paredes guardaban secretos, literalmente. Unos secretos importantes y terribles.
Cosa que a Lopen le parecía de rechupete. ¡Si la gente importante se ocupaba de las cosas, él no tendría que preocuparse por nada!
—Voy a dar por hecho que se encargan otros —le dijo a Isasik—. Vámonos. Tenemos que llevar volando a Herdaz a la gente del Visón.
—Pero…
—Si están muertos, ¿podemos hacer algo por ellos?
—Bueno, no —dijo Isasik, que descendió por el aire para observar al muerto, que estaba muy muy muerto. Quedaba apenas lo suficiente para confirmar que no era ninguno de sus amigos.
—Si han escapado —prosiguió Lopen— y no quieren que nadie lo sepa, ¿estaremos ayudándolos si lo contamos por ahí?
—No —respondió Isasik—. Ya sabes cómo son los Tejedores de Luz.
—Si hubieran desaparecido en otro reino, dimensión o lugar, ¿hay algo que tú y yo podamos hacer al respecto?
—No —dijo Isasik, elevándose de nuevo—. Para eso haría falta un Forjador de Vínculos.
—Pues solo nos queda informar —concluyó Lopen—. Hemos investigado para asegurarnos de que no los tienen prisioneros. Ahora nos toca suponer que todo saldrá bien, porque, sea lo que sea que pase, es más grande que nosotros.
Y dicho eso, echó a andar hacia las Puertas Juradas. Rua corrió para no quedarse atrás, y Lopen vio que el tormentoso spren ahora tenía un brillante brazo de cristal.
—Presumido —le dijo Lopen, y entonces vaciló y habló en voz más baja—. ¿Tú qué crees que les ha pasado, naco? ¿Cómo es que Navani no está más preocupada? Renarin es pariente suyo, y Shallan también. Y, al enterarse, ha levantado los hombros y ni ha soltado el chouta que estaba comiéndose. ¿Tú la habías visto encogerse de hombros alguna vez? —Calló un momento—. ¿Tú la habías visto comer chouta alguna vez?
Rua señaló hacia el lejano sol, visible por los pelos a través del cristal refractante que eran las paredes de la torre en ese lado.
—¿El sol? —preguntó Lopen—. No… el reino de más allá, donde viven los dioses. ¿De verdad crees que han ido allí?
Rua asintió con entusiasmo.
—Vaya, condenación —dijo Lopen—. Supongo que al menos están en el barrio adecuado, ¿sabes?, para buscar ayuda divina.
Sí que era él. Ishar, plantado allí mismo en plena noche, sobre la herbosa ladera. Kaladin no lo había visto acercarse, ni había oído nada, pero estaba allí.
Syl dio un respingo y se levantó. Ishar desvió la mirada de la luna para observarlos. Kaladin había memorizado las descripciones de Dalinar y Sigzil, pero no le hacían falta. De aquel hombre emanaba una fuerza, una sensación. Sí, aparentaba ser una persona normal, con aquella barba de fervoroso y aquella cabeza afeitada. Casi como si… como si fuese un prototipo para la orden religiosa que había venido después. Túnica azul. Fajín dorado. Gruesos brazaletes.
Pero había más, inadvertido. La forma en que los pelillos de los brazos de Kaladin se erizaron. La forma en que los últimos vestigios de viento habían amainado de pronto. La forma en que ese hombre podía mirar a Kaladin y parecer que veía demasiado. Ese aire… y la pose con que se alzaba… recordaban a Kaladin a Ash, una de los otros Heraldos.
Ishar dio un paso hacia Syl, entornando los ojos. Ella alzó el mentón y no se hizo pequeña, aunque Kaladin sospechó que anhelaba huir. Una parte de él también lo deseaba, también quería alejarse de la mirada de aquel ser que no era del todo humano.
Pero para eso había ido hasta allí.
—No te… conozco —dijo Ishar, volviéndose hacia Kaladin—. Sé cuáles son todas las otras piezas que se mueven por este tablero. Pero tú… tú me habías parecido insignificante. Y ahora aquí estás con el Sinverdad, vinculado a la Antigua Hija. ¿Cómo te llamas?
—Kaladin —respondió él—. A veces llamado el Bendito por la Tormenta.
—Bendito por la Tormenta. No recuerdo haberte bendecido. —Ishar frunció el ceño—. Estás Conectado con Dalinar, el falso campeón. Y con Szeth, mi siervo. ¿Cómo?
Kaladin hizo acopio de valor.
—Me envían para ayudarte.
—¿Qué ayuda necesita un dios? —preguntó Ishar.
—Todos necesitamos ayuda a veces —dijo Kaladin—. ¿Nunca te… sientes abrumado? ¿Como si no pudieras fiarte de tus pensamientos?
Tormentas. ¿Había sonado muy ridículo?
—Te envía Dalinar —dijo Ishar—. Ahora lo veo. Quiere confundirme, convencerme de que no soy un dios. No necesito tu ayuda, niño. Tu amo ya ha hecho bastante daño.
—¿Daño? —preguntó Syl.
—Daño —repitió Ishar, volviéndose para contemplar las oscuras y suaves colinas shin—. Vuestro farsante Forjador de Vínculos me atacó. Me cambió. Me… hizo ver cosas que creía olvidadas. En ese momento, Tezim murió, pero ya no necesito ese nombre. Puedo ser Ishar, quien Ascendió al puesto del Todopoderoso.
Dalinar ya se lo había mencionado. En el instante en que Navani se había convertido en Forjadora de Vínculos, Ishar había visto el Reino Espiritual y había recobrado la lucidez durante un breve intervalo. Por tanto… ¿le habían quedado secuelas de aquello? ¿Estaba mejor que antes?
Dalinar también había mencionado los juramentos. Si se hacía otro cerca de Ishar… quizá regresaría a sí mismo. Era un método de terapia nada convencional, pero tal vez…
Tal vez Kaladin tuviera que apelar al Heraldo, en vez de al hombre. Al Heraldo que durante tanto tiempo había defendido a la humanidad.
—Ishar —dijo—, necesitamos tu ayuda.
—Sí —repuso él—. Vuestros enemigos os aplastan y os aventajan porque no habéis acudido a mí. Tengo planes para encargarme de ellos, y de las amenazas mayores que nos esperan más allá. Pasa a ser mi discípulo y te lo mostraré.
—Podemos… hablar de eso —dijo Kaladin, lanzando una mirada hacia Syl en busca de apoyo—. Tenemos a Ash y Taln con nosotros, en Urithiru. A tus amigos.
Ishar dio un bufido.
—Inútiles. Los dos. —Miró a Kaladin a los ojos—. ¿Sabes lo que hago por ellos, niño? Yo fundé el Juramento, así que puedo absorber parte de su dolor en mí mismo. Yo soporto su oscuridad. Esa oscuridad los aplastaría a todos, de no ser por mí. ¿Has visto a Taln? ¿Está irracional, muy gobernado por la oscuridad?
—Sí —respondió Syl.
—Es porque no soporto su oscuridad como cargo con la de los demás —dijo Ishar—. Estarían todos igual de indefensos de no ser por mí. Yo soy la confluencia de toda oscuridad y toda pena. Sus dolores pesan sobre mí. Y aun así, me alzo ante vosotros. Soy un dios.
—Solo quiero… —empezó Kaladin.
—A ti no te había previsto, pero quizá debí hacerlo, teniendo en cuenta tu redespíritu y tus Conexiones. —Hizo un gesto con la cabeza hacia Szeth, en la distancia—. Szeth ha venido a cumplir la tarea que le encomendé hace muchos años. Su senda será difícil. Si pretendes que te escuche, demuéstrame que puedes prestar un servicio.
—¿En qué sentido? —preguntó Syl.
—En el de ayudarme a preparar el final —dijo Ishar en voz baja—. El Sinverdad ha regresado por fin. Esta tierra lo necesita.
—Ishar —insistió Kaladin—, quiero que hablemos de cómo te sientes. Hum… quiero…
—Hablaré contigo —le aseguró el Heraldo— cuando el peregrinaje haya concluido. Cuando la tarea esté hecha.
—Pero…
Los ojos de Ishar se iluminaron, refulgentes como por la luz tormentosa, pero con un brillo muchas veces más intenso. Los haces de luz cegaron a Kaladin mientras el Heraldo rugía:
—¡Si deseas obtener otra audiencia con tu dios, deberás hacer esto, niño! Tal es el privilegio de cualquier discípulo.
La luz se desvaneció e Ishar ya no estaba.
Tormentas.
—Estupendo —dijo Syl—. Ha ido bien.
—¿Bien? —preguntó Kaladin—. Me ha soltado un montón de sinsentidos, se ha negado a escucharme y luego ha desaparecido.
—Pero no nos ha vaporizado ni nada de eso. —Syl ascendió flotando algo más de un palmo en el aire, emitiendo un leve resplandor en la oscuridad, con el pelo ondeando de nuevo al regresar el vientecillo—. Y está loco, así que… bueno, era de esperar que soltara sinsentidos. Se ha fijado en ti y te ha ofrecido la oportunidad de volver a hablar con él.
—Hablará con nosotros —dijo Kaladin—, siempre que ayudemos a Szeth a hacer… lo que sea que debe hacer. ¡No tenemos ni idea de lo que es! —Se pasó una mano por el pelo, pero entonces se calmó—. Dicho eso, sí que parecía… estar un poquito mejor que como lo describían Sigzil y Dalinar. Creo.
—Podemos ayudarlo, Kaladin —le aseguró ella, apoyándole unas manos incorpóreas en el brazo—. Podemos intentar ayudarlos a todos.
—No a tiempo para que le sirvan de algo a Dalinar —repuso Kaladin—. ¿Quién sabe cuánto tiempo llevará esta misión de Szeth aquí? Si Ishar se niega a hablar conmigo hasta después…
Pero en fin, Sagaz ya se lo había advertido. Allí había una tarea que era más crucial que llevar a Ishar con Dalinar, una tarea que el Viento necesitaba que Kaladin llevase a cabo.
«Preservar un remanente de Honor…»
—¿A qué se refería? —preguntó Syl—. Ha dicho que Szeth era su siervo. ¿En qué sentido?
—Vete a saber —dijo Kaladin—. Me ha llamado a mí su discípulo y cree ser el Todopoderoso. —Respiró hondo y recogió la flauta, los papeles de música y la gema con la que había estado iluminándose—. Pero… supongo que tienes razón. Esto podría haber ido mucho peor, y mañana podemos preguntarle a Szeth qué opina del asunto. De momento, creo que necesito dormir.
Regresaron a la hoguera, junto a la que Szeth daba suaves ronquidos. Kaladin guardó las cosas de la cena y cubrió el fuego, absorto en sus pensamientos. Intentaron volverse oscuros, pero él no cejó en su empeño de hacerlos retroceder a golpes con pensamientos positivos, como soldados que lucharan en su nombre. Recordatorios de que había tenido éxito en el pasado y podía volver a tenerlo. Recordatorios de que una idea no era cierta solo porque se le hubiera metido en la cabeza.
La oscuridad aún estaba allí y quería hacer que Kaladin creyese que las cosas no cambiarían nunca, pero aquella pequeña victoria demostraba lo contrario. Porque, aunque quizá nunca se librara para siempre de aquellos pensamientos, se había terminado eso de dejar que ganaran.
Fin del segundo día
Tamara Eléa Tonetti Buono
Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.