Avance: El Ritmo de la Guerra – Capítulo 9

La semana pasada pudimos ver a un Kaladin un tanto más sombrío de lo habitual enfrentarse a Moash quien después de tanto tiempo ha conseguido al fin deshacerse de Roshone, mientras Shallan por su parte busca lo que Ialai pudiera dejar escondido en sus aposentos.

Con los supervivientes de Piedralar listos para su viaje de vuelta a Urithiru, nuestros héroes se marcharán hacia Urithiru con más preguntas que respuestas. ¡Veamos lo que nos depara el capítulo de esta semana, gracias a Nova y con la traducción de Manu Viciano! Si queréis la edición exclusiva de librería Gigamesh con doble sobrecubierta de Michael Whelan y Yasen Stoilov, ¡no olvidéis hacer la reserva (envíos únicamente a España peninsular)!

La semana pasada no grabamos episodio de CosmereCast debido a las vacaciones, pero la próxima volveremos a compartir un nuevo episodio debatiendo este capítulo junto al de la semana pasada. 

Recordad que podéis pasar por el foro o por nuestro Discord para compartir vuestras impresiones.

Stormlight, por Valeriia Korzhova

avance: el ritmo de la guerra – capítulo 9

avance de la traducción del ritmo de la guerra, traducida por manu viciano y cedida por nova

9. Contradicciones

Una jaula de peltre provocará que el spren del fabrial exprese su atributo con intensidad. Un llamaspren, por ejemplo, generará calor. A estos fabriales los llamamos aumentadores. Tienden a utilizar la luz tormentosa más deprisa que otros fabriales.

Lección sobre mecánica de fabriales impartida por Navani Kholin a la coalición de monarcas, Urithiru, jesevan de 1175.

Para cuando Kaladin empezó a volver en sí, el Cuarto Puente ya estaba elevándose en el aire. Se había quedado cerca de la borda, contemplando una abandonada Piedralar que se iba encogiendo por debajo de ellos. Desde esa distancia, las casas parecían un grupo de caparazones de cangrejo descartados a medida que el animal crecía. Una vez cumplida su función, se habían reducido a restos dispersos.

En otra época, había imaginado regresar triunfante al pueblo. Pero su regreso había terminado provocando el final de Piedralar. Se sorprendió de lo poco que le dolía saber que, con toda probabilidad, aquella fuese la última visita que haría al lugar donde había nacido.

Pero claro, Piedralar ya llevaba años sin ser su hogar. Buscó por instinto a los soldados del Puente Cuatro. Estaban entremezclados con los demás Corredores del Viento y los escuderos en la cubierta, congregados, hablando de algo que Kaladin no alcanzaba a distinguir.

Qué grande se había hecho el grupo. Había centenares de Corredores del Viento, demasiados para operar como aquel equipo tan unido que Kaladin había formado en el ejército de Sadeas. Se le escapó un gemido de entre los labios, que achacó a la fatiga.

Se sentó en cubierta y apoyó la espalda en el parapeto. Un fervoroso le llevó una taza de algo caliente, que aceptó encantado… hasta que reparó en que estaban repartiendo las bebidas a los habitantes del pueblo y los refugiados, no a los demás soldados. ¿Tan mal aspecto tenía?

«Sí», pensó al mirar su uniforme ensangrentado y quemado. Tenía recuerdos vagos de haber embarcado trastabillando con la ayuda de Renarin, y luego de ladrar a la horda de Corredores del Viento que habían acudido a mirarlo embobados. No dejaban de ofrecerle luz tormentosa, pero ya tenía mucha. Tenía las venas repletas de ella, pero, por una vez, la energía adicional que le proporcionaba parecía… débil. Desteñida.

«Basta ya —se ordenó a sí mismo—. Te has mantenido entero con peores vientos que este, Kaladin. Tú respira hondo. Se te pasará. Siempre se te pasa.»

Dio un sorbo a la bebida, que resultó ser caldo. Agradeció la calidez, sobre todo a medida que el barco ganaba altitud. Muchos habitantes del pueblo se habían reunido cerca de los lados y a su alrededor emergían asombrospren. Kaladin compuso una sonrisa forzada mientras cerraba los ojos y apoyaba la cabeza hacia atrás, intentando recuperar la sensación maravillosa de elevarse en el aire aquellas primeras veces.

Pero en vez de revivir aquellos momentos, se encontró en otros tiempos más oscuros. Cuando murió Tien, y cuando había fallado a Elhokar. Por absurdo que pareciera, lo segundo le dolía casi tanto como lo primero. Y eso que el rey tampoco le había caído demasiado bien. Pero por algún motivo, ver morir a Elhokar cuando estaba a punto de pronunciar el primer Ideal Radiante…

Kaladin abrió los ojos mientras Syl volaba hacia arriba con la forma de un Cuarto Puente en miniatura. La spren acostumbraba a adoptar la forma de elementos naturales, pero aquella tenía una rareza añadida. Su sitio no era el cielo. Aunque podría argumentarse lo mismo del propio Kaladin.

Cambió a la forma de una joven, con su vestido más elegante, y se posó en el aire al nivel de sus ojos. Señaló hacia los Corredores del Viento congregados.

—Están dándole la enhorabuena a Laran —le explicó Syl—. Ha pronunciado el Tercer Ideal mientras nosotros estábamos en ese edificio en llamas.

Kaladin dio un gruñido.

—Me alegro por ella.

—¿Vas a felicitarla?

—Después —respondió Kaladin—. No quiero tener que abrirme paso a codazos.

Suspiró y volvió a apoyar la cabeza contra el parapeto.

«¿Por qué no lo he matado? —pensó—. Mato a parshmenios y a Fusionados solo por existir, ¿y cuando me enfrento a Moash, me bloqueo? ¿Por qué?

Se sentía idiota. ¿Cómo podía haberse dejado manipular con tanta facilidad? ¿Por qué no había clavado sin más su lanza en la cara demasiado confiada de Moash, ahorrando así al mundo un montón de complicaciones? Por lo menos, eso habría hecho que se callara. Habría interrumpido aquellas palabras que borbotaban de sus labios como un lodo fétido.

«Van a morir… Todos a quienes amas, todos a los que crees que puedes proteger. Morirán de todas formas. No puedes hacer nada para evitarlo. Puedo quitarte tu dolor…»

Kaladin se obligó a abrir los ojos y encontró a Syl de pie ante él, con su vestido más habitual, suelto e infantil, el que se deshacía en neblina a la altura de sus rodillas. Syl parecía más pequeña que de costumbre.

—No sé qué hacer —dijo ella con suavidad—. Para ayudarte.

Él bajó la mirada.

—La oscuridad que hay en ti está mejor unas veces y peor otras —prosiguió ella—. Pero últimamente… se ha transformado en algo distinto. Te veo muy agotado.

—Solo necesito descansar bien —dijo Kaladin—. ¿Crees que ahora estoy mal? Tendrías que haberme visto cuando Hav me hizo cruzar a marchas forzadas el… el…

Volvió la cabeza. Mentirse a sí mismo era una cosa. Mentir a Syl le costaba mucho más.

—Moash me ha hecho algo —añadió—. Me ha metido en una especie de trance.

—Yo no lo creo, Kaladin —susurró ella—. ¿Cómo sabía él lo del Abismo del Honor? ¿Cómo sabía lo que estuviste a punto de hacer allí?

—Le conté muchas cosas, en tiempos mejores. En el ejército de Dalinar, antes de Urithiru. Antes de…

¿Por qué no podía recordar esos tiempos, los tiempos cálidos, los momentos de sentarse a la hoguera con verdaderos amigos?

Verdaderos amigos entre los que estaba un hombre que acababa de intentar convencer a Kaladin de que se suicidara.

—Kaladin —dijo Syl—. Está yendo a peor. Esa expresión distante, esa fatiga. Te pasa siempre que te quedas sin luz tormentosa. Como si… como si solo pudieras seguir adelante si la tienes dentro.

Kaladin cerró los párpados con fuerza.

—Te quedas petrificado cada vez que oyes informes de Corredores del Viento caídos.

Cuando se enteraba de la muerte de soldados suyos, siempre se imaginaba haciendo carreras de puente otra vez. Oía los chillidos, sentía las flechas en el aire…

—Por favor —susurró Syl—, dime lo que tengo que hacer. Esto es una cosa que no entiendo de ti. Lo he intentado muchísimo. No logro encontrar sentido a cómo te sientes ni a por qué te sientes así.

—Si alguna vez se lo encuentras —dijo Kaladin—, explícamelo a mí, ¿quieres?

¿Por qué no podía olvidarse sin más de las palabras de Moash? ¿Por qué no podía alzarse erguido? ¿Por qué no podía caminar con paso firme hacia el sol como el héroe por el que lo tenían todos los demás?

Abrió los ojos y dio un sorbo al caldo, pero se le había enfriado. Se lo bebió de todas formas. Los soldados no podían ponerse quisquillosos con el alimento.

Al poco rato, alguien se separó del grupo de Corredores del Viento y fue hacia él. Teft llevaba un uniforme bien ajustado y la barba recortada, pero cuando no brillaba parecía una piedra vieja. La clase de piedra mohosa que uno podía encontrar en la falda de las colinas, erosionada por la lluvia y los vientos del tiempo, la clase de piedra que hacía preguntarse qué habría visto a lo largo de sus muchos días.

Teft hizo ademán de sentarse al lado de Kaladin.

—No quiero hablar —le espetó Kaladin—. Estoy bien. No hace falta que…

—Anda, cállate, Kal —dijo Teft, y suspiró mientras terminaba de sentarse. Solo tenía cincuenta y pocos años, pero a veces se comportaba como un abuelo dos décadas más viejo—. Dentro de un minuto vas a ir a felicitar a esa chica por haber pronunciado su Tercer Ideal. Ha sido duro para ella, como lo fue para casi todos nosotros. Necesita tu aprobación.

La protesta murió en los labios de Kaladin. Sí, lo habían ascendido a alto mariscal. Pero la verdad era que todo oficial digno de sus galones sabía que había un momento para cerrar la boca y hacer lo que le decía su sargento de pelotón. Incluso si ya no era su sargento, incluso si ya no había un pelotón.

Teft alzó la mirada hacia al cielo.

—Conque ese hijo de puta sigue vivo, ¿eh?

—Tuvimos un avistamiento confirmado de él hace dos meses, en aquella batalla de la frontera veden —dijo Kaladin.

—Sí, hace dos meses —repuso Teft—. Pero pensaba que alguien de su bando se lo habría cargado a estas alturas. Hay que suponer que ellos tampoco pueden soportarlo.

—Le dieron una hoja de Honor —dijo Kaladin—. Si no lo soportan, tienen una forma muy rara de demostrarlo.

—¿Qué te ha dicho?

—Que vais a morir todos —respondió Kaladin.

—¡Ja! ¿Amenazas vacías? Sí que se ha vuelto loco.

—Sí —dijo Kaladin—, loco.

«Pero no era una amenaza —pensó—. Es cierto que los perderé a todos en algún momento. Es como funcionan las cosas. Es como funcionan siempre.»

—Avisaré a los demás de que está husmeando por ahí —dijo Teft—. Podría intentar atacarnos a otros más adelante. —Miró a Kaladin—. Renarin dice que te ha encontrado arrodillado. Desarmado. Como si te hubieras quedado inmóvil en batalla…

Teft dejó la frase sin acabar, insinuando algo más. «Como si te hubieras quedado inmóvil en batalla. Otra vez.» Tampoco era que sucediese tan a menudo. Solo esa vez, y aquella otra en Kholinar. Y cuando Lopen había estado al borde de la muerte unos meses antes. Y… bueno, y unas pocas más.

—Vamos a hablar con Laran —dijo Kaladin, levantándose.

—Chaval…

—Tú me has dicho que tengo que hacerlo, Teft —lo interrumpió Kaladin—. Tormentas, ahora vas a dejar que lo haga.

Teft siguió a Kaladin, que fue a cumplir su deber. Se dejó ver por los demás bien derecho, permitió que se reafirmaran en que seguía siendo el brillante líder al que todos conocían. Pidió a Laran que invocara su nueva hoja esquirlada para enseñársela y dio la enhorabuena a su spren. Había muy pocos honorspren dispuestos a luchar junto a ellos, de modo que Kaladin procuraba reconocer siempre sus méritos.

Después, tal y como había deseado, Dalinar solicitó a unos cuantos Corredores del Viento para llevarlos volando a él, a Navani y a unos pocos más a las Llanuras Quebradas. La mayoría de los Radiantes se quedarían atrás para proteger el Cuarto Puente en su travesía más lenta, pero el personal de mando tenía otros quehaceres que cumplir.

Después de ir a ver a sus padres, que por supuesto decidieron quedarse con la gente del pueblo, Kaladin echó a volar. Por lo menos, con el viento rugiendo a su alrededor, Teft no podía hacerle más preguntas.

Navani amaba y detestaba las contradicciones al mismo tiempo.

Por una parte, las contradicciones en la naturaleza o en la ciencia eran testimonios del orden lógico y racional que seguían todas las cosas. Si cien elementos sugerían un cierto patrón y luego otro lo rompía, subrayaba lo notable que era dicho patrón desde un principio. La desviación recalcaba la variedad natural.

Por otra parte, esa desviación resaltaba. Como una fracción en una página llena de números enteros. Un siete en una secuencia compuesta por lo demás de sublimes múltiplos de dos. Las contradicciones le susurraban que su conocimiento era incompleto. O eso o algo peor: que podía no haber tal secuencia. Quizá todo fuese un caos aleatorio y ella fingía que el mundo tenía sentido para quedarse más tranquila.

Navani pasó páginas de sus notas. La anodina cámara redonda en la que estaba era demasiado pequeña para que pudiera levantarse. Contenía una sola silla y una mesa clavada al suelo. Podía tocar las paredes a ambos lados estirando los brazos.

Había una copa llena de esferas sujeta a la mesa y cerrada por la parte de arriba. Por supuesto, solo había llevado diamantes para dar luz. Navani no soportaba iluminarse por cien colores y tamaños de gemas distintos.

Estiró las piernas por debajo de la mesa, suspirando. Las horas que llevaba en esa estancia le daban ganas de levantarse y dar un paseo. Pero no tenía esa opción, así que puso en la mesa las páginas culpables de molestarla.

A Jasnah le gustaba hallar inconsistencias en los datos. La hija de Navani parecía prosperar con las contradicciones, con las leves incongruencias en las declaraciones de testigos, con las preguntas que provocaban los sesgos del recuerdo en las narraciones históricas. Jasnah seleccionaba con meticulosidad esos cabos sueltos y tiraba de ellos para descubrir nuevas revelaciones y secretos.

Jasnah adoraba los secretos. Navani era más precavida con ellos. Los secretos eran lo que había transformado a Gavilar en… lo que fuera que hubiese sido hacia el final. Incluso en los tiempos que corrían, la codicia de los artifabrianos a lo largo y ancho del mundo estaba impidiendo que la sociedad en general aprendiera, creciera y creara, todo ello en aras de preservar sus secretos del oficio.

¿Cuántos secretos habían guardado durante siglos los antiguos Radiantes, solo para perderlos en la muerte y que Navani tuviera que descubrirlo todo de nuevo? Bajó el brazo junto a la silla y recogió el fabrial que habían encontrado Kaladin y Lift.

No tenía ni idea de qué pensar de aquel objeto. ¿Una agrupación de cuatro granates? No parecía haber ningún spren atrapado dentro de ninguno. Navani no identificaba el metal de su jaula ni el corte de sus gemas. Estudiar aquel aparato era como intentar comprender un idioma extranjero. ¿Cómo había suprimido las capacidades de los Radiantes? ¿Estaría relacionado con las gemas engarzadas en las armas de las tropas enemigas, las que absorbían luz tormentosa? ¡Cuántos tormentosos secretos!

Sostuvo en alto un boceto de la columna de gemas que había en el corazón de Urithiru. «Sí que es lo mismo», pensó, dando la vuelta al fabrial en su otra mano para compararlo con una estructura similar de granates en la imagen. Los de la columna eran enormes, pero el corte, la disposición de las gemas, la sensación que daba era la misma.

¿Por qué iba a tener la torre un dispositivo que suprimiera los poderes de los Radiantes? Era su hogar.

«¿Podría ser lo contrario? —se preguntó, dejando en la mesa el extraño fabrial para tomar una nota en el margen del dibujo—. ¿Una forma de inhibir las capacidades de los Fusionados?».

Seguía habiendo mucho en la torre que no tenía el menor sentido. Navani contaba con un Forjador de Vínculos en Dalinar. ¿No deberían él y el Padre Tormenta poder imitar lo que fuese que hacía el spren de la torre, muerto mucho tiempo atrás, para suministrar energía a la columna y a la propia torre?

Sostuvo una segunda ilustración, de un aparato más conocido: una construcción de tres gemas conectadas por cadenas, diseñada para llevarla en el dorso de la mano. Un moldeador de almas.

Los moldeadores de almas fastidiaban a Navani desde hacía mucho tiempo. Eran el proverbial defecto en el sistema, el fabrial que no tenía sentido. Navani no era una erudita, pero tenía un buen conocimiento práctico sobre los fabriales. Producían ciertos efectos, sobre todo amplificar, localizar o atraer elementos o emociones concretas, ligados siempre al tipo de spren atrapado en su interior. Sus efectos eran tan lógicos que se habían postulado fabriales teóricos años antes de llegar a construirlos.

Una obra maestra tecnológica como el Cuarto Puente era solo una composición de aparatos más pequeños y sencillos entrelazados entre ellos. Emparejando dos gemas, se obtenía una vinculacaña. Si se conectaban centenares, podía lograrse que un barco volara. Suponiendo que se hubiera descubierto cómo aislar planos de movimiento y reaplicar vectores de fuerza a través de fabriales parejos. Pero incluso esos hallazgos habían sido pequeños ajustes más que cambios revolucionarios.

Cada paso se basaba en los anteriores de maneras lógicas. Tenía todo el sentido del mundo, una vez se comprendían los fundamentos. Pero los moldeadores de almas… incumplían todas las reglas. Durante siglos había prevalecido la explicación de que eran objetos sagrados, creados por el Todopoderoso y concedidos a la humanidad como un acto de beneficencia. No se suponía que debieran tener sentido, porque no eran tecnológicos, sino divinos.

Pero ¿eso era verdad? ¿O Navani podría, a base de estudio, terminar descubriendo sus secretos? Durante años, habían dado por hecho que no había spren atrapados en los dispositivos moldeadores de almas. Pero gracias a las Puertas Juradas, Navani podía viajar a Shadesmar, y todo lo que contenía el Reino Físico se reflejaba allí. Los seres humanos se manifestaban como llamas de velas flotantes. Los spren se veían como versiones más grandes o más completas de lo que se percibía en el Reino Físico.

Los moldeadores de almas se manifestaban como unos spren diminutos que no reaccionaban a nada y flotaban con los ojos cerrados. Por tanto, los moldeadores de almas sí que tenían un spren capturado. Un spren Radiante, a juzgar por su forma. Inteligente, no como los spren más parecidos a animales que se atrapaban para hacer funcionar los fabriales corrientes.

Aquellos spren estaban retenidos en Shadesmar y obligados a alimentar los moldeadores de almas. «¿Igual que esto, tal vez?», pensó Navani, levantando el aparato con las gemas que había descubierto Kaladin. Tenía que existir una relación. ¿Y quizá una relación con la torre? ¿Con el secreto de cómo hacerla funcionar?

Navani pasó más páginas de su cuaderno y contempló la multitud de diagramas que había dibujado en el último año. Había logrado descifrar muchas de las mecánicas de la torre. Coincidían con los moldeadores de almas en que eran el resultado de atrapar spren de algún modo en Shadesmar. Sin embargo, sus funciones eran similares a las de los diseños de artifabrianos modernos.

¿Los elevadores? Una combinación de fabriales parejos y una noria oculta que aprovechaba el río subterráneo creado al fundirse la nieve de los picos. ¿Los pozos de la ciudad, que se rellenaban constantemente de agua? Una manipulación muy inspirada de fabriales atractores, alimentados por vetustas gemas expuestas al aire y las tormentas muy por debajo de la torre.

De hecho, cuanto más estudiaba Urithiru, más visualizaba Navani a los antiguos empleando una simple tecnología de fabriales para crear sus maravillas. Los artifabrianos modernos habían superado aquellas construcciones, y los ingenieros de Navani habían reparado, reequipado y optimizado los elevadores hasta hacerlos funcionar a varios múltiplos de su velocidad original. Habían mejorado los pozos y las cañerías para que llevaran el agua más arriba de la torre y la vertieran en conductos abandonados hacía mucho tiempo.

Navani había aprendido muchísimo en el último año. Casi había llegado a tener la sensación de que al final podría deducirlo todo, responder las preguntas relativas al tiempo y a la mismísima creación.

Y entonces recordaba los moldeadores de almas. Los ejércitos comían y podían mantenerse en movimiento gracias a los moldeadores de almas. Urithiru dependía de la comida adicional que proporcionaban los moldeadores de almas. El depósito de moldeadores de almas que habían encontrado ese mismo año en Aimia había sido de gran ayuda a los ejércitos de la coalición. Se contaban entre los dispositivos más codiciados e importantes de la historia moderna.

Y Navani no sabía cómo funcionaban.

Suspiró y cerró el cuaderno de golpe. Su pequeña habitación tembló al hacerlo y Navani frunció el ceño, se inclinó a un lado y abrió una pequeña escotilla en la pared. Miró a través del cristal y halló una visión incongruente, la de un grupo de personas volando por los aires junto a ella. Los Corredores del Viento mantenían una formación relajada, encarados contra el viento, lo cual Navani había señalado que era un poco ridículo. ¿Por qué no volar al revés? No necesitaban ver hacia dónde iban.

Ellos habían afirmado que volar con los pies por delante les parecía un poco tonto y se habían negado a hacerlo por mucho sentido que tuviera. Era cierto que parecían esculpir el aire alrededor de ellos e impedir que lo peor del viento les abofeteara la cara. Dalinar, en cambio, no contaba con esa protección. Volaba en la hilera, mantenido en alto por un Corredor del Viento, y llevaba una máscara con anteojos para impedir que su orgullosa nariz se congelara y cayera arrancada de su cara.

Navani había optado por un medio de transporte más cómodo. Su «sala» era una esfera de madera de tamaño unipersonal, que se estrechaba hasta acabar en punta por ambos extremos para ayudar con el flujo del aire. Aquel sencillo vehículo estaba infuso por un Corredor del Viento y luego enlazado al cielo. De ese modo, Navani podía trasladarse con comodidad y adelantar un poco de estudio durante los trayectos largos.

Dalinar afirmaba que le gustaba la sensación del viento en la cara, pero Navani sospechaba que su vehículo le recordaba demasiado a una versión aérea de un palanquín. Un transporte para mujeres. Habría cabido suponer que, al decidir aprender a leer, Dalinar dejaría de preocuparse por lo que la tradición consideraba masculino o femenino. Pero el ego varonil podía ser tan complejo como el más intrincado de los fabriales.

Sonrió al ver su máscara y sus tres capas de abrigos. Cerca de él, los ágiles exploradores de azul revoloteaban de aquí para allá. Dalinar parecía un chull que se hubiera visto añadido a una bandada de anguilas aéreas y estuviera haciendo todo lo posible por fingir que encajaba.

Ella amaba a ese chull. Amaba su tozudez, amaba el cuidado que ponía en cada decisión que tomaba. La forma en que pensaba con una intensa pasión. Dalinar Kholin nunca ofrecía solo una parte de sí mismo. Cuando se proponía algo, empeñaba en ello al hombre completo, y solo quedaba rezar al Todopoderoso para ser capaz de manejarlo.

Navani miró su reloj. Un trayecto como aquel, desde Alezkar hasta las Llanuras Quebradas, seguía costando casi seis horas, y eso con un enlace triple y valiéndose del poder de Dalinar para proporcionar luz tormentosa.

Por suerte, ya se aproximaban a su destino y Navani vio que las Llanuras Quebradas se acercaban por delante. Sus ingenieros habían estado ocupados: durante el último año, habían construido recios puentes permanentes que enlazaban muchas de las mesetas más relevantes. Tenían una necesidad imperiosa de cultivar aquella región para suministrar a Urithiru, y eso implicaba ocuparse de Ialai Sadeas y sus rebeldes. Con un poco de suerte, Navani no tardaría en recibir buenas noticias de los Tejedores de Luz y su misión de…

Ladeó la cabeza al fijarse en algo extraño. La pared de un lado reflejaba un tenue tono rojizo intermitente. Como la luz de una vinculacaña.

Su primera reacción fue de pánico. ¿Había activado de alguna manera el extraño fabrial? Si los poderes de los Corredores del Viento se desvanecían, Navani caería del aire como una piedra. Le dio un vuelco el corazón y se quedó sin aliento.

No empezó a desplomarse. Y… la luz no procedía del fabrial. Se echó hacia atrás y miró bajo la mesa. Allí, pegado al suelo con un poco de cera, había un minúsculo rubí. No, medio rubí. «Es parte de una vinculacaña», pensó mientras lo soltaba con la uña.

Lo sostuvo entre los dedos y estudió la luz que no dejaba de palpitar. Sí, era un rubí de vinculacaña; si lo insertaba en una de ellas, se conectaría con quien tuviera la otra mitad de la gema y podrían comunicarse. Era evidente que lo habían pegado allí para que ella lo encontrara. Pero ¿a quién podría interesar hacerlo tan furtivamente?

Los Corredores del Viento empezaron a hacer que su vehículo descendiera hacia un lugar próximo al centro de las Llanuras Quebradas, y Navani se descubrió cada vez más emocionada por la luz intermitente. Una vinculacaña no funcionaría si se encontraba en un vehículo móvil, pero, cuando aterrizaron, sacó una de las que llevaba siempre consigo. Insertó el nuevo rubí y colocó un papel en su sitio antes de que nadie tuviera tiempo de acercarse a ver cómo estaba.

Giró el rubí, ansiosa por ver qué pretendía decirle aquel desconocido interlocutor.

«Debes cesar en tus actos —escribió la pluma, empleando una versión apretada, casi ilegible, de la escritura femenina alezi—. De inmediato.» Y se quedó esperando respuesta.

Qué mensaje tan raro. Navani dio la vuelta al rubí y escribió su respuesta, que aparecería copiada para quienquiera que tuviese la otra mitad de la gema. «No estoy segura de a qué te refieres —escribió—. ¿Quién eres? No creo que esté haciendo nada que deba cesar. Quizá no conozcas la identidad de la persona a quien escribes. ¿Puede ser que esta vinculacaña se haya extraviado?».

Navani colocó la vinculacaña en su sitio para recibir la respuesta y giró el rubí. Cuando retiró la mano, la pluma se quedó quieta sobre el papel, levantada. Entonces empezó a moverse por sí misma, desplazada por la persona desconocida en el otro extremo.

«Sé quien eres —escribió—. Eres el monstruo llamado Navani Kholin. Has provocado más dolor que ninguna otra persona viva.»

Navani ladeó la cabeza. ¿Qué significaba aquello?

«No podía seguir mirando —prosiguió la pluma—. Tenía que detenerte.»

¿La mujer que escribía desde la otra caña sería una demente? El rubí empezó a destellar de forma intermitente, señalando que esperaba respuesta.

«Muy bien —escribió Navani—. ¿Por qué no me dices qué es lo que quieres que cese? Además, no me has revelado tu nombre.»

La respuesta llegó enseguida, escrita como por una mano apasionada.

«Capturas spren. Los encarcelas. A centenares de ellos. Debes parar. Detente, o habrá consecuencias.»

¿Spren? ¿Fabriales? Aquella mujer no podía estar preocupada de verdad por algo tan nimio, ¿verdad? ¿Qué sería lo siguiente? ¿Protestar por los chulls que tiraban de carretas?

«He hablado con spren inteligentes —escribió Navani—, como los vinculados con los Radiantes. Están de acuerdo con nosotros en que los spren que utilizamos para nuestros fabriales no son personas, sino incapaces de raciocinio como los animales. Quizá no les guste lo que hacemos, pero no lo consideran monstruoso. Incluso los honorspren lo aceptan.

«Los honorspren no son de fiar —respondió la pluma—. Ya no. Debes detener la creación de ese nuevo tipo de fabrial. Haré que pares. Esto es tu advertencia.»

La pluma se detuvo y, por mucho que Navani lo intentó, no obtuvo más respuesta de la misteriosa mujer o el fervoroso que le había escrito.

Los Corredores del Viento de Urithiru habían tenido que acudir a prestar apoyo aéreo a un frente de batalla y Kaladin seguía ocupado con aquel pequeño proyecto suyo en Alezkar. De modo que, al final, Shallan y su equipo tuvieron que viajar a Narak por el método trabajoso. Por suerte, el método trabajoso tampoco estaba tan mal en los últimos tiempos. Gracias a los puentes permanentes y a la ruta directa mantenida por soldados, un trayecto que una vez costaba días se había reducido a unas pocas horas.

En la primera meseta fortificada importante donde Dalinar mantenía un retén para vigilar los campamentos de guerra, Shallan y Adolin habían podido entregar a los prisioneros con instrucciones de trasladarlos a Narak para ser interrogados. También habían decomisado un carruaje y habían dejado atrás al el resto del grupo, que regresaría más despacio.

Shallan se entretenía mirando por la ventanilla del carruaje, escuchando los cascos de los caballos y contemplando el terreno fracturado de mesetas y abismos. En otra época todo aquello había sido muy difícil de atravesar. Ella estaba haciéndolo en un cómodo carruaje, y aun así lo consideraba inconveniente en comparación con que un Corredor del Viento la llevara volando de un lado a otro. ¿A qué llegarían cuando Navani consiguiera que sus aparatos voladores funcionaran con eficiencia? ¿Volar por medio de un Corredor del Viento sería lo inconveniente entonces?

Adolin se acercó a ella en el asiento y Shallan sintió su calor. Cerró los ojos, fundiéndose con él, inhalándolo, como si alcanzara a sentir el alma de él rozándose con la suya.

—Oye —dijo Adolin—, no ha sido tan malo. Hablo en serio. Mi padre ya sabía que este plan podía terminar en pelea. Si Ialai hubiera estado dispuesta a gobernar en los campamentos de guerra sin montar alboroto, la habríamos dejado en paz. Pero no podíamos hacer la vista gorda a que la vecina de al lado estuviera reclutando un ejército para derrocarnos.

Shallan asintió.

—No es eso lo que te preocupa, ¿verdad? —preguntó Adolin.

—No. No es lo único.

Shallan se giró y apretó la cabeza contra el pecho de Adolin, que se había quitado la casaca. La camisa que llevaba debajo recordaba a Shallan a cuando volvía a sus habitaciones después de entrenar con la espada. Adolin siempre quería bañarse de inmediato, y ella… bueno, rara vez se lo permitía. No hasta haber acabado con él, por lo menos.

Siguieron camino en silencio durante un rato, ella acurrucada contra él.

—Nunca me presionas —dijo Shallan al cabo de un tiempo—, aunque sabes que te guardo secretos.

—Me los contarás en algún momento.

Ella le tensó la camisa entre sus dedos.

—Pero te molesta, ¿verdad?

Al principio Adolin no respondió, lo que suponía un cambio respecto a sus habituales y joviales frases tranquilizadoras.

—Pues sí —dijo al cabo—. ¿Cómo no va a molestarme? Confío en ti, Shallan, pero a veces… a veces me pregunto si puedo confiar en las tres personas que eres. En Velo sobre todo.

—Ella intenta protegerme a su manera —dijo Shallan.

—¿Y si hace algo que tú o yo no querríamos que hiciera? ¿Y si se… pone física con alguien?

—De eso no tienes que preocuparte —le aseguró Shallan—. Te lo prometo, y ella también te lo prometerá si quieres. Tenemos un acuerdo. No estoy preocupada por ti y por mí, Adolin.

—¿Por qué estás preocupada, entonces?

Shallan se apretó más contra él y no pudo evitar imaginárselo. Lo que haría Adolin si conociera a la verdadera Shallan. Si supiera todas las cosas que había hecho.

Y no era solo él. ¿Y si se enteraba Patrón? ¿O Dalinar? ¿O sus agentes?

La abandonarían y su existencia se convertiría en un páramo. Se quedaría sola, como merecía. Las verdades que ocultaba hacían de su vida entera una mentira. Shallan, a la que mejor conocían los demás, era la máscara más falsa de todos.

No, dijo Radiante. Puedes afrontarlo. Puedes combatirlo. Estás imaginando solo el peor resultado posible.

Pero es posible, ¿verdad?, preguntó Shallan. Es posible que me abandonaran si lo supieran.

Radiante no tenía respuesta. Y en lo más profundo de Shallan, se removió otra cosa. Sinforma. Shallan se había prometido a sí misma que nunca crearía una personalidad nueva, y no iba a hacerlo. Sinforma no era real.

Pero la posibilidad de que ocurriera asustaba a Velo. Y cualquier cosa que asustara a Velo aterrorizaba a Shallan.

—Te lo explicaré algún día —dijo Shallan en voz baja a Adolin—. Te lo prometo. Cuando esté preparada.

Él le apretó el brazo como respuesta. Shallan no lo merecía, no era digna de su bondad, de su amor. Esa era la trampa en la que se había visto presa. Cuánto más confiaba Adolin en ella, peor se sentía. Y no sabía cómo salir. No podía salir.

Por favor, susurró, sálvame.

Velo emergió con reticencia. Se incorporó para dejar de estar apretada contra Adolin y él pareció entenderlo, porque cambió de postura en el asiento. Tenía una capacidad asombrosa para distinguir cuál de ellas estaba al mando.

—Intentamos ayudar —le dijo Velo—. Y creemos que este año ha sido bueno para Shallan, en general. Pero ahora mismo, creo que será mejor que hablemos de otro tema.

—Muy bien —respondió Adolin—. ¿Podemos hablar de que Ialai tenía más miedo a la captura que a la muerte?

—Ella… no se ha suicidado, Adolin —dijo Velo—. Tenemos una certeza razonable de que ha muerto por un pinchazo de veneno.

Adolin irguió la espalda.

—¿Estás diciendo que lo ha hecho alguien de nuestro equipo? ¿Un soldado mío o un agente tuyo? —Calló un momento—. ¿O… has sido tú, Velo?

—No he sido yo —le aseguró Velo—. Pero ¿tan malo habría sido que lo hubiera hecho? Los dos sabemos que tenía que morir.

—¡Era una mujer indefensa!

—¿Tan distinto es de lo que tú le hiciste a Sadeas?

—Él era soldado —replicó Adolin—. Eso es lo que lo hace distinto. —Miró por la ventanilla—. Tal vez. Mi padre cree que hice algo terrible. Pero… yo tenía razón, Velo. No voy a permitir que alguien se oculte tras las convenciones sociales mientras amenaza a mi familia. No permitiré que utilicen mi honor en mi contra. Y… Lluvia de piedras. Me pongo a decir cosas como estas y…

—Y no suenan tan distintas a acabar con Ialai —terminó Velo por él—. En todo caso, yo no la maté.

Shallan, después del breve descanso, empezó a emerger de nuevo. Velo se retrajo y permitió que Shallan volviera a apoyarse en Adolin. Él se tensó al principio, pero le dejó hacer.

Shallan apoyó la cabeza en el pecho de Adolin y escuchó el latido de su corazón. Su vida. Palpitando en él como el trueno de una tempestad cautiva. Patrón pareció percibir la forma en que ese pulso la calmaba, porque empezó a zumbar desde el lugar del que pendía en el techo.

Se lo contaría todo a Adolin, en algún momento. Ya le había contado parte. Sobre su padre, sobre su madre, sobre su vida en Jah Keved. Pero no las cosas más profundas, las que ni siquiera ella misma recordaba. ¿Cómo iba a hablarle de asuntos que estaban ensombrecidos en su propia memoria?

Tampoco le había hablado de los Sangre Espectral. No estaba segura de poder compartir ese secreto, pero… ¿podía intentarlo? ¿Empezar, al menos? Animada por Velo y Radiante, buscó una manera. A fin de cuentas, Dalinar no dejaba de repetir que el paso más importante era el siguiente que se daba.

—Hay una cosa que tienes que saber —dijo—. Antes de que llegaras, Ialai ha insinuado que si la capturaba, la matarían. Sabía que el golpe iba a llegar; por eso he sospechado de su muerte. También me ha dicho que ella no mató a Thanadal. Que eso lo hizo otro grupo llamado los Sangre Espectral. Creía que los Sangre Espectral enviarían a alguien a por ella, y por eso estaba convencida de que iba a morir.

—Estábamos persiguiéndolos. Ialai era su líder.

—No, cielo, ella lideraba los Hijos de Honor. Los Sangre Espectral son otro grupo distinto.

Adolin se rascó la cabeza.

—¿Son el grupo al que pertenecía… tu hermano Helaran? Los que atacaron a Amaram, ¿verdad? Y Kaladin mató a Helaran sin saber quien era, ¿me equivoco?

—Esos eran los Rompedores del Cielo. Ya no son tan secretos. Se unieron al enemigo y…

—Ah, ya, sí. Los Radiantes del otro bando.

Sin duda esos tenían sentido para Adolin, ya que había recibido informes de batalla sobre ellos. Los grupos clandestinos que actuaban de noche, en cambio, eran algo contra lo que él no podía entablar combate directo. Ocuparse de grupos como aquellos debía ser tarea de Shallan.

Buscó en su bolsillo mientras el carruaje rodaba sobre una serie de baches considerables. Aquel camino no estaba aplanado ni nivelado y, aunque el cochero hacía lo posible por esquivar los rocabrotes más grandes, su pericia tenía un límite.

—Los Sangre Espectral —dijo Shallan— son la gente que intentó matar a Jasnah, y de paso a mí, hundiendo nuestro barco.

—Entonces, están en el bando de Odium —aventuró Adolin.

—Es más complicado. La verdad es que no estoy muy segura de lo que quieren, aparte de secretos. Intentaban llegar a Urithiru antes que Jasnah, pero al final fuimos más rápidos que ellos. —Aunque «Los guiamos hasta allí» quizá fuese una descripción más exacta—. No estoy nada segura de para qué quieren esos secretos.

—Poder —dijo Adolin.

Esa respuesta, la misma que ella había dado a Ialai, había pasado a parecerle demasiado simplista. Mraize y también su inescrutable ama Iyatil eran personas deliberadas, precisas. Quizá solo pretendieran cosechar toda la influencia y la riqueza que pudieran del caos del fin del mundo. Shallan se dio cuenta de que la defraudaría descubrir que tenían unos planes tan mediocres. Cualquier saqueador de cadáveres en un campo de batalla podía explotar la desgracia de otros.

Mraize era un cazador. No esperaba a que se le presentaran las oportunidades. Salía él mismo a crearlas.

—¿Qué es eso? —preguntó Adolin, señalando el cuaderno que Shallan tenía en la mano.

—Antes de morir —explicó Shallan—, Ialai me ha dado una pista que me ha llevado a registrar la habitación y a encontrar esto.

—Por eso no querías que lo hicieran los guardias —dijo él—. Porque alguno de ellos podría ser un espía o un asesino. Tormentas.

—A lo mejor te interesa asignar a tus soldados a puestos aburridos y lejanos durante una temporada.

—¡Pero son de mis mejores hombres! —protestó Adolin—. ¡Muy condecorados! Acaban de llevar a cabo una operación encubierta de las más peligrosas.

—Pues dales un descanso en algún puesto tranquilo —dijo Shallan—. Hasta que resolvamos esto. Yo vigilaré a mis agentes. Si descubro que es uno de ellos, podrás volver a traer a tus hombres.

La sugerencia puso hosco a Adolin. Odiaba la idea de castigar a un grupo de buenos soldados porque uno de ellos pudiera ser un espía. Adolin podía afirmar que era distinto de su padre, pero en realidad eran dos gradaciones de la misma pintura. A menudo, dos colores parecidos desentonaban más que dos muy diferentes.

Shallan tocó con el pie la bolsa de notas y cartas que había reunido Gaz y llevaban en el suelo del carruaje.

—Esto se lo daremos a las escribas de tu padre, pero el cuadernillo voy a estudiarlo yo en persona.

—¿Qué contiene? —preguntó Adolin. Se inclinó de lado para poder ver, pero no había ilustraciones.

—Aún no me lo he leído entero —dijo Shallan—. Parece que son los intentos de Ialai por comprender lo que planean los Sangre Espectral. Esta página, por ejemplo, es una lista de nombres y expresiones que habían oído sus espías. Estaba intentando buscarles definiciones. —Shallan movió el dedo por la página—. Nalathis. Scadarial. Tal Dain. ¿Te suena alguno de ellos?

—Me parecen galimatías. Nalathis podría tener algo que ver con Nalan, el Heraldo de los Rompedores del Cielo.

Ialai había hecho la misma conexión, pero señalaba que esos nombres podían ser lugares, aunque no lograra encontrarlos en ningún atlas. Quizá fuesen como la Fortaleza de la Fiebre de Piedra, que Dalinar había visitado en sus visiones. Lugares que habían desaparecido hacía tanto tiempo que nadie recordaba sus nombres.

Hacia el final de la lista estaba la palabra «Thaidakar» rodeada por varios círculos, junto a una nota que rezaba: «Los dirige. Pero ¿quién es? El nombre parece un título, como Mraize. Pero ninguno de los dos está en un idioma que conozca».

Shallan estaba bastante segura de que en alguna ocasión había oído a Mraize pronunciar ese nombre, Thaidakar.

—Entonces, ¿esta es nuestra nueva misión? —preguntó Adolin—. Averiguaremos qué traman esos Sangre Espectral y los detendremos. —Cogió el cuaderno, del tamaño de la palma de una mano, y pasó páginas—. A lo mejor deberíamos entregar esto a Jasnah.

—Y lo haremos —dijo ella—. A su debido tiempo.

—Muy bien. —Adolin se lo devolvió y luego rodeó con el brazo a Shallan y la atrajo hacia él—. Pero prométeme que tú, y me refiero a todas vosotras, evitarás hacer ninguna locura antes de hablar conmigo.

—Cielo —repuso ella—, teniendo en cuenta con quién hablas, cualquier cosa que yo sea propensa a intentar será, por definición, una locura.

Adolin sonrió al oírlo, pero le dio otro abrazo reconfortante. Shallan se acomodó en el hueco entre su brazo y su pecho, aunque Adolin estaba demasiado musculoso para ser una buena almohada. Siguió leyendo, pero no fue hasta que hubo transcurrido más o menos una hora cuando Shallan reparó en que, a pesar de haber bailado en torno al tema con él, no había revelado a Adolin que pertenecía a los Sangre Espectral.

Lo más probable era que metieran a Shallan en el meollo de lo que fuese que pretendían. Hasta la fecha, a pesar de que se decía a sí misma que los estaba espiando, en había cumplido todas las misiones que le habían encomendado. Eso significaba que se avecinaba una crisis. Un punto de inflexión a partir del cual ya no podría seguir por aquel camino engañoso. Ocultar secretos a Adolin la estaba carcomiendo desde dentro. Alimentando a Sinforma, empujando a ese ente a convertirse en realidad.

Necesitaba una salida. Abandonar a los Sangre Espectral, romper todo lazo. De lo contrario, acabarían metiéndose en su cabeza. Y su cabeza ya estaba demasiado atestada.

«Pero no he matado a Ialai —pensó Shallan—. He estado a punto, pero no lo he hecho. Por tanto, no les pertenezco del todo.»

Mraize querría hablar con ella sobre la misión y sobre algunas otras cosas que había estado haciendo para él, así que Shallan estaba segura de que recibiría visita suya pronto. Quizá cuando se presentase, ella por fin encontraría la fuerza para romper con los Sangre Espectral.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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