Avance: El Ritmo de la Guerra – Capítulo 10

Bienvenidos una semana más a la lectura conjunta de los capítulos de avance del Ritmo de la Guerra, traducidos por Manu Viciano y cedidos por Nova. Casi no nos hemos dado cuenta, pero esta es ya la octava semana de lectura. Parece que la historia empieza a tomar carrerilla, y es que… ¡el capítulo 9 nos puso los pelos de punta con el siguiente párrafo!

—Aún no me lo he leído entero —dijo Shallan—. Parece que son los intentos de Ialai por comprender lo que planean los Sangre Espectral. Esta página, por ejemplo, es una lista de nombres y expresiones que habían oído sus espías. Estaba intentando buscarles definiciones. —Shallan movió el dedo por la página—. Nalathis. Scadarial. Tal Dain. ¿Te suena alguno de ellos?

Sin ningún lugar a dudas, El Ritmo de la Guerra empieza con fuerza, aunando cada vez más los diferentes conceptos del Cosmere, así como sus mundos. Cada vez cobra más sentido el futuro viaje de Shallan y Adolin a Shadesmar, y veremos qué descubren allí. 

Si alguien no ha leído Nacidos de la Bruma (Era 1), El aliento de los dioses y Arena Blanca (aunque la trilogía completa de novelas gráficas solo está disponible en inglés por el ahora), es un buen momento para plantearse su lectura.

Antes de lanzarnos al meollo, os dejamos el último episodio de CosmereCast repasando los principales eventos de los capítulos 8 y 9, y el hilo del foro para comentar sobre la lectura de la semana.

Como siempre, también podéis disfrutar del podcast en formato audio en iVoox, Spotify y Pocketcasts; y os animamos a visitar la serie de artículos de repaso, Todo lo que sabemos sobre Roshar.

Recordad que si vivís en España peninsular, todavía estáis a tiempo de reservar la edición exclusiva del Ritmo de la Guerra de librería Gigamesh, con portabla doble (la de Nova ilustrada por Michael Whelan, más la portada de Giagmesh, ilustrada por Yasen Stoilov).

Dalinar, ilustración de Taratjah

 

AVANCE: EL RITMO DE LA GUERRA – CAPÍTULO 10

AVANCE DE LA TRADUCCIÓN DEL RITMO DE LA GUERRA, TRADUCIDA POR MANU VICIANO Y CEDIDA POR NOVA

 

10. Una sola baja

 

Una jaula de estaño hará que el fabrial disminuya atributos cercanos. Un dolorial, por ejemplo, puede amortiguar el dolor. Cabe resaltar que en diseños avanzados de jaulas pueden emplearse también el acero y el hierro para cambiar la polaridad del fabrial según qué metales se empujen para que entren en contacto con la gema.

Lección sobre mecánica de fabriales impartida por Navani Kholin a la coalición de monarcas, Urithiru, jesevan de 1175.

 

Kaladin se encontraba bastante mejor cuando empezaron a acercarse a las Llanuras Quebradas. Unas horas de vuelo en cielo abierto y la luz del sol siempre parecían reanimarlo. En esos momentos, el hombre que se había derrumbado ante Moash en aquel edificio incendiado se le antojaba una persona completamente distinta.

Syl volaba a su lado como una cinta de luz. Los Corredores del Viento de Kaladin estaban manteniendo los enlaces de Dalinar y el resto, así que lo único que tenía que hacer él era volar en cabeza y proyectar confianza.

He vuelto a hablar con Yunfah, dijo Syl en su mente. Está aquí, en las llanuras. Creo que quiere hablar contigo.

—Dile que suba a verme, pues —respondió Kaladin. Su voz se perdió en el viento arremolinado, pero ella la oiría de todos modos.

Syl se desvió, seguida de unos pocos vientospren. Desde esa distancia, Kaladin casi alcanzaba a distinguir la disposición de las Llanuras Quebradas, así que hizo una señal con la mano y redujo a un enlace simple.

Al poco tiempo, dos cintas de luz azul blanquecina ascendieron en su dirección. De algún modo, Kaladin pudo distinguir a Syl del otro spren. Tenía una tonalidad específica que a él le resultaba tan conocida como su propia cara.

La otra luz adoptó la forma de un anciano diminuto, reclinado en una pequeña nube que volaba junto a Kaladin. El spren, Yunfah, había estado vinculado a Vratim, un Corredor del Viento que había muerto hacía unos meses. Al principio, cuando habían empezado a perder a Radiantes en batalla, Kaladin había temido que perdieran también a los spren. A fin de cuentas, muchos siglos antes Syl había entrado en coma al perder a su primer Radiante.

Sin embargo, otros lo afrontaban de forma distinta. La mayoría, aunque estuvieran apenados, parecían tardar poco en desear un nuevo vínculo, que los ayudaba a superar el dolor de la pérdida. Kaladin no se consideraba un entendido en psicología spren, pero Yunfah daba la impresión de haber llevado bastante bien la muerte de su Radiante. La consideraba la pérdida de un aliado en la batalla, más que la destrucción de una parte de su propia alma. De hecho, Yunfah parecía dispuesto a vincularse con otra persona.

No lo había hecho todavía, y Kaladin no comprendía los motivos. Y que Kaladin supiera, era el único honorspren libre que quedaba.

Dice que aún está considerando elegir a un nuevo caballero, informó Syl a Kaladin en su mente. Lo ha reducido a cinco posibilidades.

—¿Rlain es una de ellas?

Yunfah se puso de pie en la nube y su larga barba aleteó al viento, aunque el spren no tenía sustancia real. Kaladin interpretó ira en su postura incluso antes de que Syl le transmitiera la respuesta. Estaba haciéndole de intermediaria, ya que el rugido del viento era bastante fuerte incluso a un solo enlace.

No, dijo Syl. Está enfadado por tu insistencia en que se vincule a un enemigo.

—No encontrará a ningún posible Corredor del Viento más capaz ni entregado.

Finge estar furioso, dijo Syl. Pero creo que aceptará si aprietas más. Te respeta, y a los honorspren les gusta la jerarquía. Los que se unieron a nosotros lo hicieron contra la voluntad general de sus iguales, así que estarán buscando a alguien que se ponga al mando.

Muy bien, pues.

—Como tu alto mariscal y oficial superior —dijo Kaladin—, te prohíbo vincularte con ninguna otra persona a menos que intentes trabajar antes con Rlain.

El spren anciano agitó el puño en el aire mirando a Kaladin.

—Tienes dos opciones, Yunfah —respondió Kaladin, sin esperar a Syl—. Obedecerme o renunciar a todo el trabajo que hiciste para adaptarte a este reino. Necesitas un vínculo o tu mente se disipará. Estoy harto de esperar a que te decidas.

El spren le lanzó una mirada asesina.

—¿Obedecerás mis órdenes?

El spren habló.

Pregunta cuánto tiempo le dejas, explicó Syl.

—Diez días —respondió Kaladin—. Y estoy siendo generoso.

Yunfah dijo algo más y luego se marchó volando, convertido en cinta de luz. Syl se elevó hasta la altura de la cabeza de Kaladin.

Antes de irse ha dicho: «Muy bien». Estoy bastante segura de que por lo menos pensará en escoger a Rlain. Yunfah no quiere volver a Shadesmar, le gusta demasiado este reino.

Kaladin asintió y notó que el resultado le mejoraba el ánimo. Si aquello salía bien, Rlain estaría entusiasmado.

Seguido por los demás, Kaladin inició el descenso hacia Narak, su puesto de avanzada en el centro de las Llanuras Quebradas. Los ingenieros de Navani estaban convirtiendo la meseta entera en una base fortificada a partir de las ruinas. Estaban levantando una muralla en la cara este, de más de dos metros de anchura en su pie, baja y achaparrada, contra las tormentas. Otro muro más fino rodeaba por completo el resto de la meseta, y habían erigido varas metálicas para ayudar a proteger el fuerte de los relámpagos de la tormenta eterna.

Kaladin aterrizó sobre el muro y contempló el fuerte. Los ingenieros se habían deshecho de casi todos los edificios parshendi, conservando solo las ruinas más antiguas para su estudio. En torno a ellas se alzaban almacenes de suministros, barracones y aljibes para recoger el agua de las tormentas. Con la muralla pegada al abismo y los puentes levadizos fuera, aquella meseta aislada estaba volviéndose inexpugnable a marchas forzadas contra los asaltos normales de infantería.

—Imagínate que los parshendi hubieran conocido las técnicas de fortificación modernas —dijo Kaladin a Syl cuando la vio pasar en forma de hojas arremolinadas—. Unos cuantos fuertes como este situados estratégicamente por todas las llanuras y jamás podríamos haberlos echado de aquí.

—Que yo recuerde —replicó ella—, más que echarlos de aquí, lo que hicimos fue caer a propósito en su trampa y confiar en que no doliera demasiado.

Cerca de ellos, los demás Corredores del Viento hicieron descender a Dalinar, a varios Danzantes del Filo y el transporte de madera de Navani. Ese vehículo había sido buena idea, aunque costara un poco más mantener un objeto tan voluminoso en el aire. El trasto tenía cuatro plumas, como una flecha. Habían empezado con dos alas, que Navani había pensado que harían volar mejor el transporte, pero que habían hecho que se elevase descontrolado cuando lo enlazó un Corredor del Viento.

Bajó de la muralla dando un salto. Syl trazó un amplio arco en torno a la vieja columna que había en aquel borde de la meseta. Era alta, tenía peldaños en el exterior y se había convertido en un puesto de vigilancia perfecto. Rlain decía que los parshendi la habían usado para sus ceremonias, pero no conocía su propósito original. Gran parte de las ruinas, los restos de una ciudad que fue grandiosa durante los días de las sombras, seguían desconcertándolos a todos.

Tal vez los dos Heraldos pudieran explicar la columna. ¿Habrían estado allí? Por desgracia, teniendo en cuenta que uno de ellos deliraba todo el tiempo y la otra lo imitaba de vez en cuando, Kaladin no estaba nada seguro de que resultaran útiles con aquello.

Quería llegar a Urithiru tan pronto como pudiera, antes de que la gente tuviera ocasión de ponerse a hablar de nuevo con él, tratando de animarlo con sus risas forzadas. Se acercó a Dalinar, que estaba recibiendo un informe del señor de batallón al mando de Narak. Era raro que Navani todavía no hubiera salido de su vehículo. Quizá se había quedado ensimismada con sus investigaciones.

—Permiso para llevarme de vuelta al primer grupo, señor —dijo Kaladin—. Querría lavarme un poco.

—Un momento, alto mariscal —le respondió Dalinar mientras estudiaba el informe escrito.

El señor de batallón, un tipo huraño con un tatuaje de la Vieja Sangre, se apresuró a apartar la mirada. Aunque Dalinar nunca había dicho que la transición a los informes escritos tuviera el objetivo concreto de que sus oficiales afrontaran la idea de un hombre que leía, Kaladin apreció la teatralidad con que Dalinar sostenía en alto el papel y asentía para sus adentros mientras leía.

—Lo que ha ocurrido a la brillante Ialai es lamentable —dijo Dalinar—. Ocúpate de que su decisión de acabar con su propia vida se haga pública. Autorizo una ocupación completa de los campamentos de guerra. Encárgate de ello.

—Sí, majestad —respondió el señor de batallón.

Dalinar había pasado a ser rey, reconocido oficialmente por la coalición de monarcas como gobernante de Urithiru, una entidad independiente del reinado de Jasnah en Alezkar. En contraprestación, Dalinar había renunciado en público a toda idea de convertirse en «alto rey» por encima de ningún otro monarca.

Dalinar devolvió el papel al señor de batallón y luego asintió mirando a Kaladin. Se apartaron de los otros y después se alejaron un poco más, hasta una zona de la base entre dos graneros creados por moldeado de almas. El rey no habló al principio, pero Kaladin se sabía ese truco. Era una vieja táctica disciplinaria: dejar que el silencio llenara el aire. Así la otra persona se veía obligada a empezar a explicarse primero. Kaladin no picó.

Dalinar lo observó, reparando en su uniforme quemado y ensangrentado. Por fin habló.

—Me han llegado varios informes de que tú y tus soldados habéis dejado escapar a enemigos Fusionados después de herirlos.

Kaladin se relajó de inmediato. ¿De eso quería hablar Dalinar?

—Creo que empezamos a llegar a un cierto entendimiento con ellos, señor —dijo Kaladin—. Los Celestiales combaten con honor. Yo hoy he dejado escapar a uno. Luego su líder, Leshwi, a su vez ha liberado a uno de mis hombres en vez de matarlo.

—Esto no es un juego, hijo —repuso Dalinar—. No estamos en un torneo a primera sangre. Estamos combatiendo por la misma existencia de nuestro pueblo.

—Lo sé —se apresuró a responder Kaladin—. Pero esto puede sernos útil. Ya te habrás fijado en que se contienen y nos atacan en combate singular, siempre que respetemos sus reglas. Teniendo en cuenta que hay muchísimos más Celestiales que Corredores del Viento, creo que nos interesa fomentar ese tipo de comportamiento. Matarlos es poco más que una molestia para ellos, dado que renacerán. Pero cada baja nuestra supone entrenar a un nuevo Corredor del Viento desde cero. Intercambiar heridos por heridos nos favorece.

—Nunca has querido combatir a los parshmenios —dijo Dalinar—. Incluso al principio, cuando te uniste a mi ejército, no querías que se te enviara contra los parshendi.

—No me gustaba la idea de matar a gente que nos mostraba honor, señor.

—¿No se te hace raro encontrarlo en ellos? —preguntó Dalinar—. El Todopoderoso, el propio Honor, era nuestro dios. Al que su dios mató.

—Sí que lo encontraba raro. Pero señor, ¿Honor no fue su dios antes de ser el nuestro?

Esa era una de las revelaciones que habían sacudido los cimientos de los Radiantes, tanto de los antiguos como de los nuevos. Aunque la mayoría de las órdenes habían aceptado esa verdad como una rareza y habían seguido adelante, muchos Corredores del Viento no. Ni Dalinar tampoco: Kaladin lo veía torcer el gesto cada vez que salía el tema a colación.

Aquel mundo había pertenecido a los cantores, con Honor como su dios. Hasta que habían llegado los humanos trayendo consigo a Odium.

—Todo esto resalta un problema más grave —afirmó Dalinar—. Esta guerra está librándose cada vez más en los cielos. El transporte volador de Navani solo servirá para intensificar esa situación. Necesitamos a más honorspren y Corredores del Viento.

Kaladin miró a Syl, que flotaba en el aire a su lado. Dalinar también fijó la vista en ella un momento después, por lo que Syl debía de haber decidido mostrarse a él.

—Lo siento —dijo ella en voz baja—. Mis parientes pueden ser… difíciles.

—Tienen que comprender que estamos luchando por la supervivencia de Roshar, tanto como por la supervivencia de los alezi —dijo Dalinar—. No podemos hacerlo sin su ayuda.

—Para mis primos, vosotros sois peligrosos —respondió Syl—. Tan peligrosos como los cantores. La traición de los Caballeros Radiantes mató a muchos de ellos.

—Los otros spren han empezado a comprenderlo —dijo Kaladin—. Se dan cuenta.

—Los honorspren son más… rígidos —dijo ella—. La mayoría, por lo menos.

Se encogió de hombros y apartó los ojos, como avergonzada. Verla hacer gestos humanos era tan frecuente en los últimos tiempos que Kaladin casi ni se inmutó.

—Tenemos que hacer algo —dijo Dalinar—. Ya llevamos ocho meses sin que lleguen nuevos honorspren. —Miró a Kaladin—. Pero supongo que sobre ese problema tendré que seguir meditando. De momento, me preocupa la forma en que los Corredores del Viento estáis relacionándoos con los Celestiales. Da la impresión de que ni unos ni otros estáis tan entregados como deberíais, y no puedo desplegar a soldados en el campo de batalla si temo que no serán capaces de luchar cuando aumente la presión.

Kaladin tuvo un escalofrío al mirar a Dalinar a los ojos. Así que la conversación sí que trataba sobre Kaladin, a fin de cuentas. Sobre lo que había ocurrido. Lo que le había ocurrido a él.

De nuevo.

—Kaladin —dijo Dalinar—, eres de los mejores soldados a los que he tenido jamás el privilegio de dar órdenes. Luchas con pasión y dedicación. Has construido tú solo lo que se ha convertido en la sección más importante de mi ejército, y lo hiciste todo mientras sufrías la peor pesadilla que alcanzo a imaginar. Eres una inspiración para todo aquel que te conoce.

—Gracias, señor.

Dalinar asintió y puso la mano en el hombro de Kaladin.

—Ha llegado el momento de relevarte de tu puesto, hijo. Lo siento.

Kaladin tuvo una sacudida. Fue como la conmoción de recibir una puñalada, o la sensación al despertar de repente en un lugar desconocido, asustado por un ruido súbito. Una contracción visceral del estómago. Un inesperado vuelco del corazón. Todo su ser en alerta, intentando localizar la pelea.

—No —susurró—. Señor, ya sé lo que parece.

—¿Y qué parece? —preguntó Dalinar—. Diagnostícate a ti mismo, Kaladin. Dime lo que ves.

Kaladin cerró los ojos. «No.»

Dalinar le apretó el hombro con más fuerza.

—No soy cirujano, pero sí puedo decirte lo que veo yo. Veo a un soldado que lleva mucho, demasiado tiempo en el frente. Un hombre que ha sobrevivido a tantos horrores que ahora se descubre mirando a la nada, con la mente embotada para no tener que recordar. Veo a un soldado que no puede dormir, que ladra a quienes lo aman. Es un soldado que finge que aún puede funcionar. Pero no puede. Y lo sabe.

Kaladin se quitó de encima la mano de Dalinar y abrió los ojos de golpe.

—No puedes hacer esto. Yo construí los Corredores del Viento. Son mi equipo. No puedes quitarme eso.

—Lo haré porque debo hacerlo —replicó Dalinar—. Kaladin, si fueses cualquier otro, hace meses ya que te habría retirado del servicio activo. Pero eres tú, así que seguía convenciéndome a mí mismo de que necesitamos hasta al último Corredor del Viento.

—¡Y es verdad!

—Necesitamos hasta al último Corredor del Viento funcional. Lo lamento. Hubo una época en la que, de haberte apartado del mando, habría anulado el impulso que llevaba el equipo entero. Pero creo que ese punto ya lo tenemos bastante superado. Seguirás con nosotros… solo que no irás a más misiones.

De la garganta de Kaladin escapó un sonido rugiente, que una parte de él se negó a creer que estuviera haciendo. Absorbió luz tormentosa.

No permitiría que volvieran a machacarlo. No permitiría que un ojos claros jactancioso volviera a arrebatárselo todo.

—¡No puedo creerlo! —exclamó Kaladin, mientras se acumulaban furiaspren debajo de él—. ¡Se suponía que tú eras diferente! ¡No puedes…!

—¿Por qué? —preguntó Dalinar, con voz calmada.

—¿Por qué qué? —restalló Kaladin.

—¿Por qué soy diferente?

—¡Porque tú no nos malgastas! —gritó Kaladin—. ¡Porque tú…! Porque…

«Porque tú te preocupas por tus hombres.»

Kaladin se desinfló. De pronto se sintió muy pequeño. Un niño, de pie ante un padre severo. Flaqueó y apoyó la espalda en el edificio más cercano. Syl flotaba a su lado, con expresión preocupada, confusa. No alzó la voz para contradecir a Dalinar. ¿Por qué no defendía a Kaladin?

Echó una mirada a un lado. Había traído consigo a casi todos los que en otro tiempo habían formado el Puente Cuatro. Los Corredores del Viento a los que había dejado protegiendo la nave aérea eran quienes habían formado parte del Puente Trece y sus escuderos.

Por lo que vio a muchas caras amistosas en el lejano patio de Narak. Roca y Teft. Renarin. Sigzil, Lyn, Lopen. Leyten y Peet, Cikatriz y Drehy. Laran, recién ascendida a Radiante de pleno derecho. Ninguno de ellos había pronunciado todavía el Cuarto Ideal. Kaladin quería pensar que se debía a que les resultaba tan difícil como a él y ninguno lo había logrado aún. Pero… ¿podía ser que estuvieran conteniéndose por él? ¿Por algún tipo de respeto desencaminado?

Volvió a mirar a Dalinar.

—¿Qué pasará si no estoy allí? —preguntó suplicante. Una última protesta—. ¿Y si ocurre algo cuando estén ahí fuera luchando? ¿Y si alguno de ellos muere porque yo no he podido protegerlo?

—Kaladin —dijo Dalinar con suavidad—, ¿y si ocurre algo porque sí que estás con ellos? ¿Y si alguno muere porque esperaba tu ayuda pero tú vuelves a bloquearte?

Kaladin inhaló con fuerza. Se volvió hacia el lado, cerró los ojos con fuerza y sintió una lágrima caer de cada uno. ¿Y si…?

Tormentas, Dalinar tenía razón.

Tenía toda la razón.

—Yo… —susurró. ¿Cuáles eran las Palabras?

«No pudiste decir las Palabras —pensó—. Necesitabas decirlas. Hace un año, cuando Dalinar podía haber muerto. Tenías que pronunciar las Palabras. Pero en vez de eso, te arrugaste.»

Kaladin jamás las diría, ¿verdad? Se quedaría en el Tercer Ideal. Otros spren habían dicho… que muchos Radiantes nunca llegaban a pronunciar los juramentos más avanzados.

Kaladin respiró hondo y se obligó a abrir los ojos.

—¿Qué… qué voy a hacer ahora?

—No estoy degradándote —dijo Dalinar con voz firme—. Te quiero entrenando, enseñando y ayudándonos a librar esta guerra. No te avergüences, hijo. Has luchado bien. Has sobrevivido a cosas a las que no debería enfrentarse nadie. Esa clase de experiencia deja cicatrices, igual que cualquier herida. No pasa nada por reconocer que se tienen.

Kaladin se pasó los dedos por la frente, por las cicatrices que aún la marcaban. Sin sanar, pese a todos sus poderes, años después de que se las grabaran.

Dalinar carraspeó, incómodo. Quizá al recordar la herida de Kaladin hubiera pensado que mencionar las cicatrices era de mal gusto. Pero no lo era. De hecho, la metáfora era muy acertada.

—¿Puedo… ser fiel a mis juramentos sin luchar? —preguntó Kaladin—. Debo proteger.

—Hay muchas maneras de proteger —dijo Dalinar—. No todos los Radiantes iban a la batalla en los tiempos antiguos. Yo mismo he encontrado muchas formas de servir en esta guerra sin blandir una hoja esquirlada en el frente.

Kaladin miró a Syl, que asintió. Sí, podría mantener sus juramentos de ese modo.

—No serás el primer soldado célebre que pasa a un puesto de apoyo después de ver morir a demasiados amigos —aseguró Dalinar a Kaladin—. Si el Dios del Más Allá así lo quiere, convenceremos a los honorspren de que colaboren con nosotros, y entonces tendremos que entrenar a bandadas enteras de nuevos Corredores del Viento. Nos serás de gran utilidad supervisando el entrenamiento de Radiantes, tanto si ocurre eso como si no.

—Es solo que no estaré en ningún lugar donde pueda hacer daño —susurró Kaladin—. Porque estoy estropeado.

Dalinar volvió a cogerlo del hombro y entonces subió el otro brazo y levantó un dedo, como para obligar a Kaladin a fijar la mirada en él.

—Esto —dijo— es lo que la guerra nos hace a todos nosotros. Nos mastica y nos escupe destrozados. No hay ninguna deshonra en dar un paso a un lado para recuperarte. Igual que no la hay en concederte tiempo para sanar de una estocada.

—Entonces, ¿regresaré a la batalla? —preguntó Kaladin—. ¿Me tomaré un permiso y luego volveré?

—Si consideramos que es adecuado que lo hagas. Sí, es posible.

«Posible —pensó Kaladin—. Pero no probable.» Lo más seguro era que Dalinar hubiera visto a más hombres que Kaladin sucumbir a la fatiga de combate. Pero en todos sus años luchando, Kaladin nunca había visto a nadie recuperarse. No parecía el tipo de dolencia que podía superarse.

Ojalá hubiera sido más fuerte. ¿Por qué no había pronunciado las Palabras?

—Buscaremos la forma de que sea una transición natural y suave —le prometió Dalinar—. Podemos presentársela a los demás como tú veas más adecuado. Dicho eso, tampoco vamos a retrasarla. Esto no es una sugerencia, Kaladin. Es una orden. De ahora en adelante, no entrarás en combate.

—Sí, señor —dijo Kaladin.

Dalinar le apretó el hombro.

—Para mí no eres valioso por la cantidad de enemigos que puedas matar. Es porque eres lo bastante hombre para entenderlo, para decir palabras como esas. —Asintió y soltó a Kaladin—. Esto no es una acción disciplinaria, Kaladin. Mañana te llegarán nuevas órdenes mías. Créeme que voy a ponerte a trabajar. Explicaremos a todos los demás que se trata de un ascenso.

Kaladin se obligó a sonreír, lo que pareció aliviar a Dalinar. Tenía que poner buena cara. Tenía que parecer fuerte.

«Que no lo sepa.»

—Señor —dijo Kaladin—. No estoy seguro de poder aceptar un puesto entrenando a otros Radiantes. Estar con los Corredores del Viento y enviarlos a morir sin mí… bueno, señor, eso me haría pedazos. No creo que pudiera verlos volar y no unirme a ellos.

—Eso no lo había pensado. —Dalinar frunció el ceño—. Si prefieres solicitar otro puesto, lo permitiré. ¿Quizá en logística, o en planificación de batalla? O quizá como embajador en Thaylenah o Azir. Tu reputación te granjearía una alta estima allí. En todo caso, no voy a tener a alguien como tú parado, criando crem. Eres demasiado valioso.

«Claro, hombre, cómo no. Quítame lo único que importa y luego dime que soy valioso. Los dos sabemos que no soy nada.»

Kaladin combatió esos pensamientos y se forzó a sonreír de nuevo.

—Pensaré en ello, señor. Pero puede que necesite un tiempo para averiguar lo que quiero.

—Muy bien —respondió Dalinar—. Tienes diez días. Antes de ese tiempo quiero que me hayas informado de tu decisión.

Kaladin asintió. Compuso otra sonrisa, que tuvo el efecto deseado de convencer a Dalinar de que no se preocupara. El hombre se fue hacia los otros Corredores del Viento.

Kaladin apartó la mirada, notando que su estómago se retorcía. Sus amigos reían y bromeaban entre ellos, alegres. Que ellos supieran, los Corredores del Viento no habían perdido a ningún miembro ese día.

Pero no sabían la verdad: que habían tenido una sola baja, pero muy relevante. Su nombre había sido Kaladin Bendito por la Tormenta.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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