Avance: El Ritmo de la Guerra – Capítulo 13

Cada semana que pasa nos acercamos más a nuestra fecha más esperada del año, y como cada martes, vamos a disfrutar de un nuevo capítulo, ¡y este empieza a reforzar mi teoría de que los impares son impresionantes! No quiero decir más pero… ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡!!!!!!!!!!

La semana pasada tuvimos un capítulo centrado en Kaladin y en las relaciones entre los personajes, donde a mi parecer —y aunque no era el eje principal—, fue muy interesante ver el comportamiento de todos ellos con las diferentes personalidades y cómo afectan las personalidades a su matrimonio con Adolin. Además, nos preparamos para un «hasta luego» con Roca, posiblemente uno de los miembros más queridos del Puente Cuatro. espero que le volvamos a ver antes de que termine el libro, aunque como podéis ver en el CosmereCast donde destripamos el capítulo 12, hemos tenido opiniones para todo.

Recordad que también podéis disfrutar del CosmereCast en también podéis disfrutar del CosmereCast en su formato de audio en: iVooxSpotify y PocketCasts; y que podéis compartir vuestros comentarios de este capítulo en el foro.

Y sin más, ¡os dejamos con este espectacular capítulo traducido por Manu Viciano, que nos llega gracias a Nova! Como bien ha dicho Manu en Twitter: «vienen curvas».

Oathgate, por Art Demura

 

AVANCE: EL RITMO DE LA GUERRA – CAPÍTULO 13

AVANCE DE LA TRADUCCIÓN DEL RITMO DE LA GUERRA, TRADUCIDA POR MANU VICIANO Y CEDIDA POR NOVA

 

13. Una nueva cacería

 

Los fabriales avanzados se crean empleando varias técnicas distintas. Los fabriales parejos requieren una cuidadosa división de la gema y del spren que contiene. Si se realiza correctamente, las dos mitades seguirán comportándose como una sola gema.
Cabe señalar que los rubíes y los llamaspren son los que se emplean por tradición con este propósito, ya que han demostrado ser los más fáciles de dividir y los más rápidos en tiempo de reacción. Otros tipos de spren no se parten tan equitativamente, o tan fácilmente, o en absoluto.

Lección sobre mecánica de fabriales impartida por Navani Kholin a la coalición de monarcas, Urithiru, jesevan de 1175.

 

La mañana después de la celebración de la boda, Shallan tuvo que lidiar con las consecuencias del exceso de alcohol de Velo. Otra vez. Le palpitaba la cabeza y tenía borrosa una gran parte de la noche anterior. Tormentosa mujer.

Por suerte, con un poco de luz tormentosa y unas hierbas para el dolor de cabeza, ya se encontraba mejor para cuando acabó la reunión con sus contables y administradores. Era esposa de un alto príncipe y, aunque sus tierras en Alezkar estaban controladas por el enemigo, Adolin y ella eran responsables de una décima parte de Urithiru.

Dado que Shallan tenía deberes añadidos como Caballera Radiante, habían puesto a varias mujeres de confianza al cargo de las finanzas y a sus maridos supervisando las patrullas y las guardias. La reunión había consistido en que Radiante impartiera unas cuantas decisiones y que Shallan revisara las cuentas. Tendría trabajo que hacer más adelante, pero de momento las cosas estaban controladas. Y Adolin le había dicho que debería tomarse un descanso tras la misión, de todos modos.

Él estaba dedicando su propio tiempo de descanso a cabalgar. Cuando las escribas se marcharon de su sala de audiencias, Shallan se quedó sola. Y por primera vez en semanas, no tenía un papel que interpretar. Pasó un rato repasando las cartas y los mensajes por vinculacaña, hasta que la detuvo uno que había llegado el día anterior a su regreso.

«El trato está cerrado. El spren vendrá.»

Se quedó un momento con el mensaje en la mano y luego lo quemó. Con un escalofrío, decidió que ya no quería estar sola en su habitación, así que salió para visitar a sus hermanos, cuyos aposentos no estaban muy lejos de los de Shallan.

Cuando llegó, el único que estaba en casa era Jushu, que la dejó pasar y charló con ella sobre su misión. Luego, como solía ocurrir en sus visitas, Shallan terminó sentándose ante el hogar de la habitación para dibujar. Era algo… natural. Ir a ver a sus hermanos no siempre implicaba pasar todo el tiempo hablando con ellos.

Se acurrucó entre mantas junto al hogar y, durante unos deliciosos minutos, pudo imaginar que había vuelto a su casa de Jah Keved. En su fantasía, un fuego crepitaba en el hogar. Cerca de él, su madrastra y su padre charlaban con unos fervorosos que habían ido a visitarlos, hombres y mujeres de la iglesia, por lo que su padre estaba comportándose.

Shallan tenía permitido usar su cuaderno de bocetos, ya que a su padre le gustaba presumir de su habilidad. Con los ojos cerrados, dibujó el hogar cuyos ladrillos se conocía de memoria por las muchas veces que se había sentado allí a bosquejar. Días buenos. Días cálidos.

—Oye, ¿qué dibujas? —preguntó Jushu—. ¿Es la chimenea de casa?

Shallan sonrió y, aunque había hablado el verdadero Jushu, lo incorporó a su imagen mental. Era uno de sus cuatro hermanos mayores, porque en aquel recuerdo seguía teniéndolos a los cuatro. Jushu y Wikim eran mellizos, aunque Jushu tendía a reír más que el reflexivo Wikim. Y Balat estaría sentado cerca en la butaca, aparentando confianza. Helaran había vuelto y Balat siempre sacaba pecho cuando el mayor de los hermanos Davar estaba en casa.

Abrió los ojos y miró a los pequeños creacionspren que se congregaban a su alrededor, imitando objetos cotidianos. La tetera de su madre. El atizador de la chimenea. Objetos de su hogar en Jah Keved, no del lugar donde estaba en realidad, porque de algún modo reaccionaban a sus imaginaciones. Uno de ellos le provocó un escalofrío. Era una cadenita de collar que reptaba por el suelo.

En realidad, aquellos tiempos en casa habían sido una época horrible. Días de lágrimas, de gritos, de una vida que se desmadejaba. También había sido la última vez que Shallan recordaba a su familia toda junta.

Solo que… no, esa no era la familia al completo. Aquel recuerdo era después de que… después de que Shallan matara a su madre.

«¡Afróntalo! —se dijo, furiosa—. ¡No pases de puntillas!». Patrón se movía por el suelo de aquella sala en Urithiru, dando vueltas entre los creacionspren que danzaban.

Solo había tenido once años. Hacía ya siete de eso, por lo que, si no erraba en los cálculos, debía de haber empezado a ver a Patrón siendo solo una niña. Mucho tiempo antes de que Jasnah encontrara a su propio spren.

Shallan no recordaba sus primeras experiencias con Patrón. Aparte de la clara imagen de invocar su hoja esquirlada para defenderse siendo una niña, había extirpado todos aquellos recuerdos de su mente.

No. Están aquí, pensó Velo. Muy al fondo, Shallan.

No podía ver esos recuerdos, o mejor dicho, no quería verlos. Mientras se escabullía de ellos, algo oscuro se removió en su interior, ganando fuerza. Sinforma. Shallan no quería ser la persona que había hecho esas cosas. A esa… a esa persona no… no podía quererla nadie…

Aferró el lápiz con dedos tensos, su ilustración a medio terminar en el regazo. Se había puesto manos a la obra y se había obligado a leer estudios sobre otras personas con personalidades fragmentadas. Solo había encontrado un puñado de menciones en textos médicos, pero esos documentos sugerían que a las escasas personas con sus características las trataban como a bichos raros incluso los fervorosos. Eran rarezas que debían encerrarse en la oscuridad por su propio bien y ser objeto de estudio para académicos que consideraban sus casos «novedosos en su estrambótica naturaleza» y «valiosas aportaciones al conocimiento de la confundida mente de un psicótico». Era evidente que acudir a expertos como aquellos con sus problemas no era una opción.

Por lo visto, la pérdida de memoria era frecuente en esos casos, pero las demás experiencias de Shallan parecían marcadamente distintas. Lo importante era que no estaba sufriendo pérdidas de memoria continuadas, así que quizá estuviera bien. Se había estabilizado.

Las cosas estaban mejorando. Seguro que sí.

—Tormentas —dijo Jushu—. Shallan, eso que has dibujado es… pero que muy raro.

Shallan miró el bosquejo, bastante mal hecho por tener los ojos cerrados. Le costó un segundo darse cuenta de que en el hogar de su antigua casa había dibujado unas almas que ardían. Quizá podrían confundirse con llamaspren, de no ser porque se parecían muchísimo a ella misma y sus tres hermanos.

Cerró el cuaderno con brusquedad. No estaba en Jah Keved. El hogar que tenía delante no tenía llamas; era una hornacina que contenía un fabrial calentador, en la pared de una habitación cualquiera de Urithiru.

Tenía que vivir en el presente. Jushu ya no era el chico regordete y sonriente de sus recuerdos. Eran un hombre entrado en carnes y barbudo al que había que vigilar casi a todas horas para que no robara algo e intentara empeñarlo para apostar el dinero. Lo habían sorprendido ya dos veces intentando llevarse el fabrial calentador.

La sonrisa que Jushu estaba dedicando a Shallan era falsa. O quizá solo estuviera esforzándose por mantenerse animado. Bien sabía el Todopoderoso que eso Shallan lo entendía.

—¿No me dices nada? —preguntó Jushu—. ¿Ninguna ocurrencia? Ya casi nunca me echas pullas.

—No pasamos tanto tiempo juntos como para que entrene las burlas —dijo ella—, y no hay nadie más que tenga una incompetencia tan inspiradora.

Él sonrió, pero también hizo una mueca y Shallan se avergonzó al instante. La broma era demasiado certera. No podía comportarse como cuando eran niños. Entonces habían tenido a su padre como gran enemigo unificador y su humor negro como una forma de soportarlo.

Shallan se preocupaba de que estuvieran distanciándose. Así que los visitaba, casi a modo de desafío.

Jushu se levantó para traer algo de comer y Shallan tuvo el impulso de probar a hacer otra broma. Pero en vez de eso, dejó que se marchara. Con un suspiro, aprovechó la ocasión para rebuscar en su cartera y sacó la pequeña libreta de Ialai. Estaba empezando a encontrar sentido a algunas cosas. Por ejemplo, los espías de Ialai habían descubierto a miembros de los Sangre Espectral hablando de una nueva ruta por el mar de las Luces Perdidas. Era el lugar por el que Shallan había viajado con los demás en Shadesmar un año antes. De hecho, había tres páginas enteras repletas de nombres procedentes del misterioso mundo de los spren.

Ialai había escrito: «Vi un mapa entre las pertenencias de los Sangre Espectral que capturamos, y debería habérseme ocurrido copiarlo, porque luego se perdió en el fuego. Esto es lo que recuerdo».

Shallan tomó unas notas al pie del tosco mapa de Ialai. Aquella mujer habría sido una maestra de la política, pero como artista dejaba mucho que desear. En todo caso, quizá Shallan pudiera localizar algunos mapas reales de Shadesmar para compararlos con aquello.

La puerta se abrió y entraron Balat y un amigo suyo después de su turno como guardias, aunque Shallan estaba de espaldas a ellos. Eylita, la esposa de Balat, se había encontrado con ellos en el pasillo de fuera y estaba riéndose de algo que había dicho Balat. A lo largo del último año, Shallan había ido cogiendo un sorprendente cariño a la joven. De pequeña, Shallan recordaba tener celos de cualquiera que amenazara con llevarse a sus hermanos, pero de adulta lo había superado. Eylita era amable y sincera. Y había que ser una persona especial para amar a cualquier miembro de la familia Davar.

Shallan siguió estudiando la libreta, medio escuchando la charla de Balat y Eylita con su amigo. Eylita había animado a Balat a buscar empleo, aunque Shallan no estaba segura de que el trabajo de guardia fuese lo más adecuado para él. Balat tenía tendencia a disfrutar un poco demasiado del dolor ajeno.

Balat, Eylita y su amigo pasaron a la sala contigua, donde un fabrial enfriador mantenía frescos los curris y las carnes para las comidas. La vida de la familia estaba volviéndose muy cómoda, y podría serlo más. El ascenso de Shallan a esposa de un alto príncipe podría haber proporcionado docenas de sirvientes a aquel hogar.

Pero sus hermanos se habían vuelto muy desconfiados con los sirvientes y se habían acostumbrado a prescindir de ellos en los malos tiempos. Además, aquellos fabriales hacían el trabajo de una decena de personas. No hacía falta que nadie cortara o transportara leña, ni tampoco desplazarse a diario a las cocinas de la torre. Shallan casi temía que los artifabrianos de Navani terminaran volviendo perezoso a todo el mundo.

«Como si tener sirvientes no hubiera hecho vagos ya a casi todos los ojos claros —pensó—. Concéntrate. ¿Por qué están tan interesados en Shadesmar los Sangre Espectral?».

Velo, ¿alguna idea?

Velo frunció el ceño, se volvió sin pensarlo para poner la espalda hacia la pared y metió el pie por la correa de la cartera, para evitar que alguien se la llevara. Cuando se convertía en Velo, los colores de la sala se… apagaban. No era que cambiaran, sino que los percibía de otra manera. Shallan habría descrito las líneas de estratos de la pared como del color del óxido, pero para Velo eran solo rojos.

Velo mantuvo un ojo echado a la puerta que daba a la terraza. Balat, Eylita y Jushu habían salido allí fuera y estaban bromeando con aquel otro guardia. Los risaspren se mecían delante de la puerta. ¿Quién era ese amigo? Shallan no se había molestado en comprobarlo.

Lo siento, pensó Shallan. Estaba distraída.

Velo estudió las palabras de la libreta y entresacó las partes relevantes. Mapas, nombres de lugares, comentarios sobre el coste de trasladar objetos a través de Shadesmar. La primera misión de Shallan para los Sangre Espectral, en los tiempos en que Velo no era más que un dibujo en un cuaderno, había consistido en espiar a Amaram, que intentaba descubrir cómo encontrar Urithiru y las Puertas Juradas.

Las Puertas Juradas, aunque se empleaban sobre todo para mover tropas y suministros, también servían para otra cosa. Tenían la capacidad de enviar y sacar a personas de Shadesmar, un uso que los eruditos y los Radiantes de Dalinar habían logrado ir desentrañando poco a poco durante el año anterior. ¿Era eso lo que había querido Mraize?

Velo entrevió las piezas de algo grandioso en los movimientos de Mraize: encontrar las Puertas Juradas, tratar de asegurarse un acceso sin restricciones y quizá exclusivo a Shadesmar. Mientras tanto, procurar eliminar a sus rivales, como Jasnah. Luego reclutar a un Radiante capaz de ver en Shadesmar. Y por último, atacar a otras facciones que estuvieran intentando descubrir esos secretos.

Iba a tener que… Un momento. Esa voz.

Velo levantó la cabeza de sopetón. La voz que llegaba de fuera. El guardia con el que hablaban sus hermanos. «Condenación.» Velo cerró la libreta de golpe, se la guardó en el bolsillo de su vestido y se levantó mientras pedía a Shallan que volviera rojo su pelo de nuevo, aunque Velo mantuviera el control.

Asomó un instante la cabeza al balcón para confirmarlo, pero ya sabía que iba a encontrar allí a Mraize.

Estaba bien erguido, con su peculiar rostro lleno de cicatrices, vestido con un uniforme en oro y negro como el de Balat. Eran los colores del principado Sebarial, la casa con la que Shallan había elegido alinearse antes de entrar por matrimonio en la casa Kholin. Shallan ya había visto a Mraize con un uniforme parecido, al servicio de Ialai y su casa un año antes.

El uniforme no le quedaba bien. No porque estuviera mal entallado, sino porque a Mraize le fallaba… la actitud. Era al mismo tiempo demasiado altivo y demasiado rudo para el trabajo. Tenía un aire depredador y no obediente como correspondía a un guardia, y a la vez refinado, cuando un empleo de vigilante era de los más bajos que podía tener un ojos claros.

Él la vio, por supuesto. Mraize siempre vigilaba las puertas; de hecho, ella había aprendido el truco de él. No se salió del personaje y rio al oír lo que decía Balat, pero no era ni por asomo tan bueno fingiendo como Shallan. No lograba eliminar el tono arrogante de sus carcajadas, ni la agresividad de su sonrisa. No se integraba en el personaje: lo llevaba como un disfraz.

Velo se cruzó de brazos y se quedó junto a la puerta. De las montañas llegaba un viento fresco que le dio un escalofrío. Mraize y los chicos fingían que no lo notaban, pero sacaban vaho al respirar y los friospren crecían como estacas de la barandilla de la terraza. Era raro que en aquella torre hiciera mucho más calor dentro, incluso dejando la puerta abierta. En efecto, Eylita tardó poco en poner una excusa y regresar al interior, dedicando a Velo una sonrisa y un saludo al pasar que Shallan le devolvió.

Velo mantuvo la atención puesta en Mraize. Era obvio que quería que ella lo viera relacionarse con sus hermanos. Rara vez empleaba amenazas manifiestas, pero aquello sin duda era una advertencia. Era él quien había llevado allí a los jóvenes sanos y salvos, en recompensa por sus servicios. Y lo que le había entregado, podía llevárselo. En su puesto de guardia, entrenaría todos los días con la espada cerca de Balat. Y a veces había accidentes. Shallan se atemorizó un poco al saberlo, pero Velo podía jugar aquella partida, aunque las fichas fueran sus seres queridos.

Tenemos que estar preparadas para actuar, pensó Radiante, para llevar a nuestros hermanos a un lugar seguro.

Velo estaba de acuerdo. Pero ¿existía ese lugar seguro? ¿O quizá debería reunir también ella unas cuantas fichas que utilizar? Necesitaba información, sobre los Sangre Espectral y sobre el propio Mraize. A pesar del tiempo que llevaban trabajando puntos, apenas sabía nada sobre ese hombre.

Sintió curiosidad por ver cómo se las ingeniaría Mraize para que pudieran hablar los dos a solas. Sería raro que un supuesto soldado ojos claros de baja estofa solicitara una conversación con Shallan.

Al cabo de una breve conversación, Mraize dijo:

—¡Qué buenas vistas tenéis desde aquí, Balat! Ojalá me correspondiera a mí una habitación con terraza. ¡Mira esas montañas! La próxima vez que pasee por los jardines de abajo, miraré hacia aquí a ver si os encuentro. Bueno, qué le vamos a hacer, más vale que vaya volviendo a mi dormitorio.

Fingió que acababa de reparar en la presencia de Shallan y se apresuró a hacerle una inclinación. Fue un buen intento, pero algo exagerado. Velo asintió con la cabeza y él pasó al interior, cruzó las habitaciones y se marchó. Quería que se reunieran en los jardines, pero ella no tenía ninguna intención de obedecer al instante.

—Balat —llamó—, ¿a ese hombre lo conoces desde hace mucho?

—¿Mmm? ¿Qué dices, pequeña?

Balat se volvió hacia ella. Durante los primeros meses desde su reencuentro, hablar con él se le había hecho muy incómodo. Balat esperaba que fuese la misma chica tímida que se había marchado para buscar a Jasnah. Estar con sus hermanos había hecho que Shallan se diera cuenta de lo mucho que había cambiado en sus meses de separación.

Lo más raro era que a Shallan le había costado bastante esfuerzo no volver a lo de antes cuando estaba con ellos tres. No porque quisiera ser de nuevo aquella Shallan más joven y tímida, sino porque había una cierta familiaridad que ya no compartían las versiones nuevas de sí misma.

—Ese hombre —dijo Velo—. ¿Cómo se llama?

—Nosotros lo llamamos Gobby —respondió Balat—. Ya es mayor para estar entrenando, pero, como buscan a soldados nuevos, está apuntándose mucha gente que no había cogido una espada en la vida.

—¿Se le da bien? —preguntó Velo.

—¿A Gobby? Qué va. Bueno, tampoco es que sea un negado, pero comete muchos errores. ¡La semana pasada casi le cortó un brazo a un hombre sin querer! ¡El capitán Talanan le echó una buena bronca, ya lo creo que sí!

Empezó a reírse, pero lo dejó estar al ver el rostro circunspecto de Velo.

Ella estaba convirtiéndose en Shallan y sonrió demasiado tarde, pero sus hermanos ya estaban marchándose a comer. Shallan los vio charlar y sintió que algo se removía en su interior, un remordimiento. Habían alcanzado un equilibrio como familia, pero ella no estaba segura de poder acostumbrarse algún día a ser la adulta de la sala cuando estaban juntos.

Pensarlo le dio ganas de ir a molestar a Adolin. Le pareció distinguirlo allá abajo, a lomos del caballo de Dalinar en el campo que habían asignado a los animales. Pero en realidad no quería interrumpirlo, porque pasar tiempo con el ryshadio era uno de los placeres más puros en la vida de Adolin.

Era mejor ir a hablar con Mraize, como él quería.

 

 

Jardín era una palabra demasiado grandiosa para describir el pequeño campo que se extendía por debajo de las ventanas del alojamiento de sus hermanos. Sí, algunos jardineros alezi habían empezado a cultivar allí crestas de cortezapizarra y otras plantas ornamentales, pero el frío dificultaba el crecimiento. El resultado, a pesar de que utilizaban algún fabrial calentador de vez en cuando, era poco más que una red de montículos coloreados en el suelo, no las preciosas paredes labradas de un verdadero jardín. Velo distinguió solo dos pequeños vidaspren.

Mraize era una columna oscura en el extremo más lejano, contemplando las cumbres heladas. Velo no intentó acercarse inadvertida, porque sabía que él captaría su proximidad. Parecía ser capaz de hacerlo por muy poco ruido que ella hiciera. Velo llevaba un tiempo intentando imitar el truco.

De modo que llegó a su lado sin ningún disimulo. Había ido a recoger su sombrero y su abrigo, que llevaba abrochado para protegerse del frío, pero había cubierto ambas prendas y su rostro con la ilusión de un guardia varón del ejército de Sebarial. Por si alguien los veía hablando.

—Se impone felicitarte de nuevo, pequeña daga —dijo Mraize sin mirarla—. Los Hijos de Honor están básicamente extintos. Los pocos miembros que les quedan han huido a esconderse por separado. Con los soldados de Dalinar «restaurando el orden» en los campamentos de guerra, es muy poco probable que la infestación recobre fuerza.

—Un enviado tuyo mató a Ialai —repuso Velo, intentando distinguir qué miraba Mraize. Estaba muy atento, siguiendo algo que había allí fuera. Ella solo veía nieve y laderas.

—Sí —dijo Mraize.

—No me hace ninguna gracia tener a alguien vigilándome —afirmó Velo—. Eso me dice que no confías en mí.

—¿Y debería confiar en vosotras tres? Tengo la impresión de que por lo menos una parte de ti no está… comprometida del todo.

Velo por fin distinguió lo que miraba Mraize, un puntito de color que volaba a través de un desfiladero. Era su pollo mascota, el verde. Mraize dio un fuerte silbido que resonó por debajo. La criatura viró hacia ellos.

—Debes decidir cuánto tiempo vas a seguir flirteando así, Velo —le dijo Mraize—. Coqueteas con nosotros. ¿Eres una Sangre Espectral o no? Disfrutas de los beneficios de nuestra organización, pero te niegas a hacerte el tatuaje.

—¿Por qué querría llevar algo que podría delatarme?

—Por el compromiso que representa. Por su permanencia. —Mraize la miró y estudió la ilusión que llevaba puesta—. Claro que, con tus poderes, nada es permanente, ¿verdad? Trabajas en exclusiva con lo efímero.

Levantó el brazo mientras regresaba el pollo, que aleteó al posarse y aferrar el abrigo de Mraize con sus garras. El pollo era de las variedades más raras que Velo había visto jamás, con su gran pico ganchudo y sus brillantes plumas verdes. Llevaba algo en la boca, una pequeña criatura peluda. Se parecía un poco a una rata, pero no acababa de serlo.

—¿Qué es eso? —preguntó Velo—. ¿Qué ha cazado?

—Un topo —dijo Mraize.

—¿Un qué?

—Es como una rata, pero distinto. ¿Conoces la palabra «topo»? ¿Confidente? Viene de estas criaturas, que viven en Shinovar y excavan en lugares donde nadie los quiere. Con los siglos se extendieron por Azir y luego hasta las montañas.

—Lo que tú digas.

El hombre la miró con su cara llena de cicatrices y el asomo de una sombra en los labios.

—Shallan encontrará esto interesante, Velo. ¿No quieres preguntarme nada en su nombre? ¿Una especie invasora procedente de Shinovar, que poco a poco termina instalándose en las montañas, donde no pueden vivir las criaturas rosharianas? Les falta el pelo, las adaptaciones, ¿sabes?

Shallan emergió mientras Mraize hablaba y tomó una Memoria. Necesitaba dibujar al pequeño animalejo. ¿Cómo lograba sobrevivir en aquel frío? Seguro que allí arriba no tenía nada que comer.

—Un cazador sabe qué ventajas aprovecha su presa para esconderse y prosperar —dijo Mraize—. Eso lo entiende Shallan, porque busca comprender el mundo. No deberías ser tan rápida en rechazar esa clase de conocimiento, Velo. Tiene aplicaciones que quizá no anticipes, pero que os servirán bien a las dos.

Condenación. Shallan odiaba hablar con él. Se descubría a sí misma queriendo asentir, mostrarse de acuerdo con él, aprender de él. Radiante le susurró la verdad: que Shallan había pasado su infancia con un padre que había sido paternal en todos los aspectos erróneos y ninguno de los correctos. Una parte de ella veía un sustituto en Mraize. Fuerte, seguro y, sobre todo, dispuesto a elogiarla.

El pollo tenía a su presa aferrada con una pata y estaba alimentándose casi como lo haría una persona al comer con las manos. Era una criatura extraña, muy ajena. Se mantenía erguida, al contrario que cualquier otro animal que Shallan hubiera estudiado. Cuando pió a Mraize, sonó casi como si hablara, y ella habría jurado que de vez en cuando entreoía palabras. Era como una parodia en miniatura de una persona.

Apartó los ojos del brutal festín que estaba dándose el pollo, aunque Mraize observaba a la criatura con aire de aprobación.

—No puedo unirme por completo a los Sangre Espectral —dijo—, a menos que sepa qué es lo que intentáis conseguir. No conozco vuestras motivaciones. ¿Cómo puedo alinearme con vosotros antes de conocerlas?

—Seguro que puedes adivinarlas —respondió Mraize—. Tienen que ver con el poder, evidentemente.

Ella frunció el ceño. Entonces… ¿de verdad era tan simple? ¿Había imaginado en aquel hombre unas profundidades que no existían?

Mraize siguió sosteniendo a su pollo en un brazo y buscó en un bolsillo con la otra mano. Sacó un broam de diamante, se lo puso en la mano a Shallan y le cerró los dedos en torno a él. El puño de Shallan brilló desde dentro.

—Poder —dijo Mraize—. Portátil, fácil de contener, renovable. Tienes en la mano la energía de una tormenta, Velo. Una energía cruda, arrancada del corazón de la rabiosa tempestad. Está domesticada: no solo es una fuente segura de luz, sino también de un poder al que pueden acceder aquellos con… intereses y capacidades particulares.

—Ya —dijo Velo, emergiendo de nuevo—. Y al mismo tiempo, casi no tiene ningún valor… porque cualquiera puede obtenerla. La parte valiosa son las gemas.

—Piensas a pequeña escala —le reprochó Mraize—. Las piedras no son sino contenedores. No son más valiosas que un vaso. Sí, son importantes si pretendes transportar líquido a través de una extensión seca. Pero su valor procede solo de lo que contienen.

—¿Y qué clase de «extensión seca» quieres cruzar tú? —preguntó Velo—. En fin, siempre puedes esperar a que haya tormenta.

—Sigues presa de tu forma de pensar condicionada —dijo Mraize, negando con la cabeza—. Creía que serías capaz de pensar más a lo grande, de soñar más a lo grande. Dime, cuando viajaste por Shadesmar, ¿qué valor tenía un poco de luz tormentosa?

—Mucho —respondió ella—. Entonces… ¿esto trata de llevar luz tormentosa a Shadesmar? ¿Qué tienen los spren que tú quieras?

—Esa, pequeña daga, es la pregunta equivocada.

Maldición. Velo sintió que crecía su enfado. ¿Acaso no había demostrado su valía? ¿Cómo se atrevía Mraize a tratarla como si fuera una simple aprendiza?

Por suerte, en aquella situación tenían a Radiante para guiarlas. Ella aprendía lecciones que Velo rechazaba. A Radiante no le importaba que la trataran como a una aprendiza, le gustaba aprender. Hizo que Shallan les tiñera el pelo de rubio, aunque seguían llevando el rostro de un hombre, y juntó las manos tras una espalda más erguida.

Había que hacer mejores preguntas.

—Nalathis —dijo Radiante—. Scadarial. ¿Qué son?

—Nalthis. Scadrial. —Mraize pronunció las palabras con un acento diferente—. La pregunta correcta es dónde están, y es muy buena pregunta, Radiante. Dejémoslo en que son lugares de Shadesmar donde nuestra luz tormentosa, tan fácil de capturar y transportar, sería una mercancía valiosa.

Qué curioso. Ella sabía muy poco sobre Shadesmar, pero los spren vivían allí en ciudades inmensas, y Radiante sabía que la luz tormentosa tenía mucho valor.

—Por eso queríais llegar a Urithiru antes que Jasnah. Sabíais que las Puertas Juradas ofrecerían un acceso fácil a Shadesmar. Queréis controlar el comercio y los desplazamientos hacia esos otros lugares.

—Excelente —dijo Mraize—. El comercio con Roshar a través de Shadesmar siempre ha resultado difícil a lo largo de la historia, ya que solo hay un punto de acceso estable y está controlado por los comecuernos, con los que ha sido complicado hacer tratos. Pero Roshar tiene algo que muchos otros pueblos del Cosmere desean: una energía gratuita, portátil y fácil de obtener.

—Tiene que haber más —objetó Radiante—. ¿Dónde está la trampa? ¿Qué problema tiene ese sistema? No me lo estarías contando si no hubiera un problema.

Mraize le lanzó una mirada.

—Muy buena observación, Radiante. Es una lástima que en general no nos llevemos bien.

—Nos llevaríamos mucho mejor si fueses más sincero con la gente —dijo Radiante—. Los de tu calaña me revolvéis el estómago.

—¿Cómo? —dijo Mraize—. ¿Yo? ¿Un simple guardia?

—Uno que tiene reputación de torpe… por haber estado a punto de matar a otros guardias. Como hagas daño a los hermanos de Shallan, Mraize…

—No hacemos daño a los nuestros —dijo él.

«Así que sigue siendo de los nuestros», indicaba la frase. Radiante odiaba sus jueguecitos, aunque Velo los adorara. Sin embargo, de momento Radiante mantuvo el control. Estaba haciendo progresos.

—¿Y la trampa? —preguntó, levantando el broam—. ¿Y el problema?

—Esta energía es lo que llamamos Investidura —dijo Mraize—. La Investidura se manifiesta de muchas maneras, ligada a muchos lugares y muchos dioses diferentes. Está restringida a un territorio concreto, lo que la hace muy difícil de transportar. Se resiste. Si intentas llevarte eso demasiado lejos, descubrirás que te va costando más moverlo, porque se volverá cada vez más pesado.

»Esa misma restricción se aplica a las personas que están muy Investidas ellas mismas. Los Radiantes, los spren… todo aquel que esté Conectado con Roshar se rige por estas leyes y no puede viajar hasta más lejos que Ashyn o Braize. Estás encarcelada aquí, Radiante.

—Una cárcel del tamaño de tres planetas —repuso Radiante—. Discúlpame si no me siento muy recluida.

Velo estaba escondiéndose. Las cosas como aquella, las ideas y los problemas a una escala tan inmensa, la atemorizaban. En cambio, Shallan… Shallan quería alzarse, aprender, descubrir. Y enterarse de que estaba restringida en ese descubrimiento, aunque antes no supiera nada de la restricción, la molestaba.

Mraize recuperó el broam.

—Esta gema no puede ir al lugar donde hace falta. Una gema más perfecta podría contener la luz el tiempo suficiente para abandonar el planeta, pero seguimos teniendo el problema de la Conexión. Esa pega tan nimia ha provocado unos problemas inauditos. Y quien desvelara el secreto tendría un poder inaudito. Poder literal, Radiante. El poder de cambiar mundos.

—Así que quieres desentrañar el secreto —dijo Radiante.

—Ya lo he hecho —respondió Mraize, cerrando un puño—. Pero poner el plan en marcha será difícil. Tengo un trabajo para vosotras.

—No queremos ningún otro trabajo —dijo Radiante—. Ha llegado el momento de acabar con esta asociación.

—¿Estás segura? ¿Estáis seguras las tres?

Radiante apretó los labios formando una línea, pero sabía la verdad. No, no estaban seguras. A regañadientes, dejó emerger a Shallan y su cabello recobró su tono natural entre castaño y rojizo.

—Tengo una noticia para ti —dijo Shallan—. Sja-anat contactó conmigo mientras estaba fuera. Acepta tus condiciones y enviará a la torre uno de sus spren, que investigará a vuestros miembros para un posible vínculo.

—Esas no eran las condiciones —replicó él—. Debía prometerme un spren para vincular.

—Teniendo en cuenta cómo estábamos el año pasado —dijo Shallan—, deberías conformarte con lo que tienes. Últimamente ha sido difícil contactar con ella. Creo que está preocupada por la forma en que la gente trata a Renarin.

—No —dijo Mraize—. Odium vigila. Debemos tener cuidado. Voy a… aceptar esas condiciones. ¿Tienes algo más de lo que informarme?

—Los agentes de Ialai tienen a un espía cercano a Dalinar —dijo Shallan—, así que puede que los Hijos de Honor todavía no estén aniquilados del todo.

—Un razonamiento interesante —comentó Mraize—, pero te equivocas. Los Hijos de Honor no tienen a nadie cerca de Dalinar. Solo consiguieron interceptar algunas comunicaciones de alguien a quien tenemos nosotros en el círculo íntimo de Dalinar.

«Ah…» Eso explicaba algunas cosas. Ialai no tenía tanta influencia como para aproximarse a Dalinar, pero si había hallado una forma de captar la información que se transmitía a los Sangre Espectral, el efecto sería el mismo.

Mraize nunca le mentía, por lo menos hasta donde Shallan había alcanzado a determinar. Por tanto…

—No tengo que preocuparme de dos espías, entonces —dijo Shallan—. Solo del que tienes vigilándome, el que mató a Ialai. Es un guardia de Adolin, ¿verdad?

—No seas boba. No tenemos ni el menor interés en hombres como esos. No tienen nada que ofrecernos.

—¿Quién, pues?

—No puedo revelar este secreto —dijo Mraize—. Dejémoslo en que los Tejedores de Luz me fascinan. Y no deberías temer que tenga a alguien cerca de ti. Esa persona podría… ser de ayuda en momentos de necesidad. Iyatil hacía lo mismo conmigo.

Shallan se sulfuró. Mraize le había asegurado casi con todas las palabras que el espía de los Sangre Espectral estaba entre sus Tejedores de Luz, lo cual tenía sentido. Mraize querría tener a alguien capaz de vigilar a Shallan en lugares a los que quizá un soldado no pudiera acceder. ¿Alguno de los desertores, entonces? ¿Ishnah? ¿Algún escudero más novato? La idea asqueó a Shallan.

—Iyatil ha informado al maestro Thaidakar —dijo Mraize—, quien ha aceptado, tras cierto enfado inicial, que no seremos capaces de controlar las Puertas Juradas. Yo he explicado que por lo menos existe un viento tranquilizador en esto, como en los coletazos de una tormenta. Si Dalinar controla las Puertas Juradas, puede proseguir la guerra contra Odium.

—¿Y eso ayuda a vuestra causa?

—No tenemos ningún interés en que el enemigo se apodere de este mundo, Shallan. El maestro Thaidakar solo desea procurarse un método para reunir y transportar luz tormentosa.

Mraize volvió a sostener en alto su broam, como un sol en miniatura al lado del real.

—Pero ¿por qué atacar a los Hijos de Honor? —preguntó Shallan—. Al principio lo entendía, porque pretendían encontrar Urithiru antes que nosotros. Pero ¿ahora? ¿Qué amenaza suponía Ialai?

—Esa sí que es una pregunta inteligente —dijo Mraize, y Shallan no pudo reprimir el entusiasmo de Velo por la alabanza—. Aquí el secreto tiene que ver con Gavilar. El viejo rey. ¿A qué se dedicaba?

—La misma pregunta de siempre —dijo Shallan—. Estuve semanas enteras investigando su vida bajo la tutela de Jasnah. Ella parecía opinar que Gavilar quería hojas esquirladas.

—Sus aspiraciones no eran ni por asomo tan humildes —respondió Mraize—. El rey reclutó a cierta gente prometiéndoles un regreso a las antiguas glorias y los viejos poderes. Algunos, como Amaram, le hacían caso por esas promesas, pero eso mismo los volvía igual de fáciles de atraer hacia el enemigo. A otros los manipuló por medio de sus ideales religiosos. Pero el propio Gavilar… ¿qué quería en realidad?

—No lo sé. ¿Tú sí?

—En parte era la inmortalidad. Creía que podía pasar a ser como los Heraldos. Trabajando hacia ese objetivo, descubrió un secreto. Tenía luz del vacío antes de la tormenta eterna, que trajo desde Braize, el lugar al que llamáis Condenación. Estaba poniendo a prueba el transporte de luz entre mundos. Y alguien cercano a él podría tener respuestas. En todo caso, no podíamos arriesgarnos a que Ialai o los Hijos de Honor recuperaran esos secretos.

El pollo de Mraize terminó de comer. Aunque había picoteado la carne, al final se tragó entero el resto del cadáver. Luego se ahuecó las plumas y se acomodó. Shallan no tenía mucha experiencia con aquellos animales, pero a ese no parecía gustarle el frío.

Era muy extraño que Mraize hiciera tanta ostentación del animal. Pero Shallan supuso que aquello formaba parte de su personalidad: nunca se quedaba satisfecho solo con mimetizarse. Para la mayoría, que Mraize tuviera animales extraños y exóticos sería solo una peculiaridad suya, pero Shallan no podía evitar ver más en aquello. Mraize coleccionaba trofeos; ella había visto muchas propiedades suyas extrañas.

Parpadeó y tomó otra memoria del pollo en el brazo de Mraize, que estaba rascándole el cuello.

—Hay muchísimas cosas ahí fuera, pequeña daga —dijo Mraize—. Cosas que pondrían patas arriba toda tu comprensión, que expandirían tu perspectiva, que convertirían en piedrecitas lo que una vez se te antojaron montañas. Cuántas cosas podrías saber, Shallan. Cuántas personas podrías coleccionar en tu cuaderno, qué vistas podrías contemplar…

—Pues cuéntamelas —dijo ella, encontrando un inesperado anhelo en su interior—. Déjame verlas. Déjame saberlas.

—Estas cosas requieren esfuerzo y experiencia —replicó Mraize—. A mí no me las habrían podido contar y punto, y a ti tampoco. Te he dado lo suficiente por el momento. Para llegar más lejos, deberás cazar los secretos. Ganártelos.

Shallan lo miró entornando los ojos.

—Muy bien. ¿Qué es lo que quieres esta vez?

Él le sonrió a su manera depredadora.

—Siempre haces que quiera cumplir las cosas que me pides —prosiguió Shallan—. Me tientas no solo con recompensas, sino con los secretos o los peligros en sí mismos. Sabías que me intrigaría lo que estaba estudiando Amaram. Sabías que querría detener a Ialai por el peligro que suponía para Adolin. Siempre acabo haciendo lo que quieres. Así que dime, ¿qué es esta vez? ¿Qué tarea vas a encomendarme?

—En verdad te conviertes en cazadora. Supe desde el principio que tenías potencial. —La miró y sus ojos de color violeta claro se entretuvieron en el pelo rojizo de Shallan—. Hay un hombre. Restares. ¿Te suena el nombre?

—He oído hablar de él. Estaba relacionado con los Hijos de Honor, ¿verdad?

Aunque quizá hubiera oído el nombre antes de obtener la libreta de Ialai, estaba escrito allí varias veces. La mujer había intentado establecer contacto con él.

—Fue su líder en algún momento —dijo Mraize—. Quizá incluso su fundador, aunque no lo sabemos a ciencia cierta. En todo caso, estaba involucrado desde el principio, y conocía el alcance de las actividades de Gavilar. Puede que Restares sea la única persona viva que lo conociera.

—Estupendo. ¿Quieres que lo busque?

—Ah, ya sabemos dónde está —respondió Mraize—. Ha pedido asilo, y lo ha obtenido, en una ciudad en la que ningún Sangre Espectral ha sido capaz de entrar.

—¿Un lugar en el que no podéis entrar? —preguntó Shallan—. ¿Dónde hay un lugar tan bien asegurado?

—La fortaleza se llama Integridad Duradera —dijo Mraize—, hogar y capital de los honorspren en Shadesmar.

Shallan dejó escapar un largo silbido apreciativo. Curiosamente, el pollo lo imitó.

—Esa es tu misión —añadió Mraize—. Consigue llegar a Integridad Duradera. Entra en la ciudad y encuentra a Restares. Allí no debería haber más que un puñado de humanos. De hecho, hasta podría ser el único. No lo sabemos.

—¿Y cómo se supone que voy a conseguirlo?

—Tienes recursos —dijo Mraize—. Tú y los tuyos tenéis unas conexiones con los spren que hasta el momento ningún otro Sangre Espectral ha logrado establecer. —Sus ojos se desviaron un momento hacia Patrón, que reposaba en su abrigo, callado como de costumbre cuando otros hablaban—. Encontrarás la manera.

—Y suponiendo que sea capaz de lograrlo —dijo Shallan—, ¿qué quieres que haga con ese hombre? No voy a matarlo.

—No te precipites —respondió Mraize—. Cuando lo encuentres, sabrás qué hacer.

—Lo dudo.

—Sí que lo sabrás. Y cuando regreses después de cumplir esta misión, tu recompensa será, como siempre, algo que ansías. Respuestas. Todas ellas.

Shallan frunció el ceño.

—Ya no nos callaremos nada —insistió Mraize—. Todo lo que sabemos te pertenecerá después de esto.

Shallan se cruzó de brazos, sopesando sus deseos. Durante más de un año ya, se había dicho a sí misma que solo seguía con los Sangre Espectral para descubrir sus secretos. Pero a Velo le gustaba formar parte de la organización. La emoción de la intriga. Incluso el suspense de que quizá la descubrieran.

Shallan, en cambio, siempre había buscado respuestas. Secretos reales. Seguro que ni siquiera Jasnah podría enfadarse demasiado con Shallan. Estaba infiltrándose en la organización, buscando las repuestas que ellos conocían. Una vez Shallan supiera todo lo que habían estado ocultando los Sangre Espectral, podría acudir a Jasnah. ¿De qué le serviría apartarse teniendo el premio definitivo tan al alcance de la mano?

Siento que hay otro motivo por el que haces esto, Shallan, pensó Radiante. ¿Cuál es? ¿Qué es lo que no nos estás contando?

—¿No te asusta? —preguntó Shallan a Mraize, haciendo caso omiso a Radiante—. Si conozco vuestros secretos, ya no tendrás poder para seguir manipulándome. No podrás seguir sobornándome.

—Si haces esto, pequeña daga —repuso él—, ya no será necesario sobornarte. Cuando completes la misión de Restares y regreses, podrás hacerme las preguntas que quieras y yo te las responderé con todo lo que sé. Preguntas sobre el mundo. Sobre los Radiantes. Sobre otros lugares. Sobre ti misma y tu pasado…

Mraize creía estar tentándola con eso último, pero al oírlo, Shallan se estremeció, tembló en lo más profundo de su ser. Sinforma ganaba fuerza cada vez que pensaba en eso.

—Después de obtener tus respuestas —siguió diciendo Mraize—, si decides que ya no deseas seguir asociada con nosotros, podrás abandonarnos como quiere hacer Radiante. Ella es débil, pero todo el mundo tiene debilidades en su interior. Si tú sucumbes a la tuya, que así sea.

Shallan se cruzó de brazos, pensativa.

—Estoy siendo sincero —dijo Mraize—. No puedo prometerte que vayas a estar a salvo si te marchas, porque a otros miembros de la organización no les gustas nada. Pero sí te prometo que yo no os daré caza ni a ti ni a los tuyos, y tampoco lo hará mi babsk. Y disuadiremos a los demás.

—Es una promesa fácil —respondió Shallan—, porque estás seguro de que jamás abandonaré a los Sangre Espectral.

—Busca una excusa para visitar a los honorspren —dijo Mraize—. Luego hablaremos.

Alzó el brazo y envió a su ave a una nueva cacería.

Shallan no le prometió nada, pero mientras se alejaba caminando, supo que Mraize las tenía en su mano. Habían mordido el anzuelo tan de lleno como cualquier pez. Porque en el cerebro de Mraize había respuestas sobre la naturaleza del mundo y su política, pero no eran las únicas. Tenía respuestas sobre Shallan. El mayordomo de la casa Davar había pertenecido a los Sangre Espectral. Era posible que el padre de Shallan también. Mraize nunca se había prestado a hablar de ello, pero Shallan tenía que dar por sentado que la organización llevaba más de una década preparándolos a ella y a su familia.

Mraize conocía la verdad sobre el pasado de Shallan. Había lagunas en sus recuerdos de la infancia. Si hacían lo que Mraize les había pedido, él las rellenaría.

Y quizá entonces, por fin, Velo podría obligar a Shallan a ser una persona completa.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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