Avance - El hombre iluminado, capítulos 3 y 4

AVANCE – El Hombre Iluminado: Caps. 3 & 4

¡Feliz lunes! Aquí estamos una semana más con el avance de El hombre iluminado, la cuarta y última novela que escribió Brandon Sanderson y que forma parte del Kickstarter Un año de Sanderson. Si habéis leído el avance de la semana pasada y conocéis cosas del Cosmere, ¡seguro que estáis ya elucubrando!

Y para que no decaiga, os dejamos dos nuevos capítulos.

¡Buena lectura!

DETALLES:

Salida: 19/10/23
Publica: Nova
Páginas: 544
Precio: 26,90€
Formato: tapa dura, ebook

Recordad que la librería Gigamesh tiene ya una promoción para la preventa, válida en España y hasta agotar unidades.

avance: El Hombre Iluminado, caps. 3 & 4

TRADUCCIÓN DE MANU VICIANO

Capítulo 3

La ciudad entera vibró y se sacudió. Aparecieron grietas en la calle metálica donde estaba Nómada, pero, cuando empezaba a entrarle el pánico, sus captores pasaron sobre las grietas con paso tranquilo y lo metieron en un edificio que había a un lado.

La ciudad continuó sacudiéndose y se partió. No estaba… no estaba rompiéndose. Estaba desmontándose. Se dividió en centenares de partes, todas levitando sobre sus propios motores a reacción, cada parte compuesta por un solo edificio. Cada pedazo… era una nave.

Nómada se había fijado en que las motos aerodeslizadoras se enganchaban al borde a lo largo de la calle, añadiendo su empuje a la ciudad. Turbado, comprendió que todas las partes de la plataforma funcionaban de un modo similar. Aquello no era una gran ciudad voladora, sino cientos de naves que se habían unido para componerla.

La mayoría eran de tamaño modesto, la versión «hogar familiar» de una nave estelar. Otras muchas eran más pequeñas, construidas como barcazas, con una cubierta amplia y una cabina. Algunas eran más grandes y transportaban amplias construcciones, como centros de reuniones o almacenes. Todos los edificios estaban rodeados de cubiertas anchas y planas que podían unirse para componer las calles de la ciudad. Mientras las naves se separaban, unas barandillas se alzaron circundando esas cubiertas, y las paredes se desplegaron dejando a la vista parabrisas y cabinas de control.

Nómada tuvo la impresión de que aquella ciudad no estaba construida como un todo cohesionado que podía desmontarse, sino que era más bien una mezcolanza de vehículos individuales que podían acoplarse entre ellos. Explicaba en parte la sensación ecléctica que daba la ciudad. Ese lugar era como… como una caravana que, por conveniencia, podía ensamblar sus piezas formando una población provisional.

Que el sistema funcionase tan bien era extraordinario. Respondiendo a gritos y órdenes que Nómada no podía entender y Auxiliar no era capaz de traducirle, un gran número de naves se alejó y emprendió alguna actividad. Forzando la vista, Nómada vio que unas cuantas estaban desperdigando alguna sustancia a ambos lados.

«Semillas —comprendió—. Están plantando semillas». O más bien… espolvoreando el terreno con ellas. Por fin encajó una pieza en el rompecabezas que era aquel mundo estrambótico. La propia luz solar debía de estar Investida, igual que en Taldain. Eso explicaría el crecimiento rápido de las plantas, que maduraban casi al instante absorbiendo el poderoso brillo de antes del alba.

Aquella sociedad hacía una cosecha cada día. Debían de sembrar los cultivos y luego recogerlos apenas unas horas después, antes de escapar a la oscuridad. ¿Bastaría con la luz de los anillos o tendrían que acercarse al borde y desafiar al mortífero amanecer?

Nómada tuvo que reprimir su curiosidad a porrazos.

«Se te da fatal ser cínico», se dijo.

La nave en la que estaba no siguió a las que sembraban los cultivos. Se unió a otro grupo que descendía hacia la superficie. Algunas de aquellas naves tenían «edificios» de dos o tres plantas, los más grandes que había visto. Aterrizaron formando un amplio círculo en el suelo enfangado. La nave donde iba Nómada se posó y se ensambló a otra mucho más impresionante, con varias hileras de terrazas en la parte frontal.

El hombre de los ojos brillantes salió a una de ellas y se acomodó en un asiento. Nómada observó el sucio anillo de naves mientras las más pequeñas se acoplaban unas encimas de otras, creando una estructura escalonada de cuatro o cinco naves de altura. Le dio un vuelco el corazón al reconocer aquella disposición. Era un anfiteatro. Mientras los granjeros salían a trabajar, los privilegiados se reunían en las cubiertas de sus naves para disfrutar de algún tipo de espectáculo.

Gimió cuando sus captores le pusieron unos brazales dorados como los que llevaba la gente ascua. Luego lo arrastraron a la cubierta frontal de su nave. Cuando Nómada intentó resistirse, lanzando un puñetazo a un guardia por instinto, se bloqueó. Lo arrojaron desde unos cuatro metros de altura a una tierra anegada y rancia.

No era el primer estadio en el que estaba, pero, mientras sacaba la cara del fango, Nómada decidió que sí que era el más sucio. Unas naves más grandes con forma de contenedor aterrizaron y abrieron sus puertas delanteras. Un grupo de agentes con chaquetón blanco sacó a unas treinta personas harapientas, obligándolas a entrar en el círculo. Nómada suspiró, poniéndose en pie, tratando de no hacer caso al hedor del barro. Teniendo en cuenta todo por lo que había pasado las últimas semanas, supuso que el barro estaría intentando hacer lo mismo con el suyo.

Los presos a los que habían sacado al estadio no tenían ningún aspecto de luchadores. Los pobres parecían casi tan hechos polvo como se sentía él. Dieron trompicones y traspiés al moverse por el espeso lodo, que les manchó la ropa.

No les ofrecieron armas. Por tanto, pensó Nómada, aquello no sería un estadio de gladiadores. La gente no estaba allí para luchar… pero era posible que sí para morir. De hecho, se abrió otra puerta y salieron tres personas con ascua en el pecho, armadas con látigos. Descendió una nave, llenando el espacio del incómodo calor de sus motores, y dejó caer varios contenedores metálicos y otros escombros, que salpicaron fango por todas partes. Obstáculos.

La gente ascua se lanzó a la carga. La multitud vitoreó. Los presos desarmados se dispersaron, frenéticos.

Maravilloso.

Nómada echó a correr por el barro. Le llegaba solo a los tobillos, pero era traicionero y resbaladizo, y se le pegaba a los pies con una succión sorprendente. Vadeó hasta uno de los contenedores más grandes, de casi dos metros y medio de altura. Los demás presos se dispersaban como cerdos ante un espinablanca, pero Nómada se agarró al contenedor con las yemas de los dedos y se izó.

Supuso que, si se convertía en el objetivo más difícil de todos, la gente ascua perseguiría primero a las presas más fáciles. Así tal vez tendría tiempo de pensar en alguna tormentosa forma de salir de aquel apuro. Pero, en el instante en que estuvo sobre el contenedor, aparecieron tras él unas manos tensas y una figura trepó siguiendo sus pasos. La mujer tenía un ascua ardiendo en el centro de su pecho, los ojos fijos solamente en él y los labios retraídos. Su pelo oscuro y corto estaba veteado de plata y tenía la mejilla derecha marcada por una línea larga y fina de negrura que brillaba en el centro.

Los otros dos guerreros con corazón de ascua llevaban látigos, pero ella empuñaba un machete largo y afilado. Condenación. ¿Por qué iba a por él? Nómada echó un vistazo hacia arriba, donde el hombre de los ojos brillantes observaba interesado desde su trono.

¿Tú crees, preguntó el caballero a su fiel escudero, que pretende ver de qué eres capaz?

—Puede —susurró Nómada, retrocediendo para alejarse de la mujer con corazón de ascua.

Solo que… la expresión que había visto en aquellos ojos refulgentes, lo furioso que se había puesto el líder cuando los demás hablaban de Nómada…

No. Aquello no era una prueba. El hombre de los ojos brillantes quería que mataran a Nómada en público. Lo quería humillado y derrotado a ojos de todos.

La mujer ascua se abalanzó hacia Nómada, así que él se volvió y saltó desde aquel contenedor enorme a uno más pequeño. Al llegar, rodó a propósito y se dejó caer al barro, donde fingió hurgar y encontrar algo. Mientras la mujer ascua descendía saltando hacia él, Nómada se levantó con una palanca recién formada y se preocupó de no intentar golpearla, sino solo desviar el machete.

Su cuerpo no se trabó. Mientras se concentrara solo en la defensa, al parecer podría resistir. Empujó a la mujer ascua de lado, haciendo que perdiera el equilibrio y resbalara en el fango. Se levantó al instante y lanzó a Nómada una mirada salvaje. No parecía sorprendida por la repentina aparición de su arma, y Nómada había intentado ocultar cómo la había obtenido con la voltereta y la caída. Confió en que la gente que miraba desde arriba diese por hecho que la había sacado del lodo, que sería basura dejada por algún otro grupo que hubiera pasado por allí.

Gruñendo, con la cara medio cubierta de barro, la mujer atacó de nuevo. Detrás de Nómada, una pobre prisionera estaba arrinconada. Un hombre ascua la agarró y la proyectó hacia el cielo con un solo brazo. La multitud bramó complacida mientras la mujer chillaba de pánico, aunque no parecía herida.

Nómada esquivó una, dos, tres veces, evitando por los pelos el machete de la mujer ascua, que se movía con una rapidez y una agilidad sobrenaturales. El barro le daba más problemas a él que a ella. A pesar de los años que llevaba huyendo, la tierra le seguía resultando antinatural. Era raro no tener piedra sólida bajo los pies.

Mientras atrapaban a una segunda persona, Nómada bloqueó otro tajo del machete, y se detuvo justo antes de golpear a la mujer con un revés de su palanca. Tormentas, qué difícil era resistirse a luchar de verdad. Pero tampoco podía seguir esquivando para siempre. Tarde o temprano, los otros dos del ascua irían a por él.

Golpeó el machete de la mujer con más fuerza en la siguiente acometida y le arrancó el arma de la mano embarrada. Mientras la mujer ascua le aullaba iracunda, Nómada dio media vuelta y corrió, enganchándose la palanca en el cinturón y creando con disimulo un pequeño bucle en la punta para asegurarla. Sin comprobar si la mujer lo seguía, subió de un salto a un grupo de contenedores más pequeños y se arrojó al más alto de todos, de unos cuatro metros y medio.

Apenas logró agarrarse a la parte de arriba con la yema de los dedos. Intentó izarse, pero por desgracia tenía las manos resbaladizas por el fango y empezó a soltarse.

Hasta que una mano enguantada lo asió por la muñeca. Ya había un hombre sobre aquel contenedor, un prisionero, algo entrado en carnes, de piel clara, ojos marrones y con un hoyuelo en la barbilla. Con expresión decidida, el hombre tiró y levantó a Nómada al contenedor.

Nómada asintió con la cabeza al preso cubierto de barro, que le devolvió una sonrisa desdentada. El hombre miró el arma de Nómada y le hizo una pregunta, en tono confundido.

Algo sobre… ¿que mates?, apuntó Aux. Lo siento, casi no capto nada. Tienes que absorber un poco de Investidura.

—Lo siento, amigo —dijo Nómada al hombre—. No sé responderte. Pero gracias.

El hombre observó el estadio junto a él. Otra cautiva estaba dando problemas a la gente ascua, esquivando bien, corriendo por el fango. Hicieron falta dos de ellos para capturar a la pobre mujer.

La mujer ascua que había luchado contra Nómada, en cambio, seguía sin hacer caso a otras presas. Rodeaba con cautela el gran contenedor, planeando cómo ascender. Cuando los hombres ascua capturaron a otra persona, los demás prisioneros dejaron de correr, cayeron de rodillas o se apoyaron en las paredes, jadeando de agotamiento.

Llevaron a los presos capturados hacia una nave distinta, chillando y llorando, aunque Nómada se sorprendió al ver que no se resistían. Curioso. Por su forma de comportarse, Nómada tuvo la impresión de que…

—Esa gente a la que han atrapado primero son otro grupo de condenados, Aux —supuso—. Van a dejarlos al sol.

Entonces…, dijo Aux en su mente, ¿esto es como un elaborado juego del «tú la llevas»? ¿Para decidir quienes son los siguientes ejecutados?

—Eso me parece —respondió Nómada—. Mira lo aliviados que están los demás de que no los hayan atrapado.

Aliviados, sí, dijo el caballero a su escudero. Pero también… tristes.

Auxiliar tenía razón. Muchos de los que quedaban estaban mirando con angustia a los que habían caído. Un hombre hasta chilló suplicante, se dejó caer de rodillas, gesticuló como ofreciéndose a que se lo llevaran a él. Aquellos cautivos se conocían entre ellos. Los presos a los que estaban sacando del estadio eran amigos, quizá parientes, de los que habían superado el juego.

El aliado de Nómada empezó a bajar del contenedor, pero la competición no había concluido del todo. Aún no. Aunque los dos hombres ascua se habían marchado después de acorralar a los condenados, la tercera, la mujer con plata en el pelo, empezó a subir por el amasijo de contenedores hacia el de Nómada.

No iba a parar hasta matarlo, estaba seguro de ello. Pues nada, era el momento de ver si podía engañar a su tormento. Esperó tenso mientras la mujer ascua se aproximaba.

¿Nómada?, dijo Aux. ¿Qué estás haciendo?

—¿Hasta qué peso puede tener el objeto en que te transformas? —preguntó él.

¿Ahora mismo? Una masa metálica de hasta unos cincuenta kilos, más o menos. No puedo hacerme más pesado a menos que me proporciones la Investidura correspondiente. Pero ¿por qué?

Nómada esperó a que la mujer ascua estuviera casi sobre él, saltando a su contenedor desde el contiguo. En ese momento, Nómada se abalanzó hacia ella. Alzó a Auxiliar por encima de la cabeza, preocupado por tener que revelar su secreto, y creó una pesa de halterofilia con la masa máxima. La blandió ante él como preparándose para atacar con ella.

Su tormento reaccionó al sentir que pretendía hacer daño. Sus brazos se trabaron. Pero aun así, la mujer ascua se estrelló contra el enorme pedazo de metal y dio un respingo cuando Nómada y ella impactaron en el aire.

En esencia, Nómada se había convertido en otro peso muerto. Se precipitaron los dos al barro de abajo y Nómada cayó encima de ella, su enorme pesa dio contra el pecho de la mujer y su codo se le hundió en la garganta. El peso combinado la hundió un poco en el fango.

Cuando Nómada se levantó trastabillando, la mujer permaneció tumbada, con los ojos abiertos pero aturdida. Su ascua titiló, como un ojo parpadeando exhausto.

Los gritos de la multitud se convirtieron en un mortífero silencio.

—No pasa mucho, ¿verdad? —gritó Nómada volviéndose hacia el líder de los ojos brillantes, sentado en su terraza a la cabecera del estadio—. Que alguien derrote a tus soldados. Pero claro, ¿por qué iba a pasar? ¡Son guerreros Investidos y haces que se enfrenten a campesinos desarmados!

El hombre no contestó, por supuesto. Tormentas, cómo odiaba Nómada a los matones. Dio un paso adelante, como para desafiar al muy malnacido. Pero al hacerlo, una penetrante descarga de frío le inundó todo el cuerpo, originada en sus muñecas.

Bajó la mirada hacia los brazales que le habían puesto. Estaban absorbiendo su calor corporal, dejándolo helado, adormeciéndole los músculos. Al exhalar vio vaho ante los ojos. Miró furioso al hombre de los ojos brillantes, que sostenía un aparato con varios botones.

—Serás… cabrón —dijo Nómada entre dientes que castañeaban.

Y entonces cayó de bruces al fango, inconsciente.

Capítulo 4

Esa vez, cuando Nómada despertó, se descubrió encadenado a una pared. No, era al exterior de una nave, de las que aún componían el estadio. No parecía que hubiera pasado mucho tiempo inconsciente, aunque tampoco podía saberlo con certeza, al no haber sol en el cielo. Solo estaban aquellos anillos inmensos, espectaculares.

Trató de moverse, pero sus ataduras eran firmes contra el lado de la nave tanto en las muñecas como en los tobillos. La muchedumbre seguía en su sitio, alborotada, aunque en el centro del estadio había aterrizado una nave pequeña que contenía una tarima en el centro de cuatro ornamentadas columnas. Estaba al aire libre y daba la impresión de que su único propósito era servir de plataforma a un orador, de majestuoso podio para que un líder se alzara en la cubierta frontal de la nave y se dirigiera a las masas. Ojos Brillantes estaba subido a la tarima, hablando al gentío, enardeciendo su entusiasmo.

—Auxiliar —gruñó Nómada—, ¿me he perdido algo relevante?

Han retirado los contenedores, respondió Aux. Y luego te han atado aquí. Estoy intentando seguir el discurso por encima, pero no he captado más de un par de palabras. Parte de él habla de ti. Y sobre… ¿un «ejemplo»?

—Estupendo —dijo Nómada, forcejeando con las cadenas.

No creo que se hayan percatado de lo que has hecho conmigo, prosiguió Auxiliar. Lo de la pesa, quiero decir. Tenían mal ángulo. Así que he vuelto a transformarme en palanca cuando te han sacado del barro. Me han recogido y me han vuelto a tirar, suponiendo que no tengo ninguna importancia. Sigo ahí en el fango, un poco lejos a tu izquierda.

Bueno, algo era algo. Nómada tenía las muñecas bien sujetas, pero Auxiliar podía adoptar todo tipo de formas raras. Alguna serviría para liberar a Nómada. Pero si no corría peligro inmediato, no tenía motivo para revelar de qué era capaz. Así que de momento Nómada se planteó otros métodos. Quizá, si se rompía el pulgar, podría sacar la mano y luego dejar que se le curara. Por desgracia, las fracturas sanaban mucho más despacio que los golpes.

La voz del hombre del ascua ganó cada vez más volumen mientras gesticulaba hacia Nómada. Condenación. Aunque pudiera liberarse, llevaba puestos aquellos brazales que lo inmovilizaban. Y seguía rodeado de enemigos a los que no podía combatir. ¿De qué iba a servirle liberar una mano en esa situación? Gruñó, forcejeando contras las ataduras.

Puede que esta vez tengas problemas, dijo Auxiliar.

—¿Eso piensas?

¿Que si pienso? No estoy seguro. Depende de cómo lo definas.

—¿Sabes? Me caías mucho mejor cuando estabas vivo.

¿Y quién tiene la culpa de eso?

Nómada gritó y se revolvió contra las cadenas. Pero al cabo de un momento desvió la atención de sus apuros cuando varios agentes llevaron a unos pocos y desaliñados cautivos a la nave de la tarima. Uno de los guardias de chaquetón blanco llevaba una larga lanza, pero el otro empuñaba un fusil.

Los ojos de Nómada se quedaron fijos en él. ¿Un fusil? Era la primera arma moderna que veía en aquel lugar. ¿Tan infrecuentes eran? Por fin se le ocurrió observar a la prisionera y cayó en la cuenta de que era la mujer que con tanta destreza había evitado su captura. La que había obligado a dos hombres ascua a perseguirla.

—Esa mujer —dijo Nómada— era de las mejores que había luchando, o al menos esquivando, en el estadio. ¿Es posible que vayan a recompensarla por su buena actuación?

Ojos Brillantes hizo un gesto hacia ella y la multitud rugió. Le agarró el hombro con una palmada, casi como dándole la enhorabuena. Pero entonces la prisionera empezó a forcejear más y a Nómada tuvo un mal presentimiento.

«No es problema mío», se dijo.

Ojos Brillantes tendió la mano a un lado y el guardia le entregó la lanza. El líder retiró una funda, revelando que la hoja del arma tenía un ascua encendida en la punta, tan refulgente que dejó una estela en la visión de Nómada.

La cautiva chilló.

Ojos Brillantes le clavó la lanza en el pecho.

Nómada tenía el ángulo adecuado para ver lo que sucedió entonces. Ojos Brillantes sacó la lanza, dejando atrás el ascua. Los agentes se apartaron temerosos, pero su líder no parecía nada preocupado. La agonizante prisionera cayó de rodillas y aulló todavía más mientras un calor abrasador se avivaba en el centro de su pecho. Saltaron chispas y llamaradas, como al atizar una hoguera, que le quemaron la piel de los brazos y la cara en varios lugares, dejando unas franjas que siguieron brillando incluso después de que menguara el fuego central de su pecho.

Al final la mujer cayó de lado, sin cerrar los ojos. Se quedó allí tendida, mirando sin ver, mientras la tenue llama de su pecho iluminaba la superficie de la tarima por delante de ella.

Bueno, dijo Auxiliar, parece que ya sabemos de dónde sale esa gente ascua.

—Sí que lo parece —respondió Nómada, con ganas de vomitar—. Supongo que escogen a los cautivos más ágiles, los más diestros evitando la captura, para ascenderlos.

Tal vez sea una conclusión precipitada, pero es lo bastante lógica.

Nómada respiró hondo.

—Eso igual nos da una oportunidad. ¿Crees que lo que sea que alimenta esas lanzas bastaría para escapar de este planeta?

No, me parece que no son lo bastante poderosas para un salto, repuso Auxiliar. Pero sí que deberían bastar para establecer una Conexión con el planeta. Por fin podrías entender lo que dice la gente. Y hasta podrías mejorarme un poco a mí. Permitir que me haga más grande, más pesado, durante un tiempo al menos.

Mientras los guardias volvían para llevarse a rastras a la nueva mujer ascua, Ojos Brillantes subió de nuevo al estrado y llegó otra persona con dos lanzas más. Ojos Brillantes cogió una y le quitó la funda de golpe. Debajo había una segunda punta refulgente, como metal calentado al rojo blanco pero que, de algún modo, nunca se enfriara. El público gritó y jaleó incluso más fuerte.

—Seguro que quiere usar una conmigo —dijo Nómada—. Ha probado a hacerme matar, pero su gente ha fracasado. Así que intentará otra cosa.

Ah, dijo Auxiliar. Sí, es razonable. ¿Por qué no teme que te vuelvas contra él cuando te haya concedido poderes?

—Sospecho que cuenta con los brazales paralizadores para controlar a los otros, y acaba de demostrar que funcionan conmigo.

Parece peligroso.

—Lo es —convino Nómada.

En su caso, la situación no se desarrollaría tal y como esperaba Ojos Brillantes. Si ponía en contacto la punta de la lanza con Auxiliar, o quizá incluso con Nómada, podrían absorber la energía del arma. Era uno de los pocos aspectos valiosos de su tormento. Nómada había obtenido la extraordinaria capacidad de metabolizar casi cualquier tipo de Investidura, aunque a menudo necesitaba la ayuda de Auxiliar.

Bien. Pero ¿por qué hay dos lanzas?

—Querrá dejarme a mí para el final —dijo Nómada—. Como colofón. Así que habrá algún otro pobre cautivo al que…

Dejó la frase sin terminar mientras los guardias subían a una segunda persona a la tarima: al hombre mellado que había ayudado a Nómada. En el instante en que vio al pobre tipo, Nómada comprendió que tenía sentido. Él mismo acababa de teorizar que transformaban a los mejores luchadores en gente ascua. Aquel hombre tendría un poco de sobrepeso, pero había logrado evitar que lo capturasen y hasta se había molestado en echarle una mano a Nómada, a por quien iban con saña.

El coraje de ese hombre le había ganado una recompensa terrible. La muchedumbre vitoreó mientras Ojos Brillantes alzaba la segunda lanza. El pobre cautivo dio un alarido lastimero, forcejeando contra sus captores, tratando de escapar a la desesperada.

«No es problema mío», se dijo Nómada, y cerró los ojos.

Pero aún oía. Y de algún modo, al desterrar la luz y sumirse en una negrura de su propia creación, sintió algo. Algo de la persona que había sido. Y palabras pronunciadas en otro tiempo. En un momento glorioso y radiante.

«Condenación», pensó mientras los gritos aterrados del hombre lo sacudían hasta lo más profundo.

Nómada se obligó a abrir los ojos y arrancó la mano derecha del grillete, con una fuerza sobrenatural que le destrozó el pulgar y desgarró su piel a lo largo de los costados de la mano. Levantó el brazo sanguinolento por encima de la cabeza hacia el lado e invocó a Auxiliar desde el barro.

Entonces echó la mano adelante y arrojó a Auxiliar dando vueltas, destellante y esplendoroso, surcando el aire. Aux se clavó en una de las cuatro columnas que rodeaban la tarima, muy cerca de la cabeza de Ojos Brillantes, como una fulgurante espada de metro ochenta de longitud. La forma más auténtica de Auxiliar. La hoja se hundió en la columna y permaneció allí, temblando.

La multitud calló.

Caramba, dijo Auxiliar en la cabeza de Nómada. Creía que eso ya no podías hacerlo.

Nómada había apuntado a propósito para no acertar a Ojos Brillantes, de forma que no estuviera amenazando a nadie y no se activara el tormento. Pero hacía mucho tiempo que no veía la hoja esquirlada, que no era capaz de acceder a ella en todo su esplendor. La multitud guardó silencio y, como había esperado Nómada, Ojos Brillantes se quedó perplejo por la espada y olvidó a su prisionero. El hombre mellado se encogió en manos de sus guardias, pero la lanza aún no le había tocado el pecho.

Nómada volvió a invocar a Auxiliar, intentando formar de nuevo la hoja esquirlada. Fracasó. El tormento parecía haber tenido un descuido, pero volvía a estar en guardia. Nada de armas. Nómada alzó a Auxiliar con la forma de un largo poste. El pulgar le dolía horrores, pero una guarda que se formó en la parte inferior lo mantenía en su sitio y le permitía sostenerlo con los dedos que aún tenía enteros. Entonces cambió la forma de Aux a una llave ajustable y luego a una palanca.

Ojos Brillantes contemplaba el arma, con un deseo visible en sus ojos resplandecientes y muy abiertos. Bajó trastabillando de la tarima, lanza en mano. Sin dejar de mirar a Nómada.

—Bien —susurró Nómada—. Bien. Esto es lo que quieres. Venga, intenta convertirme a mí en hombre ascua. Así podrás ordenarme que te entregue el arma, ¿a que sí?

Miró a aquellos ojos refulgentes, retándolos a avanzar. El hombre se acercó, se detuvo y alzó su lanza por delante de él, amenazador.

—Eso… podrás absorberlo, ¿verdad? —preguntó Nómada.

, respondió Auxiliar. Cuando ataque, dame forma de receptáculo sobre tu pecho, o de escudo normal y corriente, y yo reciclaré la energía.

Ojos Brillantes titubeó a escasa distancia de Nómada.

—¡Venga, vamos! —gritó Nómada—. ¡Atácame!

El hombre alzó la punta de su arma al rojo vivo hacia un ojo de Nómada y le exigió algo.

—No hablo tu idioma, imbécil —dijo Nómada—. ¡Venga, clávame la lanza!

Ojos Brillantes señaló las manos de Nómada y habló de nuevo, más autoritario.

Quiere que le enseñes cómo invocas las herramientas, explicó el caballero a su escudero, que a veces podía ser un poco espeso.

En vez de eso, Nómada invocó una buena cantidad de saliva, sazonada con barro de la costra que tenía en los labios, y la envió directa al brillante ojo del muy malnacido. La saliva siseó, como si hubiera caído en una plancha caliente, y el hombre se echó hacia atrás, furioso. Apuntó con la lanza al pecho de Nómada, haciendo que la multitud lo aclamara.

«Allá vamos», pensó Nómada.

En ese momento, una nave cercana explotó.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

ESTA WEB UTILIZA COOKIES PARA OFRECERTE LA MEJOR EXPERIENCIA