Avance - El hombre iluminado, capítulos 5 y 6

AVANCE – El Hombre Iluminado: Caps. 5 & 6

Ayer, domingo 1 de octubre, se puso a disposición de los patrocinadores del Kickstarter Un Año de Sanderson la edición en inglés de El hombre iluminado (The Sunlit Man), con lo que pudimos ver el diseño definitivo de la portada, que ha adoptado Nova para la edición en español.

El debate sobre cuál ha sido la novela secreta más bonita, que nos viene acompañando desde enero, se cierra con la publicación de esta maravilla de libro que cuenta con tres ilustradores distintos. A la artista original, Ernanda Souza, se han unido Nabetse Zitro (Arena Blanca Ed. Integral), y Kudriaken, dando lugar a una portada y contraportada espectacular, dos guardas hermosas a todo color, y 15 ilustraciones (algunas de ellas a todo color, y el resto en una combinación de tinta negra y roja en la edición original). 

Os dejamos con una muestra de las imágenes originales, y como siempre, ¡esperamos que disfrutéis del avance!

The Sunlit Man - Cover Illustration, by Kudriaken
The Sunlit Man - Cover Illustration, by Kudriaken
The Sunlit Man - Front Cover art, by Kudriaken
The Sunlit Man - Front Cover art, by Kudriaken
The Sunlit Man - The charred, by Nabetse Zitro
The Sunlit Man - The charred, by Nabetse Zitro
The Sunlit Man - Front Endpaper, by Ernanda Souza
The Sunlit Man - Front Endpaper, by Ernanda Souza

DETALLES:

Salida: 19/10/23
Publica: Nova
Páginas: 544
Precio: 26,90€
Formato: tapa dura, ebook

Recordad que la librería Gigamesh tiene ya una promoción para la preventa, válida en España y hasta agotar unidades.

avance: El Hombre Iluminado, caps. 5 & 6

TRADUCCIÓN DE MANU VICIANO

Capítulo 5

Nómada gritó frustrado mientras Ojos Brillantes se volvía hacia el sonido y se ponía a vociferar mientras caminaba a zancadas, erguido y resuelto, de vuelta hacia la tarima.

Llovieron disparos del cielo, rayos de energía con un perceptible calor al rojo blanco. Ojos Brillantes gritó algo más y unas doscientas personas con ascuas en el pecho salieron corriendo de las bodegas a las cubiertas de las naves. Entonces, al mismo tiempo, todas sus ascuas empezaron a atenuarse cuando sus brazales, al parecer, se activaron. Hasta el que llevaba Nómada hizo algo, zumbando un poco y sacudiéndose. La gente ascua empezó a caer como niños pequeños a la hora de la siesta, precipitándose al fango o desmoronándose allí donde estuvieran. Nómada no estaba seguro de por qué a él no lo afectaba.

Pero Ojos Brillantes se volvió, a todas luces sorprendido por ese giro de los acontecimientos. Había convocado a la gente ascua, pero no esperaba que cayeran todos inconscientes de pronto. En cualquier otra circunstancia la imagen de todos derrumbándose resultaría cómica, pero Nómada no podía entretenerse disfrutándola, ya que la nave a la que estaba encadenado se elevó poco a poco del suelo del estadio. Alcanzó como metro y medio de altura antes de recibir un impacto desde arriba. Una violenta explosión la destrozó, expulsando la parte donde estaba Nómada del resto de la nave que se desintegraba.

La parte positiva fue que Nómada cayó al suelo.

Por desgracia, un humeante y chispeante pedazo de la nave cayó con él. Nómada dio contra el suelo todavía encadenado casi del todo, y el pedazo de metal le cayó justo encima. Gruñó mientras su cuerpo protestaba por aquel trato tan brusco. Investido o no, sospechó que, si no hubiera caído al blando cenagal, capaz de desplazarse a su alrededor bajo el peso, habría quedado aplastado.

Pero aun sobreviviendo a la caída, estaba atrapado en la embarrada oscuridad con un peso enorme empujándolo hacia abajo, y con el pulgar todavía roto y sanando despacio, mientras estallaba un tiroteo por encima de él.

«Venga ya, hombre», pensó. Podía contener el aliento casi para siempre, ya que su alma altamente Investida le renovaba las células de un modo muy similar a como el sol de ese planeta hacía crecer las plantas. Pero sus posibilidades de robar ya no solo aquella lanza, sino los fusiles que había visto, decrecían por momentos.

Nómada, dijo el caballero a su muy perezoso escudero, no es momento de tomarte un descanso.

Nómada gorgoteó una réplica airada entre el barro.

Sí, eso ha sido una broma por mi parte, respondió Auxiliar. Lo cual demuestra que no he perdido del todo el humor desde mi muerte. Pero, poniéndonos serios, creo que deberías intentar salir de ahí. Ese amanecer llegará en algún momento. Ya he probado su fuerza. Si pasas demasiado tiempo en esa luz, te vaporizará. Y no tengo la suficiente fuerza para crear un escudo que te proteja de esa clase de castigo.

Una explosión sacudió el suelo e hizo vibrar a Nómada. Por desgracia, aún tenía una mano encadenada al trozo de pared. Podía liberarla, tal vez, pero lo más probable sería que se rompiera el pulgar o la muñeca al hacerlo. Cosa que parecía mala idea. La mano derecha a grandes rasgos era inútil, aunque ya se le comenzaba a curar.

Por suerte, notaba aire en las piernas y hasta podía moverlas. Tenía los tobillos irritados. Supuso que los grilletes inferiores habrían quedado arrancados por el estallido y que el escombro metálico que lo tenía atrapado le cubría solo la mitad superior del cuerpo.

Muy bien, pues. Había llegado el momento de hacer visualizaciones complejas. Podía invocar a Auxiliar con casi cualquier forma que fuese capaz de imaginar. Probó con un cuchillo, pero no funcionó, por mucho que Nómada insistiera en que estaba creando una herramienta, no un arma. Necesitaba alguna otra cosa. Recordó sus días de aspirante a erudito, que tan lejanos le parecían en el tiempo, y se imaginó un gato para levantar cosas pesadas.

Auxiliar apareció junto a su mano derecha con la forma apropiada, con la plataforma del gato justo por debajo de la pared metálica. Nómada no tenía mucha capacidad de maniobra, pero logró llevar la mano libre a la manivela diseñada a propósito y darle unas pocas vueltas. No era muy distinto de levantar pesas en el gimnasio. Bastó para mover la pared de lado un poco.

Muy hábil, envió Auxiliar a su mente. Me alegra ver que aflora un poco de tu antiguo yo.

Fluyó aire fresco mientras Nómada hacía girar el pedazo caído de metal hasta dejarlo como una especie de cobertizo sobre él. Eso le concedió un poco más de maniobrabilidad y le permitió meter las dos rodillas debajo del cuerpo.

Entonces, con un esfuerzo supremo que casi saboteó el barro, dio un poderosísimo empujón con las piernas y se volteó junto con la pared metálica, que cayó al fango con él tendido encima, aún sujeto por un grillete, mirando hacia el cielo.

Las naves volaban de un lado a otro. No había tantos disparos de energía como había creído; aquellas naves no parecían tener cañones de a bordo. Las explosiones eran por bombas, y el fuego que había visto era de gente con fusiles en la cubierta de las naves. Las naves no podían elevarse mucho: estarían como mucho a unos quince o veinte metros de altitud. No eran verdaderos aviones de combate, sino más bien vehículos aerodeslizadores con un poco de brío adicional.

Por todo el estadio habían empezado a brotar plantas. Eran solo malas hierbas, pero no dejaba de ser espectacular lo rápido que aquel yermo pozo de fango estaba convirtiéndose en un prado. La mayoría de las naves que habían compuesto el estadio estaban volando ya, y a Ojos Brillantes no se lo veía por ninguna parte, aunque muchos de sus subordinados con corazón de ascua yacían en el barro donde habían caído.

Invocó a Auxiliar con forma de cizalla y trató de colocarla para liberar su otra mano, pero no pudo aplicar bien la presión con el pulgar roto. Si hacía la cizalla lo suficientemente grande para cortar el grillete, se volvía imposible agarrarla con la mano destrozada. Pero, si la hacía lo bastante pequeña para sujetarla, no podía aplicar la fuerza necesaria para cortar el metal. Y el tormento seguía prohibiéndole crear una daga o una espada, aunque se lo hubiera permitido unos momentos antes.

Mientras Nómada resbalaba en el fango, una nave más pequeña, similar a una moto deslizadora, descendió rugiendo y friendo plantas con sus propulsores. De ella saltaron dos personas, un hombre y una mujer. El hombre llevaba fusil y la mujer vestía con falda, pero ninguno llevaba el chaquetón de uniforme de los guardias que Nómada había visto. Parecía que eran del bando agresor, los que habían atacado a Ojos Brillantes y su grupo. ¿Se atrevería a confiar en que el enemigo de su enemigo fuera su amigo?

—¡Eh! —gritó Nómada mientras pasaban corriendo a su lado—. ¡Eh!

La mujer le lanzó una mirada, pero el hombre siguió buscando algo en el suelo, por algún motivo. Una nave los sobrevoló con estruendo, y Nómada vio que su estrecha «cubierta» estaba atestada de gente con la ropa sucia. Se alejó a toda velocidad.

«Es un rescate —comprendió Nómada—. Esos eran los cautivos de antes. Eso es lo que está pasando. Las naves han venido para salvar a esta gente».

—¡Eh! —gritó más fuerte. Alzó la cizalla para hacerles señas—. ¡Ayudadme!

El hombre y la mujer le dieron la espalda y Nómada no alcanzó a entender qué podían estar buscando en la maleza. Pero cerca de allí, alguien se incorporó entre la hierba. Un hombre ascua. Parecía letárgico, pero aun así…

—¡Se les está pasando lo que sea que les habéis hecho! —vociferó Nómada.

Los rescatadores siguieron buscando frenéticos entre la hierba cada vez más alta hasta que… el hombre gritó. Su compañera fue con él y entre los dos levantaron algo de entre la maleza. Una figura embarrada

Era la mujer ascua que había perseguido a Nómada durante el enfrentamiento en el estadio. Resultaba inconfundible con el pelo veteado de plata y aquella única y brillante marca en la mejilla. Parecía aturdida, desorientada mientras el hombre y la mujer se la llevaban hacia su moto deslizadora. Pasaron de nuevo al lado de Nómada.

—¡A la tormenta con vosotros! —exclamó él, retorciéndose contra el grillete—. ¡Miradme al menos!

No lo hicieron. Cargaron a la mujer ascua en la moto deslizadora. Nómada se fijó en los grilletes que los rescatadores utilizaron para retenerla. No confiaban en ella. ¿Quizá la habían capturado por algún motivo?

Muy bien, Nómada tendría que romperse la otra mano para liberarla del grillete. Condenación. Ya tenía bastantes desventajas. No le apetecía que lo atraparan como a ella, sin la capacidad de…

De pronto el hombre chilló cuando un rayo de energía lo alcanzó en el hombro. Trastabilló hacia atrás y el siguiente disparo le vaporizó la cabeza entera.

El cuerpo cayó a las malas hierbas mientras la mujer gritaba, tan angustiada que casi olvidó cubrirse detrás de su moto deslizadora. Descendió una nave desde el cielo, la de la gran tarima en la cubierta trasera y las columnas. El propio Ojos Brillantes, con el rostro iluminado por su fuego interior, estaba de pie al borde, fusil en mano, apuntando. Disparó de nuevo hacia la mujer y voló una pequeña parte de su larga moto aerodeslizadora de cuatro plazas.

La mujer se encogió en la sombra del vehículo, encarada hacia Nómada. Se las ingenió para recuperar el fusil de su compañero caído, pero, cuando se asomó para contraatacar, Ojos Brillantes casi la decapitó de un experto disparo. Ella, en cambio, solo pudo descargar unos pocos rayos a lo loco que ni se acercaron a su objetivo. Disparó de nuevo y falló incluso por más.

—Necesitas mi ayuda —dijo Nómada, señalándole la cizalla—. ¡Venga!

La mujer miró hacia él.

—Venga —insistió Nómada, moviendo los dedos—. ¡Venga!

Ella contestó algo ininteligible. Luego, al darse cuenta de que Nómada no la entendía, sostuvo el fusil en alto.

—Sí, sé dispararlo —dijo él, asintiendo—. Tengo más puntería de la que estás demostrando tú.

Mentiroso, le acusó Auxiliar.

—No es mentira —respondió él—. Disparo bien.

Te paralizarás en el momento en que toques un arma de fuego.

—De todas formas, no me entiende —dijo Nómada, mirando a la mujer y asintiendo con afán.

Más allá de la desconcertada mujer, Ojos Brillantes se vio obligado a volverse y lidiar con otras naves que lo amenazaban, soltando bombas sobre la suya. Aprovechando la distracción, la rescatadora por fin corrió hasta Nómada y cogió la cizalla. Hizo fuerza y aplicó su peso sobre ella, pero el grillete estaba hecho de algún material resistente. Y antes de que la mujer pudiera liberarlo, Ojos Brillantes devolvió su atención hacia ellos desde su plataforma flotante en la media distancia.

—¡Vete! —gritó Nómada, señalando hacia el enemigo.

La mujer corrió a cubrirse junto a su moto deslizadora. Nómada se retorció, descartó a Auxiliar y volvió a invocarlo al instante como un escudo en el brazo, que interceptó los disparos de Ojos Brillantes. Nómada se agachó de rodillas, protegido tras el escudo, con una mano aún atrapada a su espalda.

La mujer se acurrucó tras su moto deslizadora mientras, sobre ella, la mujer ascua gemía. Estaba despertando.

—El fusil —dijo Nómada, señalando y gesticulando.

A regañadientes, con suspicacia en los ojos, la mujer se lo lanzó mientras llovía otra ráfaga de disparos. Nómada no se atrevía a descartar el escudo, pero sí que alteró su forma, añadiéndole unos largos pinchos en la parte de abajo que clavar en tierra para no tener que sostenerlo. Allí agachado hizo rodar el fusil como pudo, con un dolor atroz en el pulgar, hasta encañonar el grillete que le sujetaba la mano a la pared.

Vas a volarte la mano, le advirtió Auxiliar.

—Eh —dijo Nómada—, tengo dos.

Disparó. Como había esperado, el arma destruyó el cierre y le permitió sacar la mano. Agarró el escudo, fue hasta el aerodeslizador de la mujer y se acuclilló a su lado.

—Eh, Aux —dijo—, ¿sería muy difícil robar este trasto? No habrás visto cómo se arranca el motor, ¿verdad?

Eres despreciable, replicó Aux. Esta mujer te ha salvado. ¿Y tú quieres robarle la nave?

—El motor. ¿Cómo se arranca?

No lo he visto.

Vaya, hombre. Bueno, tendría que deshacerse de Ojos Brillantes. Nómada tomó posición con el fusil junto al asiento donde habían retenido a la mujer ascua, que lo miró furibunda y le gruñó. Nómada se dijo a sí mismo que no iba a disparar a nadie en concreto, sino más o menos al azar.

Funcionó, aunque solo si apuntaba muy lejos. Llenó el aire de disparos y fueron suficientes para ahuyentar a Ojos Brillantes por un momento. Aun así, la mujer que había salvado a Nómada lo fulminó con la mirada, gritando algo y moviendo las manos.

Creo que está enfadada, dijo Auxiliar, por tu mala puntería.

—Amiga —dijo Nómada—, estoy teniendo un día horrible. Si vas a chillarme, ¿podría no ser tan alto?

La mujer le arrebató el fusil y disparó, manteniendo a raya a Ojos Brillantes por el momento. Entonces señaló la motocicleta deslizadora y habló.

Creo que está ofreciéndose a llevarte, dijo Auxiliar, si usas el escudo para cubrirle la espalda mientras conduce.

Serviría. Solo que…

Nómada se detuvo para escrutar el campo lleno de hierba alta, que seguía creciendo a buen ritmo. El estrado había estado justo ahí, ¿verdad? Le pareció ver algo cerca entre la hierba.

Condenación. Maldiciendo su propia necedad, Nómada sostuvo a Auxiliar en alto para cubrirse y corrió en esa dirección, haciendo caso omiso a los gritos sorprendidos de la mujer. Allí, en el terreno embarrado cerca de donde había estado el centro del estadio, encontró al hombre mellado. Estaba casi cubierto de fango, con la pierna doblada hacia donde no debía y la cara sangrando por lo que parecía haber sido un puntapié, quizá propinado por los guardias que lo habían expulsado de la tarima al empezar los disparos.

El pobre hombre alzó la mirada y vio a Nómada. E incluso mientras las bombas caían y una refulgente línea de disparos de fusil automático levantaban tierra y quemaban la hierba cerca de ellos, algo brilló en sus ojos. La esperanza.

Nómada agarró al hombre del brazo, tiró para arrancarlo del lodazal y se lo echó a hombros. Al no poder sostener a Auxiliar llevando tanta carga, Nómada soltó el escudo y cruzó a la carrera el campo de batalla, con el peso de unos juramentos olvidados sobre la espalda. De algún modo, llegó sin recibir ningún disparo a la moto deslizadora y soltó al hombre en un asiento.

El hombre, con los ojos inundados de lágrimas, susurró unas palabras. A Nómada no le hizo falta comprender su idioma para captar la gratitud que transmitían.

Eso ha sido poco propio de ti, dijo Auxiliar mientras Nómada lo invocaba de nuevo como escudo.

—Me recuerda a un viejo amigo, nada más.

Nómada miró a la mujer, que aún estaba a cubierto tras la motocicleta, y señaló su escudo. Ella le gruñó algo y levantó tres dedos para hacer una cuenta atrás. Al llegar a cero, Nómada saltó sobre el vehículo y expandió su escudo para que los cubriera a los dos. Observó con atención cómo la mujer arrancaba el vehículo. Al contrario que las naves grandes, que también actuaban como edificios, aquella motocicleta parecía estar pensada solo como vehículo. Tenía dos asientos a cada lado de un aparatoso fuselaje.

El puesto delantero izquierdo parecía ser el del piloto. La mujer accionó una palanca, pulsó un botón y entonces se detuvo, mirando hacia el cadáver del hombre al que habían decapitado de un disparo poco antes.

—¡Vuela! —le gritó Nómada, dándole un codazo mientras su escudo empezaba a recibir impactos.

Otra nave enemiga los había visto y estaba virando para atacar. Y, lo peor de todo, el resto de la gente ascua estaba levantándose del campo de hierba como cadáveres despertados. Varios se volvieron hacia ellos, y más cuando la mujer que llevaban atada en el asiento posterior izquierdo empezó a gritar desenfrenada.

La piloto por fin despegó y voló a baja altura, poco por encima de la hierba, siguiendo a las otras naves de su bando que huían juntas con los prisioneros rescatados.

Por un instante Nómada pensó que habían escapado. Vio a Ojos Brillantes mirando desde la distancia, erguido en su nave estrado, al parecer trasteando con el aparato que habría tenido que paralizar a Nómada mediante sus brazaletes. Seguía sin funcionar.

Pero ese hombre no tenía por qué darles caza en persona. De hecho, al poco tiempo varias naves aterrizaron para recoger a la gente con ascua en el pecho. Esas naves sí fueron tras ellos. La mayoría de las naves que habían ejecutado el ataque relámpago iban muy por delante, casi invisibles ya. La moto deslizadora de Nómada era la única rezagada.

Así que, por supuesto, las naves que llevaban a la gente ascua fueron a por él.

 

CAPÍTULO 6

Nómada dio un golpecito en el hombro de la piloto y señaló hacia atrás con el pulgar. La mujer dijo algo que sonó mucho a maldición y se inclinó más sobre los controles. Nómada intentó coger su fusil, pero la piloto lo cubrió con una mano protectora y le lanzó una mirada furiosa.

Estupendo. Nómada podría derribarla de una patada y apoderarse del vehículo, que estaba relativamente seguro de que sabría pilotar. Pero entonces la moto aerodeslizadora ganó altitud.

Y algo en el acto de apartarse del sucio suelo, de elevarse por el cielo hacia aquellos anillos… tuvo un efecto en él. Sentir el viento en la cara, ver el paisaje encogiéndose por debajo. Le recordó a tiempos mejores. El aire puro y fresco le hizo de anticongestivo moral.

Sonrió al pensarlo. Era un juego de palabras que le habría gustado a su exmaestro. Y de verdad había algo que decir a favor de la atmósfera menos densa de allí arriba. Quizá, al final, resultaba que Nómada sí que había estado un poco tarado por el aire…

No, qué va. Eso ya era pasarse.

Aun así, mantuvo el escudo en su sitio y no intentó robar la moto deslizadora. Se concentró en los enemigos de atrás. Iban apiñados en dos aerodinámicas barcazas de guerra, largas y planas, con pequeñas cabinas, similares —esas sí— a verdaderos cazas, aunque tenían una cubierta a proa donde había gente ascua de pie, agarrada a las barandillas en el aire abierto. Sus ascuas se avivaban por el viento, brillando más, como faros. Sus posturas eran decididas, anhelantes.

Y estaban ganándoles terreno. ¿Cómo habían esperado los rescatadores cumplir su misión, si pilotaban naves inferiores? Tenían que saber que terminarían atrapándolos.

Una francotiradora con chaquetón blanco se asomó desde el interior de la cabina de una nave y apuntó. Nómada alzó a Auxiliar con forma de escudo y reparó en que la francotiradora no tenía un ascua en el pecho. La gente ascua parecía llevar únicamente armas para el combate cercano.

La francotiradora disparó. No a Nómada ni a la piloto, sino justo detrás de ellos, hacia el fuselaje central del mismo vehículo.

La piloto renegó y miró atrás de nuevo. Nómada hizo transparente su escudo para que pudiera ver, porque la francotiradora estaba disparando otra vez al mismo punto y voló una pieza del vehículo. Quedó a la vista una parte del mecanismo subyacente, que emitía un brillo intenso. Nómada, percibiendo la preocupación de la piloto, retrocedió un poco y bloqueó el siguiente disparo, que estalló en chispas contra su escudo.

Miró hacia el lugar al que apuntaba la tiradora enemiga: un compartimento que albergaba un refulgente pedazo de piedra. ¿O sería cristal? Tendría el tamaño de una granada de mano y emitía el mismo brillo naranja rojizo que los motores y los rayos que disparaban los fusiles.

—¿Es la fuente de energía? —aventuró Nómada mientras bloqueaba otro disparo.

Casi con toda seguridad, respondió el caballero casi con toda seguridad.

—¿Crees que será lo bastante poderosa para sacarnos de este planeta?

Ni por asomo, dijo el caballero, lleno de incredulidad ante la carencia de capacidades perceptivas que mostraba su escudero. Pero deberías absorberla de todas formas. Bueno, cuando aterricemos. A menos que quieras que dicho aterrizaje sea un poco más brusco de lo que suele preferirse.

—Entendido.

En la cabecera del vehículo, la piloto se inclinó incluso más tras el corto parabrisas, con el acelerador, que era lo que Nómada suponía que era esa palanca, tan hacia delante como podía estar. El hombre mellado al que había rescatado Nómada se aferraba a su asiento, con los ojos como platos y el pelo revuelto por el viento.

Nómada echó un vistazo al terreno que tenían por delante, esperando ver algún tipo de fuerza defensiva. Una fortaleza, o una hilera de refuerzos esperando su llegada.

Pero solo había una profunda negrura. En lo alto, los anillos del planeta se habían desplazado en el cielo, alejándose de ellos. Pero en realidad lo que ocurría era que la nave de Nómada volaba tan deprisa que estaba llegando detrás de los anillos. La parte trasera estaba oscura, al no reflejar la luz solar. Y esas sombras de delante…

¿Serían el lado oscuro del planeta, quizá? ¿La verdadera noche, alejada hasta de la tenue luz de los anillos? ¿Cómo de pequeño debía de ser el planeta, si con el breve tiempo que llevaban en el aire los habían rebasado tan rápido? No solo superaban la velocidad de rotación del planeta, sino que también estaban cambiando en gran medida su orientación respecto a los anillos. Eso indicaba que eran pequeños, pero también que el diámetro del planeta era incluso más…

Bah, qué más daba.

La francotiradora se había retirado, pero los vehículos enemigos estaban recortando la distancia y la gente ascua que transportaban daba voces y aullidos. Se amontonaban a proa de sus plataformas, disponiéndose a saltar en el instante en que se aproximaran lo suficiente a la aerodeslizadora de Nómada.

¿Y cómo piensas sobrevivir a esto que viene sin luchar?, preguntó el caballero.

—Confío en que el tormento se relaje un poco —dijo Nómada—. A lo mejor se apiada de mí.

Suerte con eso, respondió el caballero con una buena dosis de escepticismo.

Nómada gruñó, aún sosteniendo el escudo en su sitio. El metal transparente le permitía ver la aproximación de la gente ascua, a los cuatro que se disponían a saltar. Aunque Nómada pudiera combatir, tendría problemas enfrentándose a cuatro a la vez, sobre todo si estaban llegando otros cuatro en la segunda nave, más atrasada.

Por suerte, contaba con una ventaja. Todo lo que había visto hasta el momento indicaba que aquellos seres no esperaban encontrar resistencia. Y menos de nadie tan fuerte como ellos.

Así que Nómada respiró hondo, se levantó, corrió hacia atrás por el vehículo deslizador y saltó.

Viento contra su ropa raída.

Una extensión infinita por encima.

Tierra abajo, alzando la mirada, anhelante.

Le resultaba familiar. Nómada y el cielo ya no se dirigían la palabra. Pero en el pasado habían sido íntimos durante un tiempo, y Nómada aún sabía moverse por su casa.

Se sentía… más fuerte. Si antes le había costado esfuerzo saltar a aquel contenedor, en esa ocasión se alzó por los aires.

Hasta la gente ascua pareció sorprenderse por cuánta distancia cubrió con el salto, sobrevolando sus cabezas hasta aterrizar en su plataforma con la suficiente fuerza para sacudir la nave entera. Se volvió sonriendo, invocando a Auxiliar como espada…

Ah, no. Nada de espadas.

… invocando a Auxiliar como una llave ajustable extragrande. Señaló con ella a sus cuatro adversarios y cargó hacia ellos. La gente ascua le dejó espacio, abriéndose a los lados para rodearlo. Pero Nómada no atacó. Se volvió hacia una de ellos e invocó a Auxiliar como escudo justo cuando descargaba el golpe. Lo bloqueó y empujó a la mujer ascua hacia atrás antes de girarse para detener el siguiente ataque.

Afrontó los golpes con celeridad, aunque era cierto que tener un escudo enorme, moldeable y transparente le daba un pelín de ventaja. Tenía que ir con cuidado de no empujarlos con demasiada agresividad, eso sí, para que no se activara su tormento.

Nómada, le advirtió el caballero, ojo a la otra nave.

Miró a un lado y vio que el segundo vehículo estaba a punto de alcanzar a la moto aerodeslizadora. Bloqueó un último ataque antes de volverse, pasar empujando entre dos luchadores con ascua y brincar hacia la segunda nave enemiga, a cuyo costado apenas logró agarrarse.

Invocó a Auxiliar con forma de escala, enganchada al costado de la nave, y se apresuró a subir para enfrentarse a un nuevo grupo de sorprendida gente ascua. La persona que pilotaba aquella nave se volvió también, anonadada, haciendo que la plataforma virase en dirección a la primera nave enemiga. El cambio de dirección permitió a los cuatro luchadores de esa nave, ya centrados del todo en Nómada, saltar la distancia que los separaba de la otra. Con lo que Nómada tuvo a los ocho en posición de combatirlo.

Perfecto.

En un combate de uno contra muchos, el caos favorecía a Nómada. Un pelotón militar bien entrenado lo habría rodeado y reducido con toda la facilidad del mundo, pero aquella gente no luchaba coordinada. Se lanzaron hacia él uno por uno, gritando furiosos. Eran rápidos y fuertes, pero su habitual ventaja sobre los demás les había enseñado las lecciones equivocadas. Pensaban que no necesitaban combatir como un equipo. Nómada lo había visto muchas veces.

Rodó por la cubierta, resbaló y alzó el escudo para detener los machetes y las mazas que habían logrado seguir sus pasos. Otros guerreros con ascua tropezaron o se pusieron la zancadilla unos a otros en su ansia por llegar hasta él. Nómada se levantó de un salto, empujó a un hombre hacia atrás contra varios otros y saltó en dirección a la cabina que había al fondo de la larga cubierta.

Por la ventanilla vio a la piloto de la nave con su chaquetón blanco, observándolo con expresión de pánico. La mujer pulsó un botón y una gruesa placa metálica se alzó sobre la ventanilla, aislando la cabina. Por suerte, Nómada no iba a por la piloto. Porque había visto una tapa en el suelo de la cubierta, muy parecida a la que habían reventado a tiros en la moto deslizadora.

Manifestó a Auxiliar como palanca y lo hundió por el borde. La tapa se abrió, revelando la fuente de energía.

Ah, dijo el caballero con reticente admiración. Juegas sucio.

Nómada metió la mano y arrancó la fuente de energía mientras la gente ascua intentaba asaltarlo desde atrás. Pero la nave, ya sin alimentación, se precipitó hacia abajo. Nómada logró dar un último buen salto que lo arrojó hacia la otra nave de guerra.

Detrás de él, la gente ascua chilló mientras caía. La desafortunada nave abrió un surco en el suelo blando mientras Nómada aterrizaba en su compañera. Se asomó por la borda y miró abajo. Aquel terreno parecía tan húmedo y fangoso como el del estadio. Quizá lloviera en la oscuridad. Y luego, cuando el planeta hacía rotar ese terreno en dirección al sol, la luz y la Investidura reflejadas por los anillos hacían crecer la vegetación. Por último, el amanecer llegaba y lo abrasaba todo.

Qué vida más rara llevaba esa gente, siempre a escasas horas de la aniquilación total. Era normal que no confiaran en una nave grande e indivisible para que los transportara. Él también habría preferido tener un puñado de motores pequeños, que le proporcionaran mucha más redundancia. Por no mencionar la posibilidad de eyectar tu hogar de los demás y seguir adelante si fallaba algo en la comunidad.

Nómada se sorprendió al ver que la gente ascua estaba saliendo de entre los restos de la otra nave. Condenación. Esa gente era difícil de matar.

Alzó su escudo y se volvió hacia la cabina, cuyo piloto iba acompañado de una francotiradora. La francotiradora apuntaba con su fusil a Nómada, que se limitó a sonreír y avanzar hacia la cabina. La mujer abrió fuego, y todos los disparos rebotaron en el escudo de Nómada. Luego, como era de esperar, el piloto y la francotiradora trataron de alzar su propio escudo metálico. Así que Nómada arrojó a Auxiliar contra la ventanilla de forma que atascara el mecanismo y le impidiera cubrir el parabrisas.

Nómada avanzó. Completamente desarmado, por supuesto, y también completamente incapaz de hacer daño a aquellos dos, lo cual aún era peor. Pero ellos no lo sabían. Señaló el fusil de la francotiradora y les dirigió una mirada furiosa. Se había fijado en que la gente de allí, en promedio, tenía menos estatura que la de su mundo natal. Nómada siempre se había sentido bajito en comparación con los imponentes alezi, pero allí el alto era él.

Intimidada por aquel hombre tan extraño que sostenía un núcleo de energía en la mano desnuda, la francotiradora obedeció a Nómada. Bajó su fusil y luego, en respuesta al gesto de Nómada, abrió la puerta de la cabina y lo arrojó fuera.

Dio un paso atrás, levantando las manos. El piloto mantuvo las suyas sobre los controles y, mientras Nómada recogía el arma, trató de hacer rodar la nave sobre sí misma.

Cuando recuperaron la horizontalidad, la francotiradora estaba derrumbada en el suelo de la cabina. El piloto seguía en su puesto. Nómada estaba también donde antes, después de que Auxiliar hubiera adoptado la forma de una bota en torno a uno de sus pies, con salientes que se habían introducido en los huecos entre las placas de acero. El corazón le aporreaba raudo en el pecho, porque no había estado seguro de que fuese a funcionar. Pero disimuló su inquietud con una sonrisa, se llevó el núcleo energético a la cara y aspiró.

Le había costado meses pillarle el truco a aquello. Estaba convencido de que la parte de aspirar con la boca era solo psicológica y no le hacía ninguna falta. Pero, en todo caso, con el tiempo había aprendido a alimentarse de Investidura. Era una secuela de la carga que antaño había llevado, de la cosa que había originado su tormento.

Dentro de su cabeza, Auxiliar suspiró satisfecho.

Servirá, dijo el caballero a su sucio acompañante. Déjame unos minutos y te tendré Conectado a esta tierra. Así sus palabras deberían empezar a cobrar sentido.

Nómada asintió. Apuntó con el fusil al piloto, disfrazando el hecho de que se le bloquearon los brazos mediante una postura inmóvil, estoica, presta a disparar. El piloto palideció incluso más al verlo. Nómada bajó el arma tan pronto como se le relajaron los músculos y señaló a un lado.

El piloto obedeció y acercó la nave a la motocicleta aerodeslizadora, que seguía a la fuga. Nómada asintió con la cabeza, señaló al piloto e hizo unos gestos exagerados hacia la popa de la nave, con la expresión más amenazadora que logró componer. Trató de que la insinuación fuera lo más clara posible: «Más vale que no te vea seguirme».

Nómada saltó de un vehículo a otro y pareció que el piloto había entendido su orden. Porque al instante hizo virar su nave y huyó hacia las otras que los perseguían más de lejos. Como Nómada había esperado, estaban demasiado atrás para alcanzarlos a tiempo. El terreno se estaba oscureciendo y, por delante del vehículo aerodeslizador, la lluvia impedía aún más la visión.

Mientras avanzaban hacia ella a toda velocidad, aquella cortina de agua le recordó a Nómada a otra tormenta, allá en casa. En un lugar que echaba muchísimo de menos, pero al que jamás podría regresar, si no quería llevar a la Brigada Nocturna hacia la gente que le tenía aprecio.

El hombre desdentado lo miraba con asombro. La mujer que pilotaba la moto deslizadora echó un vistazo atrás. Pareció sorprenderse. Se le ensancharon los ojos al ver que una nave huía y la otra ya no estaba a la vista. Tormentas, ¿no había estado mirando? ¿Acababa de darse cuenta ahora de lo que había hecho Nómada? A juzgar por su expresión, era justo lo que pasaba.

Nómada suspiró. A aquellas alturas, estaba acostumbrado al aspecto que tenían muchos forasteros. Ya no le parecían «infantiles» por la extraña forma de sus ojos. De hecho, con el tiempo había llegado a identificar matices expresivos en una gran cantidad de etnias. Había conocido a alezi con los ojos tan abiertos y amplios como los shin, y a personas de otros mundos que podrían haber pasado por veden, incluso perteneciendo a una población en la que normalmente no sería el caso.

Aun así, no podía evitar pensar que tenían los ojos un poco saltones cuando ponían expresiones como la de aquella mujer al ver lo que había hecho Nómada. En fin, a cada cual lo suyo. Avanzó por el fuselaje hacia el asiento que la mujer tenía a su derecha. Pero de camino, tropezó y se le cayó el fusil por el lado del vehículo.

Se inclinó hacia fuera e intentó recogerlo, pero se enderezó con las manos vacías y se encogió de hombros.

La piloto le gritó algo con voz frustrada.

—Ya —dijo Nómada, sentándose a su derecha—. Supongo que te molesta que haya perdido un arma. No parece que abunden mucho por aquí. Qué se le va a hacer. —Suspiró y sacudió la mano. El pulgar parecía haberle sanado por fin durante aquellos minutos de huida, reconstruido del todo. Podía moverlo bien y ya no dolía, y vio que los rasguños de los lados de la mano se habían curado—. No tendrás nada bueno de beber, ¿verdad?

Lo dijo todo a propósito en alezi. Su lengua natal estaba a punto de entremezclarse con la Conexión hacia aquel planeta, y la experiencia le había enseñado a acostumbrarse a no hablar en su propio idioma, por si las palabras se le escapaban en el dialecto local. Era como funcionaba la Conexión: provocaría que su alma creyera que Nómada se había criado en ese planeta, así que hablaría el idioma con tanta naturalidad como había empleado el suyo propio en su momento.

Como acostumbraba a hablar solo, y como en general no le interesaba que la gente supiera qué le estaba diciendo a Auxiliar, era mejor ir habituándose a hablar en alezi con ella y consigo mismo.

De todos modos, la piloto del aerodeslizador no pudo más que mirar inexpresiva a Nómada mientras llegaban a la verdadera noche del planeta.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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