Avance - El hombre iluminado, capítulos 7 y 8

AVANCE – El Hombre Iluminado: Caps. 7 & 8

Aquí estamos ya en la penúltima semana de avances previa llegada de El hombre iluminado al fin a las librerías, ¡con todo el hype del mundo para poder hablar de este nuevo libro de Brandon Sanderson sin tapujos!

Ahora que ya tenemos portada definitiva, aprovechamos a enseñaros cómo ha variado el diseño desde el primer mockup, hasta esta versión definitiva tan espectacular.

Y recordad:

Salida: 19/10/23
Publica: Nova
Páginas: 544
Precio: 26,90€
Formato: tapa dura, ebook

La librería Gigamesh tiene ya una promoción para la preventa, válida en España y hasta agotar unidades.

El Hombre Iluminado, Brandon Sanderson, Portada provisional Nova
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El Hombre Iluminado, Brandon Sanderson, Portada Ed. Dragonsteel
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El Hombre Iluminado, Brandon Sanderson, Portada definitiva Nova
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avance: El Hombre Iluminado, caps. 7 & 8

TRADUCCIÓN DE MANU VICIANO

CAPÍTULO 7

La lluvia no era ni por asomo tan torrencial como una tormenta en casa. Solo una ducha rápida de agua fría antes de internarse en la oscuridad. La llovizna duró menos de un minuto, aunque al poco tiempo pasaron por otra. Nómada supuso que las omnipresentes nubes provocaban lluvias casi constantes en aquella zona oscura.

—Debe de ser bastante espectacular —dijo Nómada a Auxiliar— cuando el sol llega y vaporiza todo esto. Agua hipercalentada, surcando el aire, hasta que, de pronto, ¡pum! Oscuridad. Nada de luz.

En efecto, respondió el caballero a las extrañas divagaciones de su escudero. Hacía mucho tiempo que no estábamos en un planeta con una tormenta persistente. ¿Te recuerda al hogar?

—En todo lo que no debe —dijo Nómada.

La motocicleta aerodeslizadora tenía consolas con luces que permitían a la piloto saber lo que hacía, así que no volaban del todo a ciegas. Pero no parecía tener faros, y la ausencia de una cubierta sobre sus cabezas, aunque fuese simbólica, indicaba a Nómada que la gente no acostumbraba a llevar aquellos trastos a la oscuridad.

Tenía sentido. Las tropas de la mujer habían atacado a una fuerza claramente más poderosa en una misión de rescate. Al parecer, Nómada se había unido a alguna clase de guerrilla, un grupo que se ocultaba en la oscuridad donde otros temían adentrarse. ¿Una pequeña nación de saqueadores, tal vez?

Pero entonces, ¿cómo habían capturado a su gente en un principio? Y si se dedicaban a hacer cosas como aquellas, ¿por qué no habían previsto la necesidad de luz ni modificado sus vehículos para volar a oscuras bajo la lluvia?

Así que Nómada renunció a sus conjeturas y volvió a lo que sabía con certeza para empezar de nuevo por ahí. Pensando con método, con lógica. Aún permanecía esa parte de él, la que insistía en obtener pruebas y datos estadísticos por mucho que sus amigos se rieran de él. Después de tantos años, seguía siendo la misma persona. Igual que un pedazo de metal seguía siendo, en términos estrictos, la misma sustancia después de forjar un hacha con él.

«No son saqueadores —concluyó—. Son refugiados. Ese otro grupo más numeroso los atacó y tuvieron que esconderse. Y ahora se han atrevido a devolver el golpe para rescatar a sus amigos».

Era solo una hipótesis de trabajo, pero le pareció acertada. Lo que no lograba entender era por qué habían secuestrado a la mujer ascua. ¿Para experimentar con ella, o quizá para…?

Ah, claro.

«Soy idiota», pensó, mirando a la piloto, que volaba a la luz de sus instrumentos, y fijándose en su negro que empezaba a entretejerse prematuramente de plata. En la forma de sus rasgos juveniles, que reflejaban los de la mujer que llevaban presa atrás.

La mujer ascua era pariente de la piloto. Con toda probabilidad su hermana, basándose en sus edades relativas. Nómada tendría que haberse dado cuenta antes. Aquella gente había sufrido un ataque en el que se habían tomado prisioneros, y a algunos los habían sometido a un suplicio terrible. La piloto que tenía al lado había rescatado a una de ellos. Un asunto peligroso, por cómo la mujer ascua, todavía encadenada atrás, seguía forcejeando y rugiendo mientras la luz de su pecho brillaba roja como la sangre en la oscuridad.

Pero ¿quién era él para juzgar a nadie? Nómada solo estaba allí para robar una nave y buscar una fuente de energía lo bastante potente para sacarlo del planeta. Aunque pensó que antes dejaría que la piloto le diera algo de comer y beber en agradecimiento por haberle salvado el pellejo.

Sintió la Conexión estableciéndose mientras seguían avanzando en la oscuridad. Pero la confirmación llegó cuando la mujer habló por radio.

—¿Baliza? —dijo—. Aquí un batidor, solicitando alineamiento de señal.

—¿Rebeke? —preguntó una voz de hombre—. Rebeke Salvamento, ¿eres tú?

—Si es aceptable —dijo ella—, soy yo. El código de admisión es gratitud trece.

—¡Me alegro de oír tu voz, chica! —exclamó el hombre, aunque a Nómada casi se le escaparon sus palabras con el aullido del viento—. ¿Divinidad está contigo?

La voz de Rebeke se entrecortó al responder:

—No. Ha caído.

Silencio en la línea. Al cabo de un momento, el hombre habló.

—Que su alma halle el camino a casa, Rebeke. Lo siento mucho.

—Mi hermano eligió este riesgo —dijo ella, con la voz aún entrecortada—. Igual que yo.

Nómada miró hacia ella, al otro lado del fuselaje. De pronto la tal Rebeke le pareció una mujer joven. De poco más de veinte años, como mucho. O tal vez fuese por las lágrimas.

—Fervor —dijo Rebeke—, traigo a… alguien conmigo. Si os complace reaccionar con templanza, lo agradecería.

—¿A alguien? —respondió la voz—. Rebeke, ¿por eso te has quedado atrás? ¿Has ido a buscar a tu hermana contra la voluntad y la orientación explícitas del Bien Mayor?

—Sí —susurró Rebeke.

—¡Es peligrosa! Es una de ellos.

—Si existimos es gracias a Elegía —restalló Rebeke con voz más firme—. Ella nos guio. Nos inspiró. No podía dejarla allí, Fervor. No supone un peligro para nosotros mientras siga atada. Y tal vez… tal vez podamos ayudarla…

—Hablaremos de esto cuando regreses —repuso Fervor—. Señal a Baliza concedida. Pero Rebeke… ha sido una temeridad por tu parte.

—Lo sé. —Rebeke miró de soslayo a Nómada, que se había preocupado de inclinarse hacia atrás con los ojos cerrados, fingiendo que no entendía nada—. También traigo a otra persona. ¿Un… prisionero?

—No suenas muy segura.

—Lo he rescatado del Rey Incandescente —dijo ella—. Pero le pasa algo. No habla bien. Creo que podría ser un poco obtuso.

—¿Es peligroso?

—Puede —respondió Rebeke—. Ha ayudado a rescatar a Thomos, después de que yo no lo viera en la hierba. Dile a su familia que lo tenemos. Pero antes de eso, este desconocido se ha hecho pasar por un asesino para que lo liberase, y luego no ha servido de mucho en la pelea.

¿Que no había servido de mucho?

¿Que no había servido de mucho?

Nómada había derribado dos naves enemigas sin ser capaz de contraatacar siquiera. Se obligó a no reaccionar, pero ¡condenación! ¿La piloto estaría mintiendo o…? Bueno, era cierto que no había visto a Nómada allí atrás. Pero sí que se había fijado en que llevaba un fusil después de que desaparecieran las naves. ¿De dónde pensaba que lo había sacado?

¿Te has fijado en los nombres?, preguntó el caballero con curiosidad.

—Elegía —dijo Nómada en alezi—. Divinidad. Fervor. Sí, me he fijado. ¿Crees que…?

Trenoditas, respondió el caballero con una modesta confianza en su sabia valoración. Toda una cultura ramificada. Eso no me lo esperaba. ¿Y tú?

—No, pero debería haberlo hecho —dijo él—. La ropa es parecida. ¿Cuánto tiempo hará que divergieron?

¿Habías adivinado que la cautiva era hermana de esta mujer?

—Eso sí que lo suponía —contestó Nómada, pensativo—. Gente de Treno. ¿Los trenoditas no… persisten cuando los matan?

Se convierten en umbras bajo las circunstancias adecuadas, explicó el caballero a su escudero lento de entendederas, que debería recordar que una casi se lo zampa.

—Es verdad —dijo él—. Ojos rojos. Ausencia total de recuerdos. Pero tengo la sensación de que ya deberíamos haberlas visto. Las umbras salen en la oscuridad, y no hemos estado en otra cosa que oscuridad desde que llegamos aquí.

A lo mejor este grupo se separó antes de que la muerte de la Esquirla, y las consecuencias de ese acontecimiento, se apoderasen de ellos.

Nómada asintió, pensativo. Los nubarrones persistentes de aquella zona, que impedían orientarse ni siquiera a partir de los anillos que brillaban en el cielo, le dieron una impresión más nefasta que antes. Como si estuviera cruzando el mismo espacio, sin nada debajo ni encima. Una oscuridad eterna. Tal vez poblada solo por los espíritus de los muertos.

Por tanto, se alegró al ver que aparecía fuego por delante, la luz de unos motores en llamas bajo una ciudad. En aquel terreno oscuro y lluvioso, de neblinosos aguaceros y altas laderas negras, no se hizo visible hasta que casi estaban llegando ya. Teniéndolo todo en cuenta, estaba bastante bien oculta allí, hasta con aquellos refulgentes motores.

Rebeke ascendió y enganchó la moto deslizadora a un lado de la ciudad, que Nómada supuso que sería el lugar llamado Baliza. A pesar del nombre, era impresionante lo a oscuras que volaba. Distinguió unas pocas luces aquí y allá, pero solo pequeñas y siempre de un suave tono rojizo. El brillo de los motores por debajo quedaría oculto siempre que la ciudad no se elevara mucho entre las colinas. Y, si no encendían luces brillantes en la superficie, era posible que la gente que iba tras ellos los rebasara por arriba sin verlos.

Nómada no pudo hacerse una idea clara del tamaño de Baliza, aunque la facilidad con que la motocicleta se había acoplado, convertida en una parte más de su estructura, le hizo pensar que tendría el mismo tipo de diseño que la anterior plataforma en la que había estado. Había unas cuantas personas esperándolos bajo la ventosa llovizna, iluminadas por la luz roja de la lámpara de mano que llevaba el hombre que los encabezaba. Al verlo adusto y ceñudo, Nómada supuso de inmediato que sería Fervor, la persona con quien habían hablado por radio.

De modo que se sorprendió cuando la voz de Fervor llegó de la boca de otro hombre muy bajito que estaba a su lado. No mediría ni metro veinte y tenía la cabeza del tamaño habitual, pero los brazos y las piernas más cortos que la media.

—Rebeke —dijo Fervor—, lo que has hecho es peligroso.

—¿Más peligroso que tu propio plan? —repuso ella—. ¿Has podido recuperarlo, Fervor?

En vez de responder, el hombre observó a Nómada con gesto pensativo.

—¿Este es el desconocido? ¿Cómo se llama?

—No he sido honrada con tal información —dijo Rebeke—. No parece capaz de comprender las palabras que pronuncio. Como si… no tuviese siquiera el concepto del lenguaje.

Fervor hizo unos movimientos con las manos, se señaló las orejas y dio unas palmadas. ¿Quizá… creía que Nómada era sordo? Era una suposición razonable, claro, pero nadie más de ese planeta la había hecho.

Así que Nómada le habló en alezi, fingiéndose confundido y gesticulando también.

Fervor y el hombre alto fueron a ayudar a Thomos, el mellado. El pobre ya flaqueaba a esas alturas, semiconsciente, sostenido en el asiento solo por el cinturón. Varios otros se lo llevaron, posiblemente para que recibiera atención médica.

—Cuidad bien de él —dijo Nómada en alezi.

—Pero ¿qué es esa jerigonza? —preguntó el hombre alto, regresando junto a Fervor y levantando su lámpara.

Era tan espigado que, con la linterna alzada, se parecía un poco a una farola. Sobre todo con aquel chubasquero largo y negro que llevaba, cerrado por delante.

—Siempre está haciendo esos ruidos con la boca —dijo Rebeke.

—Qué curioso —respondió el hombre alto.

Fervor miró hacia la moto aerodeslizadora acoplada a la ciudad y se aproximó despacio a ella. El hombre alto fue con él, igual que Rebeke, y los tres se quedaron mirando a la mujer ascua atada en la parte de atrás, que no dejaba de gruñir.

—Elegía —dijo Fervor—. Elegía, somos nosotros.

Solo obtuvo más gruñidos. Fervor suspiró.

—Vamos. Debemos solicitar audiencia con el Bien Mayor y suplicarles en tu nombre. Adonalsium-Terminará-Recordando-Nuestro-Aprieto se ocupará de ella como mejor pueda.

El hombre alto asintió.

Un momento.

¿Se llamaba Adonalsium-Terminará-Recordando-Nuestro-Aprieto? Era el mejor que Nómada había oído hasta la fecha. De verdad tenía que hacerse una lista de aquellos nombres trenoditas.

—Ah —añadió Fervor—, y búscale alojamiento al invitado de Rebeke, si no te importa, Adonalsium-Terminará-Recordando-Nuestro-Aprieto. Asígnale alguna nave táctica sin controles de acceso locales, si te complace encargarte de esa tarea. Parece que disfrutará de un baño y una cama.

Fervor y Rebeke se marcharon juntos calle abajo, iluminados por una linterna roja que encendió el primero. La verdad era que un baño y una cama sonaban bien, pero saber lo que estaba ocurriendo allí sonaba mejor. Así que Nómada echó a andar tras ellos.

Por supuesto, Adonalsium-Terminará-Recordando-Nuestro-Aprieto se apresuró a agarrarlo por el brazo e intentar desviarlo con delicadeza. Nómada sonrió tranquilo, se zafó de la presa y siguió adelante. Cuando el hombre volvió a intentarlo con más empeño, Nómada se libró de él con un gesto más brusco.

Era una actitud beligerante, sí. Tal vez la mejor manera de buscarse problemas. Quizá así lo atacarían y Nómada tendría una excusa para robar esa moto deslizadora. En realidad debería haberlo hecho sin más, pero… en fin, se sentía caritativo. Así que se limitó a caminar tras los otros dos, seguido por un nervioso Adonalsium-Terminará-Recordando-Nuestro-Aprieto.

Rebeke y Fervor entraron en un edificio, o mejor dicho en una nave con una estructura más grande en cubierta, que había al fondo de la calle. Nómada impidió que la puerta se cerrara y pasó dentro también. Se encontró en una antecámara de iluminación tenue, con las paredes negras y lisas. Adonalsium-Terminará-Recordando-Nuestro-Aprieto entró pegado a él.

—Mi mayor contrición, Fervor —dijo el hombre alto, avergonzado—. Se niega a… venir conmigo.

—Quizá deberíamos presentárselo al Bien Mayor —propuso Rebeke—. Podría ser aceptable que lo vean, y por ventura tal vez sepan qué clase de persona es.

—Es aceptable para mí —respondió Fervor tras pensárselo un poco—. Confíanoslo a nosotros, Adonalsium-Terminará-Recordando-Nuestro-Aprieto.

—¿Y si es peligroso? —susurró el hombre espigado—. Rebeke ha dicho… que podría ser un asesino.

—Lleva frorens en las muñecas, Adonalsium-Terminará-Recordando-Nuestro-Aprieto —dijo Fervor—. Cabe suponer que el Rey Incandescente no ha tenido ocasión de reconfigurarlos. Creo que no habrá problema.

Nómada casi había olvidado los brazales que aún tenía puestos. Logró evitar mirarlos al oír que los mencionaban. Aquello confirmaba casi a ciencia cierta su hipótesis de que aquel grupo había conseguido incapacitar a la gente ascua mediante algún tipo de intrusión o aprovechando una vulnerabilidad de los brazales.

Adonalsium-Terminará-Recordando-Nuestro-Aprieto se marchó para ocuparse de la mujer encadenada y Rebeke abrió una puerta al fondo de la antesala y los llevó por fin a un pasillo bien iluminado. El contraste resultó cegador por un momento, aunque las luces eléctricas del techo estaban a un nivel relativamente bajo.

No había ventanas, por supuesto. La pequeña antesala era una esclusa de luz, pensada para evitar que la iluminación interior del edificio fluyera a la calle y permitirles volar inadvertidos en aquella oscuridad. Un vistazo rápido reveló a Nómada que la pared y la puerta que los separaban de la esclusa de luz estaban hechas de un material de madera menos recio, mientras que el suelo y el techo eran metálicos. Habían añadido la antecámara hacía poco.

Las ventanas cubiertas con gruesas cortinas confirmaban la suposición. Sí, casi con toda certeza esa gente no llevaba mucho tiempo a la fuga, ocultándose en aquella oscuridad.

Nómada recorrió el pasillo con los otros dos y no se le escapó que Fervor lo vigilaba atento, con una mano en el bolsillo, quizá sobre un aparato capaz de paralizar a Nómada de nuevo. Lo llevaron a una puerta al fondo del pasillo y Nómada entró, deseoso de conocer a las personas a quienes llamaban «el Bien Mayor».

Resultaron ser tres mujeres ancianas.

 

 

CAPÍTULO 8

¿Ancianas? No era tan emocionante como había esperado. Pero en fin, a lo mejor una de ellas era un dragón en secreto.

Estaban sentadas las tres a una mesa, recibiendo el informe de un hombre fornido con una barba a la que se le habría podido practicar la poda artística. Tenía una marca de disparo energético en un brazo y la chaqueta quemada. Sería otro miembro del grupo de asalto. Nómada se dio cuenta por la actitud de los demás de que aquellas mujeres eran quienes estaban al mando, aunque no llevasen ropajes majestuosos, sino vestidos negros normales y corrientes, guantes como todos los demás y sombrero, incluso allí dentro.

—Confianza —saludó Rebeke a la primera mujer, la más alta—. Compasión. —Esa era la más baja de las tres, y la de apariencia más frágil—. Contemplación. —La tercera era la más rellena, de cabello negro, a todas luces teñido, recogido en un moño bajo el sombrero—. He rescatado a mi hermana.

—Ya nos han informado —respondió Contemplación, rascándose la barbilla—. Creo que se te dijo que no lo hicieras.

—Así es.

—Y has perdido a tu hermano —dijo Confianza—. ¿Un pariente sacrificado en el rescate de otra?

—No hemos podido… —empezó a responder Rebeke, pero la mujer bajita a la que llamaban Compasión se había levantado.

Con paso inestable, la anciana fue hasta Rebeke y la abrazó. Rebeke agachó la cabeza, haciendo que unos rizos sueltos le cayeran en torno a la cara, y se agarró a la mujer.

La sala quedó en silencio. Debía de ser un momento conmovedor o algo por el estilo. Nómada estaba más interesado en la tetera que había en la mesa. Acercó una silla, se sentó y se sirvió una taza. Le goteó agua de la ropa empapada al suelo mientras lo hacía.

El té estaba frío, pero por lo demás era decente. Un poco demasiado dulce, tal vez.

Todos los presentes clavaron la mirada en él. Así que Nómada se reclinó y subió las botas a la mesa.

El tipo de la barba se las apartó.

—¿Qué clase de persona es esta, con unos modales tan deleznables? —preguntó imperioso.

Pero se desinfló un poco cuando Nómada se levantó de la silla. Se había ido acostumbrando a ser más alto que la gente, después de irse de casa. En su planeta a menudo se había sentido muy bajito comparado con sus compañeros, pero recorrer el Cosmere le había enseñado que la gente de su tierra natal eran prácticamente gigantes a ojos de los demás.

Incluso estando por debajo de la media de su pueblo, allí le sacaba más de quince centímetros a todos los presentes. Era cierto que tampoco parecían gente muy alta, pero aun así la diferencia era notable. Y con la ropa hecha jirones, sin duda le veían los músculos, merecidos, no solo a consecuencia de su condición de Investido.

El barbudo lo miró de arriba abajo y retrocedió, permitiendo que Nómada se sentara otra vez. Así que él subió de nuevo los pies a la mesa sin inmutarse, haciendo tintinear las tazas de té de las tres ancianas.

—Mientras llevábamos a Thomos con los sanadores —dijo Fervor, acercando también una silla—, no dejaba de murmurar algo en su delirio. Que ha visto a un hombre tocar la luz solar y sobrevivir.

¿Así que Thomos lo había visto? Nómada ya casi había olvidado aquel instante de sentir la luz del sol antes de que lo arrancaran de ella. Era raro que Thomos lo hubiera presenciado, pero quizá obligaban a los prisioneros a ser testigos de las ejecuciones. La opinión de Nómada sobre aquel hombre de los ojos brillantes empeoró incluso más. Aquel era un acto de indudable crueldad.

—Iluminado —dijo Contemplación—. Un hombre iluminado por el sol.

—Si le complace al Bien Mayor, discrepo —contestó Rebeke, tomando asiento también junto a la mesa cada vez más atestada—. Aceptad la siguiente observación: si fuese el iluminado por el sol, estaría ayudándonos, no comportándose… así.

—Solo dice cosas incomprensibles —añadió Fervor—. Como un bebé sin destetar.

—¿Ah, sí? —dijo Contemplación—. Curioso, muy curioso…

—Si os complace, había pensado que por ventura seríais capaces de discernir qué clase de hombre es —dijo Rebeke—. Y la verdad… es que se ha empecinado en seguirnos aquí dentro. Es muy posible que tengamos que paralizarlo para hacer que se marche.

—¡Quizá sea un asesino! —exclamó el barbudo, aproximando otra silla para sentarse antes de inclinarse hacia delante—. ¡Nuestro propio asesino! ¿Habéis visto cómo me miraba?

No era… la reacción que Nómada había esperado de ese hombre. El barbudo sonreía, anhelante. Rebeke negó con la cabeza mirándolo.

—Si fuese un asesino, creo que yo lo sabría, Jeffrey Jeffrey.

¿Jeffrey Jeffrey? Ese nombre también le gustaba a Nómada.

—Eh, Aux —dijo en alezi—, ¿qué te…?

Ah, no. Claro. Auxiliar no estaba cerca.

Todo el mundo lo miró.

—Qué palabras tan extrañas —dijo Compasión—. Os ofrezco esta idea: ¿creéis que por ventura podría proceder de un corredor muy septentrional? Allí hablan de un modo que, en ocasiones, hace que una mujer deba concentrarse para entenderlos.

—Si te complace mi discrepancia, Compasión —intervino Contemplación—, no creo que sea una mera cuestión de acento. No, en absoluto. Pero, en todo caso, antes de que entraran los recién llegados, estábamos hablando de Jeffrey Jeffrey y lo frustrado que está con que su misión de rescate se haya visto secuestrada no por una, sino por dos operaciones distintas. Nos ocuparemos de Rebeke y su temeridad más adelante. Por el momento, Fervor… ¿me concedes la bendición de ver el objeto que ha traído tu equipo?

El hombre bajito se metió la mano en el bolsillo y sacó algo envuelto en un pañuelo. Fuera el viento parecía arreciar y la lluvia tabaleaba con más furia. Golpeteaba contra el techo de metal como unos dedos nerviosos sobre una campanilla, exigiendo atención. Pero nadie le hizo caso mientras Fervor desenvolvía un disco metálico de casi el tamaño de la palma de la mano de un hombre, con un extraño símbolo en la parte superior.

Un símbolo que Nómada sabía interpretar, pero que de ningún modo había esperado encontrarse en ese planeta. Tormentas. ¿Qué hacían allí unos scadrianos?

—Es real —susurró Concentración, posando las yemas de los dedos en el disco, recorriendo los surcos del metal.

—Si no resulta ofensivo —dijo Confianza—, permitidme hablar con franqueza. ¿Cómo sabemos que es real? —La mujer alta cogió el disco de la mesa—. Podría ser una réplica. O las leyendas podrían ser falsas.

—Si no es demasiado atrevimiento por mi parte —respondió Fervor—, me permito discrepar. Dudo sobremanera que sea una falsificación. ¿Qué motivo iba a tener el Rey Incandescente para temer que alguien lo robara? Hay pocos que sepan siquiera de su proyecto especial.

—Pero ¿sabremos utilizarlo? —preguntó Compasión—. ¿Hallaremos la forma de entrar, de superar la antigua barrera?

—Ni siquiera sabemos si las leyendas son ciertas —dijo Confianza—. Sí, quizá el Rey Incandescente crea en ellas. Pero planteo este contraargumento: ¿qué demuestra que existan esas tierras míticas bajo el suelo, ese lugar intacto por el sol? Hablo con firme convicción: no conduciré a este pueblo en confianza sin tener pruebas a favor.

—En ocasiones —respondió Contemplación— es imposible encontrar pruebas. Propongo que, por un tiempo, debemos actuar basándonos solo en la fe.

—Encuentro esa propuesta difícil y extraña viniendo de tu lengua, Contemplación —dijo Confianza—. ¿Qué hay de tus vocaciones, la ciencia y el razonamiento?

Contemplación cogió el disco y lo sostuvo con reverencia, su rostro, aunque avejentado, surcado por líneas de júbilo, sus ojos danzando brillantes con un fuego que parecía propio. Su cabello negro como el carbón podría interpretarse como un capricho vanidoso, pero Nómada lo reconoció como un signo de entereza. Esa mujer sabía el aspecto que le gustaba tener. Y le traía sin cuidado que los demás supiesen que era artificial. Porque, al expresarse a sí misma, el artificio se volvía más genuino que el original.

—Incluso en la ciencia —dijo Contemplación—, la fe tiene un papel. Todo experimento realizado, todo paso en la senda del conocimiento, se lleva a cabo aventurándose en la oscuridad. Nunca sabes lo que hallarás, o si hallarás algo en absoluto. Lo que nos mueve es la fe en que las respuestas existen.

Miró uno por uno a los presentes en la sala, saltándose a Nómada pero incluyendo a Rebeke, Fervor y Jeffrey Jeffrey. El respeto que les mostró a todos confirmaba que no solo las líderes eran importantes en aquella sociedad.

—Es una esperanza descabellada, sí, la que ofrecen las historias de una tierra intacta por el sol —reconoció Contemplación—. Pero debemos hacernos una pregunta. ¿Cuánto tiempo sobreviviremos en esta oscuridad? Elegía hizo bien en traernos aquí, pero fue un acto desesperado. Y mientras hablamos, nuestra gente se marchita. No podemos cultivar comida. Perdemos más naves y más trabajadores cada vez que osamos ir a las tierras del alba.

»Propongo esta lúgubre verdad: aquí fuera moriremos. Mas si regresamos a nuestra anterior columna, sin duda nos consumirá el Rey Incandescente. No poseemos los conocimientos sobre la guerra y la muerte para combatirlo; no fuimos bendecidos con tan salvajes y carnales instintos.

»De modo que propongo un lúgubre hecho más: el Rey Incandescente nunca más se dejará tomar por sorpresa con una incursión como la de hoy. Sus asesinos del ascua estarán alertas, preparados en sabiduría ante más travesuras e infracciones. El Rey Incandescente no volverá a permitir una hábil intrusión en sus brazales paralizadores, y su gente ya no se dejará distraer tanto con esos juegos suyos como para bajar la guardia.

»Hoy hemos obtenido nuestra mayor victoria para el pueblo de Baliza. Pero propongo, en contraste con esa cima, que hoy es el día en que comenzamos a desvanecernos. Sin una solución, moriremos. De modo que pregunto: Confianza, ¿acaso un poco de fe, un poco de tiempo en pos de una legendaria recompensa, no merece la pena por la posibilidad de eludir nuestro destino? —Dio la vuelta al disco—. Deberíamos, por mor de nuestros actuales logros, probar esta llave. Y deberíamos enaltecer al equipo de Fervor por su disposición a robarla para nosotros.

—Propongo lo siguiente —advirtió Confianza—. El Rey Incandescente nos dará caza por ese objeto.

—Si te complace ser contradicha —respondió Compasión en voz baja—, iba a darnos caza de todos modos. Arde en deseos de destruirnos. Y ese propósito no se habrá sino reafirmado por los acontecimientos de hoy. Ahora debe destruirnos, so pena de que más de los suyos cuestionen el verdadero alcance de su autoridad.

Nómada escuchaba la conversación con interés. Aquella gente parecía saber que la llave-sello abriría una puerta. Y hasta parecían comprender un poco lo que quizá hallarían al otro lado. El viento arreció más incluso, sacudiendo la ciudad. Se preguntó si, en su apuro por escapar de la persecución, aquella gente se permitiría aproximarse más al borde de la tempestad, más cerca de donde la luz solar se desvanecía dejando a su paso una tormenta de humedad y presión atmosférica.

Era extraño haber encontrado una tierra donde, en vez de que la tormenta lo persiguiera a uno, la gente se acercaba a hurtadillas a su cola y se escondía bajo el dobladillo de su capa.

De todos modos, la anterior grosería de Nómada, la barbarie con la que había irrumpido en aquella sala, de pronto le pareció vergonzosa. Sí, ya no era el hombre que había sido, obsesionado en exceso con el decoro y el orden. Sabía que, como un joven al marcharse de casa por primera vez, a menudo exageraba en sus intentos de demostrar su valía. Nómada se rebelaba contra su yo anterior y, en su egoísmo, se había transformado en un hombre con la torpeza de un chull ciego.

Bajó las botas de la mesa, sintiendo un desprecio por sí mismo que, cosa rara, ni siquiera él podía excusar con sus circunstancias. Esa vez no. Se levantó y, sorprendiendo al resto de los presentes, fue a zancadas hasta la puerta y la abrió. Cruzó el pasillo, cruzó la esclusa de luz.

Salió a la tormenta.

 

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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