Avance - El Hombre Iluminado: Caps 9, 10 y notas

AVANCE – El Hombre Iluminado: Caps. 9, 10 y notas

Este jueves al fin sale a la venta El hombre iluminado, la última novela secreta escrita por Brandon Sanderson. Una historia realmente original, con muchos puntos interesantes, que el propio Brandon ha recomendado leer antes del Archivo 5 (o sea, que tenéis tiempo hasta noviembre del año que viene :P).

Y, en esta ocasión, sí comentaremos la lectura junto a Josep de El Club de las Tormentas, cosa que por vacaciones de verano no pudimos hacer con Yumi y el pintor de pesadillas. A continuación podéis ver el calendario de las charlas en nuestros canales de Twitch:

  • Domingo 29 de octubre, 18:00h CET: capítulos 1 al 26
  • Domingo 5 de noviembre, 18:00h CET: capítulos 27 al 52
  • Domingo 12 de noviembre, 18:00h CET: conclusión de las novelas secretas y su impacto en el Cosmere, y recap de Yumi y el pintor de pesadillas

Además, hemos actualizado la sección de descargas con un nuevo wallpaper, en esta ocasión recogiendo todos los proyectos secretos. En Wallpaper Engine tenéis disponibles también las versiones para móvil de cada uno de ellos por separado.

Como siempre, recordad:

Salida: 19/10/23
Publica: Nova
Páginas: 544
Precio: 26,90€
Formato: tapa dura, ebook

La librería Gigamesh tiene ya una promoción para la preventa, válida en España y hasta agotar unidades.

avance: El Hombre Iluminado, caps. 9, 10 y notas

TRADUCCIÓN DE MANU VICIANO

CAPÍTULO 9

Meterse en una tormenta no era algo que se acostumbrara a hacer en el mundo natal de Nómada. Pero a esas alturas, ya había viajado lo suficiente por el Cosmere para saber que incluso una tempestad violenta en otros planetas no era nada en comparación con las que él había conocido.

Y en efecto, allí el viento lo azotaba, pero no lo levantó del suelo. La lluvia lo acribillaba, pero no amenazó con arrancarle la piel. Los relámpagos destellaban en el cielo, pero no caían tan a menudo que temiera su toque. Eso sí, Nómada deseó tener algo más que aquella ropa andrajosa, robada en el planeta cavernoso donde había estado antes que en aquel. Servía de poco para protegerlo del frío. Pero también era cierto que la mayoría de la gelidez que estaba sintiendo procedía de su interior.

Anduvo por la sombría calle, notando el metal resbaladizo bajo los pies. Por lo menos sus botas sí que aguantaban. Era algo que había aprendido mucho tiempo atrás en sus viajes: se podía escatimar en camisas si era necesario, pero jamás en calzado. Se dirigía más o menos hacia el límite de la ciudad, aunque tuvo que avanzar despacio, esperando a que los atronadores relámpagos le iluminaran el camino.

Las luces tenues que había visto antes ya no estaban. La gente estaba en los edificios, encerrada, a resguardo de la lluvia. Eso sí que era universal. Ya estuviera en un planeta donde la precipitación pudiera abollar planchas metálicas o en uno donde apenas mojara, la gente huía de las tormentas. Quizá no tuvieran ganas de recordar que, por grandiosas que fuesen sus ciudades, eran meras motas en la inmensa extensión de los patrones climatológicos planetarios.

Había salido esperando que se sentiría mejor bajo la lluvia. Esperando que su tamborileo sería como el abrazo de un viejo amigo, que el aullido del viento sonaría como la charla de unos compañeros cenando estofado alrededor de la hoguera. Pero ese día los recuerdos acudieron ásperos a su mente. El viento le hizo pensar en la persona que había sido, un hombre que preferiría morir a tratar a la gente como lo acababa de hacer.

No, la tormenta no le ofreció un cobijo. Por mucho que le gustara la lluvia, por mucho que la sintiera adecuada, los recuerdos dolían demasiado en esos momentos.

Al fin llegó donde habían dejado la motocicleta aerodeslizadora acoplada al borde de la ciudad, sumando su impulso al del resto. Era un atrevimiento mantener aquel lugar en el aire durante una tempestad. Pero el aire no parecía tan electrizado como podría haberlo estado en otras tormentas y no vio caer ningún relámpago. Solo un rugido generalizado en el aire y nubes resplandeciendo aquí y allá.

Esa luz le permitió ver que se habían llevado a la mujer ascua de sus ataduras en el asiento trasero. Y habían modificado el vehículo con astucia, situando paneles sobre cada asiento para proteger el acolchado de cuero de los elementos y hacer que la moto encajara con la superficie de la ciudad. Con los parabrisas plegados y los paneles en su sitio, la enorme moto deslizadora parecía un grueso rectángulo de acero clavado al borde de Baliza. Igual que una multiherramienta parecía una cajita antes de desplegar sus instrumentos.

Eso preocupó a Nómada mientras se acercaba despacio al contorno de la ciudad, con cuidado de que el viento no lo barriera a la penumbra, y palpaba la parte inferior del costado de la moto. Para su inmenso alivio, encontró el fusil que había escondido allí. Disfrazándolo con un traspié para convencer a Rebeke de su torpeza, Nómada había soltado el arma e invocado a Auxiliar como abrazadera de metal para fijarlo bajo la motocicleta deslizadora.

Nómada se llevó el fusil al hombro, con la mano resbaladiza por la lluvia. El mecanismo con cuya forma había invocado a Auxiliar para sostener el arma desapareció.

Y así, dijo el caballero con aire teatral, su astuto plan queda ejecutado del todo. Y su espeso escudero queda ahora en posesión de un arma que no puede disparar. Por algún motivo.

—Me habrían desarmado al llegar —dijo Nómada.

Y de nuevo, un plan tan habilidoso… para obtener un arma que no será capaz de usar. Solo ha hecho falta abandonarme a mí bajo la lluvia para calarme hasta los huesos, y luego hacerte lo mismo tú, por lo que parece.

—Necesitaba una ducha de todas formas —respondió Nómada.

Se quitó el agua de la cara y se pasó los dedos por el pelo corto y muy rizado. Se arrodilló, fusil en mano, y palpó con los dedos libres los paneles que cubrían los asientos del vehículo. ¿Podría retirarlos?

¿Quería hacerlo?

Los relámpagos le dejaron en la mente imágenes residuales del hombre que había sido. Un hombre que, con toda sinceridad, Nómada no quería volver a ser. Alguien ingenuo. Demasiado preocupado por las reglas y los números. Amarrado por las responsabilidades de un modo que lo había constreñido poco a poco de ansiedad, como un alambre de espino en el alma.

No le gustaba la persona en que se había convertido. Pero tampoco echaba de menos al hombre de antes, no de verdad. Había vivido, madurado, caído y… bueno, y cambiado. Tenía que existir algún tipo de tercera opción. Una forma de no poner su vida anterior en un pedestal, pero a la vez tampoco ser una basura de persona.

¿Y si subía a aquella motocicleta y desaparecía en la oscuridad? ¿A qué lo llevaría eso? En Baliza tenía a gente que parecía dispuesta, al menos un poco, a confiar en él y aceptarlo. Quizá porque estaban desesperados. Probablemente porque Nómada no les había dejado mucha alternativa.

Pero, aparte de eso, le daba la impresión de que no tenían práctica en luchar ni en matar. Sí, habían sacado adelante un rescate audaz. Y eso era elogiable a ojos de Nómada. Pero también había visto el temor con el que los presos reaccionaban a la gente ascua, reflejado en cómo lo estaba tratando allí todo el mundo. Aquel no era un grupo que estuviera acostumbrado a la violencia.

En muchos lugares, la lucha por la supervivencia sacaba a la luz los aspectos más brutales de la gente. En cambio, en ese grupo Nómada veía algo extraordinario. ¿Era posible que estar obligados a moverse sin cesar, a colaborar para sobrevivir, hubiera forjado con ellos una sociedad en la que no tenían tiempo de matarse unos a otros? ¿Que quizá ese planeta hubiese creado un pueblo que no era débil, porque ese sol no toleraría debilidad alguna, pero que tampoco era brutal?

Si Nómada quería una fuente de energía lo bastante poderosa para sacarlo de ese mundo, iba a necesitar aliados. Y tenía la sensación de que pedir ayuda al Rey Incandescente no era muy buena idea.

Se apartó de la motocicleta, llevándose otra vez el fusil al hombro. Entonces sintió algo.

Un tirón en las extrañas. Una especie de… extraña calidez. La tormenta pareció aflojar, la lluvia amainar.

Condenación. No era posible. No allí, no en ese mundo. Aquella era una tormenta corriente, no la mítica tempestad de su planeta natal. En la tiniebla de las tormentas comunes no ocurrían las mismas cosas que allí…

Oye, preguntó el confuso caballero, ¿qué estamos haciendo? ¿Nómada? ¿Cuál es nuestro siguiente paso?

Vio una luz a su izquierda. Un poco alejada, en el borde de la ciudad. Atraído por ella, como un agotado viajero por un acogedor fuego de campamento, echó a andar. Había… una persona allí de pie, ¿verdad? Sosteniendo algo que brillaba entre sus dedos, una esfera. De uniforme, dando la espalda a Nómada, mirando hacia fuera en la oscuridad.

Tormentas. No podía ser. No podía.

Sin hacer caso a la segunda petición de explicaciones de Auxiliar, Nómada avanzó. Turbado por lo que podría encontrar. Preocupado de estar volviéndose loco. Pero aun así, desesperado por saberlo. ¿Podría…?

—¿Kal? —preguntó, lanzando su voz a la tormenta.

La figura se volvió, dejando a la vista un rostro aguileño y una sonrisa que pedía a gritos un buen puñetazo.

—Oh, Condenación —dijo Nómada con un suspiro—. ¿Sagaz? ¿Se puede saber qué diablos haces tú aquí?

 

CAPÍTULO 10

—¿Qué pasa? —dijo Sagaz quitándose el polvo del uniforme azul, en el que no se veía ni una gota de lluvia—. ¿Un maestro no puede acercarse de vez en cuando a ver qué tal le va a su alumno favorito?

Nómada estaba seguro de que en realidad Sagaz no estaba allí. Aquello era una ilusión, pero ¿por qué en ese momento? ¿Cómo había…?

—¿Auxiliar? —dijo Nómada con brusquedad—. ¿Has reforzado mi Conexión a Sagaz cuando estabas jugueteando con mi alma?

Como estoy muerto, replicó el caballero con un bufido, no tiene por qué importarme si estás enfadado conmigo o no.

Tormentas, eso era lo que había pasado. Auxiliar había extendido su consciencia a lo lejos y permitido que Sagaz se Conectara a Nómada de nuevo.

—Vaya —dijo Sagaz mirándolo de arriba abajo—, llevas un atuendo… curioso.

—Es lo que pasa —repuso Nómada— cuando una moto deslizadora te arrastra a toda velocidad por el suelo durante media hora.

—Muy a la moda —comentó Sagaz.

—No tengo tiempo para ti, Sagaz —dijo Nómada—. La Brigada Nocturna está ahí fuera. Persiguiéndome. Por lo que me hiciste.

—Es posible que salvaras el Cosmere.

—No salvé el Cosmere en absoluto —espetó Nómada, que acababa de encontrar una piedrecita en el bolsillo ya limpia de fango y la arrojó a través de la cabeza de Sagaz. La imagen titiló y luego se restauró—. Puede que te salvara a ti, como mucho.

—Viene a ser lo mismo.

—Qué va, para nada —dijo Nómada. Se acercó más a la proyección de Sagaz—. Si me atrapan, podrán relacionar la Esquirla del Amanecer contigo. Y entonces te perseguirán a ti.

Sagaz no respondió. Entrelazó las manos a su espalda y se irguió, un truco que había enseñado a Nómada hacía años para convencer al público de que estabas pensando en algo muy importante.

—Las has pasado muy canutas últimamente —dijo Sagaz—, ¿verdad, aprendiz?

—No soy tu aprendiz —replicó Nómada—. Y no finjas ahora que te importo. No hiciste nada cuando mis amigos y yo moríamos a flechazos, hace tantos años. Aquello fue una verdadera Condenación, y tú entretanto te dedicabas a tocar la flauta. ¡Así que no te atrevas a sugerir que te preocupas por mí! Para ti solo soy otra herramienta.

—Nunca llegué a disculparme por… los acontecimientos de Alezkar.

—Bueno, claro, tampoco es que tuvieras ocasión —dijo Nómada—. Después de hablar cada dos por tres con mi oficial al mando y pedirle que me diera mensajes. Después de vivir en la misma ciudad durante dos años y no pasarte ni a saludar. Me dejaste allí pudriéndome. Y eso te reconcomía, ¿verdad? No porque yo te importe, sino porque alguien sabía lo que eres en realidad, y ese alguien tuvo la osadía de no morir para facilitarte la vida.

Sagaz bajó la mirada al oír esas palabras. Caray. No solía ocurrir que las cuchilladas le dolieran. Hacía falta confianza mutua. Y verdad. Dos cosas que Sagaz era todo un experto en evitar.

—Érase una vez un chico —empezó a decir Sagaz— que miraba las estrellas y se preguntaba si…

Nómada dio media vuelta y echó a andar. Había oído demasiadas historias de ese hombre para que le apeteciera escuchar otra.

—Yo era ese chico —dijo Sagaz a su espalda—. De joven. En Yolen. Antes de que todo esto empezara, antes de que Dios muriera y los mundos empezasen a terminar. Ese chico… ese chico era yo.

Nómada se detuvo y miró hacia atrás sobre el hombro. El aguacero se había reducido a llovizna, pero las gotitas aún distorsionaban la figura de Sagaz. Resplandecía un poco, visible incluso a oscuras, y su sustancia se ondulaba con la interferencia de la lluvia. Como si fuera un reflejo en un charco.

No solía hablar de su pasado. De… aquellos tiempos tan remotos. Afirmaba, y a menudo, no recordar gran cosa de su infancia, de su época en una tierra de dragones y árboles blancos como el hueso.

—¿Estás mintiendo? —le preguntó Nómada desde lejos—. ¿Esto es una invención? ¿El anzuelo perfecto para pescarme?

—Nada de mentiras, ahora mismo no —dijo Sagaz, alzando la mirada al cielo—. Recuerdo… sentarme en un tejado. Mirar hacia arriba y preguntarme qué eran las estrellas. Y si en esos puntitos de luz viviría gente.

»Daba por hecho que nunca lo sabría. Los filósofos del pueblo se habían quedado roncos de tanto discutir el asunto, como acostumbraban a hacer. Hablaban hasta que se les cascaba la voz y luego confiaban en que alguien los invitara a un trago para que las palabras siguieran fluyendo. —Sonrió a Nómada, con los ojos brillantes—. Pero mira, aquí estoy. Eones más tarde. Recorriendo las estrellas, aprendiéndolas todas. Con el tiempo obtuve mis respuestas. Y, sin embargo… supongo que, llegados a este punto, tú ya has visto más del Cosmere incluso que yo.

—¿Así que es una bendición? —preguntó Nómada señalándose a sí mismo—. ¿Este tormento que me has dado es una bendición?

—Todos los tormentos lo son —dijo Sagaz—. Hasta el mío.

—Maravilloso. Muy reconfortante. Gracias por la charla, Sagaz.

Nómada siguió andando. Sagaz apareció más adelante en el borde, ante él, y se volvió para verlo pasar.

—Siempre quisiste respuestas —dijo Sagaz—. Por eso te acogí. Pensabas que podrías encontrarlas, sonsacarlas, apuntarlas y catalogar el mundo. Estabas seguro de que las encontrarías todas, si te esforzabas lo suficiente.

—Sí, era un imbécil, muy bien. Te agradezco el recordatorio.

Sagaz, por supuesto, apareció de nuevo por delante de él, aunque su forma empezaba a difuminarse, cada vez más transparente. La pequeña descarga de Conexión que Auxiliar había utilizado para propiciar aquel encuentro estaba agotándose, por suerte.

—Es un buen instinto buscar respuestas —dijo Sagaz—. Anhelarlas.

—No existen —respondió Nómada con un suspiro, deteniéndose para mirar a Sagaz—. Hay demasiadas preguntas. Buscar cualquier tipo de explicación es de locos.

—Tienes razón en lo primero. Es curioso pensar que descubrí el secreto de las mismísimas estrellas. Pero entonces encontré centenares de otras preguntas que eran incluso más perniciosas. Preguntas que, en efecto, no tienen respuesta. O no una buena, al menos. —Sagaz miró a Nómada a los ojos—. Pero comprender eso me cambió, aprendiz. Lo crucial no son…

—Lo crucial no son las respuestas, sino las mismas preguntas —lo interrumpió Nómada—. Que sí, que sí, bla bla bla. Ya lo había oído. ¿Tú sabes cuántas veces lo habré oído?

—¿Y lo entiendes?

—Creía que sí —contestó Nómada—. Pero entonces mis juramentos terminaron y caí en la cuenta de que en realidad los destinos son importantes, Sagaz. Lo son. Digamos lo que digamos.

—Nadie sugirió jamás que carecieran de importancia —dijo Sagaz—. Y no creo que lo entiendas de verdad. Porque si lo entendieras, te darías cuenta de que a veces hacer la pregunta es suficiente. Porque debe ser suficiente. Porque en ocasiones, es lo único que hay.

Nómada le sostuvo la mirada. Irritado, por motivos que no sabía explicar. Exasperado, aunque por supuesto esa parte era normal si estaba involucrado Sagaz.

—No volveré a ser la persona que era —dijo Nómada—. No quiero volver a serlo. No es que esté huyendo de él. Es que no me importa.

—Lo sé —casi susurró Sagaz. Entonces se inclinó hacia él—. Me equivoqué. Hice lo mejor que pude con la situación que tenía, esperando que así se evitara la calamidad. Te arruiné la vida, y me equivoqué. Lo siento.

Qué… raro se hacía oírlo siendo tan directo, tan franco. Honesto. Honesto del todo. A la tormenta con él, ¿cómo lograba seguir sorprendiendo a Nómada, incluso después de tanto tiempo?

Nómada se volvió para marcharse, pero entonces se quedó quieto, esperando la última palabra. Sagaz siempre, siempre tenía alguna cosa que añadir. Pero esa vez, sin embargo, se limitó a dedicar a Nómada una sonrisa tenue y melancólica antes de terminar de desvanecerse. Quizá supiera que no había ninguna otra cosa útil que pudiera decir, de modo que había guardado silencio. En ese caso, era con toda probabilidad la primera vez que ocurría en la vida de Sagaz.

Nómada suspiró. Esperaba alguna pulla por parte de Auxiliar, pero el spren también guardó silencio. Lo hacía casi siempre en presencia de Sagaz, porque sabía que Nómada solía sentirse atacado a dos bandas en situaciones como esa.

—Condenación —dijo Nómada—, tenemos que salir de este planeta. Y sé cómo podemos hacerlo.

¿Cómo?, preguntó el caballero, planteándose si a Nómada se le habría escapado por completo el sentido de una conversación importante.

—La gente que dirige este lugar ha encontrado un disco de acceso que me resulta pero que muy familiar. Con escritura scadriana. Y te aseguro que, si en este planeta hay una fuente de energía lo bastante potente como para sacarme de aquí, estará con ellos.

Ah…, dijo Auxiliar. Y entonces, ¿qué hacemos?

Nómada volvió con paso firme al edificio del que había salido, distinguiéndolo sin problemas porque se había olvidado de cerrar bien la puerta. Entró a zancadas, goteando, con el fusil bajo el brazo. Irrumpió en la sala donde la gente seguía reunida y su llegada hizo que retrocedieran llenos de sorpresa y preocupación. Ni uno solo de ellos echó mano a un arma.

Sí, esa gente estaba condenada. Pero tal pudieran llevar a Nómada donde necesitaba ir antes de su caída. Cogió de la mesa el disco de acceso, lo sostuvo en alto y habló en el idioma de los demás, a la perfección, sin el menor acento.

—Sé lo que es esto —dijo—. Es la llave de una gran puerta metálica, que imagino que estará enterrada en alguna parte, ¿verdad? Y tendrá una escritura similar. —Tiró a la mesa la llave, que rebotó y cayó por la otra cara, repiqueteando contra la madera—. Puedo llevaros dentro.

 

Explicación e influencias

(Nota del traductor: El siguiente texto de Brandon revela algunos acontecimientos futuros de la novela. Si no queréis saber nada sobre ella más allá de estos diez capítulos, no leáis el sexto párrafo. Y si tenéis una política muy estricta con los spoilers, casi que saltaos también el quinto).

 

 

Y aquí estamos con la cuarta novela secreta, El Hombre Iluminado. ¿Qué decir sobre ella? Bueno, al terminar las tres novelas secretas anteriores, quedaba una que me moría de ganas de escribir. Como ya he dicho en otras ocasiones, los demás proyectos secretos fueron regalos para mi esposa. El primero y el tercero, en particular, estaban dirigidos a ella en concreto como público, mientras que el segundo sucedió porque necesitaba algo distinto en ese momento, pero también se lo regalé a ella. En cambio, esta cuarta novela es algo que llevaba años queriendo hacer. Y para explicarlo, dejad que os cuente una pequeña historia.

La primera vez que escribí un texto del Cosmere siendo consciente de que era un texto del Cosmere fue cuando tenía veintipocos años. Antes ya había creado una historia con elementos que luego pasarían a formar parte del Cosmere. Dalinar aparecía en ella, por ejemplo. Pero lo primero que escribí que podría llamarse «consciente del Cosmere» fue un relato sobre Sagaz, entonces llamado Topacio, que se despertaba en un planeta nuevo dentro de un universo conectado, aunque aún no había establecido el nombre de «Cosmere». Su objetivo era descubrir cómo funcionaba la magia en ese planeta y ver si podía reclutar a sus habitantes para una facción implicada en una guerra intergaláctica que parecía inminente. El protagonista intentaba reunir a gente para cierta tarea que quería llevar a cabo. La idea era escribir una secuencia de relatos en cada uno de los cuales Topacio despertaría en un planeta distinto y trataría de reclutar a personas de allí, averiguando en el proceso cómo funcionaba la magia en su mundo.

Esa fue la primera semilla del Cosmere tal y como es, aunque ya no tengo ese relato. De hecho, solo llegué a escribir un capítulo. Era demasiado ambicioso para que pudiera hacerlo funcionar en ese punto de mi carrera. Pero, en el fondo de mi mente, no dejaba de pensar: «Quiero hacer una secuencia de historias como esa».

A medida que el Cosmere se desarrollaba por medio de Elantris y El aliento de los dioses y Nacidos de la bruma y El camino de los reyes, decidí que Sagaz no era la persona adecuada para protagonizar esa historia. Lo cual no significa que algún día no vaya a hacerlo, pero prefiero que los viajes de Sagaz sean como los habéis visto plasmados en la primera novela secreta y en la tercera, con él narrando los hechos después de que sucedan. Es un enfoque muy distinto al tipo de historia que había visualizado al principio, más brutal y crudo, centrado en descubrir el sistema de magia durante una carrera contra el tiempo.

Comprendí que la mejor manera de ejecutar esa primera historia sería por medio de los aprendices de Hoid. Son tres, de los cuales Sigzil es a quien mejor conocéis. Y comprendí que quería escribir esta historia. Esto empecé a planteármelo hace mucho tiempo: ha pasado más de una década desde que empecé a trabajar en cuál sería la historia de los aprendices de Sagaz y sus exploraciones del Cosmere. Me gustaba la idea de que estuvieran en unas etapas de su vida distintas a la de Sagaz. Y tenía muchas ganas de contar la historia de Sigzil algún día. Empezó a encajar en el Cosmere de un modo muy concreto.

Para quienes os lo estéis preguntando, esta novela transcurre moderadamente lejos en el futuro del Cosmere. No va a destriparos Archivo 5, ya que está pensada para leerla antes que ese libro. Pero en Archivo 5 descubriréis qué fue lo que provocó que sucediera todo esto. Si este libro destripa algo, no será durante mucho tiempo en el futuro del Archivo de las Tormentas. El punto de inflexión tendrá lugar bastante pronto. Esta es la historia de Sigzil, aquí llamado Nómada. Saldrá de este libro con otro nombre distinto. Y tiene un papel que desempeñar en el futuro del Cosmere.

Mientras terminaba la tercera novela secreta, caí en la cuenta de que tendría que ponerme a trabajar pronto en el nuevo libro del Archivo de las Tormentas, y entonces no me quedaría más remedio que dejar a un lado las novelas secretas. Así que me senté y decidí que iba a esforzarme de verdad en escribir este último, porque quería terminarlo durante ese hueco entre proyectos en los que sabía que debía ponerme a trabajar por contrato. Porque, si no lo hacía, temía no poder ponerme jamás con esta novela. Ya sabéis que llevo muchos años hablando de historias como The Silence Divine y nunca encuentro tiempo para escribirlas. Así que, como estaba emocionado por esta historia y quería escribirla, concluí que o me sentaba y lo hacía ya o seguramente pasarían años antes de que se me presentara otra oportunidad. De modo que le eché un poco de esfuerzo adicional.

Este es el único proyecto secreto que, en realidad, no hice más o menos en mi tiempo libre. El único para el que me senté y dije: «Voy a dedicarme a esto y terminarlo». Y, en consecuencia, fue el más difícil de escribir. Pero no solo sentía que necesitaba hacerlo, sino también que debería formar parte del Kickstarter secreto que ya estaba planeando, porque quería daros un libro que os resultara muy familiar. Es evidente que… Bueno, quizá no sea evidente, pero espero estar haciendo cosas en esta novela que os resulten atractivas y diferentes, porque está escrita con un punto de vista algo distinto. Es un tipo de narrativa diferente. El objetivo que me marqué era escribir acción bastante rápida, con cosas sucediendo sin descanso en una huida del mismísimo sol.

Pero, a la vez, quería una narrativa que recordara a mis libros anteriores, porque los otros tres proyectos secretos difieren bastante de mi voz y mi estilo habituales. Y tenía la sensación de que, después de que soportarais durante tres libros que hiciera cosas algo estrambóticas, os merecíais algo más conocido. Así que quise incluir este libro en las novelas secretas.

Debería hablar un poco de la inspiración para el mundo donde transcurre; quizá me hayáis oído extenderme más sobre el tema en el podcast que hago con Dan Wells. El caso es que se me ocurrió la idea de un planeta que era una bola rodando sobre otro planeta. Una cosa rarísima. No funcionaría ni de milagro. Pero fue una idea que tuve hace años y, aunque descarté esa parte de ella, seguí teniendo más o menos presente el concepto de un lugar donde tienes que moverte sin parar o atenerte a las consecuencias. Y me gustaba que hubiera una luz solar poderosa. Pero aún le faltaba un poco de trabajo para que la física funcionase de verdad. Me daba la sensación de que los patrones climáticos de ese planeta serían incompatibles con la vida. No la propiciarían en absoluto, a menos que hiciera algunas artimañas utilizando ciertos aspectos del Cosmere con los que puedo trastear.

En todo caso, esta era la historia que de verdad quería contar, y la construcción del mundo fue de lo más emocionante. Refuerza la idea de que Sigzil no puede dejar de moverse. Y me apetecía jugar un poco más con los trenoditas. Había un montón de cosas muy divertidas que pensé que harían esta historia interesante y emocionante de escribir y leer.

De modo que aquí lo tenéis. Esto es El Hombre Iluminado, la cuarta y última novela secreta. Muchas gracias por quedaros hasta el final con este adelanto, que creo que es el más largo que he leído hasta la fecha, pero es que tenía muchísimas ganas de llevaros hasta esa escena con Sagaz.

 

Brandon

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

ESTA WEB UTILIZA COOKIES PARA OFRECERTE LA MEJOR EXPERIENCIA