Avance – El Archivo de las Tormentas 4 – Rhythm of War: Capítulo 1

Hoy os traemos traducido el avance del primer capítulo de lo que nos espera en la cuarta novela de una de nuestras sagas favoritas, El Archivo de las Tormentas.

Este avance lo ha compartido Brandon en su newsletter de noviembre de 2019.

Por si acaso, os dejamos también el enlace al borrador del prólogo. Tened en cuenta de que en ambos casos se trata de un texto en borrador, por lo que puede que lo que leamos en la versión del libro difiera un poco.

Supongo que no hace falta decirlo, ya que se trata de un texto relacionado con el libro cuarto, pero por si acaso… ¡Contiene spoilers!

EDIT 27/01/2020: Nova nos ha hecho llegar en exclusiva la traducción oficial realizada por Manu Viciano de este capítulo, si queréis leer esta versión más actualizada, podéis encontrarla aquí.

Stormblessed by Moses Maiello

 

THE BRANDON SANDERSON NEWSLETTER: NOVIEMBRE DE 2019

ENVIADO ORIGINALMENTE EL MARTES 26 DE NOVIEMBRE DE 2019

 

Apertura de El Archivo de las Tormentas 4

Leí la mitad de este capítulo en alguna convención, creo, pero la versión íntegra todavía no se había visto. Probablemente es lo que se convertirá en el primer capítulo de El Archivo de las Tormentas 4, que (con suerte) saldrá en las navidades del próximo año.

Os tengo que advertir de que se trata de un borrador preliminar, no contendrá tan solo errores como por ejemplo de lenguaje, sino también algún problema de continuidad. También contiene un montón de spoilers de los libros anteriores. Y tras haber aclarado esas advertencias, aquí está el primer capítulo del próximo libro de El Archivo de las Tormentas.

Capítulo uno del Archivo de las Tormentas Cuatro

 

Primero, necesitas que se acerque un spren.

Para ello, el tipo de gema es importante, ya que algunos sprens sienten curiosidad natural por cierto tipo de gemas. Y más importante aún, es esencial ofrecer al spren algo que conoce y ama. Los sprens deben sentirse en calma. Por ejemplo, un buen fuego para un llamaspren, es vital.

—Lectura de Mecánica para fabriales, según la presentación de Navani Kholin a la Coalición de Monarcas, Urithiru.

 

Lirin estaba impresionado ante la tranquilidad que sentía mientras revisaba las encías del niño buscando signos del escorbuto. Sus años de entrenamiento como cirujano le habían proporcionado un buen servicio hoy. Los ejercicios de respiración, con la finalidad mantener sus manos firmes, funcionaban tan bien con los fugitivos del puerto como con la cirugía.

—Ten —dijo a la madre del niño mientras sacaba un pequeño trozo de caparazón grabado—. Enséñale esto a la mujer en el pabellón del comedor. Ella te dará un poco de zumo para tu hijo. Asegúrate de que se lo bebe todo, cada mañana.

—Gracias mucha —dijo la mujer con un marcado acento herdaziano. Atrajo a su hijo bien cerca, y miró a Lirin con ojos llenos de preocupación—. Si… niño… encuentra…

—Me aseguraré de que te informen si tenemos noticias de tus otros hijos —prometió Lirin—. Lamento mucho tu pérdida.

Ella asintió, limpió las lágrimas de sus mejillas, y se llevó al niño de vuelta hacia la ciudad. La niebla matutina oscurecía Piedralar, por lo que vista desde fuera parecía un grupo de oscuros bultos. Como tumores. Lirin apenas podía distinguir los toldos extendidos entre edificios, que proveían un escaso refugio para los muchos refugiados que huían de Herdaz. Calles enteras se encontraban bloqueadas, y los fantasmales sonidos de platos entrechocando y personas hablando se alzaban entre la niebla.

Aquella chozas jamás podrían resistir una tormenta, por supuesto, pero podían ser recogidas y almacenadas rápidamente. Sin ellas no había suficiente refugio. Miró hacia la fila de quienes esperaban ser admitidos hoy. Tormentas. ¿A cuántos más podía guarecer la ciudad? Los pueblos cercanos a la frontera debían estar saturados, si tantos se habían encaminado a Piedralar.

Había pasado prácticamente un año desde la llegada de la Tormenta Eterna y la caída de Alezkar. Un año durante el cual la nación de Herdaz, el pequeño primo de Alezkar al noroeste, había dejado de luchar. Dos meses atrás, el enemigo había decidido aplastar Herdaz finalmente, y fue entonces cuando los refugiados empezaron a aparecer. Como era habitual, los soldados lucharon mientras las personas corrientes, cuyos campos habían sido arrasados, morían de hambre y ser veían forzadas a abandonar sus hogares, en un intento por escapar del conflicto.

Piedralar hizo lo que pudo. Aric y los demás, antaño guardias en la mansión de Roshone y que ahora tenían prohibido el uso de armas, organizaban la fila previniendo que nadie se colara en la ciudad sin haber sido revisado por Lirin. Había persuadido a la brillante Abijan de que era imprescindible que viera a cada refugiado para determinar si podían traer enfermedades peligrosas a la ciudad. Aún más, quería detectar a quienes pudieran necesitar tratamiento.

La mujer que acababa de visitar llevaba a su hijo hacia el puesto de guardia a las afueras de la ciudad. Allí, un grupo de parshmenios armados echaron su capucha hacia atrás y compararon sus facciones con los dibujos que habían sido enviados a los fusionados. Hessica, la mujer de Lirin (N.T.: Hessica en el original, quizás fallo al escribir el nombre, ya que la esposa que conocemos es Hesina), permanecía cerca para leer las descripciones cuando era necesario. Era una de las pocas mujeres en la ciudad que podía leer, aunque la brillante Abijan y varias de las demás mujeres parshendi estaban avanzando rápidamente en sus lecciones.

Parshmenios llevando espadas. Aprendiendo a leer. Incluso un año después de la revuelta, se le hacía raro a Lirin. Pero en el fondo, ¿qué le importaba? En muchos aspectos, poco había cambiado, más allá de la llegada de la Tormenta Eterna y el alzamiento de los parshmenios. La piel era distinta, pero los mismos antiguos conflictos les consumían con la misma facilidad que habían consumido a los brillantes señores alezi. Aquellos que probaban el poder querían más, y lo buscaban por medio de la espada. La gente normal sangraba, y Lirin tenía que intentar recomponerlos.

Se giró hacia la línea de refugiados que le esperaba. Todavía le quedaba un buen centenar a quienes ofrecer asesoramiento médico hoy. Escondido entre ellos había uno en particular, un refugiado concreto. En cierto modo, aquel hombre era el causante de todo ese sufrimiento.

Pero no se trataba de la siguiente persona de la fila. Ese era un andrajoso hombre que había perdido un brazo durante la batalla. La herida tendría ahora varios meses, y no había nada que Lirin pudiera hacer con la enorme cicatriz.

Lirin levantó su dedo y lo movió hacia delante y hacia atrás ante la cara del hombre, observando cómo sus ojos lo seguían. Shock, pensó Lirin.

—¿Has sufrido heridas recientes de las que no me hayas hablado?

—Heridas no…—susurró el hombre—. Pero las brigadas… se llevaron a mi mujer, buen cirujano. Se la llevaron… me dejaron atado a un árbol. Se limitaron a marcharse, riendo…

Demonios. La conmoción mental no es algo que él pudiera extirpar con un escalpelo.

—Una vez accedas a la ciudad —dijo Lirin—, busca la tienda catorce. Dile a las mujeres que yo te envío.

El hombre asintió letárgicamente, aunque su mirada estaba vacía. ¿Acaso había llegado a escuchar sus palabras? Memorizando la descripción del hombre (pelo canoso con un mechón más largo en la nuca, tres grandes lunares en la parte superior de la mejilla izquierda, y por supuesto, un solo brazo), Lirin tomó nota de visitar la tienda catorce al anochecer. Tenía asistentes allí que vigilaban a los refugiados que podrían tener tendencias suicidas. Era, con tantas personas como tenía para cuidar, lo más que podía hacer.

—Ya estás listo —dijo Lirin, acompañando al hombre amablemente con un gesto hacia la ciudad—. Tienda catorce. No te olvides. Lamento tu pérdida.

—Dices eso muy fácilmente, cirujano —dijo una voz tras Lirin.

Lirin se paró y se giró sorprendido, e inmediatamente hizo una reverencia respetuosa. Abijan, la nueva encargada de la ciudad, era una parshmenia con dura piel blanca y finas espirales rojas en sus mejillas.

—Brillante —dijo Lirin—. ¿Por qué decís eso?

—Le has dicho a ese hombre —respondió Abijan— que lamentabas su pérdida. Lo has dicho con demasiada facilidad a cada uno de ellos, pero tienes la compasión de una roca. ¿Lo sientes, cirujano, por estas personas?

—Lo siento, brillante. Pero debo tener cuidado no verme abrumado por su dolor. Es una de las primeras reglas al convertirse en cirujano.

—Curioso —la parshmenia levantó su mano segura, que llevaba envuelta en la manga de su havah—. ¿Recuerdas haber arreglado mi brazo cuando era una niña?

—Lo recuerdo.

—Qué recuerdo tan curioso. Ahora se me antoja un sueño. Recuerdo el dolor. La confusión. Una figura severa, ocasionándome más dolor, aunque ahora sé que tan solo intentabas curarme. Tantos problemas que afrontar por una niña esclava.

—Nunca me ha importado a quién curo, brillante. Esclavo o rey.

—Estoy segura de que el hecho de que Wistiow pagara una buena cantidad por mí no tuvo nada que ver.

Ella entrecerró sus ojos mientras miraba a Lirin. Para cuando volvió a hablar, había cierto ritmo en su voz… como si estuviera pronunciando esas palabras a modo de canción.

—¿Lo sentiste por mí, la pobre, confusa niña esclava cuya mente le había sido robada? ¿Lloraste por nosotros, cirujano, y por la vida que llevábamos?

—Un cirujano no debe llorar —respondió Lirin en voz baja—. Un cirujano no puede permitirse llorar.

—Como una piedra —habló ella nuevamente, sacudiendo la cabeza—. ¿Has visto algún plagaspren entre estos refugiados? Si esos spren entran en la ciudad, podrían matar a todo el mundo.

—Las enfermedades no son causadas por los spren —dijo Lirin—. Se expanden por aguas contaminadas, higiene deficiente, o en ocasiones, por el aliento de aquellos que las portan.

—Supersticiones.

—La sabiduría de los Heraldos —respondió Lirin—. Debemos ser cautelosos.

Fragmentos de antiguos manuscritos (traducciones de traducciones de traducciones) hablaban de enfermedades que habían matado a miles, expandiéndose de forma rápida y persistente. Cosas como esas no se habían registrado en ninguno de los textos modernos que él había estado leyendo, pero había oído rumores de algo extraño al oeste, una nueva plaga, lo llamaban. Había pocos detalles.

Abijan se marchó sin añadir nada más. Sus asistentes, un grupo de elevados hombres y mujeres parshmenios, se unieron a ella. A pesar de que sus vestimentas seguían la moda y el corte alezi, los colores eran más suaves, más apagados, de lo que las mujeres humanas hubieran llevado. Los fusionados habían explicado que los cantores del pasado rehuían los colores brillantes, para que no supusieran una distracción de los patrones de su propia piel.

Él pudo percibir la búsqueda de identidad en la manera en que se comportaban tanto Abijan como los otros parshmenios. Sus acentos, sus vestidos, sus manerismos, todo ello era inconfundiblemente alezi. Pero cada vez que los fusionados hablaban de las vidas de sus ancestros, quedaban cautivados, e intentaban emular a aquellos parshendi desaparecidos hacía tanto siempre que podían. O cantores-eln como se les había empezado a llamar. Antiguos cantores, en su idioma. En contraste con los cantores-niv, el puñado de nuevos parshmenios que habían despertado.

Lirin se volvió hacia el siguiente grupo de refugiados, por una vez, una familia al completo. Aunque debería de alegrarse de ver algo así, no podía dejar de preguntarse en lo difícil que iba a ser alimentar a cinco hijos y los padres que estaban desfallecientes por la malnutrición.

Conforme les mandaba hacia dentro, una figura familiar se aproximaba por la fila en su dirección. Ahora, Laral llevaba un simple vestido de sirviente, con la mano enguantada en vez de una manga, y cargaba un cubo con agua. Aparentemente estaba ofreciendo agua a los refugiados. A pesar de todo, Laral no caminaba como una sirvienta. Había cierta… determinación en la joven mujer que ninguna sumisión forzada podía doblegar. El propio fin del mundo apenas parecía molestarle más que una mala cosecha de antaño.

Se detuvo junto a Lirin, ofreciéndole de beber. Servida en una copa limpia en vez de beber directamente del cubo, como había insistido.

—Está a tres personas de distancia —susurró Laral mientras él bebía.

Lirin hizo un gruñido.

—Más cerca de lo que suponía —puntualizó Laral—. Se supone que es un gran general, líder de la resistencia herdaziana. Parece más bien un mercader ambulante.

—La genialidad tiene muchas formas, Laral —respondió Lirin, acercando la copa para otra bebida, dándoles una excusa para continuar hablando.

—Aún así…

Laral se calló conforme Durnash pasaba, un alto parshmenio con la piel marmolada en tonos rojos y negros, y una espada en la espalda. Una vez se alejó lo suficiente, continuó, hablando en voz baja.

—Estoy verdaderamente sorprendida contigo, Lirin. No has mencionado ni siquiera una sola vez que entreguemos a este general oculto.

—Lo ejecutarían.

—Piensas que es un criminal, ¿no?

—¿Criminal? No estoy seguro. Carga una terrible responsabilidad, eso es seguro, ha perpetuado una guerra contra una fuerza abrumadoramente superior en número. Ha desperdiciado la vida de sus hombres en una batalla perdida.

—Hay quien llamaría a eso heroísmo.

—El heroísmo es un mito idealista del que le hablas a los jóvenes, especialmente cuando quieres que sangren por ti. Mató a uno de mis hijos y me arrebató al otro. Puedes quedarte con tu heroísmo y devolverme las vidas que se perdieron en conflictos estúpidos.

Por lo menos ya casi parecía que había terminado. Ahora que la resistencia de Herdaz había colapsado finalmente, los fusionados se habían hecho con el dominio del país, al igual que hicieron en Alezkar. Con suerte, el flujo de refugiados empezaría a disminuir, y todo volvería a su cauce.

Laral le miró con sus ojos azules. Eran una mujer inteligente. Cómo hubiera deseado que la vida hubiera seguido otro cauce, que el viejo Wistiow hubiera aguantado unos años más. De haber sido así, Lirin habría llamado hija a esta mujer, y sus dos hijos estarían a su lado, con Kaladin entrenado para ser un cirujano, no un asesino.

—No le entregaré —dijo Lirin, apartando los ojos de la interrogativa mirada de Laral —. Deja de mirarme así. Detesto la guerra, pero no condenaré a vuestro héroe.

—¿Y tu hijo vendrá a recogerle pronto?

—Le hemos mandado un aviso. Eso debería bastar. Solo asegúrate de que tu marido tiene su distracción preparada.

Ella asintió y se movió para ofrecer agua a los guardias parshmenios a la entrada de la ciudad. Lirin atendió a los siguientes refugiados rápidamente, y luego se aproximó a un grupo de figuras encapuchadas.

Se tranquilizó con el ejercicio de respiración rápida que su maestro le había enseñado en la sala de cirugía hacía tantos años. Aunque su interior estaba revuelto como una tormenta, sus manos no temblaron conforme hizo un gesto con la mano al primero de los hombres.

—Tendré que realizar una inspección —dijo Lirin en voz baja—, para que no resulte sospechoso cuando os saque de la fila.

—Empieza conmigo —dijo el hombre más bajito conforme daba un paso al frente. Los otros tres cambiaron sus posiciones, colocándose cuidadosamente a su alrededor.

—Que no parezca que le estáis protegiendo, necios —siseó Lirin —. Muy bien, sentaos en el suelo. Tal vez así parezcáis menos una banda de maleantes.

Hicieron lo que les pedía, y Lirin sacó su esterilla, colocándose cerca del más bajito de ellos. Llevaba un fino bigote sobre el labio superior, plateado con canas, y tal vez rondaba los cincuenta. Su piel, apergaminada por el sol, era más oscura que la de muchos herdazianos, casi podría haber pasado por un azishiano. Sus ojos eran de un frío verde suave.

—¿Eres él? —dijo Lirin en un susurro mientras acercaba su oído al pecho del hombre para comprobar su pulso.

—Lo soy —respondió el hombre.

Dieno enne Calah. Dieno «El Visón» en herdaziano antiguo. Hessica explicó que enne era un término honorífico muy concreto, que albergaba una «grandeza» implícita en la palabra.

Alguien habría esperado, como Laral aparentemente había hecho, que el Visón fuera un brutal guerrero salido de la misma forja que hombres como Dalinar Kholin o Meridas Amaram. Pero Lirin sabía que los asesinos pueden tomar cualquier aspecto. Puede que el Visón fuera bajito, y que le faltara un diente, pero había poder en su complexión esbelta, y Lirin ahora distinguía no pocas cicatrices mientras le inspeccionaba. Las que rodeaban sus muñecas, de hecho… esas eran el tipo de cicatrices que ocasionaban los grilletes en la piel de los esclavos, si se llevaban demasiado tiempo.

—Gracias —dijo Dieno mientras Lirin continuaba su inspección— por ofrecernos asilo.

—No fue mi elección —respondió Lirin.

—Aún así, aseguras que la resistencia escape para seguir con vida. Los Heraldos te bendigan, cirujano.

Lirin sacó una venda, y empezó a cubrir una herida en el brazo del hombre que no se había cuidado de la forma adecuada.

—Los heraldos nos bendigan con un final rápido a este conflicto.

—Sí, con los invasores enviados directamente a la Condenación de donde han salido.

Lirin prosiguió con su tarea.

—¿No estás de acuerdo, cirujano?

—Vuestra resistencia ha fracasado, general —dijo Lirin, apretando el vendaje—. Vuestro reino ha caído, como el mío propio. Prolongar el conflicto tan solo dejará más hombres muertos.

—No pretenderás simplemente acatar a esos monstruos.

—Obedezco a la persona que sostiene la espada sobre mi cuello, general. Tal y como he hecho siempre.

Terminó de examinarle, y luego dirigió una rápida mirada a los cuatro acompañantes del general. Ahora mujeres. ¿Cómo leería el general los mensajes que le dirigían?

Lirin fingió haber descubierto una herida en la pierna del hombre, y con algo de entrenamiento, este cojeó sobre la pierna de forma creíble, dejando escapar un aullido de dolor.

—Eso requerirá cirugía —dijo Lirin en voz alta—. O perderás la pierna. No, nada de quejas. Vamos a ponernos con ello ahora mismo.

Lirin hizo que Aric, uno de los antiguos guardias de la ciudad, agarrara una litera. Colocar a los restantes cuatro soldados (general incluido), como porteadores de la litera dio a Lirin una excusa para apartarlos de la fila.

Ahora tan solo necesitaban una distracción. Llegó bajo la forma de Toralin Roshone. El antiguo consistor salió de la ciudad a trompicones. A esta distancia y a través de la niebla, era tan solo una oscura figura que se tambaleaba con paso inseguro.

Lirin saludó con la mano al Visón y sus soldados, guiándolos lentamente hacia el puesto de inspección.

—No vais armados, ¿verdad? —siseó por lo bajo.

—Dejamos las armas notorias detrás —respondió el Visón—, pero será mi cara, no nuestras armas, la que nos delate.

—Nos hemos preparado para ello —. Recemos al Todopoderoso para que funcione.

Conforme Lirin se acercaba, pudo distinguir mejor a Roshone entre la niebla. Ahora, la piel del antiguo consistor colgaba de sus carrillos, reflejando el peso que había perdido tras la muerte de su hijo seis años atrás. Le habían ordenado afeitarse la barba, quizás porque se sentía orgulloso de ella, y ya no vestía su orgullosa takama de guerrero. Todo aquello había sido reemplazado por perneras acolchadas y el atuendo de un rascador de crem.

Cargaba un taburete bajo el brazo y murmuraba para sí mismo entre murmullos. A pesar del tiempo que había pasado a lo largo de su vida tratando con borrachos que habían sufrido una caída o una pelea, Lirin se sentía incapaz de distinguir honestamente si Roshone se había emborrachado para la ocasión, o si tan solo estaba fingiendo. En cualquier caso, llamaba la atención. Los parshmenios que estaban al cargo de las inspecciones se dieron un codazo el uno al otro, y uno de ellos tarareó con un ritmo alegre, algo que solían hacer cuando alguna cosa les resultaba divertida.

Roshone escogió un edificio cercano y se sentó en su taburete. Después, para delicia de los parshendi que le observaban, intentó levantarse sobre él, pero dio un traspies y estuvo a punto de caerse.

Los guardias disfrutaron mirándole. Muchos de los parshendi que habitaban Piedralar en la actualidad no habían sido propiedad de Roshone. Abijan y otros tres eran la excepción en este sentido. Pero todos y cada uno de esos cantores-niv habían sido propiedad de un ojos claros u otro. Contemplar al antiguo consistor de la ciudad reducido a un simple borracho que pasaba sus días realizando las más denigrantes tareas de la ciudad para ellos era más cautivador que la representación de cualquier cuentacuentos.

Lirin se aproximó con las personas que tenía al cargo.

—Este necesita cirugía urgente —dijo señalando al hombre en la litera—. Si no la llevamos a cabo ahora, podría perder el pie.

De los tres parshmenios asignados como inspectores, tan solo Dor se molestó en cotejar la cara del «herido» con los dibujos.

El Visón estaba al principio de la lista de refugiados peligrosos, pero Dor no dirigió ni una mirada a los porteadores de la litera. Se limitó a alzar los dibujos y revisar algunos de ellos, comparándolos con el hombre que estaba tendido. Lirin se había dado cuenta de esa peculiaridad hacía unos días: cuando empleó a refugiados de la cola como trabajadores, los inspectores se fijaban únicamente en la persona sobre la litera.

Esperaba que, con Roshone ofreciendo entretenimiento, los parshmenios se relajaran aún más. Con todo, Lirin podía sentir su sudor mientras Dor dudaba ante una de las imágenes. Le había dicho al Visón que llevara únicamente guardias de perfil bajo, que no estuvieran en las listas. Acaso podría ser…

Los otros dos parshmenios se rieron de Roshone que estaba intentando, a pesar de su embriaguez, llegar al tejado del edificio para rascar el crem que se había acumulado allí. Dor se giró y se unió a ellos, haciendo una señal distraída a Lirin para que siguiera adelante.

Lirin compartió una breve mirada con su esposa, que esperaba cerca. Era buena cosa que ninguno de los parshmenios la hubieran mirado, porque estaba pálida como un shin. Lirin tampoco tenía mucho mejor aspecto, pero suprimió un suspiro de alivio mientras hacía un gesto al Visón y sus soldados para que siguieran adelante. Podía recluirlos en la sala de cirugía, mantenerlos alejados de la vista de los demás hasta que…

—¡Alto todo el mundo! —dijo una voz femenina a su espalda —. ¡Preparaos para mostrar vuestros respetos!

Lirin sintió una necesidad imperiosa de echar a correr. Estuvo a punto de hacerlo, pero los soldados se limitaron a continuar andando con paso tranquilo. Sí, eso era mucho mejor. Hacer ver que no habías oído nada, o que la orden no se dirigía a ti.

—¡Tú, cirujano! —gritó la voz tras él.

Era Abijan. A su pesar, Lirin se detuvo, mientras las excusas surcaban su mente. ¿Creería que no se había dado cuenta de quién era? Lirin ya surcaba vientos peligrosos con la consistora después de haber insistido en tratar las heridas de Jeber después de que el necio hubiera hecho que le colgaran y azotaran.

Lirin se giró, intentando con todas sus fuerzas controlar los nervios. Abijan aceleró el paso, y aunque los cantores no se sonrojaban, se la veía notoriamente agitada. Cuando habló, sus palabras adoptaron una cadencia urgente.

—Escúchame. Tenemos una visita.

Lirin tardó un momento en procesar las palabras. Ella no estaba exigiendo una explicación, ni ordenando que le prendieran. Esto se trataba de… ¿otra cosa?

—¿Qué sucede, brillante?—preguntó él.

Cerca, el Visón y sus soldados se pararon en el sitio, pero Lirin podía ver el movimiento de sus brazos bajo las capas. Habían dicho que dejaron atrás las armas «notorias». El Todopoderoso los protegiera, si esto se convertía en una carnicería…

—Todo está bien —dijo Abijan hablando rápidamente—. Extiende la palabra. Nadie podrá entrar ni salir de la ciudad hasta que yo de la orden.

—Brillante —dijo Lirin con un gesto hacia el hombre tendido en la litera—. Puede que la herida de este hombre no parezca urgente, pero estoy convencido de que si no le practico una cirugía de inmediato, él…

—Tendrá que esperar.

Ella señaló al Visón y sus hombres.

—Vosotros cinco, esperad. Todo el mundo debe esperar. Muy bien. Esperad y… y tú, cirujano, ven conmigo.

Ella se giró y se marchó con pasos largos, esperando que Lirin la siguiera. Él miró al Visón a los ojos, asintiendo con la cabeza para que le esperara, y se marchó apresuradamente tras la consistora. ¿Qué podría haberla alterado? En los últimos tiempos había estado practicando claramente un aire distinguido, pero ahora mismo lo había abandonado por completo.

Lirin atravesó el campo a las afueras de la ciudad, caminando junto a la hilera de refugiados que todavía esperaban, y pronto obtuvo su respuesta. Una figura gigantesca de más de dos metros de altura emergió de la niebla, acompañada por un pequeño escuadrón de cantores-niv portando armas. La temible criatura poseía un cabello rojo, del color de la sangre seca, y mucho más espeso que cualquier cabello humano, y un caparazón con pinchos a juego. La cara era prácticamente de un negro puro, con líneas marmóreas bajo los ojos.

Uno de los fusionados. En Piedralar. Habían pasado meses desde la última vez que Lirin viera uno, y aquello había sido mientras un pequeño grupo que pasaba se detuvo de camino al frente en Herdaz. Aquel grupo había flotado en el aire entre túnicas vaporosas, portando lanzas más largas que una pica de batalla.

Aquellos habían evocado una belleza etérea, pero esta criatura parecía mucho más maligna, como lo que alguien esperaría que surgiera de la Condenación. La criatura vestía un traje negro ajustado, parecido a una larga pieza de tela que hubiera sido enrollada entre los salientes de su armadura. Un extraño par de escamas caparazón, sobresalía a los lados de su cabeza por encima de las orejas, como alas alzadas. Lirin no podía recordar haber visto jamás un parshmenio o fusionado con ese tipo de protuberancias similares a cuernos.

Los ojos brillaron con un profundo y peligroso rojo. El fusionado habló utilizando un lenguaje rítmico, y una parshmenia más pequeña y corriente en caparazón de batalla, dio un paso al frente para traducir. Según había escuchado Lirin, muchos de los fusionados no hablaban idiomas modernos.

—Tú —dijo la intérprete—, ¿eres el cirujano del que hablan? ¿Has estado inspeccionando hoy a la gente?

—Sí —respondió Lirin.

El fusionado habló, y una vez más, la intérprete tradujo.

—Estamos buscando un espía. Puede que él se encontrara escondido entre las personas que has visto hoy.

Lirin sintió como se le secaba la boca. La cosa que flotaba encima suyo no parecía de este mundo, si no una leyenda. Una pesadilla que debería haber permanecido siendo una leyenda, un demonio del que se habla en torno a un fuego a medianoche. Cuando Lirin intentó hablar, las palabras simplemente no acudieron, y tuvo que toser para aclararse la garganta.

Al grito de una palabra del fusionado, los soldados que estaban con él se acercaron a la hilera de refugiados. Aquellos se echaron hacia atrás, y varios intentaron correr, pero los parshmenios que parecían normales en comparación con el fusionado, poseían cuerpos llenos de energía y gran velocidad. Capturaron a los fugados mientras otros empezaban a inspeccionar la fila, levantando capuchas e inspeccionando rostros.

No mires atrás, al Visón, Lirin. No muestres nerviosismo.

—Nosotros… —dijo Lirin—. Nosotros inspeccionamos a cada persona, comparándola con los dibujos que se nos entregaron. Lo prometo. ¡Hemos sido cuidadosos! No hay necesidad de aterrorizar a esos pobres refugiados.

Curiosamente, la intérprete no tradujo las palabras de Lirin al fusionado. Parecía perfectamente capaz de entender su idioma. Aún así, cuando volvió a hablar, empleó su propio lenguaje.

—Aquel que buscamos no está en esas listas —dijo la intérprete—. Es un espía de la clase más peligrosa. Has visto a cada persona hoy? Buscamos a un hombre joven. Debería estar en forma y ser fuerte, en comparación con esos refugiados, aunque puede que haya fingido debilidad.

—Eso… eso podría describir a mucha gente —dijo Lirin.

¿Podría estar de suerte? ¿Podría tratarse de una coincidencia? No tendría por qué tratarse del Visón en absoluto. Lirin sintió un momento de esperanza, como un rayo de luz abriéndose paso entre nubes de tormenta.

—Te acordarías de este hombre —dijo la intérprete traduciendo conforme el fusionado hablaba—. Alto para ser un humano, con cabello negro ondulado que le llega a la altura del hombro. Afeitado con pulcritud, debería tener una marca de esclavo en la cabeza. Incluyendo el glifo shash.

Marca de esclavo.

Shash. Peligroso.

Oh no…

Cerca, uno de los soldados parshmenios retiró la capucha a uno de los refugiados que iba tapado, revelando un rostro que debería haber resultado íntimamente familiar a Lirin. Y aún así, el duro hombre en que Kaladin se había convertido parecía un boceto ordinario del joven sensible que Lirin recordaba.

Kaladin brilló inmediatamente con un estallido de poder. La muerte había venido hoy a visitar Piedralar, a pesar de todos los esfuerzos de Lirin.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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