AVANCE – Yumi y el pintor de pesadillas: Cap. 7 y notas de Brandon
Parece mentira lo rápido que pasa el tiempo. Cuando se empezó a saber más de los proyectos secretos de Brandon y pudimos leer los primeros avances de cada libro en inglés, recuerdo que Yumi y el pintor de pesadillas fue el que más me llamó la atención por su ambientación y la estética. Julio de 2023 parecía estar eternamente lejos, y cómo son las cosas que este jueves podremos tener la novela en español ya en nuestras manos.
No podemos esperar a que la leáis y compartáis vuestras impresiones de esta maravilla de novela. Y para aligerar un poco la espera, os dejamos con este último avance y unos pensamientos compartidos por Brandon.
DETALLES:
Salida: 20/07/23
Publica: Nova
Páginas: 560
Precio: 26,90€
Formato: tapa dura, ebook
Ahora que ha cerrado Book Depository, una buena alternativa (fiable y que no manda los libros como si fueran sacos de patatas) para ediciones en inglés es Blackwells, que también envían internacional (edición UK Gollancz, edición USA Tor). Os recordamos que quienes vivan en España pueden acceder a la preventa de la edición en español de la librería Gigamesh que viene con una lámina exclusiva de regalo.
avance: yumi y el pintor de pesadillas, cap. 7 y notas
traducción de manu viciano
Capítulo 7
Pintor tomó una calle tras otra, rastreando a la pesadilla mientras la lluvia le caía en la cabeza. La pista era difícil de seguir: las volutas oscuras parecían desvanecerse en la neblina de la lluvia. Tuvo que retroceder dos veces cuando las calles empezaron a estrecharse, serpenteando entre los apiñados asentamientos de las afueras de la ciudad.
Tan dentro de aquel barrio, las líneas de hion en lo alto eran finas como cordeles y apenas daban la luz suficiente. Al final le costaba tanto ver nada que decidió que había perdido el rastro y se volvió para irse a casa, pero entonces pasó junto a un ventanuco por el que no había mirado antes.
Esa vez lo comprobó y dentro estaba la pesadilla, agachada sobre el cabezal de una cama.
La habitación estaba iluminada por una tenue línea de hion aguamarina que recorría el techo, proyectando las sombras de los escasos muebles y del colchón sin marco, ocupado por tres personas: los padres, a quienes la pesadilla no estaba haciendo caso, y un niño que sería una… presa más tierna.
El chiquillo tendría unos cuatro años. Estaba acurrucado de lado, con los párpados muy apretados, abrazando un desgastado cojín que tenía unos ojos cosidos, la aproximación de una familia pobre a un peluche. Atesorado de todos modos, a juzgar por lo usado que estaba.
La pesadilla era lo bastante alta para tener que inclinarse, o habría dado con la cabeza contra el techo. Tenía un cuello sinuoso y sin huesos. Un cuerpo de características lupinas, piernas que se doblaban al revés, rostro con hocico. Amedrentado, Pintor comprendió por qué esa pesadilla había sido tan difícil de rastrear. Apenas se alzaba ningún humo de su cuerpo. Y lo más revelador era que tenía ojos. De color blanco hueso, como dibujados con tiza, pero profundos. Como agujeros perforando el cráneo.
Casi no le goteaba oscuridad de la cara. Esa pesadilla era casi estable del todo. Ya no era informe. Ya no era indecisa.
Ya no era inofensiva.
Aquella cosa debía de ser increíblemente astuta para que nadie la hubiera descubierto en tanto tiempo. Hacía falta alimentarse como unas diez veces para que una pesadilla cuajara a ese nivel. Con solo unas pocas más se haría sólida del todo. Pintor dio un paso atrás, temblando. El ser ya tenía sustancia. Una cosa como aquella podría… podría masacrar a centenares de personas. Unas cosas como aquellas habían destruido ciudades enteras en el pasado, la más reciente una llamada Futinoro, trágicamente arrasada solo treinta años antes.
Pintor no tenía categoría para lidiar con aquella situación. Y lo de la categoría es bastante literal. Había toda una división especializada de pintores dedicados a detener pesadillas estables. Viajaban de un lado a otro, yendo a las ciudades donde se localizaba a una.
El leve sonido de una inhalación brusca se impuso al pánico de Pintor. Se obligó a apartar la mirada de la pesadilla para dirigirla a la cama, donde el niño, tembloroso, había cerrado los ojos incluso con más fuerza.
Estaba despierto.
En su estado actual, la pesadilla podría alimentarse del terror consciente con la misma facilidad que del miedo amorfo de un sueño. Pasó sus garras por la mejilla del niño, dejando una estela de sangre al abrirle la piel. El gesto fue casi tierno. ¿Y por qué no iba a serlo? El niño había dado a esa cosa forma y sustancia, arrancada directamente de sus miedos más profundos.
Es posible que la historia hasta el momento os haya dado una impresión poco halagadora de Pintor. Y sí, buena parte de esa impresión quizá esté justificada. Muchos de sus problemas en la vida eran culpa suya y, en lugar de intentar resolvernos, Pintor alternaba entre el cómodo autoengaño y la inútil autocompasión.
Pero también deberíais saber que en ese preciso instante, antes de que la pesadilla lo viera, podría haberse escabullido en la noche sin ningún problema. Podría haber ido a informar al capataz, que habría mandado llamar a la Guardia del Sueño. Es lo que habría hecho la mayoría de los pintores.
En vez de eso, nuestro pintor echó mano a sus herramientas.
«Demasiado ruido. ¡Demasiado ruido!», pensó mientras soltaba la bolsa en la calzada y hurgaba en busca de un lienzo. Las lecciones que no se había dado cuenta de interiorizar regresaron a él: no podía despertar a la gente de la habitación. Si los padres se ponían a chillar, la pesadilla estable sin duda atacaría, y entonces sin duda moriría gente.
«Tranquilo. Tranquilo. No la alimentes».
Apenas logró seguir su entrenamiento mientras, temblando, sacaba lienzo, pincel y pintura. Alzó la mirada.
Y encontró al ser en la ventana, con el largo cuello asomando hacia él y sus dedos como cuchillos raspando la pared interior del dormitorio. Dos ojos como agujeros blancos parecieron querer absorberlo a su interior, tirar de él para llevárselo a alguna otra eternidad. Antes de ese día, Pintor nunca había visto una pesadilla con algo parecido a un rostro, pero aquella estaba sonriéndole con unos dientes lupinos blancos como el hueso.
El frasco de tinta se le resbaló de entre los dedos y cayó al suelo delante de él con un tintineo. La tinta se derramó. Pintor se esforzó por mantener la calma mientras intentaba recoger el frasco, pero entonces, frenético, mojó el pincel en el charco de tinta derramada.
La pesadilla se estiró hacia delante… y entonces se trabó. No estaba acostumbrada a tener tanta sustancia y le estaba costando atravesar la pared. Las garras eran lo que más dificultades le daban. Ese retraso, aunque breve, muy posiblemente salvó la vida de Pintor, ya que le permitió sacar el paraguas y abrirlo para proteger el lienzo y empezar a pintar.
Comenzó con un bambú, por supuesto. Un… un goterón abajo, y luego… luego la línea recta hacia arriba con el trazo lateral. Entonces una mínima pausa para que se depositara la tinta del siguiente nudo. Funcionaba como un reloj. Lo había hecho un centenar de veces.
Miró hacia la pesadilla, que poco a poco sacó una mano a través de la pared, dejando surcos en la piedra. Su sonrisa se ensanchó. Pintor, en su estado actual, desde luego no era invisible para ella. Y el bambú no iba a ser suficiente en esa ocasión.
Arrojó a un lado el lienzo y sacó el último que llevaba en la bolsa. Las uñas rechinaron en la piedra mientras aquella cosa sacaba la otra mano de la pared. La lluvia le caía en la cabeza sin atravesarla y le resbalaba por los lados de aquella cara sonriente: lágrimas cristalinas que acompañaban a las de medianoche.
Pintor empezó a pintar.
Hay una cierta locura que define a los artistas. La terca capacidad de hacer caso omiso a lo que existe. Los milenios de evolución han producido en nosotros no solo el don de advertir y captar la luz, sino el de definir colores, formas, objetos. No solemos fijarnos en lo extraordinario que es que podamos saber lo que es algo solo por el mero hecho de que unos fotones reboten en nosotros.
Un artista no puede ver de esa manera. El artista debe ser capaz de mirar una piedra y decir: «Eso no es una piedra. Es una cabeza. O al menos lo será, cuando lleve un rato dándole con este martillo».
Pintor no podía limitarse a ver una pesadilla. Tenía que ver lo que podía ser, lo que quizá habría sido de no haberla generado el terror. Y en ese momento vio a la madre del niño. Aunque apenas había atisbado su rostro en el dormitorio al lado de su hijo, la reprodujo.
Convertir algo terrible en algo normal. Algo querido. Con solo unos breves trazos evocó la forma de su cara. Cejas marcadas. Labios finos, tenues pinceladas de tinta. La curva de las mejillas.
Durante el instante más fugaz, algo volvió a él. Algo que había perdido en la monotonía de cien pinturas de bambú. Algo bello. O, si eras una pesadilla casi estabilizada, algo espantoso.
Huyó. Era un suceso tan incongruente que a Pintor se le movió la siguiente pincelada. Alzó la vista y apenas entrevió al ser escapando por el callejón, alejándose de él. Podría haber atacado, pero todavía no era estable del todo, así que eligió darse a la fuga en vez de arriesgarse a que Pintor lo atara en una forma pasiva, inocua.
Pintor dejó de contener el aliento y dejó que el pincel le resbalara de entre los dedos. Estaba aliviado, por una parte. Preocupado por otra. Si la pesadilla podía escapar así… es que era peligrosa. Extremadamente peligrosa. Pintor no tenía ni la menor idea de cómo ocuparse de una cosa como aquella, y dudaba mucho que su habilidad hubiera bastado para derrotarla. Solo los pintores más dotados podían vencer a una pesadilla estable, y él había aprendido —por las malas— que no lo era.
Pero, por suerte, no tenía que hacer nada más: había logrado espantarla. Así podría informar a sus superiores del encuentro y ellos llamarían a la Guardia del Sueño. Cuando llegaran, darían caza a la pesadilla antes de que se alimentara las dos veces que le faltaban y la ciudad estaría a salvo.
Dejó el lienzo en el suelo al lado del paraguas y fue hacia la pared, rodeándose el torso con los brazos para intentar que le entrara algo de calor. En el dormitorio, el niño había abierto los ojos y estaba mirándolo por la ventana. Pintor sonrió y asintió.
El chico se puso a chillar de inmediato. Era una reacción más violenta de la que Pintor se esperaba, pero tuvo el efecto deseado: una aterrada pareja tranquilizando a su hijo, seguida de un vacilante padre en calzoncillos abriendo el ventanuco.
Observo el material esparcido en el suelo, los cuadros perdiendo la tinta poco a poco bajo la lluvia y al joven empapado que estaba de pie en el callejón.
—¿Pintor? —dijo—. ¿Era una…?
—Una pesadilla —confirmó Pintor, sintiéndose entumecido—. Una fuerte, que se alimentaba de los sueños de su hijo.
El hombre se apartó de la ventana, con los ojos como platos. Miró por toda la habitación, como buscando algo escondido en los rincones.
—La he ahuyentado —añadió Pintor—. Pero… era de las fuertes. ¿Tienen familia en alguna otra ciudad?
—Mis padres —respondió el hombre—. En Fuhima.
—Vayan allí —dijo Pintor, repitiendo las palabras que le habían enseñado para esa situación—. Las pesadillas no pueden seguir a nadie tan lejos, y su hijo estará a salvo hasta que nos ocupemos de ese horror. Hay fondos disponibles para ayudarlos hasta entonces. Cuando informe de lo sucedido, podrán acceder a ellos.
El hombre miró al niño aovillado en brazos de su madre, sollozando. Luego a Pintor, que sabía lo que venía a continuación. Exigencias, preguntas de por qué había dejado escapar a la criatura. De por qué no había sido lo bastante fuerte, lo bastante bueno, lo bastante experto para capturarla.
En lugar de eso, el hombre cayó de rodillas y agachó la cabeza.
—Gracias —susurró. Miró de nuevo a Pintor con lágrimas en los ojos—. Gracias.
Vaya. Pintor parpadeó sorprendido, farfulló un poco. Por fin encontró las palabras.
—No hay de qué, ciudadano —dijo—. Solo hago mi trabajo.
Y entonces, con toda la dignidad que pudo reunir bajo la lluvia, y con las manos aún temblando por la tensión, recogió sus cosas.
Al terminar, la familia ya estaba metiendo en bolsas sus escasas posesiones. Tendréis que perdonar a Pintor que caminara un poco deprisa, mirando a menudo hacia atrás, mientras recorría las angostas callejuelas. Tenía la misma sensación que si hubiera estado en un choque entre dos vehículos, o si casi lo hubiera aplastado una roca caída de una obra. Una parte de él no podía creer que hubiera sobrevivido.
Dio un suspiro de alivio al llegar a una calle más ancha y ver a gente, los habituales peatones del turno de mañana en dirección al trabajo. La estrella estaba baja en el cielo, casi invisible sobre el horizonte al final de la calle.
Pintor miró hacia la oficina del capataz, pero de pronto sintió un cansancio antinatural. Notaba los pies como de arcilla, fofos, y la cabeza como un peñasco. Se tambaleó. Necesitaba… dormir.
La pesadilla no regresaría a la ciudad ese día. Correría a la mortaja, se regeneraría y luego se colaría otra vez la siguiente… noche. Podía contárselo al capataz… por la mañana…
Lánguido, con la mente emborronada, se volvió hacia casa, que por suerte estaba cerca. Casi ni asimiló que llegaba, subía la escalera y caminaba hasta su piso. Le costó cuatro intentos meter la llave, pero mientras entraba trastabillando en su habitación, se detuvo.
¿Se atrevía a quedarse dormido? La familia… necesitaba su informe… para los fondos…
¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué de repente se sentía como si le hubieran drenado todas las fuerzas? Salió con paso inseguro al balcón y miró hacia la estrella. Entonces oyó algo extraño. ¿Un fragor? ¿Como de… agua?
Alzó la mirada.
Algo llegó desde el cielo y lo golpeó fuerte.
Todo se volvió negro.
Pintor parpadeó. Tenía calor. Un calor incómodo, y algo le brillaba en la cara. Una luz chillona, como la de los faros de un autobús de línea de hion. Abrió un poco los ojos y de inmediato lo cegó aquella terrible luz abrumadora.
¿Qué (bajo) estaba pasando? ¿Se habría dado un golpe en la cabeza? Se obligó a abrir los ojos del todo contra la luz y se levantó con esfuerzo. Llevaba puesta una… ¿ropa colorida? Sí, una especie de camisón de seda, hecho de resplandeciente tela roja y azul.
A su lado había una joven tumbada. Quizá la identifiquéis como Yumi.
La chica abrió los ojos.
Entonces chilló.
¿De dónde salió esta historia?
Ahí tenéis el principio de Yumi y el pintor de pesadillas. Y ahora, el análisis.
¿De dónde salió esto? Bueno, ya os habréis dado cuenta de que es otra historia de Hoid. Después de escribir la Novela Secreta 1, quería probar un estilo de voz distinto para él. La Novela 1 tiene un aire a cuento de hadas moderno, al estilo de La princesa prometida, que me gusta. Creo que salió muy bien. Estoy orgulloso de ella y lo más probable es que vuelva a utilizar esa voz en algún momento.
Pero también quería darme acceso a otro tipo distinto de voz para Hoid (o a varias voces diferentes). Uno de los motivos por los que hago esto es para descubrir cómo quiero escribir Dragonsteel («Acero de dragón»), su historia de origen, que estará narrada en primera persona. Así que quería probar con otros tonos que Hoid podría emplear al contar historias. Para la Novela Secreta 3, en concreto, buscaba uno en el que Hoid recurriera a un estilo narrativo más tradicional.
Por explicarlo de otro modo, quería que Hoid contase una historia que resultara menos un cuento de hadas y más dramática. Yumi y el pintor de pesadillas se convirtió en esa siguiente exploración. No estoy seguro todavía de que esta sea la voz que empleará en Dragonsteel, pero sí de que se le acerca mucho más, y me encanta lo bien que funciona para esta historia concreta. Es, como ya he dicho, mi favorita de las cuatro novelas secretas.
La premisa original de este libro procede de una historia que leí hace mucho tiempo. Antes de que Peter Ahlstrom empezara a trabajar como mi asistente —ahora es mi director editorial y el vicepresidente al mando del departamento editorial de mi empresa—, hacía de editor aficionado en una web sobre manga y luego fue traductor profesional. Uno de los mangas en los que trabajó se titulaba Hikaru No Go.
Yo no soy muy aficionado al manga. Procuro probar todos los tipos de medios, eso sí, de modo que algo he leído, aunque ni mucho menos me considero un experto. Pero Peter era un buen amigo y estaba trabajando en eso, así que quise apoyarlo. Empecé a leer ese manga y la verdad es que la historia me encantó. Trata sobre un joven que encuentra un tablero de go poseído, y entonces un antiguo maestro del juego se le aparece como fantasma para enseñarle a jugar.
Me pregunté cómo sería estar en la mente de ese fantasma, tratando de enseñar a alguien nuevo a hacer una cosa que tanto te encanta (y en la que eres todo un experto). A riesgo de destriparos un poco los siguientes capítulos de Yumi, la gente verá a Pintor como si fuese ella. Aunque él se ve con su aspecto de siempre (y siente su cuerpo como propio), todas las demás personas (exceptuando a Yumi) lo verán como si fuera ella. Así que, para encontrar la forma de salir de ese embrollo, tendrá que hacer el trabajo de Yumi en su mundo. Ella, a su vez, tendrá que aprender a hacer el trabajo de él en el suyo, porque descubren que al dormirse saltan al mundo de Pintor y la gente la ve como él.
La idea es que ambos deberán aprender el sistema de magia del otro, y vivir la vida del otro, mientras intentan averiguar qué falló para ponerlos en esa situación. No soy el primero en hacer más o menos esto, pero la mayoría de las historias similares que he visto se basan en un verdadero cambio de cuerpo. Yo quise tomar una dirección distinta, así que Yumi y Pintor no experimentan el cuerpo del otro, sino solo su vida. (Tengo la sensación de que el tema de «Estoy en un cuerpo ajeno» ya se ha tratado bastantes veces de distintas maneras, así que decidí probar con otra cosa).
Esa fue mi inspiración principal para esta novela. Quizá encontréis también pequeños ecos de Your Name en ella, y de otras historias similares. Es intencionado por mi parte. Además de eso, otra inspiración fue Final Fantasy X, mi juego favorito de la serie. De hecho, el nombre de Yumi procede un poco del de Yuna, la protagonista del juego. Una de las cosas que me encantaron de Final Fantasy X era la idea de empleos fantásticos que utilizaban la magia. Siempre he querido crear una historia con algún trabajo fantástico, o puede que dos. Algo asombroso (pero, de algún modo, aun así prosaico) relacionado con la clase de empleos que solo podrían tenerse en un mundo de fantasía.
Como la primera inspiración del libro era un manga, decidí usar un poquito de cultura coreana y un poquito de cultura japonesa, mezcladas con algunas otras cosas.
¡Y esas fueron mis inspiraciones! Muchas gracias, como siempre, por escuchar mis desvaríos aleatorios sobre estas historias. Y el mes que viene volveré con la última novela secreta, que es muy distinta a las tres que ya habéis visto.
Brandon
Tamara Eléa Tonetti Buono
Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.