AVANCE - El Archivo de las Tormentas 5, Viento y Verdad - Jasnah

AVANCE – El Archivo de las Tormentas 5 – Viento y Verdad: Jasnah

Durante la Tampa Bay Comic Convention, Brandon leyó un nuevo fragmento de Viento y Verdad, la nueva entrega de la saga de El Archivo de las Tormentas que se publicará a finales de 2024. En esta ocasión la lectura corresponde a un capítulo de Jasnah en el que vemos cómo evoluciona su relación con Sagaz y el momento estremecedor en el que hace un descubrimiento muy importante.

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leído por brandon durante la Tampa Bay Comic Con, el 30 de julio de 2023

A Jasnah le costaba conciliar el sueño. Una parte de ella quería echar las culpas a la estúpida cama. Sagaz adoraba las cosas mullidas, quería un colchón capaz de engullir a una persona y le parecía que el antiguo colchón de Jasnah no era adecuado. Así que ahora se encontraba nadando entre rellenos, tumbada de lado, escuchando la respiración de Sagaz. Él no roncaba cuando dormía pero, de tanto en tanto, soltaba un silbido. Jasnah se dió la vuelta hacia el otro lado, algo que, teniendo en cuenta que ambos tendían a hundirse hacia el centro de ese horrible colchón, debería haberlo sacudido. Él se limitó a quedarse en el sitio boca arriba, silbando suavemente al exhalar. ¿En serio estaba dormido? Las cosas que él le había contado indicaban que tal vez se marchaba a otros rincones del Cosmere por la noche, visitaba otros mundos, participaba en maquinaciones políticas sobre las cuales, incluso así, Jasnah solo podía adivinar. 

—A veces me mientes —le susurró—. Te has dado cuenta de que eso significa que esta no puede ser una relación de verdad. Puedo confiar en alguien con secretos… ¿pero en alguien que miente?

Si estaba consciente, a pesar de su sueño, no dijo nada.

Hasta ahora, solo le había pillado de las maneras más mundanas. A lo mejor Sagaz hacía un juego de palabras, o jugueteaba con dobles sentidos, y ella le pedía que parara. El prometía no volver a hacerlo y parecía haber cumplido su palabra. Pero entonces Jasnah se percataba de que los juegos no habían cesado, simplemente se habían vuelto más difíciles de detectar. Sagaz retorcía los juegos de palabras a un nivel más profundo, una nueva capa de esoterismo que lo hacía más difícil de detectar. Él parecía pensar que algo así la animaría, la presionaría. Pero en cambio indicaba algo perturbador. Sagaz haría lo que él consideraba que era correcto para la gente, no lo que ellos querían que hiciera.

A pesar de sus esfuerzos, Jasnah sabía que no estaba conectada con él físicamente tanto como a él le gustaría. Eso era algo despertaba la ansiedad en Sagaz, como si estuviera haciendo algo malo. Él pensaba que si la hubiera atendido mejor, si se hubiera esforzado más en intentarlo, haría algo impactante que cambiaría la forma en que se sentía Jasnah.

Pero, en cambio, ella no conseguía conectar con él a nivel emocional. Algo que deseaba realmente, si tan solo Sagaz fuera sincero con ella. Si tan solo le dijera.

Se dio la vuelta hacia el otro lado. Una almohada rígida hacía poco para contrarrestar el extraño relleno. ¿Plumas de bebés de pollo, o tal vez, las plumas más pequeñas de pollos adultos? Jasnah había sido incapaz de entender lo que él había dicho pero, en cualquier caso, no le había gustado. Un buen colchón de cáscaras de lavis, trituradas para no tener bultos incómodos era superior, de lejos.

Tormentas. Y este era el motivo por el que era mejor evitar las relaciones. Faltaban nueve días para que Dalinar se enfrentara Odium, ¿y ella estaba preocupada por una relación? Quizás era una forma de mantenerse distraída porque, a pesar de todo su entrenamiento, de todo su aprendizaje, de toda su preparación, al final quedaba reducido a otra persona. Ella no formaría parte de la confrontación final. Dalinar había decidido no valerse de un campeón.

No se opuso a esa elección. Era un Forjador de Vínculos. Había construido los Caballeros Radiantes. Había tratado con Odium y entendía a la criatura mejor que, posiblemente, cualquier mortal. Jasnah había escrito las razones por las que ella era una opción mejor, y seguía pensando que eran buenas.

Y aún así… ¿podría haber sido ella? Si, en vez de esconder lo que era, ¿hubiera sido franca? ¿Si le hubiera dicho a la gente lo que era, lo que podía hacer, lo que temía? Su vida y la de Dalinar parecían ser dos cosas muy diferentes. Él había calcinado abiertamente una ciudad y la gente lo perdonó. Pero cuando Jasnah fue sincera sobre sus miedos, sus creencias, lo que había descubierto… bueno… la condena y el juicio la persiguieron como dos verdugos gemelos, cada uno esperando azotarla antes de la ejecución final. Ella apenas les sacaba ventaja. Porque cuando Jasnah Kholin era franca, la gente la odiaba. Tal vez había aprendido las lecciones equivocadas de aquello. Pero, ¿se la podía culpar?

Se acurrucó con ese pensamiento, escuchando los tenues sonidos de Urithiru. El agua en las cañerías moviéndose a su aire. El aire que susurraba mientras bombeaba por los conductos. El eco de las voces lejanas en el exterior, a pesar de lo tarde que era. Allí temblando, se dio cuenta, finalmente, del motivo por el que odiaba tanto ese colchón. Le recordaba las suaves restricciones que le habían marcado durante la juventud. Cuando aquellos que la amaban le habían arrebatado su libertad por su propio bien. Aquellos terribles meses que básicamente todo el mundo había olvidado como una anomalía. Salvo Jasnah, que jamás olvidaría.

Sagaz se incorporó de golpe en la cama.

—Diablos —susurró.

Jasnah se puso alerta. No era complicado, teniendo en cuenta lo lejos que estaba del sueño. Transformó a Marfil en una espada, corta y robusta, básicamente como una daga; y llamó a sus armaduraspren para que estuvieran preparados. Extendió la mano hacia la tapa del cuenco con esferas que había al lado de la cama, pero no retiró el cobertor negro para no perjudicar su visión nocturna. En un segundo podía hacerse con luz tormentosa, pero también dudaba sobre eso, ya que la luz emanando por su piel también la delataría en la oscuridad.

Sagaz estaba sentado allí, visible bajo la luz de la luna, vestido con su pijama de seda. Su pelo estaba inmaculado, incluso después de dormir. ¿Cómo?

—¿Qué? —le preguntó finalmente Jasnah entre susurros.

—¡Diablos! —susurró bajando de la cama de un brinco—. Los diablos más oscuros, peludos y grasientos en las profundidades más descuidadas de los más lujuriosos demonios de la maldita dimensión de la religión más oscura.

—¿Sagaz? —preguntó Jasnah acercándose a toda prisa hacia la encimera para rebuscar frenéticamente entre las cosas de él—. ¡Sagaz!

Él la miró con ojos enloquecidos y retiró el cobertor dejando algunas esferas al descubierto, bañando la habitación en luz.

Jasnah parpadeó, desvaneciendo su hoja. Si Sagaz no estaba preocupado por dejarlos ciegos, aquel no era un peligro físico. Tenía que tratarse de alguna de sus otras rarezas peculiares. Salvo… por la forma en que la miraba. Con ojos que brillaban como esferas resplandecientes. Los labios curvados que dejaban entrever una sonrisa. La mandíbula tensa, las manos agarrotadas, y la respiración rápida. Aquello era auténtico pánico. Se sintió tentada de invocar de nuevo su hoja, aunque solo fuera para tener algo a lo que aferrarse mientras la recorría un escalofrío.

—Sagaz, por favor. ¿Qué sucede?

—D-dame un momento —murmuró, rebuscando de nuevo entre sus cosas—. Necesito… necesito un momento.

Tiró de un cuaderno y empezó a escribir.

Jasnah se puso en pie y, aunque el aire era cálido (las transformaciones de su madre en la calefacción de Urithiru calentaba el aire a niveles antinaturales para esta altitud), sentía frío vestida únicamente con su camisón. Se puso una túnica y se apoyó en el hombro de Sagaz. No podía leer lo que había escrito. Los símbolos le eran ajenos, uno de los muchos lenguajes que podía hablar de mundos más allá del suyo. Aunque parecía una tabla, no párrafos. ¿Y aquellas anotaciones a la izquierda de cada línea? ¿Los puntos y las líneas? ¿Números, tal vez? Se repetían con mayor asiduidad de lo que lo hacían los demás símbolos.

Escribía, cada vez con más furia, y su caligrafía volviéndose más desordenada. No se le pasó por alto que había sacado un poco de la extraña arena que cambiaba de color y que a veces empleaba para experimentar con los diferentes usos de la luz tormentosa u otras habilidades más arcanas. Y, al hacerlo, pareció crecer su intensidad.

Las puertas empezaron a estremecerse. Jasnah tenía una espada en mano un segundo más tarde, pero se dio cuenta de que era él. No había nadie al otro lado, estaba ejerciendo una especie de presión extraña que hacía vibrar las puertas. Los anillos dentro de su joyero, también sobre la repisa, empujaron hacia atrás y empezaron a caer sobre el suelo. Los zapatos al lado de su cabeza se desperdigaron por el suelo tirados por sus cordones. Toda pieza de metal en la habitación, a excepción de su espada, reaccionaba a él de algún modo.

Y, entonces, la arena explotó irradiando luz con una luminiscencia madreperla y quedó suspendida sobre el mostrador. La vaporosa tela en la espalda de Sagaz empezó a retorcerse y contorsionarse como si estuviera viva. Sus movimientos se volvieron cada vez más frenéticos, en un instante, parecía como si saliera humo de su cuerpo, arrastrado por un viento invisible. Era otra persona. Parecida, pero diferente. Más bajo, con el pelo totalmente blanco y unos rasgos sutilmente distintos que le transformaban en otra persona convirtiéndolo en un extraño. Ese es su verdadero ser, se percató. Un hombre no de su mundo, un hombre disfrazado de Sagaz.

Ese hombre giró hacia ella, el pincel crujió entre sus dedos al agarrarlo y lo partió entre un nudillo.

—Me han engañado —dijo él.

—¿Cómo? —preguntó Jasnah.

La luz de la arena se disipó, y se desparramó de nuevo sobre la repisa. Sagaz había vuelto a su yo familiar en un abrir y cerrar de ojos, y los efectos anormales cesaron con una inmediatez abrupta, como a orden de Sagaz. Se puso en pie, nuevamente más alto que ella, y sostuvo lo que había escrito.

—He perdido tres minutos y veintisiete segundos —dijo.

—No entiendo, Sagaz —dijo ella.

—Lo siento. Estoy intentando analizar esto pero… Tormentas, ¿qué está sucediendo? Lo siento, lo siento —dijo, desplomándose de nuevo en la silla junto al mostrador de piedra, una parte natural de la habitación, común en las habitaciones de Urithiru—. Llevo viviendo mucho tiempo, Jasnah. Mucho, mucho tiempo. Más de lo que la memoria de cualquier mortal puede registrar, así que debo valerme de otros medios para mantener a mi persona. Guardo memorias en algo llamado Aliento: una forma de fácil acceso, aunque costosa, de Investidura que una persona puede adoptar y, con práctica, usar para expandir la propia alma y memoria. Esa parte no es específicamente importante. Reviso los recuerdos periódicamente, para decidir lo que es vital mantener y lo que puede tirarse por la borda. Es una de las pocas formas de mantener la cordura tras una existencia tan larga como la mía. Y en esa revisión que acabo de hacer, Jasnah, he descubierto algo. Algo inesperado. Algo aterrador.

—¿Tres minutos y veintisiete segundos? —susurró ella, mirando de nuevo hacia las notas de su página. Como si por pura fuerza de voluntad pudiera descifrarlas —. Perdidos. ¿Cuándo?

—Hace un día.

—¿Y qué hacías entonces?

Dejó escapar una exhalación larga, y luego la miró a los ojos.

—Estaba hablando con Odium.

—¿Hablando? —preguntó sin emoción—. ¿Con el enemigo más antiguo de la humanidad? ¿El ser que quiere destruirnos, aplastar a mi familia, dominar y tal vez convertir en un arma todo Roshar para sus propios fines? ¿Una charla?
—Tenemos un pasado —. Explicó Sagaz—. Como creo que ya te he dicho.

Jasnah acercó una silla y se dejó caer, sintiendo una punzada de dolor. Una especie de punzada definitiva de dolor.

—Te lo pedí, Sagaz —susurró—. Te pedí que me involucraras en cualquier trato que tuvieras con él.

—Te lo estoy diciendo ahora, querida. Técnicamente, eso es involucrarte.

Lo miró directamente a los ojos y lo supo. Posiblemente él también. Él seguiría siendo él mismo, un hombre tan lleno de secretos que necesitaba algún tipo de magia extraña para mantenerlos todos dentro de su cabeza. Y, al parecer, uno había sido extirpado. Nunca habría un lugar para ella en el ser más profundo de Sagaz, ¿no era así? Ella siempre sería una cosa de fuera, mantenida como parte de su colección. Disfrutada, puede que incluso amada, pero jamás alguien en quien confiar.

En ese instante, ella supo que debía retirarse, por su propio bien. Se deshizo de los sentimientos de traición. Ya sabía dónde se estaba metiendo cuando se acercó a él. Una no cortejaba a un dios a la ligera.

—¿Por qué? ¿Qué le estabas diciendo? —preguntó.

—Yo… —se encogió de hombros— Tuve que regodearme un poco. Era un requisito, Jasnah, teniendo en cuenta nuestra historia.— La mirada de Sagaz se volvió distante— Recuerdo una sensación extraña sobre el encuentro… ¿una sensación de repetición? Aquel día, pasó algo durante los minutos perdidos. Me derrotó y extirpó el recuerdo de mi mente y me permitió creer, en cambio, que yo había ganado el encuentro. Puedo encontrar los restos, ahora que miro, como si se hubiera hecho con torpeza, como si lo hubiera hecho un desconocido.

—Esto es algo malo, ¿no? —preguntó ella.

—Muy malo. Rayse era un megalomaníaco, Jasnah. A pesar de su habilidad, le hubiera dolido dejarme marchar pensando que le había ganado. En este caso, lo propició—. Sagaz se reclinó hacia delante y tomó su mano— Ha madurado. Después de diez mil años, Rayse realmente ha aprendido algo. Eso me aterra. Porque no puedo anticipar lo que hará.

—Y, ¿entonces qué?

—Tenemos que releer el contrato entre él y Dalinar. Ahora—dijo Sagaz.

Jasnah tenía una copia cerca, pero antes de que pudiera abrir su libro de registros, un golpe en una puerta cercana, esta vez real, llamó su atención. Salió del dormitorio, cruzó la sala de estar y abrió la puerta exterior revelando a Hemnid, de la Guardia de Cobalto. Un hombre cuya discreción concordaba con su entereza general, ella confiaba tanto en él como en cualquiera, así que no le molestó la mirada que dirigió a Sagaz conforme este se acercaba.

—¿Qué? —dijo a Hemnid con la luz entrando en sus habitaciones desde la sala de guardia.

—La Radiante Shallan y el Alto Príncipe Adolin tienen algo que reportar —susurró [Brandon: voy a parar aquí para que podáis anticipar lo que está por venir]—. Tu tío ha ordenado una reunión inmediatamente, a pesar de la hora.

—Dile que estaré allí en breve —dijo, cerró la puerta y miró hacia la sala de estar oscurecida, donde estaba Sagaz. [Brandon salta otra sección]

—Debería —dijo Sagaz—. Necesito estudiar el contrato. Puede que haya resquicios.

—¿Y si no los ves? —repuso ella—. No los viste antes.

—Tienes razón —dijo. Tomó una buena bocanada de aire—. Tienes… tienes razón. Necesitamos un experto, que vaya más allá incluso de mi considerable conocimiento en el área.

—¿Conoces alguno?

—¿De tu mundo? —preguntó—. Solo uno, pero ella y yo no nos hablamos. Voy a ver si puedo, en cambio, contactar con un viejo amigo.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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