Avance Skyward: Capítulo 1

[spoiler title=’Leer el prólogo’]

Prólogo

Madre siempre decía que escalar hasta la superficie del planeta requería de una persona con una mezcla especial de valentía y estupidez. Lo decía de forma deliberada donde padre pudiera escucharla, lo cual implicaba que necesitaba de una combinación extra-especial de valentía y estupidez, para hacerle sonreír, y que después se llevara a su hija de cinco años con él la próxima vez.

Por supuesto, incluso con cinco años, yo era completamente adulta y capaz. Estaba totalmente convencida al respecto conforme caminaba por la caverna repleta de escombros detrás de Padre, pasando entre filas y filas de rocas puntiagudas que yacían en el suelo (¿cuál era el nombre ese raro que tenían?) Muchas de ellas se rompieron tras los bombardeos o los impactos de meteorito (cosas que a menudo había sentido desde abajo, como si fuera el traqueteo de un lavavajillas, o el temblor de las lámparas.)

Miré las rocas, e imaginé que eran los cuerpos rotos de mis enemigos, con sus huesos fracturados, sus brazos trémulos alzados hacia el cielo en un inútil gesto de total y absoluta derrota.

Era una niña muy atípica.

Yo llevaba un globo fundido, que proporcionaba un enojoso resplandor rojizo a modo de luz (haciendo que pareciera que las sombras se estremecían y temblaban conforme corría detrás de Padre). Él miró hacia atrás y sonrió, y tenía la mejor de las sonrisas. Tan confiado y seguro, como si nunca le preocupara lo que la gente dijera de él. Sin preocuparse jamás por ser raro o por no encajar.

Claro, ¿cómo si no? Le gustaba a todo el mundo. En plan, a todo el mundo. Incluso la gente que odiaba cosas como el helado o jugar con espadas (incluso al pequeño quejica de Rodge McCaffrey), incluso ellos sabían que Padre era estupendo.

Me cogió por el brazo y señaló hacia arriba. “La siguiente parte es un poco difícil, Spensa”, dijo. “Deja que te suba.”

“Puedo hacerlo,” dije de inmediato, y solté mi brazo mientras él intentaba levantarme. Era una adulta. Incluso había hecho mi propia mochila, y había dejado mi muñeca (llamada Destructora, obviamente) en casa. Las muñecas eran para los bebés, incluso si les habías hecho su propia armadura de poder de pega a base de trozos de cerámica rota.

Había llevado mi nave de juguete, por supuesto. No estaba loca. ¿Y si hubiéramos acabado en medio de un ataque Krell, y hubieran bombardeado nuestra vía de escape, por lo que hubiéramos tenido que pasar el resto de nuestras vidas como supervivientes de las tierras baldías, alejados de la sociedad o la civilización? Una chica necesita su caza estelar de juguete consigo, por si acaso.

Ofrecí mi mochila a padre y miré hacia la grieta en las piedras. Había… Algo sobre aquel agujero ahí arriba. Una luz que no parecía natural, completamente distinta del suave resplandor rojo magma de nuestro hogar en la cueva de Igneous.

La superficie… ¡El cielo! Hice una mueca y empecé a trepar por una pendiente empinada que en parte era de escombros, y en parte era una formación rocosa. Mis manos resbalaron y me arañé con una roca, pero no lloré. Las hijas de los pilotos de cazas estelares no lloraban.

La grieta no estaba tan alta, pero a mis ojos, parecía que estaba altísima. Odiaba ser tan pequeña. En cualquier momento, iba a ser tan alta como mi padre. Entonces, por una vez, no sería la niña más pequeña. Sería alta, y me reiría de ellos desde tan arriba, que se verían obligados a admitir lo grande que era.

Solté un leve gruñido en cuanto alcancé lo alto de una roca. El siguiente montículo al que tenía que llegar, estaba justo a un paso fuera de mi alcance. Lo miré. Y entonces salte, con convicción. Como una buena chica Desafiante, poseía el corazón de un dragón estelar.

Y… El cuerpo de una niña de cinco años. Así que fallé por medio metro como poco.

Una mano fuerte me agarró por detrás antes de que fuera a caer demasiado lejos. Padre se río, cogiéndome por la parte trasera de mi traje (que había pintado con rotuladores para que pareciera un traje de vuelo, con un imperdible donde él lucía su insignia de piloto. Me atrajo hasta la roca que estaba a su lado, luego extendió su mano derecha y encendió su banda luminosa.

Llevaba el dispositivo como si fuera una banda de metal, a modo de brazalete (pero una vez la encendió apretando entre su pulgar y dedo meñique, la banda refulgió con una luz cual magma). Tocó una piedra encima nuestro, y después retiró su mano, que dejó una fina línea de luz (como una cuerda brillante) enganchada a la roca. Enrolló el otro extremo a mi alrededor, para que quedara ceñido bajo mis brazos.

Siempre había creído que las bandas luminosas debían estar calientes y quemar al tacto, pero en cambio, simplemente era cálida. Como un abrazo.

“Muy bien, Spensa,” dijo. “Inténtalo de nuevo.”

“No necesito esto,” dije, tirando de la cuerda de seguridad.

“Complace a un padre asustado.”

“¿Asustado? A ti no te asusta nada. Tú luchas contra los Krell.”

Él se rió. “Preferiría enfrentarme a cien naves Krell antes que a tu madre el día que te lleve de vuelta a casa con un brazo roto, pequeñaja.”

“No soy pequeña,” espeté. “Y si me rompo mi brazo, puedes dejarme aquí hasta que me cure. Lucharé contra las bestias de las cavernas, y me volveré una fiera, y vestiré sus pieles y…”

“Trepa,” dijo, todavía sonriendo. “Puedes luchar contra las bestias de las cavernas en otra ocasión, aunque creo que las únicas que vas a encontrar tienen largas colas y grandes dientes.”

Tengo que admitir que la banda luminosa era de ayuda, podía hacer fuerza contra ella para sujetarme, y en caso de caer, tan solo serían unos pocos metros. Era valiente… Pero era reconfortante. Alcanzamos la brecha, y padre me subió primero. Me agarré al borde y salí de las cavernas por primera vez en mi vida.

Era tan abierto. Me quedé boquiabierta, mirando a… A nada. Sólo… Sólo… A lo alto. No había techo, No había paredes. Me lo había imaginado como una caverna muy, muy enorme. Pero no era nada parecido, en absoluto.

Vaya.

Mi padre trepó detrás de mí, después desempolvó la suciedad de su traje de vuelo, con su insingnia plateada de piloto centelleando. Tenía que estar siempre alerta en caso de un ataque Krell. Le miré un instante, y luego devolví mi vista al cielo. Y sonreí ampliamente.

“¿No estas asustada?”

Le miré.

“Lo siento,” dijo riendo. “Palabra equivocada. Tan solo es que muchas personas se sienten intimidadas por el cielo, Spensa. La primera vez que lo ven, cree que está mal.”

“Es hermoso,” murmuré. “Hay tanto de él.”

Se arrodilló a mi lado. El cielo era mas oscuro de lo que esperaba, pero imagino que era debido al cinturón de escombros. Me habían hablado de ello en clase, mientras trabajaba -junto a los demás niños- probando tornillos en partes de maquinaria. Nuestro planeta, Detritus, se encontraba oculto y protegido gracias a un gigantesco velo de escombros situado muy arriba, incluso más allá de donde había aire, en el espacio.

Eran los despojos de alguna gran batalla espacial de hacía mucho tiempo. Y tenía cientos de capas, toda la chatarra rotando, en movimiento, colisionando. Podía verlo como una neblina negra, allí arriba a gran altura. Frecuentemente, algunas piezas caían impactando contra el suelo, lo que era parte del motivo por el cual estar aquí en la superficie resultaba tan peligroso.

Los Krell eran el otro peligro, por supuesto. Los cazas estelares alienígenas aparecían a veces a través de los escombros para bombardear la superficie y buscar humanos. El trabajo de Padre, junto a los demás miembros de su escuadrón, era destruir cualquier nave que nos localizara, para prevenir que informaran de vuelta. Había tantos Krell, que podrían eliminarnos por completo en caso de que supieran que estábamos aquí. Únicamente escondiéndonos, y destruyendo los escuadrones enemigos que se acercaban demasiado, podríamos sobrevivir.

Todo el mundo murmuraba que estábamos en problemas. Que los cazas enemigos aparecían cada vez con más frecuencia, quizás debido a la sospechosa desaparición de sus naves de reconocimiento. Con todo, yo no me preocupaba, porque Padre lucharía contra todos. Únicamente esperaba que aún quedara alguno para que yo pudiera combatirlo cuando tuviera mi propia nave.

Un pedazo de algo resplandeció en el cielo, y tuve la esperanza de que fuera una nave Krell, pero tan solo era un trozo de chatarra que dio lugar a un arco de luz en el cielo. Ni siquiera cayó cerca nuestro, lo cual resultó muy decepcionante.

El paisaje estaba repleto de cráteres y fragmentos de roca. Di una patada al suelo polvoriento, lo que produjo una nube de polvo alrededor de mi pie. El lugar era en su mayor parte una mezcla azul grisácea de gravilla y polvo, iluminada por algunos rayos de luz que se filtraban a través del cinturón de escombros. El sol se encontraba oculto allí, lo sabía, como una gigantesca, enorme, versión del globo de magma que utilizaba como lámpara.

“¿Dónde está Base Alta?” le pregunté a Padre. “¿Es aquello?” Señalé hacia unas rocas sospechosas. “Es eso. Quiero ir a ver los cazas espaciales.”

Padre se agachó y me giró unos noventa grados, y señaló. “Allí.”

“¿Dónde? ¿No puedo verla?”

“Ese es el lugar, Spensa. Pero a los niños no se les permite entrar al hangar. Ya lo sabes. Te llevaré cuando seas lo suficientemente mayor.”

“Voy a tener mi propia nave estelar” dije. “Voy a volar en ella, igual que tú. Y entonces nadie podrá reírse de mí, porque seré famosa.”

“Y esa… ¿Esa es tu motivación para ser piloto?”

“No pueden decir que eres demasiado pequeña cuando eres un piloto” dije. “Nadie pensará que soy rara, y no me meteré en líos por pelear, porque mi trabajo será pelear. No me insultarán, y todo el mundo me querrá”. Como te quieren a ti.

Eso hizo que mi padre me abrazara, por alguna razón estúpida, aunque yo estuviera diciendo la verdad. Pero le abracé, porque a los padres les gusta ese tipo de cosas. Y por otro lado, era agradable tener alguien a quien abrazar. Quizás no debería haber dejado atrás a Destructora.

Padre contuvo el aliento, y yo pensé que debía estar llorando o algo, pero no lo estaba. “¡Spensa!” dijo, volviéndose hacia mí. “¡Mira!” Señaló hacia el cielo.

De nuevo, me sentí abrumada por él.

Tan GRANDE.

Padre estaba apuntando hacia algo concreto. Entrecerré los ojos, percatándome de que una sección del oscuro campo de escombros era un poco más clara. No… ¿Faltaba? ¿Un agujero en el cielo?

En ese momento, contemplé el infinito. Me estremecí, como si millones de meteoritos hubieran impactado a mi lado.

“¿Qué son esas luces?” susurré.

“Estrellas”, dijo. “Solíamos vivir allí fuera. He volado cerca de los escombros, pero casi nunca he podido ver a través de ellos. Hay demasiadas capas. De tanto en tanto, puedes echar un vistazo.”

Había una pizca de asombro en su voz mientras lo decía. Un tono que creo que no le había escuchado nunca antes.

“Es por eso… ¿Es por eso que vuelas?” pregunté. A Padre no parecía importarle los halagos que todo el mundo le dedicaba. De algún modo extraño, parecía darle vergüenza, y tan solo hablaba de volver a su nave. ¿Acaso no era la forma en que todo el mundo te trataba, el motivo de convertirte en piloto? El tonto de Rodge McCaffrey decía que era por eso.

Padre devolvió mi atención al agujero en el cielo. “Contémplalo”, susurró. “Nuestro verdadero hogar. Allí es a donde pertenecemos, no a esas cavernas. Los niños que se ríen de ti, están atrapados en esa roca. Sus cabezas son cabezas de roca, sus corazones están hechos de rocas. Sé distinta. Pon tu mira en algo más elevado. Algo más grande.”

Los escombros se desplazaron, y el agujero se volvió más pequeño, hasta que lo único que podía ver era una única estrella. Mas brillante que las demás.

“Reclama las estrellas, Spensa” dijo.

Finalmente los escombros taparon el agujero por completo. A su lado, otra pieza de desechos cayó, ardiendo de forma brillante en el cielo.

Entonces cayó otra. Y después fueron docenas.

Padre se quedó sin aliento, y buscó su radio personal (una pieza de tecnología súper avanzada que se entregaba únicamente a los pilotos). Se llevó el dispositivo compacto a la boca, pero antes de que pudiera hablar empezó a emitir sonidos.

“Amplia brecha Krell avistada.” dijo la voz proveniente de la radio. “Emergencia. Un grupo extremadamente grande de Krell se ha abierto paso a través del campo de escombros. Todos los pilotos, repórtense.” Hubo una pausa. “Las estrellas nos ayuden. Se dirigen directamente a Base Alta. Nos han encontrado.”

Padre bajó el volumen de su radio, entonces me miró. “Vamos a llevarte de vuelta.”

“¡Te necesitan! ¡Tienes que luchar!”

“Tengo que llevarte a…”

“Puedo volver yo sola. Fue un trayecto en línea recta a través de la caverna, salvo por el giro al final. Llegaré a casa.”

Él devolvió su mirada hacia los escombros. Una señal de que los Krell habían abierto un camino para sus cazas. La radio sonó de nuevo (sentí un escalofrío al escucharla). Escuchar la radio representaba una amenaza extraña, generalmente limitada a sentarse en una plaza de la caverna, escuchando las retransmisiones junto a cientos de otras personas.

“¡Chaser!” dijo una nueva voz a través de la radio. “Chaser, estás ahí?”

“¿Mongrel?” Dijo Padre, accionando un interruptor. “Estoy en la superficie.”

“¿En la superficie? ¿Has escuchado el aviso?”

“Lo he escuchado.”

“Rocas llameantes, este es uno de los grandes.” Dijo Mongrel. “Estoy yendo hacia el ascensor. ¿No vas a darme una paliza en el aire, no?” El hombre parecía ansioso, tal vez demasiado emocionado, por dirigirse a la batalla. Me cayó bien de inmediato.

Padre debatió solo un momento más antes de quitarse el brazalete de luz y depositarlo en mis manos. “Prométeme que te irás de vuelta directamente.”

“Lo prometo.”

“No te entretengas.”

“No lo haré.”

Él levantó su radio. “Comandancia de vuelo, aquí Chaser. Me dirijo corriendo hacia Base Alta. Probablemente pueda unirme al primer despegue.”

Corrió a través del suelo polvoriento en la dirección que había señalado antes. Se paró, no obstante, y se volvió hacia mí. Se quitó su insignia y la lanzó, como un pequeño fragmento de mismísima luz brillante, hacia mí.

Después se fue, corriendo (llegados a un punto deslizándose por una pendiente) para alcanzar la base oculta. Yo, por supuesto, rompí de inmediato mi promesa. Volví a trepar a la grieta para hacerle creer que estaba haciendo caso, pero me escondí allí y observé hasta que vi como los cazas dejaban atrás una zona de roca bajo ellos y salían despedidos hacia el cielo. Entrecerré mis ojos, y divisé las oscuras naves Krell moviéndose cual enjambre hacia abajo.

Al final (haciendo muestra de un extraño momento de sensatez) decidí que era mejor hacer lo que Padre me había dicho. Usé la banda luminosa para deslizarme de nuevo hacia la caverna, donde recuperé mi mochila y me dirigí hacia los túneles. Se me ocurrió que si me daba prisa, podría llegar a tiempo para escuchar la retransmisión de la lucha, con el locutor explicando lo que estaba sucediendo.

Estaba equivocada, ya que el camino resultó más largo de lo que recordaba, y me las apañé para perderme. Así que estaba merodeando por allí abajo (imaginando la gloria de la increíble batalla que estaba teniendo lugar en la superficie), cuando mi padre rompió filas y huyó del enemigo. Su propio escuadrón le abatió en represalia. Para cuando regresé, habían ganado la batalla, y mi padre ya no estaba.

Y me habían marcado como la hija de un cobarde.

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Capítulo 1

Seguí a mi enemigo con cuidado sigilosamente por la caverna.

Me había quitado las botas para que no emitieran ningún chirrido. Me había quitado los calcetines para no resbalar. La roca bajo mis pies era reconfortantemente fría conforme daba otro silencioso paso adelante.

A esta profundidad, la única luz procedía del tenue brillo de los gusanos en el techo, alimentándose de la humedad que se filtraba a través de las grietas. Tenías que sentarte en la oscuridad durante varios minutos para que tus ojos se adaptaran a tan débil luz.

Otro movimiento entre las sombras. Allí, cerca de esos oscuros bultos, aquello debían ser fortificaciones enemigas. Me quedé quieta en una posición agachada, escuchando como mi enemigo arañaba la roca conforme caminaba. Me imaginé un krell: un terrorífico alienígena de rasgos inhumanos, lleno de tentáculos y viscoso.

Con mano firme (agónicamente lenta), alcé mi rifle hasta mi hombro, contuve el aliento, y disparé.

Un gruñido de dolor fue mi recompensa.

¡Sí!

Dí una palmada a mí muñeca, activando mi banda luminosa, la misma que mi padre me había dado. Volvió a la vida con un brillo rojo-anaranjado, cegándome por un instante.

Tras ello, corrí hacia adelante para reclamar mi premio: una rata muerta, atravesada.

A la luz, las sombras que yo había imaginado que eran fortificaciones enemigas, se revelaron como rocas. Mi “enemigo” era una rata rolliza, y mi rifle, un arpón improvisado. Habían pasado nueve años desde aquel fatídico día en el que había subido a la superficie con mi padre, pero mi imaginación seguía siendo tan poderosa como siempre. Fingir que estaba haciendo algo más emocionante que cazar ratas me ayudaba a escapar de la monotonía.

Levante el roedor muerto por su cola. “Ahora conoces la furia de mi ira, bestia caída”.

Resulta que las niñas raras crecen para convertirse en jóvenes raras. Pero pensé que era bueno practicar mis provocaciones para cuando luchara de verdad contra los Krell. Gran-Gran me enseñó que un gran guerrero sabe cuándo fanfarronear para sembrar el miedo y la incertidumbre en los corazones de sus enemigos.

¿Y quién sabía con certeza cómo era un Krell? Siempre imaginé que tendrían rostros tentaculados, pero quizás parecían ratas. Sonreí ante esa idea, y metí mi premio en mi bolsa. Con esa hacían ocho, no era un mal botín.

Probablemente era hora de volver. El brazalete que alojaba mi banda luminosa tenía un pequeño reloj cerca de su indicador de batería, y necesitaba volver a Igneous antes de perder demasiado de la jornada escolar. Me colgué mi mochila al hombro, recogí mi arpón (que habría construido a base de piezas rescatadas que había encontrado en las cavernas), y emprendí la caminata de regreso a casa.

Trepé caverna tras caverna, siguiendo las notas y mapas que había hecho en mi pequeña libreta. Una parte de mí se entristecía al dejar esas silenciosas cavernas atrás. Me recordaban a mi padre, y a pesar de que rara vez me atrevía a ir arriba (cerca de la superficie), me gustaba estar aquí abajo. Me gustaba como… lo vacía que estaba todo. Nadie que me mire, nadie que susurre insultos hasta que me viera obligada a defender el honor de mi familia estampando un puñetazo en sus estúpidas caras.

Me detuve ante un cruce familiar, en el que metal antiguo sobresalía de la desgastada roca de la pared izquierda, una de las viejas gigantescas tuberías que transportaban agua entre cavernas, limpiándolas, y utilizándola para refrigerar la maquinaria. Una junta goteaba agua en un cubo que había dejado, y estaba medio lleno, así que di un largo trago. Fría y refrescante, con un ligero toque a algo metálico.

Vertí el resto en mi cantimplora, luego volví a colocar el cubo y me puse en camino. Podía oír un zumbido lejano, y mi camino me conducía en esa dirección. A mi derecha, la misma tubería asomaba ocasionalmente entre la roca. Finalmente, llegué a una grieta en la roca a mi izquierda, una que permitía el paso de luz a través.

Me acerqué y contemple Igneous. Mi caverna natal, y la mayor de las ciudades subterráneas que formaron la Liga Rebelde. Me encontraba en una posición elevada, proporcionándome una impresionante vista de una enorme caverna repleta de apartamentos cuadrados, construidos como cubos separados unos de otros.

El sueño de mi padre se había convertido en realidad. Docenas de clanes se habían unido y colonizado esta única caverna compartida. Todavía estábamos divididos en algunos aspectos (por ejemplo, yo iba a la escuela solo con gente de mi antiguo clan), pero nos percibíamos a nosotros mismos como un todo. Una única nación de Rebeldes.

Elevándose por encima de los apartamentos de Igneous estaba el Sistema, antiguas forjas, refinerías, y fábricas que bombeaban roca fundida desde abajo, para luego crear las piezas para construir cazas estelares. Era increíble, apenas necesitaba mantenimiento, y podía construir cualquier pieza que necesitáramos. También era algo único, aunque en otras cavernas se había encontrado maquinaria que proporcionaba calor, electricidad, o agua filtrada, tan solo esta podía ser utilizada para manufactura compleja.

El calor se filtraba a través de la grieta, haciendo que mi frente se bañara en sudor. Igneous era un sitio sofocante, siempre cálido y húmedo, con todas esas refinerías, fábricas, y contenedores de algas. Y a pesar de que estaba relativamente bien iluminado, de algún modo siempre parecía lúgubre, con las luces rojizo-anaranjadas de las refinerías palideciendo las luces de las calles y edificios.

No podía adentrarme a través de esta grieta, no a menos que quisiera descolgarme en mi banda luminosa, lo cual no sería una idea realmente brillante. En vez de eso, me acerqué a un viejo armario de mantenimiento que descubrí allí en la pared. Su trampilla parecía (a primera vista), tan solo otra sección del túnel de piedra. Hice que se abriera, revelando mis escasas posesiones secretas; algunas partes de mi arpón, mi cantimplora de repuesto, y la vieja insignia de piloto de mi padre. La froté para tener buena suerte, y después deposité mi banda luminosa, la libreta de mapas, y el arpón en el armario.

Recuperé una tosca lanza de piedra, cerré la trampilla, y volví a colgarme mi saco al hombro. Ocho ratas podían ser increíblemente complicadas de transportar, especialmente cuando (incluso con diecisiete años) tu cuerpo ha decidido dejar de crecer más allá del metro y medio.

Caminé hacia la entrada normal de la caverna. Dos soldados del cuerpo de tropas terrestres (que apenas habían vivido ninguna lucha real) guardaban el acceso. Conocía a ambos por su nombre de pila, pero aun así me hacían esperar a un lado como si pretendieran llamar para solicitar permiso de acceso para mí. En realidad, simplemente les gustaba hacerme esperar.

Cada día. Cada maldito día (N.T.: en inglés, scudding, relativo a nubes que se mueven rápidamente, quizás sea una palabra propia del libro, tal y como tormentoso es a Roshar, o chispas a Los Reckoners).

Eventualmente, Aluko se apartó y empezó a mirar hacia mi bolsa con ojos sospechosos.

“¿Qué clase de contrabando crees que estoy llevando a la ciudad?” le pregunté. “¿Guijarros? ¿Musgo? ¿Tal vez algunas piedras que han insultado a tu madre?”

No replicó, aunque sí se fijo en mi lanza como si se estuviera preguntando cómo conseguí cazar ocho ratas con un arma tan rudimentaria. Bueno, dejémosle adivinar.

Al final, me lanzó la bolsa de vuelta. “Sigue tu camino, cobarde.”

Fuerza. Levanté mi barbilla. “Algún día”, dije, “escucharás mi nombre y lágrimas de gratitud acudirán a tus ojos al pensar en lo afortunado que eres por haber ayudado en su día a la hija de Chaser.”

“Preferiría olvidar que alguna vez te conocí. Andando.”

Mantuve mi cabeza alta y me adentré en Igneous, luego me encaminé a las Elevaciones Gloriosas de la Industria, en nombre de mi barrio. Llegué con el cambio de turno, y pasé al lado de trabajadores en trajes de salto en gran variedad de colores, cada uno de ellos señalando su posición en la gran máquina que mantenía la Liga Rebelde (y la guerra contra los krell) en marcha. Personal sanitario, técnicos de mantenimiento, especialistas de los tanques de algas.

No pilotos, por supuesto. Los pilotos de permiso permanecían en las cavernas profundas como reserva, mientras lo que estaban de servicio vivían en Alta, la base que mi padre murió protegiendo. La base en la que yo viviría, tras examinarme mañana y convertirme yo misma en piloto.

Pasé bajo una gran estatua de metal de los Primeros Ciudadanos: un grupo de personas sosteniendo herramientas y encarándose al cielo en posición desafiante, con vetas que representaban naves disparando a sus espaldas. Aunque se suponía que tenía que representar a quienes habían luchado en la Batalla de Alta, mi padre no se encontraba entre ellos.

El siguiente giro me condujo a nuestro apartamento, uno de los muchos cubos surgiendo de una plaza central. El nuestro era pequeño, pero lo suficientemente espacioso como para tres personas, especialmente desde que adquirí el hábito de pasar días seguidos fuera en las cavernas, cazando y explorando.

Mi madre no estaba en casa, pero encontré a Gran-Gran en el tejado, enrollando burritos de algas para venderlos en nuestro carrito. Así es como nos ganábamos la vida, sin ningún trabajo oficial. El trabajo de verdad le estaba prohibido a mi madre por culpa de mi padre, Y Gran-Gran… bueno, Gran-Gran era especial. Ella pasaba de los trabajos Rebeldes habituales por principios.

Gran-Gran miró hacia arriba, escuchándome. Estaba prácticamente ciega, era de nacimiento, junto a un pie zambo y brazos como palillos. Pero era fuerte. Muy fuerte.

“Oooh,” dijo. “¡Eso suena como Spensa! ¿Cuántas has conseguido hoy?”

“¡Ocho!” deposité mis trofeos ante ella. “Y varias son particularmente jugosas.”

“Siéntate, siéntate,” dijo Gran-Gran, apartando la esterilla llena de burritos. “¡Vamos a limpiarlas y a cocinarlas! Si nos damos prisa, podemos tenerlas listas para que tu madre las venda hoy.”

Probablemente debería haberme ido a clase (Gran-Gran había vuelto a olvidarse), pero en serio, ¿para qué? Estos últimos días antes de la graduación, los estudiantes tan solo tenían clases sobre los diferentes trabajos que uno podía desempeñar en la caverna. Yo ya había escogido qué quería ser. Se suponía que la prueba para ser piloto era dura pero Rodge y yo llevábamos diez años estudiando. Tenía confianza. Así que, ¿por qué tenía que estar escuchando lo maravilloso que era ser un trabajador de las plantas de algas o lo que fuera?

Además, como necesitaba pasar tiempo cazando, me perdí un montón de clases, por lo que no estaba preparada para otros trabajos. Me aseguré de asistir a las clases que tenían que ver con volar: planos de naves y reparación, matemáticas, historia de guerra. Cosas importantes como esas. Cualquier otra clase a la que consiguiera asistir era simplemente un extra.

Me senté y ayudé a Gran-Gran a despellejar y limpiar las ratas. Ella era tan prolija y eficiente como siempre que trabajaba guiada por el tacto.

“¿Sobre quién,” preguntó, cabeza agachada, ojos prácticamente cerrados, “quieres oír hoy?”

“¡Beowulf!”

“Ah, el rey de los gautas, no es así? ¿No sobre Leif Erikson? Era el favorito de tu padre.”

“¿Mató a un dragón?”

“Descubrió un mundo nuevo.”

“¿Con dragones?”

Gran-Gran se rió. “Una serpiente emplumada, según algunas leyendas, pero no tengo historias sobre ellos luchando. Bien, Beowulf, fue un hombre poderoso. Fue antepasado tuyo, sabes. No fue hasta que se hizo viejo que mató al dragón, primero tuvo que labrarse un nombre luchando contra monstruos.”

Yo trabajaba silenciosamente con mi cuchillo, limpiando las ratas, para después trocear la carne y depositarla en una olla para cocinarla. La mayoría de la gente de la ciudad se alimentaba de pasta de algas. Y la mayoría de la carne de verdad (de vacuno o de cerdos criados en las cavernas con una luz especial y equipo medioambiental) era demasiado excepcional para la comida del día a día. Así que pagaban por ratas.

Me encantaba la forma en que Gran-Gran narraba historias. Su voz se volvía suave cuando los monstruos siseaban, y valiente cuando los héroes alardeaban. Ella trabajaba con dedos ágiles mientras tejía el relato del viejo héroe vikingo, que acudió en ayuda de los daneses en su momento de necesidad. Un guerrero, que no se asustaba de hablar de sus logros. Un héroe amado por todos, uno que luchó valientemente, incluso contra un enemigo más numeroso y poderoso.

“Y cuando el monstruo se escabullo para morir,” dijo Gran-Gran, “el héroe, sostuvo en lo alto el brazo entero junto al hombro de Grendel, como su macabro trofeo. Había cumplido sus alardes y vengado la sangre de los caídos, demostrando su fuerza y valor.”

Sonó un tintineo desde abajo, en nuestro apartamento. Mi madre estaba de vuelta. Lo ignoré por el momento. “¿Él arrancó el brazo,” dije” con sus manos?”

“Era fuerte,” dijo Gran-Gran, “y un guerrero de verdad. Pero era uno de los antiguos, que luchaban con manos y espada.” Se inclinó hacia adelante. “Tú lucharás con la agilidad de ambas manos y voluntad. Con una nave espacial para pilotar, no necesitarás arrancar ningún brazo. La próxima vez, déjame contarte la historia de Sun Tzu, el general más grande de todos los tiempos. Él te enseñará táctica. Fue tu antepasado, sabes.”

Sonreí: Gran-Gran he hablaba a menudo de Sun Tzu. Su memoria podía ser frágil. ella recordaba cada historia, cada crónica, e incluso cada genealogía, pero a veces olvidaba qué había dicho y cuándo.

“Prefiero a Gengis Khan,” dije.

“Un tirano y un monstruo,” dijo Gran-Gran, “a pesar de que, sí, hay mucho que aprender de la vida de Gengis Khan. Pero, ¿te he hablado alguna vez de la reina Boudica, desafiante rebelde contra los romanos? Ella fue tu…”

“¿Antepasada?” terminó madre, subiendo por la escalera en la parte exterior del edificio. “Ella fue una celta británica, madre. Beowulf era sueco, Gengis Khan mongol, y Sun Tzu chino. ¿Y se supone que todos ellos son los antepasados de mi hija?”

“¡Toda la Antigua Tierra es nuestra herencia!” dijo Gran-Gran. “Tú, Spensa, eres una en una casta de guerreros que se remonta milenios, una línea directa a la Antigua Tierra y a su más excelso linaje.”

Madre puso los ojos en blanco. Ella era todo lo contrario a mí: alta, hermosa, tranquila. Vio las ratas y luego me miró con los brazos cruzados. “Puede que tenga la sangre de guerreros, pero hoy, llega tarde a clase.”

“Está en clase,” dijo Gran-Gran. “La que importa.”

Me puse en pie, limpiándome las manos en un trapo. Sabía cómo Beowulf haría frente a monstruos y dragones… Pero, ¿cómo se enfrentaría a su madre en un día en el que se suponía que tenía que estar en la escuela? Me conformé con un evasivo encogimiento de hombros.

Madre me miró. “Murió, lo sabes,” dijo. “Beowulf murió luchando contra ese dragón.”

“¡Luchó hasta su último aliento!” dijo Gran-Gran. “Derrotó a la bestia, aunque le costó la vida. ¡Y trajo a su gente una paz y prosperidad inconmensurables! Todos los grandes guerreros luchan por la paz, Spensa. No lo olvides.”

“O como mínimo,” dijo madre, “luchan por la ironía.” Volvió a mirar las ratas. “Gracias. Pero ya puedes marcharte. ¿No tienes la prueba para piloto mañana?”

“Estoy lista para la prueba,” dije. “Hoy es simplemente para aprender cosas que no necesito saber.”

Madre me echó una mirada inflexible. Todo gran guerrero sabía cuando le habían derrotado. Le di un abrazo a Gran-Gran y susurré, “Gracias.”

“Alma de guerrera,” susurró Gran-Gran de vuelta. “Todos buscan ser engranajes en esta enorme máquina que han creado. Mi pequeña guerrera, no te avergüences, si tú, en cambio, eres demasiado afilada para ser un engranaje.”

Sonreí, entonces fui a lavarme rápidamente antes de dirigirme al que sería, esperaba, mi último día de clase.

 

Fragmento copyright © 2018 de Dragonsteel Entertainment, LLC. Publicado por Delacorte Press, una marca de Random House Children’s Books, división de Penguin Random House LLC, New York.

Originalmente publicado en inglés por Jill Pantozzi en IO9

Próximamente: Capítulo 2

 

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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