AVANCE OFICIAL – El Archivo de las Tormentas 5 – Viento y Verdad: Interludios 1 y 2
La semana pasada cerramos la primera parte de Viento y Verdad que nos explicaron todas las cosas acontecidas en el primero de los diez días de preparación del duelo de campeones donde se decidirá el destino de Roshar y con eso llegan los esperadísimos primeros interludios del libro que nos dejan con unas cuantas preguntas a pesar de su breve extensión (si la comparamos con otros capítulos anteriores).
Por si aún no lo habéis visto, os dejamos el CosmereCast donde hablamos de los capítulos 12 y 13, que ya está incluido en la lista de reproducción que tenéis disponible en la página de índice de los avances de Viento y Verdad.
Y, como siempre, recordad que la librería Gigamesh tiene una preventa activa con regalo exclusivo, válida en España.
Viento y Verdad: interludios 1 y 2. traducción de manu viciano.
Título original: Wind and Truth, escrito por Brandon Sanderson, © 2024 Brandon Sanderson, © Manu Viciano por la traducción. Publicado por acuerdo con la editorial Nova, parte de Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U.
I-1. Kalak
Kalak se encerró en su edificio seguro de Integridad Duradera. Comprobó las cerraduras tres veces y luego suspiró y cerró los ojos. Los Radiantes se habían ido.
Había sobrevivido a muchas cosas, muchísimas, pero aquella última escapada le había parecido más por los pelos que las anteriores. No podía evitar pensar que el pago por su aterradoramente larga vida estaba a punto de vencer.
Incluso después de tanto tiempo, no quería morir.
Apoyó la espalda en la puerta, jadeando. ¿Debería haber ido con ellos? Cerró los ojos y trató de recordar al hombre que fue una vez, al héroe que había luchado durante miles de años. Su vida parecía una neblina, una mancha gris y marrón, un cuadro recién pintado dejado fuera a la tormenta. En los últimos tiempos solo sentía pánico, indecisión y una aplastante oscuridad. Siempre cerca, siempre amenazándolo. Sin Ishar conteniendo una parte de ella… habría destruido a Kalak hacía mucho tiempo.
Pero había sobrevivido. Había sobrevivido.
¿Y si los Sangre Espectral habían enviado a más gente? Thaidakar lo buscaba. Thaidakar, un Heraldo de otro mundo, una criatura capaz y despiadada.
«Tengo que esconderme en otro sitio —pensó Kalak—. Sí, recogeré mis cosas y… y me iré». Fue a toda prisa hacia su estudio, abrió la puerta y entró.
Al instante, las cortinas de la ventana que había junto a la puerta lo aferraron, envolviéndolo como dos manos, apresándolo con firmeza. Estaban cortadas en formas extrañas. ¿Qué era aquello, algún arte de los Custodios de la Piedra? Le entró el pánico, pero la tela, moviéndose por iniciativa propia, le llenó la boca. Como una constrictor del antiguo mundo, lo inmovilizó, lo rodeó por completo y luego lo estampó contra la pared y lo retuvo allí.
Kalak gimoteó.
—Vaya, hola, Heraldo —dijo un hombre sentado al escritorio de Kalak—. Si no te importa, tengo unas cuantas preguntas.
Era extranjero, de largo bigote y corta estatura. Piel pálida, manos entrelazadas por delante. Un sombrero de ala ancha reposaba en la mesa. A Kalak le pareció reconocerlo. ¿Era un miembro de la caravana? ¿Un soldado del príncipe Adolin?
«Oh… Oh, no…»
Al lado del sombrero había una daga con una gema sujeta a la guarnición. El extranjero le lanzó una mirada y luego sonrió.
—Ah, no te obsesiones con eso. No va a hacernos falta, ¿a que no?
Kalak gimoteó otra vez.
El desconocido levantó la caja que Shallan le había dejado a Kalak, la que contenía a la seon. A la criatura le gustaba esconderse dentro, tímida y…
El hombre dio unos golpes con los nudillos en la caja y la bola de luz salió de un salto.
—¿Todo en orden, Felt? —preguntó con voz femenina.
—Creo que sí —respondió él.
—¡Ya era hora! —exclamó la spren—. No tienes ni idea de lo fastidiosa que ha sido esa experiencia.
—Lo has hecho bien —dijo Felt, reclinándose en la silla de Kalak—. He oído a Shallan y Adolin hablar preocupados del trauma que habías experimentado al estar «en la cárcel».
—¡Domi! —exclamó la spren—. Si hubiera tenido que escuchar otra pelea de enamorados entre esos dos, y no digamos ya una reconciliación más, habría creado un estómago para poder vomitar.
La bola de luz flotó rauda hasta donde Kalak estaba retenido contra la pared. La impresión general que daba la spren había pasado de ser la de una criatura asustada y maltratada, con escasa luz y un símbolo que titilaba en el centro, a la de una esfera refulgente y confiada.
Tormentas, y aquello era lo que habían utilizado para comunicarse. Sabía todo aquello de lo que habían hablado. La verdadera espía no había sido Shallan. Qué tonto se sintió. Él, más que nadie, debería haber comprendido el potencial de los spren para volverse en contra de uno. Hizo unos débiles forcejeos contra aquellas extrañas ataduras.
—Estaba a punto de interrogarlo, Ala —dijo Felt.
—Puede que no sea necesario —respondió la spren—. Ya he transmitido a Iyatil la información de dónde está Mishram.
—¿Y a lord Kelsier? —preguntó Felt—. No trabajo para esa bruja enmascarada.
—A él también —dijo Ala—, evidentemente. —La spren flotó cerca de la cabeza de Kalak—. ¿Vamos a usar la daga?
Felt se lo planteó, vio la angustia de Kalak y frunció el ceño.
—No. No confío en ella. Nos la dio Iyatil, y lord Kelsier dijo que tuviéramos cuidado. Creo que esperaremos para confirmar que la misión va según lo planeado. Es posible que Iyatil y Mraize contacten con nosotros para pedirnos más explicaciones. Así que nos quedaremos aquí, le haremos compañía a este y esperaremos nuestro momento.
—Tengo ganas de irme de este mundo.
—Tampoco está tan mal —dijo Felt, jugueteando distraído con la daga que, si se utilizaba como era debido, podía acabar con Kalak para siempre—. Cuando te acostumbras a que todo el mundo mida palmo y medio más que tú. Ten paciencia, Ala. Solo un necio supone que lo sabe todo, y es posible que Kalak aún tenga un papel que interpretar.
Kalak cerró los ojos con fuerza, temblando, notando el pulso acelerado. Pero una parte de él… una parte de él sentía alivio. Parecía que, de un modo u otro, ya no había más decisiones en su mano.
I-2. El dios dividido
Odium estaba arrodillado, sosteniendo a un niño moribundo.
Aquello era Tu Bayla, considerada por otras naciones una tierra atrasada, un lugar donde los ejércitos extranjeros chocaban en vez de arrasar sus propios territorios. Azir había combatido contra Jah Keved, o contra Alezkar cuando dominaba Jah Keved, docenas de veces allí.
Poca gente pensaba en Tu Bayla. Cuando era mortal, Odium no lo había hecho nunca. Y, sin embargo, tenía unas maravillosas tradiciones propias. Allí criaban una raza de visón domesticado como compañero de caza, y casi todo el mundo los tenía también como mascotas. Ponían a sus hijas el nombre de estrellas y a sus hijos el de flores. Adoraban cantar y tenían la mayor variedad de instrumentos de todo Roshar, aunque pocos forasteros llegaban jamás a escuchar su bella música.
Y estaban muriendo. Una hambruna azotaba el territorio, iniciada por la tormenta eterna al destruir cultivos a su paso y empeorada por el cese del comercio entre Azir y Jah Keved, que estaban en bandos opuestos de la guerra. Pero lo peor de todo era que, en el caos resultante, el gobierno se había derrumbado y los caudillos se habían hecho con todas las provisiones y las acaparaban para mantener el poder.
Cuántos niños estaban muriendo allí, sin que nadie los viese. Y Odium…
«No me llamaba así —pensó—. No puedo perderme a mí mismo en la divinidad».
Odium lloraba por ellos, y, habiendo creado un cuerpo a partir de su inagotable esencia, acunaba a un niño pequeño. Cultivación apareció ante él, vestida con ropa que evocaba el bosque, de color verde y vibrante marrón, con el pelo oscuro muy rizado.
—Tengo una capacidad infinita —susurró Odium, con la voz quebrada—. Alcanzo a ver hasta los confines del Cosmere. Veo la vida de la gente grande y pequeña. Había pensado que sería maravilloso tener tantísimo que experimentar, pero ahora solo hallo sufrimiento. Capacidad infinita de ver. Capacidad infinita de sentir. Capacidad infinita de sufrir.
—Sí —dijo Cultivación con suavidad.
Odium era una persona dividida. Una parte pensaba, la otra sentía. La primera alcanzaba a entender que, junto con su inmenso poder y su conocimiento, por supuesto que iba a tener que aceptar ciertos inconvenientes o complicaciones.
La segunda solo quería sollozar.
—Esto es una maldición —dijo, abrazando al niño moribundo—. Debería ser capaz de ayudarlos. ¡De salvarlos!
—Tienes prohibido —repuso Cultivación— emprender toda acción directa contra nadie que no se haya entregado a ti por completo.
—Por el pacto que hizo mi predecesor —escupió él—. Yo puedo incumplirlo.
—Y al hacerlo, te volverías vulnerable a ataques desde fuera —dijo ella—. El poder nos ata a nuestras promesas, sobre todo a aquellas hechas y selladas con un juramento formal.
Cultivación se agachó a su lado.
—Prometiste enseñarme lo que es ser un dios —susurró él.
—Y eso hago —respondió Cultivación—. Conozco el dolor, Odium, y sé por qué debe existir. Dime que tú no. Dime que no eres capaz de comprenderlo.
La parte lógica de él asumió el control, conteniendo a la parte que solo quería rabiar.
—Lo comprendo —reconoció—. Incluso suponiendo que esta gente fuese mía por completo y que lo tuviera permitido, no sería suficiente. Podría sanar el cuerpo de este niño con un gesto, pero luego regresaría al cabo de unas semanas y lo encontraría muriendo de hambre otra vez, porque los sistemas que provocaron este sufrimiento siguen vigentes.
—Sí.
—Supongamos que cambio los sistemas —continuó él—. ¡Supongamos que derribo a los caudillos que acaparan los recursos! Los obligo a compartir, a no atacarse entre ellos. Hago el dolor imposible.
—Y con ello…
—Estoy creando un país en el que no existen las consecuencias. ¿Tan malo sería?
—Dímelo tú —replicó ella, con aquella calma tan irritante.
Sí, sería malo. Odium podía ver todas las permutaciones del tiempo, además de los intentos que habían hecho otras Esquirlas como él de hacer aquello mismo. Al intervenir directamente a una escala tan granular, se arriesgaba a crear una sociedad en la que nadie aprendía, una civilización que no progresaba. Al imposibilitar por medios sobrenaturales la existencia de caudillos, también reprimiría las ciencias y las artes. Al eliminar la capacidad de violencia, también acabaría con la capacidad de compasión.
El niño murió. Vio su alma durante unos instantes antes de que se desvaneciera hacia un lugar fuera de su alcance.
—¿Y qué hacemos en vez de eso? —preguntó Cultivación.
—Quieres que te responda —susurró él— que creamos sistemas, enseñanzas, incentivos, que favorezcan las decisiones correctas. Que impedimos la guerra construyendo sociedades en las que la gente elija la paz. Que impedimos la codicia promoviendo gobiernos en los que los codiciosos respondan de sus actos. Que nos tomamos nuestro tiempo y guiamos, pero no dominamos.
—Sí.
Depositó el cadáver del niño con delicadeza en el suelo y luego se levantó y se encaró hacia Cultivación, que también se irguió para mirarlo a los ojos. La ira lo estaba haciendo temblar. Aquella divinidad que ostentaba tenía tantísima emoción que apenas era capaz de dirigirla.
—Te culpo —susurró.
—¿De la muerte del chico? —dijo Cultivación—. Pero acabo de mostrarte que…
—Te culpo —repitió él— porque debiste hacerlo mejor. En ocho mil años, deberíais haber arreglado esto. Los tres.
—Puedes ver las circunstancias que lo impidieron.
—Sigue siendo culpa vuestra. Yo puedo hacerlo mejor.
—Odium… no cometas ese error.
—El problema no es esta gente —afirmó él—. Les echáis la culpa a ellos con argumentos teológicos elementales.
—Elementales —replicó ella— del mismo modo que la gravedad es elemental. Básicos, porque son los cimientos. A la gente se le debe permitir que elija.
—Hay un espectro de elección que puede permitirse, sí —convino él—. Pero ninguna sociedad puede persistir con libertad completa, y el crecimiento puede tener lugar dentro de unos límites. Puedo conseguir que exista el libre albedrío en un grado aceptable y, al mismo tiempo, impedir las hambrunas.
—Podrías hacerlo ahora mismo —repuso ella—. Calma la tormenta eterna. Firma la paz entre naciones. Restaura el comercio.
—¿Y con ello, los condeno a que estalle otra guerra dentro de unos pocos años? Aplícate tu propio cuento, Cultivación. Esta gente no va a llevarse bien porque tiene a distintas fuerzas manipulándolos. El toque de Honor permanece, y tus propias intromisiones, invisibles para la mayoría, crean demasiada tensión y conflicto. Y en el Cosmere más amplio, es aún peor. Hay demasiados dioses que son unos cobardes.
—¿Porque damos elección a la gente?
—Porque matasteis a vuestro padre y ahora teméis que os pase lo mismo a vosotros. Igual que los caudillos de aquí, consolidáis el poder para que nadie pueda acabar con vosotros. —Dio un paso hacia ella, levantando el puño, sintiendo que las emociones creaban una tempestad de ira en su interior—. Yo soy la mismísima sustancia de la pasión, y allá donde una persona sufra, en cualquier lugar de esta miserable galaxia, yo lo siento. Esa es la carga de este poder.
—Por eso —respondió ella— he dicho que el tuyo es el más peligroso y difícil de todos. Puedes ser tú quien…
—Conozco su rabia, Cultivación. No me des lecciones. Sí, la saboreo. A cada momento. Y también sé que no habrá ningún modo de mitigar ese sufrimiento, no hasta…
Ella le sostuvo la mirada. Él vio en sus ojos las profundidades de la eternidad, como estaba seguro de que ella percibía en los suyos, pues aquellas formas que vestían no eran sino capas que encubrían una esencia inmensa que era, en sí misma, infinita.
—¿No hasta qué? —preguntó ella con brusquedad.
—No hasta que haya un solo dios —susurró Odium.
—No emprendas ese camino. Destruyó a tu predecesor.
—A mi predecesor lo destruí yo —replicó él—. Márchate. Estoy harto de tus «lecciones».
Cultivación lo hizo, apartándose y esfumándose, dejándolo con el conocimiento de que se opondría a él. Ya había estado planeando hacerlo, tirando de hilos durante milenios para obtener lo que deseaba. Lo había elevado a él porque el antiguo Odium estaba volviéndose demasiado violento, demasiado dispuesto a destruirlo todo a medida que las emociones bullían libres. Aquella había sido su única opción para impedir un cataclismo mucho mayor.
El dividido se arrodilló, y se permitió sentir. Él no era Odium. Él ostentaba a Odium. No iba a permitirle que lo dominara.
Él no era Odium.
Era Taravangian.
Y tenía una misión importante, la misma que se había asignado a sí mismo años antes, cuando había visto la amenaza a Kharbranth y había actuado para salvar la ciudad. Era quien podía ver el peligro que se avecinaba y, al mismo tiempo, estar dispuesto a detenerlo.
Él era Taravangian, el dividido… y podía salvarlos. A todos.