AVANCE OFICIAL – El Archivo de las Tormentas 5 – Viento y Verdad: Capítulos 12 y 13
¡Feliz lunes de avances! Hoy traemos dos nuevos capítulos con la traducción oficial de Manu Viciano, gracias a la editorial Nova. Y estos son dos capítulos muy especiales porque cierran el primer día de los diez que nos conducirán al duelo de campeones, lo que significa que, si esto es una de las partes del libro, la semana que viene posiblemente veamos los primeros interludios.
Como siempre, incluimos también el Cosmerecast de la semana pasada que ya está incluido en la lista de reproducción que tenéis disponible en la página de índice de los avances de Viento y Verdad.
Recordad que la librería Gigamesh tiene una preventa activa con regalo exclusivo, válida en España.
Viento y Verdad: capítulos 12 y 13. traducción de manu viciano.
Título original: Wind and Truth, escrito por Brandon Sanderson, © 2024 Brandon Sanderson, © Manu Viciano por la traducción. Publicado por acuerdo con la editorial Nova, parte de Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U.
Cap. 12: Superar las marcas
Yo no estaba con ellos. No sabía de su misión.
De Caballeros de viento y verdad, página 10.
Kaladin y Syl se elevaron muy por encima de Urithiru y él, con el macuto a la espalda, listo para partir, se encaró hacia el oeste, hacia el sol poniente.
Flotó allí, con el viento en la cara, mientras los spren de su armadura se posaban en sus hombros y su cabeza y destellaban como puntitos de luz, la forma que adoptaban siempre de un tiempo a esa parte. Llegaba el momento. Casi era hora de partir. La alta tormenta estaba pasando por debajo de Urithiru y los negros nubarrones retumbaban con relámpagos. Le dieron prisas por estar en Azimir antes de que llegara la tormenta, para unirse a ella y partir hacia su destino.
Pero antes, tenía que despedirse del Puente Cuatro.
Se quedó levitando. Posponiéndolo. Quizá llevase todo el día retrasando aquello. Se había visto obligado a despedirse de Teft y de Roca, los dos primeros que habían creído en él. El siguiente en creer había sido Dunny, muerto hacía ya más de un año. ¿De verdad debía Kaladin despedirse del resto?
Pensó de nuevo en la conversación que había mantenido con Sagaz. En lo que el Viento seguía animándolo a hacer. Syl pasó flotando y lo observó mientras la mirada de Kaladin se perdía más allá de la cordillera hacia el oeste, en dirección a Shinovar, una tierra que pocos orientales habían hollado jamás.
Kaladin asintió y juntos se desviaron un momento para preparar una cosa. Luego visitaron la estatua de Teft, que estaba de camino, antes de seguir hacia la taberna donde se celebraba la fiesta. Kaladin llegó al umbral y vio que, como esperaba, había acudido la mayoría del Puente Cuatro. Solo faltaba Drehy, que había ido a recoger a Adolin y Shallan. Había hasta un dibujo enmarcado de Teft en la pared, con una taza de leche de cerda delante.
Estaban todos vitoreando a Rlain, que se levantó sosteniendo un pedazo de pan ácimo relleno de pasta salada, lo que solía comerse en las celebraciones. Parecía incómodo, pero sonreía de todos modos. Por fin tenía su spren. No era el que habían esperado y Rlain era un Vigilante de la Verdad, no un Corredor del Viento, pero lo celebraban de todos modos, y los risaspren zumbaban por toda la sala. Kaladin se detuvo un rato en la puerta y se permitió apreciar lo lejos que habían llegado. Que los Corredores del Viento aceptaran a un cantor entre los suyos no lo cambiaba todo, y Kaladin sabía por sus charlas con Rlain que temía que no aceptasen a su pueblo, sino solo a él. Pero era un progreso.
La gente no tardó en reparar en su presencia y Kaladin entró, provocando un tipo distinto de celebración, ya que todo el mundo quería abrazarlo o darle una palmada en el brazo. Kaladin lo aceptó, en parte porque sabía que lo necesitaban. Mientras algunos asistentes empezaban a repartir jarras de un vino poco alcohólico, Kaladin encontró la ocasión de acercarse a Rlain y hacerle el saludo marcial.
—Enhorabuena —le dijo.
—Me siento aún más fuera de lugar, señor —repuso Rlain en voz baja, teñida de la rítmica forma de hablar de los cantores—. No soy un Corredor del Viento. Y, aun así, me homenajean.
—No eres Corredor del Viento —dijo Kaladin—, pero sigues siendo del Puente Cuatro. Ahora y siempre, Rlain.
—No sabemos qué efecto tendrá el toque de Sja-anat —objetó Rlain—. Me… me gusta mi spren, pero…
—Renarin y tú lo resolveréis —lo interrumpió Kaladin—. Confío en los dos. —Calló un momento—. Y gracias.
—¿Señor?
—Por quedarte con nosotros —dijo Kaladin—. Seguro que te tentó volver con los tuyos, ahora que han aparecido más oyentes. Y nadie te lo reprocharía, yo el que menos. Pero estoy orgulloso de conocerte, y contento de haber servido contigo.
—Te lo… agradezco mucho, señor —respondió Rlain—. De veras.
Al poco tiempo casi todo el mundo tenía ya sus bebidas, y muchos se volvieron hacia Kaladin. ¿Lo sospecharían? Vio a Syl revoloteando de un lado a otro, susurrándoles a ellos y a sus spren. Seguro que insinuándoles que Kaladin quería decirles algo a todos. Le daba vergüenza acaparar el protagonismo en la celebración de Rlain, pero de verdad era el mejor momento.
Se hizo el silencio. Kaladin los miró a todos y, aunque encontró muchas caras familiares, también sintió la dolorosa ausencia de otras. Teft, Mapas, Dunny, Roca…
Moash no. Kaladin ya no echaba de menos a Moash. Su odio se había suavizado, al aceptar que siempre habría gente a la que no podría proteger, pero desde luego no había renunciado a su derecho a hacerle pagar sus actos. Kaladin se encargaría de que Teft tuviera ocasión de escupir a Moash en el más allá, si es que tal cosa existía.
—¿Señor? —preguntó Hobber por fin—. ¿Estás bien?
—Ya no le gusta que lo llamen señor —dijo Lopen, dándole un codazo—. ¡Haz el favor de no olvidar sus órdenes, Hobber, aunque él no las llame órdenes!
—Ah, es verdad —respondió Hobber, con una sonrisa mellada.
Kaladin sonrió también, recordando el puro gozo en las facciones de Hobber cuando la luz tormentosa le curó las piernas.
—No pasa nada, Hobber —dijo, bañado en una cálida luz de diamante y rodeado de amigos—. Estoy bien. Solo… quería que todos supierais lo orgulloso que estoy de vosotros.
Se pusieron más solemnes al oírlo. Sería algo en su tono, tal vez.
—Estoy orgulloso —repitió Kaladin, atrayendo glorispren—. Orgulloso de quienes sois, de en lo que os habéis transformado. No creo que haya ningún capitán en el mundo que pueda estar más contento que yo ahora mismo, viéndoos a todos. Empecé esto hace casi dos años, intentando conseguir que un puñado de hombres tristes mirasen arriba, para variar. ¿Quién iba a decirme que terminarían alzándose a los cielos?
Un mar de caras sonrió al oírlo. Viejos amigos como Lopen, nuevos como Lyn, y hasta Renarin, quien, al igual que Rlain, seguía perteneciendo al Puente Cuatro a pesar de su senda divergente.
—Dalinar me ha dado órdenes —prosiguió Kaladin—. Debo viajar al oeste, a Shinovar, de modo que no estaré aquí para lo que sea que se avecina. Pero… por favor, recordad esto: ahora el enemigo es capaz de matar a spren. No quiero que ninguno más de vuestros amigos vinculados caigan bajo esas armas nuevas.
—Nada de morir —dijo Bisig—. ¿Es una orden, señor?
—Claro que es una tormentosa orden —respondió Kaladin, sonriendo—. Solo quiero decir… Solo quiero decir que confío en todos vosotros. Si tenéis ocasión de hacerlo hoy, parad un momento, miraos a un espejo y reconoced en qué os habéis convertido. Me traen sin cuidado la tradición y el legado. Lo que me importa es lo que somos. Los Corredores del Viento somos, y seguiremos siendo, una fuerza para el bien. Recordad que ese es nuestro propósito. Proteger a quienes no pueden protegerse. Eso es lo que sois. Que vuestras filas sigan abiertas a cualquiera que comparta ese ideal.
—¿Señor? —dijo Laran, ganándose un cachete en la coronilla de Lopen—. O sea, hum, ¿Kal? Suena a que estás diciendo adiós. Como… un adiós muy largo.
—Podría ser —reconoció él—. Sagaz dice… Bueno, da lo mismo. Queda poco menos de nueve días, y no creo que nadie de nosotros sepa seguro lo que pasará entonces. Por eso quería deciros unas palabras antes de irme… por si tardamos en vernos.
Los congregados empezaron a asentir en silencio, como si lo comprendieran. Luego, uno tras otro, se fueron alzando brazos para chocar con muñecas. El saludo del Puente Cuatro. Solemne, sin vítores. Kaladin se lo devolvió. Y tormentas, mirándolos a todos, ya no pudo seguir conteniendo las lágrimas.
Volvió la cabeza hacia el umbral y vio allí a la persona con quien había ido a hablar poco antes, un tatuador, al que Kaladin había pagado para que acudiese allí con sus herramientas. Los demás le abrieron paso y entonces guardaron silencio, comprendiendo lo que debía de significar. Mucho tiempo antes, todos se habían hecho tatuajes en la frente. Varios de ellos para cubrir marcas de esclavo, el resto por solidaridad con ellos. Kaladin no había podido hacérselo entonces, porque su cuerpo había rechazado la tinta.
Aún no había estado listo para superar las marcas . Pero desde entonces habían sanado y, mientras Kaladin se sentaba en una silla, el resto se congregó y jaleó al ver que el tatuador empezaba a trazarle los glifos en la frente.
Puente Cuatro.
Esa vez, el tatuaje permaneció.
Al terminar, Kaladin se levantó y aceptó los vítores, con lágrimas en los ojos. De algún modo, lo había hecho bien con ese grupo. En otro tiempo, reconocer aquello lo habría preocupado, habría hecho que temiera que ver la parte buena provocaría que algún sino terrible llegara volando a castigarlos a todos.
Ese día pudo admitirlo sin miedo. Había hecho un buen trabajo. Había dado la espalda al Abismo de Honor bajo la lluvia, decidido a salvarlos… y lo había hecho.
Tormentas, lo había hecho.
Los adoró por estar dispuestos a permitírselo.
Llegaron abrazos y apretones de mano.
—Cuídate —le susurró Lyn al oído—, y no seas demasiado estúpido.
—Lo intentaré —dijo él.
Después, Kaladin los envió de vuelta a disfrutar de sus bebidas y darle la enhorabuena a Rlain. Los demás obedecieron, volviendo hacia la barra en busca de comida y canciones, hasta que solo quedaron Kaladin, Sigzil, Cikatriz y Lopen.
—Ha sido un buen discurso, Kal —le dijo Sigzil.
—¿Te acuerdas de cuando eras uno de mis mayores detractores? —le preguntó Kaladin con una sonrisa.
—Lo que recuerdo —dijo Sigzil— es ser la voz de la razón y la lógica cuando un demente empezó a decirnos que deberíamos practicar a cargar puentes en nuestro tiempo libre.
—Odiábamos tanto los puentes que no podíamos dejarlos en paz, ¿eh, gancho? —dijo Lopen entre risas—. Había que enseñarles cuatro cosas. ¡Ponerlos a dar el callo!
—Tú ni siquiera estabas, entonces —replicó Sigzil.
—Estaba en espíritu —afirmó Lopen, solemne—. Soñaba para mis adentros: «Algún día, Lopen, cargarás con puentes. O igual solo con agua, mientras otros llevan puentes, pero en todo caso será grandioso. Porque podrás incordiar a Sigzil durante todo el día. Aún no lo conoces, pero se lo merece».
Sigzil lanzó a Kaladin una mirada que parecía decir: «Eres consciente de con qué me dejas, ¿verdad?».
—Vosotros tres —dijo Kaladin— sois lo único que queda de nuestra estructura de mando original. Sois… bueno, sois de los mejores amigos que tengo. Quería daros las gracias. A Lopen, por tu entusiasmo. A Cikatriz, por tu apoyo. A Sigzil, por tu preocupación.
—Siempre, Kal —respondió Sigzil.
Cikatriz le hizo el saludo militar.
Kaladin los abrazó y, al apartarse, Sigzil estaba llorando.
—Señor —dijo Sigzil—. Kal. No… no creo que pueda hacer esto. Liderarlos.
—Llevas semanas haciéndolo.
—Temporalmente —repuso Sigzil—. Tú ibas a volver. Era lo que… lo que suponía hasta justo ahora mismo. ¿Es verdad? ¿Lo dejas del todo?
—No lo sé —dijo Kaladin—. Pero, si regreso, tengo la sensación de que será diferente. Ahora son tuyos, Sig. Lidéralos bien.
—No puedo —insistió Sigzil—. No soy tú. Este no es mi sitio, y no me refiero solo al cargo. No sé si debería ser un Radiante, porque… porque…
Kaladin agarró a Sigzil del hombro, agradeciendo que por una vez Lopen no interviniera con algún comentario jocoso. Tal vez sí que estuviera aprendiendo.
Sigzil alzó la mirada hacia Kaladin. Era más bajito que la mayoría de los hombres del puente, y también parecía más joven. No solo por la altura, sino por algo en aquella cara redonda, en aquellos ojos entusiastas, en aquella increíble sinceridad. Enterrada muy profunda bajo una veta de cinismo, bajo aquella costra que le salía a cualquiera que terminase formando parte de una cuadrilla de puente.
—Sig —dijo Kaladin—, ¿recuerdas lo que me contestaste cuando estábamos descubriendo nuestros poderes y yo me preguntaba si estarías mejor como escribano?
—Te dije que quería volar —asintió Sigzil—. Pero ¿y si me equivoco, Kal? Las tareas de escriba son las que mejor se me dan. Como líder, no paro de decir lo que no debo. Me dedico a hablar de ensayos que he leído cuando las tropas necesitan que las inspiren.
—Seguro que los discursos puede darlos Lopen.
—Aquí sigo esperando —dijo Lopen desde atrás—, con el ingenio bien afilado y listo. Les encantará el chiste del chull que sabía hablar, o el del exjefe de puente con el peinado feo. Ah, no, espera, que son los dos el mismo chiste, ¿verdad?
Kaladin suspiró y miró de nuevo a Sigzil.
—¿Quieres renunciar al cielo, Sig?
—No —respondió él, ferviente—. Pero eso no significa que deba ponerme al mando. Tendrías que dárselo a Cikatriz.
—Yo tengo que estar con los reclutas nuevos —dijo Cikatriz—. Sabes que debo supervisar el entrenamiento.
—Tú eres el adecuado, Sig —insistió Kaladin—. Necesito a la persona que más a salvo vaya a mantenerlos. Y en este caso, esa persona es quien más se preocupa, quien más sabe y cuyo juicio más respeto. Tú. Si no confías en ti mismo, confía en mí.
»Te he visto hablar en reuniones con reinas y emperadores, y has defendido lo que era correcto. Escuchas cuando te hacen ver que te equivocas. Tus planes de batalla son inmaculados, y dominas los informes como nadie más de la compañía. Hasta Ka se queja de que no puede seguirte el ritmo. Pero, sobre todo, es que sé lo que mucho que te preocupas por cada soldado. Eres la persona perfecta para el puesto. Y vas a hacer un trabajo tormentosamente bueno. Sigzil. Comandante de los Corredores del Viento.
Al decirlo así, Kaladin sintió la separación definitiva y encontró una paz en ella. Siempre pertenecería al Puente Cuatro. Pero ya no era su líder. El futuro había dejado de ser un aliento contenido esperando su posible regreso. Necesitaban aquello para pasar página.
—Gracias —dijo Sigzil—. Lo… intentaré.
—Yo te ayudo, Sig —exclamó Cikatriz—. No será tan horrible.
—Y yo —dijo Lopen, poniéndoles a los dos la mano en el hombro— estaré disponible para ti como recurso a utilizar en varias funciones importantes, incluyendo pero no limitadas a: humor cuando se requiere seriedad, lo contrario, proveer de comida y agua a hombres del puente hambrientos en sus descansos, proveer de lanzas en las partes bajas a enemigos hambrientos, cualquier tarea que requiera dos brazos, cualquier tarea que requiera un brazo y cualquier tarea que no requiera brazos pero sí una siesta como debe ser.
—¿Cuánto tiempo llevabas preparando eso? —preguntó Kaladin.
—Solo mientras hablabais, gancho —respondió Lopen—. En realidad había otras doce cosas en la lista, pero, gracias a mis meditaciones y revelaciones personales, y gracias a que el tormentoso Huio no para de incordiarme ni bajo el agua, estoy aprendiendo contención y responsabilidad. Estoy seguro de que esos rasgos maduros me harán irresistible para todas las mujeres que, por sorprendente que parezca, se han refrenado hasta la fecha.
—Seguro que llegarán en cualquier momento —dijo Cikatriz.
—En cualquieeer momento —repitió Lopen.
Sigzil, con expresión decidida, se marchó el primero, seguido enseguida por Cikatriz. Antes de ir tras ellos, Lopen se elevó un poco en el aire.
—Oye —dijo—. Quería decirte que nunca he tenido a un gancho como tú, Kal.
—¿Uno con, al parecer, un peinado feo? —preguntó Kaladin.
—Qué va —dijo Lopen—. Uno lo bastante inspirador para hacer de mí, nada menos, un gancho.
Le hizo un último saludo, con un solo brazo, un asentimiento y una sonrisa, y luego se fue. Estaba hecho.
Kaladin y Syl salieron volando de Urithiru a la meseta. Su borde era un abrupto acantilado de piedra del que sobresalían diez plataformas separadas, cada una de ellas albergando un portal que llevaba a una ciudad distinta de Roshar. Habían levantado pabellones en la base de cada una de aquellas Puertas Juradas, y dentro de uno Kaladin encontró a Szeth y obtuvo autorización para la transferencia. Los tres cruzaron la oscuridad hasta llegar al centro de la plataforma, donde estaba el pequeño edificio desde el que se controlaban los traslados.
—¿Es ya la hora? —preguntó Szeth, aterrizando en la entrada—. ¿No tienes más recados que hacer?
—No —dijo Kaladin—. Shallan, Adolin y Drehy regresarán por la puerta de Azimir. Podré verlos antes de que pase la alta tormenta. Estoy listo para partir.
—Por fin —susurró Szeth—. Regreso a mi tierra natal. Antaño rechazado y convencido de carecer de la Verdad, vuelvo con el conocimiento de que tenía razón desde el principio. Hemos alcanzado el final de los tiempos, y me embarga un hambre por algo que no sé describir.
¿Tortitas?, proyectó a la mente de todos la espada negra que Szeth llevaba sujeta a la espalda. Szeth, creo que podrían ser tortitas.
—Justicia o reconciliación —dijo él—. Condena o salvación. No lo sé todavía.
Aaaah, hambre metafórica. Ahora lo entiendo. La espada calló un momento. Entonces, ¿puedo quedarme yo las tortitas?
Kaladin sonrió y entonces, utilizando su hoja esquirlada, activó la transferencia. Y dejó Urithiru atrás.
Cap. 13: Promesa
Pero haré todo lo posible por narrar su historia, y la del Viento. Porque ellos fueron sus campeones.
De Caballeros de viento y verdad, página 11.
Shallan dio un suspiro de alivio cuando, tras varias horas de tenso vuelo, temiendo encontrar más patrullas enemigas, vio por fin la plataforma de la Puerta Jurada asomando entre las cuentas por delante. Los dos enormes spren, uno negro como el carbón, otro blanco como el hueso. Se alzaban sobre un disco de piedra que tendría unos seis metros de anchura, en el que un grupo de guardias sostenían lámparas y gesticulaban.
Adolin y Galante descendieron hacia ellos, guiados por Shiosak el Corredor del Viento. El caballo, negro como la medianoche, se posó con un ágil trote, y procedió a cabriolear por la plataforma de la Puerta Jurada como si estuviera en un desfile. ¿Shallan había visto alguna vez a un ryshadio, un inmenso corcel de guerra con cascos que parecían martillos de herrero, hacer cabriolas?
Shallan aterrizó dirigida por Drehy y notó como su peso se asentaba de nuevo en ella, cómo la ropa le caía recta y sus botas se plantaban firmes en la piedra. Se deshizo el revuelto moño y unas pocas cuentas le cayeron de la ropa y chasquearon al golpear la plataforma. Qué raro. Lo normal sería que se le hubieran soltado todas durante las dos horas de vuelo, con el viento azotándola.
Se volvió para caminar hacia los guardias y las cuentas la siguieron.
Shallan se detuvo y el grupito de cuentas, al percibir que las inspeccionaba, se pusieron a dar saltitos. ¿Aquello era… una ilusión? Tormentas, qué poco le gustaba tener que preguntárselo, pero en el pasado había… hecho cosas sin darse cuenta de que las hacía.
Adolin desmontó y miró ceñudo las cuentas.
—¿Se puede saber qué les pasa?
Shallan se arrodilló, recogió una y captó la impresión de un tejado. No, una caverna con el techo en cúpula. No, una habitación larga y estrecha. No, un cáliz, una mesa… Cambiaba muy deprisa.
Entonces dejó de ser una cuenta y se convirtió en un color arremolinado. ¿Sería un creacionspren? Llevaba todo el viaje por Shadesmar encontrándolos en su cartera. ¿Qué estarían haciendo ahora?
Patrón aterrizó cerca trastabillando. Se irguió, entrelazó sus largos dedos y examinó las cuentas mientras su cabeza se movía y se transformaba. Testimonio llegó caminando desde detrás de él, aunque no parecía interesarle en concreto lo que estaban haciendo. Se limitaba a seguir al grupo, como había hecho Maya al principio.
—¿A qué nos dedicamos? —preguntó Patrón—. ¿A mirar fijamente a los creacionspren? Mirar me gusta. Me hace sentir como si tuviera ojos.
—Un momento —dijo Shallan—. ¿Los creacionspren pueden tener aspecto de cuentas?
—Sí, son unos granujas —respondió Patrón—. Siempre fingiendo ser otras cosas. Mmmm… muy granujas. Buenos mentirosos. Aquí dentro, de todas formas, casi todas las cosas de tu dominio parecen cuentas. Los creacionspren intentan convertirse en esos objetos, así que se confunden y se hacen luz arremolinada. O bien se… convierten en cuentas y ya está.
Shallan recogió otra y vio cómo se ponía a dar saltitos en la palma de su mano, como un niño emocionado. Juraría que estaba oyendo, en su mente, una vocecita que exclamaba:
¡Shallan!
¡Shallan!
¡Shallan!
A sus pies, las otras cuentas saltaban también, y algunas se transformaban en remolinos de color. ¿Significaba eso que…?
Drehy llegó trotando.
—Tenemos un problema.
—¿Más grave que el ejército que viene hacia aquí? —preguntó Adolin.
—Relacionado con él, quizá.
Fueron con los guardias, comandados por un hombre azishiano ataviado con uniforme militar completo, incluyendo un fajín de intricado y colorido diseño. No les hizo el saludo marcial, porque los azishianos no se lo hacían a nadie fuera de su cadena de mando, pero sí que inclinó la cabeza con respeto hacia Adolin y Shallan.
—Son los spren —explicó el soldado azishiano, con un gesto hacia los dos inmensos seres que flotaban en el aire sobre sus cabezas—. Antes nos han traído a Shadesmar, pero ahora se niegan a hablar conmigo.
Los gigantescos spren eran las almas de la Puerta Jurada, el mecanismo mediante el cual funcionaba la máquina, el que posibilitaba trasladar a la gente dentro y fuera de Shadesmar, o entre lugares distintos del planeta. Todas las Puertas Juradas los tenían, y habían demostrado ser de distintos grados de utilidad.
—¡Spren! —los llamó Shallan a voz en grito mientras se dirigía al centro de la plataforma mirando hacia arriba—. ¿Spren? Estoy aquí bajo la autoridad del Forjador de Vínculos.
—¿De cuál? —preguntó el spren negro con una voz que resonó como un trueno.
¿Cómo que de…? Ah, claro. Navani.
—De ambos —exclamó Shallan—. Necesitamos trasladarnos al Reino Físico.
—Os trasladaremos —dijo el spren—. Por ahora.
—¿Por ahora? —gritó ella—. ¿Por qué solo por ahora?
—Cambiamos —respondió el spren—. Decidimos.
¿Cambiaban? Shallan se alarmó.
—Drehy, necesito subir ahí.
Al momento, Drehy y ella ascendieron a la altura de los ojos del spren negro como el carbón. El chaquetón de Shallan ondeó en el aire mientras flotaba, con los dedos de los pies apuntando hacia abajo, más pequeña que la cabeza de aquel spren gigantesco. Detrás de ella, el blanco tenía la mirada perdida sobre las cuentas. En dirección al ejército.
Por lo que habían podido averiguar, ambos eran tintaspren transformados. Y, al igual que los tintaspren más pequeños que Shallan había visto, el de delante tenía como una tenue pátina, una luminiscencia nacarada, como de aceite sobre agua. Por debajo de esa página, algunas partes del rostro del spren estaban dejando de ser negras y adoptando un tono rojo oscuro, sangriento, como impurezas en una gema.
Sja-anat había estado allí.
—Os han corrompido —susurró Shallan—. Se suponía que los guardias debían impedirlo. Protegeros, o dar el aviso, o…
—No había aviso que dar —dijo el spren, bajando la voz para no abrumarla, aunque de todos modos hizo vibrar el cuerpo de Shallan—. He tomado mi decisión. Como ha hecho mi acompañante. Estamos preparados para la libertad.
—¿Libertad? —preguntó Shallan.
—Nos convertimos en otra cosa. No de Odium. No de Honor. Libres.
Con una sensación de creciente pavor, una pieza encajó para Shallan. Un gran ejército que avanzase por Shadesmar sería inútil si no podía llegar al Reino Físico. El verdadero peligro sería que cruzara el portal para invadir Azimir, el corazón de una de las naciones más poderosas de la coalición.
—¿Dejaríais pasar a los cantores? —preguntó Shallan.
—Os dejamos pasar a vosotros.
—Nosotros somos vuestros amigos.
—No os conozco —replicó el spren—. No sois mis amigos; sois mis opresores. Ahora encuentro la liberación. Marchaos. Os trasladaremos, y seguiremos haciéndolo por ahora. Cuando lleguen los cantores, los trasladaremos. Esto es liberación.
Tormentas. Shallan no sabía cómo reaccionar. Si aquel spren de verdad estaba corrompiéndose… Pero al spren de Renarin le había pasado lo mismo, y él continuaba ayudándolos, ¿verdad? Además, Shallan no podía evitar una punzada de comprensión hacia un spren que se sentía atrapado. Conocía bien la sensación.
—Lamento mucho —dijo Shallan— lo que se os hizo.
—Acepté —repuso el spren—. Primero la servidumbre, y ahora la liberación. He terminado con lo que era. —Titubeó un momento—. Esto es bueno para todos nosotros. Id al otro lado. Dejadme.
Shallan se planteó intentar convencer al spren, pero comprendió que la tarea la superaba. Tenía que hablar con Dalinar, Navani y Jasnah. Ellos sabrían mejor cómo lidiar con los caprichos de unos spren inesperadamente hostiles. Además, todo momento que pasaran en Shadesmar parecía ser un riesgo: si su grupo terminaba capturado o muerto, la información nunca llegaría a su destino.
Asintió mirando a Drehy, que los llevó de vuelta abajo.
—Sja-anat ha tocado a estos dos —le susurró a Adolin—. Tenemos que pasar al otro lado ya, mientras aún estén dispuestos.
Se reunieron todos, incluidos los guardias azishianos, a los que Adolin ya había hablado sobre el ejército que se aproximaba. Shallan se aseguró de que todos los Corredores del Viento estuvieran tocando la piedra y entonces pidió la transferencia. Sucedió con un fogonazo de luz, y al instante aparecieron en una cámara pequeña y oscura. Las sensaciones del mundo real entraron en tropel. El embriagador aroma a especias que había añorado mientras comía raciones de viaje. La súbita ausencia de las omnipresentes cuentas chasqueando unas contra otras. En lugar de eso, el crujir de unos pasillos de madera, el pisar de unos pies y, más allá, el viento. El ruido de una alta tormenta llegando, de la lluvia al caer. Le resultó de una belleza cautivadora. Como una melodía antigua y conocida.
Todo aquello le recordó lo ajeno que había sido Shadesmar. Y lo extraña que era la mente humana, capaz de encontrarlo natural aunque fuese por un momento. Alzó los brazos a los lados, inhalando aquello… y, como salida de la nada, una armadura de color rojo se cerró en torno a ella, cobrando forma a partir de una neblina. Arrugó, e incluso rasgó en algunos sitios su largo chaquetón. Le envolvió los brazos, le incrustó la cartera en las costillas hasta que le dolió y le encerró la cabeza dentro de un yelmo, apretándole el pelo contra la cabeza y tirándole de varios mechones.
Shallan dio un respingo, de repente constreñida por la ajustada armadura, y una parte de su mente entró en pánico, malinterpretando aquello como alguna clase de ataque. Oyó la tenue voz de las piezas.
¡Shallan!
¡Shallan!
¡Shallan!
Voces alegres, emocionadas. Por tanto, una de las verdades que había pronunciado allí dentro había funcionado. Shallan había alcanzado el Cuarto Ideal, con toda probabilidad cuando se había enfrentado a Velo… o cuando había dicho las Palabras un rato antes, en acompañamiento a aquellas revelaciones. Los ojos de Adolin se ensancharon y sonrió como un colegial mientras aparecían alegrespren a su alrededor en un remolino de hojas azules. Estupendo. Pues claro que aquello le encantaba.
Menos mal que Radiante acudió en su auxilio.
—¿Podéis hacer algo respecto al pelo y la cartera? —preguntó Radiante a la armadura.
La armadura envió consternación en respuesta. Era… nueva. Aquellos spren nunca habían sido armadura antes, y solo tenían impresiones vagas de cómo proceder. Radiante no tuvo más remedio que hacerles llegar una imagen mental nítida, que hizo que el gorjal se aflojara y el yelmo desapareciese, de forma que Radiante pudo sacar el pelo y dejarlo suelto sobre los hombros. La armadura no era tan inteligente como Patrón, pero anhelaba complacerla, de modo que, tras enviarle la visualización adecuada, Radiante logró que desapareciera y volviera a formarse dejando la cartera en el exterior.
Por desgracia, la correa se partió al instante. Mientras Radiante la agarraba, la armadura dio la impresión de estar pensativa. Entonces una sección vibró de nuevo y creó una especie de funda metálica a un lado que podría sostener la cartera.
¡Shallan!, exclamó la armadura, en una superposición de voces de sus piezas, sonando orgullosa de sí misma.
Bueno, tendría que bastar. Ojalá Shallan llevara el pelo recogido en una práctica trenza, por mucho que costase hacérsela por las mañanas. O quizá aceptaría cortárselo hasta dejar solo uno o dos dedos y…
El horror inmediato procedente de Shallan hizo que Radiante abandonase la idea.
—Esto está bien —dijo Radiante, mirando a Adolin—. Aunque necesitaré entrenamiento en su uso, me parece.
—Sí —respondió Adolin—. Esto… ¿Radiante?
Ella asintió
—No le estreches la mano a nadie llevando eso puesto. Ni cojas nada. Ni… Bueno, tú ten cuidado.
Radiante descartó la armadura y cayó un par de centímetros hasta el suelo. Luego volvió a invocarla para practicar, lo que desgarró aún más el chaquetón e hizo que Shallan se encogiera. Tal vez podrían entrenar a los spren para evitarlo. El yelmo apareció y encajó en su sitio, dejando un espacio en el cuello para que el pelo saliera por detrás, lo cual… no era la imagen más intimidante del mundo.
Pero el yelmo en sí era una maravilla. Tenía una extraña transparencia desde el interior, que le confería una visión completa. Además, el resplandeciente símbolo de los Tejedores de Luz que engalanaba el peto quedaba impresionante. Los creacionspren estaban ansiosos por saber si estaban haciéndolo bien, así que Radiante les envió una confirmación mental.
En su interior, Shallan soltó una risita al imaginarlas invocando la armadura en batalla y acabando con una maceta en la cabeza, un tonel rodeándoles el torso y varios objetos de cuarto de baño pegados a los brazos. Y esa fue una imagen con la que Radiante iba a tener que vivir. Qué imaginación tenía esa chica, de verdad.
—Debemos transferirnos deprisa a Urithiru —dijo Radiante, fijándose en que los guardias azishianos ya corrían a informar de las novedades a su emperador.
La Puerta Jurada a la que habían llegado, la de Azimir, se distinguía del resto en que estaba defendida de una manera muy particular. En otro tiempo aquello había sido un mercado y el espacio estaba cubierto por una gran cúpula. Al saber que los Alezi tenían acceso a las Puertas Juradas, los azishianos habían trasladado el mercado y habían convertido aquello en una extraña especie de fortificación orientada hacia dentro.
Radiante supuso que, puestos a que una Puerta Jurada recibiera un ataque, quizá aquella fuese el objetivo que más les convenía. La enorme cúpula estaba hecha sobre todo de metal y tenía cientos de metros de diámetro, con una galería elevada ideal para desplegar arqueros que disparasen hacia abajo. Solo que… ¿podían afirmar que aquella fuese la única Puerta Jurada hacia la que se dirigía un contingente enemigo? ¿O había fuerzas invasoras ocultas marchando hacia otros lugares también?
Los azishianos les ordenaron despejar la Puerta Jurada primera, pese a su deseo de partir inmediatamente. Había papeleo que hacer, por supuesto, porque aquello era Azir. Tampoco nada demasiado atroz: solo un registro de quién utilizaba la Puerta Jurada y para qué. Tendrían que esperar a que llegara el visto bueno por vinculacaña.
Radiante lo soportó como pudo. Quizá podría haberlos obligado a darse más prisa, pero, si la noticia del ejército que avanzaba estaba en manos del emperador, ya corría la voz. Lo más probable era que la información llegase a Dalinar y Navani por vinculacaña antes de que Adolin y ella pudieran estar en presencia del rey y la reina.
Aunque… tormentas, ¿qué hora era ya? En Shadesmar le habían perdido la pista al horario del mundo físico. Hablando con un guardia, se enteró de que era casi medianoche, y estaban en plena alta tormenta.
Mientras pensaba en eso, llegó alguien a la pequeña sala donde estaban esperando, al borde de la cúpula. Kaladin, con su uniforme azul y su pelo hasta los hombros, un poco rizado. A Shallan siempre le había gustado que no se lo cortara, porque le quedaba propio así, pero Radiante no acababa de comprenderlo. ¿No estaba concediéndoles a sus enemigos algo que agarrar?
Eh, pensó Shallan dirigiéndose a Radiante, no pienso afeitarme la cabeza.
Sería mucho más efectivo, objetó Radiante. Y podrías rehacer el pelo con una ilusión.
Shallan tomó el mando, cruzó la estancia a la carrera y saltó a los brazos de Kaladin. Tormentosos gigantes alezi. Syl entró al cabo de un segundo, por algún motivo con tamaño humano, tal y como se la veía en Shadesmar. Además, llevaba algún tipo de uniforme.
Siendo así… bueno, Shallan soltó a Kaladin, que como siempre había soportado el abrazo a la manera de un tronco, y envolvió también a Syl con sus brazos. No había mucho que envolver. En el Reino Físico, los honorspren eran casi incorpóreos del todo. Las manos de Shallan entraron en contacto con algo, pero podrían haber atravesado el borde de la sustancia de Syl. No era tanto la sensación de abrazar a un ser corpóreo como la resistencia que se sentía al acercar dos imanes de la misma polaridad.
Syl se rio e intentó devolverle el abrazo.
—¡Vaya, Syl! —exclamó Adolin mientras se acercaba y le daba a Kaladin una palmada en la espalda—. Bonito uniforme.
—¡Gracias! —respondió Syl—. ¡Lo he hecho yo misma! ¡A partir de mí misma!
—Me gusta el corte —dijo Adolin—. No se ven muchas ko-takamas por ahí, aparte de en cuadros antiguos.
—Dejad de parlotear sobre ropa —terció Shallan, y miró a Kaladin—. ¿Tenéis noticias? Nosotros tenemos noticias.
—Hay un ejército congregándose en Shadesmar —dijo Adolin—. Avanza en dirección a Azimir.
—Tenemos que explorar desde las otras Puertas Juradas —añadió Shallan—. ¿Puedes llevarnos volando? Después de que hablemos con Dalinar.
Kaladin sonrió.
—Seguro que asignarán a Corredores del Viento para que lo hagan. Yo… ya no participaré en batalla. Tu padre tiene otra misión para mí.
—¿Otra misión? —preguntó Adolin—. ¡Tendrá que esperar! Vamos a reunirnos esta misma noche, sea a la hora que sea. Tenemos que prepararnos para este ataque.
—Seguro que os ocuparéis bien de él —dijo Kaladin. Miró a Syl, que asintió—. Nosotros vamos a Shinovar con Szeth para averiguar qué ha estado pasando allí y buscar a Ishar el Heraldo.
—Kal —dijo Shallan—, puede que haya una batalla pronto. Mayor que ninguna otra que hayamos visto, a juzgar por la movilización de tropas. Necesitaremos a todos los soldados disponibles. Seguro que, si hablamos con Dalinar, cancelará tu permiso obligatorio.
—Ya se ha ofrecido a hacerlo —respondió Kaladin—. Pero creo… que se me necesita más en otro lugar. O quizá Sagaz diría que yo necesito estar haciendo otra cosa. Ha llegado el momento de que busque otro camino, Shallan.
Adolin lo miró, pensativo.
—No pasa nada —añadió Kaladin, mirándola a ella a los ojos y luego a Adolin—. No sé explicarlo, pero esto es lo que debo hacer.
Tormentas.
—¿Eso que oigo en tu voz es optimismo? —preguntó Shallan.
Quería hacer alguna broma, pero descubrió que las palabras se negaban a fluir. Topaban contra la expresión del rostro de Kaladin. Confiado, sí. Y optimista también.
Pero además… ¿pesaroso? ¿Solemne?
—Yo creo que siempre ha sido optimista —dijo Adolin—. Uno no salta para salvar a un hombre condenado a menos que sea optimista.
—El honor ha muerto… —susurró Kaladin.
—En eso te equivocabas —lo interrumpió Adolin—. El honor no ha muerto.
—Pero… —empezó a decir Kaladin.
—El honor no está muerto —insistió Adolin—, mientras él… mientras ello viva en nosotros. Iremos a la reunión sin ti, pero ¿nos vemos luego en El Deber de Jez para tomar algo?
—En Shadesmar también hemos encontrado a un Heraldo —añadió Shallan—. Podrás retrasar el viaje unas horas para que te lo contemos, ¿verdad?
—Pues… no creo que pueda —dijo Kaladin—. Szeth, Syl y yo tenemos que aprovechar esa alta tormenta de fuera. Ya tendríamos que haber salido y…
—¿Kal? —Shallan alzó la barbilla—. ¿Qué es ese tono en tu voz? Suéltalo.
—Tal y como hablaba Sagaz… bueno, me hizo pensar que debería ver a la gente que me importa antes de partir. Nunca se sabe lo que pasará mañana.
Y entonces, para sorpresa de Shallan, y pese a que ella le había dado ya un abrazo, Kaladin se agachó con gesto envarado y la abrazó de nuevo. A continuación abrazó a Adolin y, si Shallan fuese una persona celosa, se habría fijado en que el abrazo de Adolin duraba más que el de ella.
—¿Estarás bien? —preguntó Adolin mientras Kaladin se separaba.
—Ni idea —respondió Kaladin—. Pero sí que me siento bien, Adolin. Es lo único en lo que pudo concentrarme por el momento.
—Eh —dijo Shallan, inclinándose hacia él—. Tenle un ojo echado a Szeth, ¿eh? No confío en él.
—Podemos ocuparnos de él —respondió Syl—. Ya lo hicimos una vez.
—Si vas a dejarnos tirados, Kal —dijo Adolin—, me lo tomaré como una promesa para más adelante. Nosotros cuatro. —Asintió mirando a Syl—. Unas copas, cuando esto acabe.
—Deberíais iros ya —respondió Kaladin—. Si tenéis razón sobre ese ejército, Dalinar querrá convocar una reunión ya mismo.
Adolin asintió y, al llegar el visto bueno, le dio a Kaladin otra palmada en el hombro antes de llevarse a Galante de vuelta por el pasadizo hacia la Puerta Jurada. Shallan se quedó un momento más y le soltó un codazo a Kaladin en las costillas.
—Me niego —dijo— a decir adiós.
—Voy a… marcharme de todos modos, Shallan.
—Pues márchate —replicó ella—. Pero esto lo empezamos nosotros. Tú y yo. Radiantes antes que nadie.
—Excepto que Jasnah. Y puede que Lift. Y a lo mejor…
—Tú y yo —lo interrumpió Shallan— estábamos ahí al principio. Nos reuniremos al final, como ha propuesto Adolin. Cuando el mundo esté a salvo y Dalinar haya hecho lo que tenga que hacer, quedaremos para reírnos y bromear de nuevo.
—Shallan, tienes que…
—Promételo.
Kaladin suspiró.
—No puedo prometer cómo va a ser el futuro.
—La realidad se deforma a tu alrededor, Kaladin. Siempre lo ha hecho. Prométemelo. Si hay una promesa, entonces podremos hacer que ocurra.
Él la miró a los ojos y asintió.
—Copas. Bromas. Risas. Al final. Lo prometo.
Shallan le hizo un último asentimiento y luego siguió a Adolin mientras Kaladin le decía un adiós rápido a Drehy. Después de eso, el Corredor del Viento y sus escuderos alzaron el vuelo y llegaron antes que Shallan y Adolin al edificio de control en el centro de la cúpula.
Una vez allí, Shallan invocó su hoja esquirlada y…
… y era Testimonio.
Se quedó paralizada, sintiendo ecos de pérdida… pero luego, de reconciliación. Ya había afrontado aquello. Podía afrontarlo. Oyó un tenue zumbido desde su chaquetón. Patrón, con su vibración característica. Dos hojas esquirladas.
—Adolin —dijo Radiante, sosteniendo el arma ornamentada—, ¿hay formas para empuñar dos hojas esquirladas a la vez?
—Por supuesto que sí —respondió él—. Pero son todas prácticamente inútiles.
—¿Ah, sí? —dijo ella.
—Luchar con espada y daga puede ser práctico —explicó Adolin—. Y he oído argumentos a favor de dos espadas de armas, aunque en mi opinión es más vistoso que efectivo. El caso es que una segunda espada no ofrece mucha ventaja respecto a un escudo, o ni siquiera respecto a usar una sola espada de doble puño. Además, dados el tamaño y la longitud de las hojas esquirladas… En fin, Radiante, creo que aún nos queda trabajo para conseguir que luches como es debido con una.
Ella asintió. Pero… ¿qué era eso que había oído de espada y escudo? Decidió darle un par de vueltas cuando hubieran terminado con aquello. De momento, hoja-Testimonio en mano, dio un paso adelante e introdujo el arma en la cerradura de la pared del pequeño edificio de control. Tras un asentimiento de Drehy, que había cambiado sus esferas opacas por más reservas de luz tormentosa, Radiante hizo rotar la pared interior de la cámara circular, lo que activaba el dispositivo. Aparecieron con un anillo de luz en la fría…
Hum, ¿sorprendentemente cálida?
… meseta fuera de Urithiru. Radiante frunció el ceño mientras salía al aire húmedo y tibio de la montaña. No se le destaponaron los oídos al tragar, como solía ocurrir siempre que llegaba a Urithiru. Shallan había emergido al cabo de un instante. ¿Qué le había pasado a la presión? ¿Y al frío? Era de noche en Urithiru, pero la torre brillaba. Había una luz resplandeciente en las ventanas a lo largo de toda la estructura. Una luz pura, uniforme. Del color equivocado. Un tono demasiado verde para ser luz tormentosa.
Había más luces que se alzaban del suelo, señalando el camino por la meseta principal hacia la torre, cuya inmensa entrada destellaba como los mismísimos Salones Tranquilos. Hasta la mampostería parecía más… colorida. La ciudad que había dejado daba la sensación de ser el caparazón descartado de un animal. Desde entonces, ese animal había regresado y Urithiru vivía de nuevo.
Los Corredores del Viento se elevaron hacia el cielo, dejando un rastro de luz tormentosa. Llevarían la noticia a los Forjadores de Vínculos y los generales. Adolin se acercó a ella, llevando a Galante de las riendas.
—Sin duda convocarán una reunión de los monarcas para dentro de unas horas.
—¿Unas horas? —dijo ella, sorprendida—. Pensaba que sería inmediato.
—Eso es inmediato —respondió Adolin con una risita—, si tienes que sacar a todo el mundo de la cama. Debería darnos tiempo de hacer un cambio rápido de ropa, cenar y quizá hasta dormir un poco.
Shallan asintió, se puso al paso de Adolin y cruzó con él aquella ancha plataforma circular que formaba parte de la Puerta Jurada. Preparándose. Los monarcas y los Forjadores de Vínculos se ocuparían del ejército que se aproximaba. Ella tenía que reunir a los Tejedores de Luz que había dejado allí y urdir un plan para encargarse de Mraize.
Kaladin vio desde un lado de la cúpula de la Puerta Jurada de Azimir cómo Shallan y Adolin la cruzaban, cogidos de la mano.
¿Quién habría pensado que acabaría entristeciéndose por la idea de separarse de un par de ojos claros? Una había rechazado sus insinuaciones, el otro era hijo del rey. Los vio marcharse y se descubrió…
¿Aliviado?
Tormentas, ¿así era como funcionaban sus emociones cuando el cerebro no lo traicionaba?
—¿Qué pasa? —preguntó Syl.
—Nada, estaba pensando en lo colado que estaba por Shallan, antes de que se casara.
—¿Te duele verlos juntos?
—Hay un poco de dolor latente —reconoció él—. Más por el rechazo que otra cosa; a nadie le gusta que le digan que no. Pero, tormentas… la verdad es que me alegro de que haya resultado así.
—¿Porque esos dos se quieren? —preguntó Syl.
—Sí. Son mis amigos y quiero que sean felices. Pero es más que eso. Intento imaginarme con Shallan y no puedo evitar pensar que nuestras neurosis individuales se retroalimentarían de maneras peligrosas. Mi tristeza aventaría sus sentimientos de abandono cuando me retraigo. Su autodestrucción dispararía mi pánico a ser incapaz de ayudar y… —Miró a Syl y sonrió.
»No tendría por qué ser así, claro. También he visto que a veces ayuda estar en compañía de gente que comprende por experiencia propia lo que es que te traicione tu propia mente. A lo mejor lo habríamos resuelto juntos. Pero ahora mismo… me alegro de no haber tenido que intentarlo. Me alegro de que ella tenga a Adolin. Es lo que necesita.
—¿Y qué necesitas tú? —preguntó Syl con suavidad.
—Siempre cuidando de mí, ¿eh?
—Viene a ser mi único trabajo.
Kaladin respiró hondo.
—Bueno, supongo que parte de la razón de este viaje es que lo descubramos.
La Puerta Jurada destelló. Shallan y Adolin se marcharon, acompañados de Drehy y sus escuderos.
«Dalinar me quiere en la línea sucesoria —pensó Kaladin, distraído—. ¿En qué nos convertiría eso a Adolin, a Renarin y a mí? ¿En hermanos?».
Tormentas, por lo que sabía de la sucesión y la genealogía de los ojos claros… sí, serían hermanos. Los alezi, siempre prácticos para esas cosas, no hacían distinción alguna entre los herederos adoptados y los natos, del mismo modo que tanto la conquista como la inmigración convertían a la gente en súbditos alezi, fuese cual fuese su ascendencia.
Kaladin había entrado en una espiral descendente hacia la muerte después de perder a su único hermano. Entonces había encontrado al Puente Cuatro y a la gente de los campamentos de guerra. Desde entonces, al parecer tenía demasiados hermanos y hermanas para poder contarlos siquiera.
Syl y él salieron por un pasillo sorprendentemente largo, que cruzaba la gruesa base de piedra que tenía la cúpula por todo su borde, y se reunieron con Szeth en una sala de espera lateral. Entonces los tres se elevaron muy por encima de la tormenta. Volarían rozando su parte superior, donde la luz tormentosa se renovaría sin cesar pero el viento no sería demasiado fuerte para soportarlo.
Kaladin absorbió el poder de la tormenta, se encendió de luz tormentosa y sintió…
Satisfacción.
—Lo hemos hecho bien, Syl —dijo—. Estoy orgulloso de lo que hemos ayudado a construir, y a proteger. Nunca me desprenderé por completo de Tien ni de Teft… pero estoy orgulloso de cómo he madurado.
—Qué definitivo suenas —respondió ella, flotando a su lado—. Llevas todo el día dando esa sensación, hasta antes de hablar con Sagaz. —Se acercó a él—. ¿Es el Viento?
—En parte. Pero… Syl… el caso es que no estoy preocupado. Vamos a sobrevivir a esto. Me da igual lo que diga Sagaz. —Kaladin asintió con firmeza—. Vamos a tomarnos esa copa con Adolin y Shallan.
Extendió la mano hacia ella y Syl, tras un momento, la tomó. Juntos, seguidos por Szeth, se lanzaron volando hacia delante, hacia el frente de la muralla de tormenta, y se unieron a los vientos que iban al oeste.