AVANCE OFICIAL – El Archivo de las Tormentas 5 – Viento y Verdad: Capítulos 10 y 11

¡Feliz inicio de semana!

Ya tenemos por aquí la portada de Viento y Verdad ilustrada por Michael Whelan, en el que va a ser su último trabajo por encargo editorial. Con esto, y al alcanzar el ecuador de El Archivo de las Tormentas, se cierra un ciclo y se abre el interrogante sobre quién será la persona que heredará el honor de ilustrar las nuevas portadas del Archivo los próximos quince a veinte años.

Recordad que la librería Gigamesh tiene una preventa activa con regalo exclusivo, válida en España.

El Archivo de las Tormentas, Viento y Verdad, portada USA, arte de Michael Whelan
El Archivo de las Tormentas, Viento y Verdad, ilustración para la portada USA, arte de Michael Whelan

Y, como no, os dejamos con el Cosmerecast de esta semana. Y, además, hemos creado una página a modo de índice para que os sea más fácil seguir los avances.

Viento y Verdad: capítulos 10 y 11. traducción de manu viciano.

Título original: Wind and Truth, escrito por Brandon Sanderson, © 2024 Brandon Sanderson, © Manu Viciano por la traducción. Publicado por acuerdo con la editorial Nova, parte de Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U.

El Archivo de las Tormentas 5, Viento y Verdad - Encabezados - Capítulo 10 - Intendente de Libros

Cap. 10: Intendente de libros

El segundo momento ya había ocurrido. Fue cuando el propio Szeth decidió afrontar esa misión. La que daría forma a todos nuestros futuros.

De Caballeros de viento y verdad, página 8.

 

 

Kaladin siguió a Syl a una parte de la torre que tenía los techos más bajos. Tuvieron que dejar de volar y, caminando, al poco tiempo entraron en el… ¿almacén de suministros de las escribas?

No era como lo llamaban ellas, pero Kaladin, por supuesto, no sabía leer el letrero. Las escribas no tenían una intendente. Tormentas, ¿cómo llamaban a ese sitio? Era una estancia larga y de techo bajo, llena de librerías y de fervorosos holgazaneando, de calvas que reflejaban las brillantes luces incrustadas en la piedra. El olor a papel y a piel de cerdo curtida llenaba el aire.

Kaladin atrajo no pocas miradas de las mujeres y los fervorosos que iban dejando atrás, pero Syl avanzaba entre ellos en línea recta con la barbilla bien alta, visible por completo. Lo guio por un laberinto de altas estanterías llenas de libros hasta un mostrador que había al fondo.

Tras él estaba una mujer, cruzada de brazos. Pintalabios de un marcado color rojo en una cara por lo demás blanquecina, como sangre sobre un cadáver. Las arrugas que surgían de su nariz y le recorrían las mejillas daban la impresión de que podía fruncir el ceño dos veces a la vez. Cuando vio venir a Syl, ambos ceños se volvieron más pronunciados.

Syl no aflojó el paso hasta llegar al mismo mostrador.

—¿Tienes mis cosas? —Señaló a Kaladin—. Traigo un humano de carga.

—¿Un qué? —preguntó él.

—Puedes llevar cosas. Yo no. Por tanto…

La mujer madura del mostrador lo miró de arriba abajo y se sorbió la nariz.

—Supongo que debo acceder.

—Sí, eso debes hacer —dijo Syl—. Lo ordena la reina Navani. Sé que lo has comprobado.

El suspiro de la mujer podría haber hecho ondear un estandarte de batalla, pero metió la mano bajo el mostrador y sacó un libro, que dejó en la superficie con un golpetazo.

—Te he encontrado un ejemplar prescindible.

Syl hizo unos gestos ansiosos, así que Kaladin lo levantó por ella. Pasó unas páginas, pero no vio ilustraciones ni glifos. Solo línea tras línea de escritura femenina.

—¡Las palabras están todas partidas! —exclamó Syl—. ¡No están escritas con líneas fluidas en absoluto!

—Hechas con tipos móviles, procedentes de Jah Keved —dijo la mujer—. No voy a darte un ejemplar manuscrito para que lo utilices sobre el terreno. —Miró a Kaladin entornando los ojos—. No irás a enseñarle a él a leer, ¿verdad?

—¿Y qué si lo hiciera? —replicó Syl, poniéndose de puntillas y proyectando confianza—. Dalinar lee.

—El brillante señor Dalinar es un hombre sagrado.

—Kaladin es sagrado —repuso Syl—. Díselo.

—Estoy vinculado a un pedazo de un dios —afirmó él—. Y nunca me deja olvidarlo.

—¿Lo ves? —dijo Syl.

La mujer suspiró de nuevo.

—Sigue sin justificar que te lleves un libro mío ahí fuera.

—¿Cuál es? —preguntó Kaladin, hojeándolo.

El camino de los reyes —dijo Syl—. ¡Tu propio ejemplar! Te lo he conseguido, dado que soy tu escriba.

Kaladin abrió la boca para protestar por el peso y porque ya tenía el macuto hecho, pero entonces vio el entusiasmo en la expresión de Syl. Llevaba dándole vueltas a esa idea, la de hacerle de escriba, desde antes del ataque a Urithiru. Cara a cara con la sonrisa emocionada de Syl, sus pensamientos dieron media vuelta y marcharon en sentido contrario sin perder el paso.

—Qué maravilla —dijo—. Gracias.

—También quiero las otras cosas —le exigió Syl a la mujer del mostrador—. Venga.

La mujer envió a una mensajera, lo cual los dejó allí a los tres de pie, al fondo de una sala llena de gente que cambiaba de postura y susurraba, de logispren que flotaban como pequeñas tormentas. No era un lugar silencioso, pero tenía una atmósfera de silencio. Era raro que aquel lugar, con tantos libros encuadernados en cuero, pudiera oler tan parecido a la oficina de intendencia con sus armaduras.

Una mujer llegó al mostrador y la atendieron enseguida, con actitud casi deferente. Kaladin miró molesto. ¿Trataban diferente a Syl porque era una spren? Luego pasó otra mujer con paso firme, vestida con una larga falda plisada y una casaca militar. Kaladin no reconoció a la mujer, pero aquella era una chaqueta de uniforme alezi, algo más ceñida que como solían preferirlas las mujeres del Puente Cuatro.

A Syl se le pusieron los ojos como platos y se le escapó un suave: «Uuuh…».

—Estilo nuevo —dijo la mujer de detrás del mostrador—. Basado en una antigua ko-takama. —Al ver sus expresiones perplejas, añadió—: Ropa de mujer guerrera, muy vieja, de nuestra época más salvaje. No usaban la casaca de uniforme, claro, y la cintura era más alta, a veces con un lazo. Puede que tenga una ilustración en algún…

Dejó la frase inacabada cuando la ropa de Syl vibró y, al instante, llevaba puesto algo similar. Syl se elevó un poco y su falda, más larga que la de antes, titiló unos instantes. Fina, plisada, a juego con la chaqueta ceñida. Seguía llevando el pelo suelto, aunque fuese de las pocas mujeres en la sala que no se lo recogía.

—Es bonito —dijo Kaladin—. Te queda bien.

Syl sonrió.

—Sugeriría —intervino la mujer— un buen par de mallas o de pantalones por debajo de la ko-takama, en una Corredora del Viento o lo que seas, para que…

—¿Para que qué? —preguntó Syl, toda inocencia.

—Cuando vuelas —dijo la mujer—. Para que… ya sabes…

Syl ladeó la cabeza y luego inhaló de golpe.

—¡Ah! Para que no se me vea el chull.

—¿El… chull? —preguntó la mujer.

Syl se inclinó sobre el mostrador en actitud conspiradora.

—¡No conseguía entender por qué estos humanos son tan tímidos con lo que tienen entre las piernas! A mi inculta mente spren se le hacía raro. ¡Pero entonces lo adiviné! ¡Ahí abajo tiene que haber algo bastante horrible, si a todo el mundo le da tanto miedo enseñarlo! Y lo más horrible que conozco es una cabeza de chull. Así que, cuando hice este cuerpo, puse una ahí.

La mujer se quedó mirando a Syl, y parecía estar intentando con todas sus fuerzas no bajar los ojos.

—Una cabeza de chull —dijo por fin.

—Una cabeza de chull —repitió Syl.

—Ahí… abajo.

—Ahí abajo. —Syl le sostuvo la mirada a la mujer sin parpadear un rato, antes de añadir—: A veces le doy hierba.

La mujer liberó un sorpresaspren e hizo un ruido no muy distinto al que Kaladin había oído hacer a soldados cuando los estrangulaban.

—Iré a ver cómo va tu material —dijo la mujer mientras se marchaba a toda prisa, sonrojándose y poniendo cara de quizá estar teniendo una pequeña arcada.

Syl miró a Kaladin y sonrió con dulzura.

—¿Una cabeza de chull? —preguntó él.

—¡Ya sabes cómo somos los spren! —exclamó ella—. Veleidosos y extraños. ¡No se nos puede confiar ni un tormentoso libro! Podríamos… yo qué sé, leerlo y dañar alguna de sus valiosísimas páginas.

Kaladin bufó.

—No será… verdad que… ya sabes…

—Kaladin, no digas bobadas —dijo Syl, flotando a un palmo del suelo, con su falda nueva ondeando—. Piensa en lo incómodo que sería.

—Pero ¿existes siquiera? —preguntó él, soltándolo antes de pensar bien las palabras—. ¿Bajo la ropa? O sea, ¿la ropa es tu piel o…?

Syl se inclinó hacia él.

—¿Quieres verlo?

—Oh, tormentas, no —respondió Kaladin.

Por un terrible momento, se la imaginó haciendo desaparecer la ropa allí mismo, en medio de aquella especie de almacén de intendencia de libros, completamente visible para todo el mundo. O, quizá peor, visible solo para él, con objeto de sonrojarlo. Tormentas, podría hacerlo en cualquier momento, incluso en plena reunión con Dalinar. Seguro que lo encontraría tan gracioso como pegarle los pies al suelo. Cualquiera habría dicho que, después de tanto tiempo, Kaladin habría aprendido a tener la tormentosa boca cerrada.

—Esto —dijo Syl señalando su ropa— forma parte de mí, igual que tu pelo, a lo mejor, o tus uñas. Solo que tú no puedes controlar esas cosas y yo sí.

—Con eso no lo explicas —repuso Kaladin—. O sea, seamos sinceros: si fuese yo, creo que no terminaría las partes que no iba a ver nadie. ¿Para qué esforzarme?

—No es un esfuerzo —dijo ella—. Lo que requiere esfuerzo es cambiar. —Se señaló a sí misma—. Esto soy yo, mi forma, mi cara. Es lo que soy. Puedo transformarme en otras cosas; las naturales son las más fáciles. Pero al final termino volviendo a esta forma. La misma que tengo en Shadesmar. Eso cambia solo en circunstancias excepcionales.

Vaya. Seguía sin responder del todo a su pregunta, pero era interesante.

—Sigues preguntándote cuánto detalle tengo, ¿verdad? —preguntó Syl, dándole un golpecito con el hombro.

—No —dijo él, contundente—. Vas a buscar una forma de avergonzarme. Así que no.

Syl puso los ojos en blanco.

—Somos como se nos imaginó, Kaladin —dijo—. Más o menos humanos, aunque con ciertas mejoras envidiables. Puedes dar por sentado que, si una humana tiene algo, yo también lo tengo, a no ser que dé asquito.

Lo cual, de nuevo, no explicaba nada, teniendo en cuenta lo errática que podía ser la definición que le daba Syl a la palabra «asquito». Pero, por suerte, la spren dejó estar el tema cuando la escriba regresó por fin con una cajita. Sacó de ella papel, tinta y varias plumas muy finas y ligeras, de las exóticas, que Kaladin había oído que de algún modo se hacían con partes de pollos.

Syl dio unos saltitos entusiasmados, haciendo caso omiso a la intendente de libros  y su mirada severa. Cohibida al principio, extendió el brazo y, con esfuerzo, levantó una pluma. Antes de entonces, lo más pesado que Kaladin había visto llevar a Syl por sí misma era una sola hoja. Ese día, a tamaño humano, tensó la cara, se concentró… y alzó a propósito la pluma en el aire, como si estuviera levantando una pesa de entrenamiento.

«Tormentas», pensó Kaladin, impresionado mientras Syl mojaba la pluma en tinta, con movimientos lentos y cuidadosos. La llevó hasta el papel y creó una única letra. Luego volvió a dejar la pluma en el mostrador.

—Enhorabuena —dijo la intendente de libros—. Acabas de mostrar la destreza de un niño de cuatro años.

Syl languideció, y Kaladin sintió una sacudida inmediata. Su irritación por aquella mujer bulló convertida en algo más ardiente. Abrió la boca mientras le venía a la mente una docena de opciones. ¿Quería una escenita? Pues desde luego que la iba a tener.

Esas palabras sí que se las pensó; no quería fastidiarse el día por culpa de una abusona. Así que suspiró y apoyó los brazos en el mostrador.

—¿De qué tienes miedo? —le preguntó.

—¿Brillante señor? —dijo ella.

—Conocía a otro abusón —explicó Kaladin—. Un hombre bajito. Tuerto. Trataba a todo el mundo como si fuesen crem. Nos exigía mucho, demasiado. Por su culpa murió gente, y no tenía ni una pizca de empatía. Resultó que estaba muy endeudado. Siempre estaba aterrorizado por no llegar a los pagos, así que castigaba a toda la gente de alrededor. Por eso me preguntaba si tú eras igual, si había algún motivo por el que estés tan enfadada y seas tan desagradable.

—Creo que no sé a qué te refieres, brillante señor —dijo ella.

—Espero que estés mintiendo —replicó Kaladin—, porque, si no hay un motivo, si eres insufrible porque sí, entonces me das aún más lástima. Así que supondré que muy en el fondo, dentro de ti, hay una persona capaz de comprender esto que voy a decirte.

»¿Esa actitud que muestras? Crees que te hace parecer fuerte, pero no es verdad. Lo que hace es dejar clarísimo que te pasa algo. Mira el esfuerzo que ha hecho Syl. ¡Tendrías que estar emocionada! ¿Quién regaña a una persona por intentar mejorar? ¿Quién reparte libros y material de escritura y, sin embargo, siente la necesidad de socavar a quien supera unas limitaciones físicas enormes para utilizarlos?

Kaladin sostuvo la mirada a la mujer, y le pareció ver algo en sus ojos. Una chispa de bochorno. Y atrajo un solo vergüenzaspren, un pétalo blanco que aleteó detrás de ella.

—Escucha —dijo Kaladin—, tienes que hablar con alguien de tus problemas. Conmigo no; yo solo soy un desconocido. Pero busca a alguien. Habla. Madura. El esfuerzo merece la pena, ¿de acuerdo?

La mujer apartó la mirada, pero entonces hizo la más leve insinuación de un asentimiento.

Kaladin cogió el papel donde Syl había escrito, lo dobló y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta.

—Esto me lo quedo —dijo—. Es una maravilla.

—Ahora sí que puedo ser tu escriba de verdad —afirmó Syl, y miró el papel—. Siempre que lleves tú el material, claro.

Kaladin sonrió y lo guardó todo, además del libro, en su macuto. Se lo echó a la espalda cargado en los dos hombros y se marcharon.

—Doy por hecho —dijo Kaladin en voz baja— que la mayoría de las intendentes de libros no son tan espantosas.

—Espera, espera, ¿cómo la has llamado?

—Esto… ¿Intendente de libros? ¿Responsable del almacén de suministros de las escribas?

—¿La bibliotecaria jefe? —dijo ella—. ¿Responsable de la biblioteca?

—Ah, muy bien. Sí, esa era la palabra.

—A veces eres de lo más adorable.

Salieron de nuevo al laberinto de estrechos pasillos de Urithiru. Kaladin señaló con el mentón hacia la derecha, donde se veía luz natural al fondo de un corredor. Allí había un tragaluz y ventanas abiertas a ambos lados.

—¿Cansada de tanto pasillo? —preguntó.

—Agotada.

Sonriendo, buscaron juntos el cielo.

El Archivo de las Tormentas 5, Viento y Verdad - Encabezados - Capítulo 11 - Musispren

Cap. 11: Musispren

Pues, aunque el duelo de campeones debía celebrarse en el este, un duelo distinto iba a librarse en Shinovar. Uno que, según aseveraba el Viento, era tan crucial como el primero. Quizá más.

De Caballeros de viento y verdad, página 8.

Abidi el Fusionado se alzaba sobre Shallan, mirando boquiabierto la espada que le atravesaba el pecho. Radiante la liberó de un tirón y dio un tajo hacia su cabeza. A pesar de la herida, Abidi tuvo el aplomo de esquivar echándose hacia delante. Tropezó con Shallan, resbaló hasta detenerse y se volvió mientras la herida se cerraba. Por desgracia, Radiante no había logrado alcanzar su gema corazón ni partirle la columna vertebral, que eran las dos maneras más limpias de matar a un Fusionado.

El Celestial la observó y luego echó un vistazo hacia Radiante, encarnada, y sus ojos se entrecerraron mientras canturreaba a un ritmo discordante.

—¿Has aprendido la sustanciación? Creía que los tuyos habían prohibido esa habilidad. Odium debe saberlo.

Se lanzó de cabeza a través de la pared de cuentas y desapareció.

La caverna se vino abajo de inmediato. Una inundación de cuentas envolvió a Shallan mientras la ilusión de Radiante se desvanecía en volutas de luz tormentosa. Shallan se aferró a la cartera que llevaba bajo el brazo, absorbió más luz tormentosa y tanteó con su mano libre sin enguantar. Buscando entre las cuentas.

Necesitaba una a modo de plano. Ya lo había hecho antes, y había practicado durante ese viaje. En esos momentos le hacía falta una habitación. Una cuenta que fuese el alma de una habitación…

Encontró una casi al instante. Una estancia vacía. Una parte de ella supo que era conveniente en un grado increíble, sobrenatural incluso, hallar tan deprisa la cuenta exacta que necesitaba.

¡Shallan!, exclamó una voz en su mente. Tuvo una clara impresión de Adolin por debajo de ella y a la izquierda. Siguió esa impresión, utilizando luz tormentosa para hacer que las cuentas la impulsaran poco a poco hacia allí. Conservó el diagrama en la mano hasta alcanzar el fondo del océano, un suelo de lisa obsidiana. Allí ordenó a las cuentas que se retirasen, formando una gran sala cuadrada y vacía. El retroceso de las cuentas dejó a la vista a Adolin en el suelo, hecho un ovillo, con las manos ahuecadas alrededor de la boca para crear un espacio y poder respirar.

Adolin parpadeó por la repentina luz, procedente en su totalidad de Shallan, y se incorporó. Había unas cuantas espadas esparcidas por allí cerca, que habían caído junto con él. Sintiéndose abrumada, Shallan fue hasta él, aún sin soltar la cuenta. La sintió… ansiosa por ayudar.

¿Cómo?

Nunca antes había captado una sensación como aquella de una cuenta. ¿Y qué era esa voz que la había guiado hacia Adolin? Frunciendo el ceño, extendió el brazo hacia él, pero entonces tropezó. La sala dio vueltas alrededor de ella y, al cabo de un segundo, Shallan estaba en el suelo y todo estaba hecho un revoltijo.

—¿Shallan? —dijo Adolin, acunándola.

—¿Eres… real? —preguntó ella.

—¿Qué? Pues claro que sí.

—He creado a Radiante —susurró Shallan—. Podría haberte creado a ti. A lo mejor por eso eres tan maravilloso. He dicho que la realidad puede ser como yo la imagine, pero la verdad es que no es lo que quiero. Eso sería… aterrador…

Adolin le apretó la mano y la ayudó a enderezar la espalda. El mundo dejó de dar vueltas y… sí que era él, ¿verdad? No era una ilusión. Había sido una sensación estupenda manifestar a Radiante, que una parte de ella saliera de su interior y se hiciera real, pero la idea de poder tocar sus ilusiones… ¿Cómo podría saber jamás en qué confiar?

«Confía en él. En él puedes confiar».

—Lo siento —dijo, y respiró hondo mientras se llevaba una mano a la cara—. Estos últimos días he estado exigiéndome mucho, con lo de Sinforma y demás…

—Todos hemos hecho demasiados esfuerzos —dijo él, tocando el hombro de Shallan donde se había hecho la herida. Chasqueó la lengua, con toda probabilidad molesto por el desgarrón en la tela, ya que se veía que la herida había sanado—. Después de esto, necesitaremos un descanso largo y sin sobresaltos.

—Suena encantador —respondió ella.

Le indicó por señas que la ayudara a levantarse. Era humillante haber pasado de un momento de tanta fuerza, cuando había atacado a un Fusionado, a aquello. Conservó aquella cuenta en la mano libre, porque había algo muy extraño en ella.

Adolin confirmó que era capaz de mantenerse en pie antes de recoger del suelo una espada de las que se empuñaban con una sola mano.

—Drehy y sus escuderos siguen luchando ahí arriba. ¿Puedes ayudarme a llegar a ellos? Sé que necesitas descansar, pero no podemos abandonarlos.

Shallan fue hasta el límite de la estancia y palpó las cuentas de la pared. Habían encajado entre ellas, alineándose a la perfección para formar una superficie más o menos lisa.

—Necesitaré algo que pueda crear una plataforma y elevarnos. ¿O quizá podría levantar esta habitación y ya está? ¿Fingir que…?

Su visión empezó a dar vueltas otra vez. Solo durante un momento. Las cuentas temblaron. Adolin retrocedió de un salto mientras una cara cobraba forma en las cuentas de la pared, la forma de una cantora. La misma mujeren que Shallan había estado dibujando. Su visión empezó a ennegrecerse por los bordes y oyó un fragor, acompañado de…

… de una voz femenina que le hablaba a la mente siguiendo los ritmos.

Te mataré. Quemaré todo lo que aprecias. ¡Me cobraré mi venganza con un río de sangre!

La voz de Adolin era un sonido temeroso pero distante. La oscuridad formó un túnel alrededor de Shallan.

Arrasaré este mundo hasta que no quede ni un solo humano respirando. ¡Traidores, ladrones, monstruos! ¡Os enviaré de vuelta a las llamas de las que…!

Adolin incrustó un gigantesco, exagerado espadón en aquel rostro. Estalló en una lluvia de cuentas, como un manantial de agua. La estancia entera se desintegró.

Shallan necesitaba una cúpula. No, una esfera. Como la que utilizaba Navani para viajar. Debería haber sido capaz de crear una sin contar con un diagrama, pero aún no podía. Sin embargo, al extender la mano encontró una cuenta que representaba esa figura. Aquello era una coincidencia incluso más ridícula que la anterior, pero Shallan usó la cuenta y creó una esfera en torno a Adolin y ella, y la hizo volar hacia arriba hasta que…

Emergieron del océano de cuentas y la puerta del vehículo improvisado de Shallan se abrió a una orden suya. Se quedaron allí oscilando, y Adolin le puso una mano en el hombro.

—Shallan, en nombre de Condenación, ¿qué está pasando?

Ella negó con la cabeza y señaló hacia el lugar donde los Corredores del Viento se enfrentaban todavía a los Celestiales. Mientras lo hacía, una escudera de Drehy, la misma mujer a la que habían empalado antes, llegó precipitándose desde arriba. Parecía estar apuntando hacia el vehículo con forma de semiesfera, pero terminó estrellándose contra las cuentas cerca de allí y su luz tormentosa se apagó.

Adolin, maravilloso como siempre, hizo ademán de saltar para agarrarla, pero nadar en aquellas cuentas era casi imposible. A Shallan siempre le daba la impresión de que debería ser fácil, teniendo en cuenta lo sólidas que eran, pero la forma en que se movían siempre absorbía a la gente hacia abajo o la zarandeaba. Así que Shallan le puso una mano en la pierna para detenerlo, y entonces inhaló una larga y profunda bocanada de luz tormentosa, agradecida a los Corredores del Viento por habérsela dado.

No tenía ni idea de lo que ocurría, y estaba asustada. En lo más profundo de su ser, seguía aterrorizada. Pero eso, susurró Velo, es un paso adelante.

Durante años, Shallan se había odiado a sí misma. Ahora ya solo se temía. Desde luego, era un progreso.

Logró solidificar las cuentas de alrededor de su vehículo para formar un anillo estable de unos seis metros de diámetro. Al hacerlo, elevó a la Corredora del Viento herida y Adolin, con su inmensa espada en la mano, corrió para ver cómo estaba. En lo alto, el asalto era implacable, y Shallan se fijó en que había un Fusionado concreto que lideraba a los demás: Abidi el Monarca, con su cara jaspeada casi toda en blanco. El Fusionado la vio y se lanzó hacia abajo para atacar.

Shallan había empezado a considerar a los Celestiales los menos dogmáticos de los Fusionados, pero, como todo el mundo, no dejaban de ser individuos. Debería haber sabido que estaba cometiendo un error al generalizar a un grupo entero.

Mientras Abidi aterrizaba en la plataforma, Shallan intentó dar forma de nuevo a Radiante, pero el esfuerzo la mareó tanto que cayó de rodillas. Por suerte, Abidi cometió un error táctico garrafal: subestimar a Adolin. Lo apartó de un distraído empujón y alzó una espada para acabar con la Corredora del Viento caída. Adolin se interpuso de un salto y desvió el golpe con su enorme espada, que sostenía de un modo extraño, con una mano en la empuñadura y otra en la parte sin afilar justo por encima de la guarnición .

Con evidente sorpresa por verse desafiado, Abidi descargó un tajo hacia Adolin, que esquivó por dentro del ataque y, con un movimiento experto, clavó la punta de su espada entre dos placas de caparazón en el costado del Fusionado. Se oyó un crujido cuando Adolin hundió la hoja.

El Fusionado ahogó un grito y la luz roja de sus ojos flaqueó. Dio un paso para desclavarse de la espada, logró esquivar el siguiente ataque de Adolin y trató de huir hacia el cielo. Ascendió unos tres metros antes de que su luz del vacío se agotara, y entonces se precipitó a las cuentas y desapareció bajo la superficie.

Otro Fusionado voló en su ayuda, y llegaban unos pocos más desde arriba.

—Tormentas, qué bueno es Adolin —dijo Radiante, que por fin había cobrado forma a partir de luz tormentosa al lado de Shallan.

Miró hacia arriba, alzó un gigantesco arco esquirlado y, en un solo movimiento fluido, disparó una flecha que era casi tan gruesa como una lanza. Luego otra. Los Fusionados que tenían encima se dispersaron.

Shallan se sentó y respiró hondo, concentrándose en su tejido de luz y en permanecer consciente. Drehy y sus escuderos se reagruparon en la plataforma y adoptaron una formación defensiva alrededor de su compañera caída, con las lanzas hacia arriba. Después de hacer un recuento rápido y concluir que estaban todos allí excepto los spren, Shallan utilizó la cuenta que representaba una habitación para construir una enorme caja alrededor de todos ellos. Antes de que los Fusionados pudieran volver a por ellos, los sumergió bajo la superficie.

Drehy sacó un zafiro para iluminarse y se arrodilló junto a su escudera. A juzgar por cómo la mujer absorbió de inmediato la luz tormentosa, sumiéndolos de nuevo en la oscuridad, iba a ponerse bien. Las siguientes gemas que le acercaron ya no se consumieron.

Shallan se dejó caer hacia atrás, con su luz casi agotada por completo. Al momento, Drehy se acercó.

—¿Esto es cosa tuya, Shallan? —preguntó, golpeando con los nudillos la pared de la estancia.

—Sí.

—Esos Fusionados han visto dónde nos hundíamos. Vendrán a por nosotros.

Condenación. Era cierto. Bueno, Jasnah tenía dominio sobre sus objetos creados a partir de cuentas; le había hecho una demostración a Shallan flotando sobre una plataforma. Y la propia Shallan había estado ejercitando esos músculos cada vez más, últimamente. Así que tal vez…

Utilizando más luz tormentosa procedente de Drehy, logró sumergir la habitación hasta el fondo del océano de cuentas. Entonces la hizo avanzar, como una pequeña barca bajo el agua.

Faltaba encontrar a los spren. Shallan podía captar la presencia de Patrón si se concentraba. Sentir sus emociones. Así que lo supo cuando la estancia subcuentina llegó cerca de él.

—¿Me ayudáis un poco? —pidió, con la cabeza palpitando—. Buscad al otro lado de esa pared, por favor.

Drehy y sus escuderos metieron la mano a través de las cuentas y metieron a Patrón, y luego a Testimonio, Maya y la spren de Drehy en la barca, tirando de ellos desde el fondo del mar. Luego Shallan se los llevó a todos de allí. No creía estar moviendo ella misma aquella especie de habitación convertida en barca. Era más bien que las cuentas de fuera la movían por ella, como en una corriente. Cuando hubieron recorrido la suficiente distancia para que el enemigo no pudiera encontrarlos sin muchísima suerte, paró y se permitió descansar. Respiró hondo mientras Adolin le iba acercando esferas del saco de Drehy, ya casi vacío, para que absorbiese su luz.

—Esto ha sido movidito, ¿eh? —dijo Drehy, dejándose caer junto a ella.

—¿Qué pasa con Galante? —preguntó Adolin, con sufrimiento en la voz—. ¿Su enlace todavía aguantará?

—Debería. —Drehy sacó su pequeño fabrial—. Es por ahí, en dirección a Azimir. Hum… creo.

—¿Crees? —preguntó Shallan.

—Este aparato apunta hacia algo que está muy lejos. Algo que el Hermano llamó «el Gran Redoble, el origen de la Corriente, la muerte de una deidad».

—No suena nada siniestro —dijo Shallan, incorporándose.

—Pero nos proporciona una dirección —explicó Drehy—. Esto siempre apunta hacia el Redoble. Sé qué ángulo debíamos tomar desde Integridad Duradera, y no creo que nos hayamos desviado mucho…

Adolin empezó a caminar de un lado a otro. Se ponía igual que su padre cuando le entraba la ansiedad.

—¿Podemos ascender y enviar a alguien a buscar?

Shallan lanzó una mirada a Drehy, que asintió, así que los llevó hasta la superficie y abrió una pequeña sección del techo. Salió el propio Drehy, volando con un enlace, aunque les dejó la «brújula» aquella por si acaso.

Regresó antes de que pasaran cinco minutos, aterrizó en el techo de la barca improvisada y metió la cabeza por el agujero que Shallan había hecho en la parte de arriba.

—Tenéis que ver esto los dos.

Había una isla cerca, el reflejo de un pequeño lago en el mundo real. Shallan se alegró muchísimo de ver a Galante trotando por ella, sano y salvo, tal y como Drehy les había dicho.

Estaba rodeado por una manada entera de caballos resplandecientes.

Shallan ya había visto a uno como ellos, el que Notum había utilizado como montura. No eran caballos, sino algo que evocaba su misma impresión, con un largo cuello liso y ondeantes mechones de pelo. Brillantes, cimbreños, etéreos. Cuando Galante vio que Adolin se acercaba, volando gracias a un enlace de Drehy, dio un relincho gozoso y galopó hacia él, seguido por la manada.

Cuando los caballos llegaron al mar, siguieron adelante sin más, galopando por los aires, Galante incluido, dejando marcas refulgentes con los cascos y levantando chispas. Igual que antes, el ryshadio parecía totalmente impasible al hecho de estar volando. De hecho, daba la impresión de que había esperado que el enlace funcionase como aquello. Era como si… como si para él fuese habitual salir a cabalgar por el cielo con una manada fantasmal.

Adolin se reunió con él dando un grito de pura alegría mientras le agarraba el cuello. Los caballos etéreos —musispren, le habían dicho, aunque ella no les veía el parecido— galoparon en torno a ellos por el aire. Y Shallan se fijó en algo que quizá debería haber deducido mucho tiempo antes. Al llegar a Shadesmar había reparado en que Galante dejaba una especie de imagen residual brillante. Una silueta que lo seguía, que se movía a la vez.

¿Había un musispren vinculado a él? ¿Superpuesto a él?

Al cabo de un tiempo la manada frotó el hocico con Galante antes de marcharse. Todos excepto uno, que se quedó un momento más, mirando atrás hacia Adolin.

En un instante cargado de extraña intimidad, aquel spren que recordaba a un caballo regresó trotando y acercó su hocico hacia Adolin, que levantó la mano para tocarlo. La interacción duró apenas un momento y luego el spren volvió grupas de nuevo y galopó volando tras los otros.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Shallan.

—Ese spren… —dijo Adolin—. Me ha dado la impresión de que lo conozco de algo. Sus ojos… los he visto antes en algún sitio…

Se interrumpió cuando Galante empezó a descender. Su enlace, o lo que fuese que le habían aplicado los musispren, estaba agotándose. Drehy tuvo que acercarse volando y enlazar otra vez a Galante, que se lo tomó con extraordinaria calma.

—Bueno, me alegro de que el animal esté bien —dijo Drehy—. Pero esto no es lo único que teníais que ver. —Señaló en dirección contraria—. He visto a los caballos y he venido desde ahí. Entonces he visto otra cosa.

—Luces —confirmó Shallan, mirando a lo lejos hacia donde le indicaba el Corredor del Viento—. Las he visto antes.

—Esos Fusionados no eran una patrulla aleatoria —dijo Drehy—. Estaban protegiendo algo. Es peligroso estar tan cerca, pero creo que deberíamos investigarlo.

—Un momento —pidió Shallan.

Creó un tejido de luz. Sin tener que bosquejarlo antes siquiera. Era cierto que acababa de ver a las criaturas, pero aun así se enorgulleció de estar proyectando ilusiones de musispren en torno a sí misma y los demás. Si volaban tumbados bocabajo, apenas se los vería. Quizá resultaría convincente desde cierta distancia. Quizá parecerían solo una extraña mañana de spren galopando por los aires, no un grupo de espías.

—Vamos —dijo.

Cuando se aproximaron, pudo distinguir mejor lo que eran aquellas luces. Barcos. Cientos de barcos que transportaban a guerreros cantores, navegando por el océano de cuentas sujetos a mandras voladores que tiraban de ellos y seguidos por spren emotivos de muchas variedades distintas que surcaban las olas como vivanderos. Shallan se quedó boquiabierta.

—Eso son miles de soldados de asalto —susurró Adolin desde dentro de su ilusión.

Enderezó la silla de Galante después de entregarle su espadón a un escudero de Drehy. La vaina ya no estaba y las cajas de material se habían caído. Adolin hizo una mueca, con la mano todavía apoyada en los ganchos vacíos de la silla.

—Tienen patrullas vigilando para asegurarse de que no los ve nadie —dijo Shallan—. Es una fuerza de ataque secreta.

—Navegan directos hacia Azimir —señaló Drehy—. Tormentas… lo más probable es que vengan desde los Picos Comecuernos, desde la perpendicularidad que hay allí. Deben de llevar meses planificando esto.

—Estoy de acuerdo —dijo Adolin—. Drehy, tienes que llevarnos a Azimir tan rápido como sea posible.

El Archivo de las Tormentas - 05 - Viento y Verdad - Arte interior, musisprens, por Ben McSweeney

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