AVANCE OFICIAL – El Archivo de las Tormentas 5 – Viento y Verdad: Capítulos 7, 8 y 9
¡Feliz lunes!
El asistente de Michael Whelan escribió un artículo esta madrugada comentando que esta semana la editorial de Brandon Sanderson en USA, Tor, revelará al fin la portada del libro, ¡y que el personaje en ella será Dalinar! Os hablamos de eso y os dejamos un 20% de descuento que han facilitado para la web de Michael Whelan para comprar láminas originales de las portadas de los libros del Archivo en este post.
Así que os dejamos con los capítulos 7, 8 y 9 de Viento y Verdad, la quinta entrega de El Archivo de las Tormentas, y mañana grabaremos el CosmereCast de la semana debatiendo lo que nos han parecido. Por ahora, os dejamos con los uevos capítulos y el CosmereCast de la semana pasada ^^
Viento y Verdad: capítulos 7, 8 y 9. traducción de manu viciano.
Título original: Wind and Truth, escrito por Brandon Sanderson, © 2024 Brandon Sanderson, © Manu Viciano por la traducción. Publicado por acuerdo con la editorial Nova, parte de Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U.
Cap. 7: Hojas perdidas
No obstante, el Viento no pensaba igual que una persona. Ese hecho no debería sorprender a nadie que tenga familiaridad con un spren, aunque tales cosas sean menos comunes ahora que en otro tiempo.
De Caballeros de viento y verdad, página 5.
Iban a llevar el caballo.
De verdad iban a llevar el tormentoso caballo.
Con Adolin montado en él.
Shallan estaba sobre el suelo de obsidiana fuera de Integridad Duradera, con los brazos en jarras. Los soldados de Adolin levantaban el campamento a su alrededor. El grupo de honorspren que había salido antes estaba congregado un poco más allá, decidiendo qué haría a continuación.
Galante, el ryshadio de Adolin, tenía un cierto resplandor propio además del que le otorgaban los enlaces. Cuando movía la cabeza, dejaba una extraña imagen residual. Shallan nunca había entendido por qué. Imbuido de luz tormentosa, brillaba incluso más. Shallan había esperado que el enorme caballo negro se asustara al levitar unos palmos por encima del suelo, pero, aunque Galante movía las patas como si corriera muy despacio, por lo demás parecía tranquilo.
Adolin sonrió a Shallan, a lomos del caballo.
—Podrías dejar atrás el equipo —dijo ella, cruzándose de brazos—. No te hace falta todo ese material, ¿verdad?
—Shallan, ¡pero si ya viajo ligero! —respondió él, ofendido—. Me dejé el noventa por ciento de la ropa en casa.
—Y te trajiste todas las espadas.
—Las necesito.
La mayoría de las armas estaban guardadas en unas cajas especiales que colgaban a los costados de Galante, aunque unas pocas, como el espadón favorito de Adolin, iban en sus propias vainas sujetas a la silla. Shallan fue hasta allí y le dio unos golpecitos a la gigantesca arma a dos manos.
—¿Necesitas esto? Adolin, pesa casi tanto como una persona.
—Pesa poco más de tres kilos —replicó Adolin—. ¿Alguna vez has empuñado algo que no sea una hoja esquirlada?
—Mi afilado ingenio. —Shallan titubeó—. Vale, más bien mi contundente y romo ingenio, aplicado a discreción y sin miramientos por los daños colaterales.
Le dio unas palmaditas a Galante en el costado y pasó por delante de sus patas en movimiento, que terminaban en unos anchos cascos de piedra, más planos y duros que los de un caballo normal. El ryshadio cruzó con Shallan su mirada de ojos azules y cristalinos y luego alzó la cabeza hacia el cielo. Casi como con aspiraciones. Como si hubiera estado esperando a tener una oportunidad de volar.
Bueno, Shallan supuso que, si al animal no iba a entrarle pánico… Aunque, por otra parte, no lograba decidir si Adolin, sujeto con correas, resplandeciendo también un poco por un enlace, resultaba inspirador o solo cómico. Miró hacia Maya, que se cruzó de brazos sonriente, meneando la cabeza a los lados. Tormentas, cuánto estaba progresando, y qué rápido. A Shallan le daba esperanzas para Testimonio.
Pensarlo hizo que se volviera hacia la costa rocosa que se extendía entre la tierra y el océano de cuentas de cristal. Allí había varias decenas de figuras, hundidas hasta la cintura: spren de distintos tipos, todos con los ojos raspados.
—En un momento dado, había centenares de ojomuertos en esa costa —dijo Adolin en voz baja—. ¿Crees que, de algún modo, sabían lo del juicio? ¿Y lo que iba a decir Maya?
—Tenían que saberlo —asintió Shallan.
—Pero ¿quién se lo contó?
Ella pensó en sus bocetos y en las cosas extrañas que sus dedos sabían a veces.
—Nadie.
Mientras miraban, un cultivacispren como Maya dio media vuelta y se internó caminando en el océano.
—Regresan —dijo Maya con su voz áspera—. Regresan. Al lugar… donde se perdieron.
—¿Te refieres a que vuelven con los portadores de sus hojas esquirladas? —preguntó Adolin.
Una hoja esquirlada viva como Patrón nunca regresaba del todo a Shadesmar mientras su Radiante estuviera en el Reino Físico. Cuando ella lo invocaba como hoja, el pequeño patrón desaparecía de su falda o de donde estuviera y viajaba instantáneamente a ella en forma de arma. Cuando Shallan descartaba esa hoja esquirlada, reaparecía como pequeño patrón. En esos momentos tenía forma física en Shadesmar solo porque ella había viajado hasta allí a través de una Puerta Jurada.
Los ojomuertos eran distintos. Cuando los descartaban como hojas esquirladas, regresaban a Shadesmar y vagaban de un lado a otro. Notum le había dicho una vez que tendían a quedarse cerca del lugar donde estaba el portador de su hoja esquirlada en el Reino Físico. Eran muchísimos. Cientos, presos de aquella terrible media vida.
—Los ayudaremos, Maya —dijo Shallan—. En cuanto descubramos cómo reproducir el progreso que has hecho tú.
La spren asintió. Detrás de ellos, los Corredores del Viento hicieron descender de nuevo a Galante. El caballo bufó, molesto. O quizá… ¿De verdad podía afirmar Shallan que sintiera esas emociones? Quizá estaba dejándose influir demasiado por Adolin, quien aseguraba que los ryshadios tenían niveles de inteligencia casi humanos. Seguro que no estaba molesto y solo resoplaba como lo hacían los caballos.
Maya siguió mirando mientras otro ojomuerto se metía en el estrambótico mar.
—Perdidas —susurró—. Son hojas perdidas , Adolin.
Adolin desmontó.
—¿Hojas perdidas?
—Espadas —dijo ella. A veces aún le costaba esfuerzo hablar—. En la piedra. En el agua. Perdidas. Durante muchísimos años…
—¿Qué le pasa a una hoja esquirlada si la abandonan? —preguntó Shallan—. ¿Si un barco en el que viaja un portador de esquirlada se hunde, por ejemplo?
—Se queda allí para siempre —dijo Adolin—. Maya, no estarían aquí si se hubieran perdido. Estarían manifestados como hojas esquirladas en el mundo real.
—No —insistió ella—. La gente deja de pensar en ellos. Cuando pasan siglos, se desvanecen… para estar perdidos. La espada desaparece de tu mundo y ellos vagan por siempre.
—Pobrecillos —dijo Shallan mientras los últimos que quedaban se volvían y echaban a andar entre las cuentas—. De verdad que vamos a ayudarlos, Maya. Adolin y yo sacaremos tiempo, cuando todo esto termine. Los encontraremos a todos, del primero al último.
Adolin frunció el ceño, quizá planteándose la logística de aquello.
—A lo mejor mi tía Navani puede diseñar un fabrial que ayude a localizarlos. Y también podríamos intentar hacer que estén más a gusto en este lado.
Maya sonrió al oírlo.
—Creo… que eso sería maravilloso.
Adolin fue con sus soldados para ultimar los detalles de su partida. Shallan, imitándolo, fue hacia Vathah. El Tejedor de Luz estaba arrodillado junto a su spren a la orilla del océano, practicando a dominar las cuentas. Shallan vio cómo esculpía una silla a partir de ellas, vio las cuentas acoplarse entre sí como si fuesen magnéticas. A Vathah se le daba mejor que a ella, aunque todavía necesitaba una cuenta que utilizar como modelo. Tenía una aferrada en la mano, el alma de una silla en el Reino Físico.
Era una habilidad inferior y más fácil que el siguiente paso: utilizar luz tormentosa para recrear el objeto entero en ese lado, lo que llamaban «manifestar». Vathah se había tomado muy a pecho practicar ambas destrezas, igual que había empezado a hacer con sus ilustraciones. Shallan todavía se sentía tentada de describirlo como el «exdesertor», pero sería una equivocación. Tenía que preocuparse de cambiar su perspectiva, porque Vathah había mejorado mucho desde el día que lo reclutó. Por muy gruñón que pudiera mostrarse, ya era un Tejedor de Luz consumado.
—Parece que solo iremos Adolin y yo con los Corredores del Viento —les dijo Shallan a él y a Mosaico, su spren—. Y el caballo.
—¿Os lleváis a vuestras spren o las dejáis? —preguntó él, levantándose y permitiendo que la silla se deshiciera de nuevo en cuentas.
Era una buena pregunta. Podían dejarlos allí e invocarlos desde el Reino Físico cuando llegaran. Pero Maya parecía preocupada al respecto, y Shallan había percibido la misma sensación en Testimonio. No quería que se sintieran abandonadas.
—Nos las llevaremos —dijo—. Y a Patrón también.
—Tiene sentido —contestó Vathah—. Si pasa algo inesperado, mejor que estéis juntos.
—¿No os aburriréis demasiado volviendo a casa por el camino largo?
—¿Aburrirnos? —preguntó Mosaico, de pie junto a Vathah—. Aburrirse es bueno.
Vathah se echó a reír.
—Tiene razón, brillante. Mientras estabas dentro de esa caja gigantesca, Mosaico y yo nos lo hemos pasado de maravilla jugando a las cartas sin nada importante que hacer.
Shallan lo miró. Se habría creído algo así de Gaz o de Rojo. Pero ¿de Vathah? Ese hombre se marchitaba si lo dejabas cinco minutos sin atención.
—Me gusta estar aquí —reconoció él, con la mirada perdida en el revuelto océano de cuentas—. Me gusta crear cosas a partir de esas cuentas, y me siento… más en contacto con mis poderes. Mis tejidos de luz funcionan cada vez mejor y, ahora que tenemos más luz tormentosa gracias a esos Corredores del Viento… bueno, no me molesta nada regresar por la ruta lenta, brillante. A Ishnah, en cambio, va a darle un ataque. Está harta del resto de nosotros.
—Sobrevivirá —dijo Shallan—. Seguro que puede entretenerse un poco más flirteando con los soldados.
—La actitud de ellos no está bien —replicó Vathah—. Ojalá no la animaran.
Apartó la mirada. Hacia Ishnah. Y entonces se sonrojó. Mosaico tarareó contenta.
«Vathah acaba de ruborizarse de verdad». Y por Ishnah. No por Berila, que era tan sensual como para que la confundieran con algún tipo de pasionspren. Por Ishnah, bajita, no muy curvilínea y proclive a usar sus tejidos de luz para pintarse tatuajes agitadores y uñas negras. Vaya. Bueno, Shallan se alegró por él. Y esperó que no la fastidiara.
Volvió con los soldados de la caravana y Felt se despidió de ella saludándola con la mano. Era un soldado de Adolin, un hombre bajo y extranjero de bigote lacio y sombrero de ala ancha. Ya había viajado antes por Shadesmar, y Shallan tenía la impresión de que ni siquiera era oriundo de Roshar. Pero, si tenía que dejar la caravana en manos de alguien, Felt, como miembro de la élite de Dalinar, sería más que capaz de cumplir el encargo.
Al poco tiempo una pequeña comitiva de líderes de los honorspren salió de Integridad Duradera. Shallan fue hacia ellos y sus botas resbalaron en la obsidiana cuando bajó saltando de una ligera elevación del terreno. Se había puesto ropa de viaje, pantalones bajo un largo chaquetón acampanado. Radiante habría preferido algo más apropiado para el combate, pero el atuendo lo había elegido Shallan. Eso sí, se había recogido el pelo en un apretado moño. Ya cometió una vez el error de dejárselo suelto para viajar con Corredores del Viento.
Kelek estaba al frente del grupito de honorspren.
—¿Sigues sin querer venir? —le preguntó Shallan—. Podríamos subirte al caballo con Adolin.
El Heraldo se limitó a retorcerse las manos y bajar la mirada al suelo, de modo que Shallan saludó con la mano a los honorspren que habían salido a despedirlos y, ya puestos, les dedicó una sonrisa animada, porque supuso que los chincharía. Luego se volvió para marcharse.
—Ten cuidado con tus dos vínculos, niña —le dijo Kelek—. Puedes ver cosas que no son buenas para una mente mortal sana.
—Por suerte, ya hace años que no tengo una de esas —repuso ella, mirando atrás—. Voy apañándome con la mía y ya está.
—Lo lamento. Sé lo que se siente.
—Ser una artista implica entrenarte para ver el mundo desde muchas perspectivas diferentes. —Shallan se encogió de hombros—. Mi camino tiene sus dificultades, pero de vez en cuando veo alguna luz que nadie más parece divisar. Luz que se refleja en las olas, que se divide al salpicar sobre el océano y hace aparecer formas durante un latido. Luz que se refleja en los ojos de alguien con quien hablo, como si destellara desde su alma. En esos momentos, sé que lo que soy me permite ver lo que otros no pueden. En esos momentos me siento… si no agradecida, por lo menos admirada.
Kelek ladeó la cabeza.
—Luz… Sí. Luz, energía, materia, Investidura. Son todas variaciones sobre un tema, la misma esencia en formas diferentes. Y eso es especialmente importante que lo entiendas tú, con tus ilusiones.
Shallan frunció el ceño.
—Pero… las ilusiones no pueden cambiar nada, Kelek. Solo son fantasías hechas de luz tormentosa.
—¿Ah, sí? —dijo Kelek, y señaló hacia los honorspren—. ¿Y qué crees que son ellos? Investidura. Una forma de luz. En otro tiempo había Tejedores de Luz capaces de conferir cierta sustancia, durante un breve periodo de tiempo, a las cosas que creaban.
—¿De verdad? —preguntó Shallan.
Pero entonces recordó que, durante la Batalla de la Explanada Thayleña, habría jurado que sentía las versiones ilusorias de Radiante y Velo, como si por un instante fuesen reales. Y no había sido la única vez en que una ilusión suya daba la sensación de ser un poco demasiado sólida, ¿verdad?
Luz… materia… energía. Eran lo mismo: al manifestar un objeto en Shadesmar, se utilizaba la luz tormentosa para conjurar una recreación física. Y los spren podían ser físicos, aunque estuvieran hechos de luz.
Shallan tenía que cambiar su perspectiva.
—Si voy a despedirme con un consejo sabio —dijo el Heraldo—, que sea este: solo porque algo sea efímero, no lo consideres nimio. —Titubeó un momento antes de seguir—. Y, del mismo modo, solo porque algo sea eterno, no lo consideres… relevante. —Se rodeó el cuerpo con los brazos y apretó—. Siento no ser lo que queríais que fuese. Pero gracias. Por no hacerme daño. Por escuchar.
Otro cambio de perspectiva, entonces. Shallan asintió. Había empezado a tener la sensación de que el viaje había sido un fracaso, pero no era cierto. Adolin había hecho progresos con los honorspren. Habían dejado a un embajador Radiante. Y ella… bueno, ella había desterrado a Sinforma, incorporado a Velo y hallado el valor para explicarle muchas cosas a Adolin.
Y además, era muy posible que hubiera ayudado a Kelek. Un antiguo héroe solitario, erosionado por el tiempo y por alzarse ante el viento durante demasiados años.
Así que lo abrazó.
Los honorspren que había cerca ahogaron un grito. Shallan supuso que era la reacción adecuada a que alguien agarrase de pronto a un Heraldo, a un semidiós mitológico. Pero Kelek la rodeó también con los brazos y la retuvo allí.
—Quiero estar mejor —susurró.
—Todos lo queremos —dijo ella.
Era la única conversación que necesitaban. Shallan se apartó y Kelek asintió, con los ojos llorosos. Luego ella se volvió y fue junto a Adolin, Maya, los crípticos y los Corredores del Viento.
—¿Preparada? —preguntó Drehy, con su spren al lado, manifestada como una honorspren alta y vestida a la moda.
Shallan asintió. Como equipaje llevaba solo su cartera, en la que no había guardado más que cuatro cosas indispensables. Después de pasar meses persiguiendo a Jasnah y luego perderlo todo y apenas lograr sobrevivir hasta las Llanuras Quebradas, había aprendido a viajar ligera. Con una definición de la palabra más estricta que la de Adolin.
—Estupendo —dijo Drehy, levantando un fabrial construido en torno a un resplandeciente heliodoro amarillo. Señaló sobre el océano de cuentas—. Nos dirigiremos a la Puerta Jurada de Azimir.
—¿Esa permite ahora que la gente se traslade a Shadesmar? —preguntó Shallan.
—El despertar de la torre persuadió a la mayoría de los spren de las puertas —explicó Drehy—. Los dos de Azimir son de los más ariscos, pero deberían dejarnos pasar. —Señaló con su fabrial—. Volar hasta aquí nos ha costado poco más de cuatro horas. Mientras nos mantengamos a cuarenta y ocho grados del punto de referencia, deberíamos llegar sin problemas.
—Un momento —dijo ella, intentando no perderse—. ¿El despertar de la torre? ¿Y qué es ese fabrial?
—Lo llaman «brújula» —respondió Drehy—. Un antiguo dispositivo que indica el camino en Shadesmar. Encontramos unas cuantas en los almacenes ocultos de Urithiru, cortesía de la Forjadora de Vínculos Navani y del Hermano.
Shallan parpadeó, sorprendida. ¿La Forjadora de Vínculos Navani? ¿El Hermano? Seguro que Sagaz estaba partiéndose de risa en algún sitio por todas las cosas que había omitido en sus conversaciones, por breves que hubieran sido.
—Os pondremos al día mientras volamos —dijo Drehy con una sonrisa—. Vayamos despegando.
Los Corredores del Viento les repartieron máscaras de cristal para protegerse del viento y los elevaron al cielo con un enlace. Galante dio un relincho emocionado y encabezó ansioso el vuelo, como si galopase en el aire, con Adolin en la silla de montar.
Integridad Duradera, los honorspren y la caravana fueron menguando a su espalda. Se encogieron. Y luego se esfumaron.
Al poco tiempo, Radiante se descubrió deseando que los Corredores del Viento hubieran traído la esfera de viaje de Navani. Incluso con la máscara puesta, volar de cara al viento no era una experiencia demasiado agradable. Como mucho, levemente horrible. Yendo en la esfera, Shallan podría haber dedicado el tiempo a dibujar.
A Galante y Adolin, por supuesto, les encantaba. Volaban juntos, Adolin de pie sobre los estribos y sosteniendo las riendas, que en un ryshadio servían más para estabilizar al jinete que para dirigir a la montura, ya que las órdenes solían darse con las rodillas. En los arreos que llevaba puestos Galante, las riendas no estaban unidas a la cara, sino a un arnés que le rodeaba el cuello.
Adolin sonreía como un niño jugando bajo la lluvia. Y Galante galopaba entusiasmado, con el viento echándole atrás los labios y dejando sus dientes al descubierto, lo que hacía parecer que sonreía también de oreja a oreja. Adolin Kholin, alto príncipe, hijo del hombre más poderoso del planeta, renombrado espadachín, era en secreto una de las personas más tontorronas que había conocido jamás. Shallan emergió de nuevo y parpadeó, tomando una Memoria de los dos: Adolin con las gafas protectoras puestas y el pelo revuelto de un lado a otro, y Galante cargando.
Él la vio mirar, la saludó con un gesto alegre y luego señaló a Galante como diciendo: «¡Eh, Shallan! ¿Puedes creerte que vaya a lomos de un caballo volador?».
Eso hizo que su corazón se fundiera en un charco de gelatina burbujeante. Quizá el mayor milagro de la vida fuese que Adolin se las hubiera ingeniado de algún modo para seguir soltero hasta que llegó ella. Shallan pasó la siguiente hora admirándolo a ratos.
Justo hasta el momento en que los atacaron.
Cap. 8: La tormenta que llega
Su memoria era certera, pero su interpretación y su explicación de esa memoria podía ser caprichosa. En esos días, sin embargo, creo que estaba reflexiva, preocupada y concentrada.
No veía el futuro.
Pero, de algún modo, lo conocía igualmente.
De Caballeros de viento y verdad, página 5.
Kaladin encontró a Szeth de pie en la antecámara, con su extraña hoja esquirlada enfundada y sujeta a la espalda. Parecía estar observando la pared.
—Muy bien —dijo Kaladin—. La forma más fácil de que lleguemos a Shinovar es volar con la alta tormenta después de que pase por Azimir esta misma noche.
—Como desees —respondió Szeth.
—Voy a recoger mi macuto. ¿Tú necesitas algo?
—No.
¡Oh!, exclamó una voz en la mente de Kaladin. Siempre le daba la sensación de ser masculina a grandes rasgos. ¿Vamos a alguna parte?
—¿No prestabas atención, espada-nimi? —preguntó Szeth en tono calmado, todavía contemplando la pared.
¡Pues claro que sí!, respondió la extraña hoja esquirlada. Pero ¿dónde vamos?
—A Shinovar —dijo Kaladin.
¿Habrá algo de picar?, preguntó la espada. Se supone que debo enterarme de si habrá aperitivos siempre que vayamos a algún sitio.
—¿Eso quién te lo ha dicho? —preguntó Szeth.
Lift. Dice que es importante. No creo que yo pueda tomar ningún aperitivo, pero ¿cortarlos, tal vez? En todo caso, si de verdad es importante que estén, quiero saberlo.
—Ya llevaré yo algo de picar —prometió Kaladin—. Szeth, quedamos en la Puerta Jurada dentro de dos horas, ¿te parece bien?
Szeth asintió.
Kaladin recogió a Syl y los spren de su armadura, que estaban revoloteando de nuevo en la sala donde Navani recibía a la gente. Luego saltó sobre la barandilla y se dejó caer casi toda la altura de la torre antes de meterse volando en un pasillo por el que la gente estaba acostumbrada a que los Radiantes pasaran zumbando sobre sus cabezas. El Viento fue con él.
Aterrizaron delante de los barracones de los Corredores del Viento en la torre y llegaron a la oficina de intendencia. Leyten, un hombre robusto de pelo corto castaño y rizado, pasaba el rato como siempre con sus libros de cuentas. Le gustaban demasiado los números, por muy hábil que fuese como armero.
—¡Ah! —exclamó Leyten, enderezándose para hacerle el saludo del Puente Cuatro—. Tengo tus cosas aquí mismo.
Desapareció en una trastienda y regresó con un macuto de viaje que llevaba no menos de tres cantimploras enganchadas.
—Esterilla —dijo Leyten—, raciones, botiquín, equipo de cocina. Y no uno, sino dos uniformes adicionales —añadió guiñándole el ojo a Kaladin.
—Gracias, Leyten.
Kaladin le dio la vuelta al macuto sobre el mostrador y reparó en el bolsillo lateral para objetos personales. Abrió la cremallera y encontró dentro la flauta de Sagaz, tallada en madera oscura, con extraños nudos que la dividían en secciones. Kaladin la había enviado allí abajo junto con sus otras posesiones, porque nadie sabía empacar un macuto como Leyten. Kaladin nunca se quedaba tranquilo cuando lo abría por la noche, porque no sabía si luego sería capaz de volver a guardarlo todo por arte de magia de un modo tan compacto y eficiente. En ese mismo bolsillo estaban el pequeño caballo de juguete de Tien y… ¿y una piedra?
Sí, una piedra. De un apagado tono marrón. Vaya.
—¡Huy, perdona! —exclamó Leyten—. Eso no lo he puesto yo.
Extendió la mano hacia la piedra, pero Kaladin volvió a guardarla.
Mientras Leyten le enseñaba cómo separar y volver a ensamblar el nuevo diseño del equipo de cocina, Dabbid salió de la trastienda cargado con material. Le dio a Kaladin un abrazo de despedida y siguió su camino silbando. Tras él, moviéndose veloz con aire furtivo, había… ¿un pequeño vientospren?
No, era una honorspren. Kaladin se quedó de piedra.
—Sí —dijo Leyten, sonriendo—. Dabbid no se ha fijado todavía en ella.
—Pensaba que ya no iban a venir más honorspren con nosotros.
—Debe de tener algo que ver con el viaje del príncipe Adolin —dijo Leyten, encogiéndose de hombros—. La spren apareció ayer, sola, y lleva desde entonces siguiendo a Dabbid.
Syl frunció el ceño, aún a tamaño humano y visible para todos. A Kaladin le pareció oír que daba un bufido.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
—Lusintia —dijo Syl— es un tremendo peñazo. Nada divertida. No esperaba que precisamente ella se uniese a nosotros.
—A Ethenia le cae bien —comentó Leyten.
—Es que Ethenia también es un peñazo —replicó Syl—. ¡Pero si le gustan los números casi tanto como a Vienta! Y es casi una críptica. —Pero entonces Syl ladeó la cabeza—. Igual tengo que repensarme algunas cosas. ¿Puedo señalar lo injustísimo que es que estos spren nuevos hagan la transición tan rápido? Yo me pasé años siendo más o menos una idiota babeante.
—Los vínculos se forman más deprisa —dijo Leyten— porque allanó el camino una pionera spren brillante y muy valerosa.
Syl palpitó y su color se hizo más azul, el violeta de sus mangas más vivo.
—Siempre me has caído bien, Leyten. Hasta cuando hacías armaduras a partir de cráneos.
—Usaba más costillas que cráneos —respondió Leyten, alzando la mirada a algo que colgaba encima de la entrada a la oficina de intendencia.
Era un peto, que parecía hecho a partir de pedazos de caparazón y hueso. Por respeto hacia Rlain, para ese habían utilizado madera y lo habían pintado de rojo anaranjado. Kaladin recordaba correr con el Puente Cuatro hacia el enemigo llevando aquella protección improvisada, y que en el campamento la gente susurrara llamándolos idioteces como la Orden del Hueso.
—Rlain y ahora Dabbid —dijo Kaladin—. ¿Algún otro escudero ha conseguido un spren mientras yo no miraba?
—Eso quizá tendrías que preguntárselo a Cikatriz —dijo Leyten, sacando una bolsa de gemas para Kaladin. Hizo un gesto hacia la sala contigua—. Lleva un tiempo trabajando con los nuevos reclutas.
Kaladin debería haber seguido su camino. Sigzil estaba al mando de los Corredores del Viento y podía preocuparse de esas cuestiones. Pero Kaladin se sentía responsable, aunque ya no lo fuese. Además, había algo en el aire. Ese Viento que soplaba desde detrás de él, esa advertencia fantasmal que resonaba en su mente. Quiso comprobar, una última vez, que todo fuese bien con sus tropas.
Porque llegaba tormenta.
Shallan chilló y se retorció en el aire, todavía volando, pero indefensa mientras los Corredores del Viento chocaban contra un grupo de Celestiales. En un instante, su pacífica travesía se volvió caótica. Los uniformes azules pasaban como flechas, entremezclándose con los crudos colores blancos, negros y rojos de la ropa suelta que llevaban los Fusionados.
Lo único que podía hacer Shallan era aguantar allí. Movió los brazos, hizo aspavientos, pero no conseguía nada más que ponerse bocarriba. No tenía nada a lo que agarrarse ni contra lo que empujar. Adolin estaba un poco mejor que ella. Lo habían enlazado de modo que pudiera ir sentado en la silla, flotando, pero no ingrávido del todo. Podía dar espadazos y levantarse en los estribos para atacar a un Celestial que pasó cerca.
Shallan contó a ocho Celestiales, demasiados para cinco Corredores del Viento que además tenían que proteger a sus pasajeros. No tenía ni la menor idea de por qué los Celestiales estaban patrullando aquel océano, si allí no se veía nada más que cuentas ondulándose unos diez metros por debajo de ellos y una pequeña franja de tierra árida que representaba un río en el Reino Físico.
En cualquier caso, estaban en apuros. Una Celestial que empuñaba una larga lanza empaló con ella a una escudera de Drehy, salpicando a Shallan con un chorretón de sangre. Un dolorspren aulló a lo lejos y la escudera dio un respingo, soltó su lanza y extendió los brazos a los lados mientras el arma de la Celestial empezaba a drenarle la luz tormentosa a la fuerza.
Shallan inhaló luz tormentosa, desesperada por ayudar de algún modo, e intentó crear una ilusión bien hecha. Un segundo más tarde, un cuchillo arrojado le hizo un corte en la cara a la Celestial. Luego una maza alcanzó a la criatura en toda la frente. Shallan lanzó una mirada hacia Adolin, que había abierto una de sus cajas de armas y estaba sacando una espada corta. Fue lo siguiente que arrojó. Tormentas, ¿había tenido una maza ahí dentro todo ese tiempo?
Las armas no estaban diseñadas para arrojarlas, pero, después de recibir otro cuchillazo, la Celestial no tuvo más remedio que desalojar su lanza de la desafortunada escudera e ir a por él.
—¡Adolin! —chilló Shallan mientras su marido se revolvía en la silla para atacar a la enemiga que había atraído.
La Celestial dio una vuelta rápida alrededor de él y entonces embistió, haciendo que su lanza atravesara la versión ilusoria de Adolin que Shallan había creado como señuelo. No era perfecta. Shallan no tenía muchos bocetos de Galante, así que al caballo se le veían fallos, pero su doble de Adolin estaba clavadito. La Celestial le había perdido la pista a su verdadero objetivo mientras se giraba. Lanzó un vistazo hacia Shallan, identificó al Adolin correcto y voló por debajo de su montura.
Para alzarse al otro lado y embestir contra Adolin.
Adolin se precipitó hacia el océano, rodeado de espadas que caían de la silla torcida. Descendió despacio a consecuencia de su enlace. El siguiente tejido de luz que hizo Shallan, de un Corredor del Viento que se abalanzaba contra la Celestial, distrajo a la atacante de ir tras Adolin. Pero los ojos de Shallan siguieron a su esposo mientras caía diez metros y se hundía en las cuentas. Ahí abajo se asfixiaría.
Shallan chilló, retorciéndose mientras su propio enlace la alejaba de él.
No. No. ¡No!
Shallan… Shallan estaba enlazada por Drehy.
«Sé. Drehy».
Absorbió la luz tormentosa que la tenía enlazada en su sitio. Y entonces, sin nada que la sostuviera, cayó a las cuentas tras Adolin.
Cap. 9: Tirar lanzas
Todo el mundo coincide en que el primer momento clave tuvo lugar cuando Kaladin Bendito por la Tormenta escuchó. Aunque no era un Danzante del Filo, hizo una buena representación de sus juramentos.
De Caballeros de viento y verdad, página 8.
Kaladin titubeó. Escuchó. ¿Qué era esa sensación?
Un apremio. Tenía que seguir moviéndose. Syl y él fueron deprisa a la siguiente sala del cuartel de los Corredores del Viento. Allí encontraron a Cikatriz, uno de los dos capitanes de compañía de la orden de Caballeros Radiantes. Lopen y él estaban por debajo de Sigzil, que era el jefe de compañía. Kaladin había recomendado que Cikatriz ocupara el puesto de segundo de compañía, pero él lo había rechazado porque quería concentrarse en el entrenamiento. Ese día estaba enseñándoles a los nuevos reclutas una de sus lecciones favoritas, la de montar y desmontar a toda prisa un campamento defendible.
El grupo nuevo tenía miembros de casi todas las edades, y estaba compuesto más o menos a partes iguales por hombres y mujeres. Más ojos oscuros que claros. ¿Qué podría llevar a una mujer de cincuenta y tantos años a abandonar su hogar y empuñar la lanza? Pero, pensándolo un poco, Kaladin supuso que las motivaciones de esa mujer quizá no difiriesen tanto de las suyas. Proteger a quienes no podían protegerse a sí mismos.
Aquella cámara era muy amplia, lo bastante grande para que pudieran practicar cuatro equipos distintos de ocho personas. Kaladin pasó entre ellos mientras se apresuraban a colocar esterillas y redes de camuflaje que los ocultasen de patrullas aéreas, fingiendo que aquella enorme sala de piedra estaba fuera, sobre el terreno. Cikatriz estaba recorriendo el perímetro y dedicándose a tirar lanzas por la ventana, inadvertido del todo por los equipos de reclutas que se afanaban en lo suyo.
Kaladin sonrió y llegó trotando junto al Corredor del Viento más bajito. Cikatriz siempre le recordaba a Teft, por ese aire que tenía de soldado de carrera y por su forma de vestir el uniforme como si fuese una segunda piel. Al igual que muchos miembros originales del Puente Cuatro, Cikatriz tenía ascendencia extranjera.
Mientras Kaladin lo saludaba, Cikatriz cogió otra lanza apoyada en la pared y la arrojó por la ventana. Estaban en la segunda planta de la torre, no muy altos para tratarse de Urithiru, pero aun así había una buena caída. Cabía suponer que Cikatriz habría avisado a los trabajadores de fuera: siempre les hacía gracia ver salir las lanzas por la ventana, y se asegurarían de que nadie se hiciera daño.
—Tormentas —dijo Kaladin mirando a los escuderos, que, con las prisas por montar sus campamentos, aún no eran conscientes de que Cikatriz estaba robándoles las armas—. Este grupo es de los más despistados, ¿no?
—Se lo he advertido cuatro veces —respondió Cikatriz, echando a andar hacia otro grupo de lanzas apoyadas contra la pared.
—¿Qué haces? —preguntó Syl, mirando sorprendida cómo Cikatriz se ponía a tirar las lanzas por la ventana.
—Estos reclutas tienen que aprender a pensar como soldados —dijo Cikatriz—. Estoy dándoles una pequeña lección.
—Tienes que llevar la lanza contigo a todas horas —explicó Kaladin—. Es de las primeras cosas con las que te machaca un sargento instructor. Las armas no pueden estar tiradas por ahí, haciendo que se tropiece todo el mundo. Y además, podrías recibir un ataque en cualquier momento.
—Pero, sobre todo, la lección es sobre responsabilidad —añadió Cikatriz, tirando otra lanza. Kaladin oyó un lejano traqueteo cuando cayó a la piedra del campo de fuera—. Y sobre obedecer órdenes. —Negó con la cabeza, molesto—. Bueno, ¿querías algo, Kal?
—¿Han venido más honorspren junto con esa que está siguiendo a Dabbid? —preguntó él, recorriendo con la mirada la amplia estancia. No distinguió a ninguno entre aquellos reclutas, pero a menudo permanecían invisibles.
—No —dijo Cikatriz—. Lo siento.
—¿Solo una? —preguntó Syl—. Hay cientos de spren en Integridad Duradera.
—Según ella, deberían estar viniendo más —dijo Cikatriz.
Tormentas, eso esperaba Kaladin.
—Entonces, ¿has visto a Dabbid? —le preguntó Cikatriz, dándole un codazo.
—Pues sí —dijo Kaladin con una sonrisa.
—¿Alguna idea sobre lo que pasará con su… dolencia, una vez esté vinculado?
—La verdad es que no —respondió Kaladin—. Pero, pase lo que pase, o lo que no pase, sospecho que Dabbid podrá meter baza.
Miró de nuevo hacia los reclutas, sintiendo… no tristeza, pero sí una cierta añoranza. Un solemnespren, una variedad muy poco común, ascendió en espiral a su alrededor como una serpiente gris azulada, casi invisible.
—Oye —dijo, comprendiendo el verdadero motivo por el que había entrado allí—. Cuida bien de Sigzil. Va a necesitar a un buen sargento detrás, Cikatriz. Sé que tú no lo eres, pero…
—Entendido —dijo Cikatriz—. Y estoy de acuerdo. Sig hará un buen trabajo, señor. Y además, también tiene a Lopen para echarle una mano.
—Eso es en parte lo que me preocupa…
Cikatriz sonrió.
—Lopen te sorprendería, Kal. Está cambiando. Supongo que como todos, ahora que no te tenemos a ti para cuidarnos. Los niños tienen que crecer en algún momento. —Miró a Kaladin a los ojos, inquisitivo—. ¿Vas a algún sitio?
—Sí —respondió él.
—¿Peligroso?
—En teoría, no —dijo Kaladin—. Pero tengo razones para preocuparme, y Sagaz ha insinuado algo que… Tormentas, como si fuese posible que no vaya a…
—Volverás —lo interrumpió Cikatriz.
—No sé si lo haré, Cikatriz. Esta vez no.
—Yo estaba allí cuando las tormentas intentaron llevársete. Salimos a descolgar un cadáver y te encontramos vivo. Hay más que un poco del viento en ti, Kal, y el viento del este ve el mañana antes que nadie. Volverás.
—No puedes ver el futuro, Cikatriz.
El capitán se limitó a encogerse de hombros mientras se dirigía al último montón de lanzas que había junto a la pared. Empezó a arrojarlas por la ventana.
—¿Les has dicho a los demás que te marchas? Te habrás despedido, ¿verdad?
—Eh… Aún no. Puede que tenga que irme antes de…
Kaladin dejó la frase sin terminar cuando Cikatriz clavó en él una mirada dura. Casi tan buena como la que podría haberle lanzado Teft. La clase de mirada que decía: «Si quieres hacer algo tormentosamente estúpido, señor, no voy a llamarlo estúpido. No a tu cara».
—Iré a despedirme —dijo Kaladin con un suspiro—. Por si acaso.
—Me alegro, señor —respondió Cikatriz, tirando otra lanza—. Han organizado una fiesta para celebrar que Rlain tiene a su spren. Podrías pasarte. Y Drehy traerá desde Shadesmar al alto príncipe Adolin y a la radiante Shallan hoy mismo, más tarde.
—¿Cuándo llegan?
—Deberían estar en Azimir más o menos una hora antes de medianoche.
Habría tiempo, entonces, si Kaladin estaba en Azimir esperando a que pasara la alta tormenta. Mientras echaba las cuentas, el grupo más cercano de escuderos por fin se dio cuenta de lo que estaba haciendo Cikatriz. Varios de ellos gritaron al reparar en que había logrado deshacerse de todas las lanzas del lugar excepto tres.
Cikatriz redobló la marcha y arrojó otras dos lanzas por la ventana antes de que, por fin, uno de los nuevos reclutas consiguiera agarrar su arma y retenerla. Como una madre sujetando a un recién nacido, con los ojos como platos. Los demás se limitaron a mirar boquiabiertos por la ventana.
Su entrenador sonrió. Todo aquello le gustaba un poquito demasiado. Kaladin había liderado, pero Cikatriz… Cikatriz había nacido para enseñar. Ser un buen soldado requería talento, pero crear buenos soldados requería una clase de talento distinta del todo.
—¡Nos atacan! —bramó Cikatriz—. ¡Escuderos, a las armas y formad filas!
Un silencio aturdido.
Luego un caos masivo.
Cikatriz le guiñó el ojo a Kaladin mientras Syl y él bordeaban la sala, esquivando el tropel de escuderos que, para su horror, estaban descubriendo que sus armas habían desaparecido.
—¡Señor! —exclamó una de ellos—. ¡Nuestras lanzas!
—¡Robadas por el enemigo mientras no mirabais, montón de esferas opacas! —rugió Cikatriz—. ¡Tal vez las hayan tirado por las ventanas!
—¿Y qué hacemos? —preguntó otra.
Cikatriz le dedicó su mirada más fulminante.
—¿Tú qué crees? ¡Pues ir a recogerlas!
Kaladin lanzó una mirada hacia Syl y los dos se elevaron del suelo y volaron de vuelta a la oficina de intendencia, donde Kaladin le dio un abrazo a Leyten y recogió su macuto. Luego se apartó cuando los reclutas pasaron corriendo hacia los niveles inferiores. A Kaladin casi le habrían dado lástima, de no ser porque esa lección de tener localizadas sus armas les salvaría la vida a unos cuantos casi con toda certeza.
Syl señaló con la cabeza hacia otro pasillo.
—¿Tenemos tiempo? —preguntó.
—Sí —respondió él—. Me pasaré luego a despedirme del resto en la celebración de Rlain, que es dentro de una hora o así. Para entonces, todo el mundo excepto Drehy debería haber vuelto ya de sus patrullas.
—Bueno, ya hemos recogido tus cosas —dijo ella. Su havah se emborronó y se transformó de nuevo en un uniforme del Puente Cuatro—. Ahora hay que recoger las mías.
—¿Tú tienes… cosas? —preguntó Kaladin.
Syl sonrió encantada y salió volando pasillo abajo.
Shallan cayó de golpe al océano.
Como siempre, las cuentas se vieron atraídas por su luz tormentosa. Eran pequeñas, más que las esferas, pero no diminutas. Como los abalorios de un collar. Chasquearon y traquetearon al apelotonarse contra ella, sofocándola. El movimiento creó una corriente de resaca, que daba la sensación de estar tirando de ella hacia abajo. Shallan debería haber sido capaz de hacer algo para impedirlo. Se suponía que sus poderes le conferían una afinidad particular con las cuentas.
Siempre le había tenido miedo a aquel lugar. Las primeras visiones que había tenido de él, siendo niña, la habían aterrorizado. Peor incluso: esos recuerdos estaban ligados a lo que le había hecho a su madre, y a los acontecimientos que rodearon la muerte de Testimonio.
Las emociones y los recuerdos crearon un enmarañado batiburrillo en el interior de Shallan. Como enredaderas entremezcladas y revueltas sobre sí mismas hasta formar un embrollo impenetrable.
Por suerte, tenía a Radiante.
Mientras Shallan entraba en pánico, Radiante afloró. Tanteó entre las cuentas, escuchando sus susurros, las impresiones que le ofrecían de lo que representaban en el Reino Físico. Un momento después, haciendo acopio de luz tormentosa, Radiante utilizó la impresión de un edificio para otorgarles organización a las cuentas. Se alzó de la superficie del océano en el tejado del edificio. Daba la impresión de que el verdadero era metálico, pero aquel estaba creado a partir de cuentas unidas entre sí formando una especie de malla.
Radiante escupió unas pocas cuentas y se levantó. Tenía que encontrar a Adolin, que se ahogaría sin…
Drehy llegó volando, con Adolin en brazos. Radiante dejó escapar un suspiro de alivio mientras el Corredor del Viento dejaba caer al marido de Shallan sobre el edificio. Adolin tosió y gimió, pero por lo demás parecía estar bien.
Shallan emergió mientras llegaba corriendo hasta él, lo envolvió en un abrazo y lo besó sin reparos allí mismo. ¿Qué más daba quién lo viera?
—Esto no me gusta nada, Shallan —dijo Drehy, aterrizando de golpe en el techo de cuentas y haciéndolo temblar—. Los Celestiales suelen ser cuidadosos, y entablan combate y se retiran rápido. Esto es un ataque en toda regla con intención de matarnos.
Radiante tomó el mando otra vez y escrutó el cielo, pero la batalla se había alejado.
—¿Y cuál es tu valoración de nuestro siguiente paso táctico?
—Eh… ¿Radiante? —preguntó Drehy.
Radiante hizo un asentimiento brusco.
—He dejado caer a los spren a las cuentas —informó Drehy, señalando hacia una parte del océano como cualquier otra—. No necesitan respirar y he pensado que eso los ocultará del enemigo y evitará que tomen rehenes.
—¿Y Galante? —preguntó Adolin, alzándose de rodillas.
—Lo he dejado atrás —dijo Drehy—. Su enlace aún durará un rato, y dudo mucho que el enemigo se preocupe por un caballo.
A Adolin no pareció gustarle, pero asintió.
—He ordenado a mis escuderos que se aparten y se separen —añadió Drehy—. Hay un istmo en el río a nuestra derecha que nos servirá de punto de reunión. Otras veces hemos visto que los Celestiales dejan de insistir cuando hacemos una retirada evidente.
—Bien pensado —dijo Radiante—. Actos que proclaman que no buscáis pelea ahora mismo. Sí que es posible que funcione con unos Celestiales.
En general a los Celestiales los enviaban como exploradores, y no solía gustarles comprometerse en enfrentamientos a muerte. Solo que aquellos habían emboscado al grupo de Shallan desde atrás y luego habían luchado poniendo toda la carne en el asador. O bien aquel grupo estaba liderado por un Celestial muy militarista o bien…
O bien estaba pasando algo raro. Radiante buscó por todo alrededor y entonces señaló.
—Esas luces del horizonte. ¿Qué creéis que…?
La interrumpieron dos Celestiales que rompieron la superficie de cuentas cerca de ellos, después de haber utilizado el océano como cobertura para aproximarse. Radiante rechazó a uno a puñetazos, pero el segundo Celestial le agarró el chaquetón por detrás y la arrojó a las cuentas, una maniobra más efectiva que hacerle un corte del que sanaría. Las cuentas se arremolinaron en torno a ella y la cegaron. Oyó que Adolin gritaba entre el sonido de miles de cuentas y se esforzó en asomar la cabeza sobre la superficie, pero su edificio estaba desintegrándose al perder el contacto con ella, y Adolin caía otra vez al océano mientras un Celestial embestía contra Drehy.
Radiante sintió de nuevo que las cuentas tiraban de ella hacia abajo. Su mundo se volvió oscuro, iluminado solo por los ojos brillantes de un Fusionado que nadaba entre las cuentas cerca, su luz roja reflejada un millar de veces en el cristal. El Celestial se estrelló contra ella y Radiante aporreó el brazo de aquel ser, intentando zafarse de él mientras se hundían.
Al poco tiempo, su espalda dio contra algo duro. Las cuentas se separaron, apartándose de las dos figuras, dejando a Radiante y al Celestial solos en una especie de cueva cuyas paredes y suelo estaban hechos de cuentas. El Celestial retenía a Radiante por los hombros con las dos manos. Tenía la mayoría de la cara cubierta por una pauta que casi parecía un glifo blanco y solo dejaba asomar unas motas negras.
—Las cuentas odian nuestra luz —susurró en alezi con mucho acento—. Pero obedecen cuando la utilizamos, igual que con la luz tormentosa. —Se inclinó hacia delante y dejó su cara jaspeada de blanco a un centímetro de la de Radiante—. Tejedora de Luz, yo odio a los tuyos. Siempre mentiras. Siempre sombras. Nunca obedecéis a vuestros superiores.
Cuentas. Uniéndose para formar paredes. Radiante sabía que no era necesario un modelo para controlarlas. Shallan lo había visto, pero la opción más fácil, emplear una cuenta como diagrama, era lo único que podía confiar en hacer consistentemente.
Se supone…, pensó Shallan, oculta muy al fondo. Se supone que domino este lugar.
Radiante se retorció, intentando liberarse. Pero, a pesar de su mente militar, no tenía el cuerpo más fuerte que Shallan. Por dentro era una chica de apenas diecinueve años, complexión ligera y desarmada del todo sin su hoja esquirlada.
Mi arma… nunca ha sido una hoja, Radiante…
—¿Cuánta luz tormentosa te queda? —preguntó el Celestial, conteniéndola a pesar de sus forcejeos. Separó una mano de ella y sacó un cuchillo de una vaina que llevaba al cinto—. ¿Comprobamos cuántas veces puedes sanar antes de que se te acabe? Mis hermanos y hermanas enloquecen por haber vivido tanto, pero yo estoy cuerdo porque me baño en la sangre de Radiantes, que me renueva.
La apuñaló en el hombro, y ella gruñó de dolor.
—¿Estás asustada, Tejedora de Luz? —preguntó el Celestial con voz ronca.
Sí, dijo Shallan desde dentro. Lo estoy.
—¿Seguro que estás preparada? —susurró Radiante.
—Sí —dijo Shallan—. Estoy preparada desde que me enfrenté a Velo, y a mis recuerdos.
¿Cuáles son las Palabras?, preguntó Radiante.
—Ya las he pronunciado —respondió Shallan mientras el Celestial retorcía el cuchillo.
Pronúncialas otra vez.
—Estoy asustada —dijo Shallan.
El Celestial sonrió, iluminado por una luz oscura que emanaba de la gema que llevaba al cuello y por el rojo de sus ojos.
—Asustada por todo —prosiguió ella—. Temerosa. Del mundo. De lo que podría pasarle a mi familia. Sobre todo, de mí misma. Siempre lo he estado.
Se sorprendió al ver que algunas cuentas a su alrededor temblaron cuando lo dijo. Solo algunas. Meneándose, como si estuvieran vivas.
—Deberías temerme a mí más que a nada —dijo el Celestial—. Soy Abidi el Monarca. Gobernaré este mundo, y conservaré a los Tejedores de Luz. Para hacerlos sangrar cuando…
Frunció el ceño cuando la pequeña caverna empezó a resplandecer. La luz se reflejó en cada cuenta.
La luz que brillaba desde los ojos de Shallan.
Radiante cobró forma detrás del Celestial, hecha de luz tormentosa, con la cabeza casi rozando el techo. Tal y como Shallan la imaginaba. Más alta que ella, más fuerte, con poderosos bíceps y el cuello grueso de tanto entrenar. Pelo recogido en una trenza, y no en el revuelto y deshilachado moño de Shallan. Haciendo gala de una fuerza de un género distinto a la de Shallan con una hoja esquirlada en la mano.
Abidi el Monarca se echó a reír.
—¿Una ilusión? —dijo—. ¿Crees que me dejaré distraer por algo irreal?
Siguió carcajeándose hasta que la hoja esquirlada lo atravesó desde atrás, derramando sangre anaranjada por su elegante atuendo blanco.
Sangre real. De una herida real. El Celestial dio un respingo, mirando abajo.
—La realidad —susurró Shallan— es lo que yo decida que es.