Shallan se encuentra en algún lugar sin apenas luz, la poca luz parece provenir tras ella, que está de pie dibujando en su cuaderno del cual se han desprendido muchas hojas y han salido volando hacia todos lados. En las hojas podemos ver diferentes bocetos, un ser gritando en la oscuridad, Juramentada, Velo, un portador de esquirlada, alguien atravesado por una espada...

AVANCE OFICIAL – El Archivo de las Tormentas 5 – Viento y Verdad: Capítulos 5 y 6

Pues como quien no quiere la cosa, estamos en la cuarta semana de avances del nuevo libro de El Archivo de las Tormentas que saldrá en español el 9 de diciembre: Viento y Verdad. Esta semana vamos a leer los capítulos 5 y 6 y a ver qué nos dejan. No sabemos si hay flautas (si no sabéis de qué estamos hablando, es un tema que se trató en profundidad en el CosmereCast de la semana pasada :P), ¡pero seguro que dan para mucho!

El Kickstarter de Cosmere RPG sigue sumando patrocinadores con cada nuevo anuncio y pieza de arte que se comparte en redes y ya vamos de camino a los 29.000 fandersons apoyando el proyecto. Personalmente, el mapa de Elendel para la campaña de Mistborn Era 2 dibujado por Marco Bernardini me tiene enamorada y casi me puedo ver caminando por esas calles. Una de las mejores cosas de este proyecto es la cantidad de lore y arte que nos va a traer, incluyendo representaciones de los Fusionados, las diferentes órdenes de Radiantes y sus ideales, escenas emblemáticas de la saga… Es una maravilla.

Pero hasta que podamos hincar el diente a los nuevos libros, vamos a centrarnos en los capítulos de Viento y Verdad de esta semana. ¡Ahí vamos!

Viento y Verdad: capítulos 5 y 6. traducción de manu viciano.

Título original: Wind and Truth, escrito por Brandon Sanderson, © 2024 Brandon Sanderson, © Manu Viciano por la traducción. Publicado por acuerdo con la editorial Nova, parte de Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U.

El Archivo de las Tormentas 5, Viento y Verdad - Encabezados - Capítulo 5 - Lo que aún podría ser

Cap. 5: Lo que aún podría ser

 

Al dedicarme a la historia, tales matices me resultan relevantes. Al dedicarme a la filosofía, me resultan deliciosos.

De Caballeros de viento y verdad, página 4.

 

A Shallan le resultó agradable tomarse unas horas para ella misma y pensar, por una vez. Llevaba puesta una havah de color azul claro en vez de la ropa de viaje, sentada en la fila superior del pétreo foro abierto de Integridad Duradera, dibujando. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que, sencillamente, se permitió dibujar? Había podido bosquejar un poco durante el viaje, pero le daba la impresión de que ya hacía muchísimo tiempo de eso.

Se relajó y fluyó con el boceto, que representaba el vértigo que había sentido al mirar a lo largo de una pared interior de Integridad Duradera. Una ilustración surrealista al estilo de uno de los viejos movimientos artísticos, en el que la perspectiva era intencionadamente extraña y desconcertante. A Shallan le gustaba pensar que los antiguos surrealistas habían establecido contacto con los spren y Shadesmar, y eso había retorcido sus mentes hacia nuevas formas de ver las cosas.

Aunque nunca se le habían dado tan bien los paisajes como las personas, Shallan se enorgulleció de la sensación de caída que transmitía su boceto, aunque no se veía hacia qué, porque la perspectiva antinatural atraía la mirada hacia arriba.

Al igual que le había pasado otras veces ese día, sin embargo, no dejaban de colársele unos rostros extraños en el dibujo.

En ese caso, había deformado sin darse cuenta los sombreados de una pared para que formasen una cara. Femenina, la de una cantora con el caparazón anguloso y jaspeado, en un diseño que recordaba a los estratos, formado por sombras y curvas. Shallan hojeó su cuaderno de bocetos. Todos los dibujos que había hecho a lo largo del día tenían ese rostro de cantora oculto en alguna parte, y ella no recordaba haberlo trazado.

Le había pasado algo parecido en Urithiru, donde la presencia de una Deshecha había deformado sus bocetos. Shallan intentó no permitir que esa vez la afectara tanto. En Urithiru había sido un mensaje. ¿Recibiría uno similar en esa ocasión?

Miró hacia Adolin, que paseaba de un lado a otro por el centro del foro, el mismo lugar donde unos días antes lo habían sometido a juicio. Lo acompañaba Godeke, un desgarbado Danzante del Filo. Shallan vio que también estaban allí sus agentes, Ishnah, Vathah y Berila, junto con sus respectivos crípticos. Esperaban a los Corredores del Viento, y también a que llegaran los frutos de sus últimos esfuerzos en Integridad Duradera. Shallan empezó otro dibujo mientras lo hacían.

Al final, llegaron doce.

Doce honorspren, de una población de centenares. Esa era la cantidad que había respondido a la llamada a las armas de Adolin. Godeke y él los recibieron a todos con una sonrisa, pero Shallan sabía que su marido había esperado que fuesen más. Sí que apareció otro honorspren, Notum. El excapitán de barco aún llevaba su singular vello facial, pero caminaba tambaleándose un poco. Seguían sin saber por qué lo atacaron aquellos tukari de los que Adolin lo había salvado.

Notum no se reunió con Godeke y Adolin, sino que bajó los peldaños hacia Shallan.

—Radiante Kholin —dijo.

A ella aún se le hacía raro oírlo, incluso habiendo transcurrido un año desde la boda. La tradición no dictaba que debiese adoptar el apellido de Adolin: entre los ojos claros alezi, era tan probable que cualquiera de las dos personas conservase su apellido como que lo cambiara. Sin embargo, en el caso de Shallan, la necesitaban en la línea sucesoria Kholin. Dudaba mucho que fuese a ocupar un trono que Adolin había rechazado, pero Dalinar quería a gente de su confianza como posibles candidatos. La adopción de Shallan en la casa Kholin reforzaría esa candidatura, si se daba el caso.

Dalinar y Navani se lo habían explicado con cierto pragmatismo, pero Shallan recordaba aquella conversación de un modo muy distinto. Para ella, ese había sido el día en que unos padres, por primera vez, la habían hecho sentirse querida.

Notum se sentó a su lado.

—Vuestra misión ha sido un éxito. Doce nuevos Radiantes.

—Pero esperábamos más —dijo Radiante, emergiendo a la superficie—. Después del apoyo que obtuvo Adolin en el juicio, anticipaba un gran resultado para el reclutamiento.

—Es verdad que una buena cantidad de honorspren lo apoyan —dijo Notum—, pero eso no significa que quieran vincularse. Es posible estar encolerizado con los líderes de los honorspren y creer que los humanos merecen apoyo, pero no querer dar uno mismo ese paso.

Por debajo de ellos, los doce honorspren empezaron a desvanecerse.

—Esto no lo había visto nunca —comentó Notum—. Pensaba que desaparecerían de golpe. Pero resulta que se disipan en la nada…

—No es en la nada —dijo Radiante—. Aparecerán en el otro lado.

—He oído que es un proceso traumático. —Notum tenía una forma de hablar rígida, envarada, incluso cuando su discurso era informal. Marcaba cada palabra como si estuviera anunciando algo desde el alcázar de su barco—. Los spren se olvidan de sí mismos al llegar al otro lado.

—Solo por un tiempo —dijo Radiante—. Lo más probable es que estos permanezcan en grupo, cosa que ayuda, y partan de inmediato en dirección a Urithiru, atraídos por los escuderos que entrenan allí.

—Pero ¿aún los necesitáis, a estas alturas? —preguntó Notum—. ¿La guerra no va a terminar pronto?

—Los Corredores del Viento son nuestro método principal para recorrer largas distancias, y sospecho que seguirán siendo útiles en tiempos de paz. Además de eso… incluso si Dalinar gana el duelo, me preocupa lo que vendrá después. Cuantos más Radiantes tengamos, más estable será nuestra posición.

—Entonces, debería darme prisa —dijo Notum, levantándose—. Unirme a ellos, para no quedarme solo.

Radiante estaba de acuerdo. Pero Shallan… Shallan reparó en algo.

—Suenas reticente —dijo, retomando el control.

Notum la miró, resplandeciendo en el mismo tono azul claro que todos los honorspren. Su uniforme, su pelo, todo en él estaba hecho de la misma luz, sólida, no transparente, pero a la vez tampoco real del todo en el sentido en que Shallan comprendía la realidad.

—Aquí ya no queda nada para mí —dijo Notum—. Los míos me han rechazado, y he visto su mezquindad. Querría ser de ayuda. Pero… reconozco que no deseo vincular a un humano. Aborrezco la idea. ¿Es eso mezquino también, por mi parte?

—No lo es en absoluto —le aseguró Shallan—. Yo tengo dos vínculos, Notum, y comprendo el coste mejor que muchos. No es mezquindad, ni cobardía tampoco, dudar al respecto. Igual que no es mezquino ni cobarde rechazar ninguna relación.

—Tendrás que disculparme —dijo Notum—, pero los otros tipos de relaciones no resultan en soldados con poderes extraordinarios.

Era cierto que aquello complicaba el asunto. Pero, desde que había descubierto lo que ella misma le había hecho a Testimonio, sentada unas filas más abajo con Patrón, Shallan no podía evitar cuestionarse sus objetivos. Necesitaban Corredores del Viento, sí, pero cada vez se le hacía más incómodo exigir a un spren que se vinculase. No era un proceso íntimo en el sentido tradicional humano de la palabra, pero sí que daba la impresión de ser profundamente personal.

—Es verdad que nos vendría bien tener más Corredores del Viento —dijo—, pero no creo que debas obligarte a vincular a un humano si no te hace gracia la idea. Puedes decir que no y aun así ser buena persona, Notum. Eso lo he aprendido.

—Quizá me quede un poco aquí, entonces —respondió él—. Si me esfuerzo, tal vez logre convencer a otros de los míos para que os apoyen.

Señaló hacia un grupo de honorspren que pasaban caminando, con ropa de viaje y cargados con pertrechos. Como si se marcharan a dar una larga caminata. Saludaron a Shallan y a Adolin, pero no se unieron a los que desaparecían.

—¿Objetores? —preguntó Shallan mientras Adolin les devolvía el saludo—. ¿Son esos de los que me hablabas?

—Sí —dijo Notum—. No están de acuerdo con la forma en que se os trató, pero tampoco quieren ir a la guerra. Abandonan Integridad Duradera para seguir su propio camino.

Shallan asintió.

—Bueno, el Radiante Godeke va a quedarse aquí para seguir normalizando las relaciones con los honorspren, y es posible que también deje a uno de mis agentes. Nos convendría que también estuvieses tú, y tener aquí a un aliado sólido.

—Soy vuestro aliado —asintió él—, pero ya te advertí que los líderes de los honorspren me rechazan, aunque no hayan tenido más remedio que retractarse de mi exilio. —Su expresión se volvió distante—. Tenemos toda una flota que antaño surcó el océano de cuentas, y es una lástima ver todos esos barcos abandonados en los astilleros. Estamos concediéndole al enemigo el control pleno de los mares de Shadesmar. Quizá podría navegar de nuevo bajo autoridad honorspren…

Tormentas, si Shallan no hubiera dicho nada, quizá Notum se habría convertido en un spren Radiante, y eso significaba que acababa de contravenir directamente las órdenes con que la habían enviado allí. Quizá sería mejor no mencionarlo en su informe para Dalinar.

No llegaron más spren. Lusintia, que había sido la guía de Shallan desde su llegada a Integridad Duradera, no hizo acto de presencia. Shallan había confiado en que la spren cambiaría de opinión, a pesar de sus ocasionales encontronazos.

—Notum, gracias —dijo Shallan—. Por cómo nos apoyaste en el juicio.

—Soy una persona que no da más de sí, Radiante Kholin —repuso él, levantándose con las manos sujetas a la espalda—. Como colores en el mástil que llevan demasiado tiempo ondeando al viento. Ya no sé en qué creo, ni en qué confío, pero lo que se os hizo no estuvo bien. No podía interpretar el papel de farsante que me exigían. Te suplico perdón por planteármelo siquiera.

—Es normal que quisieras recuperar tu antigua vida, Notum.

El spren se volvió hacia ella y la miró a los ojos con los suyos azules.

—Yacía en el suelo, atacado y apaleado, y vi cómo tu marido se alzaba en mi defensa contra unas fuerzas abrumadoras. Me salvó sin esperar ninguna recompensa. En ese momento supe que Honor vivía.

Le hizo un firme asentimiento a Shallan y echó a andar escalera abajo para hablar con Adolin. Shallan devolvió poco a poco la atención a su boceto, y al rato descubrió que había dibujado otra cara más. En la sombra de Adolin. Tormentas.

«No te pongas nerviosa —pensó—. Te preocupaste mucho cuando dibujaste a Patrón por primera vez, allá en Kharbranth. Y luego, mira cómo ha salido».

No iba a asustarse de su propio arte. Apretó los dientes y se obligó a pasar a la siguiente página y ponerse a dibujar de nuevo. Lo hizo hasta que otra persona se sentó a su lado. Kelek se inclinó hacia delante, con las manos entrelazadas y un aspecto pequeño y frágil.

—No iré con vosotros —dijo en voz baja—. No… no puedo.

—Aquí no estás a salvo —respondió Shallan, dibujando todavía, viendo moverse sus propios dedos como por iniciativa propia—. Si yo te encontré, los otros asesinos de Mraize también pueden hacerlo.

—Me… esconderé. Mejor. Pero no puedo abandonar a la seon, y ahora mismo no está en condiciones de viajar. No sería bueno para ella.

Shallan no discutió. Hacerlo nunca servía de mucho con Kelek. En vez de ello, se perdió en un boceto de él. Un Heraldo que añadir a su colección. Podría haber dicho que era la más elusiva de las gemas, pero, en realidad, ¿un Heraldo era más infrecuente que cualquier otra persona? Podría argumentarse que, por su inmortalidad, lo eran menos.

—Estamos quebrados, Shallan —dijo Kelek al cabo de un tiempo—. No somos los héroes que desearías que fuéramos. Ahora ya no.

—Sé lo que se siente.

—No creo que lo sepas —dijo él, rodeándose a sí mismo con los brazos—. No creo que nadie lo sepa. —Miró hacia Adolin, que charlaba con Notum y Godeke—. ¿De verdad intentarás encontrar a Mishram?

—Si no lo hago —dijo Shallan—, lo harán mis enemigos.

—Y luego, ¿qué? —preguntó Kelek—. ¿La liberaréis? No… no logro decidirme. Nunca puedo decidirme. He defendido su libertad en el pasado, pero ahora me preocupa. Podría unirse a Odium, reforzarlo. Ella… odia a los humanos. —Se llevó la mano a la cabeza—. Ishar dice que todos los Deshechos deberían estar recluidos, pero lo que les hicimos a los cantores al apresarla a ella…

—Me preocuparé de eso cuando encuentre su gema —dijo Shallan—. ¿La verdad? Seguramente la llevaré con el Forjador de Vínculos y dejaré que esa decisión se tome en común.

Kelek no respondió, así que ella siguió esbozando. El familiar sonido del carboncillo o del lápiz de color sobre el papel, la atención destilada del proceso creativo, como en el más potente de los alcoholes. Shallan atrajo unos pocos creacionspren, con forma de lucecitas arremolinadas. Aquellos, sin embargo, actuaron de un modo extraño: allí nunca los había visto cambiar de forma como hacían en el Reino Físico, pero esos creacionspren empezaron adoptar la apariencia de su lápiz o de la navaja de borrar.

Siguió dibujando. Líneas que imitaban la vida. Que la congelaban. Pero que la alteraban al mismo tiempo, pues era imposible crear una copia exacta. Ni era lo que se pretendía tampoco. Todo boceto era también un dibujo que representaba al artista: su perspectiva, su énfasis, su instinto para reclamar un instante que de otro modo se perdería…

Al llegar al final… era sublime.

Ese momento en que una se deleitaba con lo que había creado, esa sensación de asombro combinada con la incredulidad de que aquello tan hermoso hubiera salido de ti. Además de una levísima preocupación, porque, dado que no comprendías cómo lo habías hecho, quizá no merecieses haber formado parte de la creación. A Shallan le encantaba sentir todo ello, incertidumbre incluida.

—Radiante —dijo Kelek, con las manos entrelazadas y la mirada fija en el suelo de piedra del anfiteatro—, ¿a qué le tienes miedo?

¿Qué clase de pregunta era esa?

—No lo sé —mintió Shallan.

—Yo temo las opciones —dijo él—. Veo cada decisión que tomo, y veo las terribles consecuencias que podrían derivarse de ella. Si me quedo aquí, te veo fracasando sin mí. Si te acompaño, veo mi presencia, la de un ser quebrado como yo, provocando tu fracaso. No puedo continuar. No… no puedo…

Shallan apoyó la mano en la suya y le entregó el boceto. Kelek cogió la hoja, frunciendo el ceño, y entonces se le ensancharon los ojos al verse representado a sí mismo bien erguido, ataviado con una túnica y saliendo a zancadas de una bella ciudad que tenía una vistosa muralla y unos árboles extraños de largas frondas que Shallan se había inventado. Kelek llevaba un cayado con una extraña forma en la punta, avanzaba hacia una brillante luz que había en el horizonte y en el dibujo miraba atrás con el semblante decidido. Resuelto.

—¿Haces esto a menudo? —preguntó.

—¿Dibujar a gente? —dijo ella, y se sonrojó—. Sí, tiendo a hacerlo a todas horas. Cuando me siento yo misma, al menos.

—No solo dibujar, niña. ¿Sueles extraer Fortuna? ¿Atisbar los posibles yoes de alguien y convocar uno? ¿Rozar, en cierto pequeño modo, lo que podría haber sido? Lo que aún podría ser. —Kelek la miró, y debió de ver una confusión absoluta en sus ojos, porque dio un suspiro—. ¿Es una habilidad que suelan emplear los Tejedores de Luz en tu época?

—No que yo sepa —respondió ella—. Pero tampoco comprendo del todo lo que dices.

Kelek miró un instante hacia Patrón y Testimonio.

—Dos spren. Por supuesto… Has vinculado a dos. Suceden cosas extrañas cuando el vínculo Nahel se solapa. Antaño había reglas contra ello, creo. ¿Cuánto hace que los tienes a los dos?

—Un tiempo —respondió Shallan—, aunque no lo he sabido… no lo he recordado hasta hace poco.

Kelek levantó el papel.

—¿Y con qué frecuencia atisbas el Reino Espiritual y lo manifiestas en tu arte?

—Eh…

Shallan recordó algunos bocetos que había hecho, como el que estaba en el bolsillo de un muerto. Como los dibujos de la Deshecha acechando en Urithiru… o los rostros que aparecían en sus ilustraciones sin que ella hubiera pretendido trazarlos. Empezó a sentirse tonta por haberle puesto objeciones enseguida a alguien que evidentemente sabía mucho más que ella sobre aquellas cosas.

—Es posible que pase de vez en cuando —respondió—. Había una Deshecha en Urithiru, y apareció en mis dibujos. Y ahora, estas caras…

Volvió otro dibujo hacia él, que asintió.

—Porque has estado pensando en viajar al Reino Espiritual y encontrar a Ba-Ado-Mishram.

—¿Es ella?

—Una interpretación de ella, sí —dijo Kelek—. Si fueras otra persona, supondría que has estado viendo arte antiguo y te ha influido de manera inconsciente. Siendo tú… —Se encogió de hombros—. La Fortuna puede hacer cosas impensadas, fantódicas.

—Disculpa, ¿fantódicas?

—Significa… ¿inquietantes? Perdona, no estoy al día con los cambios del lenguaje, ni tampoco soy ningún experto en la Fortuna. Sería mejor que hablaras con Midius, tu Sagaz, sobre eso. Un hombre también fantódico, por cierto…

Kelek cogió la hoja y la dobló con cuidado para guardársela en el bolsillo. Shallan se encogió al verlo, porque no la había barnizado para evitar que se emborronara, pero entonces se distrajo por algo que ocurría más arriba, al otro lado de la muralla de Integridad Duradera. Un grupo de figuras brillantes estaban descendiendo, seguidas por varios tipos de spren capaces de volar, atraídos por el uso de la luz tormentosa que hacían. Los Corredores del Viento habían llegado.

Unos segundos después, Drehy, su spren y varios de sus escuderos aterrizaron cerca, empuñando lanzas comunes, ya que las hojas esquirladas no podían entrar en Shadesmar. Al menos, no en forma de hoja esquirlada.

—Tengo entendido —dijo Drehy— que una dama ojos claros ha encargado un palanquín que la lleve a Urithiru, ¿puede ser?

—Vaya palanquín más raro traes, Drehy —respondió Shallan, levantándose.

—Menuda grosería, brillante —dijo Drehy, señalando con el pulgar sobre el hombro a un escudero—. Puede que Shiosak se cayera mucho al suelo de niño, pero no es raro. Es especial.

Shiosak, que en realidad era un hombre veden afable y más bien guapo, puso los ojos en blanco.

Cinco Corredores del Viento. No bastarían para llevar a todo el mundo, así que los soldados de Adolin, y seguramente algunos agentes de Shallan, tendrían que hacer el viaje de vuelta en barco, más lento y aburrido. A la mayoría no iba a importarles. El principal problema sería Adolin, que tendría que dejar atrás su caballo y sus espadas. Shallan vio cómo su marido llegaba al trote por la escalera, sonriendo de oreja a oreja. Conocía a Drehy, cómo no. Adolin conocía a todo el mundo. Shallan lo observó mientras contaba a los Corredores del Viento, hacía los cálculos mentales y llegaba a la misma conclusión.

O casi.

—¿Cuántos hacéis falta para llevar volando a mi caballo? —preguntó Adolin.

El Archivo de las Tormentas 5, Viento y Verdad - Encabezados - Capítulo 6 - Nobleza

 

Cap. 6: Nobleza

En cualquier caso, los acontecimientos que rodearon la purga de Shinovar poseen una relevancia específica, y estoy haciendo todo lo posible por registrar lo que logro descubrir acerca de las palabras de la propia Viento sobre ellos. Sin embargo, ahora que el Viento y los Heraldos han desaparecido, solo dispongo de dos fuentes capaces de relatar esos acontecimientos.

Mis dos testigos.

De Caballeros de viento y verdad, página 5.

 

Dalinar estaba mirando por una ventana los picos helados de la cordillera de Ur. Kaladin sabía que aquellas tierras debían de estar reclamadas por algún reino, pero le costaba imaginárselo. Poseer campos era una cosa, pero ¿montañas?

Pero, si alguien podía reclamarlas, sería la montaña de hombre que se alzaba junto a la ventana. Dalinar no se apoyaba en el marco de piedra para relajarse como podría haber hecho otro. Tenía las manos entrelazadas tras los riñones, la espalda recta. Llevaba un uniforme de color azul Kholin con sus glifos bordados en la parte trasera, la torre y la corona.

Szeth estaba sentado en el suelo cerca de la esquina del fondo. Volvía a vestir de blanco y se había afeitado la cabeza. Tenía los ojos cerrados y su larga hoja esquirlada en su vaina de plata sobre el regazo. A Kaladin el arma siempre le había dado una impresión de ferocidad, con esos gavilanes en garfio y la empuñadura negra como el carbón. Szeth parecía estar meditando. Respiración calmada, rítmica. Tormentas, incluso estando relajado, ese hombre era perturbador.

Syl mantuvo el tamaño humano y los colores de su havah mientras iba hasta Szeth para ponerle la cara delante y comprobar si estaba mirando a hurtadillas.

—¿Cómo te sientes sobre tu próxima tarea? —le preguntó Dalinar a Kaladin.

—Bien, señor —dijo él—. El mundo va a ser un lugar distinto, ocurra lo que ocurra dentro de diez días. Sagaz dice que debo encontrar un sitio nuevo en él, así que probaré con esto. Me pediste que fuese cirujano, no soldado. Estoy dispuesto a ello.

Un cirujano para la mente, que no cortaría con bisturí, sino con palabras calmadas y comprensión. Tormentas, parecía muchísimo más difícil.

—Excelente —dijo Dalinar—. He recibido informes sobre los hombres a los que ayudaste con la conmoción de batalla. Es extraordinario.

—Hay que sacar a la gente de la oscuridad y mostrarle que la luz todavía existe. No lo arregla todo, pero sí que supone una diferencia.

—La luz —dijo Dalinar, contemplando los campos nevados que reflejaban la luz solar como diamantes líquidos—. Ishar mencionó algo sobre la luz, cuando me dijo que quería refundar el Juramento. Pronunciar las Palabras, ese momento en el que se alcanza un Ideal, aunque lo haga otra persona cerca, trae una claridad… y debería restaurarlo, aunque sea solo durante un tiempo breve.

Lanzó una mirada hacia Szeth.

—¿Señor? —preguntó Kaladin.

—Voy a enviar a Szeth contigo.

—¿Él es el compañero que me prometiste? —casi exclamó Kaladin.

—Regreso a mi tierra natal —dijo Szeth en voz baja— para enderezar lo que está torcido. Para purgar una maldad. Si un Rompedor del Cielo quiere alcanzar el Cuarto Ideal, debe emprender una cruzada por una causa justa. Después de completarla, estaré preparado para dar el último paso, en el que una persona se convierte en la mismísima ley. Deseaba ir solo, pero Dalinar ha insistido en que me acompañes.

Kaladin asimiló todo aquello y luego avanzó un paso hacia Dalinar, dándole la espalda a Szeth, lo cual parecía una enorme imprudencia.

—Señor —susurró—, ese hombre no es estable. No habría que enviarlo a una misión. Necesita tiempo, atención y la ayuda de alguien que…

Dejó la frase en el aire al ver la expresión de Dalinar.

—Tormentas —añadió Kaladin—, ¿crees que puedo hacer algo para ayudar a Szeth mientras él intenta «purgar una maldad» en su tierra natal?

—Sí —respondió Dalinar, firme—. ¿Te ves capaz, soldado?

Kaladin volvió la mirada hacia Szeth.

—Señor, con el debido respeto, he conseguido ayudar a un grupo de hombres que sufrían una carga mental que comprendo por experiencia propia. No puedes esperar que repita esa clase de éxito con un caso extremo como Szeth. ¡Necesitaría meses enteros para concebir un tratamiento!

—Deberíamos… hablar en privado. Además, creo que necesito un poco de perspectiva. ¿Qué hay de ti, soldado?

—Siempre, señor —dijo Kaladin mientras Syl llegaba junto a ellos, con la cabeza ladeada, mirando a Dalinar.

—Excelente —dijo el Forjador de Vínculos, dándose la vuelta para caminar hacia la puerta. Cogió una cajita de madera de una mesa que había junto a la pared y se la guardó bajo el brazo—. Szeth, ¿estarás bien aquí tú solo un rato?

—Nunca estoy solo —respondió el hombre con su leve acento—. Incluso sin spren ni espada, tendría las voces.

Fijó la mirada en Kaladin con toda la expresividad de un cadáver. Tormentas. ¿Y Dalinar quería que ayudase a ese hombre? ¿Al asesino que había matado al hermano del propio Dalinar?

Kaladin siguió a Dalinar fuera de la estancia, esperando que seguirían hablando en la sala contigua, pero Dalinar abrió el paso por la escalera hacia la cima de Urithiru. Kaladin no había estado allí arriba desde…

Bueno, desde que se había arrojado al vacío.

—He descubierto que estas vistas me ayudan a pensar —dijo Dalinar, volviéndose para mirar hacia las montañas—. Qué lejos alcanza uno a ver, cuando no hay paredes de por medio.

Puso una expresión meditabunda y daba la impresión de que le vendría bien un minuto de paz, así que Kaladin se lo concedió y fue hasta el borde de la torre.

—Tormentas —le dijo a Syl mientras llegaba al antepecho—. Es surrealista estar aquí otra vez. Y qué calor hace.

—Es por la brillante Navani —respondió Syl, asomándose para mirar hacia abajo—. Y su vínculo con la torre. Esta ciudad una vez floreció llena de vida. Volverá a hacerlo.

—Me recuerda a mi hogar —dijo Kaladin—. Hay más humedad aquí que en las llanuras.

—Hogar… —susurró Syl, y lanzó una mirada hacia el cielo, donde jugaban los spren de la armadura de Kaladin. La coleta se le soltó, permitiendo que su pelo volara libre, blanquiazul, ondeando al viento real. Le sonrió—. Nunca había sentido que tuviera un hogar hasta que encontré esto.

—¿Urithiru? —preguntó él.

—Por asociación, sí.

—¿Sagaz te ha estado dando clases de hablar en plan enigmático?

—Qué va —dijo ella, apoyándose en el antepecho de piedra—. Ahora tu familia está aquí, Kaladin. ¿Eso no lo convierte en tu hogar?

—Supongo que sí, qué remedio. Mi otro hogar está en manos del enemigo.

—No solo del enemigo —dijo Syl—. De los cantores.

Era una corrección pertinente, y difícil de recordar. También era el hogar de ellos. Los parshmenios alezi habían vivido esclavizados, pero luego habían conquistado su tierra natal para sí mismos. En otras circunstancias, Kaladin habría apoyado su lucha: sabía exactamente lo que era que a uno lo despojasen de su dignidad, que lo apalearan hasta robarle su manera de ser y su albedrío, que lo convirtieran en cosa.

Miró de nuevo hacia Dalinar, cuyo contrato con Odium en teoría les proporcionaba una salida de aquel desastre. Fue en dirección a él, sintiendo el viento en la cara, cosa que siempre lo animaba.

—No paro de desear —dijo Dalinar en voz baja— que haya respuestas en alguna parte.

—¿Señor?

—Nos he puesto a todos en una trayectoria de colisión con el destino —explicó Dalinar—. Si pierdo, es muy posible que esté arrastrándonos a todos a una guerra mucho mayor de lo que creíamos posible.

—Por tanto, tienes que ganar.

—Así es —dijo Dalinar—. Pero no logro imaginar cómo va a ser el duelo. Me da la sensación de que no será un choque de espadas, pero ¿qué, entonces? ¿Qué estoy pasando por alto? ¿Nos he condenado, Kaladin? —Respiró hondo y, con el brazo bajo el que llevaba la cajita de madera, señaló hacia la extensión de cumbres nevadas—. ¿Puedes llevarnos a ese pico? ¿El grande, el que parece la punta más alta de una corona?

—Señor —dijo Kaladin—, el calor de la torre no llega hasta tan lejos.

—Justo por eso, Kaladin. —Dalinar extendió la mano hacia él—. Si no te importa.

Kaladin inhaló para absorber fuerza, luz, de la torre. Los enlazó a ambos hacia arriba y Syl encogió y salió disparada tras ellos mientras Kaladin volaba con Dalinar hasta esa cima concreta, con los spren de su armadura dando vueltas alrededor. La transición al aire más frío fue gradual, ya que el círculo de calidez en torno a Urithiru era más un halo que una burbuja. La piedra desnuda dejó paso a pequeños arroyos de nieve derretida, que a su vez dejaron paso a gélida aguanieve y por último entraron en los dominios de la verdadera nieve densa.

A medida que se acercaban, la luz de torre que había absorbido le falló y tuvo que recurrir a la luz tormentosa que llevaba en el bolsillo. Parecía que el cuerpo humano no podía retener la luz de torre a menos que estuviera muy cerca de Urithiru. Cuando hubo absorbido luz de reemplazo y estabilizado el vuelo, Kaladin incrementó la presión del aire. Las protecciones de la torre ofrecían algo más que calor. Roca podía pasarse el día hablando de que el aire de los Picos Comecuernos era más sano, pero Kaladin había visto con sus propios ojos que a la gente le costaba respirar a tanta altura. Por suerte, sus poderes incluían una capacidad más nebulosa que los enlaces de esculpir la presión y el aire.

De modo que mantuvo una pequeña burbuja invisible de aire más denso en torno a ellos. Era algo que ya había estado haciendo por instinto, pero de lo que quería ser más consciente. Syl recobró su tamaño humano mientras Kaladin se posaba con Dalinar en la nieve, con un crujido. Qué cosa más rara. ¿Por qué crujía? Era solo agua muy helada, ¿verdad? ¿No debería agrietarse?

Les salía vaho de la boca, excepto a Syl, por supuesto. Pero ella sí que estaba imitando el acto de respirar, y su pecho ascendía y descendía con sutileza. ¿Lo había hecho siempre?

Empezaron a crecer friospren alrededor de los pies de Kaladin, como pequeñas estacas de cristal. Dalinar recogió un puñado de nieve y lo dejó deshacerse entre sus dedos.

—Navani dice que lo más probable es que la nieve más profunda de aquí sea muy antigua. Caminamos sobre estratos de hielo como los de piedra, porque aquí arriba nunca hace el calor suficiente como para que se derrita. Permanece congelada. Durante eones.

—¿Señor? —dijo Kaladin—. ¿Por qué hemos salido al frío?

—Quería mirar la torre desde fuera —dijo Dalinar, volviéndose para contemplar Urithiru—. Nunca puedo verla en todo su esplendor desde las Puertas Juradas. Es demasiado inmensa.

Kaladin se puso a su lado y observó también la torre entre el vaho que exhalaban.

—Roshar ha presenciado muchísimas versiones de esta guerra, Kaladin —dijo Dalinar en voz baja—. Llevamos combatiendo a los cantores desde nuestras primeras generaciones en este planeta, una época que se extiende mucho más atrás de nuestra historia escrita. A lo largo de múltiples calamidades, y casi de la pérdida más absoluta de la civilización. Quiero que ese ciclo termine.

—Todos lo queremos, señor —intervino Syl.

—Lo sé. Y aun así, no puedo evitar preguntarme: ¿debería tener alguien tanto poder y autoridad como ostento yo? —Dalinar negó con la cabeza—. Jasnah me mete ideas en la cabeza como cremlinos que hibernan en el corazón de una planta, devorándola desde dentro hasta que cambia el tiempo. El mundo no tomó la decisión de librar este duelo. Fui yo. ¿Había alguna manera mejor?

—No lo sé, señor —respondió Kaladin—. De verdad que no.

—Bueno —dijo Dalinar—, no eres el único que va a meterse a ciegas en una situación, soldado. Respeto tus quejas acerca de Szeth. Las comprendo. Es un caso difícil, y apenas habías empezado a aprender cómo ayudar a quienes padecen heridas mentales. —Dalinar se volvió y contempló la extensión nevada. Desde allí, la cumbre de la montaña no parecía puntiaguda en absoluto, sino la suave cima de una colina cubierta de blanco—. Y, sin embargo, tantos eones… tantas muertes, como estratos bajo nuestros pies… Debemos cambiar, Kaladin. Hacer las cosas de un modo distinto. Creo que una forma de empezar a hacerlo es no tirar a la basura a la gente cuando tememos que pueda ser defectuosa.

—Szeth ha asesinado a docenas.

—Cumpliendo órdenes de la persona que a todos los efectos era su dueña —replicó Dalinar—, y en un estado mental dañado. Ahora intenta encontrar un camino mejor. Kaladin, cuando te pedí que renunciaras a tu puesto, ¿cómo te sentiste?

—Inútil.

Al responder, Kaladin recordó lo que le había dicho Sagaz: «¿Quién serías si no hubiera nadie a quien tuvieras que salvar, nadie a quien tuvieras que matar?».

—En una ocasión me protegiste de Szeth —dijo Dalinar—. Ahora te estoy pidiendo una clase distinta de rescate. Sálvalo a él, y salva al Heraldo Ishar. Es difícil, lo sé, pero quiero que lo intentes de todos modos. Porque esto es el final, y no tengo más opciones.

Kaladin lanzó una mirada a Syl, que asintió. Y tormentas, Dalinar tenía razón. Otra vez.

—Intentaré ayudarlos —prometió Kaladin—. Haré lo que pueda. Pero, señor… deberías saberlo. Sagaz me ha dicho que no regresaré a tiempo de ayudarte a ti.

—Conque eso te ha dicho, ¿eh? Bueno, Szeth sabe escribir, así que podéis llevaros una vinculacaña e ir informando por medio de ella, por si de verdad no conseguís volver a tiempo.

—Supongo que sí —respondió Kaladin—. Pero… bueno, Sagaz también dice que Ishar no podrá ayudarte, señor. No del modo que quieres.

Dalinar gruñó.

—¿Qué más?

—Más o menos eso es todo… además de que debería escuchar al Viento, y a Roshar. —Kaladin respiró hondo—. Creo que el Viento ha estado hablándome, señor. ¿Una… versión de él que es una spren? No lo entiendo del todo. Me ha dicho que te haga caso, eso sí.

—Bueno, se lo agradezco. Los Heraldos son importantes; están muy involucrados en todo esto. No sé explicar por qué, todavía, pero tengo esa sensación visceral desde hace semanas. Puede que más. —Dalinar puso una mano firme en el hombro de Kaladin, húmedo por la nieve, y su bota crujió al moverse—. Ishar… no es como Ash o Taln. Está activo, y planea interferir con lo que estamos haciendo. Es peligroso. Excepcionalmente peligroso. —Miró a los ojos a Kaladin—. Está en Shinovar, lo que significa que tiene las hojas de Honor.

Syl dio un suave silbido.

—Cada arma —prosiguió Dalinar— es tan peligrosa como la que Szeth utilizó para sembrar el pánico por todo Roshar. Ishar cree que él es el verdadero campeón, no yo. O eso, o cree que es el mismísimo Todopoderoso. O quizá alguna enloquecida mezcla de ambas cosas. Fue capaz de reclutar un ejército en Tukar. Ahora está en Shinovar, un territorio del que no sabemos nada, y que lleva toda la guerra sospechosamente tranquilo. Estoy preocupado.

»Szeth va a viajar hasta allí de todos modos, pero no puedo confiar en él para nada que requiera sutileza ni una toma de decisiones fundada. En ti sí que puedo confiar para ambas cosas. Necesito a alguien que me vigile las espaldas, soldado. No quiero verme flanqueado por un demente en el último momento. Quizá, con un poco de suerte, conseguirás llegar a la cordura de Ishar y traerme ayuda, a pesar de lo que tema Sagaz. Pero, incluso si no, necesito ojos en esa tierra. Llevamos demasiado tiempo haciéndole caso omiso.

Tormentas. Así que aquella era su verdadera tarea: ayudar a un semidiós a superar su megalomanía. Según los informes de Sigzil, Ishar había estado dedicándose a secuestrar a spren en Shadesmar y llevarlos físicamente al Reino Físico, matándolos a perpetuidad en el proceso. Creando unos retorcidos cuerpos medio hechos de carne para ellos, incapaces de sobrevivir.

Cada uno de los Heraldos padecía algún tipo de trauma mental grave. Peor que eso: Kaladin temía que sus problemas fueran, en parte, de naturaleza mística. ¿Quién era él para intentar resolver las patologías de dioses?

No dijo nada de todo aquello, porque conocía la respuesta.

¿Quién era Kaladin para hacer aquello?

La única persona disponible. Que el Padre Tormenta los asistiera a todos.

—Lo haremos, señor —dijo Syl—. Bueno, Kaladin hará la parte de la curación mental. Y yo haré todo lo que pueda.

Eso provocó una mirada de extrañeza en Dalinar. No estaba acostumbrado a que los honorspren fuesen visibles para nadie a excepción de su Radiante, y mucho menos a que se pasearan por ahí a tamaño completo y comportándose como soldados. En cambio, a Kaladin le parecía apropiado. En cierto modo, todo aquello lo había puesto en marcha Syl al decidir vincularse a él. ¿Por qué no debería tener voz a la hora de aceptar la siguiente misión de ambos?

—Bien —les dijo Dalinar a los dos—. Hay… otra cosa, Kaladin. ¿Aún tienes aquella capa que te di cuando te uniste a mi ejército?

—La tengo —contestó él—. La conservo como un símbolo de orgullo, señor, aunque no me la ponga a menudo. No hace juego con el uniforme y… bueno, tiene los glifos de tu casa en la espalda. Ornamentados para simbolizar a un miembro de la familia real.

—Es comprensible —dijo Dalinar—. La casa de ojos claros Bendito por la Tormenta está recién creada, y sin duda inaugurará sus propias grandes tradiciones. En general, no sería adecuado que vistieras los glifos de otra casa.

—¿Solo que…? —preguntó Kaladin.

Dalinar recuperó la cajita de madera de debajo del brazo, la abrió, sacó de ella un papel y lo desdobló. Estaba cubierto de escritura, que Dalinar recorrió con los ojos. El instinto de Kaladin fue apartar la mirada, ya que un hombre leyendo era… bueno, vergonzoso, incluso después de todo lo que había pasado. Pero los tiempos estaban cambiando, y el propio Kaladin había reclutado a mujeres para el ejército. Así que no miró hacia otro lado.

—Solo que mis dos hijos —respondió Dalinar con voz suave— se han negado a que los proclame herederos de ningún trono que pueda ocupar.

—Lo sé, señor —dijo Kaladin—. Por eso se eligió a Jasnah como reina.

—Reina de Alezkar —matizó Dalinar—. En el exilio. Ahora tengo un segundo trono, compartido con Navani, aquí en Urithiru. Pero los dos somos mayores, y nuestros hijos o bien se niegan o bien ya están comprometidos. Jasnah está decidida a restaurar Alezkar, y desea seguir concentrándose en ello. Gavinor debe permanecer como su heredero, en la sucesión al trono alezi. Lo ocupará si ella muere.

—¿A su edad? —preguntó Kaladin.

—Un niño puede, y debe, heredar con objeto de preservar el trono —afirmó Dalinar—. Eso resuelve el problema de Alezkar, que es independiente de Urithiru y de los Caballeros Radiantes. Este reino no tiene un heredero que tome el mando si nos pasara algo a Navani y a mí.

Dalinar se volvió, sosteniendo en alto el papel, y miró a Kaladin. Syl dio un respingo. Alrededor de Kaladin estallaron sorpresaspren de color amarillo claro, y él sintió que sus entrañas se desmoronaban.

—Señor —dijo, envarándose—. Por favor, no. Yo estoy roto.

—La vida nos rompe —repuso Dalinar—. Y entonces rellenamos las grietas con algo más fuerte.

—Renarin. Él es Radiante.

—Puede vislumbrar el futuro, y lo que ha visto lo lleva a rechazar este cargo. Lo apoyo en esa decisión. Soldado, Renarin está vinculado a un spren corrompido, y aún no sabemos los efectos que puede tener eso. Adolin se niega en redondo. Yo… espero que podamos resolver nuestros problemas, porque me temo que soy el motivo de que rechace el trono de Alezkar. Pero, aunque lo hiciéramos, Urithiru debería tener a un Radiante al mando. —Dalinar le tendió el papel a Kaladin—. No voy a obligarte a esto, Kaladin. Pero sí que voy a pedírtelo, porque debo hacerlo. ¿Querrás ser nuestro heredero?

Fue como un cubo de agua de lluvia fría arrojado sobre él. No pudo responder. Ser un oficial ya era difícil, y ser un ojos claros incluso peor, pero ¿ser de la realeza?

—Hijo —añadió Dalinar en voz baja—, aún veo tu odio. Confío en que no sea hacia nadie concreto, sino hacia lo que se te hizo. En estos últimos años, no he tenido otro remedio que aceptar que la distinción entre ojos claros y oscuros es un mero constructo social. La nobleza no reside en la sangre, sino en el corazón. Pero eso también debe funcionar a la inversa. No te gusta lo que representamos, pero, si continúas sintiéndote como te sientes… acabará devorándote por dentro.

—Lo sé —se obligó a responder Kaladin—. Pero… ¿esto?

—No es más que un deber que cumplir —dijo Dalinar, entregándole el documento—. Navani y yo somos Forjadores de Vínculos. Si caigo en este duelo, ella ocupará el trono. Pero ella también será un objetivo, y es perfectamente posible que ninguno de los dos sobrevivamos.

»Si sucede lo peor, presenta esa carta en Urithiru. Está ratificada por varios fervorosos. Ya he hablado de esto con Jasnah, con los altos príncipes y con los otros monarcas, y todos coinciden en que un Radiante es la persona más adecuada para el cargo. Por desgracia, la mayoría de ellos son demasiado novatos. La decisión, por supuesto, te corresponde a ti. Si no aceptas el trono, lo he dispuesto todo para Dami lo ocupe.

Dami. Era un Custodio de la Piedra rirano, con quien Kaladin no se había relacionado mucho. Gozaba de buena fama, sin embargo, y al parecer había pronunciado el cuarto juramento el día anterior, tras la campaña en Emul, convirtiéndose en el tercero en hacerlo después de Jasnah y Kaladin.

—Si él también se niega —añadió Dalinar—, el trono recaerá en los altos príncipes de Alezkar. Aladar primero y, que el Dios del Más Allá nos asista, Sebarial después de él.

—Será broma.

—Se le da bien el dinero.

—Tan bien que la mitad acaba en su bolsillo.

—Es mejor persona de lo que él mismo cree. Navani opina que el estado de sus cuentas es una pantalla para ocultar su aptitud. En todo caso, confío en que sobrevivamos todos y podamos situar en la línea sucesoria a otros Radiantes con el entrenamiento adecuado en liderazgo. O quizá algo parecido a lo que siempre ha soñado Jasnah, una forma de gobierno más… representativa. Deberías leer sus ensayos sobre la materia.

—Eh…

Kaladin miró a Syl buscando apoyo. Ella le sonrió de oreja a oreja.

—No me estás ayudando —dijo Kaladin.

—Yo ya soy más o menos de la realeza —replicó ella—. No está tan mal. Créeme.

—No es lo mismo. —Kaladin bajó la mirada al papel—. Haré lo que pueda por Ishar y Szeth, señor, y te enviaré información sobre Shinovar. Pero esta carta… es demasiado.

—Aceptaré tu decisión —dijo Dalinar—. Lo único que te pido es que, en vez de tomarla ahora a conciencia, te lo plantees un tiempo. Como favor a mí. ¿Por respeto?

¡El muy tormentoso! Pero estaba en lo cierto: aquello era algo a lo que debería concederle algo de tiempo. Kaladin se obligó a doblar la hoja y guardársela en el bolsillo. En términos lógicos, no había ninguna diferencia entre un ojos oscuros y un ojos claros, y de todos modos Kaladin era ojos claros desde hacía un tiempo ya. El gobernante de un pequeño territorio de Alezkar que, con toda probabilidad, no visitaría jamás. Aun así, aquello le parecía una traición.

—Me lo plantearé —dijo de todos modos.

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