AVANCE OFICIAL – El Archivo de las Tormentas 5 – Viento y Verdad: Capítulos 3 y 4
¡Feliz lunes de avances! Esta semana vamos a leer los capítulos 3 y 4 de los avances del nuevo libro de El Archivo de las Tormentas que saldrá en español el 9 de diciembre: Viento y Verdad.
Además, entramos en la segunda semana de la campaña de Kickstarter de los juegos de rol del Cosmere que ya han apoyado casi 24.000 personas en todo el mundo, y cuyas dos primeras entregas serán los libros para jugar a Stormlight RPG y Mistborn RPG.
Y por si no lo habéis podido ver aún. os dejamos aquí el CosmereCast de la semana pasada donde hablamos de los capítulos 1 y 2.
Viento y Verdad: capítulos 3 y 4. traducción de manu viciano.
Título original: Wind and Truth, escrito por Brandon Sanderson, © 2024 Brandon Sanderson, © Manu Viciano por la traducción. Publicado por acuerdo con la editorial Nova, parte de Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U.
Cap. 3: Los costes del heroísmo
El Viento me dijo, antes de desaparecer, que fue el cambio en el recipiente de Odium lo que restauró su voz. Eso me provoca dudas. Quizá sea la nueva tormenta, que hace que la gente empiece a replantearse que el viento sea su enemigo.
De Caballeros de viento y verdad, página 3.
Shallan y Patrón dejaron a Testimonio descansando y recorrieron la pared de Integridad Duradera para reunirse con Adolin, Maya y el Heraldo Kelek, que estaban hablando con una especie de spren a la que Kelek llamaba una «seon». Aquella seon se manifestaba como una bola de luz flotante, del tamaño aproximado de una cabeza, con un extraño símbolo en el centro. Aparte de ellos, la parte superior de la pared estaba desierta ese día.
—¿No te acuerdas? —preguntó Patrón en voz baja mientras Shallan y él caminaban—. ¿De los acontecimientos con Testimonio? Creía que sí. Creía que, desde que Velo desapareció…
—Velo no ha desaparecido —dijo Shallan—. Forma parte de mí, como la ha formado siempre.
—No… no lo entiendo.
—Es difícil de explicar —respondió ella—. Y… tampoco estoy segura de entenderlo yo del todo. La curación no es un acontecimiento, Patrón, sino un proceso. He incorporado a Velo en mí misma, de modo que ya no toma el control, pero no ha desaparecido. Velo es yo, pero Velo no siempre es Shallan.
—Pero… tú eres Shallan…
—Imagínatelo como que Velo se ha trasladado a la parte de atrás del carromato mientras vamos hacia el futuro. Aún está ahí, aconsejándome, y las dos somos conscientes del mundo.
Era más complejo que eso, por supuesto. Shallan había proyectado algunos aspectos incómodos de sí misma en Velo. Ahora se veía obligada a afrontarlos. Había temido que Adolin lo encontrase difícil, pero… en fin, Adolin Kholin era tormentosamente maravilloso. Tras la conversación que mantuvieron la noche anterior, parecía comprenderlo. Ambos sabían que quedaba trabajo por hacer, pero también que Shallan había dado un paso enorme hacia la curación… y, con él, había reconocido algo importante.
No merecía odio, sino comprensión. Era difícil de creer, pero Velo insistía en que lo intentaran de todos modos.
—Pero… —dijo Patrón—. ¿Radiante aún está… separada?
—Más separada —asintió Shallan.
—Mmmmm. Entonces… sigue en el pescante del carromato.
—Sí. Eso podría cambiar. O podría no ser necesario que cambie. Estoy resolviendo las cosas sobre la marcha, Patrón, pero sí que me siento mejor. Y lo más importante es que ya no necesito que Velo se interponga entre los recuerdos y yo.
—Entonces, sí que recuerdas.
—Sí y no —dijo Shallan—. Es un embrollo. Era pequeña, los acontecimientos son traumáticos y hay muchísimo dolor asociado a los recuerdos de mi madre. Necesito tiempo para asimilarlo.
—Mmmm. Los humanos sois… pringosos. No solo el cuerpo. La mente también. Los recuerdos también. Las ideas también. Mmmm… —vibró, y sonaba complacido.
De niña, Shallan había vinculado a una spren, cosa que a su madre… no le había gustado. Había venido un hombre, o bien para hacerle daño a Shallan o bien para separarla de Testimonio. Su padre había luchado contra él y, durante el enfrentamiento, la madre de Shallan había ido hacia ella con un cuchillo. En defensa propia, Shallan había matado a su madre con una manifestación temprana de Testimonio como hoja esquirlada.
Shallan, traumatizada, había rechazado sus incipientes juramentos y enterrado esos recuerdos. Pero si su vínculo con Testimonio nunca se había roto del todo… ¿qué significaba? Y de los recuerdos del tiempo entre la muerte de su madre y la llegada de Patrón… ¿en cuáles estaba involucrada Testimonio?
«Sabía que tenía una hoja esquirlada… mucho antes de vincular a Patrón». Se había convencido a sí misma de que el arma pertenecía a su padre, de que estaba guardada en su caja fuerte. Había ido allí antes de marcharse de casa y la había sacado para descartarla, ignorando que la estaba invocando en ese mismo instante, al meter la mano, fingiendo que era una hoja esquirlada normal, fingiendo que necesitaba diez latidos para que apareciera. Sin embargo, una parte de ella había sabido, incluso entonces, que era Testimonio, una amiga a la que Shallan había hecho muchísimo daño. Eso era lo único que Shallan recordaba con claridad. Testimonio era su amiga. Una forma en relieve sobre la pared que había deleitado, y luego se había dado a conocer, y luego había protegido a una niña pequeña.
Testimonio nunca había sido tan habladora como Patrón. De hecho, Shallan solo recordaba infrecuentes fragmentos con voz suave, animándola a resistir contra la oscuridad de su familia. Shallan había querido mucho a su misteriosa spren; aunque los recuerdos eran un revoltijo, las emociones brillaban a través del dolor. La fuerza podía depender de la percepción a veces. Y ese día, Shallan descubrió que podía elegir la fuerza.
Llegaron junto a Adolin, Maya y Kelek. A Shallan todavía le parecía increíble que aquel hombre fuese un Heraldo del Todopoderoso. El tipo bajito y calvo no dejaba de frotarse las manos, como lavándoselas con agua y jabón invisibles. Adolin y Maya casi eran unos gigantes a su lado, mientras hablaban con la bola de luz.
Era evidente que Maya prestaba atención. No estaba curada del todo —sus ojos seguían raspados y su color era un marrón tenue en vez del vibrante verde de otros spren de su tipo—, pero iba mejorando. Ya no se marchaba sin más ni se limitaba a mirar inexpresiva durante las conversaciones. También empezaba a hablar cada vez más.
—Me preocupa lo que está por venir —estaba diciendo la bola de luz. Se había transformado en una aproximación de la cara de Sagaz, hecha de un suave resplandor azul claro, y hablaba con su voz. La spren era una forma de contactar con él, como habían descubierto unos días antes—. La guerra va a intensificarse sin remedio, y todo dependerá del duelo de campeones. El guerrero elegido de Odium contra quienquiera que escoja el viejo Dalinar.
—Mi padre se escogerá a sí mismo —dijo Adolin—. Cuando el Espina Negra quiere asegurarse de que algo se hace bien, lo hace en persona. —Adolin calló un momento y miró a Maya—. A la tormenta con él. Pero lo más probable es que sí que sea nuestra mejor opción.
—Sagaz —intervino Shallan—, ¿va a ocurrir de verdad?
—Ya lo creo —respondió él—. El duelo está pactado, los contratos aceptados. Shallan, lo han acordado para dentro de diez días.
—¿Tan pronto? —preguntó Shallan. Tormentas—. ¿Dónde?
—Urithiru —le dijo Adolin, cruzado de brazos—. Ya han enviado a Corredores del Viento para recogernos. Deberían llegar hoy mismo.
Shallan meditó sobre aquello, tratando de no sentir un latigazo emocional. Les había costado semanas llegar a Integridad Duradera, pero los Corredores del Viento podían llevarlos volando de regreso a Urithiru antes de que terminase el día, dependiendo de cuánta luz tormentosa trajeran consigo.
Se descubrió ansiosa por regresar. Estaba harta de los honorspren y su elitismo. Echaba de menos el cielo azul y las plantas que no se arrugaban al tocarlas. Shadesmar tenía un sol, pero era lejano y frío. Ella nunca podría prosperar allí.
Además, como le había señalado a Testimonio, tenía trabajo por delante.
—Sagaz —dijo Shallan, acercándose más. La versión resplandeciente de la cara del hombre se concentró en ella—. ¿Mis hermanos están a salvo? ¿Estás seguro?
—Muy seguro, brillante —respondió él, con voz suave—. ¿Tú estás segura de que los Sangre Espectral actuarán contra ti?
—Sí —dijo ella. Después de año y medio flirteando con los Sangre Espectral, por fin había dado el paso de rechazarlos. Al hacerlo, a grandes rasgos les había declarado la guerra. Encontró apoyo en la mano de Adolin, que a esas alturas ya conocía la historia entera—. Sagaz, conozco sus caras, sus planes… Es muy posible que sea la mayor amenaza en el planeta para su organización, y a Jasnah intentaron asesinarla por menos. Todos mis seres queridos corren peligro.
—Yo tengo que ocuparme de Dalinar e intentar prepararlo —dijo Sagaz—, pero creo que puedo ayudarte a ti también. He estado observando al grupito de Mraize. Haré llegar a tu gente mis dibujos de sus miembros. Pero ten cuidado, Shallan. Conozco a este grupo y a su líder. Pueden ser despiadados.
—Yo también —susurró Shallan. Le lanzó una mirada a Kelek, que estaba contemplando el océano de cuentas y a los spren ojomuertos que seguían en la costa. A pesar de él, se sentía segura allí con Patrón, Adolin y Maya. Lo bastante segura para decirlo en voz alta—. Sagaz, me preocupa una cosa. ¿Estoy preparada?
—Yo mismo me hago esa pregunta de vez en cuando —dijo él—. Y Shallan… tengo diez mil años de edad.
—Durante el viaje —explicó Shallan—, empecé a crear una nueva personalidad, Sagaz. Sinforma. Una… versión de mí, pero… —¿Cómo explicarlo?—. Una versión de mí sin rostro. Una versión capaz de hacer cosas terribles. La aparté de mí, Sagaz, pero esa capacidad sigue estando en mi interior.
—Shallan —dijo Sagaz, y ella alzó la mirada hacia sus ojos—. De no ser por esa capacidad, ¿de qué servirían las decisiones? Si no tuviésemos el poder de hacer cosas terribles, ¿qué heroísmo sería resistirnos?
—Pero…
—¿Renunciaste a ella? —preguntó Sagaz mientras Adolin le apretaba el hombro a Shallan.
—Sí.
—Pues eso es heroísmo, Shallan.
—Estoy recordando lo que le hice a mi madre —dijo ella—. Y a mi padre. En menor medida, también a Tyn. Y ahora… voy a tener que matar a Mraize, Sagaz. ¿Es ese mi destino? ¿Matar a todas las personas que me han guiado en la vida?
Y así, por fin, sus miedos cobraron voz. ¿Sonaba tonto, ingenuo, ridículo, ese patrón que había descubierto en su existencia? Pero Sagaz no se rio, y el hombre se consideraba a sí mismo un experto en lo ridículo.
—Ojalá cualquiera de nosotros —respondió— pudiera protegerse de los costes que suele requerir el heroísmo. Pero, de nuevo, si no hubiera un coste, un sacrificio, ¿sería heroísmo en absoluto? No puedo prometerte que vaya a ser fácil, Shallan, pero estoy orgulloso de ti.
Estoy orgullosa de ti, susurró Radiante.
Estoy orgullosa de ti, susurró Velo, la parte de ella que era Velo.
—Gracias —dijo Shallan.
—Tengo que irme —dijo Sagaz—, pero una última cosa antes. Los Sangre Espectral buscan algo extremadamente valioso, y tú tienes la clave para llegar a ello, ahí contigo, ahora mismo. Si quieres destruirlos, quizá no haga falta matarlos del primero al último. A lo mejor, lo único que necesitas es algo poderoso con lo que coaccionarlos para…
La resplandeciente spren dejó de representar su cara y volvió a ser una esfera.
—Se ha ido —dijo—. Lo siento.
Las últimas palabras de Sagaz permanecieron en la mente de Shallan, reforzando una cosa que ya se había planteado. Una manera de proteger Roshar de ellos… porque, de hecho, ya sabía cuál era el nuevo objetivo más probable de los Sangre Espectral. Habían enviado a Shallan a Integridad Duradera en busca del Heraldo que estaba de pie a su lado, y Kelek creía que el secreto que anhelaban era en realidad su conocimiento sobre una de los Deshechos.
—Necesito —dijo a Kelek— que me cuentes todo lo que sabes sobre Ba-Ado-Mishram.
El Heraldo se retorció las manos y luego miró de lado, como buscando una escapatoria.
—No vamos a hacerte daño —le aseguró Adolin en tono calmado—. A estas alturas, ya lo sabes.
—Lo sé —dijo Kelek—. Es solo que… se supone que no debo involucrarme. Ninguno de nosotros debería.
—No creo que los otros Heraldos estén cumpliendo esa norma —comentó Shallan, cruzándose de brazos—. ¿Qué hiciste, Kelek?
—No mucho —dijo él, poniéndose una mano en la cabeza—. No… no puedo hacer mucho, últimamente. No sé por qué. No puedo decidir. No… no… —Alzó la mirada hacia ellos y luego cerró los puños y se los llevó hasta el pecho—. Estaba en Urithiru cuando se concibió el plan para capturar a Mishram. Después… me uní a ellos en su misión. Soy… Supongo que soy el único ser vivo que de verdad sabe lo que le pasó a Mishram. Por eso los Sangre Espectral, y su condenado Señor de las Cicatrices, me buscan.
—Cuéntanoslo —dijo Shallan.
—Algunos de nosotros averiguamos que es posible capturar a spren dentro de gemas —explicó él—. Y Mishram, por mucho poder que tenga, es una spren. Los Radiantes prepararon un heliodoro perfecto, del color de la luz del sol, y la atraparon dentro, y luego ocultaron su prisión. No en el Reino Físico, ni tampoco en Shadesmar. —Se mordió el labio un momento y se obligó a seguir hablando—. Está en el Reino Espiritual. Melishi la escondió allí.
—¿Cómo lo hizo? —preguntó Shallan, cruzando la mirada con Adolin.
—No lo sé. —Kelek había empezado a retroceder—. Te prometo que no lo sé. Pero ahora… ahora enviarán a más gente a por mí, ¿verdad? Me atraparán a mí en una gema, o creen que serán capaces de hacerlo…
Los miró a los dos, con los ojos desorbitados, y huyó hacia abajo. Ninguno de ellos salió tras él. Por desgracia, ese comportamiento era el habitual en Kelek.
Maya dio un suave gruñido, viendo cómo se iba.
—Ha empeorado mucho —dijo.
Shallan se sorprendió.
—¿Lo conocías?
—Nos cruzamos unas cuantas veces —respondió Maya, y respiró hondo—. Nunca… nunca tuve muy buen concepto de él, ni siquiera entonces.
—Bueno —dijo Shallan—, por lo menos ahora sabemos algo más sobre Mishram. Sospecho que su prisión forma parte de lo que Mraize lleva buscando ya mucho tiempo. Es muy posible que deba encontrarla yo, antes de que él tenga ocasión.
—Ba-Ado-Mishram. —Adolin, pensativo, apoyó la espalda en las almenas de la pared—. La más poderosa de los Deshechos. ¿Qué pueden querer de ella los Sangre Espectral?
—Mmm —dijo Patrón—. Poder. Un poder inmenso. Era casi una diosa. Vinculó a los cantores una vez. ¿Es posible que Mraize pretenda hacer algo similar de nuevo?
Shallan se estremeció al imaginarse a Mraize y a su maestra, Iyatil, de algún modo al mando del ejército enemigo al completo. ¿Sería posible?
—Sea cual sea el motivo —dijo Shallan—, tengo que impedírselo.
—Pero la prisión de Mishram está en el Reino Espiritual, ¿no? —preguntó Adolin, frunciendo el ceño—. ¿Qué significa eso siquiera?
—Mmm… —dijo Patrón—. Significa que nunca seremos capaces de encontrarla.
—Seguro que es posible —repuso Shallan—. Si los antiguos Radiantes la pusieron allí, nosotros deberíamos poder sacarla.
—No lo entiendes —dijo Patrón, separando las manos y gesticulando de aquella manera tan suya—. Crees que Shadesmar es extraño, ¿sí? Cielo negro. Sol pequeño. ¡Patrón, con brazos y piernas para ambular! —El patrón de su cabeza giró más rápido—. El Reino Espiritual es órdenes de magnitud más extraño. Es un lugar donde el futuro se mezcla con el presente, donde el pasado resuena como un reloj al dar la hora. El tiempo y la distancia se extienden, como números repitiéndose infinitamente. Es donde viven los dioses, e incluso a algunos de ellos los deja perplejos.
Shallan absorbió todo aquello y entonces miró a Testimonio, acurrucada a la sombra de la muralla más atrás en el adarve.
—Estamos suponiendo —dijo— que los ojomuertos se crearon porque Mishram fue encerrada, ¿verdad?
—Eso es —respondió Patrón—. Mishram se convirtió en una especie de diosa para los cantores, los parshmenios. ¡Estableció una Conexión con Roshar, y los ecos de eso se filtraron hasta los spren! Ah, qué maravillosamente extraño. Su reclusión es el motivo de que ahora los vínculos rotos tengan tanto efecto sobre los spren.
—Es porque… —dijo Maya—. Porque los humanos carecen de Honor. Del dios, me refiero. Oí… Oí que Mishram estaba capturada. Oí que… que los Radiantes destruirían el mundo. Por eso decidí. Decidí que no quería seguir. —Negó con la cabeza—. No lo sé todo. Me gustaría. Teniendo en cuenta lo que romper… romper el vínculo me hizo.
Ese día, el día en que capturaron a Mishram, ocurrió algo más profundo. Un acontecimiento relacionado con la humanidad, con Honor, con los spren y con los vínculos.
—Pues tenemos que averiguar de qué modo Mishram, o su reclusión, tiene poder sobre nuestros vínculos —dijo Shallan, mirando a Patrón—. Tenemos que ir al Reino Espiritual y encontrar esa prisión, por muy difícil que sea.
El patrón del spren se ralentizó, y después Patrón entrelazó los dedos.
—Muy bien. Pero… ¿recuerdas cuando he dicho que no creía que fueses a matarme?
—¿Sí?
—Me gustaría —proclamó él— hacer una retractación.
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Cap. 4: Escuchar
He leído que en los tiempos antiguos el Viento hablaba a menudo tanto con humanos como con cantores. Eso implicaría que el Viento no dejó de hablar por culpa de Odium, sino porque la gente empezó a temerla a ella…
O a venerar a la Tormenta en su lugar.
De Caballeros de viento y verdad, página 4.
Kaladin se elevó por la columna central de Urithiru, con Syl a su lado.
En al atrio aún se veían señales de la batalla que había tenido lugar dos días antes. Sangre que no habían terminado de limpiar del todo. Barandillas rotas en las galerías. Eso le recordó otra ocasión en la que había volado hacia arriba por aquel espacio… justo después del asesinato de Teft. Con una furia oscura y envenenada creciendo en su interior, un sentimiento que era mellizo de la emoción normal que provocaba contener luz tormentosa en el cuerpo.
El hombre en el que se había convertido después de matar al Perseguidor… ese hombre asustaba a Kaladin. Lo asustaba incluso en esos momentos, a la tranquilizadora luz del sol. Recordar a ese hombre era como recordar una pesadilla, e hizo que en las galerías que iba dejando atrás aparecieran dolorspren, como pequeñas manos cercenadas que saltaban hacia él.
Desterró esos sentimientos mientras aterrizaba en una planta cercana a la cima de Urithiru. Al posar los pies en la cámara central donde los elevadores dejaban a la gente, reparó en un brillo azul que salía de una sala cercana.
—Navani —susurró Syl, con los ojos muy abiertos.
Se hizo de color azul claro, se encogió a tamaño de spren y salió disparada en esa dirección. Había algo casi embriagador en Navani, y en su vínculo con el Hermano, para los spren de la ciudad. Syl regresaría pronto.
Kaladin se obligó a caminar, no flotar, hasta el salón de reuniones. En el momento en que saliera de Urithiru, tendría que volver a utilizar la luz tormentosa solo cuando fuese necesario. Mejor ir acostumbrándose ya. Mientras andaba, el viento sopló a su espalda, de algún modo presente por todo el interior de la estructura, llevando consigo los spren de su armadura como cintas de luz. Kaladin no oyó la voz del viento, pero sintió que lo urgía a avanzar, y sus advertencias resonaron en su mente.
Había una pequeña sala de espera fuera del salón de reuniones de Dalinar. Urithiru tenía cada vez más muebles en los últimos tiempos, entre ellos el diván que había allí. Por desgracia, ese diván lo ocupaba por completo Sagaz, tumbado bocarriba, llenando un espacio que podría haber albergado a tres personas, con los pies subidos al reposabrazos, leyendo un libro y soltando risitas mientras un gran orbe de luz flotaba a su lado. ¿Algún tipo extraño de spren?
—Ay, Wema —murmuró Sagaz, pasando la página—. Por fin te has dado cuenta de lo buen partido que es Vadam, ¿eh? A ver cómo la fastidias ahora.
—¿Sagaz? —dijo Kaladin—. No sabía que habías vuelto a la torre.
Supuso que era una bobada decir aquello. Jasnah estaba en Urithiru, así que tenía sentido que él la hubiera acompañado.
Sagaz, siendo Sagaz, terminó de leer la página antes de alzar la mirada hacia Kaladin. Luego el hombre larguirucho cerró el libro de golpe, se incorporó y permaneció apoltronado en el diván, solo que en distinta postura, con los brazos estirados sobre el respaldo y una pierna cruzada encima de la otra, sin aparentar ser menos que un rey en su trono. Un rey muy relajado en un trono más bien mullido.
—Vaya —dijo Sagaz, con los ojos iluminados de diversión—, pero si es mi ladrón de flautas favorito.
—Esa flauta me la diste tú, Sagaz —repuso Kaladin, y suspiró mientras se apoyaba en el marco de la puerta.
—Y luego la perdiste.
—La encontré de nuevo.
—Aun así, la perdiste.
—Eso no es lo mismo que robar.
—Soy un narrador —dijo Sagaz, haciendo girar los dedos en el aire—. Estoy en mi derecho de redefinir las palabras.
—Eso es una tontería.
—Eso es literatura.
—Es confuso.
—Cuanto más confuso, mejor literatura es.
—Eso podría ser lo más pretencioso que he oído en la vida.
—¡Ajá! —exclamó Sagaz, señalándolo—. Veo que lo captas.
Kaladin titubeó. A veces, durante las conversaciones con Sagaz, desearía tener a alguien que tomara notas para él.
—Entonces… —dijo Kaladin—, ¿quieres que te devuelva la flauta?
—¡Qué va! Esa flauta fue un regalo, muchacho del puente. ¡Devolvérmela sería casi tan insultante como perderla!
—¿Y qué quieres que haga con ella?
—Hum… —dijo Sagaz, metiendo la mano en una bolsa que tenía a los pies para sacar otra flauta distinta, esa pintada con un brillante barniz rojo. La hizo rodar en la mano—. Ojalá hubiera algo que pudiera hacerse con estos pedazos de madera tan curiosos, ¿no te parece? Tienen unos agujeros que parecen tener algún propósito arcano, más allá del entendimiento de los meros mortales.
Kaladin puso los ojos en blanco.
—Ojalá —continuó Sagaz— hubiera una manera de aprender a hacer algo productivo con este objeto. Tiene toda la pinta de ser una herramienta. ¡No, un instrumento! De mítico diseño. ¡Ay! Mi pobre y limitada mente es incapaz de aprehender la…
—Si no te interrumpo —dijo Kaladin—, ¿hasta cuándo vas a seguir?
—Hasta mucho, muchísimo, después de que deje de ser gracioso.
—Ah, ¿era gracioso?
—¿Las palabras, dices? —replicó Sagaz—. Claro que no. ¿Tu cara mientras las decía, en cambio? En fin, he oído decir que soy un artista. Por desgracia, los principales sujetos de mi arte jamás pueden experimentar mis creaciones, ya que son sus propios rasgos los que las exhiben. —Le dio la vuelta a la flauta y se la ofreció a Kaladin—. Ten, pruébala. Tiene la misma digitación que la que perdiste y recuperaste, aunque no la misma… capacidad.
—Sagaz, no sé tocar esta flauta más de lo que sabía tocar la otra que me diste —protestó Kaladin—. No tengo ni idea de cómo se hace.
—Entonces… —Sagaz le dio otra vuelta completa a la flauta y la acercó más hacia Kaladin—. Ahora solo te falta pedirle a…
—Bueno, supongo que de todos modos tengo que esperar a Dalinar —dijo Kaladin.
Miró anhelante hacia la puerta cerrada. Las reuniones de Dalinar solían pasarse de hora, a pesar de los muchos relojes que Navani le había dado. Kaladin sentía un apremio por llegar a Shinovar, pero, si quería volar hasta allí sin tener que agotar un saco enorme de gemas, que harían falta en la batalla venidera, le convendría aprovechar la alta tormenta, para la que aún faltaban horas. Así que tenía tiempo. Y además… bueno, Kaladin se sentía en deuda con Sagaz. Por mucho que pudiera cabrearlo ese hombre, o lo que quiera que fuese, cuando Kaladin había estado en la peor oscuridad de la tormenta, Sagaz había recorrido una pesadilla para liberarlo.
Era un amigo. Kaladin lo apreciaba, rarezas incluidas. Así que interpretó el papel que Sagaz a todas luces quería de él.
—¿Me enseñarías? —pidió, aceptando la flauta—. No tengo mucho tiempo, pero…
Sagaz ya estaba en movimiento, sacando unos papeles de la bolsa del suelo. Ahuyentó con un gesto a su extraño spren esférico y los vientospren de Kaladin lo siguieron, revoloteando fuera de la sala mientras Kaladin miraba las hojas. Tenían unos símbolos extraños, que lo pusieron nervioso, pero Sagaz le aseguró que no eran escritura propiamente dicha. Solo marcas en un papel que representaban sonidos. A Kaladin le costó unos minutos pillar el chiste.
Aun así, durante la siguiente hora —Dalinar de verdad estaba tomándoselo con calma— Kaladin siguió las instrucciones de Sagaz. Aprendió lo básico sobre digitación, leer las notas y, lo más difícil de todo, cómo sostener aquel trasto y soplar por él como era debido.
Hacia el final de aquella hora, Kaladin ya era capaz de sacar de sus pulmones una trastabillante interpretación de la primera línea de música, con notas que sonaban ásperas y débiles comparadas con las que tocaba Sagaz. Fue un logro increíblemente sencillo, y no atrajo ni un solo musispren, pero Kaladin tenía la sensación de haber escalado una montaña. Estaba sonriendo como un idiota cuando Syl, a tamaño completo y llevando una havah con bordados violetas, asomó la cabeza para investigar.
«Por los sonidos que estoy haciendo, seguro que viene a ver quién ha pisado una rata», pensó Kaladin.
—Buen trabajo —dijo Sagaz—. En tu próxima pelea, ponte a hacer eso. Seguro que el enemigo soltará las armas… aunque sea solo para taparse los oídos.
—Si alguien cuestiona mi habilidad, me aseguraré de decirle quién fue mi maestro.
Sagaz sonrió de oreja a oreja.
—Esa canción la conozco —dijo Syl, cruzándose de brazos.
—Sagaz la tocó en las Llanuras Quebradas —respondió Kaladin—. El día que lo conocimos. Con la historia del Vela Errante.
—Pero la conozco mejor que eso… —dijo ella.
—Hace mucho tiempo —explicó Sagaz en voz baja—, ese ritmo guio a los humanos a través del vacío desde un planeta al otro. Lo siguieron para llegar a vuestro mundo.
—Es uno de los ritmos de Roshar —dijo Syl, asintiendo—. Hecho canción, con los tonos de los dioses.
—De dioses más antiguos que los vuestros —añadió Sagaz, sentado junto a Kaladin en el diván.
—Cuando la tocaste para nosotros por primera vez —dijo Kaladin, recordando aquella noche solitaria en las mesetas, siendo todavía un hombre del puente—, habría jurado que el sonido… regresaba. Tocabas, y luego hablabas, y la canción seguía resonando. ¿Cómo lo hiciste?
—No lo hice —respondió Sagaz.
—Pero…
—Pregúntate quién escuchaba esa noche.
—Yo. Syl. Tú, supongo.
—¿Y?
—¿Y… algunos guardias, desde lejos?
Sagaz negó con la cabeza.
—Tormentas, ¿cómo puedes ser de esta tierra y, aun así, tan espeso? Es…
—El viento —adivinó Kaladin—. El viento escuchaba.
Sagaz sonrió.
—Igual aún tienes remedio y todo.
—¿El viento es un dios? —preguntó Kaladin.
—Cuando se creó este mundo —dijo Sagaz—, mucho antes de que llegaran Honor, Cultivación u Odium, Adonalsium dejó algo atrás en él. A veces lo llaman la Antigua Magia. A veces se aplica esa nomenclatura a la Vigilante Nocturna, que procede, gracias a los esfuerzos de Cultivación, de uno de esos viejos spren. Escucha al Viento cuando habla, Kaladin. Es más débil que antes, pero ha visto muchísimo.
—Me… me ha dicho que viene una tormenta —respondió Kaladin—. Y me ha pedido ayuda.
—Pues haz caso —dijo Sagaz—. Y el Viento… ella te hará caso a ti, a su vez. —Le guiñó un ojo—. Es todo lo que voy a decir al respecto. No soy de los que revelan secretos ajenos.
Maravilloso. Bueno, Kaladin ya había cumplido los deseos de Sagaz, así que le devolvió la flauta. ¿Dalinar iba a terminar su anterior reunión en algún momento de ese siglo?
—Ha sido una forma divertida de pasar el rato, Sagaz, pero tengo que preguntártelo. ¿Música? ¿Qué relevancia tiene para alguien como yo?
—Ah, ahí está la pregunta eterna —dijo Sagaz, reclinándose—. ¿Para qué sirve el arte? ¿Por qué contiene tanto significado y potencia? No puedo revelártelo, porque la respuesta corta es poco atractiva y la larga requiere meses. En lugar de eso, te diré lo siguiente: toda sociedad de toda región de todo planeta que he visitado, y he estado en una cantidad considerable, ha creado arte.
Kaladin asintió, pensativo. Sagaz no había contestado su pregunta, pero a eso estaba acostumbrado. Protestar solo le ganaría burlas.
—Quizá la cuestión no sea para qué sirve el arte —caviló Sagaz—. Quizá incluso esa pregunta tan simple carezca de sentido. Es como preguntar para qué sirve tener manos, o caminar erguido, o que te crezca pelo. El arte forma parte de nosotros, Kaladin. Para eso sirve, esa es su razón de ser. Existe porque, a cierto nivel fundamental, lo necesitamos. El arte existe para ser creado.
Cuando Kaladin no respondió, Sagaz clavó la mirada en él.
—Puedo aceptar eso —dijo Kaladin al cabo—, como explicación.
—Es una tautología.
—Cuanto más confuso, mejor, ¿no?
Sagaz sonrió, y entonces su expresión fue marchitándose. Lanzó una mirada hacia la puerta.
—Sagaz —dijo Kaladin—, el Viento me ha pedido ayuda y Dalinar está preocupado por la batalla que se avecina. Tengo la sensación de que esta siguiente parte va a ser difícil.
—Sí —contestó Sagaz en voz baja—. A mí también me lo parece.
Una respuesta directa. Esas siempre eran perturbadoras.
—¿Tienes algún… consejo sabio? —preguntó Kaladin—. ¿Una historia, a lo mejor?
—Escucha —dijo Sagaz—. Todo lo que has hecho… Kal, todo lo que has sido te ha preparado para lo que viene. Será difícil, sí. Por suerte, la vida ha sido difícil, así que operas bajo restricciones conocidas.
Kaladin miró de soslayo hacia Sagaz, que tenía la mirada perdida y daba distraídas vueltas a la flauta roja entre los dedos. Había algo en su voz… en su cara…
—Hablas —dijo Kaladin con un hilo de voz— como si uno de nosotros no fuera a sobrevivir.
—Ojalá fuese tan optimista como para creer que uno de nosotros sobrevivirá.
—Sagaz, estoy bastante seguro de haberte oído decir que eres inmortal.
—La inmortalidad no parece dar para tanto como lo hacía antes, muchacho. —Sagaz miró a Kaladin—. Escucha, si el Viento quiere tu ayuda… bueno, creo que podrás estar a la altura de lo que viene. Probablemente. Por muy difícil que vaya a ser.
—Tormentas —dijo Syl, caminando hacia ellos—. No… no sé si me hace mucha gracia cuando se pone serio, Kaladin.
—Dalinar va a enviarte a Shinovar —continuó Sagaz— porque espera que Ishar pueda ayudar con el duelo de campeones. Ishar no puede ayudar, no así, pero de todos modos tienes que ir.
—¿Por qué? —preguntó Kaladin—. ¿Para qué ir, si no puedo hacer lo que se me envía a que haga?
—Porque este es el viaje, Kaladin —repuso Sagaz con suavidad—. Su última parte. Escúchame: quiero que practiques con esa flauta hasta que hagas que el sonido vuelva a ti. Porque eso significará que Roshar está escuchando.
¿Qué significaba eso?
—Creo que has estado leyendo demasiadas historias, Sagaz. En realidad, los acertijos no ayudan en nada.
Sagaz se levantó de un salto y cruzó la sala dando zancadas con unas piernas que de pronto parecían muy largas.
—El problema es que no sé a ciencia cierta lo que supondrá esta próxima parte. Tengo indicios e ideas, pero más que nada solo preocupaciones. Lo único que puedo hacer es señalarte el que podría ser el camino correcto. Eso y mantener fuerte tu esperanza.
—Jasnah no cree en la esperanza —susurró Syl, llegando junto a Kaladin—. La oí quejarse de ella una vez.
—Jasnah sería una Sagaz excelente —dijo Sagaz, señalando a Syl—. Es la combinación adecuada de lista y estúpida a la vez.
Sonrió con cariño, y Kaladin pensó que los rumores sobre ellos debían de ser ciertos.
—Estoy confundido —dijo—. ¿Qué es lo que estás diciendo, Sagaz?
—Que algo anda mal. —Sagaz volvió sobre sus pasos y lanzó las manos al aire—. Algo va horriblemente mal, y lleva así varios días ya, ¡y no consigo averiguar qué es! He estado esperando a que la verdad me caiga encima. No sé qué hacer ni a quién rezar, porque el único Dios verdadero que he conocido es al que en su momento rechazamos y matamos. Así que voy a enviarte a ti, Kaladin. Confiando en que, si el Viento te ha hablado, es que alguna parte de esa antigua deidad está observando. Porque, cuando todo da la sensación de estar mal, lo único que puedo hacer es mantener la esperanza.
—Las Pasiones —susurró Syl.
—¿Eso no era una antigua religión thayleña? —preguntó Kaladin—. ¿No sé qué sobre la emoción?
—Derivada, en tiempos remotos, de las enseñanzas de Odium —dijo Sagaz—. Aunque es de mala educación señalárselo a los devotos de las Pasiones. A la gente no le gusta oír que su religión fue mitificada, como si los mitos no pudieran ser ciertos. En todo caso, Antigua Hija, esperaba más de ti que sacar a colación las Pasiones.
—¿Por qué? —replicó ella—. Las religiones humanas son todas un poco ridículas, ¿no?
—Sí —dijo Sagaz—, pero las Pasiones predican que, si eres lo bastante devoto, si te implicas lo suficiente, tu emoción influirá en tu éxito. Que, si deseas algo con la suficiente fuerza, el Cosmere te lo proporcionará.
Kaladin asintió despacio.
—Igual no les falta razón del todo.
—Chaval —dijo Sagaz inclinándose hacia Kaladin, que seguía sentado en el diván—, las Pasiones son una absoluta gilipollez.
—¿Cómo? ¡La esperanza es buena! Las Pasiones suenan bien.
—La gente equivocada puede sacar muchísimo provecho de las cosas que tienen buena pinta —dijo Sagaz—. Créete lo que te dice un tipo demasiado diestro con la mentira: no hay nada que sea más fácil colarle a alguien que la historia que quiere escuchar. Las Pasiones son profundamente ofensivas, si te paras a pensarlo aunque sea un momento. Una vez le di caldo a cucharadas a una niña temblorosa, en un reino que ya no existe. La encontré en un camino que salía de un campo de batalla, después de que sus padres, unos simples campesinos, cayeran masacrados. Su hermano mayor yacía muerto un kilómetro más atrás, de hambre.
»¿Crees que ese chico que murió de hambre no quería comer? ¿Crees que sus padres no ansiaban lo suficiente huir de los estragos de la guerra? ¿Crees que, si hubieran tenido más Pasión, el Cosmere los habría salvado? Qué conveniente es pensar que la gente es pobre porque no pone el suficiente empeño en ser rica. Porque no reza lo suficiente. Qué conveniente es atribuirle su propia culpa a quien sufre, en vez de señalar que la vida es injusta y que la cuna importa más que la aptitud. O que la tormentosa Pasión.
Levantó el índice al decir la última palabra y por debajo de él estallaron furiaspren, con aspecto de charcos de sangre hirviendo, como si les hubiera dado pie. Kaladin no creía haber visto nunca a Sagaz tan encendido, y menos por algo que no tenía nada que ver con la conversación que mantenían. Aunque con Sagaz nunca se sabía. Los sinsentidos que terminaban siendo relevantes eran las dagas que llevaba sujetas a las botas, para utilizarlas cuando sus objetivos estaban distraídos.
—Necesitamos la esperanza, Kaladin —dijo Sagaz, inclinándose más hacia delante—. Vamos de cabeza hacia el que bien puede ser el momento más difícil de nuestra vida. Así que recuerda: la esperanza es maravillosa. Consérvala, atesórala. La esperanza es una virtud… pero la definición de esa palabra es crucial. ¿Quieres saber lo que es de verdad una virtud? No es tan difícil.
—Si esta conversación es mi forma de aprender —repuso Kaladin—, niego la idea de que no sea difícil.
Sagaz soltó una risita, y luego dio un paso atrás y alzó los brazos mientras los furiaspren desaparecían y unos glorispren, diminutas esferas de luz dorada, estallaban a su alrededor.
—Una virtud es algo que es valioso incluso aunque no te dé nada. Una virtud persiste sin pago ni compensación. El pensamiento positivo está muy bien. Es importante. Útil. Pero debe seguir siéndolo aunque no te consiga nada. La creencia, la verdad, el honor… Si esas cosas existen únicamente para proporcionarte algo, se te está escapando su tormentoso sentido. —Lanzó una mirada hacia Syl.
»Ahí es donde Jasnah se equivoca acerca de la esperanza, con lo lista que es en tantos otros aspectos. Si la esperanza no significa nada para ti cuando pierdes, entonces ya no era una virtud en un principio. A mí me costó mucho aprenderlo, y al final lo hice gracias a los escritos de un hombre que perdió toda fe que creía tener y empezó de cero.
—Suena a persona sabia —dijo Syl.
—Ah, Sazed es de los mejores. Espero conocerlo algún día.
—Cuando lo hagas —terció Kaladin—, igual se te pega un poco de su sabiduría.
Sagaz lanzó su flauta al aire girando, la atrapó y señaló con ella a Kaladin.
—Enhorabuena. Has aprendido música, has escuchado una diatriba engreída y, para colmo, has hecho comentarios jocosos en momentos inadecuados. Quedas graduado por la Escuela Sagaz de Impracticabilidad Práctica.
Syl se sentó en el diván, aunque no dejó marca en sus cojines. Parecía absolutamente perpleja.
—Un momento —dijo Kaladin—, ¿eso me convierte en… tu aprendiz?
Sagaz soltó una risotada sincera, desde el estómago, lo bastante larga para hacerse embarazosa.
—Kal —dijo, falto de aliento—, sigues siendo un ser humano demasiado útil, con mucho, para ser aprendiz mío. ¡Acabarías sirviéndole de algo a la gente! No, ya he tenido a un muchacho del puente como aprendiz y, graduado o no, es lo bastante incompetente para conservar el puesto.
—Debes saber —replicó Kaladin— que Sig lo está haciendo muy bien como líder de los Corredores del Viento.
—Lo has corrompido —dijo Sagaz—. No, tú no eres mi aprendiz, pero eso no significa que no puedas aprender alguna cosa que otra. Una especie de… entrenamiento cruzado en inutilidad —concluyó, lanzando otra vez la flauta al aire.
—Cómo te gusta el tormentoso teatro —comentó Kaladin.
—Solo quería darte una despedida como debe ser —afirmó Sagaz—. Hemos llegado al final, Kaladin, y se te necesita. Quiero que partas hacia tu divino destino con brío en el paso.
—El caso es que no sé qué voy a hacer —dijo Kaladin—. Se avecina guerra, pero no estoy involucrado. Solo voy a ayudar a un maníaco a recobrar el buen juicio.
—Nada más, ¿eh? Solo vas a convertirte en el primer terapeuta de tu mundo.
Kaladin miró a Syl, que negó con la cabeza.
—No tenemos ni idea de lo que es eso, Sagaz.
—Porque aún no habéis terminado de inventarlo. —Sagaz se inclinó hacia él—. Ya era hora de que a alguien se le ocurriera un método para contrarrestar lo que he estado haciendo. Bueno, tú practica con esa flauta. Haz que Roshar escuche. Ayuda a Ishar. Pero debes saber que no regresarás para echarle una mano a Dalinar, opine lo que opine él.
—Practicar con la flauta —dijo Syl—. Hacer que Roshar nos escuche. Ayudar a Ishar. No volver.
—Exacto —asintió Sagaz—. Y ahora, andando. El mundo os necesita a los dos, más de lo que vosotros, o él, o cualquiera aparte de vuestro humilde Sagaz sois conscientes todavía. La pelea que os espera va a ser legendaria. Por desgracia, no podréis librarla con la fuerza del músculo. Tendréis que empuñar la lanza de otra manera. Que haya suerte.
Con un suspiro, Kaladin se levantó. Entonces sucedió algo de lo más extraordinario. Sagaz le tendió la mano, y no la retiró de golpe cuando Kaladin hizo un reticente ademán de tomarla, sino que le dio un firme apretón.
—¿Sabes qué fue lo primero que me atrajo de ti, Kaladin? —preguntó Sagaz—. Hiciste una de las cosas más difíciles que puede hacer nadie: darte una segunda oportunidad a ti mismo.
—Acepté esa segunda oportunidad… y puede que una tercera —reconoció Kaladin—. Pero ¿ahora, qué? ¿Quién soy sin la lanza?
—¿No será emocionante averiguarlo? —dijo Sagaz—. ¿Nunca te has preguntado quién serías si no hubiera nadie a quien tuvieras que salvar, nadie a quien tuvieras que matar? Llevas mucho tiempo viviendo para los demás, Kaladin. ¿Qué pasa cuando intentas vivir para ti? —Sagaz levantó un dedo—. Sé que aún no puedes contestar. Vete y averígualo. —Y, dicho eso, Sagaz le hizo una inclinación—. Gracias.
—¿Por qué? —preguntó Kaladin.
—Por la inspiración.
Sagaz se enderezó, miró a Kaladin, luego a Syl y entonces sonrió con aprecio… y también con una especie de arrepentimiento. Kaladin tuvo un escalofrío.
—No voy… a volver a verte nunca, ¿verdad, Sagaz?
—Nadie conoce el futuro, Kal —respondió él—. Ni siquiera yo. Así que, en vez de decirnos adiós, llamemos a esto… un periodo prolongado de necesaria separación, requerido para darme tiempo a pensar en el insulto más perfecto y exquisito. Si al final nunca llego a dártelo en persona… bueno, hazme el favor de imaginarte lo maravilloso que fue. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
Sagaz le guiñó el ojo, fue hasta la puerta y llamó con los nudillos.
Dalinar la abrió al momento.
—¿Por fin has terminado con él, Sagaz? —preguntó—. Llevo esperando una tormentosa hora.
—Todo tuyo. —Sagaz echó a andar a zancadas—. Recuerda lo que te he dicho.
—Lo haré —dijeron Kaladin y Dalinar a la vez, y se miraron entre ellos.
—Sagaz —lo llamó Kaladin antes de que desapareciera—. ¿Qué hay de mi historia?
—¡Esta vez contarás tu propia historia, Kaladin! —exclamó Sagaz—. Y, si tienes suerte, el Viento la acompañará.
Y su último silbido fue desvaneciéndose mientras se marchaba. Kaladin miró a Dalinar.
—¿Alguna vez pensaste que terminarías bailando al ritmo que te marcaran los caprichos de ese hombre? —le preguntó.
—Sospecho —dijo Dalinar, dando un paso atrás e indicándole a Kaladin que entrara— que llevamos años bailando a ese ritmo sin saberlo. Pasa. Tengo unas cuantas cosas que deciros a los dos antes de que os vayáis.