AVANCE OFICIAL – El Archivo de las Tormentas 5 – Viento y Verdad: Capítulos 1 y 2
¡Vaya una primera semana de avances! Ha sido una absoluta locura y no solo ya por leer las primeras páginas de Viento y Verdad, sino por todo lo que ha sucedido en GenCon 2024 donde los equipos de Dragonsteel y Brotherwise Games estuvieron presentando versiones del juego de rol del Archivo (al que pudimos jugar en primicia y que podéis ver aquí) y del juego de cartas de Mistborn que saldrán al mercado en los próximos meses.
Recordad que mañana, martes 6 de agosto, se lanza la campaña de Kickstarter del juego de rol de El Archivo de las Tormentas, donde podréis comprar el juego de rol y os llegará antes de que lo haga a tiendas. Para quienes viven fuera de Estados Unidos, participar en campañas de crodwfunding no solo permite acceder a items exclusivos sino que muchas veces representa un ahorro en gastos porque las aduanas están ya incluidas en el propio coste del envío.
Y por si todo esto no fuera suficiente… ¡Vuelven los CosmereCast para debatir los capítulos de avance, y aquí dejamos el primero, hablando del Prólogo!
Y, sin más, ¡os dejamos con los capítulos de esta semana, no sin antes animaros a visitar el perfil de Shayndl Art, artista tras la imagen que hemos escogido para el encabezado de esta semana.
Viento y Verdad: capítulos 1 y 2. traducción de manu viciano.
Título original: Wind and Truth, escrito por Brandon Sanderson, © 2024 Brandon Sanderson, © Manu Viciano por la traducción. Publicado por acuerdo con la editorial Nova, parte de Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U.
Primer día
Kaladin · Shallan
Cap. 1: Terreno desconocido
Debería haber sabido que alguien me observaba. Durante toda mi vida, las señales estaban ahí.
De Caballeros de viento y verdad, página 1.
Kaladin se sentía bien.
No de maravilla. No después de haber pasado semanas escondiéndose en una ciudad ocupada. No después de llevarse a sí mismo hasta el agotamiento físico y emocional. No después de lo que le había pasado a Teft.
Estaba de pie junto a su ventana en la primera mañana del mes. La luz del sol entraba a raudales en la estancia a su alrededor, el viento le revolvía el pelo. No debería sentirse bien. Sí, había ayudado a proteger Urithiru, pero esa victoria había tenido un coste atroz. Y, además de eso, Dalinar había llegado a un acuerdo con el enemigo: al cabo de solo diez días, el campeón de Honor y el campeón de Odium decidirían el destino de todo Roshar.
La magnitud de aquello era aterradora y, sin embargo, Kaladin había renunciado a seguir siendo el líder de los Corredores del Viento. Había pronunciado las Palabras adecuadas, pero había comprendido que las Palabras por sí mismas no eran suficientes. Aunque la luz tormentosa pudiera sanarle el cuerpo al instante, su alma necesitaba tiempo. De modo que, si había batalla, sus amigos lucharían sin él. Y cuando los campeones se enfrentasen en la cima de Urithiru al cabo de diez días —o de nueve, ya que el primero había comenzado—, Kaladin no participaría.
Eso debería estar convirtiéndolo en una ansiosa y bullente cacerola de nervios. Pero, en cambio, echó la cabeza atrás, sintiendo el cálido sol en la piel, y aceptó que, aunque no se sentía de maravilla, algún día volvería a sentirse así.
Por el momento, era suficiente.
Se volvió y fue con paso firme hasta su armario, donde rebuscó entre las pilas de ropa civil recién lavada que le habían traído esa misma mañana. La ciudad solo llevaba dos días liberada de la ocupación, y el destino del mundo se decidiría en breve, pero las lavanderas de Urithiru nunca aflojaban. Ninguna prenda lo atraía mucho, y al poco tiempo su mirada se desvió hacia una alternativa: un uniforme, enviado por el departamento de intendencia para sustituir el que Kaladin había destrozado durante el combate. Leyten siempre tenía una repisa entera de su talla.
Kaladin había dejado el uniforme adherido a la pared con un enlace la noche anterior, después del funeral de Teft, a modo de experimento. Urithiru había despertado y tenía a su propia Forjadora de Vínculos, y eso lo volvía todo… diferente. Lo normal era que sus enlaces durasen como mucho unos minutos, y allí estaba aquel, diez horas más tarde, todavía bien fuerte.
Syl asomó la cabeza a la habitación atravesando la tela colgada a modo de puerta, sin el menor reparo por la privacidad. Ese día su apariencia era a tamaño humano completo, y llevaba una havah en vez de su habitual vestido más de niña. Había aprendido hacía poco a colorear la ropa, en ese caso con tonos oscuros de azul y unos bordados de brillante color violeta en las mangas.
Mientras Kaladin se abrochaba los últimos botones del cuello alto de la chaqueta de uniforme, Syl llegó junto a él. Se elevó en el aire y flotó a palmo y medio del suelo para mirar sobre su hombro y examinarlo en el espejo.
—¿No podías hacerte de cualquier tamaño? —preguntó Kaladin, comprobando los puños de la chaqueta.
—Dentro de lo razonable.
—¿De lo razonable para quién?
—Ni idea —respondió ella—. Una vez probé a hacerme enorme como una montaña. Tuve que gruñir un montón y pensar como las piedras. Como unas piedras gigantescas. Lo más grande que pude volverme fue como una montaña pequeña, tanto que cabría en esta habitación, con la punta rozando el techo.
—Entonces, podrías hacerte bastante más alta que yo —dijo Kaladin—. ¿Por qué sueles ser más bajita?
—Parece lo adecuado y ya está —respondió ella.
—Esa viene a ser tu explicación para todo.
—¡Ajá! —Syl le dio un puñetazo amistoso, que Kaladin apenas sintió. Incluso con aquel tamaño, Syl era insustancial en el Reino Físico—. ¿Uniforme? Pensaba que ya no ibas a ponértelo más.
Kaladin vaciló, y luego se tiró de la chaqueta por abajo para alisarle las arrugas de los lados.
—Parece lo adecuado y ya está —reconoció, mirándola a los ojos en el espejo.
Ella sonrió. Y tormentas, Kaladin no pudo resistirse a devolverle la sonrisa.
—Alguien está teniendo un buen día —dijo Syl, dándole otro puñetazo en el hombro.
—Por raro que parezca, teniéndolo todo en cuenta, sí —admitió él.
—Al menos, la guerra ya casi ha terminado —dijo Syl—. Solo un combate más. Nueve días.
Era cierto. Si Dalinar ganaba, Odium había aceptado retirarse de Alezkar y Herdaz, aunque conservaría cualesquiera otros territorios que controlase, como Iri o Jah Keved. Si ganaba Odium, la coalición debería ceder Alezkar y Herdaz al enemigo. Y habría un coste mayor que ese. Si Dalinar perdía, debería unirse a Odium, transformarse en Fusionado y ayudarlo a conquistar el Cosmere. Kaladin quería creer que, en ese caso, los Radiantes no lo seguirían, pero no estaba seguro. Había mucha gente que anhelaba la guerra, incluso sin la influencia de un Deshecho. Tormentas, él también lo había sentido.
—Syl —dijo, dejando de sonreír—, estoy seguro de que va a morir más gente. Quizá personas que me importan, pero no podré estar allí para ayudarlas. Dalinar tendrá que elegir a otro como campeón, y…
—Kaladin Bendito por la Tormenta —dijo ella, elevándose más en el aire, cruzada de brazos. Aunque llevaba una havah a la moda, se había dejado el pelo de un color blanco azulado, suelto, ondulándose y meciéndose al viento. Al… inexistente viento—. No te atrevas a convencerte a ti mismo de estar abatido.
—¿O qué?
—O me dedicaré —repuso ella con voz atronadora— a ponerte caras graciosas. Como solo yo sé hacer.
—No son graciosas —dijo él, estremeciéndose.
—Son hilarantes.
—La última vez hiciste que te saliera un tentáculo de la frente.
—Humor sesudo.
—Y entonces me dio un bofetón.
—El remate. Obviamente. Con la de humanos que hay en el mundo, y voy yo y escojo al único que no tiene gusto para la comedia refinada.
Kaladin la miró a los ojos, y la sonrisa de Syl seguía siendo tormentosamente contagiosa.
—Sí que sienta bien —dijo— haber resuelto por fin algunas cosas. Liberarme del peso y salir de la sombra. Sé que la oscuridad regresará, pero creo… creo que seré capaz de recordarlo mejor que antes.
—¿Recordar qué?
Kaladin se enlazó hacia arriba y ascendió flotando hasta poner sus ojos a la misma altura.
—Que también existen días como este.
Ella asintió con firmeza.
—Ojalá pudiera enseñárselo a Teft —dijo Kaladin—. Siento su pérdida como un agujero en mi propia carne, Syl.
—Lo sé —dijo ella suavemente.
Si fuese una amiga humana, quizá Syl le habría ofrecido un abrazo. La spren no parecía comprender lo físico igual que los seres humanos, aunque en su lugar de nacimiento, Shadesmar, el Reino Cognitivo, tenía un cuerpo material. A Kaladin le daba la impresión de que Syl no había pasado mucho tiempo al otro lado. Aquel dominio le encajaba mejor.
Se dejó caer al suelo y regresó a la ventana, buscando sentir otra vez el sol. Fuera vio la cima de las montañas, coronadas de nieve. El viento sopló a su alrededor, trayendo consigo los frescos olores del aire limpio y vigorizante y una bandada de vientospren. Entre ellos estaban los que componían la armadura de Kaladin, que entraron volando a su alrededor. Nunca se alejaban demasiado, por si hacían falta.
Tormentas, cuántas cosas le habían pasado, y qué deprisa. Sentía los ecos de una ira que había estado a punto de consumirlo por completo cuando murió Teft. Y algo peor, los sentimientos de no ser nada mientras caía…
Días oscuros.
Pero también existían días como aquel.
Y Kaladin de verdad iba a recordarlo.
Los spren de su armadura rieron y salieron danzando por la ventana, pero el viento permaneció, jugando con su pelo. Luego se calmó, todavía soplando en torno a él, pero ya no juguetón, sino más… contemplativo. Durante toda su vida, el viento había estado presente. Kaladin lo conocía casi igual que conocía su pueblo natal, o a sus parientes. Era familiar como…
Kaladin…
Se sobresaltó y miró a Syl, que estaba recorriendo la habitación a un paso que era medio baile, medio zancada, con los ojos cerrados, como siguiendo un ritmo inaudible.
—Syl, ¿me has llamado?
—¿Eh? —dijo ella, abriendo los ojos.
Kaladin…
Tormentas, ahí estaba otra vez.
Necesito tu ayuda. Siento muchísimo… pedirte más…
—Dime que oyes eso —le pidió Kaladin a Syl.
—Siento… —Syl ladeó la cabeza—. Siento algo. En el viento.
—Está hablándome —dijo él, llevándose una mano a la cabeza.
Viene una tormenta, Kaladin, susurró el viento. La peor tormenta… Lo siento…
Y ya no estaba.
—¿Qué has oído? —preguntó Syl.
—Una advertencia —dijo él, frunciendo el ceño—. Syl, ¿el viento está… vivo?
—Todo está vivo.
Kaladin miró por la ventana, esperando a que la voz regresara. No lo hizo. Solo aquel viento vigorizante… aunque ya no parecía calmado.
Parecía estar aguardando algo.
Shallan se quedó un poco más de tiempo encima de Integridad Duradera, la gran fortaleza de los honorspren, meditando sobre todas las personas que había sido. Sobre cómo cambiaba, según la perspectiva.
En efecto, la vida consistía a grandes rasgos en la perspectiva.
Como aquella extraña estructura, un bloque hueco y rectangular de decenas de metros de altura, que dominaba el paisaje de Shadesmar. La gente, los spren, vivía nada menos que en las paredes interiores, recorriéndolas arriba y abajo, sin respetar en absoluto las convenciones de la gravedad. Mirar hacia abajo a lo largo de esas paredes interiores podía revolverte el estómago, a menos que cambiases tu perspectiva. A menos que te convencieras a ti misma de que caminar por esa pared era lo normal. Que una persona fuese fuerte o no era una cuestión que no solía debatirse, pero, si la gravedad podía ser un asunto opinable…
Shallan dejó de mirar hacia el centro de Integridad Duradera y anduvo por la parte superior de la pared. Sus ojos se desviaron hacia fuera y contemplaron Shadesmar, el ondulante océano de cuentas en una dirección, la serrada cordillera de obsidiana salpicada de árboles cristalinos en la otra. Sobre la pared con ella había una visión incluso más abrumadora: dos spren cuyas cabezas estaban compuestas de líneas geométricas, ataviados con sendas túnicas de un tejido negro brillante y demasiado rígido.
Dos spren.
Shallan había vinculado a dos. Una en su infancia. Uno de adulta. Le había hecho daño a la primera, y había reprimido el recuerdo.
Se arrodilló junto a Testimonio, su spren original. La críptica estaba sentada con la espalda apoyada en el antepecho de piedra. Las líneas que componían su cabeza parecían retorcidas, como ramitas rotas. Las del centro estaban arañadas e irregulares, como si alguien las hubiera pasado a cuchillo. Y, lo más revelador de todo, su patrón estaba casi estático.
Cerca de ellas, la cabeza de Patrón palpitaba a un ritmo vibrante, siempre en movimiento, siempre componiendo alguna nueva forma geométrica. Compararlos entre ellos le partió el corazón a Shallan. Era ella quien le había hecho aquello a Testimonio, al rechazar el vínculo después de haber utilizado su hoja esquirlada para matar a su madre.
Testimonio extendió una mano de largos dedos y Shallan, afligida, la tomó. Notó que los dedos la agarraban un poco, e intuyó que esa era toda la fuerza que tenía Testimonio. La spren reaccionaba a ser una ojomuerta de un modo distinto a Maya, que estaba allí cerca con Adolin y Kelek. Maya siempre había parecido tener el cuerpo fuerte, a pesar de ser una ojomuerta. Los spren se quebraban de maneras distintas, al parecer. Igual que las personas.
Testimonio le apretó la mano a Shallan, sin más expresión que aquel letárgico movimiento de líneas.
—¿Por qué? —preguntó Shallan—. ¿Por qué no me odias?
Patrón apoyó la mano en el hombro de Shallan.
—Los dos conocíamos el peligro, el sacrificio, que entrañaba vincularnos de nuevo con los humanos.
—Le hice daño.
—Pero aquí estás —dijo Patrón—. Capaz de alzarte orgullosa. Capaz de controlar las potencias. Capaz de proteger este mundo.
—Testimonio debería odiarme —susurró Shallan—. Pero no hay veneno en su forma de cogerme la mano. No hay juicio en su forma de permanecer con nosotros.
—Porque su sacrificio mereció la pena, Shallan —dijo Patrón, con una contención muy poco propia de él—. Funcionó. Al final te recuperaste, y lo hiciste mejor. Yo aún estoy aquí. ¡Y, lo más extraordinario de todo, ni siquiera un poquito muerto! ¡No creo que vayas a matarme en absoluto, Shallan! Eso me alegra.
—¿Puedo curarla? —preguntó Shallan—. ¿Quizá si… si la vinculo otra vez?
—Después de hablar con Kelek, creo… —dijo Patrón—. Creo que aún estás vinculada a ella.
—Pero… —Shallan volvió la mirada hacia él—. Rompí el vínculo. Es lo que provocó esto.
—Algunas rupturas son complicadas —respondió Patrón—. El corte de un cuchillo afilado es limpio, el de uno romo desigual. Tu ruptura, hecha por una niña sin plena Intención, es desigual. En cierto modo, eso lo empeora todo, pero también significa que persiste algo de Conexión entre vosotras dos.
—Así que…
—Así que no —dijo Patrón—. No creo que baste con pronunciar las Palabras otra vez para sanarla. —El patrón de su cabeza giró un poco más despacio, como si estuviera considerando algo profundo—. Estos números son… poco familiares, Shallan. Extrañamente irracionales, en una secuencia que no comprendo. Me refiero a que… a que estamos pisando terreno desconocido. Mejor metáfora para ti. Sí. Terreno desconocido. En el pasado remoto, los ojomuertos no existían.
Era una cosa que habían averiguado, en parte gracias a los honorspren y a Maya. Los ojomuertos, todos salvo Testimonio, habían estado vinculados a antiguos Radiantes antes de la Traición. Habían rechazado sus juramentos al unísono, humanos y spren en conjunto. Habían pensado que hacerlo provocaría una brecha dolorosa, pero a la que se podía sobrevivir. En vez de eso, algo había salido terriblemente mal.
El resultado habían sido los ojomuertos. La explicación quizá residiera en Kelek, justo la persona a la que habían enviado a Shallan a que matara en Integridad Duradera. Apretó la mano de Testimonio.
—Voy a ayudarte —susurró Shallan—. Cueste lo que cueste.
Testimonio no respondió, pero Shallan se inclinó hacia ella y envolvió a la críptica con sus brazos. La túnica de Patrón siempre le parecía sólida, pero la de Testimonio se plegaba como la tela.
—Gracias —dijo Shallan—. Por venir a mí cuando era pequeña. Gracias por protegerme. Todavía no lo recuerdo todo, pero gracias.
La críptica, lenta pero deliberadamente, puso los brazos alrededor de Shallan y apretó también.
—Ahora descansa —dijo Shallan, secándose los ojos y poniéndose en pie—. Voy a resolver esto.
Cap. 2: Dar el siguiente paso
Al Viento la conocí por primera vez en mi infancia, durante la época anterior a los sueños. ¿Qué necesidad tienen los niños de sueños o aspiraciones? Ellos viven, y adoran, la vida que existe.
De Caballeros de viento y verdad, página 3.
Al cabo de un tiempo, Syl salió de la habitación de Kaladin y fue a los aposentos de su familia. Él se quedó un poco más al sol y al viento, flotando, porque ¿por qué no? Allí la luz se reponía sin cesar, y retener en su cuerpo aquella nueva luz de la torre no parecía impulsarlo a la acción como sucedía con la luz tormentosa. En vez de eso, llevarla dentro era… tranquilizador.
Aun así, saltó al oír un ruido fuerte desde más adentro, y un grupo de sorpresaspren apareció de golpe a su alrededor, como triángulos amarillos que se rompían. Cuando llegó a la puerta, descubrió que el ruido era solo su hermano pequeño, Oroden, dando palmadas. Kaladin calmó su corazón desbocado. En los últimos tiempos se había vuelto más propenso a reaccionar en exceso a los ruidos fuertes, incluso a los que, pensándolo un poco, era evidente que no entrañaban peligro alguno.
No llegaron más palabras procedentes del viento, así que Kaladin salió flotando a la sala principal, donde Oroden jugaba con sus bloques. Syl estaba con él. Aunque la spren podía hacerse invisible, rara vez elegía hacerlo estando con la familia de Kaladin. De hecho, la noche anterior habían establecido un nuevo protocolo: cuando Syl apareciera con color en la ropa, como el violeta de sus mangas, significaba que era visible para otras personas. Si mostraba un tono azul claro uniforme, solo él podía verla.
—¡Gagadin! —exclamó el pequeño, señalando—. ¡Tú quiede boques!
«Tú», en ese caso, significaba el propio Oroden, que había reparado en que todos lo llamaban «tú». Kaladin sonrió y utilizó su luz para hacer flotar los bloques. Syl se encogió y saltó de un bloque a otro en el aire mientras Oroden los movía a manotazos.
«¿Qué estoy haciendo? —pensó Kaladin—. Se avecina un combate por el destino del mundo, mi mejor amigo ha muerto, ¿y yo me dedico a jugar a los bloques con mi hermano pequeño?».
Entonces, en respuesta, una voz conocida le habló desde lo más profundo. «Aférrate a esto, Kal. Abrázalo. No morí para que pudieras ir por ahí mustio y cabizbajo, como un comecuernos mojado sin su cuchilla». Al contrario que lo del viento, aquello no parecía ser nada místico. Era solo que… bueno, que Kaladin había conocido a Teft el tiempo suficiente como para predecir lo que le habría dicho. Incluso en la muerte, un buen sargento conocía bien su trabajo: mantener a los oficiales encarados hacia donde debían.
—¡Fyl! —exclamó Oroden, señalando a Syl—. ¡Fyl, amos!
Empezó a dar vueltas sobre sí mismo y Syl se unió a la danza, girando a su alrededor. Aparecieron risaspren, como piscardos plateados, en el aire. Era otra cosa que había cambiado en la torre últimamente: había spren por todas partes y se revelaban con mucha más frecuencia.
Kaladin se sentó en el suelo entre los bloques flotantes, y no tuvo más remedio que pensar en el lugar que le correspondía. No iba a ser el campeón de Dalinar, y ya no era el líder del Puente Cuatro. Sigzil acudía a las reuniones importantes en lugar de Kaladin.
Por tanto, ¿quién era él? ¿Qué era?
Eres…, dijo con suavidad la misma voz de antes. Eres lo que necesito…
Se puso en alerta. No, no eran imaginaciones suyas.
Entró su madre, con el pelo recogido en un pañuelo, como lo había llevado siempre cuando trabajaba en Piedralar. Se sentó a su lado, le dio un codazo en las costillas y le pasó un cuenco con un poco de grano de lavis cocido y carne de cangrejo especiada encima. Kaladin, obediente, empezó a comer. Si había un colectivo más exigente que el de los sargentos, eran las madres. Siendo más joven, esa clase de cuidados lo habían avergonzado. Después de haber pasado años sin ellos, había descubierto que no le importaba que Hesina le hiciese un poco de madre.
—¿Cómo estás? —preguntó ella.
—Bien —dijo él, con la boca llena de lavis.
Hesina lo observó.
—Lo digo de verdad —insistió Kaladin—. No de maravilla. Bien. Preocupado por lo que viene.
Un bloque pasó flotando, dejando una estela de luz de torre. Hesina le dio un golpecito con un dedo reticente, que lo envió rodando por la estancia.
—¿No deberían… caer?
—Con el tiempo, supongo. —Kaladin se encogió de hombros—. Navani le ha hecho algo raro a este lugar. Ahora hace calor, y la presión está equilibrada, y la ciudad entera está… infusa. Como una esfera.
El agua fluía a voluntad de agujeros en las paredes, y podía controlarse su temperatura con un mero gesto. De pronto, muchas de las extrañas jofainas y los estanques vacíos de la torre habían cobrado sentido. No tenían controles porque se activaban hablando o tocando la piedra.
Syl hizo que Oroden girase más rápido y lo dejó allí, mareado y con unos cuantos bloques para distraerse. Recobró el tamaño humano y se dejó caer al suelo de espaldas junto a Kaladin y Hesina, con la cara cubierta de algo parecido al sudor. Kaladin reparó en otro detalle: la havah de Syl no tenía la larga manga que debería cubrir la mano segura, y en lugar de eso llevaba un guante, o más bien había pintado su mano segura de blanco y le había dado textura de tela. Tampoco era raro: Navani siempre llevaba guante en los últimos tiempos, para tener las dos manos disponibles. Aun así, lo sorprendió que Syl llevase guante. Nunca antes se había molestado.
—¿Cómo puede ser que los humanos pequeños no paren nunca? —preguntó Syl—. ¿De dónde sacan la energía?
—Es uno de los grandes misterios del Cosmere —dijo Hesina—. Si esto te impresiona, tendrías que haber visto a Kal.
—Uuuh —dijo Syl, poniéndose bocabajo y mirando a Hesina con los ojos muy abiertos, mientras su larga melena blanquiazul le caía alrededor de la cara.
Ninguna mujer humana se habría comportado con tanta… relajación llevando puesta una havah. Los ajustados vestidos, aunque no fuesen estrictamente formales, no estaban diseñados para dar vueltas sobre una misma en el suelo, descalza. Pero Syl siempre sería Syl.
—¿Historias vergonzosas de la infancia? —dijo la spren—. ¡Corre! ¡Habla mientras tiene la boca llena, y así no podrá interrumpirte!
—No dejaba de moverse —rio Hesina, inclinándose hacia delante—. Menos cuando por fin caía redondo para dormir, dándonos unas breves horas de alivio. Todas las noches Kal me obligaba a cantarle su canción favorita, y a Lirin a perseguirlo de un lado a otro. Y se daba cuenta si Lirin no ponía todo su empeño en la persecución, y lo regañaba. De verdad que era una monada ver a Lirin abroncado por un niño de tres años.
—Debería haberme imaginado que Kaladin era un tirano de pequeño —dijo Syl.
—Los niños suelen ser así, Syl —respondió su madre—. Aceptan solo una respuesta a toda pregunta, porque los matices son difíciles y confusos.
—Sí —dijo Kaladin, raspando el último lavis del cuenco—, los niños. Porque está clarísimo que esa manera de pensar solo afecta a los niños, nunca al resto de nosotros.
Su madre le dio medio abrazo, con un brazo en torno a sus hombros. Era el tipo de gesto que parecía admitir a regañadientes que Kaladin ya no era un niño pequeño.
—¿A veces no querrías que el mundo fuese un sitio más sencillo? —le preguntó Hesina—. ¿Que las respuestas fáciles de la infancia fueran, en realidad, las respuestas verdaderas?
—Ahora ya no —dijo él—. Porque creo que las respuestas fáciles me condenarían. Nos condenarían a todos, de hecho.
Eso hizo sonreír a su madre, aunque tampoco hubiera dicho nada demasiado profundo. Entonces los ojos de Hesina adoptaron un brillo travieso. Ay, tormentas, ¿con qué iba a salirle ahora?
—Bueno, ahora tienes una amiga spren —dijo su madre—. ¿No le has hecho nunca esa pregunta tan importante que hacías siempre de pequeño?
Kaladin suspiró, preparándose para lo peor.
—¿Y qué pregunta era esa, madre?
—Cacaspren —dijo ella, dándole un golpecito en el costado—. Esa idea nunca dejaba de fascinarte.
—¡Eso era Tien, no yo! —exclamó Kaladin.
Hesina le lanzó una mirada significativa. Madres. Se acordaban demasiado bien de las cosas. Aparecieron vergüenzaspren a su alrededor, con forma de pétalos rojos y blancos. Solo unos pocos, pero aparecieron.
—Muy bien —dijo—. Puede que estuviera… intrigado. —Miró hacia Syl, que estaba observando la conversación con los ojos como platos—. ¿Alguna vez… conociste a alguno?
—Cacaspren —repuso ella, inexpresiva—. ¿Vas a hacerle a la única Hija de las Tormentas viva, a alguien que viene a ser una princesa en términos humanos, esa pregunta? ¿La de a cuánto popó conozco?
—Por favor, ¿podemos dejar el tema? —pidió Kaladin.
Por desgracia, Oroden había tenido la oreja puesta. Le dio una palmadita a Kaladin en la rodilla.
—No pasa dada, Gagadin —dijo con voz tranquilizadora—. Popó va en orinal. ¡Toma chuchería!
Lo cual le provocó a Syl un ataque de risa atronadora que la volteó de espaldas otra vez. Kaladin le lanzó a Hesina su mirada de capitán, la que podía hacer palidecer a cualquier soldado. Las madres, no obstante, se saltaban la cadena de mando. Así que lo único que salvó a Kaladin fue que su padre apareciese en el umbral, con un gran fajo de papeles bajo el brazo. Hesina fue hacia él para ayudarlo.
—Son los diagramas de las tiendas del cuerpo médico de Dalinar y los procedimientos operativos actuales —explicó Lirin.
—Conque Dalinar, ¿eh? —dijo ella—. ¿Cuatro reuniones de nada y ya te tuteas con el hombre más poderoso del mundo?
—La actitud de ese chico es contagiosa —afirmó Lirin.
—Y seguro que eso no tiene naaada que ver con su crianza —replicó Hesina—. Mejor demos por hecho que fueron sus cuatro años en el ejército los que lo condicionaron para respetar poco a los ojos claros.
—Bueno, es que…
Lirin y Hesina miraron a su hijo. Los ojos de Kaladin habían pasado a ser de un color azul claro y ya nunca regresaban a su tono castaño oscuro original. Tampoco ayudaba en nada que, pese a estar sentado, flotara un par de centímetros por encima del suelo. El aire era más cómodo que la piedra.
Los dos extendieron los papeles sobre la repisa que recorría una pared de la estancia.
—Es un desastre —dijo Lirin—. Hay que reconstruir de cero su sistema médico al completo, y formar al personal sobre higienizar como es debido. Por lo visto, muchos de sus mejores médicos de campo han caído.
—Muchos de sus mejores de todo han caído —matizó Hesina, hojeando las páginas.
«No te haces una idea», pensó Kaladin. Lanzó una mirada hacia Syl, que se había enderezado para sentarse más cerca de él, todavía a tamaño humano. Oroden estaba persiguiendo bloques de nuevo, y Kaladin…
Bueno, a pesar de su tensión, Kaladin se permitió disfrutarlo. Gozar de la familia. De la paz. De Syl. Llevaba tantísimo tiempo corriendo de hecatombe en hecatombe que había olvidado por completo aquella alegría. Incluso cenar estofado con el Puente Cuatro, en sus valiosos momentos de respiro, le había dado la sensación de ser como una brusca bocanada de aire para no ahogarse. Y, sin embargo, allí estaba. Retirado. Viendo jugar a su hermano, sentado al lado de Syl, oyendo cómo charlaban sus padres. Tormentas, menudo viaje había sido. Kaladin se las había ingeniado para sobrevivir.
Y no era culpa suya haberlo hecho.
Syl le apoyó la mano en el hombro, aunque fuese insustancial, mientras miraba los bloques flotantes. Era un comportamiento raro en ella, pero también lo era que adoptase tamaño humano.
—¿Por qué te haces tan grande? —le preguntó.
—Cuando estábamos en Shadesmar —dijo ella—, todo el mundo me trataba distinto. Me sentía… más una persona. Menos una fuerza de la naturaleza. Resulta que lo echaba de menos.
—¿Yo te… trato distinto cuando eres pequeña?
—Un poco.
—¿Quieres que cambie?
—Quiero que las cosas cambien y que sigan iguales a la vez. —Syl lo miró, y debió de ver que Kaladin encontraba aquello absolutamente desconcertante. Sonrió de oreja a oreja—. Dejémoslo en que quiero que a cierta gente le resulte más difícil pasarme por alto.
—¿Para ti es más difícil tener este tamaño?
—Ajá —dijo ella—. Pero he decidido que quiero hacer el esfuerzo. —Negó con la cabeza, haciendo que el pelo se le arremolinara—. No cuestiones la voluntad de la poderosa princesa spren, Kaladin Bendito por la Tormenta. Mis caprichos son tan inescrutables como magnánimos.
—¡Pero si acabas de decir que quieres que te traten como a una persona! —exclamó él—. No como una fuerza de la naturaleza.
—No —repuso ella—. Quiero decidir cuándo se me trata como a una persona. Eso no excluye que también quiera ser venerada como es debido. —Puso una sonrisa taimada—. He estado pensando en un montón de cosas que obligar a Lunamor a que haga. Si volvemos a verlo alguna vez.
Kaladin quiso ofrecerle algún consuelo, pero lo cierto era que no tenía ni idea de si volverían a ver a Roca jamás. Aquello era otra tonalidad de dolor, distinta a la pérdida de Teft, distinta de la pérdida de Moash… o del hombre que habían creído que era Moash.
Eso le devolvió a la mente la realidad de la situación, junto con las extrañas advertencias que el viento le había susurrado. Se descubrió a sí mismo diciendo:
—Padre, ¿qué pinta tiene ahora la batalla? Hay un plazo de diez días. Supongo que todo el mundo estará descansando y dejándolos pasar, ¿verdad?
—Por desgracia, no —dijo Lirin—. Me han advertido que espere bajas considerables los próximos días, porque Dalinar prevé que el combate se prolongará hasta la misma fecha límite. De hecho, teme que el enemigo redoble sus esfuerzos por conquistar terreno en las Montañas Irreclamadas y las Tierras Heladas. Parece ser que, según el acuerdo, el territorio que tenga cada bando cuando llegue el momento… es el territorio que conservará.
Tormentas. Kaladin podía imaginárselo: batallas feroces por tierras poco importantes y deshabitadas, pero que ambos bandos querían anexionarse de todos modos. Se compadeció de los soldados que iban a morir en los nueve días que faltaban para que aquello terminase.
—¿Esto es la tormenta? —susurró.
Syl lo miró extrañada. Pero Kaladin no hablaba con ella.
No…, respondió aquella voz. Peor…
Peor. Se estremeció.
Por favor…, dijo el viento. Ayuda…
—No sé si puedo ayudar —susurró Kaladin, agachando la cabeza—. No… no sé lo que me queda para ofrecer.
Lo entiendo, dijo la voz. Si puedes, ven a mí.
—¿Dónde?
Escucha al Forjador de Vínculos…
Kaladin frunció el ceño. El día anterior Dalinar había mencionado tener una misión para Kaladin en Shinovar, relacionada con el Heraldo Ishi y en «extraña compañía». Kaladin ya había decidido ir. Así que quizá sí que pudiese ayudar.
Ven a mí…, repitió el viento. Por favor…
Había alta tormenta esa noche, y Kaladin se había propuesto utilizarla, junto con la luz tormentosa que le ofrecería, para llegar hasta Shinovar. Pero Dalinar le había prometido darle más detalles antes de marcharse. De modo que, después de respirar hondo, Kaladin se levantó y se desperezó.
Había sido maravilloso pasar tiempo con su familia. Recordar esa paz. Pero, por muy exhausto que estuviera, aún tenía trabajo pendiente.
—Lo siento —les dijo a sus padres—, pero tengo que irme. Dalinar quiere que busque a Ishi, que por lo visto se ha vuelto loco. Tampoco es de extrañar, teniendo en cuenta cómo les va a Taln y a Ash.
Su madre lo miró con una expresión rara y Kaladin tardó un momento en comprender que era por la familiaridad con que hablaba de los Heraldos, figuras del acervo popular y religioso adoradas a lo largo y ancho del mundo. Kaladin no conocía bien a ninguno de ellos, pero le resultaba natural nombrarlos de ese modo. Había dejado de venerar a gente que no conocía el día en que Amaram lo marcó a fuego.
Dios o rey, si alguien quería su respeto, que se lo ganara.
—Hijo mío —dijo Lirin alzando la mirada de sus muchos papeles.
Por el tono con que pronunció las palabras, Kaladin hizo acopio de valor para recibir algún tipo de sermón. Para lo que no estaba preparado fue para que su padre se acercara a darle un abrazo. Incómodo, porque no estaba en la naturaleza de Lirin prestar esa clase de afecto. Aun así, el gesto transmitió unas emociones que a Lirin le costaba verbalizar. Que se había equivocado. Que tal vez Kaladin necesitaba encontrar su propio camino.
Así que Kaladin lo abrazó también, dejando que los alegrespren con forma de hojas azules se arremolinaran en torno a ellos.
—Ojalá tuviera consejos paternos que darte —dijo Lirin—, pero ya hace mucho que superaste mi comprensión de la vida. Así que supongo que ve y sé tú mismo. Protege. Te… te quiero.
—Ten cuidado —añadió su madre, dándole otro abrazo lateral—. Vuelve con nosotros.
Kaladin asintió y miró a Syl. Había reemplazado la havah por un uniforme del Puente Cuatro, en blanco y azul oscuro, y llevaba el pelo recogido en una coleta como solía hacer Lyn. A Syl le quedaba extraña, la hacía parecer mayor. No era que hubiese sido infantil nunca, a pesar de su carácter a veces travieso, y su figura elegida siempre había sido la de una mujer joven, pero adulta. Aniñada a veces, pero jamás una niña. De uniforme, con el pelo recogido y la mano segura cubierta por aquel guante, parecía más madura.
Era hora de irse. Con un último abrazo para su hermano, Kaladin salió a afrontar su destino, sintiendo que ostentaba el control por primera vez en años. Decidiendo dar el siguiente paso, en vez de verse arrojado a él por la inercia o por una crisis.
Y, aunque había despertado sintiéndose bien, ese conocimiento, esa noción de voluntad, le sentó de maravilla.