AVANCE OFICIAL – El Archivo de las Tormentas 5 – Viento y Verdad: capítulos 25 y 26
Aquí estamos, de lunes de avances de Viento y Verdad, la quinta entrega de El Archivo de las Tormentas y hoy ya veremos, al fin, cómo Shallan se infiltra en la reunión de los Sangre Espectral donde están Mraize e Iyatil, y la charla entre Navani y Dalinar sobre su hipotética ascensión a Honor.
Y, hablando de Mraize, nos podemos dejar de compartir esta espectacular ilustración de Esther Schrader, también conocida bajo el pseudónimo de Zirael Art.
Como siempre, os dejamos el CosmereCast incluido en la lista de reproducción que tenéis disponible en la página de índice de los avances de Viento y Verdad, disponible también en iVoox y Spotify, ¡donde ya estamos al día con todos los CosmereCast subidos!
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Viento y Verdad: capítulos 25 y 26. traducción de manu viciano.
Título original: Wind and Truth, escrito por Brandon Sanderson, © 2024 Brandon Sanderson, © Manu Viciano por la traducción. Publicado por acuerdo con la editorial Nova, parte de Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U.
25. Peligro con propósito
El Todopoderoso nos ha dado las extremidades para movernos y las mentes para decidir. Que ningún monarca retire lo que fue una concesión divina. Los Heraldos nos enseñaron también que todos deberían poseer el sagrado derecho a la libertad de movimiento, a escapar de una mala situación. O, sencillamente, a buscar un amanecer más brillante.
De El camino de los reyes, cuarta parábola.
Entrar en aquella base secreta fue como internarse en un recuerdo, el del primer encuentro de Shallan con Mraize. En aquella ocasión había bajado al sótano de un edificio que no debería haberlo tenido. En esa, después de seguir a Umbra por el recibidor, descendió por otro tramo de peldaños tallados en la piedra.
Eran lisos y bien formados, oscuros por el liquen, con algo de crem acumulado en las esquinas, indicando que se había filtrado agua de vez en cuando durante los muchos años que el sitio había estado sin ocupar. Usando un diamante para iluminarse, Umbra los llevó hacia abajo mientras Shallan se preguntaba qué gente antigua habría creado aquella escalera. ¿Por qué construir hacia abajo, arriesgándose a inundaciones?
El aire era húmedo allí dentro, aunque la piedra no estaba mojada, y al poco tiempo empezó a oler a incienso. Al llegar al final de la escalera, Shallan encontró a la mujer alezi que habían enviado a espiar a Dalinar. La actriz, una acólita Sangre Espectral a la que sin duda habrían tentado con hacerla miembro de la organización, igual que a la propia Shallan.
La mujer estaba observando los trofeos de Mraize. Alojados en una pequeña sala llena de vitrinas, cada artefacto sin etiquetar ocupaba su propio estante, iluminado por un puñado de chips. Un cuerno o garra de color plateado, procedente de alguna bestia enorme. Un trozo de cristal rojo claro, como sal rosada, aunque de un color más profundo y vivo. Un huevo de piedra violeta, cristalino en parte, con filigranas plateadas rodeando la cáscara. Una hoja gruesa de suculenta que palpitaba en rojo y parecía irradiar calor. Un frasquito de arena pálida que Shallan ya sabía que tenía una aplicación muy práctica.
Secretos, que avivaban su hambre. La habían incitado con la promesa de un festín de respuestas, ideas, incluso sueños. Mundos llenos de gente para su colección de bocetos. Umbra dejó que los recién llegados estuvieran un rato mirando los trofeos, pero Shallan fingió indiferencia, apoyándose en la pared y mirando a través de la máscara hacia la vitrina que tenía al lado.
Ahí, en el reflejo del cristal, atisbó una figura sombría con agujeros blancos en vez de ojos. Sja-anat, una de los Deshechos, estaba allí. Aquel ser, existente en aquel dominio solo como un reflejo, observó también a Shallan y después compuso una sonrisa astuta y desapareció.
Tormentas. ¿Sabría Sja-anat quién era ella en realidad? No tuvo tiempo de darle muchas vueltas, porque Umbra les hizo una seña a los dos Sangre Espectral recién llegados para que pasaran a la sala contigua. Shallan se arriesgó a seguirlos, aunque Umbra se quedó atrás con la actriz, y cerró la puerta después de cruzarla.
La estancia que había al otro lado resultó ser grande, más que el edificio de arriba, aunque tenía el techo relativamente bajo. Era piedra casi por completo, con pocos muebles, y la puerta por la que acababan de entrar estaba en la esquina noreste. La pared sur, unos quince metros a la izquierda de Shallan, estaba cubierta de balas de paja, con dianas en cada pila. Por delante de ella, quizá a cinco metros de distancia, había siete personas apiñadas en torno a un estrado solitario. Charlaban en voz baja, y a Shallan se le trabó el aliento al ver a Mraize en ese grupo, manipulando un artilugio.
La mera silueta de ese hombre todavía la intimidaba. Tenía una fuerza fibrosa que nunca terminaba de encajar con lo lujoso de sus prendas, que ese día consistían en chaquetón, camisa y pantalones, con los volantes de la camisa asomando bajo el cuello. De color rojo brillante, como sangre manando de una garganta rajada.
Recuerda la respiración, le susurró Velo. Vas bien, chica.
Shallan asintió distraída e hizo sus ejercicios de respiración para calmar las emociones. La mitad de un acto de imitar como el que estaba haciendo se basaba en las emociones, y en no atraer a los spren equivocados. Era capaz de hacerlo. No había por qué ponerse ansiosa.
Mraize apenas alzó la mirada mientras los dos recién llegados se unían a sus seis acompañantes. Shallan, sin apartarse de la pared, respiró con calma y escrutó la sala, notando extraña la máscara sobre la cara, obstruido parte de su campo de visión. ¿Dónde estaba Iyatil?
«Ahí». Vio a la mujer observando el grupo desde la pared norte, una posición que le permitía dominar la estancia entera. Bajita y enmascarada, Iyatil se había acuclillado en el suelo de piedra. Quizá habría sido fácil confundirla con una guardia, en particular para quienes provinieran de la cultura Alezi, pero aquella mujer era la líder y Mraize su segundo al mando.
Tormentas. Si Mraize se mostraba amenazador de un modo abierto y patente, siempre empuñando algún tipo de arma, hablando de caza y muerte, Iyatil era de las sutiles. De las que vigilaban desde las sombras, reflexionando sobre los sonidos que harías cuando te apuñalara.
Shallan avanzó, porque permanecer en la puerta llamaría la atención. Se obligó a adoptar el paso correcto y localizó a su supuesto compañero, el tercer alienígena enmascarado, vigilando desde el otro lado de la cámara, en la pared oeste. Vio que se adelantaba, dejando atrás un soporte en el que ardía incienso, hacia los dos recién llegados, y entreoyó que les ofrecía una copa.
Luego el guardia fue a una barra montada contra la pared oriental, cerca de Shallan, y empezó a mezclar las bebidas. Ese hombre era un asesino entrenado, y Mraize lo tenía… ¿sirviendo copas? ¿Era una forma de intimidar a los demás?
No. No, los Sangre Espectral estaban relajados. Era solo que querían tomarse una copa y el asesino era quien estaba disponible para servírsela.
—Ah —dijo Mraize mientras el gran aparato que tenía en las manos daba un chasquido—. Ya está.
Lo alzó y metió en él una saeta pequeña y pesada. Aquel artilugio era una especie de ballesta, aunque más grande y aparatosa que las que había visto Shallan.
Intrigada, se acercó un poco más. Entonces miró hacia Iyatil y el otro enmascarado de fuera del mundo. No estaban observando el aparato, sino a la gente. Claro. Shallan intentó hacer lo mismo, siguiendo la pared norte, tras el grupo de personas encaradas hacia las dianas.
—¡Mraize! —lo llamó Aika, la comerciante thayleña vestida con falda y chaleco—. Dijiste que esta reunión era urgente. ¿Qué haces jugando con tu aparatito nuevo mientras nosotros tomamos copas?
—Había que esperar a los rezagados, Bolso Robado —respondió él con una sonrisa—. Y una buena copa, bien elaborada, es un inicio excelente para toda conversación difícil.
—Se me hace raro —dijo el otro thayleño— que estemos juntos tantos de nosotros. ¿Cuánto tiempo hacía?
—Desde la reunión sobre la tormenta eterna —dijo el hombre que vestía los ropajes estampados de un visir azishiano—. El año anterior a su llegada. La verdad es que os echaba de menos a todos. Mraize, ahora tenemos Puertas Juradas. Deberíamos juntarnos más a menudo.
—Juntarnos es peligroso —señaló Mraize, alzando la ballesta para apuntar hacia una diana.
—Mraize, querido —dijo una mujer, veden como Shallan a juzgar por su acento—, a ti te gusta el peligro, ¿no es así?
Shallan tomó una Memoria de ella. Aparte del visir, era la única del grupo que no aparecía en el fajo de retratos de Hoid.
—Me gusta el peligro con propósito, Lengua Gélida —respondió Mraize. Shallan sabía que le ponía mote a todo el mundo. No eran nombres en código, sino solo una manía suya—. El peligro que aporta valor y lecciones. En cambio, el peligro temerario, sin finalidad, es un desperdicio. Un burdel para las emociones.
Disparó la ballesta y la saeta, mayor que lo normal, se clavó en una bala de paja.
—No has hecho diana, Mraize —dijo uno de los otros.
—De ahí que practique —replicó él, y recargó el aparato.
Mientras el asesino les llevaba copas, Shallan se preocupó por lo que esperaban que hiciese ella. Confió en que no fuese traerles bebidas también. Si tenía que preguntarle a alguien qué quería tomar, no le gustaban nada sus probabilidades de imitar bien el acento de Iyatil, que solo había oído unas pocas veces.
Mejor no abrir la boca. Recorrió la pared con paso amenazante, dejando atrás una estela de humo de un quemador de incienso.
Iyatil lanzó una mirada hacia ella.
El pánico brotó en el pecho de Shallan, como dagas clavadas de pronto entre las costillas.
Calma, le recordó Velo.
Hizo lo que pudo, manteniendo la pose, y buscó un sitio en el que acuclillarse, imitando a Iyatil. Al moverse había llamado la atención, así que decidió quedarse quieta. Por suerte, parecía ser la jugada correcta. La atención de Iyatil regresó de inmediato al grupo, y el otro asesino apoyó la espalda en la pared occidental y se puso a vigilar cruzado de brazos.
—¿Y ese artefacto es el motivo de que estemos todos aquí, Mraize, arriesgándonos a que nos descubran? —preguntó Lengua Gélida, y dio un sorbo a su copa.
—No —dijo él, alzando de nuevo el arma—. Esto es un mero entretenimiento. —Disparó y dio en la diana, aunque no en su centro—. ¿Alguno de vosotros las ha usado alguna vez?
—Es una ballesta —dijo el azishiano—. Típica arma de guardias.
—No —replicó Lengua Gélida—. Eso es una balista de mano thayleña. Es más pesada que una ballesta normal y se usa para propulsar una carga.
—Exacto —dijo Mraize, asintiendo en dirección a la mujer—. Las inventaron para disparar aceite ardiendo o un hierro al rojo y pegar fuego a las velas enemigas. Nunca han tenido una efectividad exagerada, por desgracia, pero a algunos entusiastas les encantan. Mi padre tenía unas pocas, en mi juventud. —Alzó el aparato y lo miró de cerca—. Un arma moderna, basada en la fuerza mecánica y no en la del brazo.
—Salta a la vista que es difícil de apuntar —objetó alguien—. Me cuesta entender por qué te interesa tanto.
Mraize cargó otra saeta con gesto distraído. Shallan lo observó, agachada junto a la pared. Sus actos siempre tenían un propósito. ¿Cuál era la lección de aquello?
Tormentas, incluso cuando Mraize no le prestaba atención, Shallan se sentía intimidada por él. Peor que eso: tuvo un escalofrío en la nuca y, aunque intentó no hacerlo, miró hacia Iyatil. Y vio que la mujer tenía la cabeza vuelta hacia ella.
Shallan apartó la mirada al instante y tranquilizó la respiración tanto como pudo. De todos modos apareció un congojaspren, con forma de cruz negra retorcida. ¿Sospecharía algo Iyatil? El spren no era una revelación automática, ya que podían acudir a quien se preocupara más o menos por cualquier cosa, pero…
Tormentas. Tormentas, tormentas, tormentas. Aquella gente era experta justo en las mismas artes que Shallan, como Velo, había fingido que dominaba. Le chorreaba sudor por la cara y, de pronto, notó la máscara pesada y sofocante. Atrapaba su aliento, y el calor le soplaba en las mejillas y le humedecía la piel. Tuvo unas ganas enormes de arrancarse esa máscara.
Vaya, fíjate, dijo Velo. ¿Has visto que se ha dejado una pernera metida en el calcetín?
Shallan miró otra vez a Mraize y comprobó que era verdad. Al vestirse, su calcetín derecho había atrapado la parte de atrás de la pernera. En contraste con el pánico de Shallan, era un detalle casi cómico.
Velo soltó una risita. Solo es una persona, Shallan. Todos lo son. ¿Cómo intenta controlarte Mraize?
—Mediante la intimidación —susurró ella—. Intimidación, secretos y un aire de misterio.
¿Y si te niegas a concederle ninguna de esas ventajas?
Entonces…
… solo era una persona. Iyatil también. Personas, y de las más confiadas, que podían cometer errores. Jamás esperarían que Shallan estuviese allí, nunca la tomarían por alguien capaz de hacerse pasar por una de los mejores de entre ellos.
Hasta la espadachina más habilidosa, dijo Radiante, puede perder un duelo. Quizá sean buenos, pero, si sospecharan de ti, ya habrían hecho algo a estas alturas. Estás consiguiéndolo.
Estás consiguiéndolo, convino Velo. En fin, mira lo ridículo que está Mraize.
En realidad no lo estaba. Era solo un pequeño error, que podría haber cometido cualquiera. Y era cierto que a Shallan aquello le quedaba grande, y lo sabía. Pero había que hacerlo, y ese pequeño error que había cometido Mraize de verdad indicaba que era una persona falible.
Shallan rio con suavidad y el congojaspren se desvaneció.
—¿Sabéis? —dijo Mraize a los demás—. En algunos mundos, la ballesta se convirtió en la primera opción para toda una era de conflicto armado. Aunque en general cuesta más de recargar que un arco, requiere menos entrenamiento para utilizarla. Con el diseño adecuado, puede perforar el acero, así que, en lugar de arqueros que practican durante toda su vida, o majestuosos ojos claros con armadura de placas, esos campos de batalla están dominados por granjeros que han entrenado durante dos meses y cuentan con una ventaja tecnológica.
—Hasta que un portador de esquirlada atraviese sus filas y los masacre a todos —dijo el hombre del uniforme alezi—. ¿Sabíais que Aladar probó una vez a desplegar filas de ballesteros? Sí, son unidades poderosas, pero lentas. Lo mejor es apoyarlas con bloques de picas. Pero, de todos modos, si hay alguien con armadura esquirlada en el otro bando, esos ballesteros lo atraerán igual que la lluvia a las enredaderas.
—Interesantes palabras, Cadena —dijo Mraize, apuntando con su balista de mano para disparar de nuevo—. Palabras pronunciadas con la sabiduría del pasado, excelentes para enseñarnos a afrontar el mundo tal y como ha existido. Y solo tal y como ha existido.
Miró hacia Iyatil, que le indicó que continuara. Mraize dejó la balista y abrió la parte delantera del estrado. Salió flotando un spren con forma de esfera brillante, muy parecido a la seon que Shallan había encontrado en su caja de comunicación.
El spren cambió de forma y adoptó la del rostro de un hombre mayor, con bigote. Un momento… ¿Shallan no lo conocía?
—Díselo a todos —le ordenó Mraize.
—Hemos encontrado a Restares —dijo la resplandeciente cabeza que levitaba en el aire—. Nos ha revelado los detalles, como también a Shallan. La prisión de Mishram está oculta en el Reino Espiritual.
Tormentas. Era Felt, un soldado de Adolin.
El frío envolvió a Shallan, acompañado de una abrumadora desconexión. Felt era un espía.
Felt era un Sangre Espectral.
Menos mal que en esos momentos no la miraba nadie, porque no pudo evitar que aparecieran unos pequeños sorpresaspren. Había pasado muchísimo tiempo buscando al espía, todo el viaje por Shadesmar, para al final decidir que la espía era ella misma. Y, entretanto, Mraize había enviado a otro de reserva. Por supuesto que lo había hecho. Tormentas, de pronto se sintió violentada, sabiendo que ese hombre la había estado vigilando desde el principio.
—Esa era la parte importante —continuó Felt—. Ala ha estado hablando con Restares, que tiene muchísimo que decir si lo aprietas un poco. Está bastante harta de él, porque poco de lo que dice parece relevante, pero yo tomo notas de todos modos.
¿Ala? ¿La seon?
Un momento…
—Gracias —dijo Mraize—. Ala y tú lo habéis hecho bien. Seréis recompensados.
¿Ala también era una Sangre Espectral? Sonaba a que sí, eso desde luego. Por una parte, Shallan se sintió aún más traicionada, pero, por otra, también fue un alivio. La spren se había hecho pasar bastante bien por una prisionera asustada, pero, si aquello no era cierto, quizá Shallan no debiera tenerle tanta lástima.
—No quiero tu herrumbroso dinero, Mraize —respondió Felt—. Nunca quise saber nada de todo esto. Pero Ala me ha pedido específicamente que te diga que quiere un poni. Creo… creo que podría ser en broma.
Mraize sonrió.
—Mantened cautivo al Heraldo. Recibiréis más instrucciones.
Hizo un gesto y la cara se desdibujó hasta dejar solo una esfera brillante, que volvió a ocultarse en el estrado.
—Así que la prisión está en el Reino Espiritual —dijo alguien del grupo—. Por tanto, es imposible llegar a ella.
—Nada más lejos de la realidad —replicó Mraize—. Iyatil y yo recibimos ayer información de un contacto muy especial, que nos indicó que vigilando a Dalinar tendríamos una oportunidad de entrar en el Reino Espiritual. Creímos que sería necesario que nuestra última incorporación lo animara a hacerlo, pero no ha hecho falta. Dalinar ha hablado con la mismísima Cultivación, que lo ha instado a buscar el poder de Honor. Entrará pronto en el Reino Espiritual, y entonces Iyatil y yo lo seguiremos. Hasta nuestro regreso, Zora, quedas al mando de esta célula. Te llevarás el seon e informarás directamente al maestro Thaidakar.
El visir azishiano asintió. La mujer thayleña a la que Mraize había llamado Bolso Robado se cruzó de brazos.
—Nunca antes habías dejado a nadie en concreto al mando.
—Cierto —dijo Mraize, recargando con tranquilidad su balista de mano.
—Entonces… ¿crees que esto es peligroso? —preguntó la mujer.
—Sé que lo es —respondió él—. Quizá no regresemos. O, si lo hacemos, es posible que aquí hayan transcurrido siglos enteros. Pero vamos a encontrar la prisión de Mishram.
—Un momento —intervino Lengua Gélida—. Mraize, ¿en qué favorece esto los planes del maestro Thaidakar?
En lugar de responder, Mraize apuntó a la diana y disparó. Por fin dio en el círculo rojo central.
—Deberíamos estar trabajando en nuestro plan —añadió Lengua Gélida— de transportar luz tormentosa fuera del mundo, ahora que sabemos que es posible desproveerla de Identidad y transferirla entre reinos. ¿De qué sirve localizar a una antigua spren para cumplir la orden del maestro Thaidakar de proporcionarle una fuente renovable de Investidura?
Shallan se inclinó hacia delante. Ya sabía que los Sangre Espectral querían el poder de los Radiantes y la versatilidad de la luz tormentosa. Eso explicaba muchas cosas, como por ejemplo que reclutasen a la propia Shallan. Pero había más. ¿Por qué estaba Mraize tan interesado en Mishram? Shallan metió la mano en la manga y palpó la vinculacaña que había escondido allí, sujeta al brazo. Envió tres destellos rápidos, un aviso a los demás para que estuviesen preparados pero no entraran todavía. Shallan estaba cerca.
Mraize no respondió. Preparó su arma para hacer otro disparo, aunque en esa ocasión eligió una saeta que tenía una gema incrustada, cerca de la punta. ¿Qué era lo que habían dicho? Que aquellas balistas de mano estaban diseñadas para propulsar una carga mayor de lo normal, ¿verdad?
Ay, tormentas. La gema por sí misma no significaba nada. Pero si Mraize lograba hacerse con la antiluz tormentosa que Navani había desarrollado en ausencia de Shallan…
Mraize disparó e hizo diana.
«Palabras pronunciadas con la sabiduría del pasado, excelentes para enseñarnos a afrontar el mundo tal y como ha existido. Y solo tal y como ha existido».
Ese hombre no estaba mostrando cariño por una tecnología antigua y obsoleta. Estaba practicando con un arma que, de pronto, podía utilizarse para matar a Radiantes… y a sus spren.
—Cuando estemos en el Reino Espiritual —dijo Mraize—, Iyatil y yo vigilaremos a Dalinar. Si seguimos sus pasos de cerca, es muy probable que nos lleve hasta la prisión.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Lengua Gélida.
—Porque lo sé —dijo él—. El maestro Thaidakar ha aprobado este procedimiento, y vosotros ocho dirigiréis la organización en nuestra ausencia. Es todo lo que necesitáis saber.
—Disculpa —insistió Lengua Gélida—, pero somos Sangre Espectral. Sin secretos, Mraize. Esas son las normas.
—Los actos del maestro Thaidakar —contestó Mraize— demuestran que no cree en esa norma. A veces la información es peligrosa y debe mantenerse envainada como una buena hoja.
Shallan se inclinó más hacia delante, pero entonces captó algo por el rabillo del ojo. Iyatil estaba moviéndose. La mujer más bajita cruzó la cámara y llegó al lado de Shallan para susurrarle algo.
En un idioma que Shallan no reconoció.
Dalinar estaba sentado con Navani en la sala del jardín, ambos en sillas en el centro, encarados uno hacia el otro. Tenía las manos de Navani entre las suyas, y las enredaderas se movían alrededor de ellos sin viento y sin nadie que las tocara. Navani decía que bailaban a unos ritmos que Dalinar no podía oír.
—¿Y bien? —preguntó él—. ¿Qué opinas?
—No lo sé, Dalinar —dijo ella, apretándole las manos—. ¿Qué pasará si esto funciona? ¿Te perderé?
—Si terminara Ascendiendo a Honor, no creo que fueses a perderme. Cultivación ha hablado conmigo hace un rato y, según Ash, Honor se relacionaba a menudo con los Heraldos.
—No me refiero a perder tu presencia —dijo Navani—. Me refiero a perderte a ti, tu amor, tu humanidad. No quiero ser egoísta, y haremos lo que el mundo necesite, pero debo preguntarlo. ¿Qué significará, Dalinar? ¿Y es necesario que lo hagas tú?
Dalinar no sabía cómo responder a ninguna de esas preguntas. Los dos se echaron hacia delante y él apoyó la frente en la de ella. Meditando. Decidiendo. Unos miedospren brotaron de las piedras a sus pies.
—Todo este tiempo —susurró Dalinar— he estado intentando convertirme en mejor persona, Navani. Mientras lo hacía, he descubierto unas verdades aterradoras y las he compartido con el mundo. Que nuestro dios murió hace milenios, que la humanidad les robó este mundo a quienes lo poseían. Las respuestas que una vez fueron fáciles ahora se demuestran complicadas.
»Me asusta dar este paso, pero quiero proporcionar respuestas otra vez, de todos modos. Tengo la sensación de que algo me ha estado guiando todo este tiempo. Algo que no sé explicar, algo que hay más allá de Honor. Sé que alguien tiene que dar un paso adelante y hacer esto. El duelo no es suficiente. Hay más, y creo que soy el único que puede averiguar qué es. Pasé mucho tiempo buscando la forma de ser un Forjador de Vínculos más fuerte, y ahora creo que eso fue un paso hacia una verdad mayor sobre aquello en lo que de verdad necesito transformarme.
Navani le cogió las manos, y Dalinar la amó por la manera en que se paró a pensar en sus palabras, en vez de contradecirlo al instante. Pero también la amó por la manera en que no las aceptó de inmediato.
Sagaz por fin regresó a la sala. Dalinar y Navani se apartaron uno del otro, y él distinguió la preocupación en los ojos de su esposa.
—Amor —le dijo—, no sabemos si esto funcionará. No tenemos por qué tomar ya todas las decisiones.
—A veces —respondió ella— es bueno hacer las preguntas mucho antes de necesitar las respuestas. No puedo evitar pensar que estamos metiéndonos en algo que supera con mucho nuestra capacidad, Dalinar. ¿Los poderes de dioses? Unos cuantos de mis eruditos se detonaron a sí mismos sin querer el mes pasado, trabajando en la antiluz. Y ahora te planteas ir a un sitio que asusta incluso a Sagaz.
—Debo decir —terció Sagaz, apoyado en la pared al lado de la puerta— que hay un montón de cosas que me aterrorizan. No sé, ¿le habéis dado un par de vueltas a lo demencial que es que la sociedad os confíe a los mortales el cuidado de niños? ¿Después de… cuánto, apenas dos décadas de vida, la mitad de las cuales os pasáis en pañales?
—Sagaz —respondió Navani—, la gente no se pasa diez años llevando pañales.
—¿Lo veis? —dijo él—. Tengo unos diez mil años de edad, y ni siquiera yo estoy tranquilo con mis conocimientos sobre cómo cuidar de un niño pequeño. Me parece increíble que ninguno de vosotros llegue a la adolescencia, porque…
—Concéntrate, Sagaz —lo interrumpió Dalinar—. El plan. El Reino Espiritual.
—Estamos superados por esto —dijo Navani—, como un ejército que se las ve y se las desea contra un enemigo con equipamiento mucho más moderno.
—O una erudita que intenta leer ideas complejas en un idioma que apenas ha estudiado —añadió Dalinar—. Pero solo nos quedan ocho días antes de que tenga que enfrentarme a Odium, y estoy convencido de que el Padre Tormenta está ocultándome cosas.
—El Hermano está de acuerdo —dijo Navani—. No deja de señalar las inexactitudes del Padre Tormenta y nuestra comprensión incorrecta de acontecimientos históricos.
—El objetivo —afirmó Sagaz— es que presenciéis esos acontecimientos. Para que podáis encontrar la verdad sobre la muerte de Honor y descubrir secretos que ni siquiera yo conozco. —Frunció el ceño—. Pero no sé qué interés puede tener el Padre Tormenta en mentiros.
—Creo que… no esperaba que hubiera nadie capaz de refutarlo —dijo Dalinar—. No creía que el Hermano fuese a despertar otra vez. —Cruzó la mirada con Navani—. Por lo que, mientras los Heraldos estuvieran locos y Sagaz fuese inútil…
—¡Oye!
—… el Padre Tormenta sería quien iba a proporcionarnos la única narrativa. Tenemos que hallar la verdad, Navani. Tenemos que averiguar lo que le sucedió a Honor.
—Lo cual nos lleva de vuelta a la cuestión principal —dijo ella en voz baja—. ¿Qué significaría reemplazarlo?
—Que Dalinar Ascendería —contestó Sagaz—. Su mente se expandiría hasta percibirlo todo con los ojos de una deidad. Las Esquirlas no son omniscientes; de hecho, es relativamente fácil ocultarles cosas. Pero están… bendecidas con una capacidad casi infinita de comprender. De escrutar el futuro, en sus numerosas permutaciones, y entender lo que eso significa.
—Suena —dijo Navani— a que ya no serías humano.
—Suena —dijo Dalinar— a una versión de lo que ya te ha pasado a ti, al vincularte con la torre. Y estamos adaptándonos a eso. Podríamos adaptarnos a lo otro.
Ella asintió, reacia.
—Pero vuelvo a preguntártelo: ¿tienes que hacerlo tú, Dalinar? ¿Por qué siempre tienes que ser tú?
Si vinieran de Jasnah o de Adolin, quizá esas palabras habrían sido un desafío. Un cuestionamiento de por qué siempre tenía que ponerse él en el centro de todos los asuntos. A Dalinar esas dudas le parecían ridículas: ¿a quién si no iba a confiarle un problema de esa magnitud? Alguien tenía que recorrer los caminos difíciles y, como gobernante, el deber le correspondía a él. Era lo que enseñaba El camino de los reyes.
Viniendo de Navani, las palabras no eran un desafío, sino una súplica. Si debía sacrificarse alguien, ¿no podría Dalinar asignarle la carga a otro, solo por esa vez?
—No le pediré a nadie más que haga esto —dijo Dalinar—. Como general, uno aprende cuándo debe enviar a su mejor lugarteniente… y cuándo ir él mismo. —Le apretó las manos—. Navani, si salgo derrotado del duelo de campeones… me perderemos a mí. Perteneceré a Odium, y él hará salir al Espina Negra. Cualquier cosa que podamos hacer para impedir eso… quiero intentarla, aunque signifique la Ascensión esa, como Sagaz la llama. Después del duelo, si vemos que el poder está cambiándome demasiado, buscaré a otra persona a quien entregárselo.
—¿Eso está permitido? —preguntó Navani, mirando a Sagaz.
—En teoría, sí —dijo él—. Pero es complicadísimo. Una vez eres un dios, Dalinar, es casi imposible dejarlo ir.
—Alguna vez se habrá hecho —aventuró Dalinar.
La mirada de Sagaz se perdió en la lejanía, mientras una tenue sonrisa asomaba a sus labios.
—Una vez. No era una Ascensión plena, pero una mortal sí que renunció al poder una vez. Resultó ser la opción errónea, pero creo que nunca he presenciado un acto más altruista que ese. De modo que sí, Dalinar, es posible. Pero no fácil.
—Nada lo es nunca —dijo él—. No para nosotros.
Navani miró a Dalinar y asintió.
—Muy bien. Hagámoslo, entonces. Juntos.
—Esto… ¿Juntos?
—No dejaré que vayas tú solo al dominio de los dioses —dijo ella—. Necesitarás a una erudita que te ayude a interpretar lo que veas en el pasado.
Condenación. En eso tenía razón. Ya habían entrado juntos en algunas visiones; posible sí que era. Pero si aquello iba a ser tan peligroso como Sagaz estaba dándoles a entender…
No. Por la expresión de Navani supo que, como se le ocurriese proponer que lo acompañara otra erudita en vez de ella, provocaría una furia que dejaría al Padre Tormenta a la altura de un chaparrón primaveral. Y con buen motivo. Los argumentos que él mismo había empleado a favor de hacer aquello en persona implicaban que necesitaba a la mejor a su lado. Y esa era Navani.
—Eres sabia —dijo—. No me hace ninguna gracia, pero tienes razón. Lo intentaremos juntos. Pero tendremos que preparar a los demás para que gobiernen Urithiru mientras no estamos. Sagaz cree que nos llevará días conseguir nuestro objetivo.
—Yo puedo tenerles un ojo echado a las cosas aquí —se ofreció Sagaz—. Primero, tendréis que echar un vistazo a Reino Espiritual para confirmar que esto puede funcionar siquiera. Si dejáis vuestro cuerpo atrás, como confío en que suceda, debería ser capaz de traeros de vuelta si hacéis falta aquí.
—Excelente —dijo Navani—. ¿Cómo procedemos?
—Bueno, antes teníais que usar una alta tormenta y los poderes del Padre Tormenta… pero ahora sois Forjadores de Vínculos. Podéis abrir una perpendicularidad y meteros en el Reino Espiritual. Una vez allí, os sugiero utilizar la Conexión para guiaros a un fragmento específico del pasado. Con eso os ayudaré yo. Podéis visitar un acontecimiento en el que yo estuve presente, experimentarlo y regresar para que comparemos notas. Si funciona, os enviaremos a un viaje más largo, a unas épocas que yo no estaba aquí para presenciar.
Dalinar y Navani se miraron a los ojos y asintieron.
—Estupendo —dijo Sagaz—. Bajemos por el elevador y busquemos un buen lugar para probar el experimento.
—¿Por qué no aquí? —preguntó Dalinar.
—Estáis a punto de perforar los tres dominios e intentar arrojaros al Reino Espiritual —respondió Sagaz—. Si sale mal, terminaréis en Shadesmar, pero, con la fuerza que estaréis haciendo, no me extrañaría nada que os proyectaseis fuera de la torre. Yo, por lo menos, me quedaría más tranquilo si lo hiciéramos en algún lugar más bajo, para que no caigáis tanta distancia si la cosa se tuerce.
—Muy bien —dijo Dalinar, levantándose—. Expliquémosles a Aladar y Sebarial lo que planeamos hacer, por si acaso, y luego busquemos algún sitio para hacer el experimento.
26. Cazar al cazador
Seguí mi camino, contemplando el polvo y la naturaleza de la deserción. Pues yo mismo, como rey, había abandonado mis deberes, y era distinto para mí. ¿Acaso no había renunciado a un trono concedido por el Todopoderoso y, al hacerlo, socavado mis propias palabras? ¿Estaba dejando aquello que se me había concedido de un modo divino?
De El camino de los reyes, cuarta parábola.
Shallan miró a Iyatil. Los ojos de la mujer parecían lejanos tras aquella máscara, y extrañamente humanos, como si la máscara fuese algún monstruo que se hubiera tragado a una persona.
Iyatil repitió su frase en lo que cabía suponer que era la lengua natal de ambas mujeres. Presa del pánico, Shallan llevó la mano a la vinculacaña de su manga, dispuesta a llamar a los demás. Solo que… aún no había averiguado nada, en realidad. ¿Cómo iban a colarse los Sangre Espectral en el Reino Espiritual con Dalinar? ¿Por qué estaban tan interesados en una Deshecha? Ya habían establecido contacto con Sja-anat. ¿No les bastaba?
No había más remedio. Si Iyatil no había sospechado antes, lo haría cuando no obtuviera respuesta. Shallan agarró la vinculacaña.
Pero Velo le susurró: Puedes hacerlo, Shallan. Inténtalo.
Shallan no comprendía lo que le había dicho Iyatil, pero ¿qué le revelaba su lenguaje corporal? Iyatil señaló con la cabeza a un lado, hacia el tercer enmascarado foráneo. Sus palabras habían sido breves y tensas, quizá interrogativas, con más probabilidad exhortativas. Así que Shallan se arriesgó a responder con un brusco asentimiento.
Funcionó e Iyatil echó a andar deprisa hacia la puerta de la pared oriental, seguida por Shallan. El tercer asesino se reunió con ellas, hicieron corrillo y entonces Iyatil se puso a hablar deprisa en el idioma de ambos. En el centro de la estancia, Mraize insinuaba a los demás lo que Shallan ya había deducido: que, con solo unas pocas modificaciones menores, aquella balista de mano iba a ser de lo más útil en los próximos años.
Shallan no podía hacerle caso, porque acababa de meterse en una conversación con no solo una persona que hablaba otro idioma, sino con dos. Iban a esperar de ella que respondiera con algo más que un asentimiento. Tenía que escabullirse de esos dos sin montar el numerito.
Busca una excusa, le susurró Velo, para no estar prestando atención.
Sí, el despiste era una debilidad humana universal. Por desgracia, en la cámara no había gran cosa que pudiera distraerla. Solo estaban las dianas, Mraize y su grupo, cuatro lúgubres paredes de piedra y…
Un momento. El pomo de la puerta. Plateado, pulido, reflectante. Casi a la altura de sus ojos, agachados juntos como estaban. Shallan fijó la mirada en él y esperó a que los demás reparasen en su distracción.
—Aleen? —dijo Iyatil a Shallan—. Aleen, vat ist erest missen?
Shallan señaló el pomo y habló por fin, susurrando una palabra que sería igual en cualquier idioma:
—Sja-anat.
Confió en que hablar tan bajo enmascararía su voz. Iyatil siseó y apartó a Shallan para escrutar el pomo de la puerta. Cuando no vio nada, gruñó y, al parecer olvidando la conversación que había mantenido, fue deprisa en dirección a Mraize. El otro extranjero lanzó una mirada hacia Shallan, así que ella se encogió de hombros y se agachó para inspeccionar el pomo. El hombre fue tras Iyatil.
Shallan calmó los nervios, evitando en esa ocasión atraer un spren. Iyatil había picado el anzuelo y no parecía haber encontrado nada demasiado irregular en ella. A menos que estuviera diciéndole a Mraize que era una impostora en ese preciso instante. Quizá sí que fuese el momento de llamar a los otros. Shallan volvió a llevar la mano hacia la vinculacaña, pero entonces una sombra recorrió el pomo de la puerta y Sja-anat apareció igual que antes, como una figura muy negra con agujeros blancos en vez de ojos.
Estaba preguntándome, dijo la Deshecha en su mente, cómo ibas a ingeniártelas sin hablar su idioma, Shallan. Muy bien pensado.
—Conque sí que sabes que soy yo —susurró Shallan.
Para los mortales es difícil distinguir la llama de un alma de la de otra, pero yo no soy mortal.
—¿Vas a delatarme?
¿Igual que tú acabas de delatarme a mí? Tal vez.
—¿En qué bando estás, Sja-anat? —susurró Shallan—. Dime la verdad. ¿A qué juegas?
¿Jugar, Shallan? Lo que hago es luchar por la supervivencia. Odium destrozará a quien sea, lo que sea, para conseguir lo que quiere. Los milenios me demuestran que no le importamos nada ni yo ni mis niños. Honor es un cobarde que siempre nos odió. Nos destruyó. Nos traicionó. Y lo único que hace Cultivación es mirar.
Estoy en el bando de preservar un mundo para mis niños. No deberías temer «mi bando», Shallan. Deberías abrazarlo. Si hay un lugar para mis niños, habrá un lugar para los tuyos.
Iyatil regresó, seguida de Mraize. De nuevo, Shallan agarró la vinculacaña, pero contuvo los nervios. Sja-anat permaneció allí sin ocultarse, pequeña pero distinguible como un reflejo en el pomo, alzando la mirada hacia Iyatil.
—Lieke, quédate aquí —dijo Iyatil en alezi—. Entretén a los demás.
Abrió la puerta agarrando el pomo, a pesar del reflejo que había en él. Mraize la siguió y lo mismo hizo Shallan, suponiendo que Lieke era el tercer enmascarado.
Umbra y la actriz habían salido de aquella pequeña cámara. Estaba más oscura, iluminada solo por los chips que había a un lado, para que brillasen únicamente sobre los objetos valiosos de Mraize.
—Ahí —dijo Iyatil—. En mi vitrina de trofeos. Veo su reflejo.
Un momento, ¿la vitrina era de ella y no de Mraize?
Iyatil sacó un espejo sobre ruedas de detrás de un armario. Shallan cerró con suavidad la puerta que daba a la otra estancia y se quedó atrás, intentando no llamar la atención.
Sja-anat apareció en el espejo, toda ella esbelto humo y ojos magnéticos.
—¿Por qué estás aquí? —exigió saber Iyatil—. Se suponía que ibas a vigilar a los Forjadores de Vínculos. ¿Han iniciado el proceso?
—Mis niños los observan —dijo Sja-anat con una vocecilla metálica, como si estuviera hablando desde el otro lado de un pasillo largo—. El Hermano ya no duerme. No es fácil de engañar, ni siquiera para mí. Estar yo llamaría su atención.
—Eso no es lo que nos dijiste —replicó Iyatil—. Iremos muy justos de tiempo. Tenemos que entrar en Shadesmar y estar preparados para colarnos en la perpendicularidad de Dalinar en el instante en que se abra.
—No perderéis vuestra oportunidad —le aseguró Sja-anat—. Aunque cuestiono ese afán vuestro por perderos en ese lugar.
—Dijiste que nuestros spren podrían guiarnos —repuso Mraize, dando un paso hacia el espejo—. Dijiste que comprendían ese reino.
¿Nuestros spren?
¿Nuestros spren?
Shallan retrocedió y apretó la espalda contra la fría pared de piedra. ¿Iyatil y Mraize tenían spren? ¿Eran Radiantes?
¡Por eso anhelaban tanto reunirse con Sja-anat!, exclamó Velo. Los requisitos de Sja-anat para quienes vinculaban a sus hijos eran distintos a los de los Radiantes normales.
Tormentas. Shallan había tenido un papel importante en que Sja-anat contactara con los Sangre Espectral. Había sabido desde el principio que sus coqueteos medio comprometidos con los Sangre Espectral eran peligrosos. Ahí tenía la prueba. ¿Por qué había dejado que aquella situación se prolongase tanto tiempo?
Estabas confundida, dijo Radiante, lejos de casa, y creías que Jasnah había muerto. Necesitabas sentir que formabas parte de algo. No seas muy dura contigo misma.
Shallan había cometido muchos errores, sí, pero esperaba estar aprendiendo de ellos. Ese día dio un paso adelante, acercándose a Iyatil y Mraize, confiando en captar algún atisbo de sus spren, para determinar a qué órdenes se habían unido. Aunque… si habían vinculado a los niños de Sja-anat, ¿eran verdaderos Radiantes? Renarin lo era, pero había elegido él mismo adoptar ese título.
La conmoción había hecho que se perdiera parte de lo que decía Sja-anat. Parecía estar asegurándoles que sus hijos podrían guiarlos en el Reino Espiritual.
—No hay mucho que pueda hacer allí por los mortales —prosiguió la Deshecha—. Seréis como peces sacados de golpe a tierra, en un lugar que es hostil a vuestra existencia. Mis niños os guiarán, pero aun así es posible que no regreséis.
—Iremos de todos modos —dijo Mraize con suavidad.
—Y yo me alegro —respondió Sja-anat—. Pero os haré una última advertencia. No creo que vayáis a encontrar una aliada en mi hermana. Mishram no… no os tiene cariño a los humanos.
—No buscamos una aliada —dijo Iyatil—. Avísanos cuando Dalinar empieza a prepararse, para que hagamos lo mismo.
—Como desees —respondió Sja-anat—. Mis niños dicen que está hablando con sus consejeros. Pero ya no le falta mucho.
—¿Qué hay de Shallan? —preguntó Mraize—. ¿Está dándonos caza?
—Así es —dijo Sja-anat, y no miró hacia Shallan, de pie tras ellos.
Shallan no distinguía ningún spren en la ropa ni en el hombro de Mraize, pero sí que reparó en el carcaj de saetas de ballesta que tenía al lado. En concreto, se fijó en que una tenía sujeta una gema que resplandecía con una luz blanca azulada que distorsionaba el aire a su alrededor. Shallan no había visto nunca la antiluz, pero Sagaz le había hablado de ella y la identificó por la descripción.
Mraize, como de costumbre, había trabajado con rapidez y eficacia. Que Shallan supiera, apenas había una pizca de aquella sustancia en Urithiru, bien guardada bajo llave. Y aun así, Mraize había conseguido robar un poco. No pudo evitar quedarse impresionada.
—Me preocupa que Shallan interfiera —dijo Mraize.
—Esa chica está distraída —respondió Iyatil—. Te obsesionas demasiado con ella, acólito. Hemos hecho las amenazas adecuadas, de modo que su atención se centrará en proteger y vigilar a sus seres queridos.
—Sí, babsk —dijo Mraize.
Son humanos, susurró Velo. Falibles. Recuérdalo.
Iyatil le hizo un gesto a Mraize para que se marchara y él se inclinó ante ella. Era raro verlo en posición servil, con lo al mando de todo que parecía siempre. Aunque también había una cierta medida de autocontrol en su obediencia. Mraize no protestó ni pareció molestarse de que lo despidieran. Caminó con la cabeza bien alta y abrió la puerta, al otro lado de la cual los Sangre Espectral practicaban con su descomunal ballesta.
Sja-anat se desvaneció y Shallan fue tras Mraize, procurando no quedarse atrapada con Iyatil. Por desgracia, la mujer levantó la mano para detenerla.
—Pasa algo con él —dijo Iyatil en voz baja—. No creo que lo hayan reemplazado por un doble, pero sí que cuestiono su lealtad a nuestra causa.
Por suerte, las palabras eran en alezi. Quizá porque Iyatil acababa de hablar con Sja-anat en ese idioma y siguió haciéndolo por impulso. Quizá porque en esa sala, apartada del resto, no temía que nadie oyera la conversación. O quizá porque, teniendo allí cerca a Sja-anat… ¿sí que quería que la oyeran? En cualquier caso, Iyatil seguía concentrada en Mraize, pensativa.
—He pasado mucho tiempo entrenándolo. Es natural que quiera tener sus propios acólitos. Pero piensa solo en su propio avance, y no en el propósito mayor.
Shallan tenía que apretar un poco. Necesitaba respuestas. Se descubrió hablando en un susurro.
—El propósito de Thaidakar.
—El maestro Thaidakar terminará aceptándolo —dijo Iyatil—. Es más listo de lo que le concedes. Se esfuerza en proteger su tierra natal por encima de todo lo demás, pero, cuando hayamos encontrado a Mishram para mis propósitos, lo entenderá. El maestro Thaidakar solo puede proteger su tierra si es posible controlar a las Esquirlas. ¿Eso encajará con tus planes también?
¿Se quedaba callada Shallan o hablaba? ¿Qué sería más sospechoso?
Iyatil la miró, esperando. Shallan se devanó los sesos un momento y probó a asentir de nuevo.
—¿Solo eso? —se sorprendió Iyatil—. Estás muy…
Iyatil se fijó mejor en ella y sus ojos se ensancharon tras la máscara. Explotaron sorpresaspren a su alrededor. Condenación. Se había acabado.
La mujer se abalanzó sobre ella y Shallan le atrapó la mano, esperando un cuchillo, pero Iyatil no estaba atacando. Estaba intentando quitarle la capucha a Shallan, y al bloquearle el brazo se la había apartado ella misma, revelando su peluca.
Iyatil siseó y luego, mientras retrocedía a toda prisa, gritó:
—¡Radiantes! ¡Nos han descubierto!
Tamara Eléa Tonetti Buono
Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.