AVANCE OFICIAL – El Archivo de las Tormentas 5 – Viento y Verdad: capítulos 21 y 22

Aquí estamos, de lunes de avances de Viento y Verdad, la quinta entrega de El Archivo de las Tormentas donde ya empezamos a ver movimiento tanto en Shinovar como en la Coalición y la Corte Inadvertida, porque todo preparativo antes la inminente lucha es poco… 

Os dejamos el CosmereCast de la semana pasada que ya está incluido en la lista de reproducción que tenéis disponible en la página de índice de los avances de Viento y Verdad, disponible también en iVoox y Spotify, ¡donde ya estamos al día con todos los CosmereCast subidos!

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Viento y Verdad: capítulos 21 y 22. traducción de manu viciano.

Título original: Wind and Truth, escrito por Brandon Sanderson, © 2024 Brandon Sanderson, © Manu Viciano por la traducción. Publicado por acuerdo con la editorial Nova, parte de Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U.

El Archivo de las Tormentas 5, Viento y Verdad - Encabezados - Capítulo 21- VERDADES INCOMPLETAS

21. Verdades incompletas

La primera fue que no osé decirles que el viajero polvoriento con quien habían compartido una comida era, en efecto, ese mismo rey del que habían oído hablar. La segunda fue no explicarles que ese rey había abdicado de su trono y había abandonado su reino.

De El camino de los reyes, cuarta parábola.

 

Shallan y su equipo —los mejores que tenía aparte de Ishnah y Vathah, que seguían en Shadesmar— pasaron las siguientes horas planificando. Y luego, por fin llegó el momento.

Los cinco llegaron a una Puerta Jurada fuera de Urithiru, ocultos entre un grupo de soldados que iban a trasladarse a Narak para reforzarla. Shallan dirigía a su gente proyectando confianza, aunque por dentro reconocía que estaba aterrorizada. Mraize e Iyatil la habían manipulado otras veces. Tenían una comprensión casi sobrenatural sobre la política de Roshar, incluyendo la política entre dioses.

Mientras otros grupos trataban de dominar reinos, los Sangre Espectral trataban de dominar mundos, o de controlar unas fuerzas económicas tan enormes como esos mundos. Eso era lo que aterrorizaba a Shallan: no las cosas que temía que hiciesen, sino las cosas que era demasiado ignorante para temer que hiciesen.

Esos pensamientos la acosaban, junto con unos cuantos congojaspren, mientras la luz destellaba a su alrededor y su grupo se trasladaba a Narak, la ciudad que ocupaba el centro de las Llanuras Quebradas. Había pasado un año y medio desde la trascendental expedición de Dalinar y los acontecimientos que habían invocado la tormenta eterna. Desde entonces, Narak se había convertido en una fortaleza. Los Custodios de la Piedra habían expandido la plataforma de la Puerta Jurada en más de tres metros de radio. Luego, tanto esa plataforma como cada meseta del grupo central se habían transformado en bastiones defensivos, rodeados por murallas creadas por moldeado de almas y protegidos por soldados en torres.

Un capitán ojos claros les gritó que se movieran, percibiendo a Shallan y sus cuatro acompañantes como un pelotón de lanceros normal y corriente. Salieron de la plataforma de la Puerta Jurada junto con el resto y llegaron al nuevo anillo de terreno que la rodeaba, donde la gente esperaba a que la transfiriesen. Allí fue donde Shallan y su equipo se marcharon por su cuenta, con la frente bien alta, comportándose como si aquel fuese su lugar. Cruzaron el puente hacia Narak Cuatro, una meseta cercana rodeada por su propia muralla circular.

—Parecen rollos de chouta —dijo Rojo desde detrás de ella.

—¿Se puede saber de qué hablas? —preguntó Gaz.

—De las murallas que rodean las mesetas —explicó Rojo—. Hacen que parezcan un puñado de rollos de chouta. Ya sabes, abiertos por arriba. Rellenos de carne.

—¿Y nosotros somos la carne? —preguntó Darcira, con su voz enmascarada por un tejido de luz para sonar masculina.

—Claro —dijo Rojo.

—Son demasiado achaparradas para parecerse a choutas —opinó Darcira—. Son más como formaciones de cortezapizarra. ¡Ah! Como tocones de árbol, con el centro podrido.

—O a lo mejor —gruñó Gaz— son como los campamentos de guerra. Ya sabéis, esos sitios donde vivimos durante años.

—¡Anda, pues sí! —exclamó Rojo.

—¿Murallas circulares, soldados por todas partes…? —dijo Darcira—. Qué va, no me encaja mucho.

—Menudos payasos estáis hechos los dos —refunfuñó Gaz—. Tendría que haber seguido siendo un tormentoso desertor. Por lo menos, allá en el monte, la gente estaba demasiado deprimida para soltar bobadas.

Shallan los hizo callar mientras llegaban al final del puente, donde presentaron unas órdenes falsificadas al sargento y a la escriba que estaban de guardia frente al portón. Darcira las había creado con un gesto sobre un papel, y eran una réplica perfecta. Aunque Shallan, por mediación de Adolin, tenía permiso de los Forjadores de Vínculos, prefería no confiar en más gente de la necesaria. Allí cualquiera podría estar a sueldo de los Sangre Espectral.

El sargento hizo pasar a Shallan y a su grupo, que entraron en Narak Cuatro, una meseta muy característica, cubierta de antiguos edificios que habían estado tan envueltos en crem que parecían suaves montículos. Una pequeña aplicación creativa de hojas esquirladas había desenterrado las construcciones de piedra originales, proveyendo a los alezi de barracones y un pequeño mercado, regulado con gran minuciosidad por Navani y el ejército.

Shallan y su equipo hicieron el teatrillo, para el sargento que miraba distraído desde el portón, de entrar en su barracón asignado. Salieron por la parte de atrás llevando las caras y la ropa de unos raspadores de crem, los modestos y desapercibidos trabajadores que mantenían limpios los lugares como aquel. Mientras adoptaban sus posiciones, se unió a ellos Jayn, una mujer rirana a la que Shallan había reclutado para la Corte Inadvertida ocho meses antes. La habían enviado como avanzadilla para vigilar el escondrijo de los Sangre Espectral.

—Siguen congregándose, brillante —dijo Jayn en voz baja, disfrazada también de raspador de crem—. Esta última media hora he visto a cinco o seis personas entrar en el edificio.

Shallan asintió. Según los informes, había alguien en el portal, utilizando arena negra para revisar a toda la gente que entraba. Eso complicaría valerse de tejidos de luz, ya que la arena revelaba el uso de poderes Radiantes.

Para mantener los disfraces, su equipo empezó a nivelar una sección de calle cerca del escondrijo, utilizando cinceles para quitar el crem, las plantas y los líquenes que crecían en la piedra. Gaz colocó unos postes unidos por cordel para cerrar al tráfico su zona de trabajo, desviando a los peatones y permitiéndoles hablar sin preocuparse de que los oyera nadie.

Shallan adoptó el papel de capataz, paseándose por allí y comprobando el trabajo de los otros cinco. En realidad estaba observando la madriguera, un supuesto almacén sin importancia. Llegaron dos hombres, uno de ellos un alezi bajito y uniformado al que reconoció por los dibujos de Hoid. El otro pertenecía al séquito del supremo azishiano, un visir, aunque no era ninguno de los importantes, como Noura. Shallan tomó una Memoria él, para poder añadirlo más tarde a su colección.

Mraize rara vez había dejado que Shallan conociera a nadie aparte de él, aislándola de lo que estaba resultando ser una red inquietantemente extensa, que incluía a personas de la mayoría de las principales organizaciones políticas de Roshar. Que ella supiera, su objetivo principal era hallar la forma de empezar a enviar luz tormentosa fuera del planeta, pero aquello, aunque con toda probabilidad fuese una fuente potencial de grandes riquezas, parecía demasiado poco ambicioso para Mraize e Iyatil.

La puerta del escondrijo tenía un porche cubierto, con una sombra oscura justo en el interior. Cuando llegaba cada nuevo miembro de los Sangre Espectral, una figura bajita y embozada en una capa salía de la sombra para inspeccionarlo. Shallan captó un atisbo de una máscara de madera pintada, y el contorno de la figura parecía femenino. Eso confirmaba las observaciones de Darcira: o bien se trataba de Iyatil o, más probablemente, de la mujer recién llegada.

La guardia de la puerta inspeccionó a ambos recién llegados tocándoles la cara para comprobar que no hubiera discrepancias en sus rasgos. Luego hizo que sostuvieran un frasco de arena negra.

Shallan se acuclilló junto a Darcira, Gaz, Rojo y Jayn mientras trabajaban. Fingieron estar ocupándose juntos de una parte del suelo muy complicada mientras Jeneh montaba guardia. Sus spren tenían instrucciones de quedarse en la parte interior de la ropa, para mantenerse ocultos.

—Muy bien —dijo Shallan—. Es nuestra última oportunidad de echarnos atrás.

—Esto no va a ser como infiltrarnos en los Hijos de Honor —añadió Gaz—. Aquel grupo ya estaba moribundo cuando acabamos con ellos. Esta podría ser la organización más peligrosa del planeta. No sé… si deberíamos agachar la cabeza, escondernos de ellos. Dejar que pase la tormenta. No tengo claro que estemos preparados.

—¿Qué opináis los demás? —preguntó Shallan.

—Yo opino —dijo Rojo— que nadie se cree preparado nunca para una operación importante. Tormentas, ¿creéis que esos chicos de la muralla se creen preparados para luchar en una guerra? La cuestión no es si estamos preparados, sino si debe hacerse.

Gaz gruñó.

—Es verdad, supongo. Rojo, tienes que dejar de decir cosas inteligentes. Vas a poner patas arriba mi opinión sobre ti.

Rojo sonrió y siguió trabajando con su cincel, raspando crem. Tenía experiencia con utensilios como aquel, ya que había sido aprendiz de artesano en su juventud.

—Yo creo que nuestro plan es bueno —dijo Darcira—. Voto por seguir adelante.

Era una persona inusual, una científica que había mostrado talento para el tejido de luz y había abandonado a los fervorosos para unirse a Shallan. Era la única de la Corte Inadvertida que tendía a atraer logispren con tanta frecuencia como creacionspren.

—Me preocupa la cantidad de gente que hay ahí dentro —dijo Jayn—. Shallan, vas a estar superadísima en número. ¿De verdad es necesario hacer esto?

—Dentro de poco más de ocho días —respondió Shallan en voz baja—, Dalinar Kholin se batirá en duelo contra el campeón de Odium para decidir el destino del mundo. Los Sangre Espectral, por lo que sabemos, son la fuerza política secreta más peligrosa del planeta. Por tanto…

—Van a implicarse de algún modo —concluyó Rojo—. Tendrán algún plan para poner en peligro el duelo. Yo me apunto.

Su spren tarareó desde el interior de la chaqueta de Rojo. Matriz no solía hablar mucho y, por lo que Shallan había deducido, no tarareaba al saborear mentiras: parecían gustarle las aliteraciones, nada menos.

—Iyatil y Mraize están acostumbrados al lujo de la oscuridad y la sombra —dijo Shallan—. Tenemos que sacarlos a la luz, desnudos ante el mundo entero. Mientras tengan el monopolio de la información, van a controlarnos. Y si siempre estamos reaccionando a ellos, nunca atacando, van a derrotarnos. —Calló un momento mientras las palabras del propio Mraize le volvían a la mente—. Una presa solo es capaz de huir. Puede sobrevivir, pero nunca ganar. No mientras viva el depredador.

—Claro —dijo Gaz—, pero también podríamos enviar el equipo de ataque Radiante ahí dentro y listos. Mira que no me gusta depender de los Corredores del Viento para nada que no sea el transporte, y hasta en ese caso suelen apañárselas para colarte una lección o dos, pero… igual esta vez podríamos dejarles la iniciativa, Shallan.

—Los utilizaremos —le aseguró ella—. Pero Gaz, si hacemos entrar primero a los soldados, tengo la sensación visceral de que Mraize e Iyatil encontrarán la forma de escapar. Y aunque no, tendrán la boca cerrada. Podríamos meterlos en la cárcel una década y esos dos guardarían silencio. Necesito saber lo que planean. Necesito entrar en esa reunión.

Ya había descubierto algunas cosas de las que anhelaba, sí. Kelek y sus propios recuerdos recuperados eran algunas piezas, pero había muchísimas más. Piezas que abarcaban mundos. Se moría de ganas de tener al menos una ocasión de oírlos hablar con libertad.

Y además de eso… de verdad estaban planeando algo. ¿Por qué estaba espiando a Dalinar esa mujer? ¿Para qué querían a Ba-Ado-Mishram? ¿Irrumpir allí con la espada desenvainada y los poderes destellando frustraría sus planes? Tal vez. Tal vez no. Dependería de qué partes estuviesen ya en marcha.

—A la tormenta con todo —dijo Gaz—. Tienes razón. Me apunto.

Gaz y Rojo se contaban entre sus amigos más antiguos, y entre los Tejedores de Luz más expertos que tenían. Shallan conocía a Gaz lo bastante bien para saber que sus reparos eran reales: de verdad estaba preocupado por aquella misión. Pero sabía que, en parte, también objetaba para que esos reparos se dijeran en voz alta y se superasen.

—Yo también voto sí —dijo Jayn—. Aunque quien correrá verdadero peligro eres tú, brillante.

—Estaré bien —respondió Radiante—. Seguimos, entonces. Con un poco de suerte, aún no habrán empezado a tratar ningún tema importante.

Su equipo ya había hablado de aquello. Los Sangre Espectral no podían llevar hasta allí a todo el mundo a la vez por las Puertas Juradas. Un grupo numeroso llamaría demasiado la atención y, dado que seguían llegando invitados con cuentagotas, Shallan confiaba en que Mraize aún estuviera esperando.

Darcira consultó con disimulo su reloj, que, como muchos eruditos, llevaba integrado en un brazalete fabrial de los que construía Navani.

—La siguiente transferencia por Puerta Jurada será dentro de poco más de media hora, y nuestro equipo de vigilancia ha identificado a unos cuantos miembros de los Sangre Espectral importantes, al menos según Sagaz, merodeando por la gran entrada de Urithiru, como esperando a que les llegue el turno. Es muy probable que vengan en esa próxima transferencia, lo que nos deja el tiempo suficiente para organizar la fase dos.

—Trabajemos unos minutos más —sugirió Gaz—. Si no, será sospechoso que nos hayamos colocado aquí.

Shallan asintió, de acuerdo con él, y se puso a raspar de verdad. Era un trabajo sorprendentemente duro, aunque logró soltar un rocabrote de lo más desafiante, metiendo su cincel debajo y haciendo fuerza hasta sacarlo por fin. Una lluvia muy tenue había empezado a teñir el aire, aunque, tras la alta tormenta de la noche anterior, la siguiente no debería llegar hasta unos días más tarde. El tiempo había estado raro desde la llegada de la tormenta eterna, y las lluvias como aquella eran más frecuentes.

Patrón canturreó con suavidad desde el interior de su chaqueta, aunque Shallan no habría sabido decir por qué. Aquella siguiente parte iba a ser difícil. Nunca había oído hablar de aquella extraña arena negra antes de su reunión para planificar, ese mismo día, pero al parecer la habían utilizado para detectar a spren ocultos hacia el final de la ocupación de Urithiru.

Ya fuese dentro de frascos en manos de guardias o espolvoreada por el interior de los alféizares, aquella arena cambiaba de color si se le aproximaba algún spren inteligente. Los spren inferiores no parecían ser detectables, pero sin duda los crípticos lo serían. Y lo peor de todo era que también revelaba tejidos de luz.

Tampoco era que Shallan estuviese muy sorprendida: había visto a Sagaz utilizar algo parecido una vez, y siempre se había preguntado por la mecánica. Por desgracia, la arena significaba que tendría que hacer la parte más difícil sin sus poderes y sin su spren.

—Ya es hora de moverse —dijo Shallan, levantándose—. Vamos.

Sigzil hacía todo lo posible por fingir que era Kaladin.

Mantuvo la espalda erguida durante la larga reunión de estrategia que siguió a la primera conversación de los monarcas, y trató de aparentar que comprendía más de lo que captaba en realidad. Kaladin siempre estaba muy seguro de sí mismo. Siempre sabía cuál era el siguiente paso a dar.

Sigzil no era capaz de eso, pero sí que podía fingir lo suficiente para mantener apartados a los congojaspren. Comportarse como si su sitio estuviera entre los monarcas, los generales y el tormentoso Aqasix Supremo del Imperio Azishiano.

La madre de Sigzil estaría riéndose de él; leía entre líneas la diversión en las cartas que recibía de ella. ¿Él, un militar? ¿Su estudioso pequeñín, tan sensible y refinado? Incluso en Azir, se habían reído de él por lo tiquismiquis que era. Y, sin embargo, allí estaba, codeándose con un grupo de generales.

—Alguien —susurró para sus adentros— terminará descubriendo que soy un fraude, ¿verdad?

—No eres un fraude —le susurró en respuesta Vienta, su spren, manteniéndose invisible como solía hacer.

—Soy un erudito fracasado, un cantamundos mediocre y un perfeccionista quisquilloso que pone a todo el mundo de los nervios. Soy…

—¿Sobreviviste al Puente Cuatro? —le preguntó ella.

—Sí —susurró Sigzil—. A través del dolor y la tormenta, sobreviví.

—Entonces puedes sobrevivir a esto.

—Pero ¿y liderarlos? —preguntó él.

—¿Tú cuál crees que fue el resultado de ese dolor y esa tormenta? —replicó ella en voz baja—. Ahora eres un líder, Sigzil. Eres un héroe. Vive esa verdad.

Hicieron un descanso en la reunión y Sigzil terminó al lado de Kmakl, el príncipe consorte thayleño, al borde del enorme mapa resplandeciente.

—Lo que no entiendo —estaba diciéndole Kmakl a Ka, la escribana Corredora del Viento— es de dónde salen sus tropas.

Al otro lado de la sala, el brillante señor Dalinar, la brillante Navani, la reina Jasnah y la reina Fen se retiraron a una cámara más pequeña para hablar de alguna cosa delicada. El supremo azishiano se había marchado un poco antes, para regresar a su ciudad. No solía involucrarse en los planes de batalla detallados.

—Sus tropas renacen —respondió Ka mientras repasaba los informes de los exploradores.

Hizo algunas anotaciones con su pluma plateada, uno de los usos más interesantes de una hoja esquirlada entre los Corredores del Viento hasta la fecha. Tenía un cartucho rellenable de tinta y todo. Ka elegía vestir una havah azul con el símbolo del Puente Cuatro bordado en el hombro, uno de los uniformes nuevos que Kaladin había autorizado.

También había uno de inspiración azishiana, que Sigzil podría ponerse. Sus reclutas más recientes procedían de todas partes de Roshar, y el propio Sigzil había argumentado que los Corredores del Viento no deberían percibirse como un grupo alezi. Entonces, ¿por qué no se ponía ese uniforme en vez del que le habían dado hacía ya tantos meses? ¿Era por el tatuaje de su frente?

«El Puente Cuatro ha sido el único sitio donde me he sentido jamás una persona y no una casualidad», pensó. Pero sin Kaladin, sin Roca, sin Teft, sin Moash… ¿seguía siendo de verdad el Puente Cuatro? Lo único que quería Sigzil era volver a sentarse junto a aquel fuego, con sus amigos, aguantando las amables burlas de Roca por contar los pedazos de carne en cada cuenco de estofado para asegurarse de que todo el mundo recibía la nutrición adecuada.

—Brillante señor —le dijo Kmakl—, ¿va todo bien?

—Sí —respondió Sigzil, cogiéndose las manos a la espalda y obligándose a prestar atención a la logística—. ¿Decís que tienen demasiadas tropas? Creo que Ka está en lo cierto. Sus Fusionados renacen, por lo que siempre van a tener más tropas que nosotros.

—Cierto, cierto —reconoció Kmakl—. Pero, teniendo en cuenta la cantidad de Fusionados que avanzan hacia las Llanuras Quebradas, esos transportes de tropas que navegan hacia Ciudad Thaylen… deberían estar llenos de cantores normales. Van a arrojarlos contra nuestras líneas como cebo, para que caigan en nuestras redes. Pobrecillos. Tienen que estar quedándose sin soldados para el frente, ¿verdad?

—Por lo visto, no —dijo Ka—. ¿Cómo vamos a distribuir a los Corredores del Viento, Sigzil?

—Ciudad Thaylen necesitará al menos un pelotón, quizá una compañía entera —respondió Sigzil—. Supongo que el enemigo desplazará por lo menos algunos Rompedores del Cielo a las Llanuras Quebradas, ahora que el bloqueo está roto, pero es seguro que habrá una fuerza aérea protegiendo esos transportes de tropas durante el cruce. Así que deberíamos estar preparados para enfrentarnos a ellos cuando lleguen a Ciudad Thaylen y no renunciar a la superioridad aérea.

Deseó que tuvieran más variedad en sus fuerzas Radiantes. Sí, contaban con Corredores del Viento y Danzantes del Filo en abundancia, y con cifras crecientes de Custodios de la Piedra y Tejedores de Luz. Pero las filas del resto de órdenes estaban casi vacías.

—El enemigo tendrá difícil desembarcar en nuestra capital —afirmó Kmakl—. Ahí es cuando serán más vulnerables. Quemaremos los muelles y tenderemos rompecascos en los bajíos. Cuando atraquen, nos replegaremos a la muralla.

—La última vez la destrozaron con tronadores —señaló Ka—. Pero tengo una idea. Podríamos asignar nuestros Corredores del Viento a otro campo de batalla hasta que el enemigo llegue al vuestro, haciendo que desperdicien a los Rompedores del Cielo en proteger sus barcos durante días.

—Muy buena idea —dijo Kmakl—. Teniendo Puertas Juradas tanto en las Llanuras Quebradas como en Ciudad Thaylen, podemos transferir tropas entre campos de batalla según las necesitemos.

El príncipe consorte alzó la mirada hacia donde había estado antes la delegación azishiana. «Quizá recordando —pensó Sigzil— lo que ha dicho el Visón. Sobre que la defensa de Azimir será más difícil de lo que parece». Iba a ser la única ciudad de las tres que no podría recibir apoyo desde los demás campos de batalla, dado que su Puerta Jurada dejaría de funcionar pronto. Pero, al menos, esperaba la llegada de todo un ejército en su ayuda al cabo de unos días.

Sigzil tenía que preocuparse por querer abarcar demasiado con sus Corredores del Viento. La batalla de las Llanuras Quebradas iba a ser extraña, con tanto Fusionado. Y, de algún modo, él debía liderar esa defensa.

—Podemos utilizar las Puertas Juradas, de acuerdo —dijo Ka—, pero habría que tener muchísimo cuidado con ellas. Ya van demasiados casos de: «Un momento, ¿qué hacen esas fuerzas enemigas tocando las narices en la parte blandita de mi retaguardia?». Creo que deberíamos asignar a gente para que no pare de hablar con todos los spren de las Puertas Juradas, a ver si conseguimos evitar más deserciones. ¿Qué te parece, Sigzil?

¿Qué le parecía? Sigzil la miró, y entonces oyó las palabras de su spren resonando en su mente.

«Vive esa verdad».

A la tormenta con él, ya era hora de parar de dudar de sí mismo, ¿verdad? Ya era hora de parar de estar nervioso. Lo habían nombrado comandante.

Debía comportarse como tal.

—Me parece que tienes razón —contestó—. Y además… Ka, tengo una idea para la defensa de Narak. Donde estoy yo al mando. Es una idea rara, pero creo que puede funcionar.

—Excelente —dijo ella—. Si es así, deberíamos consultarla con el Visón.

Kmakl paseó la mirada por toda la sala.

—Yo también tengo unas preguntas que hacerle. Pero… ¿lo ha visto alguien?

Tormentas. El hombrecillo se había esfumado una vez más.

Jasnah, acompañada de Dalinar, Navani y Fen, entró en una habitación llena de plantas y oscilantes vidaspren.

Antes era una estancia normal, pero, con el despertar del Hermano, se había transformado. La piedra del techo parecía transparente y mostraba una réplica del sol, dando la sensación de estar bajo una claraboya. Pero ese sol no se movía ni coincidía con la verdadera posición del de fuera.

Unas partes de brillante luz blanca incrustadas en la piedra hacían chispear las paredes y el techo, y habían empezado a brotar plantas desde la mampostería: enredaderas y rocabrotes, musgo e incluso hierba en algunos sitios. Todo ganando tamaño a una velocidad increíble.

—Había oído hablar de este sitio, hace tiempo —dijo Marfil, con voz suave pero audible desde donde estaba, reducido a un tamaño diminuto en el pendiente de Jasnah—. A la torre le gusta experimentar con lo que debería ser una habitación, construyendo extraños paisajes. Creía que las historias eran inventadas.

—Esto está desmadrándose un poco —dijo Dalinar desde el centro de la estancia, con enredaderas rodeándole las piernas—. ¿Podemos pedirle al Hermano que lo atempere?

—Prefiere no hacerlo —respondió Navani.

La sala vibró y una voz suave resonó desde los conductos de ventilación que había cerca del suelo:

—Es una estancia para mi hermana, si viene de visita. Una estancia para la Vigilante Nocturna.

—Muy bien —repuso Dalinar con su voz más firme. Su voz de «En realidad deberías escucharme y obedecerme, pero fingiré que no me molesta que no lo hagas»—. Agradecemos tu disposición a hacer que la torre funcione.

—No tuve mucha elección en el asunto —dijo el Hermano—, pero alguna sí que tuve. Así que de nada.

La reina Fen cogió una silla de las que estaban apiladas cerca de unas mesas al fondo y la liberó del follaje. Habían utilizado aquella sala más pequeña, contigua a la de reuniones, para guardar cosas. Jasnah pisó con suavidad, intentando imaginarse a la Vigilante Nocturna de visita, disfrutando de la abundancia de vida. ¿Había sucedido alguna vez? El Hermano y la torre se habían apagado justo antes de la Traición, hacía más de dos mil años.

—¿Cuándo se creó la Vigilante Nocturna? —preguntó Jasnah a Marfil—. La llamamos la Antigua Magia, pero ¿cuánto tiempo lleva presente? ¿Cuándo le dio forma Cultivación?

Antes de que Marfil pudiera responder, una voz susurró desde un conducto cercano:

—La Vigilante Nocturna surgió de la Noche, igual que el Padre Tormenta surgió del Viento. Aunque, cuando yo era joven, el Viento era diferente. Muy diferente.

—¿Cuándo se te creó a ti, Hermano? —preguntó Jasnah.

—Hace unos seis mil años, cuando las Piedras quisieron un legado en forma de un vástago de Honor y Cultivación. En la época durante la que los Forjadores de Vínculos no se vinculaban con spren, sino con las fuerzas antiguas, dejadas atrás por dioses.

—¿Y al Padre Tormenta?

—Poco antes que a mí.

—Pero eso es inexacto —dijo Jasnah—. Según Dalinar, el Padre Tormenta ya existía cuando los humanos llegaron a Roshar, hace siete mil años. El Padre Tormenta recuerda el suceso y concretó el momento.

—Ha sido confuso —respondió el Hermano— enterarme de todo lo que sucedió mientras dormía. Conocí al Padre Tormenta cuando él era joven. Yo, a quien dio forma la Piedra, que tenía por hermanos a Viento y Noche. La Noche se marchó. Pocos la querían, o hablaban de ella siquiera, y parece que nuestra madre la reemplazó por un ser con parte de la misma esencia. Una nueva criatura, no conectada a la percepción de nadie.

»Ahora, el Padre Tormenta ha cambiado y la Vigilante Nocturna no me ha hablado como solía. Mis hermanos ya no son como los recuerdo. Eso no me gusta nada.

Había algo en esa línea temporal que no le encajaba a Jasnah. Algo que le daba ganas de reunir a los demás veristitalianos y ponerlos a trabajar en la búsqueda de fuentes primarias. Pero antes, su tío tenía algo que quería decirles. Navani y ella se volvieron hacia Dalinar, en el centro de la sala, con los ojos cerrados. Parecía como si estuviera flotando bajo un mar de luces, con la hierba ondeando en torno a sus pies.

—¿Tío? —lo llamó Jasnah.

—No estoy preparado —dijo él abriendo los ojos— para combatir a Odium.

—No sé qué preparación podemos tener, dado el plazo —repuso Navani—. Un plazo que tú mismo aceptaste.

—Sí. Lo hice.

Dalinar agarró una silla de una pila que había detrás de unas mesas con mantel, haciendo que todo el conjunto se moviera al separarla del resto, y Jasnah oyó un claro gañido procedente de allí. No estaban solos.

Por supuesto que no lo estaban. Esa chica parecía capaz de colarse en cualquier sitio. Jasnah echó un vistazo en Shadesmar y vio a Lift allí, manifestada como una luz que brillaba como la llama de una vela. Junto a ella había alguien más. Qué curioso.

—Incluso mientras aceptaba el contrato —dijo Dalinar, colocando la silla para Navani y yendo a por otra—, no estaba seguro del todo, pero la oportunidad era demasiado valiosa para dejarla escapar. Ahora que veo la consecuencia de un error mío, no haber evitado este ataque, temo que haya más, diga lo que diga Sagaz.

—¿Qué es eso que digo? —Sagaz acababa de regresar a la sala, cargado con aperitivos. ¿Para eso había salido, retrasándolos a todos? ¿En serio? Ofreció a Jasnah un plato de fruta—. Espero que, sea lo que sea lo que dices que he dicho, fuese o bien desagradable o bien inteligente. O las dos. La verdad es que prefiero las dos.

—Me preocupa que Odium vaya a sorprenderme —respondió Dalinar.

Miró a Jasnah y movió la cabeza hacia las sillas, con una mirada interrogativa. Ella respondió asintiendo, así que su tío le trajo una. Era curioso lo mucho que había cambiado. Jasnah había leído acerca de unos tiempos en los que no se habría preocupado por nadie más. Ella lo había conocido, a lo largo de su etapa adulta, como un hombre dispuesto a cuidar de la gente incluso cuando la gente no quería. Y en ese momento, por primera vez que Jasnah recordase, acababa de preguntarle si quería su ayuda. Porque Dalinar sabía que, a veces, a Jasnah no le gustaba que la gente hiciera cosas por ella que preferiría haber hecho ella misma.

Se sentó. Fen acercó su propia silla y Sagaz dispuso una mesa pequeña y colocó la comida sobre ella de un modo artístico, porque cómo no iba a hacerlo. Jasnah cayó en la cuenta, distraída, de que sí que tenía hambre. Lo más probable era que todos hubieran olvidado desayunar con tanto caos.

De vez en cuando, estaba bien tener a alguien que cuidara de ti. Jasnah no culpaba a los demás por confundirse respecto a lo que ella quería: se confundía a sí misma con bastante regularidad. De modo que ese día se limitó a disfrutar del plato de fruta.

Sagaz llevó una silla y la puso al revés antes de sentarse junto a ellos. Cuando estaban en público adoptaba el comportamiento propio de un Sagaz, quedándose de pie tras la silla de Jasnah, mostrándole la debida deferencia. En cambio, en un entorno como aquel… bueno, fuera lo que fuera ese hombre, estaba por encima de una reina o un alto príncipe. Sagaz no necesitaba decirlo: podía sentarse entre ellos. A esas alturas ya lo sabían todos, incluso Fen, que lo miraba como a una anguila que pudiera atacar en cualquier momento.

—Haces bien en preocuparte —le dijo Sagaz a Dalinar—. A mí me inquieta este nuevo Odium. El poder me recordará y me odiará vaya quien vaya al timón, pero el nuevo recipiente me robó varios recuerdos y luego me dejó ir creyéndome había sido más listo que él o ella. Eso nos dice algo sobre su personalidad. No es alguien que se regodee, aunque seguro que al poder le habría gustado hacerlo.

—¿El poder… puede pensar? —preguntó Jasnah.

—Sí —dijo Sagaz—. Pregúntale a tu spren qué es lo que pasa cuando se deja a los fragmentos de un dios demasiado tiempo a la suya. Se levantan, caminan por ahí y empiezan a ir de un lado a otro en los pendientes de las personas. Empiezan a involucrarse.

»Cada dios es una rodaja de una entidad mayor asesinada hace unos diez mil años. Su poder se dividió y esos fragmentos tienen Identidades, Intenciones. Honor, el instinto de crear vínculos y mantenerlos. Odium, la ira divina, desligada de factores de moderación esenciales como la clemencia y el amor.

—Antes he hablado con otra —dijo Dalinar—. Subiendo hacia aquí, Cultivación se me ha aparecido en forma de mujer.

Jasnah se puso en alerta, con un trozo de palafruta a medio camino de la boca.

—¿Cultivación te ha hablado? —preguntó—. ¿Por eso me has hecho entrar aquí?

—Creo que sí —dijo Dalinar—. Tenía el mismo aspecto. Sonaba igual. Daba la misma sensación. Podría ser alguna clase de truco, lo reconozco, pero… había algo en el encuentro que…

—Y te ha dicho… —lo espoleó Sagaz.

—Me ha dicho que debo buscar el Reino Espiritual —reveló Dalinar—. Que no necesito expandir mis poderes como Forjador de Vínculos en la misma medida que expandir mi comprensión, en particular del pasado. No puedo viajar en el tiempo, pero sí puedo recorrer las visiones. Puedo presenciar cómo los Heraldos y los Radiantes se ocuparon de Odium otras veces. Cultivación ha insinuado que ya llevo años en este camino sin darme cuenta y que, si averiguo lo que debo, sabré cómo derrotar a Odium.

Tormentas. Jasnah pensó en lo maravilloso que sería poder viajar a otras épocas. Ella había dedicado toda su vida a estudiar el pasado como una manera de comprender el futuro. Sus esfuerzos, aunque triunfales a veces, siempre habían sido imprecisos. Similares a escrutar las sombras en busca de formas que interpretar.

Por medio de las visiones de Dalinar, podía saber qué había creado esas formas. No era un auténtico viaje al pasado, pero las posibilidades que ofrecía…

—Pero ¿puedes visitar cualquier otra época? Creía que las visiones eran más rígidas.

—Yo también lo pensaba —dijo Dalinar—. Pero, en los últimos tiempos, he descubierto que las palabras del Padre Tormenta sobre ellas estaban llenas de… bueno, tampoco de contradicciones. De verdades incompletas. Cultivación sugiere que hay mucho más que ver y descubrir.

—Todo existe en tres dominios —explicó Sagaz—. Está el Reino Físico, donde vivimos ahora mismo. Está Shadesmar, el Reino Cognitivo, donde las mentes proyectan sus impresiones. Y, por último, está el Reino Espiritual. El dominio de nuestras almas, de nuestros vínculos con nuestro pasado y con otras personas.

»El Reino Espiritual es un lugar peligroso, confuso. Todos los acontecimientos del pasado aún tienen sus ecos en ese lugar, sí, igual que las cicatrices del cuerpo son un registro de las heridas recibidas. Sin embargo, cuando recorres las visiones con el Padre Tormenta, Dalinar, lo haces de un modo cuidadosamente prescrito. Desviarte de ese rumbo supone el riesgo de perderte en un lugar donde no hay direcciones, no hay salvavidas. Un lugar donde incluso yo, uno de los seres antiguos, piso con cautela.

—Pero ¿de veras serviría de algo? —preguntó Navani—. Dalinar, ¿el Padre Tormenta no insinuó que las visiones no pueden mostrarte nada que él no sepa? Si es así, ¿qué podrías descubrir?

—Sí que parece demasiado riesgo —convino Fen— para algo tan nebuloso.

—Hay… más. —Dalinar entrelazó las manos por delante—. Otra cosa que me ha dicho Cultivación. ¿Qué le pasó a Honor, Sagaz? ¿Qué ocurrió de verdad en el momento de su muerte?

—No lo sé —reconoció Sagaz, su voz suave, sus brazos cruzados ante él sobre el respaldo de la silla—. Estaba fuera del planeta cuando sucedió, para mi eterna desgracia. Otros asuntos atrajeron mi atención y dejé que se me escurrieran los siglos entre los dedos. Honor estaba errático cuando me fui. Al volver… —Se encogió de hombros—. Desaparecido. Los Radiantes, quebrados. El mundo, agitado después de la Traición. Llevo desde entonces intentando ponerme al día.

—¿Y… sabes dónde se encuentra su poder? —preguntó Dalinar.

Sagaz no respondió de inmediato. Respiró hondo y compuso una sonrisa en las comisuras de los labios.

—Conque te ha dado un codazo en esa dirección, ¿eh?

—Así es —dijo Dalinar—. Si vamos a combatir contra un dios, ¿no nos convendría tener a uno de nuestro lado?

«Un momento —pensó Jasnah—. ¿Qué está diciendo?».

—Aún estoy por conocer a una persona —replicó Sagaz— que haya tomado una de esas Esquirlas y no lo haya lamentado, amigo mío.

—Igual que con cualquier otra carga de responsabilidad.

—Sí —dijo Sagaz—, solo que peor por órdenes de magnitud.

Sagaz miró a su alrededor y Jasnah se fijó en que Fen lo observaba con los ojos como platos. Sin cuestionarlo, pero a todas luces sintiéndose muy superada.

Estaban hablando de que Dalinar Ascendiera a Esquirla de Honor. Tormentas.

—Me parece un salto muy grande —dijo Jasnah—. Demasiado grande.

—No se me ocurre qué más intentar —susurró Dalinar.

—¿Y si renegociamos el contrato? —propuso ella.

Todos la miraron.

—Si hay un nuevo Odium —añadió Jasnah—, quizá acepte unos términos diferentes. Tal vez detenga la guerra por completo si le hacemos una buena oferta. —No miró a Sagaz—. ¿Y si permitimos que se marche?

—Jasnah —dijo Sagaz con cara de dolor—, no podemos liberarlo en el Cosmere.

—Como mínimo, debemos considerar todas las opciones —insistió ella—. Tú mismo dices que los otros mundos, y los seres que los gobiernan, están satisfechos de dejarnos a Odium a nosotros. No nos ofrecen ayuda ni auxilio, y a veces una tiene que pensar primero en sí misma. ¿Y si renegociáramos?

—No —dijo Dalinar en voz baja—. Ya se aprovechó de nosotros una vez, y solo renegociaría si le conviniera. No lo haría si no pudiera obtener más ventaja. Creo que tenemos que explorar otras opciones fuera del contrato, opciones como el poder de Honor.

Callaron todos un momento, y Jasnah tuvo que admitir que negociar no les había salido demasiado bien que digamos la primera vez. Miró a Sagaz, que se hundió en su silla, ofendido, al cruzar la mirada con ella. Impedir que Odium destruyera más mundos era uno de sus principales objetivos.

—Paz —dijo Jasnah, apoyándole una mano en el brazo—. Solo estoy haciendo preguntas, como es mi obligación.

—Lo entiendo —dijo él con un asentimiento, y de verdad parecía entenderlo—. Y la carga que se os ha endosado a todos es injusta. Tenéis todo el derecho del mundo a estar cabreados con las otras Esquirlas. Yo desde luego lo estoy. Dalinar, creo que no vas desencaminado con eso que te planteas.

Dalinar asintió.

—Me preocupa que necesite mucho más que lo que pueda ofrecer este duelo, sea en los términos que sea. Si llevas un ejército de seis hombres contra un ejército de decenas de miles, perderás. Eso es lo que estoy haciendo yo al enfrentarme a Odium. ¿Y si hay una manera mejor? ¿Y si existe una forma de luchar contra Odium? De derrotarlo, destruirlo, exiliarlo. Utilizando el poder de un dios.

Jasnah se estremeció y se obligó a planteárselo. Ya había sabido, incluso cuando nadie más quería reconocerlo, que no había nada observándolos ni protegiéndolos. Todos los aforismos, los rituales y las escrituras estaban ahí para consolar a la gente en el mejor de los casos, para controlarla en el peor. Ella lo había aceptado, aunque en ocasiones deseara con todas sus fuerzas tener ese consuelo.

En tiempos más recientes, hablando con Sagaz, había descubierto hasta qué punto había estado en lo cierto. Había algo allí arriba, solo que no era Dios. Era un grupo de personas normales y corrientes. Jasnah no sabía qué le daba más miedo, la idea de una deidad poderosa y omnisciente controlándolo todo —destruyendo su libre albedrío y a la vez, por algún motivo, sumiendo en tanto dolor al mundo entero— o la certeza de que existían unos seres que gobernaban el Cosmere con inmenso poder, pero tenían todas las rarezas, los defectos y la moralidad limitada de cualquier otra persona.

Después de meditarlo, de plantarse la idea de Dalinar como era debido, Jasnah se descubrió todavía opuesta a ello. Los reyes ya eran bastante malos. Aquello era mucho peor.

—Dalinar —dijo—, no estoy nada cómoda con esta línea de razonamiento.

—Yo tampoco —respondió él—. Tormentas, Jasnah, yo tampoco. Pero nos enfrentamos a un ser de inmensa fuerza e inteligencia. Cuando llegue al duelo dentro de ocho días, sin duda va a poder flanquearme. Estoy cada vez más convencido de que sucederá.

—Así que estás diciendo —dijo Fen— que la única forma de ganar… ¿es enfrentarte a ese ser como su igual? ¿Con el poder de Honor?

—¿Tú lo sabes, Sagaz? —preguntó Dalinar—. ¿Qué le pasa al poder de una deidad cuando la deidad muere?

—Es diferente en cada mundo —dijo Sagaz—. En uno, estaba por todas partes y no nos dábamos cuenta. En otro, el poder de la deidad estaba guardado en un metafórico armario, embutido en Shadesmar, dejado allí para podrirse. Aquí, si al final resulta que no se Astilló, entonces está en el Reino Espiritual. Creo que podría ser la misma sustancia de tus visiones, con su interesante comportamiento.

—Lo mismo opina Cultivación —respondió Dalinar—. Dice que, si recorro el Reino Espiritual, estará por todo mi alrededor.

—Pero… ¿no está ya por todo nuestro alrededor? —preguntó Navani a Sagaz—. ¿En los spren, la luz tormentosa, el poder de los Radiantes?

—Sí y no. Es complicado. Una Esquirla, un dios, lo permea todo. Hasta el último eje del mundo está, en cierto modo, Conectado a ella. Sin embargo, el Reino Espiritual debe contener un núcleo de lo que Honor era antes. Un pozo de energía, podría decirse. Si alguien Conectase con él del modo correcto, ascendería al puesto de Honor. Y entonces, todo el poder ambiental del mundo formaría parte de ese alguien. Debería encontrar la forma de persuadir al poder de que lo aceptara.

—Y si yo quisiera hacer eso… —dijo Dalinar.

Sagaz lo miró a los ojos.

—Entonces sí, el Reino Espiritual es donde tendrías que empezar. —Haciendo gala de una contención muy poco propia, apoyó la cabeza en los brazos cruzados—. Navani, ¿el Hermano ha reparado en la visita de una diosa a su torre?

Navani miró arriba un momento y luego negó con la cabeza.

—No, pero dice que, de todos modos, su madre es… silenciosa. Escurridiza.

—Los suyos tienden a serlo —murmuró Sagaz—, pese a su enorme tamaño. Lagartos taimados que se esconden donde menos te los esperas. Como otra que yo me sé.

Cogió un cuenco vacío y lo arrojó al fondo de la sala, hacia las mesas amontonadas. Rebotó en el mantel que cubría una y se estrelló contra algo, que dio un chillido.

Dalinar se levantó derribando la silla y se volvió, alerta, con sorpresaspren amarillos estallando a su alrededor. Una fracción de segundo más tarde se dio cuenta de quién era.

—¿Lift? —dijo—. ¿Otra vez?

Apareció la cabeza de una chica adolescente, de rasgos redondos y largo cabello oscuro cayendo lacio a ambos lados de la cara. Una segunda cabeza emergió junto a la suya, de muchos más años y bigote entrecano.

—¿Dieno? —dijo Dalinar, enderezando su silla y volviéndose a sentar.

El Visón parecía avergonzado de que lo hubieran descubierto, mientras que a Lift, como de costumbre, le traía sin cuidado. Se aproximó correteando y echó a mano al refrigerio. El Visón se levantó y se alisó la ropa.

—Podrías haber pedido venir en vez de espiar —añadió Dalinar—. ¿Cómo has entrado, por cierto?

—Conductos de ventilación —dijo el herdaziano—. Y discúlpame, Espina Negra, pero el horrible problema que tiene pedir cosas es que la gente puede negarse, y de hecho lo hace.

—¿Sabíais que es más fácil pasar por un agujero si te rompes el hombro? —preguntó Lift con la boca llena de fruta.

—Dislocar, niña —la corrigió el Visón—. Si te dislocas el hombro.

La joven se encogió de hombros. Jasnah los observó a los dos, pensativa. Lift tenía un potencial considerable como espía, y Jasnah ya se había planteado animarla a tomar ese camino. El Visón, en cambio… era demasiado peligroso. Se fingía apocado, modesto, pero no era leal a la familia de Jasnah, y tampoco se le podía reprochar. En su lugar, ella tampoco lo sería.

—Reconozco —dijo el Visón llegando junto a ellos— que no había esperado que hablarais sobre deificación. Es… ¿puelo arandan? En alezi sería…

—Blasfemo —tradujo Jasnah.

—Ah, sí —dijo el Visón—. Eso.

—¿Y qué esperabas oír? —preguntó Jasnah, jugueteando con una pequeña palafruta verde, pero sin morderla.

—Una conversación sobre si atacar Alezkar o no —respondió el Visón, levantando los hombros.

—¿Alezkar? —dijo Navani—. ¿Por qué? Si ganamos, la recuperaremos, igual que tu país.

—¿Y si perdéis? —preguntó el Visón mirando a Dalinar.

—Se quedan con los dos reinos —dijo él.

—Si es que los controlan —matizó el Visón—. El tecnicismo del contrato funciona en los dos sentidos, ¿no?

Sagaz ladeó la cabeza.

—Supongo que… sí. Si atacáramos y conquistáramos Alezkar antes de que se cumpla el plazo, sería nuestra, independientemente del resultado del duelo.

—Cuando os habéis largado todos —dijo el Visón—, he supuesto que os habías dado cuenta de eso y queríais hablarlo entre vosotros sin darle esperanzas a nadie más.

¿Reconquistar Alezkar? Jasnah podría ayudar a su pueblo a ser de nuevo una nación, no un grupo de refugiados. Irguió la espalda y miró hacia Dalinar, que se había encorvado hacia delante. Su tío cruzó la mirada con ella y Jasnah vio la verdad en sus ojos. Incluso antes de que su propia mente, apresurándose a calcular la logística, llegara a la misma conclusión.

Era imposible.

Kholinar estaba en el mismo centro de Alezkar, fortificada, hogar de miles de Fusionados y varios Deshechos. De algún modo, tendrían que llevar las suficientes tropas para llevar a cabo el asalto, retirándolas de todas sus otras plazas fuertes, y las distancias que eso implicaba…

Los ataques del enemigo iban a llegar a lugares que podía alcanzar con rapidez: Thaylenah en barcos, Azimir a través de Shadesmar y las Llanuras Quebradas por medio de un número menor de Fusionados que se aproximarían volando. Llegar a Alezkar con tan poco tiempo sería…

En fin, era imposible y punto. A menos que destinaran todos sus Corredores del Viento a esa misión y lo apostaran todo a esa única jugada.

—La logística es inviable, me temo —dijo Dalinar—. Kholinar está demasiado lejos y demasiado bien fortificada.

—¿Y Herdaz? —preguntó el Visón—. Allí apenas hay Fusionados. Según los informes de nuestros espías, han retirado de allí casi todo su ejército, tras la caída de mi rebelión. —Dio un paso hacia Dalinar—. Yo podría reconquistarla.

—Y vamos a reconquistarla —dijo Dalinar—. Cuando gane el duelo.

—Disculpa, gancho —replicó el Visón—, pero acabo de escuchar tus reservas sobre la probabilidad de esa victoria. Y, aunque estuvieras confiado, prefiero no confiar nuestra libertad a la espada de otro hombre. Aunque dicha espada sea enorme hasta rayar en lo ridículo. —Se acercó más, con algo en la mano. El raído retal de un estandarte, que Jasnah sabía que llevaba siempre en el bolsillo—. Es digno de elogio que te acordaras de Herdaz para el contrato, Espina Negra. Ya no creo que vayas a olvidarnos, como tan a menudo os pasa a los alezi.

»Pero me hiciste una promesa. Y ahora voy a reclamártela. Primero Alezkar, luego Herdaz. Si no puedes enviar tropas a tu tierra natal, entonces llega el momento de que cumplas conmigo. Me gustaría intentarlo, y para eso necesito que tu palabra no sea en balde. Tropas. Apoyo.

—¿En ocho días? —preguntó Navani—. ¿Quieres que enviemos tropas en ocho días a una nación que está a cientos de kilómetros?

—El Cuarto Puente —dijo el Visón—. Vuestra máquina voladora.

—Necesitaría semanas enteras para cubrir esa distancia —replicó Navani.

—Corredores del Viento, entonces. Pueden llevar a una persona de punta a punta del continente en menos de un día.

—Pero ¿un ejército entero? —objetó Navani.

—Necesitaríamos como mucho unos pocos centenares —dijo el Visón—. Los miembros de mi ejército personal, a los que rescatamos en su momento. Si nos dejáis en la frontera oeste, solo tendremos que internarnos un poco para asaltar la capital y reconquistar así mi país. —Puso el deshilachado fragmento ante Dalinar en la mesa de la comida—. Tu juramento, Espina Negra.

Dalinar se lo quedó mirando. Condenación. Iba a decir que sí.

—Dalinar —dijo Jasnah—, mírame.

Él apartó los ojos de la tela y los clavó en ella.

—Incluso una fuerza de ataque de doscientos efectivos requeriría unos cincuenta Corredores del Viento. Radiantes que necesitamos para proteger lo que tenemos ahora mismo. ¡Apenas contamos con trescientos! No puedes enviar a tantos en una misión como esta. Sin ánimo de ofender al general Dieno, ¡serías uno de los diez locos!

—Hice un juramento, Jasnah —replicó Dalinar.

—Pero…

—¿Qué somos, si no tenemos palabra? —dijo Dalinar—. Dieno, me encantaría tener tus conocimientos en las batallas que se avecinan. ¿Estás seguro de que debes abandonarnos?

—Sí —respondió él—. Gané para ti la campaña de Emul. Ahora demuéstrame que ya no eres el hombre que de joven incendió mi tierra, Dalinar. Cumple tu palabra.

Dalinar asintió.

—Asignaré cincuenta Corredores del Viento a esa tarea. Ve, con mi bendición.

El Visón recogió su trozo de estandarte, cerró el puño alrededor de él y agarró el hombro de Dalinar en señal de agradecimiento. Salió deprisa, sin mirar a Jasnah de camino. Condenación. Le gustaba el hombre en el que se había convertido Dalinar con los años, desde que habían conectado leyendo El camino de los reyes tras la muerte del padre de Jasnah. Pero aquella versión de él podía ser un tormentoso incordio a veces. Jasnah respiró hondo varias veces para contener los furiaspren que brotaban a sus pies.

—Esto es lo correcto, Jasnah —dijo Dalinar, tomando asiento—. Debemos hacer siempre lo correcto. Esos Corredores del Viento regresarán antes de la fecha límite y se unirán a la batalla. Entretanto, habremos cumplido nuestro juramento.

—Lo correcto —replicó ella— no es tan sencillo como hacer un juramento, tío. Es lo que hace el mayor bien a la mayor cantidad de gente, y lograrlo requiere a veces tomar decisiones difíciles.

—¿Y crees que esta no ha sido una decisión difícil? —preguntó él.

Siguieron con la mirada trabada, la voluntad de Jasnah contra la de su tío, hasta que un ruido de succión la distrajo y se volvió para encontrar a Lift de pie a su lado, observándolos a ambos como si fuesen un espectáculo de títeres, con una docena de corazones de palafruta a sus pies y otro oscilando entre sus labios. Por las tormentas en las alturas, ¿cómo podía esa chica tragar tanto tan deprisa? ¿Y estar tan flacucha que daba miedo a la vez?

—Entonces… —dijo la joven—. ¿Va en serio lo de antes? ¿Vas a convertirte en un dios, Dalinar? Guajudo. Muy guajudo. Cuando lo hagas, ¿puedo pedirte un par de cosas? No me gusta nada la sensación de tener dedos de los pies. Ya sabes, como cuando te acuerdas de que los tienes y te pones a pensar en ellos. ¿Podrías arreglarlo? Y además, haz que las gachas sepan a carne y viceversa.

—Espera —dijo Fen—. ¿Qué?

—Las gachas. Deberían saber a carne.

—¿Por qué?

—Porque son un pringue asqueroso. La carne sale de los cuerpos. Es lo que debería ser un pringue asqueroso. Entrañas y sangre y tripas y tal. La carne debería saber a gachas. —Escupió el último corazón y Jasnah se fijó en que, por extraño que pareciese, ya no quedaba nada de los aperitivos que había llevado Sagaz—. Así que… bueno, arréglalo. Ah, y también la guerra y la muerte y todo eso. En realidad, hay un montonazo de cosas que el Todopoderoso tendría que haber arreglado y no lo ha hecho. Igual es que lo distraen tantas oraciones.

—El hecho de que está muerto —dijo Navani en tono seco— quizá sea la mayor distracción de todas.

Dalinar se enderezó de sopetón en su asiento. Luego se puso en pie de nuevo y miró hacia el cielo.

—El Padre Tormenta —susurró Marfil al oído de Jasnah—. Siento que está cerca.

—¿Qué pasa? —preguntó Fen.

—El Padre Tormenta ha oído nuestra conversación —dijo Dalinar—. Y no está nada contento. Es posible que… necesite unos minutos.

El Archivo de las Tormentas 5, Viento y Verdad - Encabezados - Capítulo 22- BUSCANDO UNA TERCERA OPCIÓN

22. Buscando una tercera opción

Tras despedirnos con afecto al día siguiente, vi cómo su carreta se perdía en la distancia, tirada por el padre, cargando a los dos niños, la madre caminando detrás con su morral a la espalda. Una ráfaga de polvo los acompañaba, pues el polvo va allá donde lo desea, haciendo caso omiso a toda frontera.

De El camino de los reyes, cuarta parábola.

Kaladin había entrado en un mundo congelado en el tiempo.

La parte más exterior de Shinovar, en la pendiente que descendía desde el paso, era boscosa. Kaladin anduvo, silencioso, con Syl. Junto a árboles que ni siquiera se estremecieron. Sobre enredaderas que le permitieron pisarlas. Hierba que permanecía tendida como cadáveres.

Pero no daba la sensación de estar muerta. Era vibrante, verde. Pero dócil. Kaladin se agachó para tocar un matojo de hierba, que se lo permitió con toda la confianza. Se levantó y pasó las manos por una rama, que no tembló. Dio golpecitos en varias hojas con forma de diamante, rellenas de agua.

Todo parecía… congelado. Como si Kaladin tuviera acceso a alguna extraña potencia que le permitiera detener un momento en el tiempo y vagar por él. Le daba la impresión de que, cuando se diera la vuelta, todo volvería a moverse de golpe y se apartaría de él al instante, como unos soldados apoltronados poniéndose en posición de firmes al ver llegar a Dalinar.

Además, no había vidaspren, a pesar de las muchas plantas. Qué lugar tan estrambótico. Estrambótico y, de algún modo… ¿maravilloso?

Kaladin debería estar desconcertado. ¿Un país donde las plantas no te tenían miedo? ¿Donde las tormentas no atronaban? ¿Donde uno caminaba sobre un terreno mullido en el que las pisadas sonaban como golpes sordos, en vez de rasposas o a leve bofetada?

Lo encontró extrañamente pacífico. Tranquilizador. ¿Quizá alguna parte profunda de sí mismo sabía que los humanos habían vivido en un mundo lleno de aquellas plantas? O quizá… quizá la vegetación no fuese apocada ni estúpida. Quizá aquellas plantas fuesen valientes. Como mínimo, jamás habían conocido la tiranía de la tormenta, por lo que no habían tenido que esconderse. Kaladin encontró belleza en eso.

También ayudaba que Syl estuviera encantada con aquel lugar.

Revoloteaba de árbol a junco, a enredadera, a hierba, a arbusto, como cinta de luz, haciendo giros y piruetas mientras reía. Siempre que era una cinta de luz, se reducía de nuevo a su tamaño minúsculo, pero titilaba con una gran variedad de colores.

Szeth se puso al lado de Kaladin mientras caminaban, conservando la luz tormentosa. Aún faltaban días para la siguiente alta tormenta, y Kaladin no confiaba en las promesas de Szeth de que en Shinovar las esferas se recargarían como en cualquier otro sitio. A fin de cuentas, había reconocido que su gente apenas las usaba cuando él era joven, sino que se valían de objetos peligrosos como velas.

¿Cómo era posible que Shinovar no hubiera ardido? Con tantas plantas, habría leña de sobra para que lo hiciera. La gente de Kaladin solo usaba velas durante el Llanto.

Syl pasó rauda junto a ellos y trazó una sucesión de bucles antes de internarse entre unas hojas centelleantes. Allí los árboles eran de color blanco hueso con nudos marrones oscuros, y a Szeth pareció divertirle que Kaladin le preguntase cuántos árboles de aquella tierra eran de colores tan extraños. Al parecer, la mayoría tenían los habituales tonos marrones y verdes.

—Lo normal —comentó Szeth mientras Syl pasaba volando en sentido opuesto— sería que este sitio la aburriera. ¿No es menos entretenido inspeccionar plantas que no reaccionan?

—A Syl le encantan las novedades —explicó Kaladin—. Y seguro que está gozando de lo lindo con plantas demasiado lentas para esquivar sus bromas.

—Qué curioso —dijo Szeth—. Aquí no atribuimos voluntad a las plantas, ni pensamientos, ni intenciones, como es tan frecuente que hagáis vosotros. Acabo de acordarme de lo raro que fue viajar al este y oír que la gente hablaba de las plantas como su fuesen objetos animados con sentimientos.

Creo que debería sentirme ofendido, respondió la espada que Szeth llevaba a la espalda, como objeto inanimado con sentimientos.

—No pretendía ofenderte, espada-nimi —le aseguró Szeth.

¡Ah, bien! En ese caso, no te mataré. Ja, ja.

Los dos se detuvieron, escuchando cómo la espada reía para sus adentros. Luego echaron a andar de nuevo, siguiendo un sendero por el bosque. No había demasiadas malezas, por suerte. Kaladin intentó imaginar lo difícil que sería cruzar aquel terreno si las plantas crecieran todas juntas y se negaran a apartarse al tocarlas.

Hasta el momento no había tenido mucha ocasión de hablar con Szeth, con tanto vuelo. O tal vez era lo que Kaladin se decía a sí mismo para posponer la incomodidad. ¿Cuál sería la mejor forma de entablar conversación? «Oye, siento mucho que estés majara» no parecía una frase muy apropiada. Así que probó con:

—Dalinar dice que has tenido una mala época últimamente.

—No sabría decirte —respondió Szeth.

—¿Cómo que no?

—No considero las épocas «malas» o «no malas». Me limito a hacer lo que mi amo ordena.

—¿Y… no desearías que fuese de otro modo?

Szeth clavó la mirada en él. Kaladin llegó a una rama de árbol que pendía baja sobre el camino, le dio un golpecito con los nudillos y se avergonzó al ver que no se retraía. Se agachó y pasó por debajo.

—Estoy aquí —dijo Szeth— porque este es el siguiente paso en mi progreso como Rompedor del Cielo. Mi pueblo y mi tierra me necesitan.

—Así que estás tomando una decisión, no solo haciendo lo que te ordenan. Eso es bueno.

—Se me había ordenado buscar una misión relevante —contestó Szeth—, y esta fue la que se presentó.

Siguió a Kaladin por debajo de la rama, sin tener que agacharse tanto por su menor estatura. Luego se adelantó, como si diese por zanjada la conversación, el muy tormentoso. Kaladin apretó el paso.

—Entonces, ¿quieres hablar de ello?

—¿De ello?

—De la vida. —Tormentas, ¿no debería ser más fácil?—. Dalinar dice que las cosas que has hecho te dejaron cicatrices. No solo físicas, sino mentales.

—Las cicatrices existen —replicó Szeth—. Una vez cargas con ellas, son permanentes. Así que debes tener resistencia. No solo física, sino mental.

—Pero ¿y si no son permanentes? La luz tormentosa puede curar las cicatrices físicas. ¿Y si las mentales sanaran también? O, aunque no desaparezcan del todo, volverse más flexibles, más fáciles de llevar.

—Eso es irrelevante —dijo Szeth—. No necesito sanar, ya que no merezco nada parecido a ello. He matado, y soporto el peso de esos asesinatos. Desear otra cosa supondría minimizar el daño que he hecho, insultar a quienes me susurran desde las sombras, clamando para que mi alma arda en castigo por la sangre que derramé.

Tormentas.

—Szeth —dijo Kaladin—, no puedes vivir así.

—Existo. Hago lo que se requiere. En algún momento, dejaré de existir. Es suficiente con eso.

—Pero…

—No seguiré hablando de esto —afirmó Szeth, con la mirada al frente—. Sé lo que Dalinar pretende que hagas conmigo, ya que no estoy sordo. No es necesario.

—Pero quiere que me escuches.

—Lo único que me pidió fue traerte conmigo —dijo Szeth—. Y, en consecuencia, aquí estás. Tú. Quien casi me mató. Aquí. En mi tierra, en mi misión. —Miró a Kaladin en el bosque nublado, y aquellos ojos de forma rara parecían encajar con la luz más tenue—. Confío en Dalinar porque debo hacerlo, así que no tengo permitido guardarte rencor. Sin embargo, no des por hecho que soportaré que intentes «salvarme», Kaladin Bendito por la Tormenta. No todos los blancos de tu mirada condenatoria necesitan que los protejas. Mantén la atención en encontrar al Heraldo.

Szeth se volvió y siguió caminando, decidido.

Syl aterrizó al lado de Kaladin y dio un suave silbido mientras crecía a tamaño completo.

—Vaya, menudo elemento —susurró.

Kaladin apretó los dientes y avanzó enfurruñado, y Syl echó a andar también junto a él en vez de volar, imitando su postura. Parecía pensar que Kaladin debería probar a hablar más con Szeth, pero tormentas, él comprendía muy bien lo frustrante que era que alguien intentara obligarte a sentirte mejor. La única persona que lo había logrado con él hasta la fecha era Adolin, y lo había hecho sin mostrarse indulgente con él ni intentar animarlo. Vete a saber cómo. Quizá a esa misión debería haber ido Adolin. El muy tormentoso.

En todo caso, Kaladin necesitaba otra táctica. Se negaba a manipular a Szeth para hacer que aceptase su ayuda.

—Muy bien —dijo Kaladin, llegando a la altura del otro hombre—. Dalinar quiere que reclute a Ishar el Heraldo. ¿Alguna idea sobre cómo hacerlo?

—Es una misión sabia, asignada por un hombre sabio —respondió Szeth—. Pero no sabemos dónde se oculta Ishar, o Ishu-hijo-Dios, como lo llamamos nosotros. Además, hay algo peligroso en esta tierra. Mi misión aquí supone una… purga, y una venganza que se le debe al pueblo de Shinovar.

—¿Puedes explicarme a qué te refieres con eso?

—Uno de los Deshechos está aquí —dijo Szeth—. Despertado años antes de que te convirtieras en Radiante, antes de que se juraran los primeros Ideales. Mi pueblo lo aceptó, por algún motivo, y abrazó su oscuridad y sus manipulaciones.

—¿Cómo estás tan seguro de que es un Deshecho? —preguntó Kaladin—. A Dalinar le costó una eternidad reconocer la Emoción como un Deshecho.

—Porque antes de mi exilio, lo conocí —dijo Szeth, y entonces calló un momento—. Empezó en mi juventud. Con… una piedra.

Los demás se marcharon, dejando que Dalinar se enfrentara en solitario al Padre Tormenta en aquella sala ajardinada.

Se había ido acostumbrando a tener al Padre Tormenta al fondo de su mente. Era como un pensamiento, de esa clase fastidiosa y persistente que se queda flotando en el perímetro de la consciencia. La sensación horrible de estar esperando un informe de batalla mientras uno ya se daba cuenta de que a su bando le iba mal.

Dalinar habría deseado de que su símil para aquella sensación no fuese tan negativo, que su relación con su spren se pareciera más a la de otros Radiantes. En parte era culpa del propio Dalinar, por acontecimientos como cuando había obligado al Padre Tormenta a hacer funcionar una Puerta Jurada como si fuese una hoja esquirlada normal y corriente. En parte era culpa del spren, por cosas como que el Padre Tormenta se negase a ayudar a Kaladin en Urithiru unas semanas antes, obligando a Dalinar a intervenir.

Tenían sus momentos pacíficos, pero el mismo número de desavenencias. Más, en realidad. Y era frecuente que Dalinar sintiera la ira del Padre Tormenta fluyendo a través de él, como si fuese un abismo durante una crecida. Ese día, por ejemplo. Cuando el Padre Tormenta habló, fue con una fuerza que hizo que a Dalinar le temblaran los dedos.

¿Qué estás haciendo?, preguntó el spren con brusquedad, su voz como nubarrones estrellándose entre ellos. ¿Qué te estás planteando?

—Exploro todas las opciones que tengo —dijo Dalinar, manteniendo la calma entre las plantas que se retorcían—. Como todo buen general.

Te he oído hablar del poder de Honor, atronó el Padre Tormenta. ¿Por qué, Dalinar? ¿Es necesario que tengas tan alto concepto de ti mismo? ¡Lo estás echando todo a perder!

Dalinar tuvo que plantar los pies para resistir la fuerza de las palabras.

—Cultivación ha sugerido que ese es mi siguiente paso —dijo—. Y estoy de acuerdo. Temo que, por mis propios medios, no sea capaz de derrotar a Odium.

Una súbita ráfaga lo envolvió, un viento imposible por completo, teniendo en cuenta que estaba en un pequeño espacio cerrado. El viento pareció llevarse por delante la estancia, convertirla en luz tormentosa, y las paredes, las plantas y las mesas de repuesto se dispersaron como arena revuelta por una tempestad.

Al instante Dalinar se vio en un espacio azul, vacío y despejado, como si levitara en el aire muy por encima del mundo. Era… era una visión. Como las que lo habían impulsado por aquel rumbo en la vida. Su cuerpo aún estaría en aquella sala de la torre, quizá derrumbado en el suelo, mientras su mente veía lo que el Padre Tormenta quisiera.

Un cielo abierto, y una figura cobrando forma delante de él en forma de oscuras nubes que se extendían en ambas direcciones hasta el horizonte. Un rostro manifestándose en las siluetas naturales de las infladas nubes, unos rasgos que Dalinar conocía como los del Padre Tormenta. Una barba, aunque el pelo se desvanecía en las nubes que se fundían revueltas. Unos ojos inhumanos que destellaban con crepitante relámpago. Una visión sobrecogedora y opresiva para quien la contemplara flotando diminuto ante ella.

Pero Dalinar había sido el general imperioso que miraba altivo a un subordinado. Se conocía esos trucos.

—¿Es posible que yo asuma el poder de Honor? —exigió saber.

No.

—Sagaz dice lo contrario.

Sagaz es un mentiroso.

—Nos ha ofrecido más ayuda que tú.

Solo le importan sus propios planes, Dalinar. No esta tierra ni su gente.

Por desgracia, Sagaz le había dicho eso mismo a Dalinar en el pasado. Así que Dalinar se detuvo un momento a pensar y a intentar moderar su tono.

—¿Cómo es que el poder de Honor no ha tomado otro recipiente en todo este tiempo? —preguntó al cabo.

No te daré respuestas, Dalinar. La voz del Padre Tormenta se hizo más suave, más pequeña. Se suponía que eras mejor que esto. Se suponía que eras mejor que tu hermano.

—¿Mi hermano? —dijo Dalinar, frunciendo el ceño.

Era arrogante. Yo lo sabía. Os he observado a los dos durante mucho tiempo. Pero Gavilar no aspiró a la divinidad ni siquiera en sus peores momentos. ¿Por qué, Dalinar? ¿Por qué tienes que buscar esto?

—Porque estoy superado, Padre Tormenta —respondió Dalinar, dejando que se le viera el agotamiento—. Porque de algún modo debo salvar a todo el mundo, pero soy solo un hombre, confuso y abrumado. Porque la única vez que he sentido jamás que tenía la menor pizca de control fue cuando me alcé frente a Odium y toqué el Reino Espiritual.

Unidad, dijo el Padre Tormenta.

—Sí.

Eso no te corresponde a ti buscarlo ni decidirlo. El poder no puede ir a alguien que lo desee, Dalinar.

—Hace un momento has dicho que era imposible —recordó Dalinar.

Imposible tal y como tú quieres que suceda.

—¿Y Cultivación, que es quien me ha traído este plan en un principio?

Traidora. Debería saber lo improbable que es lo que sugiere.

—¿En qué quedamos, Padre Tormenta? —subió la voz Dalinar—. ¿Es imposible o solo improbable? ¿Está mal o es la única manera de unir a la gente, como llevo intentando todo este tiempo?

No… no es mi plan.

—¿Tu plan? —insistió Dalinar—. Creía que esto era el plan de Honor. Me contaste que te encargó encontrar a gente a la que enviar las visiones, a la que preparar para los peligros venideros. Estás cumpliendo un papel, igual que yo.

No tienes ni idea de lo que dices.

—Solo sé lo que tú me has explicado —repuso Dalinar, sintiendo crecer su ira—. ¡Sé que he encontrado obstáculos e impedimentos cada vez que he intentado hacer progresos! ¡He tenido que luchar contra ti casi tanto como contra nuestro enemigo!

El plan de Honor…

—¡Honor nos abandonó! —gritó Dalinar—. ¡Ni siquiera sabemos por qué ni cómo! Y lo único que te dignas a decir tú es que murió, que se disipó, que nos dejó visiones y no sé qué plan para que obliguemos a Odium a librar un duelo de campeones. Un plan vago, sin ninguna instrucción real.

Pero está funcionando.

—¿Ah, sí? —Dalinar señaló hacia el continente, muy por debajo de ellos—. ¿Has visto lo que está haciendo el enemigo?

Ahora… lo sé.

—Ya nos ha superado en astucia —dijo Dalinar—. ¡Y volverá a hacerlo! —Oyó un estruendo y descubrió que estaba creciendo. Cuando hablaba, sus propias palabras estaban puntuadas por truenos—. El enemigo ha cambiado, Padre Tormenta, pero, quienquiera que sea, es una deidad… ¡y estará a la altura de cualquier cosa que yo intente! ¿No crees que pueda hacerlo? ¿Y si trae un Fusionado para que luche contra mí? ¿Un Deshecho? ¿Un tronador? ¿Algún ser de fuera del mundo con el poder de arrasar ciudades y masacrar soldados a miles?

»¿Crees que podré derrotar a nada de eso en un duelo? ¡Voy a perder, a menos que encuentre alguna clase de ventaja! ¡Estábamos tan concentrados en conseguir que aceptara el duelo que no hemos pensado en cómo ganarlo! ¿De verdad te sorprende que esté buscando una tercera opción? Y teniendo eso en cuenta, ¿vas a ayudarme por una vez o seguirás interponiéndote en mi tormentoso camino?

Se interrumpió, con otro centenar de pensamientos corriéndole por la cabeza, todos ellos acompañados de su propia frustración. Contuvo la marea, jadeando, y se sorprendió al descubrir que tenía el mismo tamaño que el Padre Tormenta. Lo cual era una imposibilidad, porque el Padre Tormenta se extendía hasta el infinito. Pero en aquel lugar la realidad se combaba, y Dalinar podía mirar al spren a los ojos.

Lo que quieres… es peligroso.

—No es lo que quiero, Padre Tormenta —dijo Dalinar—. Pero podría ser la única manera.

El Padre Tormenta atronó con suavidad y entonces apartó la mirada de Dalinar, hacia abajo.

¿Qué hay de los Heraldos? Tal vez los Heraldos puedan ayudar.

—He enviado a Szeth y a Kaladin a que intenten traerme a uno —dijo Dalinar—. Pero ¿qué crees tú? ¿Ellos podrán resolver esto?

Quizá. Pero… ya no son fiables, ¿verdad? El tiempo los ha quebrado… Yo los he quebrado. Miró de nuevo a Dalinar. No sabría decir si el poder aceptaría como anfitrión a alguien como tú, después de lo que pasó con Tanavast.

—¿Y qué pasó con Tanavast? —preguntó Dalinar.

Es… peor que lo que te conté, Dalinar.

—Así que mentiste.

Sí. ¿Eso te sorprende? ¿Te enfurece?

Dalinar respiró hondo y descubrió que era un alivio que el spren lo admitiese por fin.

—Sí —dijo—. Pero puedo superarlo.

El Padre Tormenta retumbó y las oscuras nubes se calmaron.

Se supone que estoy por encima de mentir, Dalinar. Debería ser constante. Soy los vientos. No digo mentiras.

—Eres una persona —replicó Dalinar—, capaz de evolucionar. Capaz de aprender. Si ese es el caso, también eres capaz de cometer errores.

El Padre Tormenta por fin lo miró a los ojos de nuevo.

No sé lo que sucedería si te convirtieras en Honor antes del duelo. No me gusta ni siquiera pensar en ello. Sin embargo, quizá halles respuestas que… cambiarían tu perspectiva. En el Reino Espiritual, como te ha dicho Cultivación. Puedes hacer eso, y ver el pasado, pero no busques conseguir el poder de Honor.

Te lo advierto. No seré capaz de controlar lo que te ocurra, ni el lugar al que serás llevado. Es un proceso que resulta confuso para cualquiera que no sea una Esquirla de Adonalsium. Incluso tu Sagaz, por mucho que alardee y se dé aires, apenas es capaz de desentrañar el Reino Espiritual. En todo caso, si miras allí… la verás. Quizá la verás.

—¿Qué es lo que veré?

Nuestra vergüenza.

La visión se esfumó en un abrir y cerrar de ojos y Dalinar se encontró de vuelta en la torre. De pie, para su sorpresa, en vez de haberse derrumbado.

Sagaz estaba allí. Sentado en una mesa con una pierna encima, al lado de un helecho que crecía del suelo.

—¿Has visto eso? —le preguntó Dalinar.

—He podido oírlo —dijo Sagaz—. Tiene razón y se equivoca a la vez. Todos vosotros sí que me importáis, Dalinar.

—Pero que Odium permanezca cautivo en nuestro planeta es más crucial para ti que cualquiera de nuestras vidas.

Sagaz asintió.

—Lo siento.

—No te disculpes. —Dalinar se estiró y unos agotaspren zumbaron a su alrededor como insectos—. Agradezco la sinceridad.

—La gente cree que detesto la sinceridad —respondió Sagaz—, porque no suele gustarles oír lo que tengo que decir, de modo que dan por sentado que solo digo mentiras.

—Es posible que les gustase más si no presentases tanto la verdad como las mentiras de un modo que menosprecia al oyente.

—Ahí llevas razón. —Sagaz bajó de la mesa de un salto—. Supongo que has decidido seguir adelante con ese plan, ¿verdad?

—Sí —dijo Dalinar, comprendiendo que era verdad—. Quiero empezar cuanto antes.

—Necesitarás una forma de llevar la cuenta del tiempo ahí dentro. Aunque hagamos esto con inteligencia, es decir, enviando tu mente pero no tu cuerpo, sería fácil que se te escaparan los meses. Y es evidente que eso no puede ser. Tienes una cita a la que acudir, al fin y al cabo.

—¿Meses? —preguntó Dalinar.

—Si no años. O décadas. El tiempo funciona de un modo completamente distinto en el Reino Espiritual. Tormentas, en algunos casos límite, podrías desaparecer durante lo que a ti te parecen unas horas y que transcurran décadas enteras aquí fuera. Las visiones que has tenido hasta ahora estaban seleccionadas y vigiladas de cerca por tu spren, impidiendo que te perdieras.

—¿Hay alguna forma de que vigiles tú ahora?

Sagaz hurgó en su bolsillo. Sacó un pequeño reloj, con dos correas a los lados. Los símbolos de la esfera eran desconocidos para Dalinar.

—Mercantil Luzdeplata —dijo Sagaz en respuesta a su mirada interrogativa—. Ajustable al tiempo local de distintos planetas, con solo cambiarle la esfera. Ven, déjame que vea ese trasto que llevas en el antebrazo.

Dalinar levantó el brazo donde aún llevaba el fabrial de Navani, que tenía un mecanismo que le informaba de la fecha y la hora.

—Muy bien —asintió Sagaz—, esto debería funcionar. ¿Sabes eso que haces de enseñarte idiomas a ti mismo vinculándote con una región? Pues haz lo mismo, pero con los relojes.

—¿Puedes aclarármelo? «Haz lo mismo» no me sirve de mucho.

—Toma el alma de mi reloj —respondió Sagaz, levantándolo— y Conéctala mediante un hilo de poder al tuyo, con lo que lo fijarás al Reino Físico mientras viajas. —Miró a Dalinar—. Pincha esto con luz tormentosa y luego pincha eso otro. Tú prueba.

Dalinar absorbió luz tormentosa y tocó el reloj de Sagaz, infundiéndolo de poder. Cuando apartó el dedo, lo siguió una línea de luz. Tocó su propio reloj y algo pareció encajar. El dial se estremeció un momento y luego continuó como si no hubiera pasado nada.

—Excelente —dijo Sagaz.

—¿Y ahora…?

—Y ahora el reloj de tu brazo dará la misma hora que el mío. Y la misma fecha. Sin esto, tu reloj quizá se adaptaría a tu percepción del tiempo en el Reino Espiritual. Y entonces, a lo mejor sentirías y verías que ha pasado una hora, pero en realidad al volver aquí nos encontrarías a todos muertos hace mucho. Bueno, a todos los demás. Yo tiendo a perdurar. Como una tos de invierno.

—¿Qué tiene el invierno que te haga toser?

—Ah, es verdad —dijo Sagaz—. Roshar. No hay resfriado común. No tenéis ni idea de lo maravillosa que es la vida aquí, ¿verdad?

—¿Existen lugares peores que uno amenazado con la dominación total por un dios oscuro y destructivo?

—Te sorprenderías. En unos cuantos tienen cenas de gala políticas para recaudar fondos. —Sagaz se puso su reloj—. Hagamos una pequeña prueba. Siempre que te mantengamos atado, el tiempo no debería pasar demasiado a lo bestia para ti en comparación con nosotros, y deberías ser capaz de enviar tu mente a una visión y regresar a voluntad.

—¿Debería ser capaz?

—Deberías ser capaz —reconoció Sagaz.

Sin ocurrencias. Eso siempre era mala señal.

—Tendrás que abrir una perpendicularidad —añadió Sagaz—, entrar en ella y dejar que la luz te lleve. Pero no a todo tu ser. Empuja hasta el final, aunque solo con tu mente, o de lo contrario terminarás en Shadesmar.

Tormentas. Sonaba difícil. Y confuso.

Pero ¿qué otra cosa iba a hacer?

—Traigamos a Navani y Jasnah aquí dentro para vigilarme y entonces lo intentaremos.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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