Avance: El Ritmo de la Guerra – Capítulo 6

Lejos de encontrarse a salvo, los habitantes de Piedralar intentan llegar a su nuevo destino protegidos por los Caballeros Radiantes y sus Escuderos a bordo de la nave voladora de Navani, mientras son perseguidos por los Celestiales, una de las clases de Fusionados.

Shallan, por su parte intenta infiltrarse entre los Hijos de Honor, cuando descubre que Ialai tiene a un traidor cerca de Dalinar. ¿Quién será?

¡Tal vez lo descubramos en este nuevo capítulo de avance cedido por Nova, con la traducción de Manu Viciano!

Si todavía no lo habéis visto, os dejamos el CosmereCast donde hablamos de los capítulos de la semana pasada, también disponible en audio a través de iVoox, Spotify y PocketCasts. Y por si queréis profundizar en el lore, o refrescar algunos conceptos pasados, este es el índice que recopila todos los artículos de la serie Todo lo que sabemos sobre Roshar publicados hasta la fecha.

Recordad reservar vuestro ejemplar del Ritmo de la Guerra, que se publicará el 19 de noviembre, si todavía no lo habéis hecho. Podéis conseguir la doble sobrecubierta exclusiva con las ilustraciones de Michael Whelan y Yasen Stoilov gracias a la librería Gigamesh (disponible solo en España).

Podéis compartir vuestras impresiones sobre el capítulo en este hilo del foro.

¿Os habéis perdido los capítulos anteriores? ¡Aquí tenéis el índice que recopila todos los avances!

 

Voidlight, por Ari Ibarra. Ilustración para el juego Call to Adventure: Stormlight, de Brothwerwise Games

 

avance: el ritmo de la guerra – capítulo 6

avance de la traducción del ritmo de la guerra, traducida por manu viciano y cedida por nova

 

6. Un cabo suelto

 

Una vez se ha capturado un spren, podemos empezar a diseñar el fabrial en sí. Un secreto muy bien guardado de los artifabrianos es que los spren, cuando están atrapados, responden de diferentes maneras a distintos tipos de metal. Un armazón de alambre para el fabrial, llamado «jaula», es esencial para controlar el dispositivo. 

Lección sobre mecánica de fabriales impartida por Navani Kholin a la coalición de monarcas, Urithiru, jesevan de 1175.

 

Radiante retrocedió con el saco en la cabeza. Apretó los dedos contra la fría piedra de la pared mientras seguían llegando gritos. Sí, era la voz de Adolin. Como temía, había acudido en su rescate.

Radiante se planteó la opción de quitarse el saco, invocar su hoja esquirlada y exigir a los conspiradores que se rindieran. Sin embargo, tuvo en cuenta los deseos de Velo y Shallan. Las dos necesitaban ver a Ialai cara a cara.

Un sonido rasposo cerca. Radiante se volvió hacia él. Piedra frotando contra piedra. Y también… ¿algún tipo de mecanismo girando?

Anduvo a ciegas hacia el sonido.

—¡Llevadme con vosotros! —gritó—. ¡No me dejéis con ellos!

—Bien —dijo Ulina desde algún punto cercano—. Vosotros dos, agarradla. Tú, vigila el acceso desde dentro. Intenta atrancar el mecanismo. ¡Deprisa!

Unas manos ásperas asieron a Radiante por los hombros y tiraron de ella a lo que sonaba como un túnel, a juzgar por el eco de las pisadas. La piedra rechinó contra la piedra detrás de ellos y cesó el sonido de la escaramuza que tenía lugar en el abismo.

Por lo menos, Radiante ya sabía cómo llegaban y se marchaban los sectarios de los abismos. Tropezó y cayó a propósito de rodillas para poder poner las manos en el suelo. Roca lisa, cortada. Sospechó que lo habían hecho con una hoja esquirlada.

Alguien la puso de pie y la empujó pendiente arriba. No le quitaron el saco, ni siquiera cuando protestó diciéndoles que no era necesario.

Bueno, un túnel tenía sentido. Aquel campamento de guerra ya había estado ocupado por Sadeas y Ialai desde años antes de que todos los demás se desplazaran a Urithiru. Habrían querido tener una ruta de huida secreta de su campamento de guerra, sobre todo en los primeros años de las llanuras, cuando todo el mundo, según Adolin, había estado seguro de que los principados terminarían resquebrajándose y empezarían a luchar entre ellos.

El pasadizo los llevó a otra puerta que se abrió a lo que sonaba como una sala pequeña. ¿Un sótano, quizá? No eran muy comunes en las Llanuras Quebradas porque se inundaban con demasiada facilidad, pero los ojos claros más ricos los habían tenido para enfriar el vino.

Los conspiradores murmuraron entre ellos, preguntándose qué debían hacer. Cuatro personas. Por el sonido de telas rozando, estaban quitándose las túnicas. Seguro que debajo llevaban ropa normal. Rojo no estaba allí, porque le habría apretado el brazo para indicárselo. Eso significaba que Radiante estaba sola. Al poco tiempo, los demás la obligaron a subir unos escalones y la sacaron fuera. Sintió el aire en las manos y la cálida luz del sol en la piel. Se fingió maleable y fácil de mover, aunque aguardaba lista para atacar por si aquello era algún tipo de engaño y la asaltaban.

La llevaron deprisa por varias calles, sin descubrirle la cabeza. Shallan tomó el control, ya que tenía una capacidad increíble, casi sobrenatural, para sentir y memorizar las direcciones. Trazó un plano del recorrido en su mente. ¡Pequeños cremlinos taimados! La habían hecho recorrer un extenso bucle doble que terminaba en algún lugar próximo a la salida del sótano.

El ascenso hasta allí había sido solo de unos minutos, por lo que debían de estar cerca del extremo oriental del campamento de guerra. ¿Quizá en la fortaleza que había allí? Eso los situaría cerca de los viejos aserraderos de Sadeas, donde Kaladin había pasado meses componiendo el Puente Cuatro a partir de los estropeados restos de hombres llevados allí para morir. Velo se preguntó si alguien de la zona encontraría extraño que estuvieran llevando a una mujer con un saco en la cabeza. Por lo alterados que parecían los sectarios cuando por fin la metieron en un edificio, no estaban pensando con mucha claridad. La obligaron a sentarse en una silla y se marcharon con el sonido de botas contra la madera.

Al poco tiempo, los oyó discutir en alguna estancia cercana. Con mucho cuidado, Velo levantó la mano y se quitó el saco de la cabeza. El sectario que habían dejado vigilándola, un hombre alto con una cicatriz en el mentón, no le ordenó que se lo volviera a poner. Estaba sentada en una rígida silla de madera, junto a la puerta de una sala de piedra con una gran alfombra circular. La alfombra no servía de mucho para animar lo que era por lo demás una cámara pelada. Aquellas construcciones de los campamentos de guerra se parecían mucho a fortalezas: pocas ventanas, menos adornos.

Shallan siempre había considerado a Sadeas un bravucón. Aquella fortaleza y el túnel de huida que habían recorrido hizo que Velo revisara esa valoración. Hojeó entre los recuerdos de Shallan y lo que Velo vio en el hombre fue astucia en estado puro.

Shallan no tenía muchos recuerdos de Ialai, pero Velo sabía que debía ir con cuidado. El alto príncipe Thanadal había puesto en marcha aquel nuevo «reino» en los campamentos de guerra. Pero al poco tiempo de que Ialai se estableciera allí, Thanadal había aparecido muerto, en apariencia apuñalado por una prostituta. Vamah, el otro alto príncipe que no había apoyado a Dalinar, había escapado de los campamentos de guerra en plena noche. Debía de haberse creído el embuste de Ialai: que Dalinar había ordenado el asesinato.

Lo cual dejaba a Ialai Sadeas como el único poder auténtico que quedaba en los campamentos de guerra. Tenía un ejército, se había apropiado de los Hijos de Honor y exigía peajes a las caravanas comerciales que llegaban. Aquella mujer seguía siendo una espina, un recordatorio de la antigua Alezkar llena de ojos claros pendencieros que siempre tenían un ojo puesto en las tierras de los demás.

Velo aguzó el oído para escuchar la discusión que llegaba desde la sala contigua. Los conspiradores parecían frustrados por haber perdido a tantos compañeros en el ataque. Sonaban frenéticos, preocupados porque «todo se está viniendo abajo».

Por fin se abrió la puerta y salieron tres personas en tropel. Velo reconoció a una de ellas, Ulina, la mujer de la que antes había sospechado por la voz. Tras ellas salió un soldado ojos claros con el uniforme de Sadeas.

El guardia le hizo un gesto, así que Velo se levantó y asomó la cabeza con cautela a la estancia contigua. Era más grande que la antesala, con unas ventanas muy estrechas. Pese al intento de suavizarla con una alfombra, sillones y cojines, seguía dando la sensación de ser una fortaleza. Un lugar pensado para que los ojos claros pudieran refugiarse de las tormentas y al que replegarse en caso de ataque.

Ialai Sadeas estaba sentada a una mesa al fondo de la sala, embozada en sombras, lejos de las ventanas y las lámparas de esferas de las paredes. Cerca de ella había un aparador grande cubierto por una plancha de madera abatible.

Muy bien, pensó Velo, avanzando. La hemos encontrado. ¿Tenemos decidido lo que vamos a hacer con ella?

Ya sabía lo que propondría Radiante: provocar que dijera algo incriminatorio y detenerla. Velo, en cambio, no había insistido en aquella misión solo porque quisiera reunir pruebas para Dalinar. Ni siquiera lo había hecho porque los Sangre Espectral consideraran que Ialai era un peligro. Velo lo había hecho porque aquella mujer se empeñaba en seguir amenazando todo lo que amaba Shallan.

Dalinar y Jasnah necesitaban seguir concentrados en el verdadero objetivo: reconquistar Alezkar. Y en consecuencia, Velo había decidido cortar aquel cabo suelto en concreto. Adolin había matado al alto príncipe Sadeas en un momento de pasión sincera. Velo había llegado hasta allí para acabar ese trabajo que él había empezado.

Ese día Velo pretendía asesinar a Ialai Sadeas.

 

 

Lo que más costaba a Kaladin en el mundo era no hacer nada. Le resultaba insoportable que un soldado a sus órdenes luchara arriesgando su vida contra un adversario hábil y peligroso y no mover ni un dedo para ayudar.

Leshwi era un ser de una edad increíble, el espíritu de una cantora muerta hacía mucho transformado en algo más parecido a un spren: una fuerza de la naturaleza. Sigzil era un luchador capaz, pero distaba mucho de ser el mejor de la orden. Sus verdaderos talentos estribaban en su comprensión de los números, su conocimiento de otras culturas y su capacidad de mantenerse centrado y práctico en situaciones donde los demás perdían la chaveta.

Sigzil tardó poco en tener que pasar a la defensiva. Leshwi se cernía sobre él, lanzando estocadas descendentes con su lanza, y entonces lo rodeó y atacó desde el lado. Fluía con movimientos expertos de un golpe al siguiente, obligando a Sigzil a seguir dando vueltas y esquivar o desviar los ataques a duras penas.

Kaladin se enlazó hacia delante, con los dedos tensos en torno a su lanza. Era crucial que su equipo se ciñera al sentido del honor de los Celestiales. Mientras el enemigo siguiera aceptando los combates singulares, los soldados de Kaladin nunca correrían el riesgo de que los abrumaran y los barrieran.

Quizá la infantería se masacrara sin piedad, pero allí arriba, en el cielo, habían hallado un respeto mutuo. El respeto de unos combatientes que estaban dispuestos a matarse entre ellos, sí, pero solo como parte de una competición, no de una carnicería. Si Kaladin incumplía esa norma tácita, si atacaba también a Leshwi, ese equilibrio precario se desmoronaría.

Leshwi se abalanzó sobre Sigzil y le clavó la lanza en el pecho. Su arma lo empaló de lado a lado y salió por la espalda del uniforme azul mojada de sangre. Sigzil se removió, dando bocanadas, dejando escapar luz tormentosa por la boca. Leshwi canturreó en voz alta y la gema de su lanza empezó a brillar, absorbiendo luz tormentosa de su presa.

Kaladin gimió mientras las muertes de demasiadas personas a las que había fallado pasaban antes sus ojos. ¿Tien? ¿Nalma? ¿Elhokar?

De nuevo estaba en aquella terrible pesadilla del palacio de Kholinar, con sus amigos matándose entre ellos. Chillidos y luces y dolor y sangre, todo arremolinado en torno a una imagen: la de un hombre a quien Kaladin había jurado proteger tendido en el suelo.

Con la lanza de Moash atravesándolo.

¡No! —gritó Kaladin.

No podía quedarse mirando. No podía y punto. Se enlazó hacia delante, pero entonces Leshwi lo miró a los ojos. Se detuvo.

La Fusionada arrancó la lanza del pecho de Sigzil justo antes de que su luz tormentosa se extinguiera. Sigzil se hundió en el aire y Kaladin lo sostuvo mientras el hombre parpadeaba aturdido, aferrando aún su argéntea lanza esquirlada.

—Suelta el arma —le dijo Kaladin— e inclínate ante ella.

—¿Qué? ¿Señor? —Sigzil frunció el ceño mientras la herida sanaba.

—Que sueltes la lanza —repitió Kaladin— y te inclines ante ella.

Sigzil, con cara de confusión, obedeció. Leshwi le devolvió un asentimiento.

—Vuelve a la nave —ordenó Kaladin— y descansa lo que queda de batalla. Quédate con los escuderos.

           —Hum, sí, señor —respondió Sigzil. Se alejó flotando, palpando el agujereo ensangrentado de su casaca.

Leshwi miró a un lado. A poca distancia, suspendido en el aire sin armas, estaba el Celestial al que Kaladin había derrotado antes.

A Leshwi no debería importarle que Kaladin hubiera perdonado la vida a aquella criatura. Había sido un gesto estúpido hacia un ser capaz de renacer con cada nueva tormenta. Pero claro, Leshwi debía de saber que si mataba a Sigzil, podía alzarse un nuevo Radiante con su spren. No era lo mismo del todo, y de hecho, en términos del alivio que sentía Kaladin, la diferencia era inconmensurable.

Fuera como fuese, Leshwi le presentó su lanza y Kaladin aceptó el desafío de mil amores.

 

 

En la cubierta intermedia del Cuarto Puente, Navani contó otra familia y les señaló una sección bien marcada y numerada de la bodega. Los fervorosos que estaban allí se apresuraron a acomodar a los inquietos refugiados.

Los niños se sentaron con los ojos como platos y mantas en las manos, varios de ellos sorbiéndose la nariz. Los padres dejaron sacos con la ropa y las demás posesiones que habían recogido a toda prisa.

—Unos pocos se niegan a marcharse —dijo en voz baja el fervoroso Falilar a Navani. Se toqueteó su barba de un blanco puro mientras repasaba la lista de nombres—. Prefieren seguir viviendo oprimidos que abandonar su tierra natal.

—¿Cuántos? —preguntó ella.

—No muchos. Quince personas. Por lo demás, la evacuación está siendo más rápida de lo que había estimado. Por supuesto, los refugiados ya estaban preparados para trasladarse, y a la mayoría de los lugareños ya los habían obligado a apelotonarse con sus vecinos para ceder sus domicilios a los parshmenios.

—Entonces, ¿qué te preocupa tanto? —preguntó Navani, haciendo una anotación en su lista.

Cerca de ellos, Renarin se había acercado a la familia de los niños sorbedores de narices. Invocó un pequeño globo de luz y empezó a hacerlo rebotar entre sus manos. Era algo muy simple, pero los niños que lo vieron pusieron cara de sorpresa y olvidaron sus miedos.

La bola de luz era de un azul brillante. Una parte de Navani pensó que debería ser roja, para revelar la auténtica naturaleza del spren que se ocultaba dentro de Renarin. Un vacíospren. O por lo menos, un spren normal corrompido por el bando enemigo. Nadie sabía qué hacer al respecto de aquello, Renarin el que menos. Como ocurría a la mayoría de los Radiantes, al principio no había sabido lo que estaba haciendo. Pero con el vínculo ya formado, era demasiado tarde para echarse atrás.

Renarin afirmaba que su spren era de fiar, pero había algo raro en sus poderes. Habían logrado reclutar a varios Vigilantes de la Verdad normales, y ellos eran capaces de crear ilusiones como Shallan. Renarin no podía hacerlo. Solo podía invocar luces, que a veces hacían cosas extrañas, antinaturales…

—¡Podrían fallar muchísimas cosas! —exclamó Falilar, sacando a Navani de sus meditaciones—. ¿Y si hemos subestimado el peso que añadirá tanta gente? ¿Y si la tensión agrieta las gemas más deprisa de lo que teníamos previsto? Los ventiladores apenas han servido de nada. No es un desastre, brillante, pero sí que hay mucho de lo que preocuparnos.

Volvió a tirarse de la barba. A aquellas alturas, era asombroso que todavía le quedara algún pelo.

Navani le dio una palmadita tranquilizadora en el brazo. Si Falilar no tenía algo de lo que preocuparse, se volvería loco.

—Haz otra inspección visual de las gemas. Y luego comprueba por segunda vez tus cálculos.

—Por tercera vez, será —dijo él—. Sí, supongo que sí. Mejor que me mantenga ocupado y deje de preocuparme.

Levantó la mano hacia la barba pero a medio camino se detuvo y la metió en el bolsillo de su túnica.

Navani entregó su lista a otro fervoroso y subió la escalera hasta la cubierta. Dalinar había dicho que volvería a abrir la perpendicularidad pronto, y ella quería estar presente y con el lápiz preparado cuando lo hiciera.

Abajo, los habitantes del pueblo en tránsito seguían amontonándose y alzando la mirada hacia la extraña batalla que se desarrollaba arriba. Tanta gente boquiabierta acabaría echando a perder el ordenado plan de abordaje que Navani había encargado. La próxima vez, haría que los fervorosos trazaran un segundo plan que tuviera en cuenta el tiempo que perderían si había una batalla en marcha.

En fin, por lo menos solo habían llegado Celestiales. Esos tendían a no hacer caso a los civiles, a considerarlos poco más que obstáculos en el campo de batalla. Otros grupos de Fusionados era mucho más… brutales.

El puesto de mando estaba casi vacío desde que habían enviado a la mayoría de los fervorosos de Navani a guiar y acomodar a los lugareños que embarcaban. Solo quedaba Rushu, que contemplaba distraída el vuelo de los Corredores del Viento con su cuaderno abierto.

Pues vaya. La bonita y joven fervorosa debería estar catalogando las reservas de alimentos del pueblo. Rushu era una chica brillante, pero, al igual que una esfera, tendía a alumbrar en todas las direcciones a menos que alguien se preocupara de enfocarla.

—Brillante, ¿has visto eso? —dijo Rushu cuando Navani se acercó—. Esa Fusionada de ahí, la que ahora está luchando contra el alto mariscal Kaladin, ha dejado escapar a un Corredor del Viento después de empalarlo.

—Seguro que es porque la ha distraído la llegada de Kaladin —repuso Navani, mirando hacia Dalinar, que estaba justo delante.

El enorme hombre del puente comecuernos se había situado cerca de Dalinar y estaba revisando unos sacos de provisiones que Rushu al parecer había olvidado. A Navani no se le escapó que la hija del comecuernos, la portadora de esquirlada, estaba también muy cerca de Dalinar. Kaladin había progresado más allá de hacer de mero guardaespaldas, pero solía tener un ojo echado a Dalinar de todas formas. Que el Todopoderoso lo bendijera por ello.

—Brillante —dijo Rushu—, de verdad que hay algo raro en esta batalla. Veo a demasiados Corredores del Viento parados por ahí, sin combatir.

—Son las reservas, Rushu —respondió Navani—. Vamos, deja que mi marido se preocupe de la táctica. Nosotras tenemos otro deber.

Rushu suspiró pero obedeció, guardándose el cuaderno bajo el brazo y acompañando a Navani. Dalinar estaba de pie con las manos enlazadas a la espalda, observando la batalla. Como había esperado Navani, Dalinar relajó la postura y luego sacó las manos a los lados como si estuviera agarrando algún tejido invisible.

Luego juntó las manos y la perpendicularidad se abrió en un estallido de luz. Unos glorispren con forma de esferas doradas empezaron a trazar espirales en torno a él. Navani vislumbró mejor Shadesmar en esa ocasión. Y oyó otra vez aquel tono. Eso era nuevo, ¿verdad? Aunque no se consideraba una buena dibujante, por lo menos en comparación con una maestra como Shallan, empezó a bosquejar lo que veía, intentando capturar una imagen de aquel paisaje con el extraño sol sobre un mar de cuentas. Podía visitarlo en persona si así lo deseaba, por medio de las Puertas Juradas, pero aquellas visiones le daban una sensación distinta.

—¿Qué has visto tú? —preguntó a Rushu.

—No he visto nada, brillante —dijo Rushu—. Pero… si he sentido algo. Como un pálpito, un latido poderoso. Por un momento, me ha parecido estar cayendo a la eternidad…

—Escribe eso —le pidió Navani—. Captúralo.

—Muy bien —dijo Rushu, abriendo su cuaderno de nuevo. Alzó la mirada cuando Kaladin pasó rasante sobre la cubierta, peligrosamente cerca, persiguiendo a una Fusionada.

—Concéntrate, Rushu —dijo Navani.

—Si lo que buscas son ilustraciones o descripciones de Shadesmar —dijo Rushu—, la reina Jasnah ha escrito diarios de sus excursiones allí.

—Soy muy consciente —respondió Navani, todavía bosquejando—. Y he leído esos diarios. —Los que Jasnah tenía a bien entregarle, al menos. Tormentosa mujer.

—Entonces, ¿para qué necesitas que te lo describa yo? —preguntó Rushu.

—Estamos buscando otra cosa —dijo Navani. Miró un momento a Dalinar y enseguida se cubrió los ojos inundados de lágrimas. Parpadeó e indicó a Rushu con un gesto que se apartara con ella hacia el cercano puesto de mando—. Hay otro lugar más allá de Shadesmar, un lugar del que Dalinar obtiene este poder. Hace mucho tiempo la torre la mantenía un Forjador de Vínculos como mi marido y, a partir de lo que dicen los spren, mi conclusión es que la torre obtenía también su poder de ese lugar más allá de Shadesmar.

—¿Aún te inquieta eso, brillante? —Rushu hizo un mohín—. No es culpa tuya que no hayamos descubierto los secretos de la torre. Son un misterio que no cabe esperar que una mujer, ni un ejército de mujeres, revele después de solo un año.

Navani hizo una mueca. ¿De verdad era tan transparente?

—Esto es más importante que la torre, Rushu —dijo Navani—. Todo el mundo está alabando la efectividad de este barco. El brillante señor Kmakl imagina flotas enteras de naves voladoras ocultando el sol. Dalinar habla de transportar decenas de miles de tropas para un asalto a Kholinar. No creo que ninguno de ellos se haga una idea realista de la cantidad de trabajo que se requiere para mantener esta única nave en el aire.

—Centenares de trabajadores en Urithiru haciendo girar engranajes para que la plataforma se eleve y descienda —dijo Rushu, asintiendo con la cabeza—. Decenas de chulls para desplazarla lateralmente. Miles de fabriales para posibilitar ambas cosas, todos ellos infundidos una y otra vez sin descanso. Una meticulosa sincronización a través de media docena de vinculacañas para coordinar las maniobras. Sí, es de lo más improbable que podamos desplegar más de dos o tres vehículos como este.

—A no ser —dijo Navani, clavando el pulgar en sus anotaciones— que descubramos cómo hacían funcionar la torre los antiguos. Si descubriéramos ese secreto, Rushu, no solo podríamos restaurar Urithiru, sino también alimentar estas naves aéreas. Seríamos capaces de crear fabriales que superarían lo que haya imaginado nadie jamás.

Rushu ladeó la cabeza.

—Estupendo —dijo—. Apuntaré mis pensamientos.

—¿Y ya está? ¿Solo… «estupendo»?

—Me gustan las ideas ambiciosas, brillante. Impiden que mi trabajo se vuelva aburrido. —Desvió la mirada a un lado—. Pero sigo pensando que es raro que tengamos a tantos Corredores del Viento por ahí sin hacer nada.

—Rushu —dijo Navani, frotándose la frente—. De verdad, intenta concentrarte.

—No, si ya lo intento. Lo que pasa es que fracaso. ¿Y ese tipo de ahí? ¿Se puede saber qué hace? No está protegiendo la nave. No está ayudando con los refugiados. ¿No debería combatir?

—Será un explorador —repuso Navani. Siguió la mirada de Rushu más allá de la plataforma, hacia los fértiles campos de piedra—. Es evidente que…

Navani dejó la frase sin terminar al reparar en el hombre en cuestión, de pie en la cima de una colina, muy separado de la batalla. Comprendió por qué Rushu lo había confundido con un Corredor del Viento. El uniforme que llevaba tenía el mismo corte exacto que el del Puente Cuatro. De hecho, Rushu, que prestaba atención a las cosas más raras pero nunca parecía fijarse en los detalles importantes, podría haber visto en otro tiempo a ese mismo hombre entre sus filas. Solía estar al lado de Kaladin, durante los primeros meses después de que el Puente Cuatro se incorporase al ejército de Dalinar.

Rushu había pasado por alto que el uniforme de ese hombre era negro y que no llevaba ningún parche en el hombro. Que su cara estrecha y su delgada figura lo marcaban como un hombre en busca y captura. Como un traidor.

Era Moash. El hombre que había matado al hijo de Navani.

El hombre pareció mirarla a los ojos, a pesar de la distancia. Pareció mirarla a los ojos. Entonces refulgió con luz tormentosa y se dejó caer para desaparecer tras la colina.

Navani se quedó plantada en el sitio, petrificada por la conmoción. Dio un respingo y notó una oleada de calor, como si hubiera salido de repente a la abrasadora luz del sol. Él estaba allí. ¡El asesino estaba allí!

Corrió hacia un escudero de los Corredores del Viento que estaba en cubierta.

—¡Ve! —le gritó, señalando—. ¡Avisa a los demás! ¡Moash, el traidor, está aquí!

 

 

Kaladin perseguía de nuevo a Leshwi a través de un caótico campo de batalla. El vuelo le dio la oportunidad de hacer una comprobación rápida de cómo iban sus soldados, y lo que vio fue alentador.

Muchos de ellos habían hecho retroceder a sus adversarios. La mayor parte de los Celestiales flotaba en un amplio perímetro, apartados de las peleas. Kaladin sospechó que se habían dado cuenta de que iban a descubrir poca cosa solo con mirar el exterior del transporte.

Los Celestiales, sin el apoyo de infantería o de otros Fusionados, no parecían tener muchas ganas de comprometerse del todo. Solo había unos pocos combates singulares en activo, y el de Kaladin era el más frenético. De hecho, tuvo que prestar su atención completa a la persecución para no perder a Leshwi.

Kaladin se descubrió sonriendo mientras la seguía trazando un amplio bucle, esquivando a otros combatientes con un vuelo en zigzag. Al principio de su entrenamiento, habría considerado imposibles unas maniobras como aquellas. Para realizarlas, tenía que estar todo el tiempo renunciando a sus enlaces y renovándolos, variando un poco el ángulo en rápida sucesión sin dedicarle pensamiento consciente y sin dejar en ningún momento de esculpir su trayectoria en el viento ensordecedor para esquivar obstáculos.

Había pasado a ser capaz de hacerlo, si no con facilidad, al menos sí con frecuencia. No pudo evitar preguntarse qué más podrían hacer los Corredores del Viento si entrenaban lo suficiente.

Leshwi parecía querer pasar pegada a todos los demás combatientes del campo de batalla, obligando así a Kaladin a reorientarse sin cesar. Era una prueba. Quería presionarlo, ver lo bueno que era en realidad.

«Deja que me acerque y te enseñaré lo bueno que soy», pensó, escorándose para salir del bucle y descendiendo para interceptarla. Eso lo dejó lo bastante cerca para atacar con su lanza.

Leshwi desvió el ataque y se desplazó a un lado. Kaladin se enlazó tras ella y los dos zumbaron por el aire en paralelo al suelo, entrelazándose alrededor del otro e intentando alcanzarse con sus armas. Un factor crucial era el viento, que tiraba de la lanza de Kaladin. A esas velocidades, era como combatir en una alta tormenta.

Tardaron poco en dejar atrás el pueblo y, con él, la batalla principal. Kaladin hizo que Syl adoptara forma de espada, pero Leshwi estaba preparada para su embestida. Dejó resbalar su lanza en las manos, la asió más cerca de la punta y se abalanzó hacia el cuello de Kaladin, obligándolo a renunciar a su siguiente ataque.

Kaladin se llevó un corte en el cuello, pero no tan profundo como para que Leshwi pudiera empezar a absorberle la luz tormentosa. Ganó distancia sin dejar de volar en paralelo a ella, y el viento le retorció y le sacudió el pelo. Kaladin no quería terminar aislado, así que viró de vuelta en dirección al campo de batalla.

Leshwi lo siguió. Al parecer, había decidido que Kaladin podía seguirle el ritmo y quería combatir. Estaban dando un rodeo que los llevó hacia la mansión, desde el lado norte.

El terreno era muy conocido para Kaladin. En aquellas colinas había jugado con Tien. Había empuñado por primera vez una lanza, o más bien un palo de madera que hacía pasar por lanza, justo ahí mismo, y…

«No te desconcentres —pensó—. Es hora de pelear, no de recordar.»

Solo que… aquel no era un campo de batalla cualquiera allá en las Montañas Irreclamadas. Por primera vez en su vida, conocía el terreno. Mejor que ningún otro combatiente de aquella batalla.

Sonrió y se aproximó a Leshwi para enzarzarse con ella, reduciendo la velocidad y desviándolos un poco hacia el este. Se dejó hacer un corte en el brazo y se apartó fingiéndose conmocionado. Descendió veloz, se niveló y surcó el aire entre las colinas, seguido por Leshwi.

«Ahí —pensó—. Esa de ahí.»

Descendió más mientras rodeaba una colina y sacó la cantimplora del cinturón. Allí, en la ladera de sotavento, habían vaciado la roca para abrir una caverna en la que guardar herramientas. Y al igual que la encontraba siempre en sus años mozos, la puerta estaba entreabierta y recubierta de capullos de lurgs, pequeñas criaturas que pasaban casi todo el tiempo escondidas en sus envoltorios, esperando a que la lluvia las despertara.

Kaladin echó agua de su cantimplora por toda la puerta, la dejó caer y se perdió de vista rodeando la siguiente colina, volando incluso más cerca del suelo. Oyó que Leshwi llegaba tras él. La Fusionada redujo la velocidad, a juzgar por el frufrú de sus telas. Seguro que había encontrado la cantimplora abandonada.

Kaladin asomó la cabeza y la vio flotando entre las colinas, quizá a medio metro del suelo, con sus largas telas ondeando al viento. Dio una lenta vuelta completa sobre sí misma, intentando localizarlo.

Los lurgs empezaron a caer de sus capullos, creyendo que por fin había llegado la lluvia. Empezaron a dar saltitos e hicieron crujir la puerta. Al instante Leshwi se giró y apuntó hacia ellos su lanza.

Kaladin embistió contra ella. Leshwi estuvo a punto de reaccionar a tiempo, pero tan cerca del suelo su larga lanza era un estorbo. Tuvo que girarla y empuñarla más cerca del puyón para atacar, lo que dio a Kaladin la oportunidad de proyectar una recién acortada lanza-Syl hacia el pecho de Leshwi.

Logró clavársela en el hombro, lo que provocó un respingo de dolor a la Fusionada. Leshwi esquivó agachándose su siguiente tajo, pero de nuevo tuvo problemas para manejar la lanza y Kaladin le hizo un tajo en la pierna.

Durante un momento, el forcejeo lo fue todo. Leshwi soltó su lanza, desenfundó una espada corta que llevaba al cinto y se acercó más de lo que Kaladin había esperado, logró desviar la lanza y trató de aferrarle un brazo. Los cortes de Leshwi sanaban lo bastante despacio como para que él pudiera embestir con el hombro contra la herida que le había hecho, haciendo que la Fusionada gruñera. Cuando ella intentó darle un espadazo en el cuello, Kaladin lo desvió con una rodela-Syl que apareció en su brazo.

Leshwi fintó hacia él para obligarlo a retroceder, recogió su lanza y se lanzó hacia el cielo. Kaladin la siguió mientras su lanza se materializaba ante él y la alcanzó antes de que la Celestial pudiera ganar la suficiente velocidad para esquivar. Se vio obligada a pasar a la defensiva, desviando los ataques de Kaladin, volviéndose cada vez más imprudente. Hasta que Kaladin vio su momento e hizo que la lanza-Syl se esfumara de sus manos justo cuando ella bloqueaba.

Entonces, mientras Leshwi reaccionaba al bloqueo fallido, Kaladin atacó mientras la lanza cobraba forma de nuevo y la clavó directa en…

Dolor.

Leshwi había sacado su lanza por un lado para atacar justo a la vez que él. El arma alcanzó a Kaladin en el hombro, como en un reflejo de su anterior ataque al otro hombro de ella. Sintió que perdía su luz tormentosa, absorbida por la lanza de Leshwi, como si estuvieran extrayéndole la misma alma. Resistió, absorbió toda la luz restante de las esferas recargadas que llevaba en los saquitos y hundió más su propia lanza en la herida de la Fusionada hasta que vio lágrimas en las comisuras de sus ojos.

Leshwi sonrió. Él le devolvió la sonrisa, enseñando todos los dientes, incluso mientras ella le absorbía la vida.

Se separó de golpe en el mismo instante en que lo hizo ella. Leshwi se llevó de inmediato la mano a la herida, y Kaladin tembló. La escarcha crujió en su uniforme cuando la luz tormentosa se apresuró a rellenar la herida. El forcejeo le había costado caro. Estaba peligrosamente bajo de luz, y Dalinar se había tomado otro descanso de su perpendicularidad.

Leshwi lo miró mientras flotaban. Entonces Kaladin oyó los chillidos.

Se sobresaltó y se volvió hacia el sonido. ¿Había gente pidiendo ayuda? Sí, la mansión consistorial estaba en llamas y salían nubes de humo por las ventanas rotas. ¿Qué estaría pasando? Kaladin había estado tan obcecado con su duelo que no se había dado cuenta.

Sin perder de vista a Leshwi, escrutó la zona. Casi todo el mundo había llegado a la nave, y los demás Corredores del Viento estaban replegándose. Los Danzantes del Filo ya habían embarcado, pero había un grupito de gente delante de la mansión incendiada.

Uno de ellos sobresalía entre los demás, por lo que debía de ser medio metro de altura. Era una mole negra y roja, con un caparazón dentado y el pelo largo del color de la sangre seca. Era el Fusionado de antes, el que podía convertirse en una línea de luz roja. Había reunido a los soldados a los que Kaladin había expulsado. Varios estaban asaltando a lugareños, derribándolos al suelo, amenazándolos con armas y obligándolos a chillar de dolor y pánico.

Kaladin sintió una ira ardiente. ¿Aquel Fusionado estaba atacando a civiles?

Oyó a su lado un tarareo que sonaba furioso. Leshwi se le había acercado flotando, más de lo que él debería haberle permitido, pero no atacaba. Estaba mirando hacia abajo, al Fusionado y sus soldados, y el tarareo enfurecido se intensificó.

Leshwi lo miró y señaló con el mentón hacia el Fusionado y la desdichada gente del pueblo. Él comprendió el gesto de inmediato. «Ve. Detenlo.»

Kaladin empezó a avanzar, pero entonces se detuvo y sostuvo su lanza en alto ante Leshwi. La dejó caer. Aunque Syl se deshizo en niebla casi al instante, Kaladin confiaba en que Leshwi comprendería el significado.

Y en efecto, ella sonrió y, con la otra mano aún apretada contra su herida sangrante, levantó su propia lanza y apuntó con ella hacia abajo. «Empate», parecía decir con el gesto.

Volvió a señalar con la cabeza hacia la mansión. Kaladin no necesitó más incentivos. Salió disparado hacia la gente aterrorizada.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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