Avance: El Ritmo de la Guerra – Capítulo 18

Bueno, ¡esta promete ser una semana intensa, y la penúltima de capítulos de avance! Nuestro larga espera está llegando a su fin, y en breve tendremos los libros para leer. Además, ayer lanzamos el mapa interactivo con línea temporal de Roshar en español, un proyecto de 17th Shard en el que hemos contribuido traduciendo y arreglando fallos. Muchas gracias a todos los que nos estáis ayudando a encontrar los gazapos que se nos hayan quedado por ahí sueltos. Hemos ido lo más rápido posible para tenerlo listo a la vez que la versión inglesa, y sobre todo, para que lo podáis disfrutar antes de la salida del Ritmo de la Guerra. Además, lo hemos incluido en nuestro minisite de Roshar. ¡No dejéis de visitarlo, y esperamos que os guste! 

Vista del mapa con línea temporal interactiva de Roshar, un proyecto de 17h Shard, en el que hemos colaborado con la traducción y arreglando archivos.

La semana pasada tuvimos un capítulo enfocado más bien al repaso del estado actual del mundo, y del conflicto entre las fuerzas de la coalición contra las fuerzas de Odium (podéis verlo representado en el mapa interactivo si activáis la opción “Estado actual del mundo”). También nos volvemos a encontrar con Jasnah y Hoid, y con los Heraldos Ash y Taln.

Aquí os dejamos el CosmereCast donde destripamos el capítulo, y además, hablamos de las hermosas guardas que reveló Isaac Stewart durante el último directo, que han sido ilustradas por Magali Villeneuve y Karla Ortiz. Como siempre, os recordamos que también podéis disfrutar en formato audio en las plataformas de iVoox, Spotify y Pocket Casts.

Si tenéis alguna duda, este es también un buen momento para repasar los artículos de “Todo lo que sabemos sobre…” de cara a tener frescos los conocimientos antes de la salida del libro.

Y sin más, ¡os dejamos con este penúltimo avance!

Dark Eyes, ilustración por Gal Or

AVANCE: EL RITMO DE LA GUERRA – CAPÍTULO 18

AVANCE DE LA TRADUCCIÓN DEL RITMO DE LA GUERRA, TRADUCIDA POR MANU VICIANO Y CEDIDA POR NOVA

18. Cirujano

 

Los Fusionados disponen de un segundo metal que encuentro fascinante, un metal que conduce la luz tormentosa. Las implicaciones de esto para la creación de fabriales son pasmosas. Los Fusionados utilizan este metal en conjunción con un fabrial rudimentario, consistente en una simple gema pero sin ningún spren atrapado dentro.
Cómo logran extraer la luz tormentosa de un Radiante e introducirla en esa esfera sigue resultándome incomprensible. Mis eruditos opinan que deben de emplear un diferencial de Investidura. Si una gema está llena de luz tormentosa (o de luz del vacío, supongo) y esa luz se retira deprisa, crea un diferencial de presión, o una especie de vacuidad, en la gema.
Esto sigue siendo solo una hipótesis.

Lección sobre mecánica de fabriales impartida por Navani Kholin a la coalición de monarcas, Urithiru, jesevan de 1175.

 

Kaladin estaba de pie al borde de la plataforma de una Puerta Jurada, desde la que se dominaban las montañas. Aquel gélido paisaje nevado era una visión como procedente de otro mundo. Antes de llegar a Urithiru, Kaladin solo había visto la nieve en contadísimas ocasiones, y habían sido solo pequeñas superficies al alba. Allí, en cambio, la nieve era gruesa y profunda, prístina y de un blanco puro.

«¿Roca estará viendo un paisaje parecido ahora mismo?», se preguntó Kaladin. La familia de Roca, Cikatriz y Drehy habían partido hacía casi cuatro semanas. Habían enviado un solo mensaje por vinculacaña, al poco de marcharse, informando de que habían llegado a su destino.

Kaladin estaba preocupado por Roca, y sabía que jamás dejaría de preocuparse. Sin embargo, los detalles del trayecto… bueno, ya no eran responsabilidad suya, sino de Sigzil. En un mundo perfecto, Teft habría ascendido a jefe de compañía, pero el Corredor del Viento más mayor había echado una bronca tremenda a Kaladin ante la mera sugerencia.

Kaladin suspiró y anduvo hasta el edificio de control de la Puerta Jurada en el centro de la plataforma. Allí una escriba le hizo un asentimiento. La mujer había recibido confirmación de la Puerta Jurada en las Llanuras Quebradas de que era seguro iniciar la transferencia.

De modo que Kaladin la inició, utilizando la hoja-Syl en la cerradura que había en la pared del pequeño edificio. Con un fogonazo de luz Kaladin se teleportó a las Llanuras Quebradas, y a los pocos segundos ya se había enlazado para elevarse hacia el cielo.

Los Corredores del Viento no estaban tomándose muy a pecho que Kaladin diese un «paso atrás». Debían de dar por sentado que pasaría a ser general de estrategia o logística. Era como terminaban casi todos los comandantes de campo. Kaladin aún no les había dicho que tenía pensado hacer otra cosa, aunque debía decidir ese mismo día cuál sería. Dalinar aún quería nombrarlo embajador. Pero ¿podía Kaladin dedicar sus días a las negociaciones políticas? No: sería tan torpe como un caballo de uniforme en una sala de baile, intentando no pisar los vestidos de las damas.

La idea era una bobada. Pero entonces, ¿qué iba a hacer?

Alcanzó una buena altura y trazó un bucle vigorizante, enlazándose sin que interviniera ningún pensamiento consciente. Sus poderes se le estaban haciendo tan intuitivos como menear los dedos. Syl volaba a su lado y rio al encontrar a un par de vientospren.

«Esto lo echaré de menos», pensó, y al instante se sintió idiota. No estaba muriéndose. Solo se retiraba. Seguiría volando. Asumir lo contrario no era más que autocompasión. Afrontar el cambio con dignidad le resultaría difícil, pero lo conseguiría.

Distinguió algo en la lejanía y voló hacia allí. La plataforma voladora de Navani por fin llegaba a las Llanuras Quebradas. La parte delantera de la cubierta estaba repleta de caras que contemplaban boquiabiertas el paisaje.

Kaladin se posó en la cubierta y devolvió los saludos a los Corredores del Viento que se habían quedado para proteger la nave.

—Siento que el trayecto haya sido tan largo —dijo a los refugiados que se habían congregado—. Pero al menos, así hemos tenido tiempo de prepararlo todo para vosotros.

 

 

—Hemos empezado a organizar la torre por vecindarios —dijo Kaladin una hora más tarde, guiando a sus padres por los profundos pasillos de Urithiru. Sostenía un zafiro en alto para iluminar el camino—. Aquí es difícil mantener un sentimiento de comunidad, con tantos pasillos tan parecidos. Es fácil perderse y empezar a pensar que vives en una especie de pozo.

Lirin y Hesina lo seguían, embelesados por los estratos multicolores de las paredes, los altos techos, la majestuosidad general que transmitía una torre gigantesca tallada por completo en piedra.

—Al principio teníamos la torre dividida por principados —prosiguió Kaladin—. A cada alto príncipe alezi se le asignó un sector de una planta. Pero a Navani no le gustó el resultado, porque así no usábamos tanto como ella quería del borde de la torre, que tiene luz natural. Y además, había grupos muy numerosos metidos en salas enormes que no estaban pensadas como alojamientos, porque los altos príncipes querían tener cerca a su gente.

Se agachó para pasar bajo un extraño saliente de piedra en el pasillo. Urithiru tenía muchas rarezas como aquella, un tubo redondo de piedra que cruzaba el centro del corredor. ¿Sería para la ventilación? Pero entonces, ¿por qué lo habían colocado en un sitio por donde pasaba la gente?

Había muchas otras características de la torre que desafiaban toda lógica. Pasillos que no tenían salida. Salas a las que no había forma de acceder, solo visibles a través de unos minúsculos agujeros. Enormes huecos que caían a través de treinta plantas o más. Se podría haber pensado que la disposición de la torre era demencial, pero incluso en las zonas más desconcertantes emergían atisbos de diseño, como vetas de cristal que recorrían las esquinas de salas o estratos que se ondulaban formando unas pautas que recordaban a glifos incrustados en las paredes, que hacían pensar a Kaladin que aquel lugar estaba construido atendiendo a un plan, no de cualquier manera. Las rarezas que iban encontrando estaban allí por unos motivos que todavía no alcanzaban a comprender.

Sus padres se agacharon para superar el obstáculo. Habían dejado al hermano de Kaladin con los hijos de Laral y su institutriz. Laral parecía estar recuperándose de la pérdida de su marido, aunque Kaladin creía conocerla lo suficiente para no dejarse engañar por esa fachada. De verdad parecía haberle importado el viejo fanfarrón, igual que a sus hijos, una pareja de mellizos solemnes que parecían demasiado reservados para la edad que tenían.

Según la nueva ley hereditaria de Jasnah, Laral obtendría el título de consistora, por lo que había ido a recibir el saludo formal de la reina. Mientras las escribas de Navani hacían una visita guiada a la torre para el resto del pueblo, Kaladin quería enseñar a sus padres dónde iban a alojar a los habitantes de Piedralar.

—Estáis muy callados —les dijo Kaladin—. Supongo que este sitio puede impresionar mucho al principio. Desde luego, a mí me pasó. Navani no para de decir que aún no sabemos ni la mitad de lo que puede hacer.

—Es espectacular —convino su madre—. Aunque lo que más me impresiona a mí es oír que te refieres a la brillante Navani Kholin por su nombre de pila. ¿No es la reina de esta torre?

Kaladin se encogió de hombros.

—Me he ido poniendo más informal con ellos ahora que los conozco mejor.

—Miente —intervino Syl en tono conspiratorio, sentada en el hombro de Hesina—. Siempre ha hablado así. Kaladin ya llamaba al rey Elhokar por su nombre de pila siglos antes de convertirse en Radiante.

—Irrespetuoso con la autoridad ojos claros —dijo Hesina— y con cierta tendencia a hacer lo que le da la gana, sin importar la clase social ni las tradiciones. ¿De dónde habrá sacado esa actitud?

Lanzó una mirada al padre de Kaladin, que estaba junto a la pared observando las líneas de estratos.

—Vete a saber —respondió Lirin—. Acércame esa luz, hijo. Mira esto, Hesina. Estos estratos son verdes. No puede ser natural.

—Querido —dijo ella—, ¿que esa pared esté en una torre del tamaño de una montaña no te ha sugerido ya que este sitio no es natural?

—Debieron de darle esta forma por moldeado de almas —aventuró Lirin, dando unos golpecitos en la piedra—. ¿Eso de ahí es jade?

La madre de Kaladin se agachó para inspeccionar la veta verde.

—Hierro —dijo—. Hace que la piedra se ponga de ese color.

—¿Hierro? —se sorprendió Syl—. Pero el hierro es gris, ¿no?

—Sí —dijo Lirin—. Debería ser el cobre lo que pusiera verde la roca, ¿verdad?

—Cualquiera diría que sí —respondió Hesina—. Pero estoy bastante segura de que no es como funciona. En todo caso, mejor dejemos que Kal nos enseñe las habitaciones que nos han preparado. Se nota que está emocionado.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Syl—. A mí no me parece que se emocione nunca. Ni cuando le digo que tengo una sorpresa divertida para él.

—Tus sorpresas nunca son divertidas —dijo Kaladin.

—Le metí una rata en la bota —susurró Syl—. Tardé una eternidad. No puedo levantar cosas tan pesadas, así que tuve que atraerla con comida.

—En nombre del Padre Tormenta —dijo Lirin—, ¿por qué le metiste una rata en la bota?

—¡Porque encajaba de maravilla! —exclamó Syl—. ¿Cómo puedes no entender que fue una idea genial?

—Lirin se extirpó quirúrgicamente el sentido del humor —dijo Hesina.

—Y luego lo vendí a buen precio en el mercado —añadió Lirin.

Hesina acercó la cara a Syl.

—Lo reemplazó por un reloj, que utiliza para calcular el tiempo exacto que desperdician los demás con sus tontas emociones.

Syl la miró con una sonrisa vacilante, y Kaladin supo que no estaba convencida del todo de que fuese una broma. Cuando Hesina asintió animándola, Syl soltó una carcajada genuina.

—Venga, dejaos de bobadas —dijo Lirin—. No me hace falta ningún reloj para calcular el tiempo que pierde todo el mundo. Salta a la vista que la proporción se acerca mucho al cien por cien.

Kaladin se apoyó en la pared, sintiendo una paz familiar con su charla. Hubo un tiempo en que volver a tenerlos cerca había sido casi lo único que quería en el mundo. Ver cómo Lirin se obsesionaba. Oír cómo Hesina intentaba que prestara atención a la gente que lo rodeaba. El cariño con el que Lirin aceptaba las bromas, entrando en ellas al volverse cómicamente tozudo.

A Kaladin le recordaba a los tiempos en que cenaban juntos, o a cuando salían a recoger hierbas medicinales en los cultivos de las afueras del pueblo. Atesoraba aquellas memorias campestres. Una parte de él deseaba poder volver a ser solo su hijito, habría querido que sus padres no tuvieran que entrar en contacto con su vida actual, cuando sin duda empezarían a oír hablar de las cosas que Kaladin había soportado y hecho. Las cosas que habían terminado derrumbándolo.

Se volvió y siguió pasillo abajo. La luz constante que llegaba desde el fondo le reveló que estaban acercándose al muro exterior. Era una luz solar que parecía casi líquida, abierta y acogedora. La fría esfera de luz tormentosa que llevaba en la mano representaba un poder, pero era de un tipo clandestino, furioso. Si se observaba con atención la luz de una gema, se veía que cambiaba, que bullía, que intentaba liberarse. La luz solar transmitía una sensación más libre y abierta.

Kaladin llegó a otro pasillo donde las franjas de estratos de las paredes se inclinaban hacia abajo en una pauta de abanico que recordaba a las olas del mar. La luz entraba por las puertas de la derecha.

Kaladin señaló mientras sus padres lo alcanzaban.

—Todas las habitaciones que hay a la derecha dan a una gran terraza que recorre todo el borde. Laral se quedará con esa habitación que hace esquina, la más grande, que tiene una terraza privada. Yo había pensado en reservar estas diez del centro para convertirlas en una zona de reunión. Las salas están conectadas entre ellas, y algunos otros vecindarios han hecho de la terraza un gran espacio común.

Siguió adelante y pasó frente a las habitaciones, que contenían montones de mantas, tablas para hacer muebles y sacos de grano.

—Podemos poner sillas aquí y montar una cocina comunitaria —dijo—. Es más cómodo que buscar la forma de que cada cual cocine para sí mismo. La leña la traemos en carros por la Puerta Jurada desde las granjas de rocabrotes que hay en las llanuras, así que está muy racionada. Pero hay un pozo que funciona en este nivel, no muy lejos, y no os faltará agua.

»Aún no sé muy bien qué tareas asignarán a todo el mundo. Como habréis visto al llegar volando, Dalinar ha puesto en marcha granjas a gran escala en las Llanuras Quebradas. Puede que entonces hubiera que trasladar a gente, pero también es posible que logremos cultivar cosas aquí arriba. Fue un argumento que usé para que Dalinar me dejara ir a recogeros a todos a Piedralar: aquí tenemos muchos soldados, pero os sorprendería la poca gente que sabe llevar un campo de lavis en temporada de gusanos.

—¿Y esas habitaciones? —preguntó Hesina, señalando un pasillo interior con muchas puertas.

—En cada una cabe una familia —dijo Kaladin—. Me temo que no tienen luz natural, pero son unas doscientas, suficientes para todo el mundo. Siento mucho haber tenido que instalaros tan arriba, en la quinta planta. Os tocará esperar a los elevadores o subir escaleras, pero no había otra forma de que tuvierais terraza. Aun así, supongo que sigue siendo bastante abajo. Los que me dan pena son quienes acaben teniendo que vivir en los pisos altos.

—Es estupendo —dijo Hesina.

Kaladin esperó a que Lirin añadiera algo, pero su padre se limitó a entrar en una de las salas que daban a la terraza. Sin hacer caso a su contenido, salió al exterior y miró hacia arriba.

«No le gusta», pensó Kaladin. ¿Cómo no iba a encontrar Lirin algo de lo que protestar, hasta después de recibir unos aposentos envidiables en la mítica ciudad de los Reinos de Época?

Kaladin fue con él y siguió la mirada de su padre, que se había girado para intentar abarcar la torre entera, aunque la terraza de arriba se la tapaba.

—¿Qué hay en la punta? —preguntó Lirin.

—Salas de reunión para los Radiantes —explicó Kaladin—. Arriba del todo no hay nada, solo un techo plano. Pero la vista es impresionante. Ya te la enseñaré.

—¡Basta de charla! —exclamó Syl—. ¡Vamos, seguidme! —Salió volando del hombro de Hesina y cruzó las habitaciones. Cuando los humanos no la siguieron de inmediato, volvió, revoloteó en torno a la cabeza de Hesina y salió disparada de nuevo—. ¡Venga!

Fueron tras ella, Kaladin siguiendo a sus padres, y Syl los llevó por las varias salas con terraza que él imaginaba convertidas en una amplia zona de reunión, con una vista maravillosa de las montañas. Allí haría fresco, pero un gran hogar fabrial que también hiciera las veces de horno comunitario mejoraría mucho las cosas.

En el otro extremo de las salas exteriores comunicadas había un gran conjunto de seis habitaciones con su propio lavabo y una terraza privada. Era el reflejo del alojamiento que ocuparía Laral en el otro extremo. Ambos parecían construidos para albergar a oficiales y sus familias, así que Kaladin los había reservado para un propósito especial.

Syl los llevó por un recibidor, recorrió un pasillo con dos puertas cerradas y se detuvo después de entrar en una sala de estar.

—¡Nos hemos pasado toda la semana preparándolo! —exclamó, revoloteando por aquella cámara.

La pared del fondo tenía unos estantes de piedra llenos de libros. Kaladin había gastado buena parte de su salario mensual en adquirirlos. De joven siempre le había dado pena que su madre tuviera tan pocos libros.

—No sabía que existieran tantos libros en el mundo —dijo Syl—. ¿No acabarán gastando todas las palabras? ¡Tiene que haber un momento en que ya hayas dicho todo lo que puede decirse! —Voló a una sala contigua lateral más pequeña—. Aquí estará el bebé, y los juguetes los he elegido yo, porque seguro que Kaladin le habría comprado una lanza o alguna bobada. ¡Ah! ¡Y mirad por aquí!

Pasó revoloteando junto a ellos, de vuelta al pasillo. Los padres de Kaladin la siguieron y él los imitó. A petición de Syl, Lirin abrió una puerta del pasillo y dejó a la vista un quirófano bien equipado. Mesa de exámenes. Un reluciente conjunto de los mejores instrumentos, incluyendo herramientas que el padre de Kaladin nunca había podido permitirse: bisturíes, un aparato para escuchar los latidos del corazón de un paciente, un magnífico reloj fabrial, una plancha calentadora fabrial para hervir vendajes o purificar instrumentos quirúrgicos…

El padre de Kaladin entró en la estancia mientras Hesina se quedaba en la puerta, con la mano en la boca, llena de asombro, adornada por un sorpresaspren con forma de pedazos fragmentados de luz amarilla. Lirin fue cogiendo las herramientas una por una y luego empezó a inspeccionar los diversos frascos de pomadas, polvos y medicinas que Kaladin había dispuesto en el estante.

—Encargué lo mejor de lo mejor a los médicos de Taravangian —dijo Kaladin—. Madre tendrá que leerte las indicaciones de las medicinas más nuevas, porque están haciendo descubrimientos bastante importantes en los hospitales de Kharbranth. Dicen que han encontrado una forma de infectar a la gente con una versión débil y fácil de superar de una enfermedad, y eso los hace inmunes de por vida a las variantes más duras.

Lirin parecía… solemne. Más de lo normal. A pesar de las bromas de Hesina, Lirin sí que reía y tenía emociones. Kaladin se las había visto a menudo. Si estaba reaccionando a aquello con tanto silencio…

«Lo aborrece —pensó Kaladin—. ¿Qué he hecho mal?».

Lirin sorprendió a Kaladin dejándose caer a plomo en una silla que había cerca.

—Está muy bien, hijo —dijo en voz baja—. Pero ya no le veo ninguna utilidad.

—¿Cómo? —preguntó Kaladin—. ¿Por qué?

—Por lo que pueden hacer esos Radiantes —respondió Lirin—. ¡Los he visto sanar solo con tocar a la gente! Un simple gesto de un Danzante del Filo puede cerrar cortes y hasta regenerar extremidades. Lo cual es maravilloso, hijo, pero… pero ahora ya no encuentro ningún sentido a que haya cirujanos.

Hesina se acercó a Kaladin.

—Lleva enfurruñado con eso todo el viaje —le susurró.

—No estoy enfurruñado —dijo Lirin—. Entristecerme por una revolución tan absoluta en la sanación no solo sería insensible, sino también egoísta. Es solo que… —Lirin respiró hondo—. Supongo que tendré que buscar otra cosa que hacer.

Kaladin conocía la emoción exacta que estaba sintiendo su padre. La pérdida. La preocupación. La repentina sensación de convertirse en un lastre.

—Padre —dijo Kaladin—, tenemos a menos de cincuenta Danzantes del Filo, y solo a tres Vigilantes de la Verdad. Son las únicas dos órdenes que pueden sanar a otros.

Lirin alzó la mirada y ladeó la cabeza.

—Llevábamos a más de una docena con nosotros para rescatar Piedralar —añadió Kaladin—, porque Dalinar quería asegurarse de que nuestra nueva plataforma voladora no cayera en manos del enemigo. Esos Danzantes del Filo suelen estar destinados en el frente, sanando a soldados. Solo se puede recurrir a los pocos que quedan de servicio en Urithiru para las heridas más urgentes.

»Además, sus poderes tienen límites. No pueden hacer nada con las lesiones antiguas, por ejemplo. Tenemos una clínica grande con cirujanos normales en el mercado, y les llegan pacientes a todas horas. No estáis obsoletos. Créeme, aquí vas a ser muy, muy útil.

Lirin contempló de nuevo la sala y la vio con nuevos ojos. Sonrió de oreja a oreja y entonces, tal vez pensando que no debería alegrarse de que la gente siguiera necesitando cirujanos, se puso de pie.

—¡Muy bien, pues! Supongo que debería ir familiarizándome con todo este material nuevo. ¿Medicinas que pueden prevenir enfermedades, dices? Qué concepto tan intrigante.

La madre de Kaladin le dio un abrazo y luego fue a la otra sala para hojear los libros. Kaladin por fin se permitió relajarse y se sentó en una silla del quirófano.

Syl se posó en su hombro y adoptó la forma de una joven vestida con havah completa y el pelo recogido al estilo alezi. Se cruzó de brazos y lo miró expectante.

—¿Qué pasa? —preguntó él.

—¿Vas a decírselo tú o tendré que hacerlo yo?

—No es el momento.

—¿Por qué no?

A Kaladin no se le ocurrió ningún buen motivo. Syl siguió presionándolo con aquella mirada fija de spren tan frustrante e insistente que tenía. No parpadeaba a menos que decidiera hacerlo de forma consciente, así que Kaladin nunca había conocido a nadie con una mirada tan incisiva como la de Syl. Una vez, hasta había ampliado sus ojos a proporciones perturbadoras para transmitirle una idea particularmente importante.

Al cabo de poco, Kaladin se levantó y ella salió disparada como una cinta de luz.

—Padre —dijo—, tienes que saber una cosa.

Lirin dejó de estudiar las medicinas y Hesina asomó la cabeza a la sala, curiosa.

—Voy a abandonar el ejército —anunció Kaladin—. Necesito un descanso de tanta pelea, y me lo ha ordenado Dalinar. Así que he pensado que podría instalarme en la habitación que hay al lado de la de Oroden. Es… posible que necesite encontrar algo distinto que hacer con mi vida.

Hesina volvió a llevarse la mano a los labios. Lirin se quedó muy quieto y palideció, como si acabara de ver a un Portador del Vacío. Luego su cara se anegó de la sonrisa más amplia que Kaladin le hubiera visto en la vida. Se acercó deprisa y cogió a Kaladin por los brazos.

—De ahí viene todo esto, ¿verdad? —preguntó—. El quirófano, el equipamiento, lo que decías de la clínica… Te has dado cuenta. Por fin comprendes que yo tenía razón. ¡Vas a ser cirujano, como siempre habíamos soñado!

—Eh…

Esa era la respuesta, claro. La que Kaladin había estado evitando a propósito. Se había planteado hacerse fervoroso, se había planteado unirse a los generales y se había planteado huir de allí.

La respuesta estaba en el rostro de su padre, un rostro que una parte de Kaladin temía con toda su alma. En el fondo de su ser, Kaladin había sabido que solo existía un lugar al que pudiera ir después de que le arrebataran la lanza.

—Sí —dijo Kaladin—. Tienes razón. Siempre has tenido razón, padre. Supongo que… ha llegado el momento de retomar mi formación.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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