Cómo tratar la escritura como una profesión antes de ser publicado: consejos de la autora Lynn Buchanan
Bienvenidos a una nueva entrega del blog de Brandon, The Cognitive Realm (El Reino Cognitivo) donde él y su equipo nos mantendrán al día de todo lo relacionado con sus obras, procesos, actividades y más.
Y dentro de ese más, Lynn Buchanan, autora de The Dollmakers: A Novel from the Fallen Peaks y que forma parte del equipo de Dragonsteel, hoy nos habla del proceso de escritura y ofrece algunos consejos para empezar, continuar y no tirar la toalla.
No dejéis de leerla, me ha parecido muy emotiva, sincera y motivadora.
Cómo tratar la escritura como una profesión antes de ser publicado: Consejos de la autora Lynn Buchanan
PUBLICADO POR TAYAN HATCH EN THE COGNITIVE REALM, EL 6 DE AGOSTO DE 2024
¡Saludos a todos! ¡Soy Tayan! Bienvenidos de nuevo a El Reino Cognitivo. Hoy, tenemos un post muy emocionante que compartir con vosotros. Lynn Buchanan, de Dragonsteel, viene con nosotros para hablar sobre su primera novela (¡The Dollmakers ya está disponible!) y su viaje desde ser una escritora aspirante hasta convertirse en una novelista profesional. Si anhelas hacer del arte tu profesión, independientemente del medio, este post es para ti.
Lynn es una autora increíblemente dedicada y talentosa, y se unirá a nosotros participando en este blog más a mendo. Así que, pasad por aquí de vez en cuando para disfrutar de artículos como este.
Sin más preámbulos, doy paso a Lynn para que comparta sus consejos sobre cómo escribir como un profesional antes de serlo.
¿Quién es Lynn Buchanan?
Soy Lynn Buchanan, y escribo novelas de fantasía para adultos que transitan la delgada línea entre lo mágico y lo terrorífico. De día, trabajo como asistente de arte en Dragonsteel, y antes del día soy novelista y escribo historias sobre muñecas horripilantes que luchan contra monstruos aterradores, brazos momificados que se utilizan como accesorios de baile, y pintores melancólicos que lidian con demonios, literalmente.
Mi novela debutante de fantasía, The Dollmakers: A Novel from the Fallen Peaks, fue publicada por Harper Voyager en agosto de 2024. Cuando no me dedico a escribir o trabajar con artistas en Dragonsteel, me gusta tocar el oboe (de forma esporádica), coleccionar una cantidad obscena de plantas de interior, y volver a ver películas de Studio Ghibli hasta que me duelen los ojos.
¿Qué es The Dollmakers?
The Dollmakers: A Novel from the Fallen Peaks es mi novela debut. Se trata de una historia de fantasía para adultos, ideal para los fans de las películas de Studio Ghibli y libros como El alma del emperador, Ortiga y Hueso, y El emperador goblin. Es el primer libro de la saga Fallen Peaks, una serie de novelas independientes ambientadas en el mismo mundo, que presentan historias que se desarrollan en diferentes países y épocas, todas ellas comparten el mismo sistema de magia empleado de formas cada vez más alocadas (por ejemplo, en una historia hay muñecas vivientes, en otra, brazos momificados que sirven como accesorios de baile, y sí, todo proviene del mismo sistema mágico).
The Dollmakers está centrado específicamente en muñecas horripilantes que luchan contra monstruos aterradores, y a las mujeres que crean esas muñecas. Para tener una sinopsis más detallada de la historia, podéis leer a continuación:
En el país llamado One, las creadoras de muñecas son miembros clave de la comunidad. La muñeca de una artesana representa la cúspide de los logros de la sociedad, mientras que la muñeca de una guardiana es lo único que se interpone entre el pueblo de One y los Shod: monstruos feroces y remendados que destrozan cualquier estructura—viva o muerta, inanimada o no—para añadirla a su horda.
La aprendiz Shean de Perla es una creadora de muñecas brillante. Con sus ingeniosas creaciones, pretende burlar y destruir a los Shod de una vez por todas, un destino para el que ha trabajado toda su vida. Pero cuando llega el momento de licenciar sus muñecas, le dicen que su trabajo es demasiado hermoso y delicado para luchar. Un comentario que la hiere y la llena de furia. Los Shod mataron a todos los que amaba. ¿Cómo podría su destino ser otro que no fuera luchar contra ellos?
En un intento de ayudarla a encontrar un nuevo camino para sí misma, la mentora de Shean la manda de viaje a una lejana aldea llamada Web, instándola a obtener algo de sabiduría de Ikiisa, una ermitaña y guardiana creadora de muñecas muy respetada. Pero Shean tiene otro plan: si puede convencer al pueblo de Web de sus talentos, el Gremio de Licenciadores tendrá que reconsiderar y darle una licencia de guardián. ¿Y qué mejor manera de convencerlos que desafiando a Ikiisa e instalándose como la creadora de muñecas oficial de Web? Una vez hecho eso, demostrar el valor de sus muñecas en la lucha contra los Shod será sencillo.
O sea, tan sencillo como llamar a los Shod a Web…
Tratar la escritura como una profesión: 3 pasos para escribir como un profesional antes de serlo
Cuando estaba en tercer grado, pasaron dos cosas: aprendí a acotar diálogos y decidí que quería ser novelista. Ambos fenómenos estaban relacionados; no tengo idea de qué extraño y oscuro interruptor se activó en mi cerebro de nueve años, pero en el momento en que me enseñaron a usar correctamente las comillas, me sentí invencible, como si al fin estuviera en posesión de los míticos secretos guardados por los autores idolatrados que escribieron mis libros favoritos. Así equipada, decidí que era el momento de empezar a escribir mis propias historias, relatos que a buen seguro harían temblar a las mismísimas estrellas del cielo, palabras que algún día se coronarían como las mejores cosas jamás escritas en toda la historia.
Siete libros y dieciséis cortos años más tarde, vendí mi primera novela, The Dollmakers: A Novel from the Fallen Peaks, a Harper Voyager. Y estoy un noventa y nueve por ciento segura de que todo el diálogo que escribí en ella tiene los diálogos acotados correctamente.
The Dollmakers salió esta semana, y su lanzamiento me ha hecho sentir una mezcla interesante de nostalgia y contemplación, una combinación que me ha llevado a reflexionar sobre esos dieciséis años que pasé escribiendo libros malos, libros menos malos y libros que rozaban lo decente buscando qué fue, exactamente, lo que me ayudó a llegar hasta este punto de mi escritura y carrera. La respuesta es, muchas cosas. La respuesta relativamente menos exasperante es, en resumen, fingir ser una escritora profesional, incluso cuando no lo era.
Después de revisar un montón de recuerdos y hacer todo lo posible por ser concisa y directa (va por ti, profesor de la universidad que me puso una D por escribir un ensayo de dos páginas cuando pediste uno de una página, que tu mezquindad viva en la infamia), he reducido cómo logré esa farsa a tres decisiones:
- Priorizar
- Desmentir el mito de la inspiración
- Aprender a disfrutar del trabajo (y en los días en que no puedes, escribir igualmente)
#1: Priorizar
Desde siempre he sido escritora. Desde tercer grado y sus iluminadoras acotaciones de diálogo, he escrito y, si uno escribe, es escritor. Pero mis mientras siempre se han inclinado de alguna manera hacia la monetización: quería ser una autora profesional con un sueldo, con mis libros en las librerías y con una gran editorial que me respaldara y ayudara a que mis historias llegaran al público más amplio posible. Sin embargo, durante mucho tiempo, no estaba segura de qué hacer para conseguirlo. Más allá de escribir, por supuesto. Algo que hice de forma intermitente y sin mucha consistencia durante mi infancia y adolescencia.
No fue hasta que llegué a la universidad y tuve la oportunidad de asistir a la clase de escritura de Brandon que me topé con una idea que me llevó a tomar mi segunda gran decisión profesional, solo once cortos años después de que las acotaciones de diálogo me llevaran a tomar la primera. Tras escuchar a Brandon describir su horario de escritura y su ética de trabajo, decidí emularlo y tratar mi escritura como un trabajo.
Una idea sencilla, claro. Pero es más fácil decirlo que hacerlo: es endiabladamente difícil hacer que uno mismo trate algo como un trabajo cuando ese «algo», después de todo, no está produciendo ningún tipo de dividendos. Sin sueldo. Sin experiencia laboral parecida a la de un becario. Tan solo tú arrastrándote hasta tu portátil a horas intempestivas y haciendo ver con todas tus fuerzas que tu escritura es una inversión que algún día dará frutos.
Para mí, eso significaba levantarme temprano cada mañana (a veces tan temprano como a las 5:30 de la mañana., un recuerdo que ahora me hace estremecer y tambalearme para tomar una siesta retroactiva) y escribir hasta llegar a las 2.000 palabras antes de ir a clase o al trabajo que me daba de comer.
Al principio, intenté escribir todos los días pero pronto aprendí que el agotamiento no es un mito, y que esforzarme demasiado iba a hacer más mal que bien a mi escritura. Así que, en vez de escribir todos los días, me conformé con cinco días a la semana, descansando los fines de semana como lo haría con un trabajo tradicional. Un horario que he mantenido durante siete años, hasta día de hoy.
Es difícil expresar las maravillas que eso ha hecho por mi escritura. Con la mentalidad de priorizar mi tiempo de escritura con la misma ferocidad con la que lo haría con un trabajo pagado (sin permitir que nada interfiera con él, sin dejar que nada tenga prioridad sobre él salvo emergencias o conflictos horarios inevitables, y dedicando las horas necesarias todos los días de la semana), en tres años escribí siete novelas, y firmé con un agente literario con mi sexto libro. Escribí dos libros más mientras el sexto se había remitido a los editores, y terminé vendiendo mi séptimo libro (The Dollmakers) a Harper Voyager. Resulta que, cuando dedicas una cantidad constante de tiempo en un arte, produces más de ese arte y, en el proceso, inevitablemente mejoras en ese arte. Sorprendente, lo sé.
En cuanto a cómo se desarrolló mi escritura intervinieron, definitivamente, otros factores (clases y talleres, etc.), pero esa decisión inicial de tratar la escritura como un trabajo fue uno de mis primeros pasos hacia vender un libro.
#2: Desmentir el mito de la inspiración
Una vez que tuve mi horario de «escritura como trabajo» en sitio, me encontré con varias dificultades, la principal de ellas fue la gran falacia bajo la que había estado funcionando hasta ese momento: que necesitas inspiración para escribir.
Seamos claros, no estoy negando que la inspiración sea real. La inspiración definitivamente existe. No solo existe, sino que es una gran parte de mi proceso de escritura. Es la chispa inicial, el choque de ideas que se juntan y se fusionan en algo semi-coherente, el pequeño detalle que capta mi atención mientras camino por la calle, el pensamiento que encuentra un punto de apoyo en mi mente y me obliga a reflexionarlo una y otra vez hasta que una narrativa toma forma. He escrito historias enteras en una sola sesión alimentada únicamente por la inspiración. Historias cortas, eso sí. No novelas.
Nunca novelas. Y ahí es donde la parte del «mito» de la inspiración entra en juego. Una de las mayores mentiras que he escuchado sobre el arte (y que creí durante mucho tiempo) es que un artista no puede crear a menos que esté continua e incesantemente consumido por la inspiración, cada palabra que escriba iluminada, cada escena enviada desde los cielos y perfecta a su llegada. Una pesadilla para los perfeccionistas, tal es el gran estereotipo que los medios han construido alrededor del arte y la creación artística, un cuento de hadas idealizado que convierte a los escritores en una especie de criatura de fábula, en vez de personas comunes intentando crear algo bello y relevante, y luchando mientras lo hacen.
Me llevó mucho tiempo despojarme del encanto de la inspiración, dejar de castigarme por tener historias que no salían tan perfectas como Atenea salió de la cabeza de Zeus. Pero una vez que me sacudí ese estereotipo como la telaraña mugrienta que es, me di cuenta de algo.
En gran medida, el arte no es algo que los seres humanos estén motivados naturalmente a hacer. No de la misma manera en que estamos motivados a comer y dormir, en cualquier caso. No es un instinto ni un requisito inherente de la vida y, como tal, puede ser difícil encontrar la motivación para invertir el trabajo que se requiere para crear una historia con éxito, incluso cuando lo deseas desesperadamente. De ahí (en mi humilde opinión) la connotación de la inspiración, la creencia de que el arte solo puede crearse en un arrebato de pasión maníaca.
Lo que aprendí al encadenarme a mi escritorio todas las mañanas es que el arte es algo que puedes decidir hacer. Una elección que haces incluso cuando tu cerebro parece vacío, la inspiración es tan esquiva como una olla de oro al final de un arco iris que se desvanece. Incluso si no decides tratarlo como un trabajo, la escritura narrativa es trabajo: tienes que pensar profundamente y durante mucho tiempo para hacer que las historias funcionen, para hacer que las tramas y los personajes encajen, y no harás bien la mayoría de las cosas la primera vez. Así que reescribes. Y ajustas. Y vuelves a intentarlo, una y otra vez, hasta el punto en que la inspiración inicial para tu historia queda sepultada bajo capas de nuevas ideas y lógica y tramas cuidadosamente formadas. Sigue siendo importante, pero como una base, no como el quid de la narrativa en sí.
Aprender la verdadera naturaleza (y las limitaciones) de la inspiración me ha ayudado a frenar mis tendencias perfeccionistas, cambiando la escritura desde una experiencia estrictamente mística a un proceso, uno que se extiende a lo largo de muchas horas y días y meses, con altibajos durante su duración que no solo son naturales, sino una parte clave de la creación artística. La inspiración es importante como punto de partida, pero no es sostenible durante todo un libro completo: te lleva al escritorio, te hace abrir el documento y puede que te de las primeras páginas de un primer borrador. Pero no durará mucho más allá de eso.
#3: Aprender a disfrutar del trabajo (y en los días en que no puedas, escribir igualmente)
Lo que me lleva a mi último punto, el último principio que me ayudó a tratar la escritura como una profesión antes de que lo fuera: aprender a disfrutar del trabajo de escribir y, en los días en los que simplemente no puedas disfrutar del trabajo, escribir igualmente.
Escribir es difícil. Por si no he dejado claro ese punto todavía, permíteme dejarlo cristalino aquí: escribir es difícil. Hay días en los que las palabras fluyen sin esfuerzo, donde los arcos de los personajes y los puntos de la trama se alinean como amantes, y todo lo que escribo parece impecable y perfecto. Pero, con más frecuentemente, sentarse a escribir es sentarse a luchar, buscando la palabra correcta, la acción correcta del personaje, la escena correcta para impactar en la trama de la manera correcta. Y luego hay días en que me gusta haber escrito y no tengo ganas de sentarme a escribir nada más. Por tantos días como disfruto el proceso de escribir, hay días que detesto cada parte de él. Y a pesar de todo eso, escribo, independientemente de mi motivación o falta de ella.
¿Quiere decir eso que, algunos días, lo que escribo es totalmente una basura, solo apta para ser eliminada de inmediato al día siguiente? Sip. ¿Y eso significa que, algunos días, lo que escribo está en su punto, destinado a sobrevivir al proceso de revisión y terminar en el producto final? Sip. ¿Y esas sesiones de escritura perfectas solo ocurren cuando tengo ganas de escribir? Rotundamente no. De hecho, apostaría un buen fajo a que la mayoría de mis libros se escribieron en días en los que no tenía para nada ganas de escribir.
Lo que me lleva a mi punto: tienes que aprender a disfrutar (o al menos apreciar) el proceso, porque escribir es el proceso. Los días malos y los buenos, el borrador y la revisión, incluso las ediciones finales que se vuelven tan puntillosas que empiezas a tener pequeños ataques de pánico sobre tu teclado debido a la elección de palabras y la puntuación y si has usado o no demasiados guiones en este párrafo concreto. Regocíjate en la agradable sensación de tener un día en el que realmente disfrutas escribiendo, y aprende a seguir adelante y trabajar durante los días en que no. Sobre todo, aprende a elegir escribir, independientemente de tu estado de ánimo, y recuerda por qué lo haces: para contar historias que significan algo, para ti y para los demás. Para traer algo de luz al mundo, alguna conexión y comprensión e incluso esperanza.
Permíteme terminar esta idea con una metáfora potencialmente retorcida: escribir es un poco como construir una casa. Un proceso paso a paso, caótico a veces y que consume tiempo, pero construido con el mismo material con el que se construyen la mayoría de las otras casas: trabajo duro, dedicación y paciencia. No puedes esperar a tener ganas de construir una casa para construirla, ni puedes cansarte de construirla, pararte a medias y aún así esperar vivir en ella. Si puedes llegar a pensar en las novelas de la misma manera en que piensas en las casas, puede que te resulte más fácil dedicar el tiempo y el esfuerzo necesarios para hacer una.
Conclusión
Uno de los aspectos más encantadores (¿o es frustrantes?) de la escritura es que justo cuando crees que has dominado el proceso, justo cuando sientes que «sabes» cómo escribir novelas, empiezas a escribir un nuevo libro y te das cuenta de que no puedes escribirlo como lo hiciste con ninguno de los otros.
Una vez que superas el horror y la frustración iniciales de esa revelación, puede que te des cuenta (como me pasó a mí) de que esa es la razón por la que te gusta escribir. La razón por la que elegiste las historias para empezar: la emoción de lo desconocido, la inmensa satisfacción de resolver una historia para hacerla lo mejor posible con la esperanza de que pueda llegar e impactar a la mayor cantidad de lectores posible. Los objetivos finales son agradables y tal y, ciertamente, es satisfactorio tener un libro acabado en tus manos, pero son los pasos que te llevan allí los que son el verdadero placer y el valor de la escritura.
Ya sabes, viaje antes que el destino. O algo así.
Tamara Eléa Tonetti Buono
Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.