Avance - Nacidos de la Bruma, El metal perdido caps 14 y 15

AVANCE – El metal perdido: Caps. 14 y 15

¡Feliz Día de Todos los Santos, y feliz Halloween! Aquí estamos una semana más, a menos de un mes ya de la salida de El Metal Perdido, con una nueva tanda de avances. Os recordamos que esta noche Brandon estará en un directo especial Halloween en su canal de YouTube a las 19:00h MT (hora Utah) o 02:00h CET (hora España).

Y como comentábamos la semana pasada, este sábado 5 de noviembre nos podréis encontrar participando en las siguientes actividades relacionadas con el Festival 42 de Géneros Fantásticos de Barcelona:

  • 16:00h, Librería Gigamesh – Charla: “Brandon Sanderson y su Cosmere: El gran renovador de la fantasía”, donde Ángel y yo estaremos junto a Manuel Viciano (actual traductor de Brandon Sanderson) y Marina Vidal (artista que ha ilustrado las portadas de la saga de Alcatraz en español).
  • 19:45h, Fabra i Coats, Sala 2 – Podcast en directo “Tres mundos infinitos: Westeros, Cosmere y la Tierra Media, en ‘voz’ y en directo” junto a  Elia Martell de la Sociedad Tolkien Española que conduce el podcast Regreso a Hobbiton, y Javi Marcos, administrador de Los siete reinos.

Disfrutad del avance, y como siempre, ¡podéis visitar el canal #the-lost-metal-canal-temporal de nuestro Discord para comentar y compartir vuestras teorías!

avance del metal perdido: capítulos 14 y 15. traducción de manu viciano.

publicado originalmente en la web de tor , el 31 de octubre de 2022

capítulo 14

Wayne se metió en el callejón justo a tiempo. Los hombres con bombín pasaron por delante un momento después. Wayne se quedó allí agachado, con el corazón atronando en el pecho, y contó hasta cien antes de permitirse empezar a relajarse. Había faltado poco.

Ya se había recuperado más o menos de la conversación con MeLaan. De hecho, pensaba que la había llevado bastante bien. No se había roto nada, no se había roto nadie exceptuándolo a él, y solo había necesitado tres chupitos de whisky para empezar a funcionar después. Además, había comprendido lo que iba a ser aquel día.

Era un herrumbroso funeral.

Por lo que a él respectaba, las misiones podían irse todas a tomar viento. Wayne tenía funeral ese día y no había más que hablar. Se había puesto la chaqueta buena y un sombrero a juego, bien bonito y pulcro. Hasta llevaba una flor en la solapa, una flor por la que incluso había pagado. Con dinero de verdad. Si se era elegante, se era elegante.

Se incorporó de nuevo a la procesión en la calle principal. Sí, todo el mundo parecía saber que era día de funeral, desde luego. Iban con la cabeza gacha en vez de mirar hacia el sol. Aquello estaba lleno de rostros apagados, como si ellos fuesen los muertos pero aún estuvieran de pie y moviéndose porque… bueno, porque en la ciudad siempre había un trabajo que hacer.

¿Los muertos pensarían que los funerales eran celebraciones? ¿Fiestas de bienvenida? ¿Cumpleaños a la inversa?

Wayne agachó también la cabeza, imitando a la multitud que recorría la acera. Cuánta gente había en aquella ciudad. Inundaban las calles en esa parte del octante, el distrito financiero, todos ataviados con sus mejores galas mortuorias. Debería ser fácil que cualquiera encajara allí, ya que se veía a todo tipo de persona posible. Pero por algún motivo, el distrito financiero amontonaba a la gente en una pelota homogénea de pañuelos y tacones altos muy parecidos entre sí. Uno casi ni se fijaba en que algunos viandantes eran terrisanos y otros tenían sangre koloss.

Era difícil no reparar en aquella herrumbrosa aeronave que dominaba el cielo, pero bajar la cabeza ayudaba. Quizá el funeral que estaban celebrando fuese el de la misma Elendel. O al menos, el de su ingenuidad.

La Espuela Borracha estaba en la avenida Feder, haciendo esquina con la calle 73. No había forma de saltársela, con aquel letrero de madera colgado fuera y los maniquíes vestidos al estilo de los Áridos tras el ventanal. La mayoría de los restaurantes más exclusivos no tenían maniquíes, pero aquel sitio era especial. Un poco igual que un niño que comiera barro era especial. Pero a Jaxy le gustaba, así que había que acomodarse. Y Wayne era una persona acomodaticia, desde luego que sí.

Entró en la Espuela e intentó no encogerse demasiado al ver la vestimenta del personal. Sombreros de los Áridos. Camisas de color rojo chillón. ¿Chaparreras? Ay, Ruina. Iban a darle arcadas. Por lo menos, el encargado de recibir a la clientela llevaba traje tras su mostrador.

—¿Su sombrero, señor? —dijo el hombre.

Wayne se lo entregó y al momento afanó el timbre del mostrador.

—Esto… ¿señor? —preguntó el recepcionista, mirando el timbre.

—Lo pondré ahí otra vez cuando me devuelvas el sombrero —dijo Wayne—. No se puede ir por ahí sin seguro.

—Eh…

—¿Cuál es mi mesa? Debería haber dos mujeres en ella, una de ellas maja, pero seguro que la otra ha amenazado con dispararte mientras la llevabas a la mesa.

El recepcionista señaló. Sí, ahí estaban. Wayne se despidió con un asentimiento y fue hacia ellas. Qué herrumbroso horror de ropa llevaba todo el mundo en un día como aquel. Nadie se ponía chaparreras para un funeral a no ser que llegase a caballo. O a no ser que uno fuera el viejo Dag Tresdientes, a quien siempre le habían gustado esas cosas.

Ranette era Ranette: curvilínea, aunque Wayne no debería mencionarlo, y con pantalones sueltos. Jaxy llevaba un bonito vestido blanco y tenía el pelo rubio claro muy rizado, acentuado por pasadores de diamantes. Le gustaba brillar. A Wayne le parecía bien. Aquella vida tenía muy poco brillo. Si en teoría los adultos podían vestirse como quisieran, ¿por qué había tan pocos que eligieran brillar?

Se sentó con Ranette y Jaxy y golpeó la frente contra la mesa, haciendo tintinear los cubiertos.

—Ah, maravilloso —dijo Ranette con voz seca—. Tenemos drama.

—Wayne, ¿estás bien? —preguntó Jaxy.

—Murmullo murmullo —dijo él con la boca pegada al mantel—. Murmullo.

—No le sigas la corriente —advirtió Ranette a Jaxy.

—Sí, síguele la corriente, por favor —rezongó Wayne—. Ahora mismo lo necesita.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Jaxy.

—Me han abandonado oficialmente —dijo él—. Y ya se me está pasando el efecto del whisky. Condenado cuerpo. ¡Mira que metabolizar y neutralizar el veneno, como si no me lo hubiera metido aposta! —Alzó la mirada—. ¿Creéis que podría extirparme el hígado y seguir borracho para siempre?

—En eso sí que estoy dispuesta a seguirle la corriente —comentó Ranette.

—Lo siento mucho, Wayne —dijo Jaxy, dándole unas palmaditas en la mano.

—No pasa nada —respondió él—. Al menos tú sí vas bien vestida para el funeral.

—¿Para el…? —preguntó Jaxy.

—No le hagas caso —la interrumpió Ranette. Pero entonces suavizó la voz—. Eh. Sobrevivirás, Wayne. Te he visto salir de peores.

—¿Cuándo?

—Aquella vez que una bala de cañón te atravesó la barriga.

Wayne alzó la mirada de nuevo.

—Ah, sí. Aquello fue impactante.

Jaxy había palidecido.

—¿Te dolió?

—No tanto como te esperarías —respondió él—. O sea, sí, me partió por la mitad. Pero creo que mi cuerpo estaba así como confundido, ¿sabes? No todos los días te quedas en dos piezas.

—Por suerte —dijo Ranette—, sus mentes de metal estaban en la parte de la cabeza, porque si no…

Wayne se obligó a enderezar la espalda, suspiró, puso el timbre en la mesa y lo hizo sonar. Luego lo pulsó otra vez. De verdad, ¿para qué tener un trasto como aquel si la gente no le hacía caso? Al tercer toque por fin se les acercó una camarera.

—Vodka —pidió Wayne—. El peor que tengas. Cuanto más sepa a meado, mejor.

—Wayne —dijo Ranette—, esto es un restaurante elegante.

—Es verdad —repuso él—. Ponle una aceituna o algo.

—¿Era nuestra camarera, siquiera? —preguntó Jaxy mientras la mujer se marchaba.

—Procuro no fijarme mucho —dijo Ranette—, con esa ropa tan horrible que llevan.

—Ya somos dos —respondió Wayne—. ¿A quién se le ocurrió que un restaurante al estilo de los Áridos sería buena idea? En fin, para ser auténtico de verdad, en la carta solo debería haber estofado. Y luego, cuando la gente lo pidiera, se habrían quedado sin y solo podrían ponerles un plato de alubias.

—Me gusta —dijo Jaxy—. Es gracioso.

—Es insultante —replicó Ranette.

—¿Podemos hablar más de mí? —pidió Wayne—. Porque aún estoy aquí, sintiéndome como lo que queda de la uva después de hacer vino.

—Pobrecito —dijo Jaxy.

—Eres demasiado buena con él, Jax —la reprendió Ranette.

—Es uno de tus amigos más antiguos.

—Solo porque no puede morir.

—Ranette… —dijo Jaxy.

—Bien —se rindió Ranette, y puso la mano en el hombro de Wayne—. Eres fuerte, Wayne. Lo superarás. —Cogió el vaso de la bandeja cuando volvió la camarera y se lo pasó—. Mira, aquí tienes el alcohol.

—Gracias, Ranette —dijo él, ya con el vaso en la mano—. Tú si que sabes hacer que me sienta mejor.

—Si te soy sincera, estoy orgullosa de ti, Wayne. De cómo estás llevándolo. Es una actitud relativamente madura.

—¿Esto es una actitud madura? —preguntó él, y se echó el vodka entero al gaznate.

—Relativamente.

—Supongo que hay que ser adulto para que te sirvan bebercio —reconoció Wayne—. Pero es que… —Suspiró y apoyó la espalda—. No creo que haya conocido nunca a nadie que comprendiera lo que es tener que ser otra persona la mayoría del tiempo. Y ella lo entendía. Lo entendía, Ranette.

—Eh… ¿Encontrarás a alguien más? —aventuró Ranette—. ¿A alguien mejor? Es lo que se dice en estos casos, ¿no? Aunque casi seguro que es mentira, porque dudo que haya mucha gente mejor que una Inmortal sin Rostro. Eso y que…

—Ay, Ranette —dijo Jaxy, negando con la cabeza.

—¿Qué querías? —replicó ella—. Lo mío no es consolar a la gente, ¿vale?

—Wayne —dijo Jaxy—, te va a doler. Y no pasa nada. El dolor es señal de que tu cuerpo y tu mente están reconociendo que esto es horrible.

—Gracias —murmuró él—. Eres buena amiga, Jaxy. Aunque tengas muy mal gusto en mujeres.

—¡Oye! —saltó Ranette—. ¡Pero si tú te tiraste casi quince años detrás de mí!

—Ya, ¿y qué te parece mi gusto, en promedio?

—Eh… —farfulló Ranette—. Maldición. Deja de apuntar a las partes vitales, Wayne. Se supone que esto es una comida entre amigos.

—Perdón —dijo él, y puso los hombros en la mesa y la cabeza en las manos.

Aún no habían visto a su camarero asignado, cosa que tenía sentido. Estaban en un restaurante muy lujoso, y se notaba por el desprecio hacia la clientela.

—Pero lo de que estoy orgullosa de ti iba en serio —le dijo Ranette—. Has madurado, Wayne. Un montón. Llevamos años ya cenando juntos sin que me tires los trastos ni una vez.

—Te lo prometí. Además, tienes pareja, y esas cosas las respeto. —Volvió a hundirse en su silla—. No lo llevaría tan mal si ese día no estuviera al caer.

—Ese día… —dijo Ranette—. ¿El día en que tienes que llevar el dinero de la asignación a esa chica?

Wayne asintió.

—Allriandre —confirmó—. Sus hermanas y ella se quedaron sin padre por mi culpa.

El día de las tres pruebas era el peor del mes, porque Wayne tenía que ir y enfrentarse a ella. Y reconocer en voz alta lo que había hecho: asesinar al padre de la chica hacía más de veinte años.

Sabes que no estás perdonado.

Lo sé.

Ni lo estarás nunca.

Lo… lo sé.

Ranette se inclinó hacia delante y dio unos golpecitos con la uña en el salero. Tenía forma de bota de los Áridos, y parecía tan caro que de algún modo daba la vuelta entera y volvía por el otro lado como un adorno de buen gusto.

—¿Y si no fueses a verla este mes? —le sugirió Ranette.

—Tengo que ir —dijo Wayne.

—¿Por qué?

—Es mi castigo.

—¿Quién lo dice?

—El Cosmere —respondió Wayne—. Le quité a su padre, Ranette. Tengo que recordarlo. Recordar lo que soy. Tengo que mirarla a los ojos y decirle que no lo he olvidado.

Las dos mujeres se miraron.

—Wayne —dijo Jaxy—, llevo un tiempo… queriendo hablar contigo de eso. De cómo tratas a esa chica. Ya sé que quizá hoy no sea el mejor día, pero…

—Qué va —la tranquilizó Wayne—. Dame fuerte, Jaxy. Estoy casi entumecido del todo. Es buen día para recibir puñetazos.

—¿Por qué te empeñas en ir a verla en persona? —preguntó Jaxy.

—Para que pueda castigarme.

—Pero ¿ella quiere castigarte?

—Parece disfrutarlo.

—¿De verdad? ¿De verdad lo crees, Wayne? Porque tal y como lo cuentas siempre, te pide que no vayas a verla.

—Porque es una chica amable —explicó Wayne—. Pero no merezco que la gente sea amable conmigo.

—Te lo dije, Jax —intervino Ranette—. Es menos observador que un bocadillo a medio comer.

Wayne frunció el ceño. ¿De qué estaba hablando?

—Nunca he conocido a nadie —dijo Jaxy— capaz de meterse tan bien en la cabeza de los demás como Wayne. Acabará entendiéndolo.

—Se mete en la cabeza de los demás cuando le conviene —repuso Ranette—, no cuando lo lleva a ver cosas que no quiere ver.

Wayne apartó la mirada. Ranette le soltaba un montón de pullas, pero no eran… bueno, no eran con mala intención. Él bromeaba y ella bromeaba. Y sí, a veces había un matiz de verdad en las pullas, pero para eso estaban los amigos. Para hacerte quedar un poco tonto cuando os veíais, y que así no quedaras como un idiota de remate después de separaros.

En cambio, la forma en que había dicho aquello último… dolía. Wayne comprendía a la gente, ¿verdad? Wax y Marasi eran buenísimos en la parte de investigar. Pero necesitaban a alguien como Wayne, que conociera de verdad a la gente que vivía en el arroyo y se consideraba afortunada porque al menos tenía agua que beber. Por el momento.

—Wayne —dijo Jaxy—, ¿qué te parece a ti que quiere esa chica? ¿Puedes pensar como ella? ¿De verdad le apetece que vayas a recordarle su dolor cada mes?

—Yo… quiero que sea feliz. Y hundirme en la miseria a mí, al hombre que la hizo desgraciada, bueno, es la mejor manera.

—¿Lo es? —preguntó Jaxy con suavidad—. ¿O esto lo haces por ti? ¿No será una especie de penitencia? Wayne, cada vez que desobedeces lo que te pide esa chica, le quitas un poco de alegría y la conviertes en tu propio sufrimiento.

Wayne cerró los párpados con fuerza.

—Llegarás a entenderlo —añadió Jaxy, dándole unas palmaditas en el dorso de la mano—. Sé que puedes.

—Se me ha quitado el hambre —dijo él, apartando su silla de la mesa.

Se alejó entre los demás comensales. La voz de Ranette lo persiguió desde atrás.

—Te lo dije. Puede que Wayne no sea tan malo como lo parece cuando hablo yo, pero tampoco es tan bueno como tú querrías.

Intercambió de nuevo el timbre por su sombrero y solo se llevó uno de los gemelos del recepcionista para terminar de ajustar las cuentas. Era un trato justo, a cambio de que se hubiera quedado el sombrero por un ridículo timbre que ni siquiera funcionaba bien.

Fuera del restaurante, por desgracia, casi topó de frente con dos hombres vestidos con chaleco y bombín. ¡Herrumbre y Ruina! Lo habían encontrado.

—Señor —dijo el cicatero más alto—, tenemos que hablar de sus finanzas.

—¿Qué les pasa? —preguntó Wayne, metiéndose las manos en los bolsillos.

—Que tiene usted demasiado dinero, con mucho —dijo el más bajito—. Por favor, señor, es necesario que tratemos su estrategia de inversiones. La falta de diversificiación que tiene ahora mismo es casi un delito.

Bueno, a las cenizas con él, pues. Al final, el día había encontrado la manera de empeorar, y mira que parecía difícil. Dejó que lo metieran en el coche fúnebre que traían y se lo llevaran hacia el mortuorio. O hacia el despacho de contabilidad que gestionaba su enorme fortuna. Venía a ser lo mismo.

En todo caso, Wayne, tal y como lo conocían los demás, estaba muerto.

capítulo 15

El trellium se movía por sí mismo.

Steris había sacado una muestra de armonium para estudiarla junto con el clavo de trellium. Y al trellium no parecía hacerle ninguna gracia.

Wax acercó al trellium la minúscula cuenta de armonium, suspendida en un vial de aceite. De nuevo, el clavo se alejó rodando.

—Qué curioso —dijo Wax.

Entonces, siguiendo una corazonada, quemó un poco de acero en su interior. El clavo de trellium rodó de nuevo para alejarse de él.

—No estaba empujando —explicó—. El metal ha reaccionado con solo quemar acero.

—¡Es un resultado! —exclamó Steris, y se puso a tomar enérgicas notas—. Wax, esto es útil de verdad.

Sí que lo era, ¿verdad? Tenían una manera de comprobar si alguien estaba quemando metales. Los buscadores ya lo hacían empleando su propio poder, pero contar con un método mecánico para lograr el mismo efecto…

—¡Ah! —dijo Marasi—. Tendría que haberlo mencionado. Esa púa reaccionaba igual a los otros clavos que he sacado del ciclo.

—Parece alomancia —pensó Steris en voz alta—. Es como si el clavo de trellium estuviera utilizando la alomancia para empujar.

—No —objetó Wax—. Se parece más al magnetismo. La púa de trellium reacciona a otras fuentes de Investidura igual que un imán reacciona a otro.

—No quiere estar cerca de ellas —dijo Steris.

—Es más bien como si tuviera la misma carga. Me extrañaría que quisiera nada.

Aunque, siendo parte de un dios, ¿cómo estar seguro? Sobre todo teniendo en cuenta que otros objetos Investidos con una carga parecida no se repelían entre ellos, que Wax supiera.

Unos pocos experimentos más revelaron que los dos metales, el armonium y el trellium, se repelían con fuerza creciente según intentaba acercarlos. De nuevo, igual que los imanes. La reacción del trellium al armonium era más intensa que a Wax quemando metal.

Consultó la gran tabla que había clavado a la pared, creada por extrapolación a partir de un libro que Muerte había entregado a Marasi. Cuando sucedió, el acontecimiento había sido de los más surrealistas que hubieran contado jamás a Wax. En los tiempos que corrían, le resultaba casi ordinario.

El pequeño libro detallaba cómo utilizar la hemalurgia. Wax había estudiado a fondo el texto para crear un esquema de todos los puntos del cuerpo donde era posible insertar clavos y una lista detallada de cómo funcionaban, de los punzones que debían actuar a modo de chaveta para coordinar el sistema y mantenerlo en funcionamiento.

El Grupo estaba ahondando en sus experimentos con la hemalurgia. Y la hermana de Wax, Telsin, estaba por ahí en alguna parte, ocupando un puesto de liderazgo en el Grupo. Siete años antes, Wax había creído que la tenían secuestrada… pero debería haberse dado cuenta. La exagerada ambición de Telsin encajaba a la perfección con los objetivos del Grupo.

Esa ambición la había llevado a clavarse punzones. A fijar partes de otras almas a la suya propia. Wax había tenido náuseas al pensar en la gente asesinada con ese propósito, al darse cuenta de lo que estaban haciendo Telsin y el Grupo. Sostenía en los dedos no solo una reliquia de un dios olvidado mucho tiempo atrás, sino también un maltrecho símbolo de la humanidad rechazada por su hermana.

Herrumbres. Al final sí que tendría que hablar con Armonía, ¿verdad? Por muy poco que le gustara, Wax formaba parte de aquello. Debía terminar lo que había empezado hacía tantos años, cuando, al huir de Elendel, había dejado la casa a su hermana y su tío para que urdieran sus planes.

Unos pasos en la escalera anunciaron la llegada de Allik, que traía un refrigerio. Wax no estaba seguro de si el exaviador lo hacía con tanta asiduidad porque consideraba que la mansión era su hogar y quería mostrarse hospitalario o porque sencillamente le gustaba tener a gente en casa para que probara su repostería. En todo caso, verlo con la máscara alzada, una amplia sonrisa y dos bandejas de galletas de chocolate mejoró el ánimo de Wax.

—Estás yendo con cuidado —dijo Allik a Wax— de no tener demasiado ettmetal en el mismo sitio, ¿sí?

—No creo que posea tanto como para tener que preocuparme.

—Aun así, conviene recordarlo —respondió Allik—. Es una de las normas básicas para manipularlo.

Los malwish tenían todo tipo de reglas extrañas acerca del metal, y a Wax le costaba distinguir las supersticiones de la ciencia. Se suponía que no debía dejarse una gran concentración de ettmetal en un solo lugar porque provocaba unas reacciones raras, aunque Allik no había sabido concretar más.

El alegre sureño fue hacia Marasi con sus ofrendas y se las tendió.

—¡Anda! —exclamó Marasi, apresurándose a coger una galleta—. Mis favoritas.

Wax también probó una. Estaba acostumbrado a que las galletas pudieran detener una bala si era necesario. Era como las hacían en la Cuenca. En cambio, aquellas estaban jugosas, incluso un poco líquidas por dentro. Era raro, pero nada desagradable.

Marasi, más que nadie, parecía estar prendada de que Allik pusiera chocolate endulzado en todo lo que preparaba.

—Tibias es como más buenas están —dijo, masticando mientras Allik se sentaba enfrente de ella. Wax había limpiado aquella mesa de laboratorio, ¿verdad?—. ¿Sabes que te veo más guapo mientras como chocolate? Qué curioso.

—Eso lo dices —respondió Allik— solo porque quieres que haga más.

—Pues claro que lo digo por eso —asintió ella mientras echaba mano a una segunda galleta.

Wax se sentó en su taburete a disfrutar de la galleta mientras pensaba en los metales que había en la mesa delante de él. Armonium y trellium. Se repelían entre ellos. Con más y más violencia cuanto más cerca estaban.

«¿Y si…?»

Reunió los materiales que necesitaba y ya estaba montando otro experimento en la caja segura cuando llegó otro sonido de pisadas desde la escalera. Todos se quedaron muy quietos. Wax sacó unas balas de su bolsita con cuidado, dispuesto a empujarlas. Pero cuando la puerta se abrió, detrás había un hombre relamido con traje marrón. Tenía el pelo muy rubio, repeinado hasta dejarlo perfecto, y gafas con montura de alambre. La clase de persona cuyos modos gritaban a los cuatro vientos que verificaba los chistes que contaban los demás.

—¿VenDell? —supuso Wax, guardándose las balas. El kandra llevaba un cuerpo nuevo, pero tenía un aire inconfundible.

—En efecto, lord Ladrian —dijo VenDell, pasando al laboratorio mientras abría su cartera—. Mis disculpas por haber entrado en la casa sin llamar. —Dejó un papel en la mesa enfrente de Marasi—. Esto es para usted, señorita Colms.

—¿Qué es? —preguntó ella, limpiándose los dedos con un pañuelo que Steris había materializado como de la nada.

—Una nota hallada en el lugar de su enfrentamiento con el Grupo —respondió VenDell—. LeeMar se la ha guardado antes de que los demás investigadores la vieran.

—Un momento —dijo Marasi—. ¿Tenéis a más kandra entre los agentes de los que no sé nada?

—A varios —confirmó VenDell.

—¿Quiénes?

—Cassileux, por ejemplo. LeeMar se hizo cargo de su vida hace unos dieciséis meses, después de que la verdadera agente muriera en la redada a la banda de los Nómadas.

Marasi se quedó boquiabierta.

—¡Pero si estuve comiendo con Cassileux la semana pasada!

—Sí, siempre le tiene un ojo echado —dijo VenDell.

—¡No me lo dijo!

—¿Debería haberlo hecho? —preguntó él distraído, y olisqueó las galletas que le ofrecía Allik—. Qué repugnante.

—Vaya —dijo Allik, y se le hundieron los hombros.

—Se lo tengo dicho, maese Allik —repuso VenDell—. Soy carroñero, y estrictamente carnívoro. Estas… creaciones no me sentarían bien. Pero si está interesado, estoy planteándome ofrecerle un buen dinero por una máscara suya.

—¿Cómo? —dijo Allik, llevándose una mano a la máscara, que aún tenía sobre la cabeza—. ¿Por mi máscara?

—Los kandra llevamos un tiempo hablando sobre esas máscaras que lleva su gente —explicó VenDell—. Muchos creemos que forman parte integral de su naturaleza en la misma medida que el pelo o las uñas, que a todos los efectos pertenecen a su esqueleto. Y en consecuencia, he decidido empezar a coleccionarlas para futuros cuerpos. ¿Tiene alguna a la venta?

—Esto… —dijo Allik—. Eres un hombre muy extraño, ¿sí?

—No soy un hombre en absoluto —respondió VenDell—. La oferta está hecha, de modo que avíseme si está dispuesto a emprender negociaciones. Solo me quedaría con la máscara tras su muerte, por supuesto. Aunque si insiste en juntarse con estas personas, quizá no quede tanto para que se produzca.

Luego fue hacia Wax y extendió la mano.

—¿Me lo enseña, por favor?

Wax suspiró y se volvió hacia la caja segura, donde había estado preparando el experimento. Sacó el clavo de trellium y se lo entregó a VenDell, que lo levantó hacia la luz.

—Creía que no podíais tocarlos —dijo Steris desde la mesa, junto a Marasi.

—Se equivoca usted, lady Ladrian —respondió VenDell—. Este no es un clavo de kandra, por lo que tocarlo no es tabú.

—Este no dejaré que te lo lleves —le advirtió Wax—. Tenemos que estudiarlo.

—Por desgracia, no tengo intención de apoderarme de él —dijo VenDell—, así que no llegaremos a saber si podría impedírmelo usted o no.

—¿No lo quieres porque no es un clavo de kandra? —preguntó Wax—. Al contrario que los que tenía Lessie, porque esos sí que me los robaste.

—Los entregó usted por voluntad propia.

—No estaba en condiciones emocionales de hacer nada por voluntad propia —replicó Wax—. Todavía quiero saber cuánto tuvo que ver ese metal, el trellium, con lo que le ocurrió.

—La forma en que Paalm… actuó era el resultado directo de su decisión de quitarse un clavo —afirmó VenDell—. Los clavos de trellium quizá agravaran su dolencia, pero no la originaron.

—No es lo que me dijo Armonía.

VenDell dio la vuelta al clavo entre los dedos, sin responder. Se limitó a señalar la caja segura con el mentón.

—¿Qué está haciendo ahí?

—Aplicar corriente eléctrica para ablandar un poco de armonium —dijo Wax, señalando el equipo que había instalado, un sistema que haría pasar una poderosa corriente por una minúscula pepita de armonium sujeta en el centro, cubierta de aceite para evitar que se corroyera—. Es lo más cerca que hemos estado nunca de dividirlo.

—No puede dividirse —repuso VenDell—. Al menos mientras Armonía siga siendo Armonía. Ya se lo he explicado.

Steris se aproximó con su tablilla y Wax cruzó la mirada con ella. Era cierto: el armonium no era una aleación propiamente dicha. Sin embargo, Armonía contenía tanto a Ruina como a Conservación, así que, de algún modo, aquel metal era a la vez atium y lerasium, fusionados mediante un proceso que desafiaba a toda explicación científica normal.

Parecía razonable dar por hecho que existía alguna forma de dividirlo. Pero la disolución selectiva por medio de ácidos había fallado. Los distintos métodos de calentamiento para que los componentes se separasen por sí mismos en estado fluido habían fallado. La electrolisis había fallado.

Otra docena de ideas también habían fallado. Por algo Wax había dejado de entusiasmarse tanto con el proyecto. Pero de todo lo que habían intentado, la corriente eléctrica daba la sensación de haberse acercado más que ninguna otra cosa. Encendió la máquina sin molestarse en cerrar la puerta reforzada de la caja segura. Había repetido aquel experimento las veces suficientes para estar tranquilo haciéndolo en abierto.

El pedacito de armonium se calentó. Marasi y Allik se acercaron y lo vieron refulgir con una intensa luz interna. Entonces Wax activó el otro componente, el que tiraba de ambos extremos de la pepita.

El armonium era maleable, cada vez más a medida que se calentaba. Ablandado como lo tenía en la caja, parecía reaccionar de manera distinta al aire y ya no era tan volátil. Casi como… como si estuviera transformándose en algo diferente.

Aquella máquina especializada seguía haciendo pasar la corriente eléctrica por las pinzas de los lados, pero en ese momento además empezaron a separarse y estirar el metal. Si Wax no interrumpía el proceso, la pepita se dividiría en dos por la mitad, creando dos pedacitos de armonium. Eso no era un resultado extraordinario por sí mismo. Pero la máquina estaba calibrada para tirar solo unos pocos dieciseisavos de centímetro y detenerse. El resultado fueron dos pequeños pegotes de armonium a los lados, unidos por una diminuta franja más estrecha.

—¿Qué objetivo tiene esto? —preguntó VenDell.

—Tú mira —dijo Wax.

Era probable que él lo viese mejor con sus anteojos tintados, pero de todos modos al cabo de un tiempo los metales empezaron a reorganizarse. El armonium de la izquierda brilló con un resplandor blanco azulado. El de la derecha adoptó un aspecto aún más extraño, haciéndose plateado y reflectante. Parecía casi líquido, como el mercurio, y con una superficie increíblemente lisa.

—¿Eso es…? —preguntó Marasi.

—No —dijo Wax—. Si lo cortamos por la mitad ahora mismo, cuando los metales se enfríen tendremos dos pedacitos de armonium. Pero en este estado, los metales casi se diferencian. Se nota que el de la izquierda va ganando características del lerasium. Y la gota de la derecha… encaja con las descripciones del atium.

—Siempre da la impresión de que quiere dividirse —añadió Steris—. De que está preparándose para hacerlo.

—Ruina y Conservación —susurró Marasi—. Atium y lerasium.

—Creo que por eso el armonium es tan inestable —explicó Wax—. A Armonía le cuesta actuar, ¿verdad? Ha mencionado alguna vez que sus dos aspectos están en oposición y que eso lo deja indeciso, impotente.

—Lo que ocurre es que está en equilibrio, nada más —repuso VenDell—. Tiene a partes iguales la necesidad de proteger y la necesidad de dejar que las cosas se deterioren.

—Bueno —dijo Wax—, pues yo estoy cada vez más convencido de que nos enfrentamos a un dios que no está lastrado por ese tipo de equilibrio. Al principio era escéptico, pero Marasi me convenció.

—Trell es peligroso, VenDell —convino Marasi, entrecerrando los ojos para protegerlos del fulgor—. Tenemos que hacer algo. No podemos esperar a Armonía.

—Casi estoy persuadido —dijo VenDell—. ¿Qué le parece la nota?

—Es confusa —respondió Marasi—. Y vaga.

Wax le lanzó una mirada.

—Te lo explicaré —prometió ella—. Pero antes, ¿vamos a seguir con esto?

Señaló con la cabeza la caja en torno a la que estaban todos congregados.

—Bien —dijo Wax, recuperando el clavo de trellium de manos de VenDell—. Nos hemos dado cuenta de que este metal repele toda forma de Investidura, y repele el armonium incluso con más intensidad. Se me ha ocurrido… estirar una pepita como he hecho y luego usar el trellium para intentar dividirla. ¿Y si repele los dos lados con más fuerza y logramos separar al atium del lerasium?

Miró a los demás uno por uno.

—¿Qué… probabilidad hay de que explote? —preguntó Allik.

—¿Estando involucrado el armonium? —respondió Steris—. Diría que es de lo más probable. Pero merece la pena intentarlo.

—Para eso tenemos la caja segura, ¿no? —dijo Wax—. Además, es un pedacito muy pequeño de armonium. ¿Cuánta energía puede contener tan poco metal?

Las palabras se quedaron en el aire.

—Entonces —dijo Allik—, creo que deberíamos salir todos por la puerta y estar muy lejos cuando suceda, ¿sí?

—Sí —coincidió Marasi.

Wax respiró hondo y asintió.

—Montaré un temporizador —dijo—. Este sótano está reforzado con tanto hormigón que daría para una carretera, así que arriba deberíamos estar a salvo.

—Que lo haga el kandra —propuso Marasi—. Son básicamente indestructibles.

—La palabra «básicamente» —replicó VenDell— está a una distancia infinita de la palabra «completamente», señorita Colms. Se me ha encomendado ayudar en su pequeña infiltración, para la que si no me equivoco cuentan con un cadáver, no arriesgar la vida intentando lograr lo imposible.

—Temporizador, entonces —dijo Wax.

—Voy a sacar una astillita de trellium —dijo Steris—, para no tener que usar el clavo entero.

—Bien pensado —respondió Wax.

Debería poder modificar el perforador hidráulico y…

Le costó más de media hora organizarlo todo. Y durante ese tiempo, Wax no dejó de pensar. ¿Y si de verdad dividía el armonium? Tendría dos metales, dos cuerpos de dioses, cada uno capaz de gestas increíbles de las leyendas antiguas, como manipular el tiempo o crear seres con las capacidades mitológicas de un nacido de la bruma. ¿Y si él ostentara ese poder? ¿En qué cambiaría?

«En nada —se dijo—. Ya he ostentado ese poder. Y cuando lo tuve, lo usé para salvar a mis amigos».

Terminó de calibrar los instrumentos y fijó el temporizador en cinco minutos. Cuando transcurriera ese tiempo, la máquina llevaría la astilla de trellium al centro de la pepita de armonium calentada y estirada.

Cerró bien la caja segura, huyó con los demás escalera arriba y aseguró la gruesa puerta metálica del rellano superior. Y entonces… Wax cayó en la cuenta de que cinco minutos quizá fuesen demasiado tiempo.

—Bueno —dijo mientras sacaba el reloj de bolsillo—, ¿qué pasa con esa nota?

—Estaba en una caja de la caverna —explicó VenDell—. De las pocas que no destruyeron las explosiones.

—Hacia el final de la incursión —dijo Marasi—, he visto a alguien con máscara y ropa negra. En ese momento tenía una burbuja de lentitud alzada, así que la mujer estaba emborronada al acercarse a mí. Casi ni la he visto antes de que se marchara, pero creo que ha debido de dejar esto.

Volvió el papel de cara a Wax, para que leyera el sencillo mensaje: «Te observamos, Marasi. Y estamos impresionados». Debajo había un pequeño símbolo, tres diamantes que se solapaban en el centro. A Wax le sonaba un poco, aunque no creía haber visto nunca ese mismo símbolo. Era más bien que su forma le recordaba a algo.

—¿Lo habías visto alguna vez? —preguntó Wax a VenDell.

—Eh… —respondió el kandra—. Tengo prohibido responder a esa pregunta. Mis disculpas, lord Ladrian.

—¿Prohibido? —preguntó Steris—. ¿Por quién?

—Por el mismísimo Armonía, lady Ladrian —VenDell, por primera vez que recordara Wax, parecía estar incómodo—. Les sugiero que hablen con él en persona.

—Estupendo —dijo Marasi—. Es bueno saber que trabajamos en la defensa del planeta, nada menos, mientras Dios se comporta como un crío con un amorcito secreto.

—Es lo que tienen los falsos dioses —comentó Allik, ganándose miradas de reproche desde toda la sala. Se limitó a levantar los hombros.

Nadie más habló. «¿Cómo es que unos minutos se hacen tan eternos cuando esperas?».

—Bueno —dijo VenDell—, pasemos al tema de sus huesos, lord Ladrian. ¿Se ha replanteado…?

—No están a la venta.

—Pero…

—No están a la venta.

—En fin, qué le vamos a hacer —dijo VenDell—. No me reproche que le pregunte. La idea de que un esqueleto tan bueno se eche a perder…

Una repentina detonación sacudió el edificio entero. Las lámparas de araña temblaron, la ventana que estaba a la derecha de Wax se agrietó y se oyeron platos cayendo al suelo en la cocina.

—Herrumbres —dijo Marasi—. Esto tienen que haberlo sentido en el octante de al lado. ¿Creéis… que la caja habrá resistido?

—Solo hay una forma de saberlo —respondió Wax, yendo hacia la puerta que llevaba al sótano.

—Por lo menos —dijo Allik a los demás—, esta vez lo teníamos previsto, ¿sí?

—Siempre hay que prever que haya explosiones cerca de Wax —dijo Steris—. A la larga, ahorra mucho esfuerzo.

Wax abrió la puerta y empezó a bajar.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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