Avance - Nacidos de la Bruma, El metal perdido caps 12 y 13

AVANCE – El metal perdido: Caps. 12 y 13

Empezamos la semana, como viene siendo tradición desde hace ya unas cuantas, con un nuevo fragmento de El metal perdido cuya publicación está cada vez más cerca.

Además, aprovechamos a comentar que con motivo del Festival 42 de Géneros Fantásticos de Barcelona nos podéis encontrar participando en las siguientes actividades:

  • Sábado 5 de noviembre, 16:00h, Librería Gigamesh – Charla: «Brandon Sanderson y su Cosmere: El gran renovador de la fantasía», donde Ángel y yo estaremos junto a Manuel Viciano (actual traductor de Brandon Sanderson) y Marina Vidal (artista que ha ilustrado las portadas de la saga de Alcatraz en español).
  • Sábado 5 de noviembre, 19:45h, Fabra i Coats, Sala 2 – Podcast en directo “Tres mundos infinitos: Westeros, Cosmere y la Tierra Media, en ‘voz’ y en directo” junto a  Elia Martell de la Sociedad Tolkien Española que conduce el podcast Regreso a Hobbiton, y Javi Marcos, administrador de Los siete reinos.

Disfrutad del avance, y como siempre, ¡podéis visitar el canal #the-lost-metal-canal-temporal de nuestro Discord para comentar y compartir vuestras teorías!

avance del metal perdido: capítulos 12 y 13. traducción de manu viciano.

publicado originalmente en la web de tor , el 24 de octubre de 2022

capítulo 12

A veces Wayne fingía que era un héroe. Alguna herrumbrosa figura antigua salida de las leyendas, que emprendía alguna misión absurda como matar a un monstruo o viajar a los dominios de la Muerte.

En los últimos tiempos se le hacía difícil ponerse ese sombrero. Sobre todo cuando la verdad lo miraba a la cara cada vez que se ponía delante de un espejo. Se había labrado toda una carrera a base de fingir. La gente pensaba que era un talento, sin más. Nunca le preguntaban de qué estaba escondiéndose.

Ese día, habría dado casi cualquier cosa por ser otra persona. MeLaan, con aquel cuerpo tan atractivo que llevaba —aunque todos eran atractivos, la verdad— lo llevó por el recibidor hacia una salita de estar más pequeña y privada al otro lado. Al pasar, Wayne intentó agarrar su sombrero de la suerte, colgado en la pared fuera de la salita. Pero falló.

MeLaan lo sentó en una gran butaca tapizada que hizo que se sintiera como un niño. Tampoco ayudaba a menguar la sensación que MeLaan fuera tan alta como Wax, en aquel cuerpo. Cogió la mano de Wayne, se agachó y lo miró a los ojos.

—Lo siento, Wayne —dijo con suavidad—. Tengo que abandonarte. Hoy mismo. Se acabó. Intenté prepararte para esto… pero supongo prolongarlo que ha sido más doloroso, ¿verdad?

—No sé —respondió él—. Nunca me habían partido el corazón, así que no tengo experiencia en estos asuntos.

Ella hizo una mueca.

—Wayne…

—Perdona —dijo él—. Tienes que hacer tus cosas, ya lo sé. Nadie sale con una agente inmortal del mismo Dios sin sospechar que algún día acabará por debajo del tipo brillante. —Wayne frunció el ceño—. Porque brilla, ¿verdad?

—Creía… —MeLaan le apretó la mano—. Creía que contigo habría menos apego.

—¿Cómo se te pudo ocurrir algo así? —preguntó él—. Soy tan apegado que acabo teniendo todo tipo de cosas que no me pertenecen.

MeLaan crispó el gesto.

—Entonces… ¿para ti no han sido nada? —preguntó Wayne—. ¿Estos seis años?

—No es que no hayan sido nada —dijo ella—. Pero… no lo que han sido para ti. Sé que debería habérmelo esperado. TenSoon me lo advirtió, Ulaam me lo advirtió. Los mortales percibís el tiempo de otra manera. Estaba avisada. Lo siento, Wayne.

—No te disculpes por algo que no sientes, MeLaan —dijo Wayne—. No es culpa tuya.

«Es mía».

—Esta misión… la solicité yo —reconoció MeLaan—. Porque comprendí que estaba dándote esperanzas y sabía que, cuanto más tiempo pasara, más daño te haría la ruptura. Por eso no puedo quedarme a ayudar. Tengo que irme ya. Antes de que me falte el valor.

—¿Y eso… sería tan horrible?

—Sí —dijo ella—, porque sería mentira, Wayne. Estaría quedándome para que no sufras, no porque de verdad quisiera quedarme.

Wayne no debería querer que se quedara en esas circunstancias. Pero era lo que quería. Maldición, sí que quería.

Aun así, se mordió la lengua. A veces tocaba quedarse plantado y encajar un disparo.

—De verdad es una misión emocionante —dijo MeLaan—. Recorreré un neblinoso terreno desconocido, la oscura enormidad de lo que Armonía llama «Shadesmar». Seré la primera kandra que esté allí a largo plazo, en misión oficial. Exploraré el Cosmere, Wayne. Iré a ver todo lo que existe, unos mundos que apenas alcanzamos a imaginar. Ayudaré a quienes lo necesitan, no a personas sueltas, sino a pueblos enteros.

Wayne asintió, embotado.

MeLaan se levantó y se agachó para besarlo. Wayne quiso apartar la cara, pero… bueno, terminaría arrepintiéndose de haberlo hecho. Fue un último y largo beso, como solo podía darlo alguien con una lengua que no estaba restringida por las limitaciones fisiológicas habituales.

—Pero sí que quería decirte una cosa importante —susurró MeLaan después del beso—. Una cosa significativa.

—¿Sí?

—Has sido —dijo ella, apretándole la mano por última vez— un amante buenísimo, Wayne.

—¿De verdad?

—De verdad. Siendo sincera, eres el mejor que he conocido.

—¿Tienes setecientos años… y yo he sido el mejor? —preguntó él.

MeLaan asintió.

Vaya, aquello no era moco de pavo. No era moco de pavo en absoluto.

—Gracias —dijo—. Has sido muy amable al decírmelo. Sí que… ayuda.

—Ya me parecía —respondió ella—. Adiós, Wayne.

Le soltó la mano y se marchó. Conociéndola, más adelante enviaría a alguien para que empaquetara sus otros cuerpos. Ese día se había puesto el de esmeralda porque era uno de los que más le gustaba llevar. Lo más seguro era que, para la misión, se llevara ese y el de aluminio y dejara los demás.

Wayne se quedó mucho tiempo mirando la puerta. No llevaba sombrero, así que no le quedaba más remedio que ser él mismo. Su verdadero yo, el que conocía su dolor. Habían cabalgado juntos por muchos senderos polvorientos. Aquel dolor había sido su amigo invisible desde la infancia.

El dolor de saber lo que era en realidad.

El dolor de ser despreciable.

capítulo 13

Wax abrió el paso hacia el sótano y oyó las pisadas de Steris y Marasi en los peldaños a su espalda. Si las plantas superiores de la mansión estaban dedicadas a las aficiones de Steris y a las diversas necesidades de los amigos de ambos, el sótano pertenecía a Wax. Y le había hecho algunas reformas.

En realidad había empezado a interesarse por la metalurgia en los Áridos, cuyos pueblos mineros solían tener equipo para comprobar la pureza de los minerales y esas cosas. Se había sorprendido al comprobar lo útil que resultó ser esa afición. Por ejemplo, muy pocos criminales sabían que se podía rastrear a sus proveedores por la composición de los casquillos que dejaban.

Ya en Elendel, la curiosidad de Wax se había multiplicado por diez. Tenía un sótano lleno de muestras de metal, ácidos y disolventes, hornillos, microscopios, y hasta una sala con una fragua y un yunque. Le recordaban a las cosas que le gustaban de los Áridos. A Lessie riendo cuando Wax hacía algún avance. A tardes enteras plegando metal como si fuese algún guerrero de la antigüedad forjando una daga para matar a un dios, y no un novato intentando crear un cuchillo de mesa.

Últimamente estaba fascinado por la electrolisis y la deposición, y su nuevo espectrómetro eléctrico era una verdadera maravilla. Junto con las gráficas que representaban los colores espectroscópicos de los distintos elementos, le permitía identificar casi cualquier material. ¿Cómo reaccionaría el trellium al espectrómetro? ¿Y a sus ácidos, y a sus imanes?

Esas preguntas lo vigorizaban. Había perdido ese tipo de entusiasmo durante la mediana edad. Era demasiado puro. Wax no había sido capaz de emocionarse por algo tan simple y enriquecedor en una época en la que su vida se desmoronaba.

Se ciñó los anteojos. Steris se puso unos también antes de sacar su tablilla sujetapapeles y pasarle un mandil, que Wax aceptó porque llevaba uno de sus mejores chalecos, aunque se había dejado el pañuelo en alguna parte. El mandil de la propia Steris era más envolvente y grueso, casi como una chaleco antibalas. Hacía poco que Wax había logrado convencerla de que no era necesario ponerse dos anteojos uno encima del otro: podía encargar que le hicieran unos extragruesos.

Se acercaron a una mesa y Wax fijó el clavo en una abrazadera para que no se moviera.

Marasi se detuvo al pie de la escalera, ante la puerta abierta, y sonrió.

—Pero qué adorables sois los dos —dijo.

Wax cruzó la mirada con Steris.

—Creo que no me llamaban adorable desde que tenía la edad de Max.

—Tendría que hacerse mirar la vista —dijo Steris a Wax, y miró a Marasi—. Querida, tengo anteojos con lentes correctoras, ordenados en los cajones de tu derecha.

—No me hacen falta —respondió Marasi mientras entraba.

Steris chasqueó la lengua y señaló el letrero que había sobre el vano de la puerta. anteojos obligatorios. Tenía un asterisco y una nota debajo, garabateada con lápiz de cera, que rezaba: «Menos Wayne».

—Es una buena norma —dijo Wax—. Ya sabes que siempre nos pasan cosas.

—¿Cosas? —preguntó Marasi mientras elegía unos anteojos—. ¿Te refieres a explosiones?

—No solo explosiones —matizó Steris—. Vertidos de ácido. Incendios. Descargas involuntarias de armamento. Aunque supongo que eso se consideraría un subconjunto de las explosiones. ¿Qué tal de dureza?

—Es duro —dijo Wax mientras probaba varias sustancias contra el clavo—. El diamante lo raya, pero apenas deja marca en el corindón. Échale un nueve y pico.

—Anotado —confirmó ella.

—Y es quebradizo —afirmó Wax mientras cincelaba con cuidado—. No se parece en nada al armonium, que es casi tan maleable como el oro. ¿Enciendes un hornillo, por favor?

Steris aplicó una llama a una boquilla de gas. Wax separó un trocito de trellium, lo acercó dentro de un cuenco hecho de aleación de tungsteno, lo situó bajo el fuego y observó con atención. El trocito de metal se puso enseguida al rojo blanco, pero no licuó.

—El punto de fusión es extremadamente alto —dijo—. Por encima de los mil trescientos grados.

—Parecido al del armonium —repuso Steris—. ¿Quieres probar el fundidor eléctrico?

Wax asintió. El fundidor hacía pasar una poderosa corriente eléctrica por el metal para calentarlo más de lo que podía lograr un hornillo. Había tenido algo de suerte con el armonium empleando ese proceso. Por desgracia, aunque el trocito de trellium volvió a ponerse al rojo blanco, se negaba incluso a combarse o estirarse.

—Herrumbres —susurró Wax, con la mirada fija en el brillante metal a través de unos anteojos tintados—. Sí que es duro, sí.

¿Cómo iba a hacerse un pendiente con él? ¿Y de verdad se lo estaba planteando? Al pensarlo, cayó en la cuenta de que no sabía si el sobre procedía de Armonía. Podría haberlo dejado cualquiera en su escritorio. Tendría que hablar con Armonía antes de hacer ninguna estupidez.

—Según TenSoon, los metales son el cuerpo de divinidades —dijo Steris—. Los llamados metales divinos fueron los que engendraron las brumas en la era antevergel.

—¿Y por qué no ardieron los pulmones de todo el mundo? —objetó Wax—. Si puedo calentar esto a más de mil seiscientos grados sin que licue, imagínate a qué temperatura debía de estar en forma de vapor.

—A lo mejor estos metales no cambian de estado según la temperatura —propuso Steris—, sino dependiendo de otros factores.

Wax asintió, pensativo. Marasi se acercó a la mesa y se inclinó hacia el clavo.

—Está lleno de poder —dijo—. Es un punzón hemalúrgico, así que está…

—Los kandra lo llaman «Investido» —dijo Wax—. Este clavo se ha apoderado de parte del alma de una persona, por medio de la hemalurgia, y la acumula en su interior. Es como una especie de… batería para la energía vital.

Marasi se estremeció.

—Entonces, ¿sería un poco como un cadáver?

—Un arma homicida, como mínimo —asintió Steris mientras apagaba el fundidor.

—Wax —dijo Marasi, aunque parecía reacia a hablar—, cuando estaba sacando ese clavo del ciclo, ha empezado a despotricar. Como hizo Miles antes de morir.

Wax alzó la mirada de su experimento.

—¿Qué ha dicho?

—Ha mencionado a los hombres de dorado y rojo —respondió Marasi—, como Miles. Y luego… se ha puesto hablar de que volverán las lluvias de ceniza, como en el Catacendro. De que regresarán los días de oscuridad y ceniza.

—Imposible —dijo Wax—. El terreno ya no lo permite. Los montes de ceniza o bien ya no existen o bien están inactivos. No se da la actividad tectónica que provocaría otra lluvia de ceniza.

—¿Estás seguro? —preguntó Marasi.

Wax titubeó un momento antes de negar con la cabeza.

—Cuando Armonía me mostró la influencia de Trell envolviendo nuestro planeta, hasta él parecía confundido. Nuestro mundo, y nuestro dios, a grandes rasgos tienen tres siglos y medio de edad. Hay cosas ahí fuera que son muchísimo más antiguas. Muchísimo más astutas.

El laboratorio quedó en silencio, salvo por el zumbido de la máquina a corriente eléctrica, que entonces Wax apagó.

—Pues tendremos que ponernos al día —dijo Steris, y dio un golpecito con el lápiz en su tablilla—. ¿Qué viene ahora?

Ella sí que estaba adorable con aquellos anteojos enormes y su chaleco de protección militar encima del vestido de andar por casa. Wax reparó en que su pañuelo asomaba del bolsillo del vestido.

—Espectroscopía —respondió Wax a su pregunta—. Vamos a quemar unas láminas.

—Espera, espera —dijo Marasi—. Si no has podido fundirlo, ¿cómo vas a quemarlo?

Wax limó el clavo en su abrazadera y las raspaduras cayeron a una gruesa cartulina.

—La mayoría de los metales arden, Marasi, si los cortas lo bastante pequeños y les aplicas el suficiente oxígeno. Lo logramos con el armonium, aunque tampoco pudimos fundirlo del todo.

—Qué raro, ¿no? —dijo ella.

—Sí que lo es —admitió Wax—. Pero como decíamos, estamos hablando del cuerpo de dioses.

Preparó el espectroscopio y logró quemar unas limaduras, usando el tubo de oxígeno, para obtener sus lecturas. Luego calentó de nuevo un trozo para que emitiera ondas de luz y tomó lecturas también. La máquina hacía que una pluma se moviera sobre un papel, como un sismógrafo, solo que allí los picos y los valles representaban frecuencias lumínicas. Aquellos patrones de luz se correspondían con los distintos elementos.

En aquel caso, Wax se sorprendió al obtener una línea recta, un espectro completo. Aunque al final del espectro, en la zona del rojo, la máquina intentó enviar la línea por encima del máximo. Lo cual no debería ser posible, aunque Wax ya lo hubiera visto en otra ocasión.

Desatornilló la horquilla que mantenía el brazo fijo sobre el papel y volvió a poner en marcha la máquina. De nuevo, obtuvo un espectro completo al máximo… hasta llegar al rojo, cuando la horquilla se soltó y el brazo salió del papel con una sacudida.

Wax dejó de contener el aliento.

—Esto parece demostrar que es un metal divino.

—En efecto —asintió Steris, tomando notas en la penumbra.

—Que alguien le cuente a la poli paleta lo que está pasando —pidió Marasi—. ¿Por qué demuestra nada?

—Es complicado —dijo Wax—. Cada elemento tiene como una especie de marca distintiva en las longitudes de onda que libera al calentarse. Lo que estamos haciendo viene a ser una forma de identificar elementos y compuestos. Igual que las huellas dactilares para saber quién es una persona.

—Y este metal —añadió Steris—, por algún motivo, proyecta un espectro completo, como si estuviera hecho de pura luz blanca. Pero además le pasa algo raro en el rojo, como si ahí tuviera una luz que supera lo que la máquina puede calcular o leer.

—Solo había visto algo parecido una vez —dijo Wax.

—¿Con el armonium? —adivinó Marasi.

—Sí. —Wax dio unos golpecitos en la mesa y meneó la cabeza—. Estos metales tienen demasiadas cosas que parecen incumplir las leyes de la física. Tengo la sensación de estar experimentando con algo que se sale peligrosamente de nuestra comprensión.

—¿Pasamos a la caja segura? —propuso Steris.

—Será lo mejor —dijo Wax—. Sobre todo porque el siguiente paso es meter unas cuantas limaduras en ácidos.

La «caja segura» era como Steris llamaba al pequeño contenedor reforzado que habían construido empotrado en la pared del fondo. Era un cubo de un metro de lado hecho de aluminio y acero, con una voluminosa puerta frontal muy parecida a la de una caja fuerte. En la parte superior de esa puerta frontal había una pequeña lámina de cristal muy grueso para poder ver el interior. Aquel artilugio podía contener sin problemas la detonación de una granada, y ya había soportado una explosión de ettmetal al entrar en contacto con agua.

El armonium, es decir, el ettmetal era muy inestable. Había que guardarlo en aceite, ya que solía reaccionar incluso con el aire. Dado que no sabían cómo respondería el trellium a los ácidos, Wax dispuso todo el experimento dentro de la caja y luego cerró los pasadores. Desde fuera podía manipular unos finos brazos que funcionaban con engranajes para dejar caer una pizca de trellium en cada uno de los diez matraces de ácido y en otros dos que contenían disoluciones básicas.

Los ácidos no afectaban al armonium, pero quizá sí afectaran a aquel metal. A Wax le servía cualquier cosa que le proporcionara unos cimientos más firme, que lo ayudara a entender. Mientras trabajaba, Marasi fue hacia la pared donde Steris y él habían clavado a un tablón de corcho sus ideas, experimentos y reflexiones sobre el armonium. Herrumbres… los papeles más viejos tenían ya cinco años de antigüedad. Wax se deprimió al pensar en lo poco que habían progresado.

—Esto es… —dijo Marasi, leyendo las notas—. Creo que nunca me había parado a leerlo. Pretendéis dividirlo. —Se volvió de golpe hacia él—. ¿Habéis estado intentando dividir el armonium en sus metales de base? ¡Queréis crear atium!

Wax miró de nuevo por la ventanilla de la caja y siguió soltando limaduras al ácido.

—Y no solo atium… —prosiguió Marasi—. ¿También lerasium? Ese es el metal que… ¡que creaba nacidos de la bruma! Lo explican los registros que dejó Armonía. La alomancia llegó al mundo porque el lord Legislador dio lerasium a algunos seguidores suyos, que cambiaron al quemarlo. Esos primeros nacidos de la bruma míticos… tenían un poder increíble. Estáis intentando volver a hacerlo.

—No —replicó Wax—. Intento comprobar si puede volver a hacerse.

—En todos estos años —dijo Marasi— nunca me has dicho para qué necesitabas más y más ettmetal. ¡Pensaba que querías descubrir cómo fabricar aeronaves, igual que todos los demás!

—Casi no hemos hecho ningún progreso —reconoció Wax mientras terminaba de trabajar con los ácidos y daba la espalda a la caja segura—. Pero Marasi, ¿no lo entiendes? El Grupo está decidido a devolver los antiguos poderes a la gente, y para eso recurrirá a la eugenesia, a la hemalurgia, a lo que sea. Por tanto, si es posible crear lerasium de nuevo, tenemos que estar al tanto.

—Aun así, podrías habérmelo contado —dijo ella.

—Antes quería tener algo en firme que enseñarte.

Wax fue hacia ella y pasó al lado de Steris, que estaba trasteando con el punzón de trellium. Al llegar junto a Marasi, miró de nuevo la pared llena de ideas. Recordó lo emocionantes que habían sido sus primeros experimentos con el armonium.

Obtener un poco de trellium con el que jugar había vuelto a despertar ese entusiasmo. Pero allí, mirando aquel enorme tablón de corcho, recordó también el resto del proceso. La lenta pero creciente comprensión de que aquel acertijo concreto no iba a resolverlo. Había trabajado en los suficientes casos desesperados para saberlo cuando uno empezaba a enfriarse.

Wax era un aficionado, no un experto. Había compartido sus anotaciones con la gente de la universidad, que se las habían agradecido, pero saltaba a la vista que ya habían hecho esas mismas observaciones. Si alguien hacía un gran avance con el ettmetal, serían aquellos científicos tan entregados que trabajaban para que Elendel construyera sus propias aeronaves, granadas alománticas y medallones feruquímicos.

Wax supuso que tendría que entregarles también el clavo de trellium. Se divertiría en casa unos días, pero aquello era demasiado importante para que no estuviera en manos de verdaderos expertos.

—¿Waxillium? —llamó Steris a su espalda—. Esto tienes que verlo.

—¿Qué pasa? —preguntó él, volviéndose.

—El clavo de trellium —dijo ella— está reaccionando al armonium.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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