En el exterior

El noviembre del año pasado una revista americana de bastante renombre y con más de 10 millones de seguidores en Twitter mandó a un reportero para entrevistar a Brandon y participar en la segunda edición de la Dragonsteel Con donde asistieron cerca de cinco mil personas que disfrutaron durante dos días de un montón de eventos organizados por el equipo de Brandon, así como de charlas, conferencias y actividades donde pudieron conocer a artistas con los que Dragonsteel colabora para dar vida al merchandising y a las ediciones décimo aniversario. Esta persona llegó incluso a hospedarse en la casa de Brandon y a disfrutar de comidas junto a su familia, pudiendo aprender de primera mano cómo es su proceso creativo así como conocerlo como persona. No obstante, el artículo, que se publicó el 23 de marzo varios meses después de la convención, resultó ser hiriente, poco o nada enfocado en Brandon como escritor y demasiado en aspectos ciertamente irrespetuosos hacia él, hacia su esposa, hacia sus hijos, hacia el fandom de la literatura fantástica en general y del Cosmere en particular.

Leí el artículo porque una amiga me habló de él y me dijo que no podía creer lo que había leído y yo, que estaba en la oficina, no me había enterado de nada así que le pedí el link. No tuve estómago suficiente como para terminarlo y, afortunadamente, Daniel Greene fue comentando el artículo tal como lo leía y se me hizo menos cuesta arriba.

Después de un breve momento de indignación, lo que me quedó dentro fue más bien una sensación de gran tristeza, a sabiendas de que alguien fue a un evento que a todos nos haría ilusión ver y que después de hospedarse en la casa de otro ser humano lo único que fue capaz de escribir fueron 4000 palabras de despecho y desdén. Creo que triste es la palabra que define cómo me sentí. Y me hizo sentir triste no porque fuera Brandon, sino porque nadie merece que alguien se comporte así con otra persona que le ha abierto las puertas de su casa. Hay muchísimas formas de expresar acuerdo o desacuerdo, pero creo que sobre todo, en esta vida hay que ser profesional y elegante, especialmente cuando escribes para un magazine con 10 millones de seguidores. Es curioso que con una audiencia de tal tamaño ese artículo desafortunado fuera el post con mayor interacción de los últimos posiblemente más de cien, ya que la media de posts rondan los 20 likes y otros tantos retuits. Sin embargo el dedicado a Brandon superó el millar, por lo que entiendo que su audiencia es dudosa y el artículo fue escrito para generar polémica. Una polémica que no quisimos avivar y por eso no compartimos el artículo en cuestión en su día (algo que dicho reportero ya hizo también con Becky Chambers, otra autora maravillosa cuyos libros recomendamos muchísimo). 
No obstante, Brandon tuvo una excelente reacción en Reddit, y no fueron pocos los medios de comunicación que salieron en su defensa ante la falta de profesionalidad de dicho magazine, el último de ellos Esquire, cuyo artículo podéis leer en español
Y anoche Brandon compartía en su blog este maravilloso ensayo, una reflexión que es una puerta abierta para conocerle un poco mejor, para saber por qué escribe, por qué es como es. Tengo que decir que, a nivel personal, como alguien que ha pasado la mayor parte de su infancia en el exterior por ser inmigrante, me ha hecho recordar muchas cosas y llorar al recordarlas y verlas reflejadas, y cómo la literatura fantástica fue también para mí un refugio. No alcanzo a comprender cómo alguien capaz de escribir estas palabras puede ser tachado de ser alguien con falta de humildad, falta de humanidad y de sentimientos cuando es capaz de hacernos reflexionar desde la comprensión y la empatía.

Como siempre, seguro que me he dejado algún gazapo. Iré revisando el texto, pero espero que disfrutéis de la lectura porque es una visión íntima y sincera como pocas personas compartirían.

El título original del post es: Outside, que se puede traducir como fuera, en el exterior o incluso al margen. En un punto del ensayo Brandon habla sobre el interior y el exterior, así que he decidido traducirlo como «En el exterior», aunque en otros momentos he utilizado «fuera».

en el exterior

PUBLICADO POR BRANDON EN SU WEB, el 3 de abril de 2023

Cae la nieve. Y miro al cielo.

El mundo te desconcierta cuando miras hacia arriba mientras cae la nieve. Incluso de pie puedes elevarte. Incluso solo estás rodeado. Incluso en lo mundano encuentras magia. He pasado toda mi vida persiguiendo lo fantástico y, aún así, todo lo que he imaginado jamás, puede sentirse cuando alguien alza la vista al cielo por casualidad. La suavidad. La calma. La aspiración.

De la nieve en un día de otra forma ordinario.

Me mudé de Nebraska a Utah cuando tenía dieciocho años. Aquí la nieve flota como si estuviera avergonzada por ser una molestia. Pero en Nebraska la nieve se apodera de las cosas. Reclama la tierra y conquista imperios. Luchas contra ella durante todo el invierno, cavando pasos, reconquistando las aceras. El frío te cala congelando tus huesos con un frío persistente, incluso cuando recuperas el calor.

Ahora que vivo en el desierto suelo pensar sobre aquellos días nevados. Pero cada año mis recuerdos son un poco menos frescos. Construimos nuestras vidas con una capa sobre otra de años, al igual que la nieve que cae. Y como la nieve nueva, muchas experiencias se deshacen. Durante las entrevistas a menudo me han preguntado cuál ha sido la experiencia que más me ha asustado. Me cuesta responder porque son los recuerdos perdidos lo que me asusta. La perturbadora certeza de que he olvidado la mayoría de momentos que me han transformado en quien soy. Se escurrieron mientras no miraba y se unieron a la corriente del deshielo primaveral.

Por suerte, hay experiencias que permanecen. En una tengo catorce años durante una fría noche de Nebraska. En aquel entonces mi mejor amigo era un chico a quien llamaremos John. Aunque íbamos a escuelas diferentes, era uno de los pocos chicos mormones en la cercanía así que nuestros padres nos juntaban para jugar. Cuando eres muy joven es la proximidad y no los intereses en común lo que te empuja a hacer amigos. Es algo que cambia conforme te haces mayor. A los catorce, John había empezado a jugar a basket, a ir de fiesta y a ser popular. Yo no.

Aquel día, después de una actividad para jóvenes otro amigo propuso que fuéramos a divertirnos. No recuerdo a dónde. Es raro que haya olvidado de qué iba esto, aunque el resto de la escena está grabada en la parte glacial de mi cerebro. Uno de nosotros era lo bastante mayor como para conducir, así que nos acercamos a su coche.

Cinco asientos. Seis adolescentes. Ya estaban contados.

Los demás se subieron sin dirigirme la palabra. John me lanzó una mirada dubitativa y luego se subió al asiento del pasajero y cerró la puerta. Me dejaron en la curva. El coche desapareció mientras las luces traseras resplandecían en la noche como un cigarrillo encendido.

El recuerdo permaneció durante todo el largo invierno. Aquella noche. Mirando. Recordando el rostro de John que mostraba notablemente  su conflicto. Medio avergonzado. Medio resignado.

Quedar de lado no era algo nuevo. Es lo que pasa cuando eres uno de los tres chicos mormones en un colegio grande. Estás en un cumpleaños y aparecen cubos de hielo para vino. Todo el mundo se queda preocupado pensando si los vas a juzgar, cuando lo único que quieres es que dejen de mirarte. Pero te marchas de todas formas porque sabes que se lo pasarán mejor si tú y tu atípica moral no estáis allí cerniéndoos sobre ellos.

Aquella noche, al ver a John alejarse en el coche con los demás debería haber sido diferente. Estaban en mi grupo de la iglesia, lo que consideraba mi tribu. Y aún así me habían dejado en el exterior.

Este suceso me impactó por lo dramático que fue, porque generalmente no me hacían bullying. El entorno social solía dárseme bien. Por lo general caía bien a la gente. Y a su vez había algo que había empezado a notar. Algo que hacía que la gente se distanciara de mí.

Es algo que aún hoy sigue pasando. No es que la gente me evite o que no me quieran cerca. De hecho, parecen apreciarme. Cuando me uno a un grupo por lo general acabo liderándolo de algún modo y nunca noto resentimiento por ello. Pero también hay un cierto aire que me rodea. Algunos amigos escritores me llaman el «adulto en la habitación». Suelo afrontar los proyectos de una manera demasiado agresiva, suelo ser el que da el paso al frente y hace las cosas incluso cuando no necesitan hacerse inmediatamente y el resto prefieren relajarse.

En parte esto proviene de cierta… peculiaridad mía que surgió durante mi adolescencia, cuando el coche con John se marchó. Conforme mis amigos alcanzaron la pubertad se volvieron más emocionales. Es lo opuesto de lo que me pasó a mi. En vez de vivir los bruscos cambios de humor de la adolescencia, mis emociones se calcificaron. Empecé a levantarme cada día sintiéndome más o menos como el día anterior. Sin cambios.

A mi alrededor la gente sentía pasión y agonía y odio y éxtasis. Amaban y odiaban y se peleaban y gritaban y se besaban y parecían explotar cada día como un confetti presurizado de emociones desconcertantes.

Mientras que yo simplemente era yo. No estaba eufórico ni me sentía miserable. Solo… normal. Todo el tiempo.

A menudo de veras parece que existo en el exterior de la experiencia humana. No es sociopatía. Soy bastante empático. De hecho, la empatía es una de las formas gracias a las que puedo sentir emociones más intensas. No soy autista. No tengo ni un solo rasgo distintivo de esa notable marca de neuro divergencia. Tampoco es lo que se conoce como alexitimia, que es una enfermedad por la que alguien no siente emociones (o no puede describirlas).

Me importa la gente, y siento. No estoy vacío ni soy apático. Mis emociones simplemente están silenciadas y merodean por una fina banda. Si la experiencia humana se mueve en rangos entre el lúgubre uno y el eufórico diez, yo estoy casi siempre en un siete. Cada día. Todo el día. Mi «aguja» emocional suele ser bastante difícil de desplazar, y cuando lo hace, el cambio no es agresivo. En momentos en los que otros se quedarían lívidos o echarían a llorar, yo siento una sensación de malestar e inquietud.

A veces mis emociones van un poco más allá de esto, tal vez una vez al año. Se necesita algo realmente increíble, como ser traicionado profundamente por alguien en quien confiaba.

No busco simpatía, no necesito que me arreglen. Aprecio esta parte de la forma en que estoy hecho y es parte de lo que me hace consistente a la hora de escribir. Cuando los demás están en crisis, yo simplemente sigo mi marcha. Y, a su vez, cuando los demás están eufóricos por alguna buena noticia… Yo simplemente sigo mi marcha, incapaz de sentir el nivel de regocijo que sienten.

Es algo que a veces hace que la gente se sienta incómoda. Les hace pensar que les juzgo. Cuando realmente no es así, intento tener cuidado a la hora de hablar de mi condición. No como algo de lo que tener miedo. Sino, en cambio, como algo de lo que estoy orgulloso y no porque me haga mejor que los demás sino porque soy yo. Me gusta ser yo.

Mi neurodivergencia salió a colación en una entrevista que hice hace poco. El reportero se aferró al hecho de que no siento dolor como los demás (sería más exacto decir que los dolores moderados no me provocan la misma respuesta que a los demás). Pedí al reportero que no lo mencionara en su artículo, ya que sentí que el tono de nuestro debate estaba mal. Me preocupaba que mi peculiaridad cambiara la forma en que los demás piensan de mí, ya que no quiero que me vean como un zombi sin emociones. Así que intenté hablar de ello con sutileza.

Ya que el reportero ignoró mi petición, pensé en hablar sobre el tema aquí. Describirme para vosotros, porque esta faceta de quien soy está profundamente relacionada con otro suceso de mi adolescencia. En este quiero responderos una pregunta, la que todos se hacen. La clave para entender a Brandon Sanderson.

¿Por qué escribo?

¿Por qué escribo tanto?

¿Por qué escribo tanta literatura fantástica?

Dejad que os hable del primer día, de aquel hermoso día. En el que me encontré en el interior.

Sucedió cuando abrí una novela de fantasía. Yo era un niño aislado cuyas emociones estaban haciendo cosas raras. Incluso el hecho de que John me dejara me hizo sentir… más afectado que enfadado. Solo, y apartado. Y entonces abrí un libro en el que encontré emoción.

En aquella historia sobre dragones y maravillas y gente intentando hacer lo imposible, me encontré a mí mismo. Sentí un abanico de emociones poderosas a través de los personajes, emociones que recordaba de los días en los que era más joven.

Hacía mucho que no intentaba leer ficción así que este libro perfecto me pilló por sorpresa. La experiencia me transformó, tan rápidamente como un chico que echa su cabeza hacia atrás, mirando al cielo para descubrir un mundo nuevo.

Cuando leo o escribo a través de los ojos de otras personas siento lo que hacen en toda su extensión. Es cierto que hay magia en cualquier tipo de historia, pero para mí es algo transformador. Yo vivo esas vidas. Durante un pequeño fragmento de tiempo recuerdo exactamente cómo se sienten la pasión y la agonía y el odió y el éxtasis. Mis emociones se amoldan a la historia y a veces lloro. Lloro de verdad. No he llorado fuera de una historia en tres décadas.

Las historias me llevan dentro.

Mi segunda novela publicada se llama Nacidos de la Bruma. Trata sobre un mundo en el que la ceniza cae como la nieve y puedo quedarme ahí, mirando al cielo a través de los ojos de un personaje. Hacia el principio de Nacidos de la Bruma, el personaje adolescente se encuentra a sí misma de pie en el exterior de una habitación. La habitación está llena de luz y risas y calidez. Pero ella sabe, sabe que no pertenece al interior de la habitación.

Se equivoca.

Al acercarnos al final del libro, me paro en una escena similar, solo que esta vez ella está sentada con los demás. Luz y risas. Calidez. Nacidos de la Bruma es la primera novela que escribí después de recibir una llamada con una oferta para un libro. Finalmente, después de haber trabajado muchísimo en una docena de manuscritos sin publicar, sabía que iba a ser un escritor profesional. Con ese conocimiento escribí Nacidos de la Bruma, el libro sobre una chica que aprende a ir al interior.

Mientras escribía Nacidos de la Bruma, cambié. Ahora que me he hecho un hueco en el mundo editorial, ahora que me he unido a esos autores que amé durante tanto tiempo, ¿por qué iba a seguir escribiendo? Necesitaba una meta, y la descubrí ese año.

Así que dejad que os explique por qué escribo. No es por la construcción del mundo, es un error que todo el mundo comete sobre mí. Asumir que escribo por el worldbuilding es como asumir que alguien hace coches porque le encantan los portavasos. Tampoco es porque soy mormón, como algunas reseñas concluyen bizarramente. Tanto mi fe como mi herencia cultural son importantes para mí, pero si perteneciera a cualquier otra religión ese aspecto de mi persona sería simplemente una nota a pie de página y no un titular.

No escribo por los giros argumentales, ni los dragones, ni las astutas vueltas de una frase, aunque me lo paso bien con ellas. Escribo porque las historias llevan a las personas al interior. Y yo, sincera y genuinamente creo que eso es lo que el mundo necesita.

Últimamente he visto resurgir algo que de verdad me inquieta: el intento de algunos miembros de nuestra comunidad por dejar a otros fuera. La ciencia ficción y la fantasía cuidan por siempre lo que constituye las historias buenas o dignas. Como mi viejo amigo John, que buscaba amigos más guay, nosotros renunciamos a cualquier cosa accesible (parte de nuestra perpetua —y en gran medida infructuosa—) súplica de legitimidad ante la institución literaria. 

La cosa es que en realidad no puedo enfadarme cuando alguien hace algo así porque yo mismo lo he hecho en el pasado. La desagradable verdad es que posiblemente todos lo hemos hecho en algún momento. Tal como un grupo de amigos encuentra la cohesión, el descubrimiento de la calidez y la paz de estar en el interior, decidimos que no hay suficientes asientos así que empezamos a hacer fuerza y a empujar. ¿Los lectores que llegaron gracias a la última novela adolescente popular? Fuera. ¿Los fans de la versión cinematográfica de una historia, en vez de la versión en libro de la historia? Fuera. ¿La gente que no viste igual que los que se supone que son los fans convencionales? Sospecho que ellos conocen esta lucha mucho mejor que yo.

Por usar una metáfora temática, es como si fuéramos dragones sobre nuestro tesoro de oro, vigilando recelosos, preocupados porque entre alguien nuevo y que su presencia de alguna forma diluya nuestro disfrute. Lo irónico es que hay espacio infinito en el interior y que si abrimos el camino veremos que muchos de esos recién llegados son precisamente el tesoro que estamos buscando.

De entre todos los géneros, la fantasía debería abrazar lo diferente incluso cuando no coincida con nuestros gustos concretos. Este es el género en el que todo es posible, y por ello debería ser el género más abierto. Tan solo la fantasía me ofrece todo el abanico de emociones. La maravilla de la exploración. Los magníficos momentos de alcances épicos y los miserables momentos de terror cataclísmico. Al escribir, puedo aprender. Monomaníaco, cazo las experiencias de gente distinta a mí, y luego las exploro en prosa hasta que siento, aunque sea en una pequeña parte, lo que ellos sienten.

Esta es la razón por la que escribo. Para entender. Para hacer que la gente se sienta vista. Tecleo con la esperanza de que algún lector solitario allí fuera, abandonado en una curva, agarrará uno de mis libros. Y al hacerlo aprendo que incluso si no hay un sitio para ellos en alguna parte, yo crearé uno para ellos entre esas páginas.

Quienes me entrevistan parecen tener problemas a la hora de comprender esta parte fundamental de mi persona: que para mí escribir no es tanto sobre los resultados como sobre la exploración y la elevación. Amo la prosa tanto literaria como comercial. Y creo que escribo una gran prosa. He trabajado muchísimo mi estilo, practicando durante décadas, afinándola para conseguir una claridad nítida. Por lo general, mi prosa está pensada para transmitir ideas, temas y personajes y para luego apartarse, porque así es como me esfuerzo para traer dentro a todo el mundo.

Dicho esto, sé que mi objetivo es imposible. Los rifirrafes ocasionales con el exterior son parte del ser humano y eso es algo que no puedo hacer desaparecer. Incluso yo tengo que admitir que hay lecciones que deben aprenderse en esos caminos solitarios. Por ejemplo, el contraste es la única manera de apreciar el crecimiento. Puede que sea ajeno emocionalmente pero es precisamente ese ser ajeno lo que me ha motivado a comprender. Valoro mucho las conexiones que he creado debido a esa dificultad.

Es más, creo que mirar ocasionalmente a todo el mundo por la ventana ofrece una perspectiva más completa a la persona. Dentro las cosas pueden ser complicadas y para un trazo de color es complicado comprender el cuadro. Soy mejor escritor gracias al tiempo que paso mirando al interior. No sé si habría podido escribir Nacidos de la Bruma si no me hubieran dejado en esa curva.

Esto no trata de subestimar el dolor de aquellos que se han visto expulsados fuera. Tampoco es un argumento en pro de pasar largos períodos al frío. Tampoco sé si podría haber escrito Nacidos de la Bruma si la maravillosa gente de la comunidad de ciencia ficción y fantasía (incluyendo a muchos de los amigos con quienes ahora trabajo) no se hubieran aferrado a mí en la universidad y (a veces) hubieran tirado de mí por la fuerza al interior para estar con ellos. Más allá de aquello, al crecer, encontré gente como Emily que me ama a pesar de (y tal vez en parte por) mis rarezas. Afortunadamente, gracias a ello, mis tiempos en el exterior se han hecho cada vez más breves.

Mi objetivo con esto tan solo es señalar (como he tenido ocasión de recordar últimamente) que la soledad viene acompañada de momentos hermosos. Solo puedes contemplar cómo cae la nieve cuando estás en el exterior. Solo cuando miras hacia arriba puedes experimentar ese mundo desconcertante en el que fragmentos del cielo vagan a tu alrededor y te elevan a los cielos.

Ahora tengo cuarenta y siete años, y estoy disfrutando de las nevadas en el desierto a principios de abril. El hombre que soy está separado en tiempo y distancia del chico que se quedó parado en una curva, y he olvidado muchos de los pasos que distan entre los dos. Sigo sin sentir emociones fuertes más allá de las historias, pero hace poco dije a un reportero que a veces lloro cuando leo las escenas de mis libros. Simplemente no son las escenas que creo que él imaginaría.

No siempre lloro cuando mueren los personajes, o cuando se casan, o incluso cuando vencen. Lloro cuando funciona. Cuando todo cobra sentido y en un hermoso y brillante destello de humanidad, siento lo que es ser ese personaje. En esos momentos recuerdo lo que aprendí hace veinte años escribiendo Nacidos de la Bruma. Que hay un motivo por el que hago esto. E incluso si he perdido más recuerdos de los que retengo, cada uno de ellos tienen una razón de ser, porque en su conjunto son lo que me ha traído hasta aquí.

Así que cuando te encuentres en el frío sabe que, a veces, hay un propósito en ello. Créeme, he estado allí. Puede que esté ahí ahora mismo. Sintiendo el frío en mis mejillas, pero estos días ya no en mis huesos. Con la certeza de que esto también pasará y de que puede que haya sido por mi bien. Pero por encima de todo, mirando al cielo para poder apreciarlo. La calma. La solemnidad. La perspectiva.



De alguien en pie en el exterior.

3 de abril de 2023

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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