Avance - Nacidos de la Bruma, El metal perdido caps 10 y 11

AVANCE – El metal perdido: Caps. 10 y 11

Es lunes, ¡y traemos un nuevo avance! Estamos ya a un mes de la salida de El metal perdido, ¡y contando los días hasta el 17 de noviembre!

Disfrutad del avance, y como siempre, ¡podéis visitar el canal #the-lost-metal-canal-temporal de nuestro Discord para comentar y compartir vuestras teorías!

avance del metal perdido: capítulos 10 y 11. traducción de manu viciano.

publicado originalmente en la web de tor , el 17 de octubre de 2022

capítulo 10

Marasi se sentía como mil veces mejor después de llegar a la comisaría del Cuarto Octante, ducharse y ponerse su uniforme preferido, de chaleco y chaqueta sobre una falda hasta las pantorrillas.

Como detective especial, en teoría no estaba obligada a llevar uniforme, pero solía ponérselo de todos modos. El uniforme era un símbolo. Significaba que representaba algo más importante que ella misma: al pueblo de la Cuenca y el bien común. El uniforme reconfortaba a quienes veían a Marasi, o al menos a quienes se alegraban de tener cerca a las fuerzas de la ley. Y si ponía sobre aviso a quienes tramaban algo, eso formaba parte de los motivos para tener leyes.

Al verla entrar, los alguaciles más jóvenes de la sala principal de comisaría dejaron sus informes, cesaron las conversaciones y volvieron los ojos hacia Marasi. Entonces llegó el aplauso.

Herrumbres, qué raro se le hacía siempre. Se suponía que los compañeros de trabajo no debían aplaudirla a una, ¿verdad? Más de un novato, en su mayoría mujeres, estaba mirándola con los ojos como platos. Marasi sabía que había inspirado directamente tanto a Wilhelmette como a Gemdwyn para entrar en el cuerpo el año anterior.

Saberlo le provocaba una sensación contradictoria. Por una parte, preferiría que los pasquines dejaran de publicar artículos sobre ella. Por otra, si estaba inspirando a más mujeres…

En todo caso, se alegró de llegar al fondo del edificio, dejando atrás los despachos de los alguaciles de mayor graduación. Hasta algunos de ellos le dieron la enhorabuena a viva voz. Marasi se detuvo a charlar con unos pocos y preguntarles por sus propias investigaciones. Aunque lo único que quería era seguir con su trabajo, aquello también era importante. Nunca se sabía cuándo iba a necesitarse la experiencia de otro detective.

Además, era bueno tener amistades entre los compañeros de trabajo. Por fin.

Terminó llegando al despacho de Reddi. Justo estaba saliendo de allí el agente Gorglen, tan alto que la coronilla casi le rozaba con el techo. Gorglen la saludó con la cabeza antes de marcharse, y Marasi vio por la puerta abierta que Reddi estaba dentro de su espacioso despacho, mirando su escritorio con el ceño fruncido. Su bigote lánguido había encanecido un poco de un tiempo a esa parte, y Marasi sabía que el uniforme de comisario general le pesaba. En los últimos tiempos hacía más de político que de agente de la ley, y se pasaba la mitad del tiempo en reuniones con los dirigentes de la ciudad.

—Alguacil Colms —dijo el comisario, rascándose la barbilla—, ¿usted le encuentra algún sentido a esto?

Le enseñó un dibujo, que resultó ser un crudo boceto del agente Gorglen como una jirafa disfrazada con uniforme de alguacil. En la parte de abajo se leía: «Aprobado por unos tipos muy expertos».

—Hablaré con Wayne —le prometió Marasi.

Reddi suspiró y metió el papel en una carpeta muy grande que tenía en la esquina de su mesa, donde guardaba las quejas sobre Wayne. Era evidente que Reddi había renunciado a devolverla al archivador cada vez.

—Lo siento, señor —dijo Marasi.

—¿Que lo siente? —preguntó él—. Herrumbres, agente, ¿cómo que lo siente? ¿A cuánta gente han detenido hoy entre los dos? Y en todo caso, no se disculpe por él. Tengo la sensación de que, si no tuviera usted un ojo echado al agente Wayne, esta carpeta sería diez veces más gruesa.

Marasi sonrió.

—Sí que es verdad que saca lo mejor de sí mismo cuando se lo canaliza hacia… actividades productivas.

Reddi gruñó y cogió otra carpeta de la mesa.

—No se lo diga, pero la imitación que hace Wayne de mí es muy divertida. Aunque debo advertirle que esos dos hombres con bombín han venido a buscarlo otra vez.

—¿Sabe quiénes pueden ser? —preguntó ella.

—Parecen de alguna empresa de contabilidad, quizá del departamento de cobros —dijo Reddi—. Es… muy posible que Wayne deba dinero a personas importantes esta vez, Marasi. La clase de personas a las que ni yo puedo disuadir.

—Lo resolveré —le aseguró ella con un suspiro. Por los Brazales de Armonía, esperaba que Wayne no hubiera robado nada valioso de verdad.

—Lo dejo en sus manos, entonces. —Reddi dio un golpe en el escritorio con los nudillos—. Tengo al gobernador agobiándome para que le entregue pruebas de que las ciudades exteriores están recibiendo armas de contrabando, y usted me las ha proporcionado. Gracias, Marasi, de verdad.

—Espero proporcionarle más que eso, señor —dijo ella—. Tengo un cuaderno de su líder, que contiene unos detalles sobre envíos muy curiosos. —Sacó la libreta y la abrió para enseñársela—. Tendremos que hacer copias y hacerlas circular por el departamento de investigación y el de criptografía, por si se me ha escapado algo, pero ya he leído algunas cosas bastante interesantes. —Señaló una lista que había en las primeras páginas—. Esto es una serie de experimentos que estaba supervisando el ciclo para determinar qué se podía enviar a Elendel sin que lo detuvieran los agentes de aranceles ni despertara sospechas en los inspectores.

—Un momento —dijo Reddi—. ¿Enviar a Elendel?

—Exacto —confirmó Marasi.

—No es ilegal hacer envíos a Elendel —dijo él—. Esa banda cometía delitos al sacar cosas de contrabando.

—Por eso me ha dejado tan intrigada —asintió ella—. Además, los envíos de la lista son todos muy cotidianos. Alimentos, madera… Pero anotaban cuáles se inspeccionaban, qué tamaños de paquete resultaban más sospechosos, esas cosas.

—Lo encuentro… un poco inquietante —dijo el comisario—. No tengo ni idea de lo que significa, y eso es lo que más me preocupa.

—Lo investigaré —prometió Marasi—. De momento, voy a llevar algunas otras páginas a los escribas para que las copien. Demuestran a las claras que los explosivos y las armas que hemos encontrado iban a enviarse de contrabando a Bilming. Ese envío sí que iba hacia fuera de la ciudad, igual que muchos otros antes. —Titubeó—. Acabo de tener una idea.

—Continúe.

—Necesitaré autorización para trabajar fuera de la ciudad un tiempo… y si es posible, tendríamos que ocultar esta noticia a la prensa durante unos días. Eso significa evitar que los demás alguaciles hablen. Sé que será difícil, pero me ayudaría a encontrar a la gente a la que suministraba esta banda.

—¿Qué planea hacer?

—Según este cuadernillo, alguien de Bilming espera que le llegue un cargamento pronto. Armas, explosivos y… comida.

—Encaja con lo que hemos encontrado en la caverna —dijo Reddi, mirando los informes iniciales—. Había mucha comida.

Qué curioso. ¿Por qué querrían sacar conservas de contrabando a las ciudades exteriores? ¿Serían raciones militares o navales?

—Sea como sea —dijo Marasi—, el Grupo tiende a funcionar en silencio en momentos como este. No he visto ningún aparato de radio ahí abajo, aunque la caverna era demasiado profunda para que saliera ninguna señal, de todos modos. Por tanto, es muy probable que el enemigo no sepa que su equipo ha caído. Lo cual significa…

—Que podríamos enviar nosotros el cargamento —terminó por ella Reddi—. Y quizá capturar a quienes estén detrás de todo esto.

—O como mínimo, subir un eslabón más en la cadena.

—Pero esperarán que se lo entregue uno de los suyos. —Reddi se frotó el mentón—. No podríamos mantener la treta mucho tiempo.

—Bueno, señor —dijo Marasi—, tenemos en nuestro poder el cadáver del ciclo.

—Hay mucha gente que no cree que exista esa organización clandestina que persigue usted, Colms —respondió él—. Es consciente, ¿verdad?

—¿Y usted qué cree, señor?

—Que toda esa gente a la que interrogamos hace seis años desde luego tramaba algo —dijo Reddi—. Aún no estoy convencido del todo de que fuese algo más que un complot de las ciudades exteriores, y la idea de alguna clase de dios maligno no me acaba de encajar. Pero la verdad es que he aprendido a no apostar contra usted.

—Como mínimo —repuso Marasi—, tiene que reconocer que el tío de Waxillium estaba involucrado en algún tipo de estructura paramilitar.

—Sí —dijo Reddi—, y alguien lo asesinó en la cárcel, junto con sus seguidores. Si me dice que fue el Grupo, la creo. Pero quiero que tenga en cuenta que el gobernador y su gente quieren que nuestra prioridad oficial sean las ciudades exteriores y la amenaza que plantean a la supremacía de Elendel, no una supuesta sociedad secreta que quizá esté manejando sus hilos.

—Entendido, señor —respondió ella—. Pero creo que mi plan cumpliría ambos objetivos. La mayoría de los detenidos de hoy son matones callejeros del montón, no verdaderos miembros del Grupo. Estoy convencida de que el único de ahí abajo que mantenía verdadero contacto con el Grupo era el hombre que tenía esta libreta. En ella hay instrucciones de guardar silencio radiofónico desde el interior de la ciudad, para evitar que los escuche nadie, en los días previos a una entrega. Así que nadie espera tener noticias suyas en Bilming. Creo que podemos sorprenderlos. Sobre todo teniendo ese cadáver.

—Un momento —dijo Reddi—. ¿De qué nos sirve un cadáver?

—Había pensado pedir a Armonía que nos preste a un kandra para que imite al difunto durante la operación. Wayne podría hacerse pasar por un lacayo genérico, hablando con acento de Bilming, para ayudarnos a afianzar el subterfugio.

—Ah. Hum. Bien.

Reddi se incomodaba cuando Marasi dejaba caer que se llevaba bien con Armonía, y en realidad hacerlo era un poco descarado por su parte, ya que nunca había hablado con él en persona. Conocía a la Muerte mucho mejor que a Dios.

Y además, a Reddi no le hacía ninguna gracia involucrarse con los kandra. Los Inmortales sin Rostro lo perturbaban desde el asunto de Sangradora. Seguramente habría preferido que Marasi llevara a cabo su plan sin contarle los detalles, pero… bueno, ella quería que todas las cartas estuvieran sobre la mesa.

El departamento merecía saber de dónde procedían sus resultados, porque no podría lograrlos sin la ayuda de cosas como la tecnología malwish que le prestaba Allik, o su acceso a los Inmortales sin Rostro. Al principio había confiado en que dejar claro todo eso haría que su reputación menguara a niveles más razonables. Se había equivocado. Pero aun así, tenía sus ventajas.

—¿Qué hay de mis sugerencias de reforma? —preguntó—. Las que se refieren a nuestra política en los barrios bajos y el entrenamiento adecuado de los agentes. ¿Cómo va todo eso?

—Los demás comisarios generales han aceptado los artículos —dijo él—. Todos menos Jamms, pero creo que después de esto de hoy cambiará de opinión. Solo falta que el gobernador dé su visto bueno a las ideas. —Entrecerró los ojos—. Me gusta ese plan del cargamento. Envíeme una propuesta exhaustiva.

—Hecho, señor. Tendremos que actuar deprisa.

—Contará con el apoyo pleno del departamento —dijo Reddi—. El gobernador va a alegrarse tanto de los resultados de hoy que casi puedo garantizarle fondos adicionales si su operación los requiere. Esperaré a esa propuesta pero, entretanto, pondré a gente a reemplazar el material destruido por la explosión.

—Gracias, señor —dijo ella, y respiró hondo, satisfecha.

—¿Ocurre algo, agente? —preguntó el comisario.

—No, señor. Solo… valoraba el camino que he recorrido y el lugar al que me ha llevado.

—¡Valórelo en su tiempo libre, alguacil!

Marasi clavó la mirada en él, y Reddi respondió con una infrecuente sonrisa.

—Se supone que tengo que decir estas cosas —explicó—. Al gobernador le gusta que sea gruñón. Encaja mejor con sus expectativas, supongo. Ah, antes de que se me olvide. El agente Matieu dice que tiene usted una cosa concreta que quería enseñarme, ¿puede ser? Algo que no figura en el informe. ¿Era la libreta?

—Eso y otra cosa, señor —dijo ella, y sacó los clavos del bolso—. Quiero que haga llegar estos tres a los científicos de la universidad. —Entonces levantó el cuarto, el más fino—. Pero este voy a quedármelo de momento.

—Ruina… —susurró Reddi—. ¿Eso es… atium?

—No, pero sí casi igual de mítico. Creemos que es trellium, un metal de fuera del mundo.

El comisario la miró. Tampoco le gustaban mucho las conversaciones sobre otros mundos, y Marasi sospechaba que nunca había aceptado del todo las cosas que ella afirmaba sobre Trell.

—¿No es el material que usaron para volar la cárcel por los aires? —preguntó Reddi.

—No sé si termino de creerme esa historia —dijo Marasi—. No hay pruebas de que el tío de Wax llevara ni una pizca de esto encima.

—Aún así —repuso Reddi—, tenga cuidado con ese clavo. Con que sea la mitad de horrible que el ettmetal…

—Tendré cuidado —le aseguró ella—. Tengo pensado llevárselo a lord Ladrian para que lo estudie.

Reddi gruñó.

—Creía que estaba retirado.

—Depende —dijo Marasi, volviendo a guardarse el clavo de trellium en el bolso—. Tratándose de esto, puede considerar que trabaja en el caso.

—Bueno, nunca he llegado a retirarle sus privilegios de alguacil. —Reddi se secó la frente con un pañuelo—. Pero trate de evitar que… provoque ningún incidente. Cuando Ladrian se involucra, las cosas suelen ponerse… inquietantes.

—Haré lo que pueda, señor.

—No tiene escondido ningún otro pariente apocalíptico ni otra esposa con poderes místicos que no esté cuerda del todo, ¿verdad?

—Si aparece algo de eso, me ocuparé de que entregue un informe. Y procuraré que el enfrentamiento con ellos sea en el cuadrante de al lado, por motivos presupuestarios.

Reddi sonrió.

—Me alegro de que esté usted ahí fuera, Colms. No solo por mi carrera. Me gusta que haya alguien racional por ahí, para… ya sabe, para compensar tanta locura. Adelante. Resuelva sus misterios y hágame saber lo que necesita.

Marasi asintió y notó que la embargaba una profunda satisfacción mientras salía del despacho y regresaba por el pasillo. Había logrado mucho, tanto en la vida como en aquel caso en particular. Lo había conseguido: había llegado donde quería.

«¿Y esto es todo?». Apartó el molesto pensamiento y se apresuró hacia el economato, donde se sentó a zamparse un bocadillo. No le quedaba mucho tiempo antes de la reunión con Wax. Aun así, Marasi todavía iba por la mitad cuando la mujer de la limpieza llegó para llevarse su bandeja.

—Disculpe, pero aún me queda medio —dijo Marasi, alzando el bocadillo sin terminar.

—Gracias —dijo la mujer mientras arrebataba el bocadillo a Marasi para darle un mordisco—. Qué hambre tenía.

—Wayne —suspiró Marasi, fijándose mejor en su cara—. ¿Se puede saber qué haces?

—Esconderme de esos cicateros.

—¿Los dos hombres con traje y bombín? —preguntó Marasi—. Han vuelto a incordiar al capitán Reddi preguntando por ti, Wayne. ¿A quién debes dinero esta vez?

—No es asunto tuyo —dijo él con la boca llena del bocadillo de Marasi.

Habría cabido esperar que tuviera un aspecto ridículo con el delantal y la cofia de una mujer de la limpieza, pero la verdad era que, con los pechos falsos, le quedaban bien. A Wayne nunca se lo podría acusar de no tener estilo vistiendo. Solo de no tener buen gusto.

—Yo creo que sí que es asunto mío —dijo Marasi.

—Pues no lo es —replicó Wayne—. Me ocuparé de que no molesten más al viejo Reddi. ¿Has contactado con Wax?

—Le he enviado una nota. Nos veremos a las tres.

—¿Y qué hacemos aquí perdiendo el tiempo con disfraces? —preguntó Wayne—. ¡Tenemos trabajo!

capítulo 11

Wax aterrizó ante la puerta delantera de la mansión Ladrian, su hogar ancestral, y Steris se soltó de su cintura. Como siempre, se había aferrado a él con todas sus fuerzas mientras volaban, pero luciendo una sonrisa jubilosa en la cara todo el rato.

Subieron los peldaños y Wax retiró los cerrojos con unos empujones de acero ejecutados en una secuencia concreta, que hicieron que la puerta se abriera. Había juegos de llaves por si tenía que abrirla otra persona, pero ya hacía tiempo que la casa estaba casi desocupada del todo. El servicio se había mudado a la torre con Wax y Steris. En esos momentos había un solo inquilino, que vivía allí a temporadas.

Wax dio una voz:

—¡Somos nosotros, Allik!

Además de proporcionar un techo al malwish, la mansión se había transformado un poco a lo largo de los años. En el ático de la Torre Ahlstrom no había mucho espacio, así que la mansión albergaba los proyectos y las aficiones de Wax y Steris.

En el piso de arriba Steris tenía nada menos que tres habitaciones para sus libros de cuentas, sus cuadernos y sus catálogos, que le gustaba repasar en su tiempo libre. Las cosas que creía que iban a necesitar, últimamente encargadas por correo, podrían haber atestado una casa más pequeña. Sin embargo, al haberse beneficiado numerosas veces de los preparativos de su esposa, Wax no creía tener motivo para ponerle objeciones.

Steris fue al cuarto de baño para arreglarse el pelo, revuelto por haber volado, pero Wax se detuvo junto a la puerta, donde había un par de largos gabanes de los Áridos colgados de sendas perchas en la pared. Uno era blanco y el otro, el que antes llevaba él, tenía la mitad inferior cortada en dos capas de gruesas tiras. Un gabán de bruma. Encima de cada prenda, un gancho clavado sostenía un sombrero de los Áridos. No era del todo un santuario. Sobre todo porque una de las personas representadas allí no estaba muerta, sino que había pasado a un tipo distinto de aventura. Aun así, Wax se quedó quieto un momento, se besó las yemas de los dedos y las apretó contra la madera bajo el sombrero de Lessie. Aquello tampoco era del todo un ritual. Era simplemente una cosa que Wax hacía.

Al momento, una cabeza enmascarada asomó sobre la barandilla en el primer piso.

—¡Ah, hola! —exclamó Allik.

Llevaba una máscara roja y brillante, con copos de pintura amarilla radiando desde el centro. Aquella máscara siempre lo hacía parecer ansioso, como si sudara luz solar por la cara. Entonces la levantó y su amplia sonrisa relució incluso más. Pese a su baja estatura, su figura delgada y una barbita un poco vergonzosa, Allik era toda una fuerza de la naturaleza. Por lo menos en lo relativo a la repostería.

—¡Tengo otra hornada casi hecha, oh, Hambriento!

—No empieces con eso otra vez, Allik —restalló Wax—. Y no he venido porque tenga hambre.

—Pero aun así comerás, ¿sí?

—Sí —reconoció Wax.

—¡Estupendo!

Volvió a bajarse la máscara y desapareció en sus habitaciones del primer piso, donde tenía el fogón encendido a todas horas. También había hecho instalar un horno, porque para los malwish nunca hacía demasiado calor. En los documentos oficiales era un «embajador asociado de buena voluntad» en la Cuenca, título que le habían otorgado dos años antes por estar dispuesto a residir de manera semipermanente en Elendel. Wax se había alegrado de ello. Hasta entonces, Allik no estaba engañando a nadie con sus constantes viajes «casuales» al norte para ver a Marasi.

Y además, sus pasteles eran… bueno, eran una maravilla.

Parecía que Marasi y Wayne llegaban tarde, así que Wax fue a preparar el té mientras Steris recogía «unos pocos» libros de cuentas de arriba. Regresó tambaleándose con unas dos docenas de ellos en equilibrio y luego se dejó caer en un sofá de la sala de estar. Wax le llevó una taza de té y fue a buscar de dónde salía un olor raro.

Acababa de encontrar medio pastel de carne rancio en el bolsillo de su gabán de bruma cuando llegó una perra trotando por la puerta principal. Era un animal gris y blanco, de pelo corto, que casi llegaba a la cintura de Wax.

—Hola —dijo con una voz femenina—. ¿Te has traído a Max?

—No —respondió Wax—. Quería hacer unos experimentos, y ya sabes cómo terminan a veces.

—¿Explotando? —aventuró la perra, MeLaan—. Pues vaya. Me he dejado puesto este cuerpo sin motivo.

—¿De verdad te gusta jugar a lanzar la pelota? —preguntó Wax mientras tiraba a la basura el pastel de carne mohoso—. Por lo que tengo entendido, a la mayoría de vosotros os repugnan los cuerpos no humanos.

—Sí, son degradantes —dijo MeLaan, sentándose sobre los cuartos traseros—. Solo que el cuerpo que llevas… influye en ti. Es difícil de explicar a un mortal. Imagínatelo como un atuendo. Si te pones toda arreglada con un vestido brillante, te apetece bailar y dar vueltas. Si llevas pantalones y un hacha al hombro, bueno, querrás destrozar algo. Yo solo me pongo cuerpos como este cuando hacen falta para alguna misión. Pero una vez lo llevas… —Se encogió de hombros, gesto que quedó rarísimo en el cuerpo de perra—. En fin, hoy no jugaré a lanzar la pelota. Mejor voy a cambiarme.

Se marchó hacia la habitación donde Wax le permitía almacenar sus otros cuerpos: huesos, pelo, uñas. La mayoría de los cuerpos no eran reales, por suerte. MeLaan prefería con mucho lo que los kandra llamaban Cuerpos Verdaderos, hechos de piedra, cristal o metal.

Wax había vuelto con Steris a la sala de estar y llevaba leída la mitad del periódico más reciente —un chico traía varios cada día a Allik— cuando oyó las ruidosas pisadas de Marasi y Wayne llegando al vestíbulo. Esos dos podían armar más escándalo que un tren de mercancías. Negó con la cabeza y dio un sorbo al té.

—¡Estamos aquí dentro! —gritó Steris, y Wayne irrumpió en la sala al momento—. Wayne, ¿algún día te acordarás de limpiarte las suelas antes de meter barro aquí? Esto no son los Áridos.

—Alégrate de que solo sea barro —respondió él—. Hoy hemos recorrido las entrañas de la tierra, Steris, y rebosaban de cosas que suelen estar en las entrañas.

—Una descripción perfectamente espantosa —dijo ella.

—Venga, no te quejes tanto —replicó él, y se puso a dar saltitos de un pie al otro—. Traemos noticias. ¡Traemos noticias!

Marasi entró a zancadas y sacó de su bolso algo largo y fino. Un clavo de factura delicada y punta de aguja. El metal, a grandes rasgos plateado, tenía manchas rojizas, más visibles cuando le daba la luz.

Wax dio un respingo.

—Tenéis uno. ¿Cómo?

—¿Te acuerdas de aquella pista que te conté de las alcantarillas? —preguntó Marasi—. Pues allí había un miembro del Grupo, mejorado con hemalurgia, al mando de una banda de rufianes.

—Por suerte —dijo Wayne—, el clavo ya no le servía de nada después de que Marasi haya acabado con él.

—Hablando con propiedad, aún le servía de algo —dijo ella—. Que es por lo que he tenido que quitárselo. Wax, llevaba cuatro punzones. ¿No se supone que eso permite que Armonía controle a una persona?

—En teoría, sí —respondió Wax.

Era justo el problema que habían tenido con Lessie. Aunque la cantidad variaba según la especie, el principio básico era el mismo: si te ponías demasiados clavos, Armonía podía controlarte. Era una trampa de la hemalurgia que se remontaba a los tiempos antiguos, cuando Ruina había controlado directamente a los inquisidores, como el propio Muerte.

Pero últimamente Marasi había empezado a encontrar a miembros del Grupo con demasiados poderes. Al principio Wax no se lo había creído, pero si los clavos lo confirmaban…

—Deben de haberse saltado esa limitación de algún modo —añadió Wax, estudiando el clavo de trellium—. A lo mejor tiene algo que ver con la posición de este clavo, a modo de chaveta.

—Wax —dijo Marasi—, esta banda estaba empaquetando suministros para Bilming. Armas y raciones de campaña.

Wax cruzó la mirada con Steris. Herrumbres, al parecer las ciudades exteriores pensaban que la guerra era inevitable. Y tal y como había salido la votación de ese día, era muy posible que tuvieran razón.

Aun así, tener otro clavo de trellium después de tantos años… Le recordaba a lo que le había pasado a Lessie, pero se obligó a sostenerlo de todos modos. Aquel punzón no procedía de su cuerpo. No sabían si los extraños clavos de trellium que llevaba Lessie habían tenido algo que ver con su locura. Todos los kandra decían que no era culpa de los clavos, pero algo la había vuelto en contra de Armonía y la había enviado por un camino paranoico. Algo había transformado a la mujer que amaba en Sangradora. Wax se negaba a aceptar que Lessie tuviera pleno control sobre sí misma.

Ese viejo dolor estaba ya bien muerto y enterrado, así que Wax fue capaz de inspeccionar el clavo. Se suponía que aquel metal era una manifestación del cuerpo de un dios, igual que el armonium, también llamado ettmetal. ¿Qué podría descubrir a partir de aquella nueva muestra?

La puerta se abrió y apareció MeLaan vestida con unos modernos pantalones azules y camisa abotonada. En los últimos tiempos solía adoptar un aspecto más andrógino, con el pelo rubio muy corto y apenas un atisbo de pechos. Para sus amigos, a menudo mantenía unos rasgos más o menos similares. Por ejemplo, aquella cara era la misma suya de siempre, solo que más delgada, menos abiertamente femenina.

Como de costumbre, había escogido un cuerpo alto y ágil. Aquel medía por lo menos metro noventa. Estaba secándose el pelo con una toalla: le gustaba lavárselo después de ponerse un cuerpo nuevo, para dejarlo mejor arreglado y cerciorarse de que había acertado con el grano.

—¡Anda! —exclamó al ver la púa que sostenía Wax—. ¿Eso es lo que creo que es?

—Ajá —dijo Wayne—. Marasi ha convertido a un tipo en hamburguesa para conseguirlo.

—Qué bien —respondió MeLaan.

—No he convertido a nadie en hamburguesa —intervino Marasi.

—Le gusta más el hígado —replicó Wayne, ganándose una mirada furiosa.

—Hablando de carne —dijo Wax—, ¿dejaste un pastel en el bolsillo de mi gabán de bruma?

—Esto… —farfulló Wayne—. Fue por… hum…

—Espero que sepas que habrá que llevarlo a la lavandería —dijo Wax—. Y que la pagarás tú.

—Eh, eh —saltó Wayne—. No tienes pruebas de que haya sido yo.

Wax lo miró inexpresivo.

—No puedes condenarme por una corazonada —protestó Wayne, cruzándose de brazos—. Conozco mis derechos. Marasi se pasa el día recitándoselos a la gente cuando terminamos de apalearlos. Tengo derecho a ser juzgado por mis iguales, que lo sepas.

—Sí —terció Steris—, pero ¿de dónde vamos a sacar tantas babosas sin previo aviso?

Wayne se volvió de golpe hacia ella y entonces, tras solo una breve pausa, le sonrió de oreja a oreja. Se llevaban mejor que antes, de lo cual Wax se alegraba. De momento, siguió estudiando el clavo. ¿Qué propiedades tendría? ¿Podría fundirse? ¿Podría…?

Se interrumpió y echó mano al bolsillo trasero. Allí, casi olvidado, estaba el sobre que había encontrado en su escritorio. Lo abrió de nuevo y sacó el pendiente de hierro, un accesorio tradicional en la religión caminante, además de un medio para comulgar con Armonía. Perforarte el cuerpo con metal era una forma de conectar con Dios y concederle cierta medida de influencia sobre ti.

Leyó otra vez la nota: «Tendrás que hacerte otro como este, cuando llegue el metal adecuado».

Herrumbres. A Wax no le entraba en la cabeza por qué querría Armonía decirle que se hiciera un segundo pendiente, cabía suponer que a partir del metal de Trell, nada menos.

En el sobre no había explicación alguna, por supuesto. Armonía conocía demasiado bien a Wax. Era más probable que se interesara por un misterio que por una explicación.

Maldito fuese.

Wax volvió a guardarse el sobre.

—Buen trabajo —dijo a Marasi—. Muy buen trabajo.

—Gracias —respondió ella—. Con un poco de suerte, capturaremos a más miembros del Grupo pronto. Estoy planeando una redada.

Marasi se volvió hacia MeLaan, que estaba apoyada contra la pared con los brazos cruzados. Para ser alguien que se dedicaba al subterfugio, imitando a otros y cumpliendo las misiones que le encomendaba el mismísimo Dios, la verdad era que le gustaba destacar. Ese día se había dejado las mejillas un poco transparentes para que se viera su esqueleto de esmeralda.

—Me vendría bien que nos ayudaras, MeLaan —dijo Marasi—. Tengo un cadáver que debería levantarse y andar el tiempo suficiente para engañar al Grupo.

MeLaan hizo una mueca.

—Me encantaría, pero es que… me ha salido una cosilla que…

—Nos adaptamos a lo que tengas que hacer —dijo Marasi.

—Igual es un poco difícil —respondió MeLaan—, porque es así como en otro planeta.

—¿En otro planeta? —se sorprendió Marasi.

—Bueno, puede que entre planetas —dijo MeLaan—. No estoy muy segura. Armonía quiere que unos cuantos de nosotros salgamos y empecemos a explorar, para saber más sobre el Cosmere. Se ha hecho más que evidente que el Cosmere sabe sobre nosotros —añadió, con un gesto de cabeza hacia el clavo que Wax sostenía con dos dedos.

—¿Cómo es? —preguntó Marasi a MeLaan con cierto… anhelo en los ojos—. Viajar ahí fuera. ¿Cómo… puede hacerse siquiera?

—Es complicado —respondió la kandra—. Tanto llegar al otro lado, que es una inversión del mundo real, como recorrerlo. Me temo que tengo que partir pronto, pero descubrir qué pasa con el Grupo es prioritario para Armonía. Le pediré que os envíe a otro de nosotros para ayudar en tu misión, Marasi.

Wax miró a Wayne. ¿MeLaan se marchaba, y pronto? Tendría que acorralar a su amigo y preguntarle cómo le sentaba eso.

Pero en ese momento Allik llegó por la puerta con una bandeja cargada de pastas humeantes.

—¡Ajá! —exclamó, con la máscara levantada para lucir su sonrisa—. Estáis todos. ¿Quien quiere unos hojaldres de canela y chocolate caliente para mojarlos? Salta a la vista que tenéis previsto salvar el mundo otra vez, con tanta cara preocupada. Hacerlo requiere chocolate en cantidad, ¿sí?

Wax sonrió, contento de ver Allik tan entusiasmado. Se había recuperado de la tragedia de perder a muchos amigos a manos del Grupo hacía años, torturados en busca de información sobre las aeronaves. «La gente es elástica —pensó Wax—. Podemos cambiar de forma una y otra vez. Y si luego no somos del todo lo mismo de antes, en fin, eso es bueno. Significa que somos capaces de madurar».

Allik entregó a Marasi una taza de chocolate caliente, tan grande que casi daba risa, y le guiñó el ojo. Ella le cogió la mano y sonrió mientras le daba un apretón. Después de cuatro años tonteando y dos saliendo de forma más oficial, aquellos dos a veces se comportaban como críos. Wax sabía más al respecto de lo que en realidad de interesaba, porque Steris acostumbraba a tomar notas y después preguntarle si ella debería actuar del mismo modo ridículo.

—Hay otra cosa, Wax —dijo Marasi—. El ciclo al que he matado hoy llevaba un cuaderno. ¿Qué opinas de esta página?

Le entregó el cuaderno y Wax se reclinó para leer las entradas con fecha que contenía, mientras Steris miraba por encima de su hombro.

—Parecen —dijo—… ¿Registros de envíos a Elendel? «Caja de un metro de lado, con sellos de alimentación, inspeccionada cuatro de cada seis veces. Cajón más grande con etiquetas de advertencia, inspeccionado y puesto en cuarentena. Contenedor de dos metros de lado, detenido todas las veces».

Steris frunció el ceño.

—Parece que llevan la cuenta de qué se inspecciona y qué no cuando lo envían a la ciudad.

—Lo cual es raro, ¿verdad? —dijo Marasi—. Hacer envíos a Elendel no es difícil. Son las exportaciones las que pagan tasas por usar nuestras estaciones ferroviarias. Ese es justo el problema, que las ciudades exteriores están hartas de pagarnos por enviarse mercancías entre ellas.

—Exacto —convino Wax—. ¿Por qué interesa tanto al Grupo saber lo que puede meter en la ciudad?

—Quizá pretendan suministrar a una fuerza rebelde en Elendel —propuso Steris.

—Pero el objetivo de su operación de contrabando —dijo Marasi— es sacar armas de la ciudad. Armar a gente dentro de Elendel no debería suponerles ningún problema.

Se quedaron callados, pensando. Wax lanzó una mirada a Steris, que negó con la cabeza. No se le ocurría nada de momento. Al cabo de un tiempo, devolvió el cuaderno a Marasi. Mientras Allik seguía repartiendo hojaldres, Wax fue con Wayne, que había rechazado una taza de chocolate en un gesto muy poco propio de él. Allik se la dio a Wax.

—Escucha —dijo Wax a Wayne—, ¿cuánta salud tienes acumulada? Podría necesitar que me ayudes hoy con unos experimentos.

—Lo siento, socio —respondió él—, pero tengo una cita.

—No vas a meterte en líos, ¿verdad?

—Al contrario —afirmó Wayne, y miró su reloj de bolsillo. Que en realidad pertenecía a Wax—. De hecho, tendría que ir tirando. No quiero que me disparen por llegar tarde.

—¿Hablamos un momento, Wayne? —dijo MeLaan.

—De verdad que tengo… —empezó a responder él.

—Es importante. Muy importante.

Wayne pareció abatirse y entonces asintió, con los ojos tristes. Wax le dio un apretón en el hombro, como para trasladarle un poco de fuerza. Aquello tenía que pasar tarde o temprano. MeLaan era una nómada.

Wayne y MeLaan se marcharon y Wax intentó concentrarse en el maravilloso regalo que le había llevado Marasi. Un clavo entero de trellium.

—Necesitaré mis anteojos de seguridad —proclamó.

Apasionada de los comics, amante de los libros de fantasía y ciencia ficción. En sus ratos libres ve series, juega a juegos de mesa, al LoL o algún que otro MMO. Incansable planificadora, editora, traductora, y redactora.

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